Antes de ser rey de Israel, David guardaba ovejas y tocaba la flauta.
Su extraordinaria carrera se comprende al considerar que casi todos los
hijos de los israelitas, semin�madas, guardaban ovejas, y que en
aquellos d�as el arte de gobernar a los pueblos no era mucho m�s
complicado que el pastorear reba�os. Pero desde entonces, la sociedad
y el arte de gobernar han aumentado mucho en complejidad. Cuando un monarca
[moderno tiene que] dejar el trono, [ya no es necesario] buscarle sucesor
entre los pastores. Cuesti�n tan delicada se arregla a base del
automatismo din�stico.
La historia humana ha conocido no pocas carreras mete�ricas.
Julio C�sar fue un candidato natural al poder, miembro por su nacimiento
de una oligarqu�a no muy numerosa. No as� Napole�n
I. Y, sin embargo, ni siquiera �ste [fue tan netamente advenedizo]
como los principales dictadores de nuestro tiempo. Al menos [en este respecto]
fue fiel a la misma antigua [tradici�n que Julio C�sar],
[a saber, la de que] un guerrero que hubiese demostrado su capacidad de
mandar a hombres armados en el combate, ten�a tanto m�s derecho
a gobernar a un populacho desarmado e indefenso. Esta a�eja tradici�n
no fue estrictamente observada [en el caso de aquel Napole�n de
similor generalmente conocido por "el Chico" o] III, desprovisto de dotes
militares. Pero [incluso] �l no era un advenedizo integral. Se le
ten�a al menos por sobrino de su [gran] t�o, y [destinado
a la notoriedad por] el �guila mansa que vol� sobre su cabeza
[en una ocasi�n se�alada. No ser�a generoso deducir
que] sin el ave simb�lica, la cabeza del pr�ncipe Luis Napole�n
[hubiera tenido tan poco por fuera como por dentro].
En v�speras de la [Primera] Guerra Mundial, hasta la carrera
de Napole�n III parec�a ya un fant�stico eco del pasado.
La democracia estaba firmemente asentada, al menos en Europa, Norteam�rica
y Australia. [Sus avances en los] pa�ses sudamericanos eran m�s
instructivos [que serios]; hac�a [progresos en Asia]; despertaba
a los pueblos de �frica. La mec�nica del constitucionalismo
parec�a ser el �nico m�todo aceptable para la humanidad
civilizada, el �nico sistema de gobierno. Y como la civilizaci�n
continuaba creciendo y ensanch�ndose, el porvenir de la democracia
parec�a invencible
Los acontecimientos de Rusia [al final de esa guerra] asestaron el
primer golpe al concepto hist�rico. Al cabo de ocho meses de inercia
v de caos democr�tico vino la dictadura de los bolcheviques. Pero
aquello era, despu�s de todo, un mero "episodio" de la Revoluci�n,
que se presentaba a modo de un producto del atraso de Rusia, de una reproducci�n
en el siglo XX de aquellas convulsiones que sufri� Inglaterra a
mediados del siglo XVII, y Francia a fines del XVIII. Lenin ven�a
a ser un Cromwell o un Robespierre moscovita. Los nuevos fen�menos
pod�an clasificarse, por lo menos, y eso ya serv�a de consuelo.
[Vino luego aquella] "neurosis del sentido com�n" ([as�
define] Schmalhausen al fascismo), que [era un desaf�o a los historiadores].
No era f�cil encontrar una analog�a hist�rica para
Mussolini, y, once a�os despu�s, para Hitler. Hab�a
indistintos balbuceos de C�sar, Sigfrido y... y Al Capone. [Pero
decididamente carec�an de sentido.] En pa�ses civilizados,
democr�ticos, que hab�an pasado por una prolongada experiencia
en el sistema representativo, se alzaban s�bitamente al poder misteriosos
desconocidos que en su juventud desempe�aron faenas casi tan modestas
como las de un David o un Josu�. No ten�an en su haber proezas
de hero�smo militar. No ofrec�an al mundo ideas nuevas. Tras
de ellos no se alzaba la sombra de un gran antecesor con sombrero tricorne.
La loba romana no era la abuela de Mussolini, ni la esv�stica el
escudo de armas de Hitler, sino �nicamente un s�mbolo robado
a los egipcios y a los indios. El pensamiento liberal democr�tico
[continu�] at�nito y desamparado ante el misterio del fascismo.
