Leon Trotsky - STALIN

CAP�TULO XI

DE LA OSCURIDAD AL TRIUNVIRATO
 
El final de la guerra civil encontr� a Stalin en la sombra, pol�ticamente. Los segundones del Partido le conoc�an, desde luego, pero no le consideraban uno de los dirigentes de importancia. Para la base del Partido era uno de los miembros menos conocidos del Comit� Central, a pesar de pertenecer al todopoderoso Politbur�. El pa�s, en general, hab�a o�do hablar muy poco de �l. El mundo extrasovi�tico ni siquiera sospechaba su existencia. Pero en menos de dos a�os su dominio sobre la m�quina pol�tica del Partido se hab�a hecho tan formidable, y su influencia se juzgaba tan lesiva para Lenin, que �ste, a primeros de marzo de 1923, rompi� con �l toda "relaci�n de camarader�a". Pasaron otros dos a�os, y Trotsky, el m�s eminente, aparte Lenin, de los adalides de la Revoluci�n de octubre y del Gobierno de los Soviets, hab�a sido relegado por la m�quina de Stalin a una posici�n pol�tica precaria. No s�lo lleg� Stalin a ser miembro del triunvirato que reg�a el Partido en lugar del doliente Lenin, sino que se convirti� en el m�s poderoso de los triunviros y despu�s en �nico sucesor de Lenin. Adem�s, con los a�os adquiri� un poder mucho mayor que el ejercido jam�s por Lenin: de hecho, m�s autoridad absoluta que ninguno de los zares en la larga historia del r�gimen absoluto en Rusia.
[�C�mo pudo suceder esto? �Cu�les fueron las causas y los grados de la elevaci�n de Stalin desde la oscuridad a la preeminencia pol�tica?]

