A primeros de 1923, los principales dirigentes conocedores de la situaci�n
pol�tica se hab�an dado ya cuenta de que Stalin estaba saturando
el inmediato XII Congreso, la m�xima autoridad del Partido, de delegados
que le eran incondicionalmente fieles. Lenin se alarm� tanto al
ver el sesgo de los asuntos, que me llam� a su habitaci�n
del Kremlin, y habl� del terrible auge del burocratismo en nuestro
aparato sovi�tico y de la necesidad de encontrar una soluci�n
al problema. Sugiri� la conveniencia de nombrar una Comisi�n
especial del Comit� Central y me pidi� que interviniese activamente
en ello.
"Vladimiro Ilich, estoy convencido de que en la presente lucha contra
el burocratismo en el aparato sovi�tico no debemos perder de vista
lo que est� ocurriendo: se est� formando una selecci�n
muy especial de funcionarios y especialistas, miembros del Partido y no
miembros, a base de su lealtad a ciertas personalidades dominantes y grupos
rectores del Partido dentro del Comit� Central mismo. Cada vez que
se ataca a un funcionario subalterno, se tropieza con un dirigente destacado
del Partido... No puedo encargarme de eso en las actuales circunstancias."
Lenin se qued� pensativo por un momento, y (le estoy citando
literalmente) dijo: "En otras palabras, lo que propongo es una campa�a
contra el burocratismo en el aparato del Soviet, y t� hablas de
ampliarla libr�ndola tambi�n contra el burocratismo del Orgbur�
del Partido. �No es eso?"
Me ech� a re�r por lo inesperado de la salida, pues en
aquel momento no se me hab�a ocurrido una formulaci�n tan
exacta y completa de la idea. Y respond�: "Creo que s�."
"Entonces, muy bien -repuso Lenin-. Hagamos un bloque."
"Es un placer formar un bloque con una buena persona", dije.
Convinimos en que Lenin iniciar�a la propuesta de tal Comisi�n
del Comit� Central para combatir el burocratismo "en general" y
el del Orgbur� en particular. Me prometi� reflexionar sobre
"otros" detalles de organizaci�n del asunto. Y nos despedimos.
Pasaron dos semanas; Lenin se encontraba cada vez peor. Entonces, sus
secretarias me trajeron sus notas y su carta sobre el problema de las nacionalidades.
Durante meses permaneci� postrado a causa de la arterioesclerosis,
y nada pudo hacerse de nuestro bloque contra el burocratismo del Orgbur�.
Evidentemente, el plan de Lenin iba dirigido contra Stalin, aunque no mencionara
su nombre; estaba de acuerdo con el orden de ideas expl�citamente
consignado por Lenin en su testamento.
[Si por entonces Stalin ten�a en sus manos la Comisi�n
Central de Control, el Orgbur� y la Secretar�a, Zinoviev
continuaba teniendo mayor�a en el Politbur� y en el Comit�
Central, por lo que era el m�s destacado del triunvirato. La pugna
entre �l y Stalin, t�cita y disimulada, pero no por eso menos
vehemente, se relacionaba con la mayor�a en el futuro Congreso.
Zinoviev dominaba por completo la organizaci�n de Leningrado, y
su socio Kamenev la de Mosc�. Estos dos capitales centros del Partido
ten�an bastante con la ayuda de algunos otros secundarios para lograr
mayor�a en el Congreso. Tal mayor�a era necesaria para la
elecci�n de un Comit� Central y para ratificar las revoluciones
favorables a Zinoviev. Pero �ste no logr� reunir esa mayor�a;
un n�mero predominante de organizaciones del Partido fuera de las
de Petrogrado y Mosc�, resultaron estar firmemente sometidas al
secretario general.]
[Sin embargo, Zinoviev cometi� la imprudencia de insistir en
ocupar el puesto de Lenin en el XII Congreso y de asumir el papel de sucesor
de Lenin haciendo el informe pol�tico en su sesi�n inaugural.
Durante los preparativos para el Congreso, con Lenin enfermo e imposibilitado
de asistir], la cuesti�n m�s espinosa era la de qui�n
hab�a de pronunciar este discurso fundamental, que desde la creaci�n
del Partido fue prerrogativa de Lenin. Al plantearse el tema en el Politbur�,
Stalin fue el primero que dijo: "El informe pol�tico lo har�,
naturalmente, el camarada Trotsky."
Yo no lo deseaba, pues equival�a para m� a anunciar mi
candidatura al puesto de sucesor de Lenin cuando �ste se hallaba
luchando con una grave enfermedad. Repliqu� poco m�s o menos:
"Esto es provisional. Confiemos en que Lenin se restablecer� pronto.
Entretanto, el informe debe hacerlo, atendiendo a su cargo, el secretario
general. As� se elimina todo fundamento de vanas especulaciones.
Adem�s, ambos tenemos serias diferencias en cuestiones econ�micas,
y yo estoy en minor�a."
"Pero, �suponiendo que no hubiese diferencias?", pregunt�
Stalin, como dando a entender que estaba dispuesto a hacer amplias concesiones,
esto es, a pactar en apariencia.
Kalinin intervino en el di�logo. "�Qu� diferencias?
-dijo-. El Politbur� aprueba siempre tus propuestas."
Segu� insistiendo en que Stalin hiciera el informe.
"De ning�n modo -replic� con ostentosa modestia-. El
Partido no lo comprender�a. Debe hacer el informe el miembro m�s
popular del Comit� Central."
[La mayor�a de Zinoviev en el Comit� Central decidi�
el asunto en definitiva. Esto hizo creer a todos los miembros del Partido
que Zinoviev era el sucesor de Lenin en la direcci�n del mismo.
Con los delegados que �l controlaba y la mayor�a de su asociado
segundo en el triunvirato, ten�a motivos sobrados para esperar una
ovaci�n en el momento de aparecer en la tribuna en su papel de bolchevique
n�mero uno para hacer el informe pol�tico. Pero el secretario
general enga�� a su cotriunviro; Zinoviev no fue saludado
por los aplausos de costumbre. Pronunci� su fundamental discurso
en medio de un silencio virtualmente agobiador. El veredicto de los delegados
era claro: en esta nueva funci�n, Zinoviev era un usurpador.
[El XII Congreso, que comprendi� la semana del 17 al 25 de abril
de 1923, elev� a Stalin del �ltimo al primer puesto dentro
del triunvirato. Hab�a terminado la mayor�a de Zinoviev en
el Comit� Central y en el Politbur�. Stalin se impuso a ambos.
Pero su m�s importante faena en el XII Congreso fue la llevada a
cabo en la Comisi�n Central de Control; la mayor�a de sus
miembros eran hechura suya. Pero las Comisiones de control provinciales,
de distrito y locales, muchas de ellas elegidas antes de su designaci�n
como secretario general, no quedaban bajo su dominio. Stalin resolvi�
el problema del modo en �l caracter�stico. Con uno u otro
pretexto, los casos sometidos a la jurisdicci�n de Comisiones de
control hostiles, y de inter�s para la m�quina pol�tica
de Stalin, se elevaban a la Comisi�n Central de Control en consulta
siempre que era posible; adem�s, cuando hab�a ocasi�n
de hacerlo sin llamar mucho la atenci�n, se aprovechaba cualquier
pretexto para suprimir sencillamente desde la Comisi�n Central de
Control algunas de las subalternas que fuesen hostiles. Esto, con una bien
organizada maquinaci�n en las conferencias provinciales y regionales
de las Comisiones de control, produjo resultados fruct�feros. [La
Junta del Partido, compuesta de miembros de la Comisi�n Central
de Control y especialmente creada en este Congreso para "juzgar" y "liquidar"
a oposicionistas, estaba totalmente en poder de partidarios de Stalin.
El n�mero de componentes de la misma Comisi�n Central de
Control fue aumentado de 7 a 50, con 10 suplentes; m�s altos cargos
que repartir entre los incondicionales. Adem�s, la nueva definici�n
de sus funciones y actividades efectivas transform� la Comisi�n
Central de Control en una OGPU especial para miembros del Partido Comunista.
