Leon Trotsky - STALIN

SUPLEMENTO I

LA REACCI�N TERMID�RICA
 
Tras del prodigioso esfuerzo de la Revoluci�n y la guerra civil se inici� una reacci�n pol�tica. [�sta fue fundamentalmente distinta de una manifestaci�n social paralela en pa�ses no sovi�ticos.] La reacci�n era contra la guerra [imperialista] y los que hab�an dirigido [aquella caprichosa y m�s que in�til matanza, decididamente] impopular [incluso en los pa�ses "victoriosos"]. En Inglaterra se alz� ante todo contra Lloyd George, a quien enviaron al ostracismo. Clemenceau en Francia [y Wilson en Estados Unidos] sufrieron an�loga suerte.
La enorme diferencia de sentimientos de las masas despu�s de una guerra imperialista y una guerra civil era natural. En Rusia, obreros y campesinos estaban saturados de la certeza de que se ventilaban sus propios intereses y de que la guerra era, en un sentido muy directo, su guerra. La satisfacci�n por la victoria era muy grande, y grande tambi�n en proporci�n la popularidad de quienes hab�an contribuido a terminarla. [Al mismo tiempo era necesario darle el golpe de gracia, volver por fin a las tareas civiles, a restablecer los procesos normales y pac�ficos encaminados a satisfacer necesidades humanas. El propio hero�smo se hab�a hecho cosa balad� y el pueblo estaba harto de los horrores inherentes a �l.]
[Aunque no dirigido contra los jefes de la guerra civil, este imponente af�n de paz volv�a los ojos hacia aquellos encargados de cuestiones tan fastidiosas como el racionamiento de v�veres, la vivienda y la colocaci�n en buenos empleos con la mayor retribuci�n posible. Stalin y otros como �l, cuya misi�n en la guerra civil hab�a sido secundaria, se destacaron entonces, poni�ndose a la cabeza del movimiento de transici�n, t�cito, pero potente, de la guerra a la paz, del sacrificio a la prosperidad. Este sesgo no ejerci� un efecto tan fuerte sobre la juventud y las masas en general (las m�s expuestas durante la guerra civil) como sobre las personas de mediana edad, con crecientes responsabilidades familiares, y sobre los afortunados que contaban con empleo permanente en las actividades civiles. Pero ello no quiere decir que no fuese fuerte y extenso.]
Los tres a�os de guerra civil dejaron una huella indeleble en el propio Gobierno sovi�tico en virtud del hecho de que much�simos de los administradores, una capa considerable de ellos, se hab�an acostumbrado a mandar y a exigir incondicional sumisi�n a sus �rdenes. Los teorizantes que intentan probar que el actual r�gimen totalitario de la U.R.S.S. proviene, no de tales condiciones hist�ricas, sino de la propia naturaleza del bolchevismo, olvidan que la guerra civil no procedi� de la naturaleza del bolchevismo, sino m�s bien de los esfuerzos de la burgues�a rusa e internacional por derrumbar el r�gimen sovi�tico. No hay duda de que Stalin, como muchos otros, fue moldeado por el ambiente y las circunstancias de la guerra civil, a la vez que el grupo que andando el tiempo le ayud� a implantar su dictadura personal (Ordzhonikidze, Vorochilov, Kaganovich) y toda una capa de obreros y campesinos [elevados a la categor�a de comandantes y administradores].
En 1923 comenz� a estabilizarse la situaci�n. La guerra civil, como la sostenida contra Polonia, eran ya cosas del pasado. Se hab�an vencido las m�s horribles, consecuencias del hambre; la NEP hab�a dado impulso a un resurgir vivificador de la econom�a nacional. El constante traslado de comunistas de un puesto a otro, de una esfera de actividad a otra, pas� pronto a ser excepci�n en vez de regla. Los comunistas empezaron a cubrir puestos permanentes, empleos que se consideraban suyos y conduc�an a otros m�s destacados a dominar en forma planificada las regiones o distritos de actividad econ�mica y pol�tica confiados a su discreci�n administrativa. [R�pidamente iban convirti�ndose en funcionarios, en bur�cratas, conforme] la colocaci�n de miembros y activistas del Partido adquir�a un car�cter m�s sistem�tico y regular. Ya no se consideraban las misiones como algo transitorio y casi fortuito. La cuesti�n de los destinos tuvo cada vez m�s relaci�n con la del modo y condiciones de vida de la familia [del nombrado] y con su carrera.
Entonces fue cuando Stalin comenz� a sobresalir con creciente prominencia como organizador, dispensador de credenciales, tareas y empleos, preparador y monitor de la burocracia. Eleg�a a sus hombres de acuerdo con la hostilidad o indiferencia de �stos hacia sus adversarios y, particularmente, hacia quien en su concepto era el principal de todos ellos, el obst�culo capital de su ascensi�n a la cumbre. Stalin generaliz� y clasific� su propia experiencia administrativa, en primer t�rmino la experiencia de intrigar de continuo tras la cortina, y la puso al alcance de los m�s �ntimos asociados a �l. Les ense�� a organizar sus m�quinas pol�ticas locales por el patr�n de la suya propia; c�mo reclutar colaboradores, c�mo utilizar sus flaquezas, c�mo enfrentar a unos camaradas con otros.
A medida que fue aumentando la vida burocr�tica, �sta engendr� una creciente necesidad de bienestar. Stalin cabalgaba a la cabeza de este espont�neo movimiento hacia la comodidad humana, gui�ndolo y enderez�ndolo a sus propios designios. Recompensaba a los m�s leales con los empleos m�s atrayentes y ventajosos. �l fijaba los l�mites de los beneficios que pod�an derivarse de tales puestos. Seleccionaba a los miembros de la Comisi�n de Control, instilando en muchos de ellos la necesidad de perseguir sin misericordia a los que disent�an. Al mismo tiempo les ense�aba a mirar por entre les dedos pasar por alto el extravagante modo de vivir de los funcionarios leales al secretario general, pues Stalin med�a toda situaci�n, toda circunstancia pol�tica, toda combinaci�n personal [por un solo rasero: utilidad] para �l, para su lucha por el poder, para su inextinguible prurito de dominar a los otros.
Todo lo dem�s estaba intelectualmente fuera de su alcance. Impel�a a dos de sus m�ximos competidores a una contienda. Convert�a su talento para utilizar antagonistas personales y de grupo en verdadero arte, en un arte inimitable en el sentido de que en �l se hab�a desarrollado un instinto casi infalible para practicarlo. En cada nueva situaci�n, su primera y principal consideraci�n era c�mo sacar partido de ella. Siempre que los intereses generales aparec�an en conflicto con los suyos propios, sacrificaba sin excepci�n los primeros. En toda ocasi�n, con cualquier pretexto y sin tener en cuenta el resultado, hac�a cuanto le era posible por crear dificultades a sus competidores m�s destacados. Con la misma persistencia procuraba recompensar, todo acto de lealtad a su persona. Secretamente al principio, y luego con m�s descaro, la igualdad fue tildada de prejuicio peque�oburgu�s. Sal�a en defensa de la injusticia, en defensa de los privilegios especiales para los bur�cratas de alta categor�a.
En esta deliberada desmoralizaci�n, nunca se interes� Stalin por lejanas perspectivas, ni se detuvo a pensar en la trascendencia social de este proceso en que se hab�a adjudicado el papel principal. Obraba entonces, como ahora, al modo del emp�rico que es. Elige a quienes le son leales, les recompensa; les ayuda a conseguir puestos privilegiados, pidi�ndoles que renuncien a fines pol�ticos personales. Les ense�a a crear para ellos la maquinaria destinada a influir sobre las masas y mantenerlas sometidas. Nunca se para a considerar que su pol�tica va directamente contra la lucha en que puso cada vez m�s empe�o Lenin durante el �ltimo a�o de su vida: la lucha contra la burocracia, pero siempre en os abstractos e inanimados. Piensa en la falta de atenci�n, en el baduque, en el desaseo de las oficinas, etc., pero permanece sordo y ciego ante la formaci�n de toda una casta privilegiada soldada por los lazos del honor de los ladrones, por su com�n inter�s [como explotadores privilegiados de toda la pol�tica de cuerpo] y por su incesante alejamiento del pueblo. Sin sospecharlo, Stalin est� organizando no solo una nueva m�quina pol�tica, sitio una nueva casta.