[Despu�s de todo], ni Mussolini ni Hitler ten�an aire de
genios. �C�mo se explica, pues, su vertiginoso �xito?
[Ambos campeones del fascismo son representantes de] la peque�a
burgues�a, [que] en esta �poca es incapaz de aportar ideas
originales o direcci�n creadora propias. Tanto Hitler como Mussolini
han plagiado e imitado pr�cticamente todo y a todos.
Mussolini hurt� de los bolcheviques y de Gabriel d'Annunzio,
y encontr� inspiraci�n en el campo de los grandes negocios.
Hitler imit� a los bolcheviques y a Mussolini. As�, los caudillos
de la peque�a burgues�a, dependientes de [los magnates] del
capitalismo, son segundones t�picos, as� como la misma peque�a
burgues�a, ya se la contemple desde arriba o desde abajo, asume
invariablemente un papel secundario en la lucha de clases.
La dictadura de la peque�a burgues�a fue a�n posible
a fines del siglo XVIII. Pero no pudo mantenerse [mucho tiempo] ni siquiera
entonces. Robespierre fue precipitado al abismo desde la derecha. [Los
pat�ticos tropezones de Kerensky no nacieron enteramente de su impotencia
personal; hasta un hombre tan apto y emprendedor como Palchinsky result�
incapaz en absoluto. Kerensky fue tan s�lo el m�s caracterizado
representante de esta impotencia social. Si los bolcheviques no hubieran
tomado el poder, el mundo habr�a tenido un hombre ruso para el fascismo
cinco a�os antes de la marcha sobre Roma. Por qu� no pudo
Rusia aislarse de la profunda reacci�n que se cerni� sobre
la Europa de la posguerra a principios del tercer decenio del siglo, es
un tema que el autor ha estudiado ya en otro lugar. Basta decir que la
coincidencia de fechas tales como la organizaci�n del] primer Ministerio
fascista presidido por Mussolini el 30 de octubre de 1922 en Italia; el
golpe de Estado de 13 de septiembre de 1923 en Espa�a, [que elev�
a Primo de Rivera al poder; la condenaci�n de la] declaraci�n
de los 46 bolcheviques por el Pleno conjunto del Comit� Central
y de la Comisi�n Central de Control, el 15 de octubre de 1923, [no
es un caso fortuito. Tales signos de los tiempos han de merecer seria consideraci�n].
Sin embargo, dentro del marco de las posibilidades hist�ricas
[a su alcance], Mussolini, ha demostrado gran iniciativa, habilidad para
esquivar, tenacidad y comprensi�n. [Sigue] la tradici�n de
la larga serie de improvisadores italianos. El don de improvisar est�
en lo �ntimo del temperamento del pa�s. �gil y desordenadamente
ambicioso, sacrific� su carrera socialista a sus ansias de �xito.
Su disgusto en el partido se troc� en fuerza impulsara. Cre�
y destruy� teor�a a su paso. Es la verdadera personificaci�n
del ego�smo c�nico [y de la cobard�a oculta tras el
disfraz de su] jactancia. Hitler da muestras de monoman�a v mesianismo.
El encono personal tuvo considerable parte en su desarrollo. Era un peque�o
burgu�s "desclasado" que no se resigna a ser obrero manual. Los
obreros normales aceptan su posici�n como normal. Pero Hitler era
un presumido de mal asiento y psiquismo alterado. Consigui� elevarse
socialmente recurriendo a la execraci�n de los jud�os y de
los socialdem�cratas. Estaba desesperadamente resuelto a subir.
De camino compuso para s� mismo una "teor�a" plagada de contradicciones
y reservas mentales: un revoltijo de ambiciones imperiales alemanas y de
sue�os de los d�as rencorosos de un peque�oburgu�s
"desclasado". Si tratamos de encontrar un paralelo hist�rico para
Stalin tenemos que rechazar no s�lo a Cromwell, Robespierre, Napole�n
y Lenin, sino incluso a Mussolini y a Hitler. [Comprenderemos mejor a Stalin]
evocando figuras como Mustaf� Kemal Pach� o tal vez Porfirio
D�az.
En reuniones del Comit� Central en que me levantaba a leer una
declaraci�n de la oposici�n izquierdista, me interrump�an
constantemente con silbidos, gritos, amenazas, juramentos, a semejanza
de lo que me ocurri� diez a�os antes, cuando me levant�
a leer una declaraci�n de los bolcheviques el d�a inaugural
del Parlamento previo de Kerensky. Recuerdo a Vorochilov gritando: "�Se
conduce lo mismo que el Parlamento previo!" Esta exclamaci�n era
m�s acertada de lo que supon�a su mismo autor.