[Habiendo sido derrotado en el XII Congreso, Zinoviev trat�
de resarcirse pol�ticamente pactando con los dirigentes principales.
Vacilaba entre dos planes: 1.º, reducir la Secretar�a a su
condici�n primera subordinada al Politbur�, priv�ndola
de los poderes de nominaci�n que ella misma se hab�a irrogado;
y 2.º, darle un car�cter "pol�tico", constituyendo una
Junta especial de tres miembros del Politbur� dentro de ella como
m�xima autoridad, a saber: Stalin, Trotsky y otro a elegir entre
Kamenev, Bujarin o Zinoviev. Era necesaria una combinaci�n por el
estilo para compensar la excesiva influencia de Stalin.
[Inici� sus conferencias sobre el asunto en una bodega pr�xima
a Kislovodsk, c�lebre balneario del C�ucaso, en septiembre
de 1923. Vorochilov, que ala saz�n se encontraba en Rostov, recibi�
de Zinoviev una invitaci�n telegr�fica para asistir, lo mismo
que Ordzhonikidze, el amigo de Stalin. Los otros concurrentes eran Zinoviev,
Bujarin, Lashevich y Evdokimov. Zinoviev, que redact� un sumario
de las opiniones expresadas en aquella Conferencia, en una carta dirigida
a Stalin y entregada personalmente por �l a su dilecto amigo Ordzhonikidze
para transmitirla al destinatario, inform� que:
"El camarada Stalin hab�a contestado con un telegrama algo rudo,
aunque en tono amistoso... Poco despu�s lleg�... y sostuvimos
varias conversaciones. Por �ltimo, se decidi� que no tocar�amos
la Secretar�a, pero, a fin de coordinar el trabajo de organizaci�n
con las actividades pol�ticas, situar�amos tres miembros
del Politbur� en el Orgbur�. Esta idea, no muy pr�ctica,
fue del camarada Stalin, y la aceptamos. Los tres miembros del Politbur�
eran los camaradas Trotsky, Bujarin y yo. Asist� a las reuniones
del Orgbur� una o dos veces, creo, y los camaradas de Trotsky y
Bujarin no fueron una sola vez. Todo se qued� en nada..."
[En realidad, todo lo que el confiado Zinoviev tuvo que hacer, fue asistir
a una o dos reuniones del Orgbur� para convencerse de que nadie
ajeno a la m�quina de Stalin pod�a intentar "meter baza"
all�: Trotsky y Bujarin tuvieron al menos la cautela y la imaginaci�n
de mantenerse a distancia.
[Entretanto, la situaci�n revolucionaria en Alemania hab�a
llegado a un punto cr�tico. Pero los triunviros y sus aliados en
el Politbur� estaban a�n muy ocupados socavando el prestigio
del ultrapopular camarada Trotsky y apu�al�ndose entre ellos,
para preocuparse en dedicar una ojeada superficial al supremo problema
de la revoluci�n mundial. Los camaradas alemanes recibieron continuas
�rdenes de manejar la palanca de la t�ctica del Frente Unido
hasta el l�mite. Luego, Zinoviev convoc� al Ejecutivo ampliado
del Komintern en Mosc�, y desde el 12 al 24 de junio los l�deres
del comunismo mundial estuvieron hablando de revoluci�n.
[Las desesperadas masas alemanas (quince millones en las ciudades, siete
millones en el campo) respaldaron a la Secci�n alemana del Komintern.
Pero con Lenin paral�tico y sin habla, y Trotsky incapacitado por
la disciplina de partido y reducido pol�ticamente a la impotencia
por su aislamiento en el Politbur�, los dirigentes del Komintern
de Mosc� nada ten�an que decir a los l�deres comunistas
de Alemania. No circularon �rdenes, y nada sucedi�. Durante
aquel nefasto mes de agosto de 1923, Stalin escribi� las siguientes
l�neas a Zinoviev (entonces a la cabeza de la Internacional Comunista)
y a Bujarin (considerado oficialmente como "el te�rico principal
del comunismo despu�s de Lenin")]:
"�Deben intentar los comunistas, en la ocasi�n presente,
hacerse due�os del poder sin los socialdem�cratas? �Est�n
suficientemente maduros para ello? Esa es la cuesti�n, a juicio
m�o. Cuando nosotros ocupamos el poder, ten�amos en Rusia,
como reserva, los siguientes recursos: a) la promesa de paz; b) la consigna
de "la tierra para los campesinos"; c) el apoyo de la gran mayor�a
de la clase trabajadora, y d) la simpat�a del campesinado. En este
momento, los comunistas alemanes nada tienen de eso. Naturalmente, cuentan
por vecino con un pa�s sovi�tico, lo que nosotros no ten�amos;
pero, �qu� podemos ofrecerles...? Si el Gobierno de Alemania
se viniese ahora abajo, por decirlo as�, y los comunistas tuvieran
que hacerse cargo de �l, terminar�an en quiebra. Eso, en
el mejor de los casos; en el peor, ser�an reducidos a fragmentos
y desalojados. La cuesti�n en su conjunto no es que Brandler quiera
"educar a las masas", sino que la burgues�a, con los socialdem�cratas
de derecha, est�n en situaci�n de convertir tales lecciones
(la manifestaci�n) en una batalla general (a los comunistas alemanes).
Como es natural, los fascistas no se duermen; pero nos tiene cuenta esperar
a que ataquen ellos. As� se agrupar� toda la clase trabajadora
en torno a los comunistas (Alemania no es Bulgaria). Por otra parte, toda
nuestra informaci�n indica que en Alemania el fascismo es d�bil.
A mi parecer, los alemanes necesitan freno m�s que espolearlos."
[Esta opini�n del principal miembro del triunvirato y amo secreto
del Partido Comunista de la Uni�n Sovi�tica, era tanto como
una orden a la direcci�n de la Internacional Comunista, que en tal
sentido formul� sus instrucciones a la del Partido Comunista alem�n.
Como todas estas declaraciones, era "secreta" y "confidencial", y por entonces
no fue generalmente conocida. Trotsky, ignorante de la "opini�n"
particular de Stalin, pero mucho m�s consciente de la gravedad de
la situaci�n en Alemania, pidi� que se fijase en seguida
un plazo provisional el�stico, de ocho a diez semanas, para desencadenar
la insurrecci�n en Alemania, y que los preparativos se comenzasen
sin p�rdida de tiempo. Pero la mayor�a del Comit�
Central nada hac�a sin contar con Stalin.
[Brandler, que fue a Mosc� a primeros de septiembre en busca
de consejo y ayuda, no pudo entrevistarse siquiera con los l�deres
de la revoluci�n mundial. Despu�s de ser remitido de un despacho
a otro, d�a tras d�a y semana tras semana, pudo al fin agenciarse
una oportunidad de exponer su conocimiento y su criterio sobre la situaci�n
en Alemania en presencia de Stalin y Zinoviev. El consejo que �stos
dieron a Brandler fue de acuerdo con la decisi�n del Ejecutivo del
Komintern de junio anterior: formar un Gobierno obrero participando en
el Gobierno socialdem�crata de Sajonia. Al advertir que Brandler
vacilaba, le dijeron que aquella maniobra era el mejor modo de preparar
la insurrecci�n. Stalin cort� todo ulterior argumento con
una orden perentoria de colaborar inmediatamente, y Zinoviev, como jefe
del Komintern, envi� �rdenes telegr�ficas al Partido
Comunista saj�n para que se incorporase al Gobierno socialdem�crata
en el acto. Adem�s, se le dijo a Brandler que entrase �l
mismo en el Gobierno. De este modo se le puso ante la alternativa de abandonar
la direcci�n del Partido Comunista alem�n, si no obedec�a.
Y se someti�.
[Los atropellados preparativos que comenzaron a fines de septiembre
fueron lastimosamente impropios y mal conducidos. El Partido Comunista
alem�n hab�a organizado destacamentos de combatientes, las
llamadas centurias rojas, en cada centro comunista, y los manten�a
preparados para el momento que se se�alar�a en una conferencia
proyectada para el 21 de octubre en Chemnitz. La insurrecci�n deb�a
de comenzar en Sajonia. Si se desarrollaba de acuerdo con el plan, el Partido
Comunista se encargar�a de la direcci�n; en otro caso, el
Partido declinar�a toda responsabilidad, ocult�ndose tras
la cortina de la aparente coalici�n con los socialdem�cratas,
con cuya ayuda tratar�an de atajar la inevitable reacci�n.