En la �poca de la discusi�n del Partido en el oto�o de 1923, la organizaci�n de Mosc� estaba dividida aproximadamente en dos mitades, con ligera ventaja de la oposici�n al principio. Sin embargo, las dos mitades no eran de igual fuerza en su [potencial] social. Al lado de la oposici�n estorba la juventud y una considerable parte de la base; pero al lado de Stalin y del Comit� Central estaban en primer t�rmino todos los pol�ticos especialmente ejercitados y disciplinados, m�s pr�ximos a la m�quina pol�tica del secretario general. Mi enfermedad, que me impidi� tomar parte en la contienda, fue, lo reconozco, un factor de cierta entidad; sin embargo, no debe exagerarse su importancia. En �ltimo t�rmino, s�lo fue un simple episodio. [Tuvo gran importancia el hecho de] que los trabajadores estaban cansados. Los que apoyaban a la oposici�n no sent�an el est�mulo de una esperanza en cambios grandes y serios. Por el contrario, la burocracia combat�a con extraordinaria sa�a: [luchaba instintivamente por su futura prosperidad]. Es cierto que en este campo hubo, por lo menos, un momento de completa contusi�n, pero no lo supimos a tiempo. M�s tarde nos lo refiri� Zinoviev. Una vez, al llegar a Mosc� desde Petrogrado, encontr� el Comit� Central y a los dirigentes de Mosc� presa de verdadero p�nico. Stalin estaba sin duda urdiendo una maniobra con �nimo de asociarse a la oposici�n a expensas de sus aliados, Zinoviev y Kamenev. Esto era muy de �l. A la saz�n, las reuniones del Politbur� se celebrar�n en mi casa, a causa de mi enfermedad. Me hizo claras insinuaciones, mostrando inesperado inter�s por mi salud. Zinoviev, seg�n su relato, puso fin a aquella situaci�n equ�voca de Mosc� volviendo a Petrogrado en busca de auxilio. Emprendi� la organizaci�n de un cuadro ilegal de agitadores y tropas de choque que fueron enviados en autom�vil de un abastecimiento a otro para difundir tergiversaciones y calumnias. Sin romper con sus aliados, naturalmente, Stalin cubr�a en favor suyo el camino de retirada a la oposici�n. Zinoviev era m�s atrevido, por su car�cter aventurero e irresponsable. Stalin era precavido. Todav�a no se daba perfecta cuenta de los cambios que se hab�an operado entre los elementos m�s destacados del Partido, y, especialmente, en la m�quina sovi�tica [cambios que �l mismo hab�a fomentado]. No confiaba en su propia fuerza intelectual. Tanteaba el camino, sintiendo toda resistencia, calculando todo posible apoyo. Dej� que Zinoviev y Kamenev se comprometieran, mientras �l permanec�a reservado.
Durante este mismo debate del oto�o fue cuando se desarroll� definitivamente y se puso a prueba la t�cnica de la m�quina en su lucha con la oposici�n. En ning�n caso pod�a permitirse que la m�quina se rompiese por presi�n desde abajo. La m�quina ten�a que mantenerse firme. El Partido pod�a bajarse de nuevo, refundiese o reagruparse. Era posible expulsar a algunos miembros, pactar con otros, o asustarlos. Finalmente, cab�a hacer malabarismos con hechos y n�meros. Los hombres de la m�quina se enviaban de una a otra f�brica en autom�vil. Las Comisiones de Control, que se hab�an establecido con el prop�sito de combatir precisamente esta usurpaci�n de poder por la m�quina, se convirtieron en simples dientes de sus ruedas. En las reuniones del Partido, sobre todo, funcionarios de absoluta confianza de las Comisiones de Control anotaban el nombre de todo orador sospechoso de simpat�as por la oposici�n, y luego escudri�aban con todo af�n en su pasada vida. Siempre, o casi siempre, resultaba bastante sencillo hallar algo m�s o menos tangible (alg�n error pret�rito o simplemente un origen social dudoso) para justificar un cargo o provocar una violaci�n de la disciplina del Partido. Entonces era posible expulsar, trasladar, intimidar para imponer silencio, o concertar un arreglo con el adversario de la oposici�n.
Esta parte del trabajo de Stalin se efectuaba bajo su inmediata direcci�n. Dentro de la misma Comisi�n Central de Control ten�a su �rgano especial, capitaneado por [Soltz] Yaroslavsky, y Shkiryatov. Su misi�n consist�a en formar listas negras de los disidentes e iniciar despu�s investigaciones sobre su genealog�a en los archivos de la polic�a zarista. Stalin ten�a un archivo especial lleno de toda clase de documentos, acusaciones, rumores difamatorios contra todos los dirigentes destacados del Soviet, sin excepci�n. En 1929, cuando rompi� abiertamente con los miembros derechistas del Politbur�, Bujarin, Rikov y Tomsky, Stalin consigui� mantener a Kalinin y Vorochilov a su lado amenaz�ndoles con ponerlos en evidencia.
Kalinin, que conoc�a demasiado bien lo sucedido �ltimamente, se neg� al principio a reconocer como jefe a Stalin. Por mucho tiempo estuvo temeroso de unir su suerte a la de Stalin. "Ese caballo -sol�a decir a sus �ntimos- acabar� por meternos el carro en una zanja." Pero, gradualmente, rezongando y resisti�ndose, se volvi� primero contra m�, luego contra Zinoviev, y, por �ltimo, con m�s repugnancia todav�a, contra Rikov, Bujarin y Tomsky, con quienes estaba m�s estrechamente unido por sus opiniones moderadas. Yenukidze pas� por la misma evoluci�n, siguiendo las huellas de Kalinin, aunque m�s en la sombra y, sin duda, con un sufrimiento interior m�s hondo. Por su propia �ndole, ya que su principal caracter�stica era la adaptabilidad, Yenukidze no pudo por menos de encontrarse a s� mismo en el campo de los termid�ricos. Pero no era un arribista, ni menos un granuja. Fue duro para �l romper con viejas tradiciones, y m�s duro volverse contra personas a quienes estaba habituado a respetar. En momentos cr�ticos, Yenukidze no s�lo no manifest� un entusiasmo agresivo, sino que, por el contrario, se lament�, murmurando y resisti�ndose. Stalin estaba bien enterado de ello, y previno a Yenukidze m�s de una vez. Yo lo supe pr�cticamente de primera mano. Aunque incluso en aquellos d�as el sistema de denuncias hab�a envenenado ya no s�lo la vida pol�tica, sino tambi�n las relaciones personales, todav�a quedaban aqu� y all� algunos oasis de confianza rec�proca. Yenukidze era muy amigo de Serebryakov, a pesar de la notoriedad de este �ltimo como dirigente de la oposici�n de izquierda, y no rara vez le hac�a confidencias. "�Qu� m�s quiere [Stalin]? -se lamentaba Yenukidze-. Estoy haciendo todo lo que me pide, pero nada le basta. Pretende que reconozca que es un genio."
No todos los j�venes revolucionarios de la era zarista [eran h�roes de leyenda]. Tambi�n hab�a entre ellos algunos que no se condujeron con el debido valor durante las indagaciones [de la polic�a secreta]. Si luego compensaban tal conducta port�ndose mejor, el Partido no los expulsaba irrevocablemente, sino que los admit�a de nuevo en sus filas. En 1923, Stalin, como secretario general, comenz� a concentrar en sus manos pruebas de aquel censurable proceder, sirvi�ndose de ellas para intimidar a centenares de antiguos revolucionarios que hab�an redimido muy de sobra sus debilidades de otro tiempo. Amenaz�ndoles con dar publicidad a su antiguo historial, someti� a aquella gente a una obediencia de esclavos, reduci�ndolos poco a poco a un estado de completa desmoralizaci�n. [Los lig� a su persona para siempre oblig�ndolos a desempe�ar las tareas m�s sucias en sus maquinaciones contra la oposici�n.] Aquellos que se negaron a humillarse fueron triturados pol�ticamente por la m�quina o se vieron impelidos al suicidio. As� pereci� uno de mis m�s pr�ximos colaboradores, mi secretario particular Glazman, hombre de excepcional modestia y [de ejemplar] devoci�n al Partido, [muy templado y sensible, revolucionario de impecable honestidad. Se] suicid� ya en 1924. Su acto de desesperaci�n produjo una impresi�n tan desfavorable que la Comisi�n Central de Control se vio obligada a exculparle despu�s de muerto y a formular una censura (muy cauta y suave) a su propio �rgano ejecutivo.
[Dos a�os despu�s se produjo un intento descarado de agresi�n sangrienta. Aunque Trotsky y Muralov ya estaban en desgracia, su situaci�n a�n no hab�a cristalizado. Era el a�o 1926. En julio, Zinoviev, que entretanto hab�a roto con Stalin y formado un bloque oposicionista con Trotsky y Kamenev, fue eliminado del Politbur�. Tres meses despu�s, en el subsiguiente Pleno del Comit� Central y de la Comisi�n Central de Control, expulsaron de aquel organismo a otros dos dirigentes de la oposici�n. En el �nterin, Trotsky y su esposa], acompa�ados por Muralov y otros camaradas del tiempo de la guerra civil, personalmente afectos, salieron para unas breves vacaciones en el C�ucaso. Yenukidze puso [a su disposici�n] la misma casita que hab�a ocupado otras veces en Kislovodsk. Trotsky fue objeto de iguales deferencias que de costumbre. Las autoridades locales le mostraron respeto sincero e incluso entusiasmo en ocasiones sin poderlo ocultar. En reuniones casuales o no casuales, saludaban a Le�n Davidovich [Trotsky] con genuina efusi�n. En todos los sanatorios de Kislovodsk invitaron sucesivamente a Le�n Davidovich a dar conferencias. Todo el mundo le acog�a bien y acud�a a despedirle con ostensible agrado. Sin embargo, la presi�n del Centro pod�a observarse ya. Oficialmente las provincias no hab�an recibido �rdenes de cambiar de "frente". Stalin no se atrev�a a�n a dar tales �rdenes abiertamente. Pero de manera subrepticia tuvo ocasi�n de dar a conocer sus deseos a los s�trapas que le serv�an. En consecuencia, de vez en citando tropez�bamos con manifestaciones de ostensible frialdad por parte de alg�n que otro grupo reci�n llegado de Mosc�. Nos dijeron que en algunos sanatorios se discut�a si era o no procedente invitar a L. D. Pero los opuestos a invitarle eran hasta entonces tan pocos y de tan escasa influencia, que sigui� siendo invitado por decisi�n un�nime, ante la insistencia de una mayor�a entusiasta. Tal franca expresi�n de simpat�a a L. D. no era ya tolerable en Mosc�.