En 1927, las reuniones oficiales del Comit� Central se hicieron
francamente intolerables. No se discut�a nada por sus m�ritos.
Todo se decid�a entre bastidores, en una sesi�n reservada
con Stalin, que entonces concert� un pacto pol�tico con el
grupo derechista: Rikov, Bujarin y Tomsky. En realidad, hab�a por
lo menos dos reuniones oficiales del Comit� Central cada vez. La
l�nea de ataque contra la oposici�n se establec�a
de antemano, distribuyendo a cada cual sus respectivas tareas e intervenciones.
Montada la comedia, cada vez se iba pareciendo m�s a una pantomima
tabernaria. El tono de aquel acoso era de d�a en d�a m�s
desenfrenado. Los miembros m�s insolentes, los trepadores reci�n
elevados al Comit� Central, por el solo t�tulo de su capacidad
de descaro contra la oposici�n, interrump�an de continuo
los discursos de los revolucionarios veteranos, repitiendo sin orden ni
concierto viles acusaciones, con exclamaciones de inaudita vulgaridad y
contumelia. El director de escena era el mismo Stalin. Se paseaba de un
lado a otro por detr�s de la mesa presidencial, mirando a intervalos
a quienes hab�an de tomar parte en el debate seg�n lo convenido,
y no disimulaba su aprobaci�n cuando los reniegos contra alg�n
oposicionista adquir�an un car�cter en extremo desvergonzado.
Era dif�cil imaginarse que estuvi�semos en una reuni�n
del Comit� Central del Partido bolchevique; tan ruin era el tono,
tan vulgares los participantes y tan repugnante el verdadero desmoralizador
de aquella chusma. Las costumbres de las calles de Tiflis se hab�an
trasladado al Comit� Central del Partido bolchevique. Algunos de
nosotros nos acord�bamos del retrato de Stalin hecho por uno de
sus antiguos colaboradores, Felipe Majaradze: "Es sencillamente un... kinto."
Aproximadamente por entonces, otro camarada de Stalin en el C�ucaso,
Budu Mdivani, me refiri� una conversaci�n que sostuvo con
Stalin en el Kremlin. Mdivani trataba de persuadirle de que era necesario
llegar a cierto arreglo con la oposici�n; de otro modo, el Partido
pasar�a de una convulsi�n a otra. Stalin escuchaba en silencio,
sin aparente disconformidad, mientras paseaba de un lado a otro de la habitaci�n.
Y, despu�s de alejarse a grandes zancadas hasta el rinc�n
m�s remoto, se volvi�, dirigi�ndose en silencio hacia
Mdivani. Con los pu�os en tensi�n, empin�ndose sobre
las puntas de los pies y levantando un brazo, se detuvo- de pronto: "Hay
que aplastarlos", vocifer�. Mdivani me dijo que sinti� francamente
miedo...
Seg�n Basedovsky:
"El asesinato del zar fue obra de Stalin. Lenin y Trotsky eran partidarios
de retener a la familia imperial en Yekaterinburg, mientras que Stalin
tem�a que mientras Nicol�s II estuviese vivo atraer�a
a los guardias blancos, etc. El 12 de julio de 1918, Stalin hab�a
llegado a un acuerdo con Sverdlov. El 14 de julio inici� a Goloschekin
en sus planes, y el 15 de julio este �ltimo envi� un telegrama
cifrado... relativo a las intenciones de Stalin y Sverdlov al comisario
Boloborodov, encargado de custodiar a la familia del zar. El 16 de julio,
Boloborodov telegrafi� a Mosc� que Yekateriburg caer�a
en un plazo de tres d�as. Goloschekin vio a Sverdlov; Sverdlov vio
a Stalin. Guard�ndose el informe de Boloborodov en el bolsillo,
Stalin dijo: "De ning�n modo debe ser entregado el zar a los guardias
blancos." Aquellas palabras equival�an a una sentencia de muerte."
Caracteriza sin duda a Stalin una crueldad personal, f�sica,
lo que suele denominarse sadismo. Durante su encierro en la c�rcel
de Bak�, el compa�ero de celda de Stalin estaba una vez so�ando
con revoluciones. "�Te atrae la sangre?", le pregunt� de
improviso Stalin, que entonces se llamaba a�n Koba. Y empu�ando
un cuchillo que llevaba oculto en la ca�a de una de sus botas se
levant� una pernera y se hizo un profundo corte en la pierna.