[Era una maniobra t�picamente estalinista. As� se hab�a
conducido en octubre de 1917 en Rusia, durante los debates en el Comit�
Central bolchevique, apoyando clandestinamente a Zinoviev y Kamenev, abiertamente
opuestos a la insistencia de Lenin en la insurrecci�n, mientras
vigilaba atentamente para ver qui�n quedaba encima. En Rusia no
tuvo importancia su postura para el desenlace de la insurrecci�n,
porque no estaba a su cuidado prepararla. Pero en la situaci�n de
Alemania en 1923 era �l el supremo patr�n.
[Cuando en la Conferencia de Chemnitz de 21 de octubre los socialdem�cratas
sajones echaron abajo la propuesta de Brandler a favor de una huelga general
y una insurrecci�n armada, Brandler dio la �nica consigna
que pod�a dar de acuerdo con las instrucciones recibidas de Stalin
y Zinoviev: revocar la revoluci�n. Pero aqu�lla no era la
primera vez que se aplazaba una revoluci�n en Alemania despu�s
de haberla preconizado. Y no puede esperarse que un partido revolucionario
a quien se refrena para que no act�e, responda indefinidamente con
la regularidad de un grifo de agua. Dos d�as despu�s de la
orden de negativa de Chemnitz, la insurrecci�n de Hamburgo. Todo
en vano. Los combatientes estaban sin jefes y sin objetivo. El levantamiento
se extingui�. Lo que pudo ser una revoluci�n se qued�
en aventura insensata y de Stalin, en el palenque internacional, su primer
ensayo general de la primera capitulaci�n ante Hitler en 1933.
[El fracaso alem�n tuvo inmediata repercusi�n en el Partido
Comunista de la Uni�n Sovi�tica. Los comunistas estaban desconcertados;
muchos de ellos insist�an en que hac�a falta algo m�s
que una simple toma de raz�n por los dirigentes del Partido, y reclamaban
que se ventilaran los problemas en abierta discusi�n. Su primera
petici�n fue, por consiguiente, la de que se restableciera el derecho
de formar agrupaciones dentro del Partido, abolido por el X Congreso en
1921 durante los d�as cr�ticos de la rebeli�n de Kronstadt.
El descontento ante el dominio del triunvirato har�a estado fermentando
sin cesar desde el XII Congreso, y no se limitaba a los triunviros, sino
que comprend�a al Comit� Central en su conjunto. Cuarenta
y seis bolcheviques prominentes, entre ellos Pyatakov, Sapronov, Serebryakov,
Preobrazhensky, Ossinsky, Drobnis y V. M. Smirnov, formularon una declaraci�n
en la que manifestaban, entre otros extremos:
"El r�gimen que se ha instituido en el Partido, es absolutamente
intolerable. Destruye la iniciativa dentro del Partido; est� remplazando
el Partido por una m�quina pol�tica... que funciona bastante
bien cuando no hay dificultades, pero que inevitablemente falla en los
momentos de crisis y amenaza con su total quiebra ante los graves acontecimientos
que se avecinan. La situaci�n presente se debe a que el r�gimen
de dictadura faccional que se impuso objetivamente despu�s del X
Congreso ha sobrevivido a su inutilidad."
[Los cuarenta y seis no se quedaron satisfechos con los vanos amagos
del Pleno de septiembre de "ampliar la democracia" en el Partido. Se organizaron
m�tines de protesta y agitaci�n p�blica contra el
r�gimen burocr�tico que se segu�a, no s�lo
en instituciones sovi�ticas, sino incluso en las organizaciones
del Partido.
[En un esfuerzo para catalizar este creciente movimiento de protesta,
que amenazaba con degenerar en una oposici�n conjunta de la izquierda,
Zinoviev, en representaci�n del triunvirato, public� en el
n�mero de Pravda de 7 de noviembre, dedicado al VII aniversario
de la Revoluci�n bolchevique, un art�culo que legalizaba
la discusi�n, proclamando la existencia de "democracia obrera" dentro
del Partido. Al mismo tiempo, por negociaciones entre los dirigentes m�s
destacados, se lleg� por �ltimo a una resoluci�n bosquejada
en el Politbur� y adoptada por el Comit� Central el 5 de
diciembre de 1923, en la que se condenaban calamidades tales como la burocracia,
los privilegios especiales y otras parecidas y se promet�a solemnemente
restaurar el derecho de cr�tica e investigaci�n y proveer
todos los cargos mediante elecciones honradas. Trotsky, que hab�a
estado enfermo desde primeros de noviembre y por ello imposibilitado de
participar en la discusi�n general, puso en el citado acuerdo su
firma con la de los dem�s miembros del Politbur� y del Comit�
Central.
[La lucha en las alturas duraba ya cerca de dos a�os tan en
secreto que el Partido en conjunto nada sab�a de ella, y todos,
aparte un pu�ado de iniciados de confianza, miraban a Trotsky como
un decidido y leal sostenedor del r�gimen imperante. Por eso decidi�
a�adir a su firma en la resoluci�n del Comit� Central
de 5 de diciembre una declaraci�n de su propia actitud, en la que
francamente expon�a sus dudas respecto a los peligros de la burocracia,
a las posibilidades de degeneraci�n pol�tica del movimiento
bolchevique, y aconsejaba a la juventud que arremetiera contra la obediencia
pasiva, el arribismo y el servilismo, y deduc�a la expl�cita
conclusi�n de que el nuevo rumbo trazado en el acuerdo del Comit�
Central de 5 de diciembre deb�a conducir ante todo a la general
seguridad de que "en adelante nadie hab�a de aterrorizar al Partido".
[La carta levant� una tempestad de furor entre los conspicuos.
El m�s enojado de todos era Zinoviev, que, como, Bujarin revel�
en el curso de una contienda de facciones cuatro a�os despu�s,
insist�a en que se detuviera a Trotsky por la "traici�n"
impl�cita en su carta del "nuevo rumbo". Adem�s, aunque la
discusi�n hab�a sido autorizada oficialmente, la Comisi�n
Central de Control actu� con m�xima diligencia. As�
lo hizo tambi�n la m�quina pol�tica �ntegra
del secretario general y triunviro mayor. La XIII Conferencia del Partido,
reunida del 16 al 18 de enero de 1924, para planear el inmediato XIII Congreso
del Partido que hab�a de celebrarse en mayo, adopt� una resoluci�n,
a base del informe de Stalin, que condenaba la discusi�n pro democracia
y la intervenci�n de Trotsky con las siguientes palabras:
"La oposici�n acaudillada por Trotsky exhibi� la consigna
de destruir el aparato del Partido e intent� transferir el centro
de gravedad de la lucha contra la burocracia en el aparato del Estado a
la lucha contra la "burocracia" en el aparato del Partido. Una cr�tica
tan infundada, y el claro prop�sito de desacreditar el aparato del
Partido, hablando en t�rminos objetivos, no tiene otra finalidad
que la de emancipar el aparato del Estado de la influencia del Partido..."
Y que aquello era, naturalmente, una "desviaci�n peque�oburguesa".
Finalmente, el Politbur� orden� al doliente Trotsky que fuese
a hacer una cura en el C�ucaso. Era un modo cort�s (en raz�n
de su popularidad estaban obligados a tratarle con moderaci�n) de
desterrarle del centro pol�tico por el momento. Apenas llegado al
C�ucaso, Trotsky recibi� un telegrama de Stalin particip�ndole
que Lenin, cuya salud hab�a mejorado �ltimamente, acababa
de morir de improviso.]
Pol�ticamente, Stalin y yo hemos estado mucho tiempo en campos
opuestos e irreconciliables. Pero en ciertos c�rculos se ha hecho
cosa corriente hablar de mi "odio" a Stalin y suponer a priori que todo
lo que yo escrib�a, no s�lo acerca del dictador moscovita,
sino de la U.R.S.S. tambi�n, est� inspirado por tal sentimiento.