Muralov fue bien informado de cuanto ocurr�a. Era muy delicado y comprensivo para estas cosas. Nosotros est�bamos inquietos, y en guardia constantemente. Como de costumbre, las partidas de caza eran organizadas por la G.P.U. local, porque conoc�a mejor las condiciones locales. Continu�bamos confiados a su custodia y protecci�n, como antes. Pero ante el cambio de circunstancias, esta guardia de la G.P.U. adquiri� un doble sentido, no exento de peligro. Ya no pusimos en ella tanta seguridad como en la guardia personal de L. D., que nos hab�a acompa�ado desde Mosc� y estaba ligada a L. D. por los estrechos lazos del frente en la guerra civil.
Una vez volvimos de caza algo m�s tarde que de costumbre. El retraso no fue culpa nuestra; m�s bien supusimos que era premeditado. A medianoche, justamente cuando nos acerc�bamos a Kislovodsk, descarril� de pronto el tranv�a en que �bamos, se desvi� describiendo un c�rculo y se detuvo bruscamente. Nos ca�mos todos, sin darnos cuenta al principio de lo ocurrido. Los empleados que trataron de explicarnos la causa de aquel accidente estaban muy azorados. Sus explicaciones no ten�an sentido. Parec�a aquello un "accidente" premeditado y frustrado, sin duda una venganza por el �xito de L. D. en Kislovodsk. El "atrasado" C�ucaso y todas las provincias en su compa��a, necesitaban aprender mediante un buen escarmiento.
No mucho despu�s de esto, la presi�n ejercida sobre miembros y simpatizantes de la oposici�n izquierdista fue aumentando poco a poco. El trato de que fueron objeto los centenares de personas que pusieron sus firmas en la declaraci�n de los 83, de 26 de mayo de 1927, s�lo fue superado en brutalidad y cinismo por el que sufrieron los miles que los apoyaron verbalmente. Fueron obligados a comparecer ante Tribunales del Partido, s�lo porque en reuniones del Partido expresaban criterios distintos del consagrado por el Comit� Central stalinista, que de este modo les privaba, descaradamente como miembros del Partido de sus m�s elementales derechos en calidad de tales. La opini�n p�blica del Partido estaba siendo preparada para la franca expulsi�n de los oposicionistas. Esto se reforz� mediante ciertas extra�as medidas adoptadas contra miembros y simpatizantes de la oposici�n. "Os hab�is estado riendo de la bolsa del trabajo", dijo amenazador un miembro del Politbur� y del Comit� Central del Partido Comunista ucraniano, en una de las reuniones que el Partido celebr� en Jarkov. "Os echaremos de vuestros puestos", conminaba en Mosc� el secretario del Comit� del Partido de esta ciudad. [Y no eran simples bravatas. Cuando] se vio que la amenaza del hambre no hac�a callar a la oposici�n, el Comit� Central recurri� abiertamente a la G.P.U. Ten�a uno que estar ciego para no darse cuenta de que la lucha contra la oposici�n por tales medios era una lucha contra el Partido. �Podr�a hablarse de unidad, esgrimiendo tales armas? �Qu� significaba la unidad para los stalinista s? �Se trataba acaso de la unidad del lobo con el cordero que se estaba engullendo...?
En la primavera de 1924, despu�s de uno de los plenos del Comit� Central, al que no asist� por estar enfermo, dije a [l. N.] Smirnov: "Stalin se har� dictador de la U.R.S.S." Smirnov conoc�a bien a Stalin. Hab�an compartido la labor revolucionaria y el destierro a�os enteros, y en tales condiciones, la gente llega a conocerse mejor que de ning�n otro modo.
-�Stalin? -me pregunt�, asombrado-. �Pero si es una mediocridad, una nulidad incolora!
-Mediocridad, s�; nulidad, no -le contest�-. La dial�ctica de la historia le ha enganchado y le elevar�. Le necesitan todos: los fatigados radicales, los bur�cratas, los de la N.E.P., los kulaks, los advenedizos, los rastreros, todos los gusanos que surgen del revuelto suelo de la Revoluci�n. �l sabe c�mo tratarlos en su propio terreno, habla su lenguaje y conoce el modo de conducirlos. Tiene la merecida reputaci�n de viejo revolucionario, que le hace inapreciable para ellos como visera para cubrir los ojos del pa�s. Le sobra voluntad y audacia. No vacilar� en utilizarlos y moverlos contra el Partido; ya ha comenzado a hacerlo. Ahora mismo est� disponiendo en torno suyo a los solapados bribones del Partido, a los diestros trampistas. Como es natural, pueden producirse en Europa, en Asia y en nuestro pa�s grandes acontecimientos que trastornen todos estos planes. Pero si todo contin�a autom�ticamente como hasta aqu�, Stalin se convertir� autom�ticamente en dictador.
En 1926 tuve una discusi�n con Kamenev, que insist�a en que Stalin no era m�s que "un pol�tico de villorrio". Naturalmente, hab�a una part�cula de verdad en caracterizaci�n tan sarc�stica, pero s�lo una part�cula. Atributos de car�cter tales como la astucia, la perfidia, la habilidad de explotar los m�s ruines instintos de la naturaleza humana, est�n desarrollados en grado extraordinario en Stalin, y considerando la fortaleza de su car�cter, representan armas temibles en una contienda. Claro que no es una contienda cualquiera. La lucha para liberar a las masas requiere otros atributos. Seleccionar a hombres para puestos privilegiados, unirlos en el esp�ritu de casta, debilitar y disciplinar a las masas, son, en cambio, tareas para las cuales los atributos de Stalin no tienen precio y le convierten por derecho propio en caudillo de la reacci�n burocr�tica. [Sin embargo,] Stalin sigue siendo una mediocridad. No s�lo carece de vuelo su entendimiento, sino que es incapaz de discurrir con l�gica. Cada frase de sus discursos tiene una finalidad pr�ctica inmediata. Pero un discurso suyo, en conjunto, nunca se eleva al rango de una construcci�n l�gica.
Si Stalin hubiera podido prever hasta d�nde conducir�a su lucha contra el trotskismo, indudablemente se hubiera contenido a pesar de la perspectiva de victoria contra sus antagonistas. Pero no previ� absolutamente nada. Los vaticinios de sus adversarios, de que se convertir�a en adalid del Termidor, en enterrador del Partido de la Revoluci�n, le parec�an vanas fantas�as [y expresiones huecas]. Cre�a en la suficiencia de la m�quina del Partido, en su capacidad de realizar todas las tareas. No ten�a la menor idea del papel hist�rico que estaba representando. La falta de imaginaci�n creadora, su incapacidad de generalizar y prever mat� en Stalin al revolucionario tan pronto empu�� por su cuenta el tim�n. Pero esos mismos rasgos, respaldados por su autoridad de antiguo revolucionario, le permitieron disimular el auge de la burocracia termid�rica.
Su ambici�n adquiri� un tinte de asi�tica incultura, intensificada por la t�cnica europea. Le era indispensable que la Prensa le ensalzase a diario con extravagancia, publicara sus retratos, se refiriera a �l con el m�s m�nimo pretexto, e imprimiese su nombre en grandes titulares. Hoy, hasta los telegrafistas saben que no deben admitir un telegrama dirigido a Stalin en que no se le llame padre del pueblo, o el gran maestro, o genio. La novela, la �pera, el cine, la pintura, la escultura, incluso las exposiciones agr�colas, todo ha de girar en torno a Stalin como en torno a su eje. La literatura y el arte de la �poca estalinista pasar�n a la historia como ejemplo del m�s absurdo y abyecto bizantinismo. [En 1925, Stalin estaba resentido con Lunacharsky porque �ste hab�a dejado de mencionarle en un libro suyo como uno entre muchos pronombres. Pero unos doce o m�s a�os despu�s] el gran escritor [ruso] Alexis Tolstoy, que lleva el nombre de uno de los m�s insignes y m�s independientes escritores del pa�s, escrib�a a prop�sito de Stalin:

T�, refulgente sol de las naciones,
 sol sin ocaso de nuestra �poca,
y m�s que el sol, pues el sol no es sapiente...

[y Stalin lo tom� en serio. Le complace. Y m�s a�n se regocija, sin duda, cuando alg�n escritor de segunda fila se acerca m�s a su propio nivel literario con el siguiente Canto al sol que vuelve, que dice, entre otras cosas: ]

De Stalin nos llega la luz,
y de Stalin nuestra pr�spera vida...
aun la buena vida de la tundra que baten las nieves
la vivimos unidos a �l,
al hijo de Lenin,
 a Stalin el sabio.

[Stalin no advierte que tales efusiones literarias suenan] m�s a gru�ido de puerco [que a poes�a]. El art�culo sobre el zar Alejandro III, de "dichoso reinado", escrito para una Enciclopedia rusa por un obsequioso cortesano, es un modelo de veracidad, moderaci�n y buen gusto comparado con el art�culo sobre Stalin inserto en la postrer Enciclopedia sovi�tica.

El bloque con Zinoviev y Kamenev contuvo a Stalin. Habiendo pasado largos per�odos de aprendizaje bajo Lenin, apreciaba el valor de las ideas y de los programas. Aunque de vez en cuando incurr�a en monstruosas desviaciones del programa del bolchevismo, y en violaciones de su integridad ideol�gica, todo ello con apariencias de subterfugio militar, nunca traspon�a ciertos l�mites. Pero cuando el triunvirato se deshizo, Stalin se encontr� libre de todo freno ideol�gico. Los miembros de] Politbur� no se vieron ya desconcertados por su falta de fondo o su extrema ignorancia. Discusiones y argumentos perdieron toda su influencia, especialmente en lo relativo a asuntos del Komintern. Por aquel tiempo, ni un solo miembro del Politbur� hubiera reconocido que ninguna de las secciones extranjeras tuviese la menor significaci�n independiente. Todo se reduc�a a la cuesti�n de si estaban "por" o "contra" la oposici�n. En el curso de los a�os precedentes, una de mis tareas en el Komintern hab�a consistido en observar el movimiento obrero franc�s. Despu�s del levantamiento en el Komintern, que comenz� a fines de 1923 y persisti� todo el a�o 1924, los nuevos dirigentes de las diversas secciones tend�an a desviarse cada vez m�s de las viejas doctrinas. Recuerdo que una vez llev� a una sesi�n del Politbur� el �ltimo n�mero del �rgano central del Partido Comunista franc�s y traduje unos pasajes del art�culo program�tico. Aquellos pasajes expresaban con tal vigor la ignorancia de sus [autores] y su oportunismo, que por un minuto hubo cierta confusi�n en el Politbur�. Pero, naturalmente, ellos no pod�an abandonar a sus "muchachos". El �nico miembro de aquel Politbur� stalinista que cre�a saber algo de franc�s, eco tenue de sus a�os escolares de adolescente, era Rudzutak. Me pidi� el recorte y comenz� a traducirlo a primera vista, omitiendo palabras y frases desconocidas para �l, deformando el sentido de otras, y adicionando sus propios caprichosos comentarios. Al punto, todos le apoyaron a coro. Es dif�cil dar idea del sentimiento de pena, de indignaci�n...
Hoy parecer�a casi in�til someter a una evaluaci�n te�rica la producci�n de literatura contra el trotskismo que, a pesar de la escasez de papel, inund� literalmente la Uni�n Sovi�tica. El mismo Stalin no hubiera podido volver a leer todo cuanto escribi� y dijo aproximadamente desde 1923 a 1929, pues est� en flagrante contradicci�n con todo lo que escribi�, dijo e hizo en el curso del decenio siguiente. Tan por completo lo repudia con sus �ltimos asertos, que reproducir esa basura pol�tica, incluso en extractos de suma concisi�n, ser�a una labor de S�sifo para m�, y tan ins�pida como agua de fregar para el paciente lector. Para nuestro objeto es suficiente indicar s�lo las pocas ideas nuevas salientes que, poco a poco, cristalizaron en el curso de la pol�mica entre la m�quina stalinista y la oposici�n, y adquirieron importancia decisiva en cuanto proporcionaban puntos ideol�gicos de apoyo a los iniciadores de la lucha contra el trotskismo. En torno a esas ideas se agruparon las fuerzas pol�ticas. Eran tres en conjunto, y a su tiempo se suplieron y remplazaron en parte unas a otras. 
La primera se refer�a a la industrializaci�n. El triunvirato comenz� alz�ndose contra el programa de industrializaci�n preconizado por m� y a favor de la pol�mica lo tildaron de superindustrializaci�n. Tal actitud se intensific� a�n m�s cuando se deshizo el triunvirato y Stalin form� bloque con Bujarin y el ala derecha. La tendencia general del criterio oficial contra la llamada superindustrializaci�n, sosten�a que la industrializaci�n r�pida �nicamente es posible a costa del campesinado. Por consiguiente, hay que avanzar a paso de caracol. La cuesti�n del ritmo de la industrializaci�n no tiene importancia, en realidad; y as�, sucesivamente. Lo cierto es que la burocracia no quer�a perturbar a aquellas capas de la poblaci�n que hab�an comenzado a enriquecerse, a la espuma de la peque�a burgues�a nepista. este fue su primer error de bulto en su lucha contra el trotskismo. Pero nunca reconoci� su error. Simplemente dio un salto mortal a prop�sito del asunto, y acometi� alegremente la tarea de batir todos los antiguos records de superindustrializaci�n..., por desgracia, predominantemente en el papel y en los discursos.
En la segunda fase, durante 1924, la lucha se concentr� contra la teor�a de la revoluci�n permanente. El contenido pol�tico de esta contienda se redujo a la tesis de que no estamos interesados en la revoluci�n internacional, sino en nuestra propia seguridad, a fin de desarrollar nuestra econom�a. La burocracia ten�a cada vez m�s miedo de arriesgar su posici�n por el peligro de complicaci�n impl�cita en una pol�tica revolucionaria internacional. La campa�a contra la doctrina de la revoluci�n permanente, carente de valor te�rico intr�nseco, sirvi� de expresi�n a una desviaci�n conservadora nacionalista del bolchevismo. De esta lucha surgi� la teor�a del socialismo en un pa�s aislado. S�lo entonces vinieron Zinoviev y Kamenev a comprender las complicaciones de la lucha que ellos mismos iniciaran.
La tercera idea de la burocracia en su campa�a contra el trotskismo se relacionaba con la lucha contra la nivelaci�n, contra la igualdad. El aspecto te�rico de esta contienda ten�a el car�cter de curiosidad. En la carta de Marx relativa al programa de Gotha de la Socialdemocracia alemana, Stalin hall� una frase en el sentido de que durante el primer per�odo del socialismo, la desigualdad, o, como Marx dec�a, la prerrogativa burguesa en la esfera de la distribuci�n ha de mantenerse a�n. Marx no quer�a significar con esto la creaci�n de una nueva desigualdad, sino simplemente una eliminaci�n gradual m�s bien que repentina de la antigua desigualdad en la esfera de la retribuci�n. Esta cita se interpreta err�neamente como declaraci�n de los derechos y privilegios de los bur�cratas y sus sat�lites. El futuro de la Uni�n Sovi�tica quedaba ah� divorciado del futuro del proletariado internacional, y la burocracia se encontraba con una justificaci�n te�rica de privilegios v poderes especiales sobre las masas trabajadoras dentro de la Uni�n Sovi�tica.
Parec�a como si la Revoluci�n hubiese combatido y vencido expresamente para la burocracia, que re��a furiosa y sa�uda batalla contra la nivelaci�n, la cual amenazaba sus privilegios, y contra la revoluci�n permanente, que pon�a en peligro su existencia misma. No es extra�o que en esta lucha encontrase Stalin muchedumbre de partidarios. Entre ellos hab�a antiguos liberales, essars y mencheviques. Acud�an a bandadas al Estado e incluso a la m�quina del Partido, cantando hosannas al sentido pr�ctico de Stalin.
La lucha contra la superindustrializaci�n se sostuvo con mucha cautela en 1922, y abierta y tempestuosamente se inici� a toda publicidad en 1924, y continu� luego en distinta forma y con diversas interpretaciones en el curso de todos los a�os siguientes. La lucha contra las acusaciones de Trotsky sobre la desigualdad comenz� hacia fines de 1925, y se convirti�, en esencia, en el eje del programa social de la burocracia. La controversia relativa a la superindustrializaci�n se llev� franca y directamente en provecho de los kulaks. El paso de caracol en el desarrollo industrial se necesitaba para dar al kulak un ant�doto anodino contra el socialismo. Esta filosof�a era, al mismo tiempo la filosof�a del ala derecha, adem�s de ser la del centro stalinista. La teor�a del socialismo en un solo pa�s fue propugnada en aquel per�odo por un bloque de la burocracia, con la peque�a burgues�a agraria y urbana. La lucha contra la igualdad uni� m�s s�lidamente que nunca a la burocracia, no s�lo con la peque�a burgues�a agraria y urbana, sino tambi�n con la aristocracia obrera. La desigualdad se transform� en la base social com�n, la fuente y la raz�n de ser de estos aliados. De este modo, v�nculos econ�micos y pol�ticos solidarizaron a la burocracia y a la peque�a burgues�a de 1923 a 1928.
Entonces fue cuando el Termidor ruso despleg� su m�s evidente semejanza con su prototipo franc�s. Durante aquel per�odo se permiti� al kulak tomar en alquiler la tierra del campesino pobre y alquilar a �ste como jornalero suyo. Stalin se dispon�a ya a dejar la tierra a propietarios particulares por un per�odo de cuarenta a�os. Poco despu�s de la muerte de Lenin hizo una tentativa clandestina de transferir la tierra Nacionalizada, como propiedad particular, a los campesinos de su Georgia natal, bajo la apariencia de "posesi�n" de "parcelas particulares" por "muchos a�os". Aqu� puso una vez m�s de manifiesto lo fuertes que eran sus antiguas ra�ces agrarias y su dominante y profundo nacionalismo georgiano. Por orden secreta de Stalin, el comisario popular georgiano de Agricultura prepar� un proyecto para dar la tierra en posesi�n a-los campesinos. S�lo la protesta de Zinoviev, que tuvo noticia de la conspiraci�n, y la alarma levantada por el proyecto en los c�rculos del Partido, obligaron a Stalin, que a�n no se sent�a seguro de s� mismo, a repudiar su propio proyecto. Naturalmente, la cabecea de turco result� ser en este caso el infortunado comisario popular georgiano.
Pero Stalin y su aparato se hicieron cada vez m�s osados, especialmente despu�s de librarse de la influencia moderadora de Zinoviev y Kamenev. En efecto, la burocracia llev� tan lejos su atrevimiento en favor de los intereses y peticiones de sus aliados, que en 1927, todos se dieron cuenta, como desde un principiase la dio todo economista letrado, de que las exigencias de su aliado burgu�s eran limitadas por su propia naturaleza. El kulak quer�a la tierra, su exclusiva propiedad. El kulak quer�a tener derecho a disponer libremente de su cosecha entera. El kulak hac�a todo lo posible por crear sus propios agentes en la ciudad, en forma de comerciantes e industriales libres. El kulak no quer�a transigir con entregas forzosas a precios fijos. El kulak, juntamente con el industrial modesto, trabajaba por la completa restauraci�n del capitalismo. As� se inici� la irreconciliable brega alrededor del producto sobrante del trabajo nacional. �Qui�n dispondr� de �l en el pr�ximo futuro: la nueva burgues�a o la burocracia sovi�tica? �sta fue la inmediata cuesti�n planteada. Quien disponga del producto sobrante cuenta con el poder del Estado. As� comenz� la lucha entre la peque�a burgues�a, que hab�a ayudado a la burocracia a quebrantar la resistencia de las masas obreras y de sus portavoces de la oposici�n izquierdista, y la misma burocracia termid�rica, que hab�a ayudado a la peque�a burgues�a a dominar a las masas agrarias. Era una porf�a descarada por el poder y la renta.