"�Ah� la tienes!" Despu�s de convertido en dignatario
del Soviet, sol�a divertirse en su casa de campo degollando ovejas
o derramando petr�leo sobre hormigueros y prendi�ndoles fuego.
Abundan tales an�cdotas a prop�sito de �l, procedentes
de observadores imparciales. Pero hay muy poca gente de semejantes inclinaciones.
En el mundo. Fueron necesarias condiciones hist�ricas especiales
para que tan negros instintos naturales alcanzaran monstruoso desarrollo.
La uni�n de Stalin con Hitler satisfizo su anhelo de venganza.
Sobre todo, ansiaba afrentar a los Gobiernos de Inglaterra y Francia, vengar
las ofensas que hab�a sufrido el Kremlin antes de que Chamberlain
dejase de cortejar a Hitler. Con personal deleite inici� negociaciones
secretas con los nazis a la vez que aparentaba tratar abiertamente con
las misiones amistosas inglesa y francesa, gozando con enga�ar a
Londres y Par�s, con presentar inopinadamente su pacto con Hitler.
Es tr�gicamente ruin.
Si fuera posible verter en un molde todo el omnipotente y p�rfido
misticismo, la estridente abominaci�n del socialismo y de la revoluci�n;
si, por decirlo de este modo, pudiera secularizarse el poema del Gran Inquisidor,
el poema de la tragedia del epigonismo... La idea de degeneraci�n,
en otra escala; el siglo XV... El poema de Dostoievski terminado besando
Cristo en silencio al inquisidor en los labios. La despedida de uno de
los ep�gonos burocr�ticos de la Cristiandad. A pesar de toda
su reserva, Lenin le hubiera escupido en los ojos.
No hay l�deres natos, como no hay criminales natos. Madame de
Staël pens� que puede observarse una perfectibilidad lenta,
pero continua, en el curso del desenvolvimiento hist�rico.
Puede decirse que todos los personajes hist�ricos geniales,
todos los creadores dijeron lo esencial de cuanto ten�an que decir
durante los primeros veinticinco o treinta a�os de su vida. Despu�s
vino s�lo el desarrollo, la profundizaci�n y, la aplicaci�n.
Durante el primer per�odo de la vida de Stalin no o�mos sino
una reiteraci�n vulgarizada de f�rmulas de estereotipia.
Stalin fue elevado a la condici�n de genio s�lo despu�s
de que la burocracia, dirigida por su genuino secretario general, hubo
destrozado por completo la plana mayor de Lenin. Apenas hace falta demostrar
que un hombre que nunca ha dicho una sola palabra sobre ning�n tema
y fue exaltado autom�ticamente a la cumbre por su burocracia cuando
ya hab�a pasado con mucho los cuarenta, no puede ser considerado
como un genio.
Seg�n Nicolaievsky, Bujarin describi� a Stalin como "acumulador
de genio". Expresi�n acertada, pero s�lo suprimiendo el "genio".
Lo o� por vez primera de labios de Kamenev. Ten�a en el pensamiento
la habilidad de Stalin para llevar adelante sus proyectos por entregas
como quien paga a plazos. Esta posibilidad presupone a su vez la presencia
de una poderosa pol�tica centralizada. La tarea de acumular consiste
en insinuarse gradualmente en la m�quina y luego en la opini�n
p�blica del pa�s. Acel�rese el proceso y h�gase
ver el cambio de repente y en toda su magnitud, y ello provocar�
espanto, indignaci�n, resistencia.
De los doce ap�stoles de Cristo, s�lo Judas sali�
traidor. Pero si hubiera logrado el poder, habr�a presentado como
traidores a los otros once ap�stoles, sin olvidar a los setenta
menores que menciona san Lucas.
El 19 de noviembre de 1924, en su discurso del Pleno de la Fracci�n
Bolchevique de los Sindicatos, dijo Stalin:
"Despu�s de o�r al camarada Trotsky, pudiera pensarse
que el Partido de los bolcheviques no hizo en todo el per�odo de
preparaci�n de marzo a octubre m�s que marcar el paso, corro�do
por contradicciones internas, a estorbar a Lenin en todos sentidos. Y que
si no hubiera sido por el camarada Trotsky, la Revoluci�n de octubre
podr�a haber tomado otro rumbo. Es bastante divertido escuchar discursos
tan singulares del mismo pr�logo del tercer volumen que: "el instrumento
b�sico de la revoluci�n proletaria es el Partido"."