Durante mi actual destierro de m�s de diez a�os, los agentes
literarios del Kremlin se han excusado sistem�ticamente de la necesidad
de contestar en forma adecuada a lo que escribo sobre la Uni�n Sovi�tica,
aludiendo con habilidad a mi "odio" a Stalin. El difunto Freud no ten�a
en la menor estima este g�nero barato de psicoan�lisis. El
odio es, despu�s de todo, una especie de v�nculo personal.
Pero Stalin y yo hemos estado separados por sucesos tan terribles, que
han consumido en llamas y reducido a cenizas todo lo personal, sin dejar
el menor residuo. En el odio hay cierto elemento de envidia. Ahora bien,
para m�, pienso y siento que la exaltaci�n sin precedentes
de Stalin representa el hundimiento m�s profundo. Stalin es mi enemigo.
Pero tambi�n Hitler lo es, y Mussolini, y otros muchos. Hoy alimento
tan poco odio hacia Stalin como hacia Hitler, Franco o el Mikado. Por encima
de todo trate, de comprenderlos, a fin de estar mejor pertrechado para
combatirlos. En t�rminos generales, cuando se trata de asuntos de
importancia hist�rica, el odio personal es un sentimiento min�sculo
y despreciable. No solamente degrada, sino que ciega. Pero a la luz de
acontecimientos recientes en el palenque mundial y en la U.R.S.S., incluso
muchos de mis adversarios est�n ya convencidos de que yo no estaba
tan ciego; aquellas de mis predicciones que parec�an menos probables
han resultado certeras.
Estas l�neas de introducci�n en mi defensa son tanto
m�s necesarias cuanto que me aproximo a tratar un tema muy espinoso.
He tratado de ofrecer una semblanza general de Stalin basada en la observaci�n
directa y en un minucioso estudio de su biograf�a. No niego que
el retrato resultante es sombr�o y hasta siniestro. Pero desaf�o
a cualquiera que extraiga otra figura m�s humana de estos hechos
que han escandalizado la imaginaci�n de la Humanidad en el curso
de estos �ltimos a�os: las depuraciones en masa, las inauditas
acusaciones, los juicios fant�sticos, el exterminio de toda una
generaci�n revolucionaria y, finalmente, las m�s recientes
maniobras en el campo internacional. Ahora me dispongo a aducir unos pocos
hechos bastante an�malos, guarnecidos de ciertas dudas y sospechas,
de la historia de c�mo un revolucionario provinciano se convirti�
en dictador de un gran pa�s. Estas dudas y sospechas no han llegado
hasta m� plenamente desarrolladas. Han madurado lentamente, y cuando
se me ocurrieron en otro tiempo, las apartaba a un lado como producto de
una excesiva desconfianza. Pero los juicios de Mosc� (que revelaron
una infernal colmena de intrigas, falsificaciones, invenciones, envenenamientos
subrepticios y asesinatos tras la figura del dictador del Kremlin) han
proyectado una claridad siniestra sobre los a�os pasados. Comenc�
entonces a preguntarme con creciente insistencia: �Cu�l fue
la actuaci�n efectiva de Stalin en la �poca de la muerte
de Lenin? �No hizo algo el disc�pulo para acelerar la muerte
de su maestro?
Me doy cuenta, m�s que nadie, de 1ª monstruosidad de tal
sospecha. Pero no puedo remediarlo, ya que se desprende de las circunstancias,
de los hechos y del car�cter mismo de Stalin. En 1922, el aprensivo
Lenin hab�a advertido: "Este cocinero no prepara m�s que
platos cargados de pimienta." De hecho resultaron, m�s que cargados
de pimienta, venenosos, y no s�lo en met�fora, sino en realidad.
Hace dos a�os escrib� por primera vez sobre hechos que en
su tiempo (1923-24) s�lo conocieron siete u ocho personas, en parte,
adem�s. De este n�mero, aparte de m�, �nicamente
Stalin y Molotov contin�an en el mundo de los vivos. Pero estos
dos (aun concediendo que Molotov estuviese entre los iniciados, de lo cual
no estoy seguro) no tienen motivos para confesar lo que voy a decir ahora.
Debo a�adir que todos los hechos que menciono, toda referencia o
cita, puede comprobarse consultando publicaciones oficiales del Soviet
o documentos que constan en mis archivos. Tuve ocasi�n de informar
de palabra y por escrito ante la Comisi�n del doctor John Dewey
que investig� los juicios de Mosc�, y jam�s se han
impugnado uno solo de los documentos que exhib� por centenares.
La iconograf�a, rica en cantidad (nada decimos de su calidad),
producida en estos �ltimos a�os, invariablemente presenta
a Lenin en compa��a de Stalin. Ambos est�n sentados
uno al lado del otro, cambiando impresiones, y tambi�n miradas amistosas.
La insistencia de este motivo, reiterado en pinturas, en esculturas, en
la pantalla, obedece al deseo de hacer que la gente olvide el hecho de
que el �ltimo per�odo de la vida de Lenin estuvo colmado
de intenso antagonismo entre �l y Stalin, que culmin� en
una total ruptura. Tampoco hab�a entonces nada personal en la hostilidad
de Lenin hacia Stalin. Indudablemente apreciaba mucho ciertos rasgos de
car�cter de Stalin, su firmeza, su perseverancia, e incluso su rudeza
y disimulo, atributos indispensables en la lucha y, por lo tanto, tambi�n
en el cuartel general del Partido. Pero con el tiempo, Stalin se aprovechaba
cada vez m�s de las oportunidades que su cargo le brindaba para
reclutar gente que le fuese afecta y para tomar venganza sobre sus adversarios.
Al ser designado en 1919 para ocupar el Comisariado Popular de Inspecci�n,
Stalin lo convirti� gradualmente en un instrumento de favoritismo
e intrigas. Transform� la Secretar�a general del Partido
en un manantial inagotable de mercedes y dispensas. Del mismo modo abus�
con fines personales de su condici�n de miembro del Orgbur�
y del Politbur�. En todas sus acciones pod�a discernirse
un m�vil personal. Poco a poco, Lenin se convenci� de que
ciertas caracter�sticas de Stalin, multiplicadas por la m�quina
pol�tica, eran francamente da�osas para el Partido. De ah�
surgi� su decisi�n de apartar a Stalin de la m�quina
y transformarle as� en un miembro de base del Comit� Central.
En la U.R.S.S. de hoy, las cartas que Lenin escribi� por entonces
son de lo m�s "tab�" en materia de documentos. Afortunadamente,
hay varias de ellas en mis archivos, en copia o en fotograf�a, y
algunas ya se han publicado.
La salud de Lenin empeor� de repente hacia el final de 1921.
El primer acceso se present� en mayo del a�o siguiente. Durante
dos meses no pudo moverse, ni hab�an, ni escribir. A partir de julio
comenz� a recuperarse lentamente. En octubre regres� del
campo al Kremlin y reanud� sus tareas. Fue grande su sorpresa ante
el desarrollo que observ� de burocracia, arbitrariedad e intrigas
de las instituciones del Partido y del Gobierno. En diciembre abri�
el fuego contra los procedimientos de Stalin en materia de pol�tica
de nacionalidades, especialmente contra los utilizados en Georgia, donde
la autoridad del secretario general era objeto de abierta hostilidad. Se
pronunci� en contra de Stalin en la cuesti�n del monopolio
del comercio extranjero, y para el pr�ximo Congreso del Partido
estaba preparando con sus secretarias un discurso que, seg�n sus
propias palabras, iba a ser "una bomba para Stalin". El 23 de enero, con
gran consternaci�n del secretario general, propuso como proyecto
organizar una Comisi�n de Control de trabajadores que pusiera coto
al poder de la burocracia. "Hablemos francamente -escrib�a Lenin
el 2 de marzo-; el Comisariado de Inspecci�n no goza hoy de la m�s
m�nima autoridad... No hay peor instituci�n entre las nuestras
que el Comisariado Popular de Inspecci�n...", y otras cosas an�logas.