Cada fase de desarrollo, incluso las catastr�ficas, como la revoluci�n y la contrarrevoluci�n, es una consecuencia de la fase precedente, en donde est� arraigada y a la cual se asemeja. Despu�s de la victoria de octubre, hubo escritores que sosten�an que la dictadura del bolchevismo era simplemente una nueva versi�n del zarismo, neg�ndose, al estilo del avestruz, a reconocer la abolici�n de la monarqu�a y de la nobleza, la extirpaci�n del capitalismo y la introducci�n de la econom�a planificada, la abolici�n de la Iglesia estatal, y la educaci�n de las masas en los principios del ate�smo, la abolici�n del se�or�o agrario y la distribuci�n de la tierra a los verdaderos cultivadores del suelo. De manera an�loga, despu�s, del triunfo de Stalin sobre el bolchevismo, muchos de los mismos escritores (como Webbs, los Wells y los Laskis, que primero criticaron el bolchevismo para convertirse luego en propagandistas viajeros del estalinismo) cerraron los ojos al hecho cardinal e inflexible de que, a pesar de las medidas de represi�n utilizadas por imperio de circunstancias especiales, la Revoluci�n de octubre acarre� una subversi�n de relaciones sociales en los intereses de las masas trabajadoras; mientras que la contrarrevoluci�n estalinista ha iniciado subversiones sociales que continuamente van transformando el orden social sovi�tico en provecho de una minor�a privilegiada de bur�cratas termid�ricos. Igualmente insensibles a los hechos elementales son ciertos renegados del comunismo, muchos de ellos sat�lites de Stalin en otra �poca, que con las cabezas bien hundidas en la arena de su amarga desilusi�n, no advierten que, a pesar de semejanzas superficiales la contrarrevoluci�n acaudillada por Stalin se diferencia en ciertos definidos puntos esenciales de las contrarrevoluciones de los caudillos fascistas; no echan de ver que la diferencia tiene su ra�z en la disparidad entre la base social de la contrarrevoluci�n de Stalin y la base social de los movimientos reaccionarios dirigidos por Mussolini y Hitler, y que guarda paralelismo con la que existe entre las dictaduras del proletariado, aun desfiguradas por el burocratismo termid�rico, y la dictadura de la burgues�a, entre un Estado de trabajadores y un Estado capitalista.
Adem�s, esta disparidad fundamental tiene su ejemplo (y en cierto sentido, hasta su ep�tome) en la singularidad de la carrera de Stalin comparada con las carreras de los otros dos dictadores, Mussolini y Hitler, cada uno de ellos iniciador de un movimiento, ambos agitadores excepcionales y tribunos populares. Su exaltaci�n pol�tica, por fant�stica que parezca, se produjo por su propio impulso a la vista de todos, en conexi�n inquebrantable con el desarrollo de los movimientos que encabezaron desde su arranque. Completamente distinto es el car�cter de la subida de Stalin. No puede compararse con nada de tiempos pasados. Parece no tener prehistoria. El proceso de su elevaci�n transcurri� en alguna parte, tras una cortina pol�tica impenetrable. En un determinado momento su figura, en pleno atuendo de poder, se destac� s�bitamente de la pared del Kremlin, y por primera vez el mundo se dio cuenta de Stalin como dictador ya hecho as�. Tanto m�s vivo es el inter�s con que la humanidad pensante examina la naturaleza de Stalin, personal y pol�ticamente. En sus peculiaridades de su personalidad busca la clave de su fortuna pol�tica.
Es imposible comprender a Stalin y su �xito de �ltima hora sin comprender la fuente principal de su personalidad: ansia de poder, ambici�n, envidia, una envidia activa, jam�s adormecida, a todos los mejor dotados, m�s poderosos, a cuantos destacan sobre �l. Con aquella arrogancia caracter�stica que es esencial en Mussolini, dijo �ste a uno de sus amigos: "Nunca he encontrado a mi igual." Stalin nunca hubiera podido decir tal frase, ni aun a sus amigos m�s �ntimos, pues hubiera sonado descarnada, absurda, rid�cula en exceso. En los mismos cuadros bolcheviques abundaban hombres que superaban a Stalin en todos los respectos, salvo en el de su reconcentrado ambici�n. Lenin estimaba mucho el poder como instrumento de acci�n; pero el amor al poder por el poder mismo le era totalmente ajeno. No sucede as� con Stalin. Psicol�gicamente, el poder para �l siempre fue algo aparte de los fines a que �ste se entiende destinado. El deseo de ejercer su voluntad como el atleta utiliza sus m�sculos para dominar a los dem�s: he aqu� el origen de su personalidad. As�, su voluntad fue adquiriendo una fuerza cada vez m�s concentrada, que se dilataba en agresividad, en actividad, en radio de expresi�n, sin detenerse ante nada. Cuantas veces tuvo Stalin ocasi�n de convencerse de que le faltaban muchos atributos para adquirir el poder, tanto m�s intensamente se esforz� por compensar cada deficiencia de car�cter, con tanta m�s sutileza convirti� cada defecto en ventaja bajo ciertas condiciones.
Las comparaciones oficiales acostumbradas entre Stalin y Lenin son sencillamente indecorosas. Si la base de comparaci�n es la expansi�n de la personalidad, es imposible parangonar a Stalin ni siquiera con Mussolini o Hitler. Por pobres que sean las "ideas" del fascismo, los dos victoriosos caudillos de la reacci�n, el italiano y el alem�n, desde el comienzo mismo de sus respectivos movimientos desplegaron iniciativa, impulsaron a las masas a la acci�n, abrieron nuevas rutas a trav�s de la jungla pol�tica. Nada de esto puede decirse de Stalin. El partido bolchevique fue obra de Lenin. Stalin brot� de su m�quina pol�tica, de su aparato pol�tico, y contin�a inseparablemente unido al mismo. Nunca ha tenido contacto con las masas o con los acontecimientos hist�ricos sino a trav�s del aparato. En el primer per�odo de su acceso al poder �l mismo se vio sorprendido por su propio �xito. Subi� las escaleras sin seguridad, mirando a derecha e izquierda y por encima del hombro, siempre dispuesto a escabullirse o a buscar refugio. Empleado como contrapeso frente a m�, le respaldaron y animaron Zinoviev y Kamenev, y con menos calor Rikov, Bujarin y Tomsky. Ninguno de ellos pensaba entonces que Stalin llegase a destacar por encima de sus cabezas. En el primer triunvirato, Zinoviev trataba a Stalin con cierto aire circunspecto de protector; Kamenev, con un dejo de iron�a. Pero ya hablaremos luego de esto con m�s detalle.
La escuela estalinista de falsificaci�n no es la �nica que florece hoy en el campo de la historia rusa. De hecho, deriva una parte de su sustento de ciertas leyendas basadas en la ignorancia y el sentimentalismo, como las fant�sticas patra�as relativas a Kronstadt, Majno y otros episodios de la Revoluci�n. Baste saber que lo que el Gobierno sovi�tico hizo a pesar suyo en Kronstadt fue una tr�gica necesidad; naturalmente, el Gobierno revolucionario no pod�a "regalar" la fortaleza que proteg�a Petrogrado a los marineros insurgentes s�lo porque unos cuantos dudosos anarquistas y essars patrocinasen a un pu�ado de campesinos reaccionarios y soldados amotinados. Consideraciones semejantes son aplicables tambi�n al caso de Majno y de otros elementos potencialmente revolucionarios que tal vez tuviesen buenas intenciones, pero lo demostraban de detestable manera.
Lejos de desde�ar la cooperaci�n de revolucionarios de todas las corrientes del socialismo los bolcheviques de la era heroica de la Revoluci�n la solicitaron con af�n en toda ocasi�n, y transig�an hasta el l�mite por conseguirla. Por ejemplo, Lenin y yo estudiamos seriamente una vez la posibilidad de ceder ciertas comarcas a los anarquistas, naturalmente con el asenso de la poblaci�n interesada, y permitirles llevar a efecto su experimento de orden social sin Estado en su jurisdicci�n. Aquel proyecto muri� en la etapa de discusi�n, y no por culpa nuestra. El movimiento anarquista dej� de pasar por la prueba de los hechos reales en el terreno de ensayos en la Revoluci�n rusa. Muchos de los anarquistas m�s capaces y sanos convinieron en que podr�an servir mejor su causa incorpor�ndose a las filas de nuestro Partido.
Aunque s�lo nos incautamos del Poder en octubre, demostramos nuestra disposici�n a cooperar con otros partidos sovi�ticos, negociando con ellos. Pero sus exigencias eran fant�sticamente desaforadas; no pretend�an nada menos que la decapitaci�n de nuestro Partido. Luego formamos un Gobierno de coalici�n con el �nico Partido que por entonces se prestaba a la cooperaci�n en t�rminos razonables, que fue el de los essars de izquierda; pero �stos se retiraron del Gobierno en se�al de protesta contra la paz de Brest-Litovsk en marzo de 1918, y en julio apu�alaron al Gobierno por la espalda coloc�ndole frente al hecho consumado del asesinato del embajador alem�n Mirbach y a un golpe de Estado frustrado. �Qu� hubieran querido los se�ores liberales que hici�ramos en tales circunstancias: dejar que la Revoluci�n de octubre, el pa�s y nosotros mismos fu�ramos deshechos por nuestros traidores ex compa�eros del Gobierno de coalici�n y pisoteados por el Ej�rcito imperial alem�n en pleno avance? Los hechos son irreductibles. La Historia recuerda que el Partido de los essars de izquierda qued� reducido a polvo por el choque de los acontecimientos subsiguientes, y muchos de sus miembros m�s arrojados se hicieron leales bolcheviques, entre ellos Blumkin, el asesino del conde Mirbach. �Eran los bolcheviques simplemente vengativos, o eran "liberales" al advertir el m�vil revolucionario tras el est�pido y desastroso acto de provocaci�n de Blumkin, y al concederle la entrada con plenos derechos en el Partido y en el trabajo de grave responsabilidad? (Y Blumkin no fue el �nico, ni mucho menos, aunque su caso sea m�s conocido que otros an�logos.) Lejos de herirnos, la rebeli�n de los essars de izquierda, que nos priv� de un aliado y compa�ero de viaje, nos fortaleci� en resumidas cuentas. Puso fin a la defecci�n de los comunistas de izquierda. El Partido estrech� sus filas. La influencia de las c�lulas comunistas en el Ej�rcito y en las instituciones sovi�ticas creci� enormemente. La pol�tica del Gobierno adquiri� mucha mayor firmeza.
Privados de legalidad sovi�tica en junio de 1918, los partidos mencheviques y essars de derecha y centro, despu�s de su directa participaci�n en la guerra civil contra el Gobierno sovi�tico, manifestada no s�lo en actos de terror individual, sino tambi�n en otros de sabotaje, diversi�n, conspiraci�n y aun guerra abierta, los bolcheviques se vieron obligados a llevar tambi�n a la lista de proscripci�n a los essars de izquierda tras su traicionero golpe de Estado de julio. Pero el decreto promulgado por el Comit� Ejecutivo Central del Soviet de toda Rusia el 14 de junio, expulsando de este organismo a los mencheviques y essars, y recomendando la adopci�n de igual medida a otras instituciones sovi�ticas se revis� cinco meses despu�s, cuando estos partidos volvieron a la posici�n de lucha de clases axiom�tica para socialistas declarados. En octubre de 1918, el Comit� Central de los mencheviques reconoc�a en una resoluci�n que la Revoluci�n bolchevique de octubre de 1917 fue "hist�ricamente necesaria", y repudiaba "todo g�nero de colaboraci�n pol�tica con clases hostiles a la democracia", rehusando "participar en cualesquiera combinaciones gubernamentales, aun cubiertas por la bandera democr�tica, basada en coaliciones "nacionales generales" de la democracia con la burgues�a capitalista o dependiente del imperialismo y el militarismo extranjero". En vista de tales declaraciones de los mencheviques, el Comit� Ejecutivo Central de toda Rusia, en sesi�n de 30 de noviembre de 1918, decret� que se considerase anulada su resoluci�n de 14 de junio "en cuanto se refiere al partido de los mencheviques". Unos meses m�s tarde el sesgo "hacia la izquierda" se inici� en una secci�n de los essars. La conferencia de los representantes de varias organizaciones de essars en los territorios de la Rusia sovi�tica, que se celebr� el 8 de febrero de 1919 en Petrogrado, "repudi� resueltamente la tentativa de derrocar el Gobierno de los Soviets por las armas". Entonces, el Comit� Ejecutivo Central de toda Rusia decret� el 25 de febrero de 1919 la anulaci�n de su disposici�n de 14 de junio de 1918 "con referencia a todos los grupos del Partido de los essars que consideren obligatoria para ellos la mencionada resoluci�n de la conferencia de partidos de los essars".
Pero en la primavera, una serie de sublevaciones de kulaks en varias provincias y el avance victorioso de Koltchak, indujeron a estos partidos, con excepci�n de algunos de sus representantes, a las posiciones de antes. En consecuencia, el Comit� Central del Partido Comunista ruso (bolchevique), en mayo de 1919, promulg� una disposici�n "referente a la detenci�n de todos los mencheviques y essars de calidad, de los que no se supiera personalmente que estuviesen dispuestos a apoyar activamente al Gobierno sovi�tico en su lucha contra Koltchak". As� se puso en evidencia que las anteriores protestas de lealtad a la "democracia" sovi�tica eran simples maniobras por parte de los partidos menchevique y essar. Su constante agitaci�n por la abolici�n de la Checa y de la pena de muerte, incluso para esp�as y contrarrevolucionarios, repercuti� en beneficio de los guardias blancos y difundi� la desmoralizaci�n en la retaguardia del Ej�rcito Rojo.
Durante los primeros d�as, u horas, siguientes a la insurrecci�n, Lenin plante� la cuesti�n de la Asamblea Constituyente. "Hemos de aplazarla -insist�a-, hemos de aplazar las elecciones. Tenemos que ampliar los derechos electorales otorg�ndolos a los mayores de dieciocho a�os. Tenemos que hallar el modo de rectificar las listas de candidatos. Los nuestros no son buenos: demasiados intelectuales no probados, cuando lo que necesitamos son traba adores y campesinos. Los kornilovitas y los cadetes [dem�cratas constituyentes] deben ser despojados de estado legal." A los que opinaban: "no es pol�tico aplazarlo ahora; se interpretar� como liquidaci�n de la Asamblea Constituyente, sobre todo habiendo acusado nosotros al Gobierno provisional del aplazamiento". Lenin replic�: "�Tonter�as! Lo que importan son hechos, no palabras. Con relaci�n al Gobierno provisional, la Asamblea Constituyente era o pudo haber sido un paso adelante; pero con relaci�n al Gobierno sovi�tico s�lo puede ser un paso atr�s. �Por qu� no es pol�tico aplazarla? Y si la Asamblea Constituyente resulta ser un conglomerado de cadetes, mencheviques y essars, �ser� eso pol�tico?"
"Pero para entonces seremos m�s fuertes -argumentaban otros-, mientras que ahora no lo somos. El Gobierno sovi�tico es pr�cticamente desconocido en las provincias. Y si all� se enteran de que aplazamos la Asamblea Constituyente, nuestra posici�n ser� a�n m�s d�bil de lo que ya es." Sverdlov, sobre todo, se opon�a en�rgicamente al aplazamiento, y �l conoc�a mejor las provincias que ninguno de nosotros. Lenin result� quedarse solo en su posici�n. Sol�a mover la cabeza con gesto de desaprobaci�n, insistiendo: "�Es un error, un error evidente, que nos puede salir caro! Espero que no le cueste a la Revoluci�n la cabeza..." Pero, una vez adoptada la decisi�n contraria al aplazamiento, Lenin concentr� toda su atenci�n en medidas para poner en pr�ctica la convocatoria de la Asamblea Constituyente.
Entretanto, se vio claro que estar�amos en minor�a, aun con los essars de izquierda, que iban en la misma candidatura que los essars de derecha y eran defraudados a cada paso. "Naturalmente, tendremos que disolver la Asamblea Constituyente -dijo Lenin-. Pero, �y los essars de izquierda?" Sin embargo, el viejo Natanson nos tranquiliz� sobre el particular. Vino a "asesorarnos", pero sus primeras palabras fueron: "Me parece que tendremos que dispersar por la fuerza la Asamblea Constituyente." Lenin exclam�: "�Bravo! �Lo que est� bien, est� bien! Pero, �querr� tu gente ir tan lejos?" Natanson contest�: "Algunos vacilan, pero creo que al fin se avendr�n todos a ello." Los essars de izquierda estaban entonces en la luna de miel de su extremo radicalismo: efectivamente, consintieron en la disoluci�n. Lenin se dedic� con ardor al problema de la Asamblea Constituyente. Interven�a a fondo en todos los preparativos, pensaba en todos los detalles, y somet�a a Uritsky, que, con gran pesar suyo, hab�a sido designado comisario de la Asamblea, al tormento de agotadores interrogatorios. Incidentalmente, Lenin se ocup� en persona del traslado de uno de los regimientos letones, de composici�n predominantemente proletaria, a Petrogrado. "El mujik podr�a vacilar si sucede algo -observ�-, y aqu� necesitamos resoluci�n proletaria."
Los delegados bolcheviques a la Asamblea Constituyente que se reunieron en todas partes de Rusia se distribuyeron (por presi�n de Lenin y dirigidos por Sverdlov) entre todas las f�bricas, instalaciones y unidades militares. Fueron un elemento importante del aparato organizador de la "revoluci�n suplementaria" de 1.º de enero. En cuanto a los delegados essars de izquierda, juzgaban impropio de su elevada misi�n empe�arse en una lucha: "El pueblo nos ha elegido: que nos defienda." Esencialmente, aquellos aldeanos provinciales no ten�an la menor idea de c�mo conducirse, y la mayor�a de ellos eran cobardes. Pero en compensaci�n, prepararon con gran meticulosidad el ritual de la primera sesi�n. Dispusieron velas, por si los bolcheviques apagaban la luz el�ctrica, y gran cantidad de emparedados, por si faltaban provisiones. As�, la Democracia vino a presentar batalla a la Dictadura armada de bocadillos y velas. El pueblo no pens� siquiera un momento en defender a quienes se ten�an por sus elegidos, cuando no eran m�s que vagas sombras de un per�odo revolucionario definitivamente caducado.
Yo estaba en Brest-Litovsk cuando se liquid� la Asamblea Constituyente. Pero, tan pronto como fui a Petrogrado con motivo de una conferencia, Lenin me hizo el relato de la disoluci�n: "Fue, naturalmente, muy arriesgado para nosotros no demorar su convocatoria..., una verdadera imprudencia. Pero, en �ltimo t�rmino, result� mejor as�. La disoluci�n de la Asamblea Constituyente por el Gobierno es una liquidaci�n franca y total de la democracia de forma en nombre de la Dictadura revolucionaria. Desde ahora, la elecci�n no suscitar� dudas." As�, la generalizaci�n te�rica march� de la mano con el empleo del regimiento de fusilemos letones. Indudablemente, fue entonces cuando Lenin concibi� con toda claridad las ideas que despu�s formul� en el I Congreso del Komintern, en sus notables tesis sobre democracia.
Como es bien sabido, la cr�tica de la democracia formal tiene su propia y dilatada historia. Nosotros y nuestros predecesores explic�bamos el car�cter transitorio de la Revoluci�n de 1848 por el colapso de la democracia pol�tica. �sta hab�a sido sustituida por la democracia "social". Pero el orden social burgu�s fue capaz de obligar a la �ltima a ocupar el puesto que la democracia pura ya no pod�a sostener. La historia pol�tica pas� luego por un per�odo prolongado durante el cual la democracia social, medrando a costa de su cr�tica de la democracia pura, desempe�aba realmente el papel de esta �ltima, y se satur� por completo de sus vicios. Lo ocurrido se hab�a repetido m�s de una vez en la historia; la oposici�n se vio llamada a resolver en forma conservadora las tareas mismas que las fuerzas comprometidas de ayer no eran ya capaces de llevar adelante. Comenzando como estado provisional de preparaci�n para la dictadura proletaria, la democracia hab�a llegado a ser el supremo criterio, el �ltimo resorte regulador, el inviolable santuario de los santuarios, esto es, la m�s refinada hipocres�a del orden social burgu�s. Lo mismo hab�a sucedido en nuestro caso. Despu�s de recibir un golpe mortal en octubre, la burgues�a intent� resurgir en enero bajo la forma sacrosanta de la Asamblea Constituyente. El ulterior desarrollo victorioso de la revoluci�n proletaria, despu�s de la disoluci�n franca, manifiesta, brusca de la Asamblea Constituyente, asest� a la democracia el golpe de gracia del que nunca se recobrar�. Por eso ten�a raz�n Lenin al decir: "En �ltimo t�rmino, result� mejor as�." Bajo el aspecto de la Asamblea Constituyente essarista, la Rep�blica de febrero hab�a aprovechado simplemente la oportunidad de morir por segunda vez. [Cuando, durante el breve mandato de Kamenev como primer presidente de la Rep�blica (en calidad de presidente del Comit� Ejecutivo Central del Soviet) y por iniciativa suya] fue abolida la pena de muerte contra soldados promulgada por Kerensky, la indignaci�n de Lenin no tuvo l�mites. "�Absurdo! -clam�-. �C�mo cont�is que una revoluci�n siga adelante sin ejecuciones? �Cre�is de veras que pod�is tratar con todos esos enemigos despu�s de desarmaros? �Qu� otras medidas de represi�n existen? �La prisi�n? �Qui�n da importancia a eso durante una guerra civil, cuando ambas partes conf�an en vencer?" Kamenev trat� de argumentar que se trataba s�lo de revocar la pena de muerte instituida por Kerensky, especialmente contra los desertores. Pero Lenin se mostr� irreconciliable. Se daba clara cuenta de que tras el decreto de abolici�n se ocultaba una actitud fr�vola frente a las dificultades inauditas que nos aguardaban. "Una equivocaci�n -reiter�-, blandura imperdonable, ilusiones pacifistas", etc. Propuso que se revocase inmediatamente el decreto, pero se le objet� que ello producir�a una impresi�n desfavorable. Alguien sugiri� que ser�a mejor recurrir a las ejecuciones cuando se viera que no hab�a otro remedio. Finalmente, el asunto se dej� como estaba.
"�Y qu� pasar�a -me pregunt� una vez Vladimiro Ilich de improviso- si los guardias blancos nos mataran a los dos? �Ser�n capaces Bujarin y Sverdlov de hacer frente a la situaci�n?" [Al principio, Lenin confiaba en Sverdlov m�s bien que en Stalin para centralizar el Poder con mano dura. Sverdlov fue quien primero defini� la divisi�n de funciones entre el Partido y las m�quinas pol�ticas del Soviet. Se le eligi� presidente del primer Comit� Constitucional (del que formaba parte Stalin). Sverdlov incorpor� en aquella primera Constituci�n sovi�tica no s�lo los principios te�ricos del leninismo, sino tambi�n la experiencia pr�ctica inicial de administraci�n en materias tales como la correlaci�n entre los �rganos centrales y locales del Gobierno sovi�tico, los Comit�s de Pobres y los Soviets en las aldeas, las fronteras y funciones de las Rep�blicas constituyentes y de las regiones aut�nomas, y muchas cuestiones espec�ficas que la teorizaci�n nunca hubiera podido abarcar concretamente. "Sverdlov -de acuerdo con un paneg�rico de Stalin- fue uno de los primeros, si no el primero, que h�bilmente y sin esfuerzo resolvi�... la compleja tarea organizadora... de construir la nueva Rusia... el Gobierno de los Soviets, el Gobierno de los obreros y los campesinos", que "por primera vez en la historia de la humanidad" acometi� la empresa de convertir "el Partido hasta entonces ilegal en una entidad nueva, creando los instrumentos de correlaci�n entre el Partido y los Soviets, asegurando la direcci�n del Partido y el desenvolvimiento normal de los Soviets...".] Sverdlov era verdaderamente irremplazable: resuelto, animoso, firme, expedito, un tipo de bolchevique insuperable. Lenin pudo conocer y estimar plenamente a Sverdlov en aquellos meses de inquietud. Muchas veces, al telefonear Lenin a Sverdlov sugiri�ndole �sta o la otra medida de urgencia, recib�a como invariable respuesta: "�Ya!", expresiva de que estaba hecho lo que interesaba. A menudo brome�bamos sobre ello, diciendo: "Con Sverdlov no hay que dudar: �ya!"
[Cuando se cre� el Comisariado Popular de Inspecci�n de Obreros y campesinos, se design� a Stalin para desempe�arlo. Al proponer la creaci�n de este nuevo Comisariado en el VIII Congreso de 1919, Zinoviev lo describ�a como "un Comisariado de control socialista que inspeccione todas las unidades de nuestro mecanismo sovi�tico, hundiendo sus tent�culos en todas las ramas del esfuerzo constructivo de los Soviets". Lenin no tuvo empacho en apoyar la designaci�n de Stalin para aquel Ministerio de Ministros, cuando, al replicar a las objeciones de los oposicionistas, dijo: ]