Naturalmente, nada dije sobre la ineptitud o inutilidad del Partido,
y particularmente de su Comit� Central. Simplemente hab�a
bosquejado la fricci�n interna. Pero lo que sigue siendo misterioso
es c�mo un Partido cuyo Comit� Central se compon�a
en sus dos terceras partes de enemigos del pueblo y agentes del imperialismo
pudo vencer. Todav�a no hemos o�do la explicaci�n
de este misterio. A partir de 1918, los traidores tuvieron mayor�a
preponderante en el Politbur� y en el Comit� Central. En
otras palabras, la pol�tica del Partido Bolchevique en los cr�ticos
a�os de la Revoluci�n estuvo determinada enteramente por
traidores. No hace falta decir que Stalin no pudo haber previsto en 1924
que la l�gica de su m�todo le conducir�a a una absurdidad
tan tr�gicamente monstruosa al cabo de [una d�cada y media].
Lo que es t�pico de Stalin es su capacidad para barrer todo recuerdo
del pasado a excepci�n de los resentimientos personales y de su
insaciable sed de venganza.
�Es posible deducir conclusiones sobre 1924 a base de los a�os
1936-1938, en que Stalin ya hab�a conseguido desarrollar en su persona
todos los atributos de un tirano? En 1924 todav�a estaba batallando
por el poder. �Era ya entonces Stalin capaz de tal maquinaci�n?
Todos los datos de su biograf�a nos mueven a contestar afirmativamente.
Desde los tiempos del Seminario de Tiflis dej� tras s� un
rastro de las sospechas y acusaciones m�s maliciosas. La tinta y
el papel impreso le parec�an medios demasiado insignificantes para
una brega pol�tica. Los muertos son los �nicos que no vuelven.
Despu�s de la ruptura de Zinoviev y Kamenev con Stalin en 1925,
ambos dejaron cartas guardadas en un lugar de confianza:
"Si pereci�semos de repente, sabed que es obra de Stalin."
Me aconsejaron hacer otro tanto. "�Te imaginas que Stalin se
preocupa de buscar argumentos para contestar a los tuyos? -me dec�a
Kamenev-. Nada de eso. Est� cavilando c�mo liquidarte sin
que le castiguen."
"�Te acuerdas de la detenci�n del Sultan-Galiyev, el
antiguo presidente del Consejo t�rtaro de Comisarios del Pueblo,
en 1923 -continu� Kamenev-. Fue el primer arresto de un destacado
miembro del Partido efectuado por iniciativa de Stalin. Por desgracia,
Zinoviev y yo consentimos en ello. Aquella fue la primera vez que Stalin
palade� sangre. Tan pronto como rompimos con �l, hicimos
una especie de testamento, en el que advert�amos que en caso de
morir "por accidente", Stalin habr�a de ser tenido por responsable.
Este documento se guarda en un sitio de confianza. Te aconsejo que hagas
lo mismo. Puede esperarse todo de ese asi�tico."
Por su parte, Zinoviev a�adi�: "Pudo terminar conmigo
ya en 1924, si no le hubieran asustado las represalias, los actos terroristas
por parte de la juventud. Por eso Stalin decidi� comenzar demoliendo
los cuadros de la oposici�n y aplazando tu liquidaci�n hasta
tener la certeza de poder realizarla impunemente. Su odio hacia nosotros,
especialmente hacia Kamenev, obedece principalmente a que sabemos de �l
demasiado. Pero tampoco est� preparado para matarnos todav�a."
�stas no eran conjeturas vanas; durante los meses de luna de miel
del triunvirato, sus componentes hablaban entre s� con toda franqueza.
El �xito ininterrumpido de Stalin comenz� en 1923, cuando,
poco a poco, fue adquiriendo la convicci�n de que el proceso hist�rico
puede ser burlado. Los juicios de Mosc� constituyen el punto culminante
de esta pol�tica de impostura y violencia. Al mismo tiempo, Stalin
comenz� a sentir con aprensi�n que el suelo se desmoronaba
y deslizaba bajo sus pies. Cada nueva decepci�n exig�a otra
doble para sostenerlo; cada acto de violencia ensanchaba el radio de la
violencia necesaria para apoyarlo. All� comenz� un per�odo
definitivo de declinaci�n, en el curso del cual el mundo se asombr�
no tanto de su fuerza, su obstinaci�n y su implacabilidad como la
bajeza de sus recursos intelectuales y de sus m�todos pol�ticos.