A la cabeza de la Inspecci�n estaba Stalin, quien demasiado comprend�a
de qui�n se hablaba en aquel escrito.
A mediados de diciembre de 1922, la salud de Lenin volvi� a
empeorar. Tuvo que mantenerse alejado de conferencias, limitando su contacto
con el Comit� Central a notas y telegramas. Stalin intent�
al punto aprovecharse de esta situaci�n, ocultando a Lenin buena
parte de la informaci�n que se iba concentrando en la Secretar�a
del Partido. Se instituyeron medidas de aislamiento contra personas de
la intimidad de Lenin. Krupskaia hizo cuanto pudo por sustraer al enfermo
de las jugarretas hostiles de la Secretar�a. Pero Lenin sab�a
hacer un cuadro completo de la situaci�n a base de simples indicaciones
dispersas y casi imperceptibles. "�Preservadle de inquietudes!",
insist�an los m�dicos. Pero era m�s f�cil decirlo
que hacerlo. Encadenado a su lecho, aislado del mundo exterior, Lenin estaba
encendido de alarma e indignaci�n, Su principal motivo de preocupaci�n
era Stalin. La conducta del secretario general se hizo m�s osada
a medida que los pron�sticos de los doctores sobre la enfermedad
de Lenin iban siendo menos favorables. En aquellos d�as, Stalin
estaba malhumorado, con la pipa firmemente sujeta entre los dientes, y
una chispa siniestra en sus amarillentos ojos, limitando sus respuestas
a un confuso gru�ido. Ve�a su destino en la balanza, y se
hab�a propuesto salvar todos los obst�culos. Entonces fue
cuando se produjo el rompimiento final entre �l y Lenin.
El antiguo diplom�tico sovi�tico Dimitrievsky, muy amigo
de Stalin, habla de este dram�tico episodio tal y como se propal�
entre quienes andaban alrededor del secretario general:
"Cuando Krupskaia, que le ten�a harto con sus constantes molestias,
le telefone� una vez m�s desde el campo para pedirle cierta
informaci�n, Stalin... la increp� desaforadamente. Krupskaia,
llorando a l�grima viva, fue inmediatamente a quejarse a Lenin.
Los nervios de �ste, excitados ya hasta el l�mite por las
intrigas, no pudieron resistir m�s. Krupskaia se apresur�
a enviar a Stalin la carta de Lenin... "Pero ya conoces a Vladimiro Ilich
-dijo Krupskaia con aire de triunfo a Kamenev-. Nunca se hubiera resuelto
a romper con Stalin toda relaci�n personal si no creyese necesario
aplastarle pol�ticamente."."
Es cierto que Krupskaia dijo esas palabras, pero no "con aire de triunfo";
por el contrario, aquella mujer tan sincera y sensible estaba terriblemente
asustada e inquieta por lo que hab�a pasado. No se "quej�"
de Stalin; lejos de eso, en lo que pudo trat� de interponerse para
amortiguar el choque. Pero ante las insistentes preguntas de Lenin, no
pudo referirle m�s que lo que el secretario general le dijera, Stalin
hab�a callado los asuntos m�s principales. La carta del rompimiento,
o, mejor dicho, la nota de breves l�neas dictadas el 6 de marzo
a una taqu�grafa de confianza, expresaba secamente la ruptura de
"toda relaci�n personal y de camarada con Stalin". Aquella nota,
el �ltimo documento que sobrevive de Lenin, es a la vez el compendio
final de sus relaciones con Stalin. Luego sobrevino el acceso m�s
violento de todos, y la p�rdida del habla.
Un a�o despu�s, cuando Lenin estaba ya embalsamado en
su mausoleo, la responsabilidad de la ruptura, seg�n deja apreciar
claramente el relato de Dimitrievsky, se atribuy� abiertamente a
Krupskaia. Stalin la acus� de "intrigar" en contra suya. El famoso
Yaroslavsky, que sol�a ocuparse de los encargos turbios de Stalin,
dijo en julio de 1926, en una reuni�n del Comit� Central:
"Cayeron tan bajo, que se atrevieron a ir a Lenin, enfermo, quej�ndose
de que Stalin los hab�a insultado. �Qu� verg�enza,
complicar la pol�tica en cosas tan importantes con asuntos personales!"
El "ellos" se refiere a Krupskaia. Esta fue vengativamente castigada por
los agravios que Lenin hab�a hecho a Stalin. Por su parte, la viuda
me refiri� la honda desconfianza que Stalin inspir� a Lenin
en la �ltima �poca de su vida, "Volodya dec�a: "�se
(Krupskaia no le citaba por su nombre, sino que se�alaba con la
cabeza hacia la habitaci�n de Stalin) carece de la honradez m�s
elemental, de la simple honradez humana...""
El llamado "testamento" de Lenin (esto es, su �ltimo informe
sobre c�mo organizar la direcci�n del Partido) fue escrito
en dos veces, durante su segunda enfermedad, el 25 de diciembre cae 1922
y el 4 de enero de 1923. "Stalin, una vez nombrado secretario general -dice
el testamento-, ha concentrado en sus manos excesivo poder y no estoy seguro
de que sepa usarlo siempre con suficiente prudencia." Diez d�as
despu�s, esta comedida f�rmula le pareci� insuficiente,
v a�adi� en una posdata: "Propongo a los camaradas que vean
el modo de apartar a Stalin de este puesto y colocar en su lugar a otro"
que fuese "m�s leal, m�s cort�s y m�s considerado
con los camaradas, menos caprichoso, etc." Lenin trataba de expresar su
juicio sobre Stalin del modo m�s inofensivo posible. Pero planteaba
el tema de apartar a Stalin del puesto que podr�a hacerle poderoso.
Despu�s de todo cuanto hab�a sucedido en los meses precedentes,
el testamento no pudo ser una sorpresa para Stalin. No obstante, lo tomo
como una terrible afrenta. Cuando ley� por primera vez el texto
(que Krupskaia le hab�a transmitido para el pr�ximo Congreso
del Partido) en presencia de su secretario Mejlis, m�s tarde jefe
pol�tico del Ej�rcito Rojo, y del destacado pol�tico
sovi�tico Syrtsov, que ulteriormente ha desaparecido de la escena,
prorrumpi� a prop�sito de Lenin en un lenguaje tan soez que
revelaba sus verdaderos sentimientos hacia su "maestro" en aquellos d�as.
Bazhanov, otro antiguo secretario de Stalin, ha descrito la sesi�n
del Comit� Central en que Kamenev dio a conocer el testamento: "Una
terrible turbaci�n paraliz� a todos los presentes. Stalin,
sentado en los pelda�os de la tribuna presidencial, se sent�a
insignificante y angustiado. Yo le observaba de cerca: a pesar de su aplomo
y su calma aparente, se ve�a bien que estaba en juego su suerte..."
Radek, que estaba junto a m� en aquella memorable sesi�n,
se inclin� hacia m� para decirme: "Ahora no se atrever�n
a ir contra ti." Pensaba al decir esto en los dos pasajes de la carta:
uno, que me describ�a como "el hombre mejor dotado del actual Comit�
Central", y otro, que ped�a la sustituci�n de Stalin a causa
de su rudeza, su deslealtad y su propensi�n a abusar del poder.
Yo repuse: "Al contrario, ahora tratar�n de llegar al extremo, y
adem�s lo antes posible." En realidad, el testamento no s�lo
no acert� a liquidar la lucha interna, que era el deseo de Lenin,
sino que m�s bien la intensific� hasta la fiebre. Stalin
no pod�a dudar ya de que el retorno de Lenin a la actividad supondr�a
la muerte pol�tica del secretario general; e inversamente, que s�lo
la muerte de Lenin despejar�a el camino a Stalin.