Evidentemente, la burocracia no derrot� a la vanguardia proletaria, se libr� de las complicaciones de la revoluci�n internacional y legitim� la filosof�a de la desigualdad, para rendirse luego a la burgues�a y convertirse en criado suyo, y ser acaso desplazada a su vez de la olla del Estado. La burocracia se asust� mortalmente de las consecuencias de su pol�tica de seis a�os. En consecuencia, volviose airada contra el kulak y el nepista. Al mismo tiempo, emprendi� el llamado tercer per�odo y la lucha contra los derechistas. A los ojos de los papanatas, la teor�a y la pol�tica del tercer per�odo pareci� lana vuelta a los principios b�sicos del bolchevismo. Pero no hab�a nada de eso. Se trataba s�lo de un medio para un fin, el fin de barrer a la oposici�n derechista y a sus sat�lites. Las est�pidas travesuras del famoso tercer per�odo dentro y fuera del pa�s son demasiado recientes para que necesiten descripci�n aqu�. Ser�an rid�culas, si sus efectos sobre las masas no hubieran sido tan tr�gicos. No es un secreto para nadie que en la lucha contra el ala derecha, Stalin acept� la limosna de la oposici�n de izquierda. �l no aport� una sola idea. Su labor intelectual se limit� a amenazar y a repetir las consignas y argumentos de la oposici�n, deform�ndolos demag�gicamente, como es natural. No solamente recogi� los viejos gui�apos de la oposici�n, sino que, para disimularlos, arranc� de ellos pedazos, y sin tomarse el trabajo de unirlos para formar una nueva ense�a (tales primores nunca le inquietaron) cubri� con ellos su desnudez a comp�s de las necesidades. Sin embargo, no puede decirse que aquellos andrajos, compuestos de una manga izquierda, un bolsillo derecho, una pernera (todo ello cortado a la medida de alg�n otro), pudieran estimarse como vestimenta satisfactoria para la desnudez del l�der. Y sus secuaces no le pod�an ayudar, pues hab�an de ajustar perfectamente su paso a los movimientos del padre de naciones.
La literatura de la oposici�n de izquierda en 1926-1927, en cambio, se distingue por su excepcional riqueza. La oposici�n reaccion� a cada indicio de vida fuera y dentro del pa�s, a cada acto del Gobierno, a cada decisi�n del Politbur�, con documentos individuales y colectivos dirigidos a las diversas instituciones del Partido, principalmente al Politbur�. Aquellos fueron los a�os de la Revoluci�n china, del Comit� anglorruso y de una gran confusi�n en cuestiones internas. La burocracia continuaba a�n tanteando su camino, dando tumbos de derecha a izquierda y luego a la inversa. Mucho de lo que escribi� la oposici�n, no estaba destinado a la Prensa general, sino s�lo a informar a las instituciones rectoras del Partido. Pero, incluso lo que se escrib�a especialmente para Pravda o para la resista te�rica mensual El Bolchevique, nunca lleg� a publicarse en la Prensa sovi�tica.
La mayor�a del Politbur� hab�a resuelto firmemente estrangular a la oposici�n (al menos, ahogarla, sofocara, eliminarla, paralizarla), Este era el modo de contestar Stalin a los argumentos. No todos los miembros del Politbur� estaban conformes con este m�todo; pero, poco a poco, Stalin los hizo participar en la pelea. Fue podando sus reservas mentales, limando sus prejuicios y haciendo cada paso ulterior consecuencia inevitable del precedente. All� estaba �l en su elemento; en tal ambiente, su maestr�a era indiscutible. Lleg� una �poca en que los miembros disconformes del Politbur� se cansaron de protestar, siquiera comedidamente, contra los disparates de los "activistas" m�s torpes de Stalin. Y, poco a poco, se vieron impulsados desde un silencio indiferente a la p�blica aprobaci�n de un atropello tras otro...
La parte de los escritos oposicionistas que consegu� llevarme en ocasi�n de mi expulsi�n a Turqu�a, se conserva actualmente en la Biblioteca de Harvard y est� a disposici�n de cuantos puedan interesarse por el estudio de la rese�a de aquella notable pugna en las fuentes originales. Repasando esos documentos mientras escribo la presente obra (esto es, casi quince a�os despu�s), tengo que admitir que la oposici�n estaba acertada en dos aspectos: vaticinaba con raz�n y hablaba intr�pidamente a la vez; dio pruebas de notable br�o y persistencia en el desarrollo de su l�nea pol�tica. Los argumentos de la oposici�n nunca han sido refutados. No es dif�cil imaginarse el furor que despertaban en Stalin y en los �ntimos de su camarilla. La superioridad intelectual y pol�tica de los representantes de la oposici�n sobre la mayor�a del Politbur� se echa de ver en cada l�nea de los documentos Oposicionistas. Stalin nada ten�a que decir en respuesta, ni intent� nunca darla. Recurr�a al mismo m�todo que hab�a sido parte de s� mismo desde su temprana juventud, y que consist�a en no discutir con un adversario, descubriendo sus propias opiniones delante de un auditorio, sino comprometerle personalmente, y si le era posible, exterminarle f�sicamente. Su impotencia intelectual ante la argumentaci�n, ante la cr�tica, daba origen a la furia, y �sta, a su vez, le impulsaba a apresurar sus medidas para liquidar a la oposici�n. As� pasaron los a�os 1926-1927. Aquel per�odo constituy� simplemente un ensayo general de la perfidia y la degeneraci�n que asombraron al mundo diez a�os despu�s.
A un lado de esa gran pol�mica estaba la oposici�n de izquierda, intelectualmente iluminada, incansable en sus demostraciones e indagaciones, esforz�ndose con af�n por hallar soluci�n adecuada a los problemas de las mudables situaciones internacionales e internas, sin violar por ello las tradiciones del Partido. Al otro lado, el fr�o empe�o de la pandilla burocr�tica para dar buena cuenta de sus cr�ticos, de sus contendientes, de los perturbadores que no los dejaban tranquilos, que no les permit�an disfrutar en paz del triunfo que hab�an conseguido. Mientras algunos miembros de la oposici�n estaban atareados analizando los errores b�sicos de la pol�tica oficial en China o sometiendo a cr�tica el bloque con el Consejo General de los Sindicatos Brit�nicos, Stalin hizo correr el rumor de que la oposici�n apoyaba a Austin Chamberlain contra la Uni�n Sovi�tica, que �ste o el otro oposicionista estaba usando indebidamente autom�viles del Estado, que Kamenev hab�a firmado un telegrama a Miguel Romanov, que Trotsky hab�a escrito una carta fren�tica contra Lenin. Y siempre las fechas, las circunstancias, todos esos detalles quedaban envueltos en niebla.
No eran �stos solos los m�todos de refutaci�n stalinista. �l y sus paniaguados descend�an, incluso, a pescar en las fangosas aguas del antisemitismo. Me acuerdo, sobre todo, de una caricatura en la Rabochaya Gazeta (Gaceta de los Trabajadores), titulada "Los camaradas Trotsky y Zinoviev". Hubo muchas de estas caricaturas y aleluyas de car�cter antisemita en la Prensa del Partido, que eran acogidas con socarronas risitas. La actitud de Stalin ante este creciente antisemitismo era de amistosa neutralidad, Pero las cosas llegaron a tal punto, que tuvo necesidad de atajarlas con una declaraci�n p�blica del tenor siguiente: "Estamos combatiendo a Trotsky, Zinoviev y Kamenev, no porque sean jud�os, sino porque son oposicionistas", etc. Era absolutamente claro para cualquiera que discurriese pol�ticamente que su declaraci�n deliberadamente equ�voca, iba simplemente contra los "excesos" de Antisemitismo, difundiendo a la vez por toda la Prensa sovi�tica el significativo recordatorio: "No olvid�is que los l�deres de la oposici�n son jud�os." Tal declaraci�n dio carta blanca a los antisemitas.
La mayor�a de los miembros del Partido vot� por la derrota de la oposici�n contra su voluntad, contra sus simpat�as, contra sus recuerdos mismos. Se hab�an visto inducidos a votar como lo hicieron gradualmente, bajo la presi�n de la m�quina, lo mismo que la m�quina fue lanzada a la lucha contra la oposici�n de arriba abajo. Stalin dej� los papeles principales a Zinoviev, Kamenev, Bujarin y Rikov, porque estaban mucho mejor pertrechados que �l para sostener una pol�mica abierta contra la oposici�n, pero, a la vez, porque no quer�a quemar tras �l todos los puentes. Los fuertes golpes descargados sobre la oposici�n, golpes que por entonces parecieron decisivos, despertaron una simpat�a secreta, pero, no obstante, profunda por los vencidos y decidida hostilidad hacia los vencedores, especialmente hacia las dos figuras m�s visibles, Zinoviev y Kamenev. Stalin acumulaba capital entonces tambi�n. P�blicamente se disoci� de Kamenev y Zinoviev, haci�ndoles aparecer como principales culpables de la impopular campa�a contra Trotsky. Y asumi� el papel de conciliador, de mediador imparcial y moderado en la lucha faccional.
En 1925, Zinoviev, tratando de impresionar a Rakovsky con sus triunfos de bander�a, dijo, hablando de m�: "Un pol�tico mediocre. No supo dar con la t�ctica adecuada. Por eso le desbancaron." Un a�o despu�s, este infortunado detractor de mi t�ctica estaba llamando humildemente a la puerta de la oposici�n izquierdista. Ni �l ni Kamenev pudieron imaginarse todav�a en 1925 que se hab�an convertido en instrumentos de la reacci�n burocr�tica; erraron entonces, como en 1917. En 1926 se dieron cuenta de que no hab�a otra "t�ctica" posible para un revolucionario, pues, al fin y al cabo, ellos eran de la vieja guardia, que no pod�a honradamente concebir el bolchevismo sin su perspectiva internacionalista y su dinamismo revolucionario. Aquello era la tradici�n que los viejos bolcheviques estaban llamados a sostener. Por eso, todo el Partido de los tiempos de Lenin los miraba como un capital irremplazable. El inter�s especial y excepcional de Lenin por la vieja generaci�n de revolucionarios se inspiraba en su consideraci�n pol�tica tanto como en su solidaridad de camarada. Cuando Zinoviev alardeaba ante Rakovsky de su propia afortunada "t�ctica" contra m�, blasonaba de haber disipado y derrochado ese capital. De 1923 a 1926, por iniciativa y, al principio, bajo la direcci�n de Zinoviev, la batalla contra el internacionalismo marxista calificado de "trotskismo" se libr� enarbolando la consigna de salvar la vieja guardia del bolchevismo. Se cre� una Comisi�n especial que vigilara el estado de salud de los viejos veteranos bolcheviques. El sesgo en direcci�n al Termidor descarado no se acus� de modo tan flagrante en nada como en las transacciones pol�ticas de la misma vieja guardia. [Aquello fue] seguido de su exterminio f�sico. La Comisi�n para cuidar de la salud de los viejos bolcheviques fue sustituida al final por un peque�o destacamento de ejecutores [de la G.P.U.], a quien Stalin agraci� con la Orden de la Bandera Roja.
Lefebvre [en su libro Les Thermidoriens] subraya que la misi�n de los termid�ricos consisti� en presentar el 9 de Termidor como un episodio de poca importancia: una simple depuraci�n de elementos enemigos para preservar el n�cleo fundamental de los jacobinos y continuar su pol�tica tradicional. En el primer per�odo del Termidor, el ataque no fue contra los jacobinos en su conjunto, sino s�lo contra los terroristas. [un proceso an�logo se repiti� en el Termidor sovi�tico.] La campa�a contra el trotskismo comenz� en defensa de la vieja guardia y de la l�nea pol�tica bolchevique; continu� en nombre de la unidad del Partido y culmin� con el exterminio f�sico de los bolcheviques en su integridad. Durante ambos Termidores este aniquilamiento de revolucionarios se llev� a cabo en nombre de la Revoluci�n y, al parecer, por el m�ximo inter�s de la misma. Los jacobinos no fueron exterminados por jacobinos, sino por terroristas, por robespierristas, etc.; de manera an�loga, los bolcheviques no fueron aniquilados como tales, sino como trotskistas, zinovievistas, bujarinistas... Hay una notable similitud entre la expresi�n rusa Tratskitskoye ojvostiye, que adquiri� plenos derechos civiles en las publicaciones sovi�ticas, y el t�tulo de un folleto publicado por la M�h�e de la Touche el 9 de Fructidor, La queue de Robespierre. Pero la semejanza entre ambos m�todos termid�ricos fundamentales es a�n m�s notable. Lefebvre escribe que el d�a siguiente al 9 de Termidor, hablando en nombre de los miembros del Comit� de Salud P�blica, Barère aseguraba a la Convenci�n que nada importante hab�a ocurrido.