La astucia de Stalin es, en esencia, muy tosca y ajustada a mentes
primitivas. Si, por ejemplo, examinamos los juicios de Mosc� en
conjunto, veremos que asombran por su tosquedad de concepci�n y
ejecuci�n.
En abril de 1925 fui relevado del cargo de comisario de Guerra. Mi sucesor,
Frunze, era un antiguo revolucionario profesional que hab�a pasado
muchos a�os en Siberia, en trabajos forzados. No estaba destinado
a permanecer mucho tiempo en aquel cargo: s�lo unos [siete] meses.
En noviembre de 1925 sucumbi� al bistur� del cirujano. Durante
su breve mandato, Frunze despleg� excesiva independencia en proteger
al Ej�rcito de la inspecci�n de la G.P.U.; �ste fue
el mismo crimen que doce a�os m�s tarde cost� la vida
al mariscal Tujachevski. Bazhanov hab�a sugerido que Frunze era
el centro de una conspiraci�n militar; esto es una insensata invenci�n.
En el conflicto de Zinoviev y Kamenev con Stalin, Frunze era opuesto a
Stalin. La oposici�n del nuevo comisario de Guerra supon�a
enormes peligros para el dictador. El sumiso Vorochilov, insuficiente mental,
le parec�a un instrumento mucho m�s de fiar. Por todo el
Partido corri� el rumor de que la muerte de Frunze se hab�a
producido porque as� conven�a a Stalin.
A base de los datos disponibles, el curso de los acontecimientos se
reconstruye as�: Frunze sufr�a de �lceras g�stricas;
sus m�dicos particulares cre�an que el coraz�n del
paciente no resistir�a los efectos del cloroformo, y por eso Frunze
se resist�a resueltamente a toda intervenci�n. Stalin encarg�
a un m�dico del Comit� Central, esto es, agente suyo de confianza,
que convocase una consulta de selectos, quienes recomendaron que se operase
al enfermo; el Politbur� confirm� la decisi�n. Frunze
tuvo que someterse, es decir, resignarse a morir por obra de la anestesia.
Las circunstancias del fallecimiento de Frunze hallaron deformada reflexi�n
en la literatura [Boris Pilniak, Leyenda de la Luna inextinta]. Stalin
hizo confiscar inmediatamente el libro y someti� a su autor al disfavor
oficial. [Pilniak] tuvo que arrepentirse en p�blico de su "error"
muy humildemente. Stalin juzg� necesario publicar a ra�z
de aquello varios documentos destinados a probar su inocencia. Es dif�cil
decir cu�l sea la verdad, pero la misma �ndole de la sospecha
es significativa. Demuestra que a fines de 1925 el poder de Stalin era
ya tan grande que pod�a confiar en un d�cil concilio de m�dicos
armados de cloroformo y bistur�. Y, sin embargo, en aquel tiempo,
apenas le conoc�a el uno por ciento de la poblaci�n.
Bazhanov escribi� con referencia a mi destierro a Turqu�a,
en febrero de 1929:
"Esto es s�lo quedarse a la mitad. No reconozco a mi Stalin...
Hemos hecho algunos progresos desde los tiempos de C�sar Borgia.
Entonces vert�an con destreza unos polvos activos en una copa de
vino de Falerno, o bien mor�a el enemigo al morder una manzana.
Los m�todos de acci�n de nuestra �poca est�n
inspirados en las m�s recientes proezas de la ciencia. Un cultivo
de bacilos de Koch mezclados con los alimentos y sistem�ticamente
administrados, ocasionan gradualmente una tisis galopante y la muerte s�bita...
No est� claro... por qu� Stalin no sigui� este m�todo,
que es parte integrante de sus costumbres y de su car�cter."
En 1930, cuando el libro de Bazhanov se public�, me pareci�
simplemente un ejercicio literario. Despu�s de los juicios de Mosc�
ya le di m�s importancia. �Qui�n hab�a inspirado
al joven escritor tales especulaciones? �De d�nde proced�an?
Bazhanov se hab�a ejercitado en la antesala de Stalin; all�
la cuesti�n de los bacilos de Koch y de los m�todos de envenenamiento
de los Borgia debi� de discutirse ya antes de 1926, a�o en
que Bazhanov dej� la secretar�a de Stalin. Dos a�os
despu�s, escap� al extranjero y se convirti� en un
emigrado reaccionario.