Durante la segunda enfermedad de Lenin, hacia fines de febrero de 1923,
en una reuni�n de los miembros del Politbur�, Zinoviev, Kamenev
y el autor de estas l�neas, Stalin nos inform�, antes de
salir de la secretar�a, que Lenin le hab�a llamado de improviso
pidi�ndole un veneno. Lenin estaba desesperado por la p�rdida
del habla, consideraba su estado irremediable, preve�a la proximidad
de otro acceso y no ten�a confianza en sus m�dicos, a quienes
sin esfuerzo sorprend�a en contradicciones. Su cerebro funcionaba
perfectamente, y sufr�a de un modo intolerable. Yo pude seguir a
diario el curso de su enfermedad por nuestro m�dico com�n,
el doctor Gu�tier, que era tambi�n amigo de nuestra familia.
-�Es posible, Fedor Alexandrovich, que esto sea el final? -le
pregunt�bamos una y otra vez mi mujer y yo.
-No puede asegurarse. Vladimiro Ilich se restablecer� probablemente.
Tiene una constituci�n s�lida.
-�Y sus facultades mentales?
-Fundamentalmente est�n intactas. Acaso algunas notas puedan
perder algo de su pureza anterior, pero el virtuoso lo seguir� siendo.
Continuamos en esta esperanza. Pero ahora me encontraba de repente
con la inesperada novedad de que Lenin, que parec�a la aut�ntica
encarnaci�n del af�n de vivir, trataba de envenenarse. �Qu�
mal se sentir�a por dentro!
Recuerdo cu�n enigm�tico, extraordinario y fuera de tono
con las circunstancias me pareci� el semblante de Stalin. La petici�n
que nos refer�a era tr�gica; y, sin embargo, en su cara,
como en una m�scara, se dibujaba una malsana sonrisa. No era cosa
nueva para nosotros el desacuerdo entre la expresi�n de su rostro
y sus palabras, pero aquella vez resultaba francamente insufrible. El horror
del lance aumentaba por la reticencia de Stalin, que parec�a reservarse
su opini�n sobre el deseo de Lenin como esperando a saber lo que
los dem�s pensaban; �era su prop�sito captar los matices
de nuestra reacci�n ante el caso, sin soltar prenda, o ten�a
ciertas ocultas ideas propias...? Veo ante m� al p�lido y
silencioso Kamenev, que amaba sinceramente a Lenin, y a Zinoviev, aturdido,
como siempre en momentos dif�ciles. �Estaban ellos enterados
de la petici�n de Lenin desde antes de empezar la reuni�n,
o se la hab�a reservado Stalin para sorprender a sus aliados del
triunvirato a la vez que a m�?
-�Naturalmente, no hay que pensar siquiera en hacerle caso! -exclam�-.
Gu�tier no ha perdido la esperanza. Lenin puede restablecerse a�n.
-Ya se lo he dicho -repuso Stalin, no sin un dejo de fastidio-. Pero
no quiere atenerse a razones. El viejo est� sufriendo. Dice que
quiere tener un veneno a mano... para no usarlo sino cuando est�
convencido de que su mal no tiene remedio.
-De todos modos, no hay que pensar en ello -insist�, esta vez
apoyado por Zinoviev, seg�n creo-. Puede ceder a una tentaci�n
pasajera y hacer un disparate irrevocable.
-El viejo est� sufriendo -repiti� Stalin, mirando vagamente
por encima de nosotros, y, como antes, procurando no comprometerse.
Seguramente pensaba en algo paralelo a la conversaci�n, pero
no en cabal consonancia con ella.
Es posible, desde luego, que los acontecimientos posteriores hayan
influido en ciertos detalles de mis recuerdos, aunque, por regla general,
he aprendido a confiar en mi memoria. De todos modos, este episodio es
de los que dejan en la conciencia, para siempre, una huella indeleble.
Adem�s, al volver a casa se lo cont� a mi mujer con todo
detalle. Y desde entonces, siempre que mentalmente evoco aquella escena,
no puedo menos de repetirme: la conducta de Stalin, toda su actitud era
desconcertante y siniestra. �Qu� es lo que quiere? �Y
por qu� no deja su careta esa insidiosa sonrisa...? No se vot�
nada, pues no se trataba de una conferencia formal, pero nos separamos
con la impl�cita inteligencia de que no se pod�a pensar siquiera
en facilitar un veneno a Lenin.
Aqu� surge naturalmente la cuesti�n: �C�mo
y por qu� Lenin, que a la saz�n desconfiaba much�simo
de Stalin, hubo de dirigirse a �ste con una petici�n que
por su �ndole misma presupon�a el grado sumo de confianza
personal? Apenas un mes antes de hacerle este encargo, Lenin hab�a
escrito su despiadada posdata al testamento. Pocos d�as despu�s
de hab�rselo hecho, rompi� con �l toda relaci�n
personal. El mismo Stalin no pod�a menos de haberse planteado la
pregunta de por qu� se dirig�a Lenin a �l y no a otro
cualquiera. La respuesta es f�cil. Lenin ve�a en Stalin al
�nico hombre que acceder�a a su tr�gica pretensi�n,
por estar interesado en hacerlo. Con su infalible instinto, el enfermo
se imaginaba lo que estaba ocurriendo en el Kremlin y fuera de sus paredes,
y lo que realmente pensaba Stalin de �l. Lenin no ten�a necesidad
de repasar la lista de sus camaradas para decirse que, salvo Stalin, ninguno
de ellos le har�a aquel "favor". Al mismo tiempo, es posible que
tratara de probarle, de ver con qu� celo era capaz de aprovecharse
de aquella oportunidad el cocinero de los platos cargados de pimienta.
En aquellos d�as no s�lo pensaba en la muerte, sino tambi�n
en el destino de Partido. El nervio revolucionario de Lenin fue indudablemente
el �nico que se rindi� a la ineluctable deidad.
Siendo muy joven, en la c�rcel, Koba sol�a incitar a escondidas
a los exaltados cauc�sicos contra sus adversarios, dando as�
origen a reyertas y en alguna ocasi�n hasta a un homicidio. A medida
que pasaron los a�os, perfeccion� su t�cnica. La m�quina
pol�tica monopolizadora del Partido, combinada con la m�quina
totalitaria del Estado, abrieron para �l posibilidades que ni siquiera
predecesores suyos tales como C�sar Borgia hubiesen podido so�ar.
El despacho en que los inquisidores de la OGPU practican sus minuciosos
interrogatorios est� conectado con un micr�fono con el de
Stalin. El invisible Jos� Djugashvili, con su pipa en la boca, escucha
�vidamente el di�logo bosquejado por �l mismo, frot�ndose
las manos y riendo sin ruido. M�s de diez a�os antes de los
famosos juicios de Mosc� hab�a confesado a Kamenev y a Dzerzhinsky,
ante una botella de vino, una noche de verano, en la galer�a de
un balneario estival, que su goce supremo en la vida era no perder de vista
a un enemigo, prepararlo todo con minuciosidad, vengarse sin compasi�n,
e irse a dormir satisfecho. �M�s tarde se veng� a costa
de toda una generaci�n de bolcheviques! No hay por qu� volver
aqu� a la tramoya de los juicios de Mosc�. La sentencia que
se les impuso en su d�a fue a la vez autoritaria y minuciosa. Pero
si se quiere comprender al verdadero Stalin a su conducta durante el per�odo
de la enfermedad y muerte de Lenin, es necesario verter luz sobre ciertos
episodios de la �ltima audiencia representada en marzo de 1938.
Un lugar especial en el banquillo de los acusados ocupaba Henry Yagoda,
que hab�a trabajado en la Checa y en la GPU durante diecis�is
a�os, primero como ayudante principal y luego como jefe, siempre
en �ntimo contacto con el secretario general en calidad de auxiliar
suyo de m�xima confianza en la lucha de �ste contra la oposici�n.
El sistema de confesiones de cr�menes jam�s cometidos es
obra de Yagoda, si no creaci�n suya. En 1933, Stalin recompens�
a Yagoda con la Orden de Lenin; en 1935, le elev� al rango de comisario
general de Defensa del Estado, esto es, jefe de la Polic�a Pol�tica,
dos d�as tan s�lo despu�s de haber sido elevado el
inteligente Tujachevsky a la dignidad de mariscal del Ej�rcito Rojo.