* Hablando en su nombre el 10 de Termidor, Barère declar� que los sucesos ocurridos el d�a anterior no eran m�s que "una peque�a perturbaci�n que dejaba intacto al Gobierno...".

[Y tres semanas despu�s: ]

* El 2 de Fructidor (19 de agosto), Louchet, el mismo hombre que hab�a presentado la acusaci�n contra Robespierre, describ�a el progreso de la reacci�n, volv�a a pedir que se arrestase a todos los sospechosos, y declaraba que era necesario "mantener el Terror en el orden del d�a...".

[Este golpe contra la izquierda dej� naturalmente desenfrenada a la derecha, y las pasiones subieron de punto: ]

* Los termid�ricos, forzando el nuevo estado de cosas, ten�an sobre todo temor de... una sublevaci�n. Los elementos derechistas explotaban este temor. Comenz� entonces una "purga" de clubs, con arrestos y asesinatos de jacobinos. Los derechistas, sostenidos por los de Termidor, hicieron lo posible desde aquel momento por presentar todo signo de descontento, cr�tica o indignaci�n, tanto en Par�s como en provincias, cual si fuese prueba de conspiraci�n por parte de los terroristas.

El prestigio de los dirigentes todos, y no s�lo el prestigio personal de Lenin, constitu�an en su totalidad la autoridad del Comit� Central. El principio de jefatura individual era absolutamente ajeno al Partido. �ste escog�a las figuras m�s populares para la direcci�n, pon�a en ellos su confianza y admiraci�n, pero continuaba adherido a la idea de que la direcci�n efectiva encarnaba en el Comit� Central indivisible. Esta tradici�n fue aprovechada con gran ventaja por el triunvirato, que insist�a sobre la superioridad del Comit� Central respecto a toda autoridad individual. Stalin, arbitraste, centrista y ecl�ctico por excelencia, experto en peque�as dosis gradualmente administradas, se sirvi� c�nicamente de aquella confianza [en el Comit� Central] para su beneficio propio.
A fines de 1925, Stalin todav�a hablaba a los dirigentes en tercera persona e instigaba al Partido contra ellos. Recib�a los aplausos de la capa media de la burocracia, que rehusaba inclinar su cabeza ante l�der alguno. Pero, en realidad, Stalin era ya un dictador. Era un dictador, pero a�n no lo percib�a, y nadie lo estimaba como tal. Era un dictador, no por la fuerza de su personalidad, sino por el poder de la m�quina pol�tica que hab�a roto con sus l�deres antiguos. Todav�a en el XVI Congreso de 1930, Stalin dijo: "�Pregunt�is por qu� hemos expulsado a Trotsky y a Zinoviev? Porque no queremos tener arist�cratas en el Partido, porque s�lo tenemos una ley en el Partido, y todos los miembros del Partido tienen los mismos derechos." Y lo reiter� m�s tarde, en el XVII Congreso de 1934.
Smilga puso de relieve, hablando conmigo unos diez a�os despu�s de la insurrecci�n de octubre, que durante cinco primeros a�os existi� una tendencia encubierta a ajustar diferencias; se taponaron antiguos boquetes, se curaron viejas heridas, hubo reconciliaciones, etc., mientras que en el curso de los cinco a�os siguientes, a partir de 1923, el proceso se invirti�; las grietas se ensanchaban, la menor discrepancia se dilataba y agudizaba, y no hab�a herida sin encono. El Partido bolchevique, en su antigua forma, con sus viejas tradiciones y sus antiguos componentes, se hac�a cada vez m�s refractario a la nueva capa dominante
En esta contradicci�n est� la esencia del Termidor. Est�riles y absurdos son los trabajos de S�sifo de quienes tratan de reducir todas las posteriores vicisitudes a unos cuantos atributos origina. les, como si un partido pol�tico fuese una entidad homog�nea y un factor omnipotente de la historia. Un partido pol�tico es s�lo un instrumento hist�rico transitorio, uno de los muchos instrumentos y escuelas de la historia. El Partido bolchevique se se�al� a s� mismo como meta la conquista del poder por el proletariado. Puesto que el Partido realiz� esa tarea por primera vez en la historia y enriqueci� la experiencia humana con tal haza�a, ha cumplido una misi�n hist�rica trascendental. S�lo quienes se perecen por la discusi�n abstrusa pueden pedir de un partido pol�tico que sojuzgue y elimine los factores, mucho m�s poderosos, de masas y clases hostiles a �l. La limitaci�n del partido como instrumento hist�rico se manifiesta por el hecho de que al llegar a cierto punto, en un determinado momento, comienza a disgregarse. Bajo la influencia de presiones internas y externas, se resquebraja y agrieta, y sus �rganos comienzan a atrofiarse. Iniciado este proceso de descomposici�n, lentamente al principio, en 1923, su ritmo aument� de prisa. El viejo Partido bolchevique y sus antiguos cuadros heroicos siguieron el camino de todo ser perecedor; sacudido por accesos de fiebre y espasmos, y ataques doloros�simos, termin� por sucumbir. Para establecer el r�gimen que con toda justicia llaman stalinista, lo que en verdad hac�a falta no era un partido bolchevique, sino precisamente exterminar al Partido bolchevique.
Numerosos cr�ticos, publicistas, corresponsales, historiadores bi�grafos y diversos soci�logos de afici�n han pretendido hacer ver a la oposici�n izquierdista lo equivocado de sus m�todos, diciendo que la estrategia de esta oposici�n no era factible desde el punto de vista de la lucha por el poder. Sin embargo, no era justo el modo de examinar la cuesti�n. La oposici�n izquierdista no pod�a lograr el poder, ni esperaba siquiera lograrlo; al menos, �ste era el criterio de sus dirigentes m�s sensatos. Una lucha de la oposici�n izquierdista, de una organizaci�n marxista revolucionaria por el poder s�lo pod�a concebirse en las condiciones de un levantamiento revolucionario. En tales momentos, la estrategia se basa en la agresi�n, en el llamamiento directo a las masas, en ataque frontal contra el Gobierno. Algunos miembros de la oposici�n izquierdista hab�an tomado no escasa parte en tal lucha y ten�an conocimiento directo de c�mo efectuarlo. Pero durante los primeros a�os del segundo decenio, y m�s tarde, no hubo alzamiento revolucionario alguno en Rusia, sino todo lo contrario. En tales circunstancias no hab�a que pensar en emprender una campa�a por el poder.
Hay que tener presente que en los a�os de la reacci�n, de 1908 a 1911 y despu�s, el Partido bolchevique rehus� entablar una ofensiva directa contra la monarqu�a, limit�ndose a la tarea de preparar la eventual ofensiva luchando por el resurgimiento de las tradiciones revolucionar�as y por la conservaci�n de ciertos cuadros, sometiendo los acontecimientos sucesivos a un an�lisis constante, y utilizando toda posibilidad legal o semilegal para adiestrar a la capa m�s avanzada de los trabajadores. La oposici�n izquierdista no pod�a proceder de otro modo en condiciones semejantes. En efecto, las condiciones de la reacci�n sovi�tica eran incomparablemente m�s dif�ciles para la oposici�n que lo fueron las de la reacci�n zarista para los bolcheviques. Pero, en su fundamento, la tarea continuaba siendo la misma: conservar las tradiciones revolucionarias, mantener contacto entre los elementos avanzados dentro del Partido, analizar las peripecias del Termidor, preparar el alzamiento revolucionario en el palenque mundial, as� como en la Uni�n Sovi�tica. Hab�a peligro en que la oposici�n menospreciara sus fuerzas y abandonase prematuramente la prosecuci�n de su tarea despu�s de algunos intentos, en que la guardia avanzada necesariamente chocase no s�lo contra la resistencia de la burocracia, sino tambi�n con la indiferencia de las masas; y, asimismo, lo hab�a en que, habi�ndose convencido de la imposibilidad de asociarse abiertamente a las masas, incluso a su vanguardia, la oposici�n renunciara a la lucha y se echara a esperar tiempos mejores. Esto era exponerse a perder por completo...
La Revoluci�n machaca y destruye la maquinaria del viejo Estado. Ah� reside su esencia. La liza est� repleta de contendientes. Ellos deciden, act�an, legislan a su modo, exento de precedentes; juzgan y dan �rdenes. La esencia de la revoluci�n est� en que la misma masa se constituye en propio �rgano ejecutivo. Pero cuando la masa se retira del palenque, vuelve a sus diversas residencias, a sus viviendas particulares, perpleja, desilusionada, cansada, el teatro de los acontecimientos queda desolado. Y su frialdad se intensifica cuando lo ocupa la nueva m�quina burocr�tica. Naturalmente, los encargados de ella, inseguros de s� mismos y de las masas, tienen recelo. Por eso, en la �poca de la reacci�n victoriosa, la m�quina pol�ticomilitar desempe�a un papel mucho m�s importante que bajo el antiguo r�gimen. En esta oscilaci�n de la Revoluci�n al Termidor, la �ndole espec�fica del Termidor ruso proviene del papel que el Partido tom� en �l. La Revoluci�n francesa no tuvo nada de esto a disposici�n suya. La dictadura de los jacobinos, personificada en el Comit� de Salud P�blica, dur� solamente un a�o. Esta dictadura ten�a un efectivo apoyo en la Convenci�n, mucho m�s fuerte que los clubs y secciones revolucionarias. Aqu� est� la cl�sica contradicci�n entre la din�mica de la revoluci�n y la reflexi�n parlamentaria. Los elementos m�s activos de las clases participan en la pugna revolucionaria de fuerzas. Los dem�s (los neutrales, los que permanecen a la expectativa, los retrasados) parecen excluirse ellos mismos. En �poca de elecciones, aumenta la participaci�n, que se extiende a una porci�n considerable de los semipasivos y los semiindiferentes. En tiempos de revoluci�n, los representantes parlamentarios son enormemente m�s moderados y contemporizadores que los grupos revolucionarios a quienes representan. Para dominar la Convenci�n, los monta�eses dejaron que la Convenci�n rigiese al pueblo, mejor que los elementos revolucionarios del mismo pueblo fuera de la Convenci�n.