"Ahora, hablemos de la Inspecci�n de Obreros y Campesinos. Es una empresa gigantesca... Es necesario poner a su frente a un hombre de autoridad; de otro modo, nos hundiremos en el fango, nos ahogaremos en min�sculas intrigas. Creo que ni el mismo Preobrazhnsky podr�a proponer otra candidatura que la del camarada Stalin."

[La funci�n del nuevo Comisariado era extirpar de todas las instituciones sovi�ticas la burocracia y el expedienteo. Sin embargo, bajo Stalin no tard� en convertirse en semillero de intrigas pol�ticas y en uno de los principales instrumentos con que levant� su aparato pol�tico. En un memor�ndum confidencial fechado en 1.º de abril de 1922, Trotsky escribi� a este prop�sito:]

" Es imposible cerrar los ojos al hecho de que el Rabkrin est� lleno precisamente de personas que han fracasado en varias otras esferas. De aqu� proviene tambi�n el extraordinario desarrollo de intrigas en el Rabkrin, que hace ya tiempo se ha convertido en proverbial en todo el pa�s. No hay raz�n para suponer que esta instituci�n (no sus peque�os c�rculos rectores solamente, sino toda la organizaci�n) puede sanearse y fortalecerse, porque en el futuro los activistas eficientes seguir�n destin�ndose al aut�ntico trabajo, y no a su inspecci�n, Resulta, pues, evidente la fantas�a del plan de mejorar la maquinaria del Estado sovi�tico mediante la palanca de Rabkrin."

[A esta cr�tica contest� Lenin el 6 de mayo:]

"El camarada Trotsky est� radicalmente equivocado respecto al Rabkrin. Con nuestro desenfrenado "departamentalismo", aun entre los mejores comunistas, el bajo nivel cultural de nuestros funcionarios, las intrigas entre unas y otras ramas del Gobierno... es imposible seguir adelante sin el Rabkrin. Hemos de trabajar sistem�tica y persistentemente, para convertirlo en el mecanismo de inspecci�n y mejora de todas las actividades gubernamentales."