Cuando Yezhov fue nombrado jefe de la OGPU cambi� el m�todo
toxicol�gico, del que en toda justicia ha de reconocerse iniciador
a Yagoda. Pero consigui� resultados an�logos. En el juicio
de febrero (2-13 de marzo) de 1938, se acus� al secretario de Yagoda,
Bulanov, entre otras cosas, de envenenador, y por eso fue fusilado. Que
Bulanov gozaba de la privanza de Stalin, se deduce claramente del hecho
de haber sido designado para acompa�ar a mi mujer y a m�
desde nuestro destierro en Asia Central al de Turqu�a. En mi deseo
de salvar a mis dos antiguos secretarios, Sermuks i Poznansky, ped�
que fuesen desterrados conmigo.
Bulanov, temeroso de una molesta publicidad en la frontera turca, y
con objeto de arreglarlo todo pac�ficamente, comunic� por
hilo directo con Mosc�. Med�a hora m�s tarde me trajo
la cinta del despacho directo en el que el Kremlin promet�a que
Poznansky y Sermuks me seguir�an inmediatamente. Yo no lo cre�.
-Quer�is enga�arme -dije a Bulanov.
-Entonces, me tomas por un granuja.
-Es un peque�o consuelo -respond�.
El secretario de Gorki, Kryuchkov, asever� que Yagoda le dijo:
"Es necesario disminuir la actividad de Gorki, porque se atraviesa en el
camino de los "jefazos"." Esta f�rmula de los "jefazos" se repite
varias veces. La referencia en la corte se interpret� como alusiva
a Rikov, Bujarin, Kamenev y Zinoviev. Pero eso es una absurdidad patente;
pues por entonces estos hombres eran unos parias, v�ctimas de la
persecuci�n de la G.P.U. "Jefazos" era un modo de designar a los
amos del Kremlin, y, especialmente, a Stalin. Recordemos que Gorki muri�
pr�cticamente en v�speras de la vista contra Zinoviev.
Stalin no previ� las consecuencias del primer juicio. Esperaba
que el asunto se limitar�a al exterminio de varios de sus enemigos
m�s odiados, sobre todo de Zinoviev y Kamenev, cuyo aniquilamiento
hab�a estado planeando durante diez a�os. Pero se equivoc�:
la burocracia se asust� y qued� horrorizada. Por primera
vez ve�a a Stalin, no como el primero entre iguales, sino como un
d�spota asi�tico, un tirano, Gengis-Kan, como Bujarin le
llam� una vez. Stalin comenz� a temer que perder�a
su condici�n de autoridad inapelable entre los veteranos de la burocracia
sovi�tica. No era posible borrar en ellos el recuerdo que ten�an
de �l; ni someterlos al hipnotismo de su irrogada dignidad como
super�rbitro de todos ellos. El miedo y el horror crecieron a comp�s
del n�mero de vidas afectadas y el volumen de intereses amenazados.
Ninguno de los antiguos crey� en la acusaci�n. El efecto
no fue como �l esperaba. Tuvo que ir m�s all� de sus
primeras intenciones.
Fue durante la preparaci�n de las depuraciones en masa de 1936
cuando Stalin propuso redactar una nueva Constituci�n, "la m�s
democr�tica del mundo". Todos los Walter Duranti y Louis Fischer
cantaron sonoras alabanzas a la nueva era de la democracia. La finalidad
de todo este escandaloso alboroto en torno a la constituci�n stalinista
era ganarse el favor de la opini�n p�blica en todo el mundo,
para luego, con tal propicio apoyo, aplastar toda la oposici�n a
Stalin como agente del fascismo. Es t�pico de la miop�a intelectual
de Stalin que estuviera m�s preocupado de su venganza personal que
de contener la amenaza del fascismo a la Uni�n Sovi�tica
y a los trabajadores. Mientras preparaba "la Constituci�n m�s
democr�tica", la burocracia andaba muy atareada con una serie de
banquetes en los que se habl� prolijamente de "la vida nueva y dichosa".
En cada uno de ellos se retrataba a Stalin rodeado de obreros y obreras,
con un chiquillo risue�o sobre sus rodillas, o algo parecido. Su
morboso egotismo reclamaba esta compensaci�n. "Est� visto
-previne yo- que se incuba algo terrible." Otras personas iniciadas en
la mec�nica del Kremlin se inquietaban asimismo ante el exceso de
amabilidad y decencia de Stalin.