A pesar del car�cter incomparablemente m�s profundo de la Revoluci�n de octubre, el Ej�rcito del Termidor sovi�tico se reclut� esencialmente entre los restos de los partidos que anteriormente hab�an regido, y de sus representantes ideol�gicos. Los antiguos hacendados rurales, capitalistas, hombres de leyes, sus hijos (esto es, los que no hab�an huido al extranjero) fueron absorbidos por la m�quina del Estado, v algunos incluso por el mismo Partido. Una inmensa mayor�a de los admitidos en la maquinaria del Estado y del Partido hab�an sido anteriormente miembros de los partidos peque�oburgueses: mencheviques y essars. A �stos hay que a�adir un enorme n�mero de positivistas mondos y lirondos que hab�an estado acurrucados al margen durante la �poca tempestuosa de la Revoluci�n y la guerra civil, y que, convencidos al cabo de la estabilidad del Gobierno sovi�tico, se dedicaron con singular pasi�n a la noble tarea de asegurarse cargos permanentes y c�modos, si no en el centro, al menos en las provincias. Toda esta enorme multitud abigarrada era el soporte natural del Termidor.
Sus sentimientos iban desde el rosa p�lido al blanco n�veo. Los essars, naturalmente, estaban en todo momento y de cualquier modo dispuestos a defender los intereses de los campesinos contra las amenazas de los industrializadores de mala intenci�n, en tanto que los mencheviques, en general, consideraban que deb�a darse m�s libertad y tierra a la burgues�a rural, de la que hab�an pasado a ser portavoces pol�ticos. Los representantes que quedaban de la gran burgues�a y de los hacendados rurales, y que hab�an encontrado acceso a empleos gubernamentales, naturalmente se acogieron a los campesinos como a su tabla de salvaci�n. No pod�an esperar �xito alguno como campeones de los intereses de su propia clase, por el momento, y se daban perfecta cuenta de que habr�an de pasar un cierto lapso defendiendo a los campesinos. Ninguno de estos grupos pod�a levantar sin reserva la cabeza. Todos ellos necesitaban el tinte protector del partido dominante y del bolchevismo tradicional. La lucha contra la revoluci�n permanente significaba para ellos la lucha contra la instituci�n permanente de los despojos que hab�an sufrido. Es natural que aceptaran gustosos como dirigentes a los bolcheviques que se volv�an contra la revoluci�n permanente.
La econom�a revivi�. Apareci� un peque�o super�vit. Naturalmente, se concentr� en las ciudades, a disposici�n de las capas rectoras. Con ello vino una reanimaci�n de los teatros, restaurantes y otros establecimientos de recreo. Centenares de miles de personas de diversas profesiones que pasaron los vigorosos a�os de la guerra en una especie de coma, ahora resurg�an, estiraban sus miembros y comenzaban a participar en el restablecimiento de la vida normal. Todos ellos estaban de parte de los adversarios de la revoluci�n permanente. Todos ellos quer�an paz, crecimiento y robustecimiento del campesinado, y prosperidad continua de los establecimientos de recreo de las ciudades. Y trataban de asegurar la permanencia de este rumbo m�s bien que de la revoluci�n. El profesor Ustryalov preguntaba si la Nueva Pol�tica Econ�mica de 1921 fue una "t�ctica" o una "evoluci�n". Esta pregunta incomod� mucho a Lenin. El curso ulterior de los acontecimientos mostr� que la "t�ctica", merced a una especial configuraci�n de las condiciones hist�ricas, lleg� a ser la fuente de la "evoluci�n". La retirada estrat�gica subsiguiente del Partido revolucionario fue como el principio de su degeneraci�n.
La contrarrevoluci�n se inicia cuando comienza a desarrollarse el carrete de las conquistas sociales progresivas. Y este desarrollo no parece tener fin. Pero siempre se conservan algunas de tales conquistas. As�, a despecho de monstruosas deformaciones burocr�ticas, la base clasista de la U.R.S.S. Contin�a siendo proletaria. Pero recordemos que este proceso de desarrollo a�n no ha terminado, y que el futuro de Europa y del mundo durante los pr�ximos decenios no se ha decidido todav�a. El Termidor ruso habr�a abierto indudablemente una nueva era de dominio burgu�s, si tal dominio no se hubiese desacreditado en todo el mundo. En todo caso, la lucha Contra la igualdad y el establecimiento de diferencias sociales muy profundas no ha conseguido hasta ahora eliminar la conciencia socialista de las masas ni la nacionalizaci�n de los medios de producci�n y de la tierra, que fueron las conquistas socialistas b�sicas de la Revoluci�n. Aunque deroga tales gestas, la burocracia no se ha atrevido todav�a a recurrir a la restauraci�n de la propiedad privada de los medios de producci�n. A final del siglo XVIII, la propiedad privada de los medios de producci�n fue un factor de importancia progresiva considerable. A�n le quedaba Europa y el mundo por conquistar. Pero en nuestros tiempos, la propiedad privada es el �nico obst�culo serio que se opone al desarrollo adecuado de las fuerzas productoras. Aunque por la �ndole de su nuevo modo de vivir, su conservadurismo, sus simpat�as pol�ticas, la inmensa mayor�a de la burocracia se inclinaba hacia la nueva peque�a burgues�a, sus ra�ces econ�micas estaban bien hundidas en el terreno de las nuevas condiciones de propiedad. El crecimiento de las relaciones burguesas amenazaban no s�lo la base socialista de la propiedad, sino tambi�n los cimientos sociales de la misma burocracia. Puede haberse sentido inclinada a repudiar la perspectiva socialista de desarrollo en favor de la peque�a burgues�a; pero a ning�n precio consentir�a en repudiar sus propios derechos y privilegios para beneficiarla. Esta contradicci�n es la que condujo al dur�simo conflicto entre la burocracia y el kulak.
Rousseau ha explicado que la democracia pol�tica era incompatible con una excesiva desigualdad. Los jacobinos, representantes de la base de la peque�a burgues�a, estaban impregnados de esta doctrina. La legislaci�n de la dictadura jacobina, especialmente el papel del m�ximum, se ajustaba a estas normas. As� ocurri� tambi�n con la legislaci�n sovi�tica, que desterr� la desigualdad incluso del Ej�rcito. Bajo el r�gimen de Stalin todo esto cambi�, y hoy no s�lo existe desigualdad social, sino tambi�n econ�mica. La ha fomentado la burocracia, con cinismo y desverg�enza, en nombre de la doctrina revolucionaria del bolchevismo. En su campa�a contra las acusaciones trotskistas de desigualdad, en su agitaci�n por la escala diferencial de salarios, la burocracia invocaba las sombras de Marx y Lenin, y buscaba justificaci�n para sus privilegios escud�ndose en el afanoso campesino "medio" y en el trabajador especializado. Alegaba que la oposici�n de izquierda trataba de despojar al trabajador competente del mayor salario a que ten�a pleno derecho. Era la misma especie de disfraz demag�gico empleado por el capitalista y el terrateniente que derramaban l�grimas de cocodrilo en pro del mec�nico experto, del modesto comerciante emprendedor y del labrador sacrificado siempre. Era una maniobra magistral por parte de Stalin, y naturalmente hall� inmediato eco entre los funcionarios privilegiados, que por primera vez vieron en �l su jefe dilecto. Con desenfrenado cinismo, la igualdad se denunci� como prejuicio peque�oburgu�s; la oposici�n fue denunciada como principal enemiga del marxismo y m�xima pecadora contra los evangelios de Lenin. Reclinados en autom�viles t�cnicamente propiedad del proletariado, de camino hacia los puntos de veraneo, tambi�n propiedad del proletariado, en los cuales s�lo un pu�ado de elegidos ten�an entrada, los bur�cratas risoteaban: "�Para qu� hemos estado luchando?" Esa ir�nica frase era muy popular a la saz�n. La burocracia hab�a respetado a Lenin, pero siempre les hab�a parecido un poco fastidioso su puritanismo. Un chascarrillo corriente en 1926-1927 caracterizaba su actitud hacia los dirigentes de la oposici�n unida: ""Toleran a Kamenev, pero no le respetan; respetan a Trotsky, pero no le toleran; a Zinoviev, ni le toleran ni le respetan." La burocracia buscaba un l�der que fuese el primero entre iguales. La firmeza de car�cter de Stalin y su estrechez de miras inspiraba confianza. "No nos asusta Stalin -dec�a Yenukidze a Serebryakov-. Tan pronto como empiece a darse importancia, le destituiremos." Pero, a la postre, fue Stalin quien se desembaraz� de ellos.
El Termidor franc�s, iniciado por los jacobinos de la izquierda, se convirti� al cabo en una reacci�n contra los jacobinos. "Terrorista", "monta��s", "jacobino" se empleaban como palabras injuriosas. En las provincias se echaron al suelo los �rboles de la libertad y se pisote� la escarapela tricolor. Esto era inconcebible en la Rep�blica de los Soviets. El Partido totalitario encerraba dentro de s� todos los elementos indispensables de reacci�n, que moviliz� bajo la bandera oficial de la Revoluci�n de octubre. El Partido no toleraba competencia alguna, ni siquiera en la lucha contra sus enemigos. La campa�a contra los trotskistas no se convirti� en campa�a contra los bolcheviques porque el Partido la hab�a hecho exclusivamente suya, se�al�ndole ciertos l�mites y sosteni�ndola en nombre del bolchevismo.