[Pero no tardar�a mucho Lenin en cambiar de opini�n sobre este tema, y en alarmarse a�n m�s que Trotsky por el empacho de burocracia y la corrupci�n de este Comisariado instituido precisamente para �l para combatirla.]
Stalin hall� los m�s leales de sus primeros colaboradores en Ordzhonikidze y Dzerzhinsky, ambos en desgracia con Lenin a la saz�n. Ordzhonikidze, dotado indudablemente de fortaleza decisi�n y firmeza de car�cter, era en esencia hombre de escasa cultura, irascible y completamente incapaz de dominarse. Mientras fue un revolucionario, predominaron su arrojo y su esp�ritu de sacrificio; pero al convertirse en funcionario importante, su rudeza y rusticidad apagaron toda otra cualidad. Lenin, que hab�a sentido por �l simpat�a en otro tiempo, poco a poco fue apart�ndose de �l, y Ordzhonikidze lo advirti�. Sus relaciones tirantes llegaron al l�mite cuando Lenin propuso excluirle del Partido por un a�o o dos, como sanci�n por abuso de poder.
An�logamente se extingui� su afecto hacia Dzerzhinsky. �ste se distingu�a por su profunda honestidad, car�cter apasionado e impulsividad. El poder no logr� corromperle. Pero no siempre estuvo su capacidad a la altura de las misiones que se le confiaron. Invariablemente se le reeleg�a para el Comit� Central; pero, mientras Lenin volvi�, no hab�a que pensar en incluirle en el Politbur�. En 1921, o quiz�s en 1922, Dzerzhinsky, hombre excesivamente altivo, se me quej�, con tono de resignaci�n en su voz, de que Lenin no le atribuyese capacidad pol�tica. Como es natural, hice lo que pude por disuadirle. "No me considera organizador, hombre de Estado", insist�a Dzerzhinsky. "�Qu� te hace pensar as�?" "Se obstina en no aceptar mi informe como comisario popular de V�as de Comunicaci�n."
Al parecer, Lenin no estaba muy entusiasmado con el informe de Dzerzhinsky en tal concepto. En realidad, Dzerzhinsky no era un organizador en el sentido amplio de la palabra. Sol�a reunir a sus colaboradores y organizarlos en torno a su persona, pero no conforme a su m�todo. Este m�todo no era evidentemente el m�s oportuno para poner orden en el Comisariado de V�as de Comunicaci�n. En 1922, Ordzhonikidze y Dzerzhinsky se sent�an muy descontentos de su posici�n respectiva, y molestos en grado considerable. Stalin los reclut� en el acto.
[Entretanto, en el mismo Partido se hab�a producido un cambio sutil, pero penetrante. La lucha por la democracia dentro del Partido se hab�a iniciado en el palenque del X Congreso, girando principalmente en torno al lema de las justas relaciones entre el Estado, el Partido y los Sindicatos. La llamada oposici�n obrera, dirigida por Shlyapnikov y, Kollontai, propon�a un programa que los c�rculos rectores hab�an denunciado como "una desviaci�n anarcosindicalista". Seg�n los historiadores oficiales, este programa propugnaba que los Sindicatos, como organizadores de la producci�n asumiesen no s�lo las funciones del Estado, sino tambi�n las del Partido. Trotsky, por el contrario, sosten�a que siendo esencial perseguir una pol�tica igualitaria en el campo del consumo, era a�n necesario seguir insistiendo por alg�n tiempo en los "m�todos de choque" en la esfera de la producci�n, lo que, seg�n Trotsky, significaba "acomodar la maquinaria sindical al sistema administrativo de r�gimen econ�mico", y de conformidad con sus adversarios, convertir los Sindicatos en instituciones estatales. Lenin opinaba que los Sindicatos deb�an continuar bajo el control del Partido, y convertirse cada vez en una vasta "escuela de comunismo". En esta controversia, Stalin apoy� el criterio de Lenin. En el Congreso se manifestaron otras diversas opiniones sobre el tema, pero el asunto se redujo principalmente a una controversia triangular entre los grupos cuyos portavoces principales fueron Lenin, Trotsky y Kollontai. Adem�s, la discusi�n no se limit� a las sesiones del mismo Congreso, sino que prosigui� p�blicamente e invadi� las instituciones sovi�ticas de todo orden.
[Esta atm�sfera de libre discusi�n hab�a cambiado radicalmente cuando el Partido se reuni� en su XI Congreso, celebrado entre el 2 de marzo y el 2 de abril de 1922. Durante el a�o transcurridlo, habiendo sido oficialmente proscritas las facciones por acuerdo del X Congreso, los oposicionistas se organizaron clandestinamente tan bien, que varias proposiciones patrocinadas por el grupo rector en el XI Congreso fueron rechazadas por gran mayor�a.

[No s�lo dieron los oposicionistas muestras de sus arrestos secretamente, sino que hubo turbulentas expresiones de aprobaci�n cuando el oposicionista Ryazanov apostrof� al grupo dominante en una de sus intervenciones y cuando los delegados se opusieron con tenacidad a expulsar del Partido a los dirigentes de la oposici�n obrera, Shlyapnikov, Medvedev y Kollantai, desafiando resueltos la petici�n de Lenin en tal sentido. La oposici�n abierta, adem�s era sintom�tica de una oposici�n secreta mucho m�s extensa. El grupo rector consideraba a los disidentes t�citos m�s peligrosos a�n, porque sus maquinaciones estaban cargadas de penosas sorpresas. Era indudable que el sistema de responsabilidad dividida entre tres miembros iguales del Secretariado, cada uno reacio a reconocerse plenamente responsable, era inadecuado para afrontar la funci�n inherente a la Secretar�a de designar camaradas "leales" para los puestos clave y elegir delegados "leales" para los Congresos del Partido, Lenin y sus adjuntos decidieron, en consecuencia, reforzar la Secretar�a en dos sentidos: instituyendo el cargo de secretario general, con los otros dos miembros en calidad de auxiliares suyos m�s bien que como colegas, y eligiendo para dicho puesto al hombre m�s capaz de llevarlo con mano dura, a Jos� Stalin. Dos de sus mejores paniaguados, Molotov y Kuibyshev, fueron designados ayudantes suyos.
[Stalin fue elegido secretario general el 2 de abril de 1922. Dos meses despu�s, Lenin cay� gravemente enfermo. Por entonces, una propicia combinaci�n de circunstancias, m�s que sus propias maquinaciones, situ� ya a Stalin en una posici�n potencialmente estrat�gica. Si Lenin se hubiese restablecido r�pidamente, es probable que Stalin hubiera reca�do en la oscuridad; es probable, no absolutamente seguro. Pero la enfermedad de Lenin fue de mal en peor.]
Las relaciones entre Lenin y Stalin se pintan oficialmente como de �ntima amistad. Realmente, estas dos figuras pol�ticas estaban a gran distancia, no s�lo por los diez a�os de diferencia de edad que hab�a entre ambos, sino, incluso, por las mismas dimensiones de sus personalidades respectivas. No pod�a haber amistad entre uno y otro. Sin duda, Lenin lleg� a apreciar la capacidad de Stalin como organizador pr�ctico durante la azarosa �poca de la reacci�n de 1907 a 1913. Pero en los a�os de r�gimen sovi�tico, la rudeza de Stalin le repel�a cada vez m�s, reduciendo las posibilidades de una pl�cida colaboraci�n entre ellos. Por esto, sobre todo, Stalin sigui� en t�cita oposici�n contra Lenin. Envidioso y ambicioso, Stalin no pod�a menos de encabritarse al sentir a cada momento la aplastante superioridad intelectual y moral de Lenin. [Variando constantemente de grado, esta inestable] relaci�n persisti� [en t�rminos bastante satisfactorios para todos los fines pr�cticos] hasta que Lenin cay� tan gravemente enfermo [que se abstuvo de tomar parte activa en los asuntos de Estado], y entonces se convirti� en una abierta pugna que culmin� en ruptura final.
[Ya en la primavera de 1920], al celebrarse el cincuentenario de Lenin, Stalin tuvo el atrevimiento de pronunciar un discurso acerca de los errores del festejado. Dif�cil es decir qu� m�viles le guiaron a hacerlo; en todo caso, el discurso pareci� tan fuera de lugar a todos, que al d�a siguiente, 24 de abril, [en su rese�a del acto], tanto Pravda como Izvestia se limitaron a consignar que el "camarada Stalin habl� de diversos episodios del trabajo de ambos en com�n antes de la Revoluci�n". Pero tambi�n por entonces se puso Stalin en evidencia consignando en letra de molde lo que hab�a aprendido y dejado escrito para la misma ocasi�n, con el t�tulo de Lenin como organizador y director del Partido Comunista ruso. Apenas merecer�a este art�culo el intento de descubrir en �l alg�n valor te�rico o literario. Baste decir que comienza afirmando lo siguiente:

"Mientras en el Oeste (en Francia, en Alemania) el partido obrero se nutr�a de los Sindicatos en condiciones que permit�an la existencia de uno y otros... en Rusia, por el contrario, la formaci�n de un partido proletario se realiz� bajo el absolutismo m�s cruel..."
Esta afirmaci�n suya, exacta en cuanto a Gran Breta�a, que deja de mencionar como ejemplo, dista de serio en cuanto a Francia, y es una monstruosa falsedad por lo que toca a Alemania, donde el Partido hab�a creado los Sindicatos pr�cticamente de la nada. Hasta ahora, como en 1920, la historia del movimiento obrero es un libro cerrado para Stalin, y, por consiguiente, sigue siendo in�til esperar de �l orientaci�n te�rica en este terreno.
El art�culo es interesante porque no s�lo en el t�tulo, sino en toda su concepci�n de Lenin, el autor lo aclama primero como organizador, y s�lo en segundo t�rmino como dirigente pol�tico. "El m�rito m�ximo del camarada Lenin -que Stalin consigna en primer lugar- est� en su furioso ataque contra la falta de m�todo organizador de los mencheviques." Concede cr�dito a Lenin por su plan de organizaci�n, porque "generalizaba magistralmente la experiencia organizadora de los mejores activistas pr�cticos". Y m�s adelante:

"S�lo en virtud de esta pol�tica organizadora pudo el Partido consolidar la unidad interna y la asombrosa solidaridad que le permiti� surgir sin esfuerzo de la crisis de julio y de Kerensky, sostener en sus hombros la Revoluci�n de octubre, salvar el dif�cil per�odo de Brest sin quebranto y organizar la victoria sobre la Entente..."