Algunos corresponsales moscovitas de cierto tipo repiten que la Uni�n
Sovi�tica sali� de las "purgas" m�s monol�tica
que nunca. Esos se�ores hab�an cantado loores al monolitismo
stalinista, incluso antes de las depuraciones. Sin embargo, es dif�cil
comprender c�mo ninguna persona sensata puede creer que los m�s
conspicuos representantes del Gobierno y del Partido, del Cuerpo diplom�tico
y del Ej�rcito resulten probados agentes del extranjero sin ser
a la vez heraldos de un profundo descontento interno hacia el r�gimen.
Las depuraciones fueron una manifestaci�n de grave dolencia. Suprimir
los s�ntomas no significa curar. Tenemos un precedente en el r�gimen
autocr�tico del Gobierno zarista, que arrest� al ministro
de la Guerra, Sujomilnov, acus�ndole de traici�n. Los diplom�ticos
aliados observaron a Sazonov: "Vuestro Gobierno es fuerte, si se atreve
a detener a su propio ministro de la Guerra en tiempo de guerra." En realidad,
aquel Gobierno sovi�tico no s�lo detuvo y ejecut�
al ministro de la Guerra, Tujachevsky, en pleno ejercicio de su cargo,
sino que lleg� al extremo de exterminar a todo el Estado Mayor Central
del Ej�rcito, la Marina y la Aviaci�n. Ayudada por acomodaticios
corresponsales extranjeros en Mosc�, la m�quina de propaganda
de Stalin ha estado enga�ando sistem�ticamente a la opini�n
p�blica mundial acerca del actual estado de cosas en la Uni�n
Sovi�tica. El Gobierno monol�tico stalinista es un mito.
Con sus monstruosos juicios, Stalin prob� mucho m�s de
lo que pensaba; o, mejor, no consigui� probar lo que pretend�a.
Simplemente revel� su laboratorio secreto, y oblig� a 150
personas a confesar cr�menes que nunca hab�an cometido. Pero
la totalidad de esas confesiones se han convertido en la confesi�n
de Stalin mismo.
En el curso de un par de a�os, Stalin ejecut� a todos
los lugartenientes de Vorochilov, a sus m�s pr�ximos colaboradores,
a su gente de m�s confianza. �C�mo se entiende esto?
�Es posible que Vorochilov comenzase a acusar signos de independencia
en su actitud hacia Stalin? Es m�s probable que Vorochilov fuese
impulsado por personas muy allegadas a �l. La m�quina militar
es muy exigente y voraz, y no tolera f�cilmente las limitaciones
que le imponen los pol�ticos, los elementos civiles. Previendo la
posibilidad de conflictos con aquella poderosa m�quina en el futuro,
Stalin decidi� colocar a Vorochilov en su lugar antes de que comenzara
a descarrilarse. Por medio de la OGPU, esto es, vali�ndose de Yezhov,
Stalin prepar� el exterminio de los m�s �ntimos colaboradores
de Vorochilov a espaldas de �ste, y sin su conocimiento, y a �ltima
hora le puso ante el dilema de elegir. Cogido as� en la trampa del
recelo y la deslealtad de Stalin, Vorochilov colabor� t�citamente
en la liquidaci�n de la flor de los cuadros de mando, y en lo sucesivo
se vio obligado a hacer un triste e impotente papel, incapaz de rebelarse
jam�s contra Stalin. �ste es m�s que maestro en el
arte de ligar a un hombre a su estrella, no ganando su admiraci�n,
sino forz�ndole a complicidad en sus odiosos e imperdonables cr�menes.
Tales son los ladrillos de la pir�mide que tiene en su c�spide
a Stalin.
L'Etat c'es moi (El Estado soy yo), es casi una f�rmula liberal
comparada con las actualidades del r�gimen totalitario de Stalin.
Luis XIV se identificaba a s� mismo s�lo con el Estado. Los
papas de Roma lo hac�an con el Estado y la Iglesia, pero s�lo
durante la �poca del poder temporal. El Estado totalitario va m�s
lejos que el Cesaropapismo, pues ha abarcado tambi�n toda la econom�a
del pa�s. Stalin pueden decir muy bien, a diferencia del Rey Sol:
La Soci�t� c'est moi (La sociedad soy yo).