A los ojos de los simplones, la teor�a y la pr�ctica del "tercer per�odo" parec�an refutar la teor�a del per�odo termid�rico de la revoluci�n rusa. En realidad, no hicieron m�s que confirmarla. Lo esencial del Termidor fue, y no puede menos de ser, social en cuanto a car�cter. Su finalidad era cristalizar una nueva capa privilegiada, crear un substracto nuevo para la clase econ�micamente superior. Hab�a dos pretendientes a este papel: la peque�a burgues�a y la misma burocracia. Ambas combatieron unidas [en la batalla para vencer] la resistencia de la vanguardia del proletariado. Una vez conseguido esto, cerraron una contra otra en feroz acometida. La burocracia lleg� a asustarse de su aislamiento, de su divorcio del proletariado. Sola, no pod�a aplastar al kulak ni a la peque�a burgues�a, que hab�a crecido y continuaba creciendo sobre la base de la N.E.P.; ten�a que contar con la ayuda del proletariado. De ah� su esfuerzo concertado por presentar su lucha contra la peque�a burgues�a, por los productos sobrantes y por el poder, como la lucha del proletariado contra las tentativas de restauraci�n capitalista.
Aqu� cesa la analog�a con el Termidor franc�s. La nueva base social de la Uni�n Sovi�tica se hizo intangible. Defender la nacionalizaci�n de los medios de producci�n y de la tierra es ley de vida o muerte para la burocracia, pues tal es el origen social de su posici�n dominante. Esa era la raz�n de su lucha contra el kulak. La burocracia pod�a sostener esta contienda, y resistir hasta el fin, s�lo con ayuda del proletariado. La mejor prueba del hecho de que hab�a hecho recluta de este apoyo fue el alud de capitulaciones por parte de representantes de la nueva oposici�n. La lucha contra el kulak, la pugna contra el ala derecha, contra el oportunismo (las consignas oficiales de aquel per�odo), parecieron a los trabajadores y a muchos representantes de la oposici�n izquierdista como un renacimiento de la Dictadura del Proletariado y de la Revoluci�n Socialista. Les advertimos entonces: no se trata s�lo de lo que se hace, sino tambi�n de qui�n lo hace. En condiciones de democracia sovi�tica, esto es, de autonom�a obrera, la lucha contra los kulaks pudiera no haber asumido una forma tan convulsivo, pusil�nime y bestial, y haber conducido a un alza general del nivel econ�mico de las masas, a base de industrializaci�n. Pero la lucha de la burocracia contra el kulak era una singular contienda [librada] sobre las espaldas de los trabajadores: y como ninguno de los gladiadores confiaba en las masas, como ambos tem�an a las masas, la pelea revisti� un car�cter convulsivo y sanguinario. Gracias al apoyo del proletariado, termin� en victoria para la burocracia. Pero no a�adi� nada al peso espec�fico del proletariado dentro de la vida pol�tica del pa�s.
Para comprender el Termidor ruso es de suma importancia darse cuenta del papel del Partido como factor pol�tico. En la Revoluci�n francesa nada hab�a ni remotamente parecido al Partido bolchevique. Durante el Termidor hubo en Francia varios grupos sociales, [con varios] r�tulos pol�ticos, que luchaban entre s� en nombre de intereses oficiales definidos. Los termid�ricos atacaban a los jacobinos tild�ndolos de terroristas. La juventud dorada apoyaba a los termid�ricos por la derecha, ameniz�ndolos tambi�n. En Rusia, todos estos procesos, conflictos y uniones quedaban cubiertos bajo el nombre del partido �nico.
Exteriormente, un solo partido conmemoraba fases de su existencia al iniciarse el Gobierno sovi�tico, y veinte a�os m�s tarde, recorriendo a los medios en nombre de iguales fines: la conservaci�n de su pureza pol�tica y de su unidad. Ciertamente, el papel del Partido y la finalidad de las "purgas" hab�an cambiado radicalmente. En el primer per�odo del poder sovi�tico, el antiguo partido revolucionario eliminaba de sus filas a los arribistas; y, en consecuencia, los Comit�s se compon�an de trabajadores revolucionarios. Aventureros, arribistas o simples bribones que trataban de aferrarse al Gobierno en n�mero muy considerable eran arrojados por la borda. Pero las depuraciones de estos �ltimos a�os, por el contrario, se dirig�an lisa y llanamente contra el antiguo partido revolucionario. Los organizadores de ellas eran los elementos m�s burocr�ticos y de menos calibre del Partido; y sus v�ctimas, los elementos m�s leales, afectos a tradiciones revolucionarias, y sobre todo su m�s antigua generaci�n revolucionaria, los elementos proletarios genuinamente leales a la Revoluci�n. El significado social de las "purgas" se ha alterado fundamentalmente, pero esta alteraci�n queda oculta por el hecho de que las llev� a cabo el mismo Partido. En Francia, vemos en circunstancias hom�logas el movimiento tard�o de los distritos peque�oburgueses y obreros contra los m�s conspicuos de la peque�a y media burgues�a, representados por los termid�ricos secundados por bandas de la juventud dorada.
Incluso tales bandas de j�venes dorados se hallan hoy incluidas en el Partido y en la Liga de la Juventud Comunista. �stas eran los destacamentos de campa�a, reclutados entre los hijos de la burgues�a, j�venes privilegiados resueltamente decididos a defender su propia posici�n de privilegio o la de sus padres. Basta se�alar el hecho de que a la cabeza de la Liga de la Juventud Comunista estuvo durante a�os Kossarev, a quien generalmente se conoc�a como un degenerado moral que abusaba de su elevada posici�n en provecho de sus fines personales. Todo su aparato se compon�a de hombres de este tipo. Tal era la juventud dorada del Termidor ruso. Su directa inclusi�n en el Partido enmascaraba su funci�n social como destacamento activo de los privilegiados contra los trabajadores y los oprimidos. La juventud dorada sovi�tica, gritaba: "�Abajo el trotskismo! �Viva el Comit� Central Leninista!", lo mismo que la juventud dorada de Francia gritaba en el Termidor: "�Abajo los jacobinos! �Viva la Convenci�n!"
Los jacobinos dominaron principalmente por la presi�n que la calle ejerc�a sobre la Convenci�n. Los termid�ricos, esto es, los jacobinos desertores, pugnaban por iguales m�todos, pero partiendo de prop�sitos opuestos. Comenzaron por organizar a hijos bien peripuestos de la burgues�a, extra�dos de los descamisados. Estos j�venes dorados, o simplemente "j�venes", como los calificaba con indulgencia la Prensa conservadora, llegaron a ser un factor tan importante en la pol�tica nacional, que cuando los jacobinos fueron expulsados de todos los puestos administrativos, los "j�venes" les remplazaron. Un proceso id�ntico se est� desarrollando en la Uni�n Sovi�tica; s�lo que all�, bajo Stalin, su alcance es mucho mayor.
La burgues�a del Termidor se caracterizaba por su profundo odio a los monta�eses, pues sus propios jefes proven�an de los que hablan estado al frente de los descamisados. La burgues�a, y con ella los termid�ricos, tem�an sobre todo un nuevo estallido del movimiento popular. Precisamente durante aquel per�odo termin� de formarse la conciencia de clase de la burgues�a francesa. Detestaba a los jacobinos y a los semijacobinos con odio feroz, como traidores a sus m�s sagrados intereses, como desertores al enemigo, como renegados. El origen del odio de la democracia burguesa a los trotskistas tiene el mismo car�cter social. Aqu� hay gente de la misma capa, del mismo grupo rector, de la misma burocracia privilegiada, que abandona las filas s�lo para ligar su destino al de los descamisados, los desheredados, los proletarios, los pobres de aldea. Sin embargo, la diferencia est� en que la burgues�a francesa ya exist�a antes de la Gran Revoluci�n. Primero se desprendi� de su envoltura pol�tica en la Asamblea Constituyente; pero tuvo que pasar por el per�odo de la Convenci�n y el de la dictadura jacobina para arreglarse con sus enemigos mientras que durante el Termidor restaur� su tradici�n hist�rica. La casta dominante sovi�tica estaba compuesta enteramente por bur�cratas del Termidor, reclutados no s�lo entre las filas bolcheviques, sino entre elementos de los partidos peque�oburgueses y burgueses tambi�n. Y estos �ltimos ten�an muchas cuentas que ajustar con los "fan�ticos" del bolchevismo.
El Termidor descansaba sobre una base social. Era un problema de pan, carne, viviendas, exceso, y, de ser posible, lujo. La igualdad jacobina burguesa, que adopt� la forma de la reglamentaci�n del m�ximum, restring�a el desarrollo de la econom�a burguesa y el aumento del bienestar burgu�s (prosperidad). En este punto, los termid�ricos sab�an perfectamente y comprend�an desde luego ad�nde iban. En la declaraci�n de derechos que formularon, excluyeron el art�culo esencial: "Los individuos nacen y permanecen libres e iguales en derechos." A los que propon�an el restablecimiento de este importante precepto jacobino, los termid�ricos replicaban que era ambiguo y por ello peligroso; todos eran, naturalmente, iguales en derechos, pero no en aptitudes ni en posesiones. El Termidor fue una protesta directa contra el temple espartano y el af�n de igualdad.
La misma motivaci�n social he de encontrarse en el Termidor sovi�tico. Se trataba, en primer t�rmino, de suprimir las limitaciones espartanas del primer per�odo de la Revoluci�n. Pero tambi�n interesaba conseguir crecientes privilegios para la burocracia. No era cuesti�n de introducir un r�gimen econ�mico liberal. Las concesiones en tal sentido fueron de car�cter transitorio, y duraron mucho menos tiempo de lo que se pens� en un principio. Un r�gimen liberal a base de propiedad privada significaba concentraci�n de riqueza en manos de la burgues�a, especialmente de sus elementos destacados. Los privilegios de la burocracia tienen otra fuente de procedencia. La burocracia se apropi� de aquella parte de la renta nacional que pudo asegurarse por el ejercicio de la fuerza o en virtud de su autoridad, o bien por su intervenci�n directa en las relaciones econ�micas. En cuanto a la producci�n nacional sobrante, la burocracia y la peque�a burgues�a pronto pasaron de la alianza a la enemistad. El dominio del producto sobrante abri� a la burocracia la ruta del poder.

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