S�lo despu�s a�ad�a Stalin: "Pero el valor organizador del Partido Comunista ruso representa �nicamente un lado de la cuesti�n", y vuelve entonces al contenido pol�tico de la labor del Partido, a su programa y a su t�ctica. No es exagerado decir que ning�n otro marxista y, desde luego, ning�n marxista ruso, hubiera compuesto de ese modo un elogio de Lenin. Ciertamente, las cuestiones de organizaci�n no constituyen la base de la pol�tica, sino m�s bien las derivaciones de la cristalizaci�n de la teor�a, el programa y la pr�ctica. Y no es casual que Stalin conceptuase b�sica la palanca organizadora; todo lo que trate de programas y pol�ticas fue siempre para �l esencialmente un ornamento de la organizaci�n como base.
En el mismo art�culo formulaba Stalin por �ltima vez, m�s o menos correctamente, el criterio bolchevique, bastante nuevo por entonces, del papel del Partido proletario bajo las condiciones de las revoluciones democraticoburguesas de la �poca. Ridiculizando a los mencheviques, Stalin escrib�a que quienes hab�an dirigido mal la historia de las antiguas revoluciones se figuraban que

"... el proletariado no puede tener la hegemon�a de la Revoluci�n rusa; la direcci�n debe ofrecerse a la burgues�a rusa, a la misma burgues�a que era opuesta a la Revoluci�n. El campesino debe colocarse igualmente bajo el patrocinio de la burgues�a, relegando al proletariado el papel de una oposici�n de extrema izquierda. Estos repugnantes ecos de un detestable liberalismo eran lo que los mencheviques ofrec�an como �ltima palabra de aut�ntico marxismo..."

Es sorprendente que s�lo tres a�os m�s tarde, Stalin aplicara esta misma concepci�n, palabra por palabra y literalmente, a la revoluci�n democr�ticoburguesa china, y luego, con cinismo incomparablemente mayor, a la revoluci�n espa�ola de 1931-1939. Una inversi�n tan monstruosa no hubiera sido posible en modo alguno de haber asimilado y comprendido entonces bien Stalin el concepto leninista de revoluci�n. Pero lo que Stalin hab�a asimilado, era simplemente el concepto leninista de un aparato centralizado de Partido. En cuanto comprendi� aquello, perdi� de vista las consideraciones te�ricas de que se deriva, su base program�tica qued� reducida a poco m�s de nada, y, en consonancia con su propio pasado, su propio origen social, preparaci�n y educaci�n, estaba naturalmente inclinado hacia una concepci�n peque�oburguesa, hacia el oportunismo, hacia la transacci�n. En 1917 no lleg� a realizar la fusi�n con los mencheviques s�lo porque Lenin se lo impidi�; en la revoluci�n china hizo realidad el criterio menchevique con m�todos bolcheviques, esto es, con el aparato pol�tico centralizado que para �l era la esencia del bolchevismo. Y con experiencia mucho mayor, con una eficacia perfeccionada, realmente mortal, desarroll� igual pol�tica en la revoluci�n espa�ola.
De modo que si el art�culo de Stalin sobre Lenin, que se ha reproducido desde entonces innumerables veces en multitud de ejemplares y de idiomas, era una caracterizaci�n bastante sencilla de su tema, nos suministra la clave de la naturaleza pol�tica de su autor. Incluso contiene l�neas que, en cierto sentido, son autobiogr�ficas:

"No rara vez nuestros propios camaradas (no s�lo los mencheviques) acusaron al camarada Lenin de ser demasiado propenso a pol�micas y escisiones en su pugna irreconciliable contra los transaccionistas... No hay duda de que ambas cosas se produjeron a su tiempo..."

En 1920, Stalin consideraba a�n a Lenin demasiado propenso a pol�micas y escisiones, como le hab�a juzgado ya en 1913. Adem�s, justificaba esta tendencia en Lenin sin eliminar el estigma de las acusaciones que le pintaban como dado a exageraciones y al extremismo.

[Lenin conservaba a todo funcionario �til como un tesoro. Era afectuoso con todos ellos. Le vemos charlando "diez o quince minutos" a la cabecera de Sverdlov, agonizante de gripe, a pesar del riesgo de infecci�n; le vemos reprendiendo a Tsuryupa: "Querido A. D.: Te est�s volviendo insufrible de veras en el manejo de la propiedad del Gobierno. Tus �rdenes: �cura de tres semanas! Y tienes que obedecer a las autoridades m�dicas que quieren enviarte al sanatorio. Hazme caso, pues, que no es productivo ser descuidado con la mala salud. �Tienes que ponerte bueno!" De an�loga manera, cuando Stalin tuvo que hacerse una operaci�n en el Soldatenkovsky, hospital de Mosc�, en diciembre de 1920, Lenin, seg�n atestigua el m�dico que atend�a a Stalin, doctor Rosanov,]

"... me llamaba por tel�fono a diario, dos veces, por la ma�ana y por la noche, y no s�lo me preguntaba por su salud, sino que insist�a en pedir toda clase de pormenores. La operaci�n practicada al camarada Stalin fue muy dif�cil. Hab�a que hacer una ancha incisi�n en torno al ap�ndice para extirp�rselo, y no ve�amos posibilidad de garantizar el �xito. Era evidente que Vladimiro Ilich se sent�a preocupado. "Si pasara algo -me dijo-, telefon�eme al instante, a cualquier hora, de noche o de d�a." Cuando, cuatro o cinco d�as despu�s de la operaci�n, se tuvo la certeza de que ya no hab�a peligro y se lo comuniqu� as�, exclam� en tono de absoluta sinceridad: "�Gracias, muchas gracias...! Pero seguir� fastidi�ndole con mis diarias llamadas telef�nicas de todos modos."
"Una vez, al visitar al camarada Stalin en su habitaci�n, me encontr� all� con Vladimiro Ilich. Me salud� cordialmente, y llam�ndome aparte me hizo un sinf�n de preguntas a prop�sito de la enfermedad y el restablecimiento del camarada Stalin. Le dije que era necesario enviarle una temporada a descansar, para que se recuperase lo mejor posible de la penosa operaci�n. Y entonces �l asinti�: "�Esto es lo que le estaba diciendo! Pero no quiere hacerme caso. Sin embargo, yo lo arreglar�. Pero no en uno de los sanatorios. Me dicen que est�n bien ahora, pero nada bueno he visto en ellos todav�a." Yo le propuse: "�Por qu� no va directamente a sus monta�as natales?" A lo que repuso Vladimiro Ilich: "�Tiene usted raz�n! All� estar� m�s lejos de todo, y nadie le importunar�. Nos ocuparemos de ello.""

[Pero Stalin aplaz� su visita a su Georgia natal hasta julio siguiente. En el curso de aquella vuelta suya a Georgia, donde se encontr� con una oposici�n belicosa, Stalin recay� en su enfermedad. El 25 de julio de 1921, Lenin telegrafi� a Ordzhonikidze, lugarteniente de Stalin y principal ejecutor de la pol�tica y el programa de "pacificaci�n" en Georgia:]

"Recib� tu 2.064. M�ndame nombre y direcci�n del m�dico que asiste a Stalin, y dime cu�ntos d�as estuvo Stalin sin trabajar. Espero tu respuesta por telegrama cifrado. �Asistir�s al Pleno del 7 de agosto? Nm. 835.

"Lenin."

[Y el 28 de diciembre de 1921, Lenin envi� la siguiente nota a uno de sus secretarios:]

"Recu�rdeme ma�ana que he de ver a Stalin, y antes (ejec. 29-XII-21) con�cteme por tel�fono con OBUJ (Dr.), acerca de Stalin."