En la persona de Yagoda se elev� a una nulidad que todos conoc�an
y despreciaban. Los viejos revolucionarios deben de haber cambiado miradas
de indignaci�n. Incluso en el condescendiente Politbur� se
hizo intenci�n de oponerse a ello. Pero alg�n secreto ligaba
a Stalin con Yagoda, al parecer, con car�cter de permanencia. El
misterioso v�nculo fue revelado tambi�n misteriosamente.
Durante la gran "purga", Stalin decidi� liquidar asimismo a su c�mplice,
que sab�a demasiado. En abril de 1938, Yagoda fue arrestado. Como
siempre, as� Stalin aseguraba varias ventajas suplementarias: por
la promesa de un perd�n, Yagoda se declaraba en la vista culpable
personal de cr�menes que la murmuraci�n hab�a atribuido
a Stalin. Naturalmente, la promesa no se cumpli�. Yagoda fue ejecutado,
para probar as� mejor que Stalin es irreconciliable en materia de
ley y de moral.
Pero en aquel juicio se hicieron p�blicas circunstancias sumamente
esclarecedoras. De acuerdo con el testimonio de su secretario y confidente,
Bulnanov, Yagoda ten�a una caja especial de venenos, de la cual
extra�a siempre que hac�a falta preciosos frasquitos que
confiaba a sus agentes con instrucciones apropiadas. El jefe de la OGPU,
antiguo farmac�utico, se interesaba sobremanera por los venenos.
Ten�a a su disposici�n a varios toxic�logos, para
los cuales organiz� un laboratorio especial, provey�ndoles
de medios sin l�mite ni control. Es, desde luego, imposible que
Yagoda pudiese montar tal empresa para sus propias necesidades personales.
Lejos de eso, en aquella ocasi�n, como en otras, estaba desempe�ando
sus funciones oficiales. Como envenenador, era simplemente instrumentum
regni, como el viejo Locusta en la corte de Ner�n, �con la
diferencia que hab�a sobrepasado en mucho a su ignorante predecesor
en materia de t�cnica!
Junto a Yagoda, en el banquillo de los acusados, se sentaban cuatro
m�dicos del Kremlin, acusados de la muerte de M�ximo Gorki
y de dos ministros del Gobierno sovi�tico. "Confieso que... recet�
medicamentos inadecuados para la enfermedad del caso..." As�, "Yo
fui el responsable de la muerte prematura de M�ximo Gorki y de Kuibyschev".
Durante los d�as de la vista, con su fondo b�sico de falsedad,
las acusaciones, como las confesiones de haber envenenado al anciano y
achacoso escritor, me parec�an fantasmag�ricas. Informaci�n
posterior y un an�lisis m�s detenido de las circunstancias,
me indujeron a cambiar de opini�n. No todo en las actuaciones era
mentira. Hab�a all� envenenados y envenenadores. No todos
los envenenadores estaban en el banquillo de los acusados. El envenenador
principal dirig�a la audiencia por tel�fono.
Gorki nunca fue conspirador ni pol�tico. Era un viejo bondadoso,
defensor del agraviado, un protestante sentimental. Tal fue su papel durante
los primeros d�as de la Revoluci�n de octubre. En el curso
de los dos primeros planes quinquenales, el hambre, el descontento y las
represiones alcanzaron el l�mite m�ximo. Los cortesanos protestaron.
Incluso protest� la esposa de Stalin, Alliluyeva. En aquella atm�sfera,
Gorki constitu�a una seria amenaza. Manten�a correspondencia
con escritores europeos, era visitado por extranjeros, los oprimidos se
quejaban a �l, y el escritor, por su parte, moldeaba la opini�n
p�blica. Pero lo m�s importante es que hubiera sido imposible
obtener su aquiescencia al exterminio, que entonces se preparaba, de los
antiguos bolcheviques, a quienes hab�a conocido �ntimamente
durante muchos a�os. La protesta p�blica de Gorki contra
las celadas habr�a roto inmediatamente el encanto hipn�tico
de la justicia de Stalin ante los ojos de todo el mundo.
No hab�a manera de hacerle permanecer callado. Y menos posible
a�n era detenerle, desterrarle o fusilarle. La idea de acelerar
la liquidaci�n del doliente Gorki por medio de Yagoda, "sin sangre",
debi� de parecer al amo del Kremlin el �nico modo de salir
de aquella situaci�n. La mente de Stalin est� constituida
de tal modo que tales decisiones se le ocurren por impacto de reflejos.
Habiendo aceptado el encargo, Yagoda se confi� a sus m�dicos
"particulares". No aventuraba nada. Negarse, de acuerdo con las propias
palabras del doctor Levin, "hubiera conjurado la ruina para m� y
para mi familia". Adem�s, "no hay modo de escapar de Yagoda. Es
un hombre que no se detiene ante nada. Os encontrar�a aunque os
escondieseis bajo tierra".
Pero, �por qu� no se quejaron los poderosos y respetados
m�dicos del Kremlin a los miembros del Gobierno, a quienes todos
ellos conoc�an por ser pacientes suyos? S�lo entre la clientela
del doctor Levin figuraban veinticuatro funcionarios de la m�xima
categor�a, incluso miembros del Politbur� y del Consejo de
Comisarios del Pueblo. La respuesta es que el doctor Levin, como cualquiera
que viviese en el Kremlin o en sus alrededores, sab�a perfectamente
a qui�n serv�a Yagoda. El doctor Levin se someti�
a Yagoda porque no ten�a poder para resistir a Stalin.
En cuanto al descontento de Gorki, sus deseos de ir al extranjero,
la negativa de Stalin a facilitarle un pasaporte para que saliera del pa�s...,
todo ello era conocido en Mosc� de todo el mundo, y constitu�a
la comidilla general. Las sospechas de que Stalin hab�a ayudado
de alg�n modo a las fuerzas destructivas de la Naturaleza brotaron
inmediatamente despu�s de la muerte del gran escritor. Una tarea
concomitante del juicio contra Yagoda era desvanecer tales sospechas respecto
a Stalin. De ah� las repetidas declaraciones de Yagoda, los m�dicos
y los otros acusados de que Gorki era "�ntimo amigo de Stalin",
"persona de confianza", "stalinista", enteramente conforme con la pol�tica
del "l�der", y que hablaba "con entusiasmo excepcional" de la misi�n
de Stalin. Si s�lo una mitad de todo aquello hubiera sido cierto,
Yagoda no se hubiera atrevido a matar a Gorki, y menos se habr�a
arriesgado a confiar tal proyecto a un m�dico del Kremlin, que le
hubiese podido hundir con s�lo telefonear a Stalin.
Aqu� hay un simple "detalle" extra�do de una causa nada
m�s. Hubo varios y much�simos "detalles". Todos ellos llevaban
la marca imborrable de Stalin. La faena es b�sicamente suya. Dando
paseos por su despacho, analiza minuciosamente planes para reducir a quienquiera
que le disguste al grado m�ximo de humillaci�n, para fraguar
denuncias contra sus m�s allegados para traicionarse del modo m�s
horrible a s� mismo. Para el que resiste, a pesar de todo, siempre
queda una redomita. S�lo Yagoda ha desaparecido, su caja de venenos
perdura.
En el juicio de 1938, Stalin acusa a Bujarin, como de pasada, de haber
preparado en 1918 un atentado contra la vida de Lenin. El c�ndido
y fogoso Bujarin veneraba a Lenin, le amaba como un ni�o ama a su
madre, y cuando atrevidamente polemizaba con �l no lo hac�a
sino de rodillas. Bujarin, "blanco como la cera", para usar la expresi�n
del mismo Lenin, no ten�a ni pod�a tener designios de ambici�n
personal. Si en aquellos tiempos alguien hubiera vaticinado que llegar�a
una ocasi�n en que Bujarin se viera acusado de atentar contra la
vida de Lenin, cada uno de nosotros, y Lenin el primero, se hubiera echado
a re�r, aconsejando llevar a semejante profeta a un manicomio. �Por
qu�, entonces, recurri� Stalin a una acusaci�n tan
notoriamente absurda? Lo m�s probable es que �sta fuese su
respuesta a las sospechas de Bujarin, imprudentemente expresadas, con referencia
al mismo Stalin. En general, todas las acusaciones est�n cortadas
por el mismo patr�n. Los elementos b�sicos de las asechanzas
de Stalin no son productos de la pura fantas�a; se derivan de la
realidad; en su mayor parte, de las acciones y designios del propio jefe
de cocina amigo de la pimienta. El mismo "reflejo de Stalin" ofensivo-defensivo,
tan claramente revelado en el caso de la muerte de Gorki, desarroll�
toda su intensidad en la cuesti�n de la muerte de Lenin tambi�n.