[Menos de tres meses m�s tarde, el mismo Lenin estaba demasiado enfermo para asistir a un Pleno del Comit� Central, si bien se aprestaba a participar en el XI Congreso. Dos meses despu�s, Lenin se expresaba con dificultad y ten�a el brazo y la pierna derecha impedidos, a consecuencia de su primer ataque de arterioesclerosis aguda del 26 de mayo de 1922, del cual no se dieron noticias hasta el 4 de junio. Tras interminables mejor�as y reca�das en el curso del verano, Lenin se restituy� a sus funciones en octubre, y el mes siguiente, incluso habl� ante el IV Congreso de la Internacional Comunista, con ocasi�n del quinto aniversario de la Revoluci�n de octubre. Pero estaba demasiado enfermo para concurrir al X Congreso de los Soviets de la reci�n constituida Uni�n Sovi�tica a fines de diciembre, porque sufri� un segundo ataque, el cual le inmoviliz� enteramente el brazo derecho, el 16 del mismo mes. Hab�a terminado su activa participaci�n en los asuntos de la U.R.S.S. Como Mois�s en el monte Nebo, contemplaba desde lejos la tierra prometida al proletariado mundial, y en sus intervalos de calma entre los ataques, dict� sus �ltimas disposiciones, su testamento, que termin� el 4 de enero de 1923: sus ensayos Sobre la Cooperaci�n, Nuestra Revoluci�n, C�mo deber�a reorganizarse la Inspecci�n de Obreros y Campesinos, M�s vale menos y mejor y P�ginas de un Diario. Estos meses abarcaron el �ltimo de los esfuerzos creadores de Lenin, que culmin� la noche del 5 al 6 de marzo, al dictar su �ltima carta a Stalin, rompiendo con �l toda relaci�n de camarader�a. El 9 de marzo le acometi� el �ltimo y m�s terrible acceso, que le sumi� en una agon�a de atroces sufrimientos, agravados por el insomnio y la excitaci�n nerviosa. Ya no pod�a hablar, y ten�a medio cuerpo completamente paralizado. Pero su voluntad de vivir y de actuar era indomable.
[Hacia fines del verano siguiente mejor� alg�n tanto, ces� la continua pesadilla del insomnio, comenz� a andar, pudiendo de nuevo hablar otra vez. En octubre, ya en condiciones de andar apoyado en un bast�n, se hizo conducir a Mosc�, donde visit� su despacho del Kremlin y al regresar a Gorki se detuvo en la Exposici�n de Agricultura que se estaba organizando entonces. Diariamente le volv�a el uso de la palabra. No parec�a ya lejano el d�a de su completo restablecimiento. Y entonces, al despertarse indispuesto el 20 de enero de 1924, se quej� de dolor de cabeza, inapetencia y malestar general. El siguiente d�a volvi� a sentirse mal, almorz� y comi� ligeramente, a instancias de los que le rodeaban. Despu�s de comer se ech� un rato. A las seis de la tarde le sobrevino un fuerte ataque su respiraci�n se hizo cada vez m�s fatigosa, se puso p�lido, le subi� la temperatura a saltos, y perdi� el conocimiento, muriendo a los cinco minutos. Una hemorragia cerebral paraliz� sus �rganos respiratorios y la vida se extingui� dentro de �l. Justamente quince a�os y siete meses a partir de entonces, la vida de su colaborador en lo que el mundo conoci� como Gobierno Lenin-Trotsky hab�a de cesar asimismo por hemorragia cerebral, esta vez provocada en forma menos sutil por el golpe de piqueta de un asesino. Lenin ten�a cincuenta y cuatro a�os menos tres meses cuando muri�; Trotsky era, al morir, siete a�os m�s viejo. Stalin, a quien su m�s devoto admirador entre los periodistas americanos, tras diecisiete a�os de pacientes servicios, habr�a de describir como "un animal de presa, que juguetea primero con su v�ctima para recrearse en su fuerza, y luego la inmoviliza a golpes, y retrocede a observar el efecto, mat�ndola por �ltimo", ha sobrevivido a ambos. Durante la enfermedad de Lenin se cuid� de asentar los medios de esta supervivencia.
[Cuando Lenin sufri� el primer ataque, se hizo creer a todo el mundo, incluso en la Rusia de los Soviets, que su enfermedad no era grave y que pronto volver�a a sus actividades. Era un hombre de f�rrea tenacidad en cuerpo y esp�ritu, y apenas hab�a pasado la cincuentena. Al principio, los miembros del Politbur� compartieron sinceramente aquella opini�n. Sencillamente, no se preocuparon de desenga�ar al p�blico (ni siquiera a los trabajadores y campesinos de la Uni�n Sovi�tica ni a los camaradas de la base del Partido) cuando m�s tarde se vio que la verdad era muy distinta. Con Lenin enfermo pasajeramente, se tuvo por seguro que el Politbur� seguir�a adelante. Aunque para todos, en general, parec�a ser Trotsky el m�s probable sucesor de Lenin, y as� pensaban tambi�n los miembros m�s j�venes del Partido, los segundones pol�ticos del aparato de �ste no ve�an en Trotsky un digno sucesor de Ilich, frente a quien no muchos a�os antes hab�an levantado facciones, ni tampoco en otros miembros del Politbur�, todos los cuales parec�an simples escuderos, comparados con el l�der indiscutible. La �nica sucesi�n imaginable de Lenin, pasajeramente enfermo o definitivamente alejado, era un Directorio de los conspicuos del Partido, miembros titulares o suplentes del Politbur� y del Comit� Central. Esto se supon�a haber sucedido tan pronto como Lenin cay� enfermo.
[Pero, en realidad, ocurri� algo distinto. La sucesi�n se confi� a un triunvirato que dirig�a Zinoviev, con Kamenev de suplente y Stalin de colaborador m�s joven. As�, para bien o para mal, Zinoviev se convirti� en sucesor de Lenin por obra de su mayor�a en el seno del Politbur�, debido no a que sus colegas le conceptuaran el m�s apto y meritorio, sino, por el contrario, a que le ten�an por el menos capaz de dirigir y por el m�s vulnerable pol�ticamente. De los siete componentes del Politbur�, Lenin estaba enfermo; Trotsky, aislado en su opini�n de ser el sucesor natural de Lenin, opini�n muy extendida fuera del aparato del Partido, y que le hac�a el miembro m�s temido y aborrecido dentro del Politbur� y entre los segundones del Partido; Zinoviev ten�a el s�lido apoyo de Kamenev y Bujarin (quienes se sent�an m�s libres de expresi�n y acci�n y con oportunidad de extender su esfera de influencia bajo la direcci�n nominal de aqu�l) y el apoyo remiso de Stalin, que todav�a no-estaba en condiciones de imponerse, a m�s del concurso de Tomsky. Todos comprend�an t�citamente, menos Zinoviev mismo, no s�lo en el Politbur�, sino tambi�n en el Comit� Central, donde tambi�n disfrutaba de mayor�a, que era s�lo un testaferro y no un l�der, y esto �nicamente mientras se condujese de acuerdo con los secretos deseos de cada uno de los otros, que consist�an en dejarle disfrutar de aquella aureola hasta tanto que el verdadero jefe se considerase preparado para adue�arse de ella.
[�A qui�n prefer�a Lenin como sucesor suyo? Hasta su segundo ataque, sobre el 16 de diciembre de 1922, no habla dedicado al asunto seria atenci�n, confiado en restablecerse y asumir de nuevo la direcci�n. Su testamento, escrito varios d�as m�s tarde, era positivamente un esfuerzo por exponer su sincero parecer acerca de los diversos candidatos, m�s bien que por fijar su decisi�n. Precisamente por el poder que le procuraba su inmenso prestigio, no le agradaba imponer su voluntad. Manifestaba sus preferencias y sus objeciones, hac�a recomendaciones, especialmente sobre la separaci�n de Stalin del cargo de secretario general, a causa de su "rudeza" y su "deslealtad", pero no pasaba de opinar a prop�sito de c�mo podr�an colaborar mejor sus sucesores, y de prevenir contra el desastre que ser�a para el Partido y la causa bolchevique un serio conflicto entre Trotsky y Stalin. Sin embargo, antes de transcurrir dos meses crey� necesario adoptar la firme e irrevocable decisi�n de romper formalmente sus relaciones de camarader�a (que era tanto como cortar todo v�nculo pol�tico y personal) con uno solo de sus lugartenientes, con Stalin. Esta "excomuni�n" tuvo lugar durante el curso de los preparativos para el XII Congreso del Partido, al que Lenin, postrado por su tercer ataque grave, no pudo asistir. Era el primer Congreso que se celebraba sin Lenin, y el primero tambi�n atestado de delegados de la cosecha particular del secretario general. Marcaba el comienzo del fin del r�gimen leninista y el alborear del stalinismo como nueva orientaci�n pol�tica.
[La ruptura entre Lenin y Stalin se produjo despu�s de pacientes esfuerzos por parte de Lenin para evitarla. Cuando, en el XI Congreso, hacia fines de marzo de 1922, Zinoviev y sus m�s fieles aliados apoyaban a Stalin para el cargo de secretario general, esperando aprovechar la hostilidad de �ste hacia m� en su propio beneficio, Lenin puso objeciones a su candidatura (en una discusi�n extraoficial entre sus �ntimos), advirtiendo que "aquel cocinero no har�a m�s que platos muy cargados de pimienta".
Tem�a que se reprodujese su enfermedad, y estaba deseoso de aprovechar el tiempo que transcurriese hasta su pr�ximo acceso, que podr�a serle fatal, para establecer una direcci�n colectiva arm�nica por acuerdo com�n, y particularmente para llegar a una inteligencia con Stalin. [De aqu� el intenso esfuerzo suyo por coordinar su propia labor con la de la Secretar�a. Era muy meticuloso en cuanto a sostener la autoridad de Stalin. Todav�a el 21 de octubre de 1922, Lenin rechaz� la indignada protesta de la oposici�n georgiana contra Stalin y Ordzhonikidze con un telegrama que levantaba la epidermis. De manera an�loga continu� defendi�ndole o atenuando las cr�ticas de que era objeto mediante moderados reproches de otras decisiones. El rompimiento no surgi� hasta que Lenin se convenci� de que Stalin era incorregible. La cuesti�n georgiana fue s�lo uno de los motivos que condujeron a tal desenlace.]
El �nico escrito serio sobre marxismo con que Stalin hab�a contribuido nunca al arsenal de teor�a bolchevique se refer�a a la cuesti�n de las nacionalidades, y databa de 1913. Es de presumir que contuviese la suma y compendio de sus propias observancias en el C�ucaso, los resultados de conclusiones extra�das del trabajo revolucionario pr�ctico y algunas generalizaciones hist�ricas amplias que, como ya hemos consignado, hab�a plagiado de Lenin. Stalin se las hab�a apropiado en sentido literario, esto es, ensart�ndolas con sus propias conclusiones, pero sin digerirlas por completo y, desde luego, sin asimilarlas. Esto se vio plenamente en el curso del per�odo sovi�tico, en que los problemas resueltos por escrito reaparecieron en forma de tareas administrativas de importancia culminante, determinando como tales todos los dem�s aspectos de la pol�tica. Entonces fue cuando qued� demostrado que en su mayor parte era ficticia la tan cacareada concordia de Stalin con Lenin en todo, y, especialmente, su solidaridad de principios en materia de nacionalidades.
En el X Congreso, de marzo de 1921, Stalin hab�a le�do de nuevo su inevitable informe sobre la cuesti�n nacional. Como suele suceder en su caso, por obra del empirismo, deduc�a generalizaciones, no del material vivo, no de la experiencia del Gobierno sovi�tico, sino de abstracciones inconexas y exentas de coordinaci�n. En 1921, como en 1917, segu�a repitiendo el argumento general de que los pa�ses burgueses no pod�an resolver sus problemas nacionales, en tanto que la tierra de los Soviets ten�a todas las posibilidades de hacerlo. El informe produjo desencanto y aun perplejidad. En el curso del subsiguiente debate, los delegados m�s interesados en la cuesti�n, principalmente los de partidos minoritarios nacionales, expresaron su disconformidad con �l. Incluso Mikoyan, que era uno de los mejores aliados de Stalin y lleg� a ser despu�s uno de sus escuderos m�s devotos, se quejaba de que el Partido necesitaba instrucciones respecto a "los cambios que proced�a introducir en el sistema, y al tipo de orden sovi�tico que hubiera cae montarse en las naciones lim�trofes... El camarada Stalin nada dec�a de eso".
Los principios nunca ejercieron influencia sobre Stalin, y en la cuesti�n nacional acaso menos que en ninguna otra. La tarea administrativa inmediata siempre se le aparec�a m�s grande que todas las leyes de la historia. En 1905 vino a advertir el movimiento creciente de las masas s�lo con permiso de su Comit� de Partido. En los d�as de la reacci�n defendi� el movimiento clandestino porque su temperamento se sent�a atra�do por un aparato pol�tico centralizado. Despu�s de la Revoluci�n de febrero, cuando aquella m�quina qued� aplastada a pretexto de ilegalidad, Stalin perdi� de vista la diferencia entre menchevismo y bolchevismo, y estuvo dispuesto a unirse con el partido de Tseretelli. Finalmente, conquistado el Poder en octubre de 1917, todas las tareas, todos los problemas, todas las perspectivas quedaron subordinadas a las exigencias de ese aparato de aparatos que es el Estado, Como comisario de Nacionalidades, Stalin ya no volvi� a considerar la cuesti�n nacional desde el punto de vista de las leyes hist�ricas, plenamente acatadas por �l en 1913, sino bajo el aspecto de la convivencia de la funci�n administrativa. As�, necesariamente, hab�a de encontrarse en desacuerdo con las necesidades de las nacionalidades m�s atrasadas y oprimidas, y procur� indebidas ventajas al imperialismo burocr�tico granruso.

La poblaci�n de Georgia, casi enteramente campesina o peque�oburguesa, se resisti� vigorosamente a la sovietizaci�n de su pa�s. Pero las grandes dificultades que de esto nacieron, se agravaron considerablemente por los procedimientos y el m�todo de arbitrariedad militarista utilizados para sovietizar Georgia. En tales condiciones, hac�a falta doble prudencia frente a las masas georgianas por parte del Partido rector. Aqu� fue donde se produjo el agudo antagonismo entre Lenin, que insist�a en la necesidad de una pol�tica paciente, muy flexible y circunspecta, hacia Georgia y, en general, Transcaucasia, y Stalin, para quien la posesi�n de los resortes del Estado era una garant�a de seguridad. El agente de Stalin en el C�ucaso era Ordzhonikidze, el exaltado e impaciente conquistador de Georgia, que ve�a en toda manifestaci�n de resistencia una ofensa personal. [Stalin parec�a haber olvidado que no mucho antes] hab�amos reconocido la independencia de Georgia y concertado con ella un tratado. [Esto hab�a ocurrido el 7 de mayo de 1920 pero el 11 de febrero de 1921] destacamentos del Ej�rcito Rojo hab�an invadido Georgia por �rdenes de Stalin y nos hab�an puesto ante un hecho consumado. Iremashvili, el amigo de Stalin en la puericia, escribe:

"Stalin era opuesto al tratado. No quer�a que su pa�s natal quedase fuera del Estado ruso, viviendo bajo el r�gimen de los mencheviques, a quienes detestaba. Su ambici�n le empujaba a ense�orearse de Georgia, donde la pac�fica y sensata poblaci�n se opon�a a su propaganda destructiva con fr�a obstinaci�n... El ansia de vengarse de los l�deres mencheviques, que se hab�an negado tenazmente a apoyar sus ut�picos planes y le expulsaron de sus filas, no le dejaba conciliar el sue�o. Contra la voluntad de Lenin, por su propia iniciativa, Stalin realiz� la bolchevizaci�n o stalinizaci�n de su pa�s natal... Stalin organiz� la expedici�n a Georgia desde Mosc�, y desde all� mismo la dirigi�. A mediados de julio de 1921 entr� personalmente en Tiflis como conquistador."

En 1921, Stalin visit� Georgia con aspecto muy distinto al que le caracterizaba cuando durante su estancia all� era a�n Soso y despu�s Koba. Esta vez era el representante del Gobierno, del omnipotente Politbur�, del Comit� Central. Pero nadie en Georgia vio en �l a un dirigente, sobre todo en las filas se�eras del Partido, donde le acogieron no como a Stalin, sino como miembro de la direcci�n suprema del Partido, es decir, no a base de su personalidad, sino de su cometido. Sus antiguos camaradas de trabajo ilegal se consideraban por lo menos tan competentes como �l en los asuntos de Georgia, y mostraron francamente su desacuerdo. Cuando se vieron obligados a someterse lo hicieron a su pesar, con cr�ticas duras y amenazando con pedir una revisi�n de todo el problema en el Politbur� del Comit� Central. Stalin no era un l�der ni siquiera en su [pa�s de origen. Aquello le lleg� a lo vivo. Nunca olvidar�a tal afrenta a su autoridad] como representante del Comit� Central del Partido en todo cuanto se relacionara con Georgia. Si en Mosc� basaba su autoridad en el hecho de ser un georgiano enterado de la situaci�n local, en Georgia, donde se presentaba como representante de Mosc�, exento de simpat�a o prejuicios nacionales de �ndole local, trataba de comportarse como si no fuese georgiano, sino un bolchevique delegado por Mosc�, comisario de Nacionalidades, y como si para �l los georgianos no fuesen sino una de tantas nacionalidades diversas. Aparentaba desconocer las condicionales nacionales de Georgia: evidentemente, se trataba de un ligero exceso de compensaci�n por sus extremados sentimientos nacionalistas de la juventud. [Se conduc�a como un rusificado granruso, tratando a la baqueta los derechos de su propio pueblo como naci�n.] A �stos los llamaba Lenin extranjeros rusificadores; y lo dec�a tanto por Stalin como por Dzerzhinsky, [polaco trocado en rusificador. Seg�n Iremashvili, que sin duda peca de exagerado:]

* "Los bolcheviques georgianos, que al principio estuvieron implicados en la invasi�n estalinista rusa, persegu�an como objetivo la independencia de la Rep�blica Sovi�tica de Georgia, que nada habr�a de tener de com�n con Rusia, sino el punto de vista bolchevique y la amistad pol�tica. Segu�an siendo georgianos, para quienes la independencia de su pa�s era antes que todo... Pero luego vino la declaraci�n de guerra de Stalin, que encontr� leal asistencia entre los guardias rojos rusos y la Checa que envi� all�."

[Los siguientes episodios pueden consignarse en forma sucinta.] Stalin traicion� de nuevo la confianza de Lenin. Para consolidar su influencia pol�tica en Georgia, instig� all�, a espaldas de Lenin y de todo el Comit� Central, con ayuda de Ordzhonikidze y no sin el concurso de Dzerzhinsky, una verdadera "revoluci�n" contra los mejores miembros del Partido, cubri�ndose a la vez p�rfidamente con la autoridad del Comit� Central. Aprovech�ndose de la circunstancia de que Lenin no pod�a reunirse con los camaradas de Georgia, Stalin intent� envolverle en informaci�n falsa. Lenin sospech� la jugada y encarg� a su Secretar�a particular que coleccionara datos relativos a la cuesti�n georgiana; despu�s de estudiarla, decidi� poner las cartas boca arriba. Es dif�cil decir lo que m�s extra�aba a Lenin; si la deslealtad personal de Stalin o su incapacidad cr�nica de captar lo esencial de la pol�tica bolchevique en cuanto al problema de las nacionalidades, o bien una mezcla de ambas cosas.
[Buscando la verdad a tientas, el postrado Lenin resolvi� dictar una carta program�tica que bosquejara su posici�n fundamental respecto a la cuesti�n nacional, para que no hubiese equ�vocos entre sus camaradas sobre los extremos de m�s corriente debate. El 30 de diciembre dict� la siguiente nota:

"Creo que en este asunto la precipitaci�n y la impulsividad administrativa de Stalin han sido fatales, como tambi�n su encono contra el "nacionalismo nacional" notorio. En t�rminos generales, el encono en pol�tica es de lo m�s pernicioso."