En el primer episodio, Yagoda pag� con la vida; en el segundo, Bujarin.
Me imagino el curso de los hechos aproximadamente como sigue: Lenin
pidi� un veneno a fines de febrero de 1923. A principios de marzo
estaba de nuevo paral�tico. El pron�stico facultativo por
entonces fue reservadamente desfavorable. Sinti�ndose m�s
seguro, Stalin comenz� a proceder como si Lenin ya no viviese. Pero
el enfermo le defraud�. Su vigoroso organismo, sostenido por su
voluntad inflexible, se impuso. Hacia el invierno, Lenin comenz�
a mejorar lentamente, a andar con m�s libertad de un lado para otro;
escuchaba la lectura y �l mismo le�a; el habla se reafirmaba.
El parecer de los m�dicos era cada vez m�s halag�e�o.
El restablecimiento de Lenin no hubiera podido impedir, naturalmente, que
la Revoluci�n quedase suplantada por la reacci�n burocr�tica.
Krupskaia ten�a buenos motivos para decir en el a�o 1926:
"Si Volodya estuviese vivo, se hallar�a encerrado."
Para el propio Stalin no se trataba del curso general de los sucesos,
sino de su propio destino; o se las arreglaba para convertirse aquel mismo
d�a en se�or de la m�quina pol�tica, y en consecuencia
del Partido y del pa�s, o acabar�a desempe�ando un
papel de tercer orden para el resto de su vida. Stalin iba tras el poder,
�ntegro, a costa de lo que fuese. Ya lo ten�a casi en sus
manos. La meta estaba pr�xima, pero el peligro que Lenin significaba
ganaba a�n m�s terreno. En aquel momento Stalin resolvi�
indudablemente que era hora de actuar sin dilaci�n. Ten�a
en todas partes c�mplices cuya suerte pend�a de la suya propia.
A su lado estaba el farmac�utico Yagoda. No s� de cierto
si Stalin envi� a Lenin el veneno con la insinuaci�n de que
los m�dicos hab�an perdido toda esperanza de que se curara,
o si recurri� a m�todos m�s directos; pero estoy convencido
de que Stalin no hubiera podido aguardar pasivamente cuando su destino
pend�a de un hilo y la decisi�n no requer�a m�s
que un lev�simo adem�n de su parte.
Poco tiempo despu�s de mediados de enero de 1924, sal�
para Sujum, en el C�ucaso, con idea de librarme de una pertinaz
y misteriosa infecci�n, cuya �ndole sigue a�n siendo
un misterio para mis m�dicos: La noticia de la muerte de Lenin me
pill� en el camino. Seg�n una versi�n difundida, yo
perd� autoridad por no haber estado presente en los funerales de
Lenin. Esta explicaci�n apenas puede tomarse en consideraci�n.
Pero el hecho de mi ausencia en las ceremonias f�nebres despert�
en muchos de mis amigos serias sospechas. En la carta de mi hijo mayor,
que por entonces ten�a dieciocho a�os, hab�a una nota
de juvenil desencanto: �ten�a que haber estado a cualquier
precio! Tambi�n eran �sas mis intenciones. El telegrama cifrado
relativo a la muerte de Lenin nos encontr� a mi mujer y a m�
en la estaci�n ferroviaria de Tiflis. Inmediatamente envi�
una nota en cifra por hilo directo al Kremlin: "Creo necesario mi regreso
a Mosc�. �Cu�ndo son los funerales?" La respuesta
de Mosc� tard� cosa de una hora. "Los funerales se celebrar�n
el s�bado. No podr�s volver a tiempo. El Politbur�
opina que, en vista de tu estado de salud, debes seguir hasta Sujum. Stalin."
No pens� que fuera pertinente solicitar que se aplazara la ceremonia
por causa m�a. Pero en Sujum, postrado entre s�banas en la
galer�a de un sanatorio, me enter� de que el funeral se hab�a
aplazado hasta el domingo. Las circunstancias relacionadas con el primer
se�alamiento y la ulterior demora de la fecha del entierro son tan
confusas que no pueden aclararse en unas l�neas. Stalin maniobr�,
enga�ando no s�lo a m�, a lo que parece, sino tambi�n
a sus aliados del triunvirato. A diferencia de Zinoviev, que en todo consideraba
el aspecto de su eficacia inmediata como agitaci�n, Stalin se guiaba
en sus arriesgadas maniobras por m�viles no tangibles. Es posible
que pensara en la posibilidad de que yo asociase el fallecimiento de Lenin
con la conversaci�n del a�o anterior a prop�sito del
veneno, preguntase a los m�dicos si pod�a haber habido envenenamiento
y solicitase una autopsia especial. Era, pues, mucho mejor en todos sentidos
mantenerme lejos hasta que embalsamaran el cad�ver, quemaran las
v�sceras y ya no fuese posible un examen ulterior inspirado en tales
sospechas.
Cuando pregunt� a los m�dicos de Mosc� cu�l
fue la causa inmediata de la muerte de Lenin, que aquellos no esperaban,
no acertaron a explic�rsela. No molest� a Krupskaia, que
me hab�a escrito una carta muy afectuosa a Sujum, con preguntas
sobre el particular. No reanud� relaciones personales con Zinoviev
y Kamenev hasta dos a�os despu�s, cuando ellos rompieron
con Stalin. Evidentemente, evitaron toda conversaci�n a prop�sito
del fallecimiento de Lenin, contest�ndome con monos�labos
y sin sostener la mirada. �Sab�an algo, o s�lo ten�an
sospechas? De todos modos, hab�an estado en tan �ntimo trato
con Stalin durante los tres a�os precedentes que no pod�an
menos de sentirse cohibidos por la idea de que cayese sobre ellos tambi�n
una sombra de recelo.
Los nombres de Ner�n y de C�sar Borgia se han mencionado
m�s de una vez con motivo de la causa de Mosc� y de los �ltimos
acontecimientos internacionales. Puesto que se han evocado estos viejos
espectros, me parece pertinente hablar aqu� de un super Ner�n
y un super Borgia, pues parecen modestos, casi ingenuos, los cr�menes
de aquella era en comparaci�n con las haza�as de nuestros
tiempos. Sin embargo, es posible discernir un significado hist�rico
m�s profundo en analog�as puramente personales. Las costumbres
del decadente Imperio romano se formaron durante la transici�n de
la esclavitud a la servidumbre, del paganismo al cristianismo. La �poca
del Renacimiento marc� la transici�n de la sociedad feudal
a la sociedad burguesa, del catolicismo al protestantismo y al liberalismo.
En ambos casos, la moralidad antigua lleg� a extinguirse antes de
que la nueva se formara.
Ahora tambi�n vivimos en una �poca de tr�nsito
de un sistema a otro, en una �poca de m�xima crisis social,
que va acompa�ada, como siempre, de una crisis moral. Lo viejo se
ha conmovido hasta en sus cimientos. Lo nuevo apenas ha comenzado a emerger.
Cuando el techo se ha desprendido, y se han desencajado puertas y ventanas,
la casa no abriga, y es duro vivir en ella. Hoy soplan violentas r�fagas
por todo nuestro planeta. Todos los tradicionales principios de moral est�n
cada vez peor, no s�lo aquellos que emanan de Stalin.
Sin embargo, una explicaci�n hist�rica no es una justificaci�n.
Ner�n fue tambi�n un producto de su �poca; pero cuando
pereci� se destruyeron sus estatuas, y su nombre fue borrado de
todas partes. La venganza de la Historia es m�s terrible que la
del m�s poderoso secretario general. Me atrevo a decir que esto
es consolador.