[Y el d�a siguiente dict�, para la carta program�tica misma:]

* "Naturalmente, hay que hacer responsables a Stalin y a Dzerzhinsky de esta extremada campa�a nacionalista granrusa."

[Lenin iba por el buen camino. Lo que precisamente hab�a ocurrido a espaldas suyas, como Trotsky puntualiz� ocho a�os m�s tarde, es que] la facci�n de Stalin derrot� a la facci�n de Lenin en el C�ucaso. Aqu�lla fue la primera victoria de los reaccionarios en el Partido, y dio comienzo al segundo cap�tulo de la Revoluci�n [la contrarrevoluci�n estalinista].
[Lenin se vio por fin obligado a escribir a los oposicionistas de Georgia, el 6 de marzo de 1923: ]

* "A los camaradas Mdivani, Majaradze y otros (copia a los camaradas Trotsky y Kamenev):
"Estimados camaradas:
"Estoy a vuestro lado en este asunto de todo coraz�n. Me indignan la arrogancia de Ordzhonikidze y la condescendencia de Stalin y Dzerzhinsky. En favor vuestro estoy preparando unas notas y un discurso.
"Con mi estimaci�n,

"Lenin."

El d�a antes hab�a dictado la siguiente nota para m�:

*

"Estrictamente confidencial. Personal.

"Estimado camarada Trotsky:
"Te ruego encarecidamente que asumas la defensa del asunto de Georgia en el Comit� Central del Partido. Ahora est� "confiada" a Stalin y Dzerzhinsky, de suerte que no puedo confiar en su imparcialidad. �Todo lo contrario! Si est�s de acuerdo en encargarte de ello, quedar� tranquilo. Si por cualquier motivo no lo estuvieres, devu�lveme todos los papeles. Con eso me bastar� para saber que te niegas.
"Con mis mejores saludos de camarada,
"Lenin."

[Tambi�n hizo saber por medio de dos de sus secretarios personales su deseo de que Trotsky se cuidara asimismo de esto en el XII Congreso. Tal indicaci�n de Lenin, se transmiti� por tel�fono, y los documentos (la carta sobre la cuesti�n nacional y las notas) llegaron a manos de Trotsky por mediaci�n de las se�oritas Glyasser y Fotieva, con una nota de la se�orita Volodicheva, que hab�a tomado las notas taquigr�ficas, inform�ndole de que Kamenev, sustituto de Lenin como presidente del Politbur� y del Gobierno sovi�tico, "sal�a para Georgia el mi�rcoles, y Vladimiro Ilich le hab�a encomendado preguntar a Trotsky si ten�a alg�n mensaje que enviarle a su vez". Las secretarias de Lenin hab�an visitado a Trotsky el mi�rcoles 7 de marzo de 1923.]
"Una vez que ley� nuestra correspondencia con usted -me dijo Glyasser-, Vladimiro Ilich se anim�. Esto hace variar las cosas. Me encarg� que le enviara el material manuscrito con el que contaba causar el efecto de una bomba en el XII Congreso." Kamenev me hab�a enterado de que Lenin acababa de escribir una carta rompiendo todas sus relaciones de camarada con Stalin, y yo propuse que habiendo de salir Kamenev aquel mismo d�a para Georgia con el fin de asistir a un Congreso del Partido, podr�a convenir ense�arle la carta sobre nacionalidades a fin de que hiciera lo que fuese necesario. Fotieva replic�: "No lo s�. Vladimiro Ilich no me dijo que transmitiese la carta al camarada Kamenev, pero puedo pregunt�rselo." Unos minutos despu�s regres� con el siguiente recado: "De ning�n modo; Vladimiro Ilich dice que Kamenev ense�ar�a la carta a Stalin, y �ste transigir�a en apariencia, para vendernos luego."
"En otras palabras, �la cosa ha ido ya tan lejos que Ilich no cree posible llegar a un acuerdo con Stalin incluso en t�rminos justos?", pregunt�. "S� -confirm� ella-; Ilich no se f�a de Stalin. Se propone manifestarse abiertamente contra �l ante todo el Partido. Est� preparando una bomba."
Ahora se ve�a claramente la intenci�n de Lenin. Sirvi�ndose como ejemplo de la pol�tica de Stalin, se dispon�a a plantear delante del Partido (sin contemplaci�n de ninguna especie) el peligro de la transformaci�n burocr�tica de la dictadura. Pero casi inmediatamente despu�s, acaso no m�s de media hora, Fotieva volvi� con otro recado de Vladimiro Ilich, quien, seg�n dijo, hab�a decidido obrar en el acto, y hab�a escrito la nota [antes reproducida a] Mdivani y Majaradze, con instrucciones de transmitir copias a Kamenev y a m�.
"�C�mo te explicas el cambio?", pregunt� a Fotieva. 
"Sin duda -contest�-, Vladimiro Ilich se siente peor y tiene prisa por hacer todo lo que pueda."
[Dos d�as despu�s sufri� Lenin su tercer ataque.]
[En v�speras del Congreso, en la reuni�n de 16 de abril del Comit� Central, Stalin trat� al parecer de cubrirse con un ataque solapado contra Trotsky a prop�sito de las notas y la carta de Lenin sobre la cuesti�n nacional, especialmente sobre el asunto de Georgia. Los dos siguientes documentos de Trotsky arrojan alguna luz sobre la situaci�n:]

1

*
"Confidencia n�m. 200 T.

"A los miembros del Comit� Central.
"Asunto: Declaraci�n del camarada Stalin del 16 de abril.

"1. El art�culo del camarada Lenin me fue enviado confidencial y personalmente por el camarada Lenin a trav�s de la camarada Fotieva, y, a pesar de mi expresa intenci�n de enterar del mismo a los miembros del Politbur�, el camarada Lenin expres� categ�ricamente su oposici�n a ello por medio de la camarada Fotieva.
"2. Como dos d�as m�s tarde de recibir yo el art�culo del camarada Lenin, se puso peor, naturalmente ces� toda comunicaci�n con �l respecto a este asunto.
"3. Al cabo de alg�n tiempo, la camarada Glyasser me reclam� el art�culo, y yo lo devolv�.
"4. Hice una copia de �l para mi uso particular (a fin de formular correcciones a la tesis del camarada Stalin, escribir un art�culo, etc.).
"5. Nada s� de las instrucciones que diera Lenin con relaci�n a su art�culo y otros documentos sobre el asunto de Georgia ("Estoy preparando discursos y art�culos"); supongo que las instrucciones pertinentes est�n en poder de Esperanza Konstantinovna [Krupskaia, la esposa de Lenin], Mar�a Ilyinishna [Ulynova, la hermana de Lenin], o de las camaradas secretarias de Lenin. No cre� oportuno preguntar a nadie acerca de ello por razones que no necesitan aclaraci�n.
"6. S�lo por lo que ayer me comunic� la camarada Fotieva por tel�fono, por su nota al camarada Kamenev, me enter� de que el camarada Lenin no hab�a tomado disposiciones con relaci�n al art�culo. Pues que el camarada Lenin no ha expresado formalmente sus deseos sobre este asunto, deber� decidirse a base del principio de factibilidad pol�tica. Es natural que no pod�a asumir personalmente la responsabilidad de tal decisi�n, y por eso recurr� al Comit� Central en tal sentido. Lo hice sin perder minuto tan pronto supe que el camarada Lenin no hab�a dado instrucciones directas y formales sobre el destino ulterior de su art�culo, cuyo original conservan sus secretarias.
"7. Si alguien cree que he obrado mal en este asunto, propongo que pase a examen de la Comisi�n de conflictos del Congreso o de -otra especial. No veo otro camino.
"17 de abril de 1923."

2

Personal; escrita sin copia.

* "Camarada Stalin:
"Ayer, en conversaci�n personal conmigo, dijiste que estaba perfectamente claro, a tu parecer, que en el asunto del art�culo del camarada Lenin no hab�a nada que reprocharme y que formular�as una declaraci�n escrita en este sentido.

"Hasta esta ma�ana (a las once) no he recibido tal declaraci�n. Es posible que tu informe de ayer te haya hecho demorarlo. 
"En todo caso, tu primera declaraci�n sigue hasta la hora presente sin desmentir por tu parte, y ello da pie a ciertos camaradas para difundir una versi�n en consecuencia entre determinados delegados.
"Como no puedo permitir ni la sombra de una vaguedad en este asunto (por razones que no te ser� dif�cil comprender), creo necesario acelerar la soluci�n. Si en respuesta a esta nota no recibo una comunicaci�n tuya manifestando que enviar�s a todos los miembros del Comit� Central una declaraci�n que excluya toda clase de equ�voco sobre el caso, estimar� que has cambiado de prop�sito desde ayer y apelar� a la Comisi�n de conflictos, para que haga una investigaci�n desde el principio hasta el fin.
"T� puedes comprender y apreciar mejor que nadie que si no lo hice as� antes no fue porque est� dispuesto a tolerar que se me perjudique en modo alguno.
"18 de abril de 1923. N�m. 201."

Dirigi�ndose al Congreso el 23 de abril, Stalin dijo en sus observaciones finales sobre la cuesti�n nacional:
"Aqu� se han referido muchos a las notas y art�culos de Vladimiro Ilich. No quisiera citar a mi maestro, el camarada Lenin, porque no est� aqu�, y temo que pudiera referirme a �l sin la debida precisi�n y acierto..."
Estas palabras son, sin duda, un modelo del m�s extraordinario jesuitismo de que hay noticia. Stalin sab�a bien lo indignado que estaba Lenin con su pol�tica nacional, y que s�lo una enfermedad grave imped�a al "maestro" mandar a su "disc�pulo" a las nubes a prop�sito de este asunto precisamente.

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