Setiembre fue un mes de combates, de pérdidas humanas valiosas, de largas
caminatas y privaciones, de promisorios contactos con los campesinos, de
altibajos en la moral de la tropa y en el que se empieza a vislumbrar la pérdida
definitiva de Joaquín y su grupo.
El 2 fue nuestra primera escaramuza, que pudo tener un saldo netamente
favorable para nosotros si no ocurre un hecho que relataremos sólo con el
objeto de trasmitir experiencias que pueden servir en el futuro.
Chino estaba de posta con Pombo cuando vio un soldado a caballo. En lugar de disparar, gritó: ¡Un soldado!. Naturalmente el soldado fue alertado disparando en forma instantánea hacia el lugar de donde había surgido el grito. Mientras Chino manipulaba su arma, Pombo fue más rápido y tiró varios disparos matando al caballo. El soldado huyó. Al día siguiente una escuadra nuestra integrada por Benigno, Pablito, Coco, Julio, León y yo chocó con unos 40 soldados en el Masicurí, en la casa de un latifundista.
El encuentro ocurrió sorpresivamente. Estábamos discutiendo con el encargado de la casa y la mujer de éste cuando aparecieron los soldados. Al vernos se replegaron y tendieron un semi-cerco. Inmediatamente empezaron a dispararnos. Les replicamos con fuego sostenido y por lo menos vimos caer a uno de ellos. Sin embargo no pudimos llevar alimentos y nos retiramos.
El día 6 -cumpleaños de Benigno- hubo otra escaramuza. Una patrulla casi nos sorprende por descuido de la vanguardia, pero después de un breve tiroteo no pasó nada y nos fuimos tranquilamente.
Los días siguientes fueron de caminatas constantes en las que observamos que la enfermedad de Moro, nuestro médico, se agravaba constantemente y sufría de intensos dolores. Ché lo cuidaba con dedicación y se esmeraba en crearle las mejores condiciones para aliviar, aunque fuera levemente, su mal. Por otra parte él mismo era aquejado por nuevos ataques de asma y carecía de medicinas para controlarlos.
El 22 de setiembre llegamos a Alto Seco, un villorrio de unas 50 casas modestas con pésimas condiciones de higiene. Sin embargo el pueblito tiene cierta importancia. En el centro hay una plazuela, una iglesia y una escuela; también tiene un camino de tierra por el cual pueden llegar algunos vehículos motorizados. Inmediatamente supimos que el Corregidor había acudido presuroso a Valle Grande a dar cuenta al ejército de nuestra presencia.
La reacción de la población fue interesante. Los habitantes no se retiraron del lugar. Lentamente se fueron acercando a nosotros, con gran desconfianza. Su temor, porque existía temor, no era a los guerrilleros propiamente, sino a la perspectiva de que se combatiera en el pueblo o las represalias que pudiera tomar el ejército contra sus habitantes.
Es preciso destacar que por primera vez se realizó un mitin en el local de la escuela a la que acudieron asombrados campesinos que guardaron silencio y escucharon con atención. El primero en hablar fui yo. Expliqué cuales eran nuestros objetivos, les recalqué sus duras condiciones de vida, el significado de nuestra lucha y su importancia para el pueblo, ya que de nuestro triunfo dependía que la suerte de ellos cambiara positivamente. Por primera vez habló también a los habitantes del lugar el Ché, aunque nadie lo reconoció. Ché explicó el abandono en que permanecía el pueblo, la explotación de que eran víctimas los campesinos del lugar, y dio varios ejemplos. Entre ellos destacó que Alto Seco sólo tenía un pozo antihigiénico para abastecer de agua a los vecinos. "Acuérdense -les dijo- que después de nuestro paso por aquí recién se acordarán las autoridades de que ustedes existen. Entonces les ofrecerán construir algún policlínico, o mejorar algunos aspectos. Pero ese ofrecimiento se deberá única y exclusivamente a la presencia nuestra en esta zona y, si alguna obra realizan, ustedes sentirán, aunque indirectamente, el efecto beneficioso de nuestra guerrilla".
Éste fue el único mitin que realizamos en toda la guerra; nuestra propaganda en el campo la dieron nuestros exitosos combates; el trato permanente entre guerrilleros y campesinos hace el resto.
En los días siguientes recorrimos Santa Elena y Loma Larga hasta llegar a Pujío, el 25. Nuevamente la curiosidad y desconfianza al principio, para luego recibir un trato cordial. La gente se nos acercó hasta tomar confianza con nosotros.
Dos hechos caracterizaban nuestra situación:
-Moro seguía mal y estaba muy débil.
-Camba estaba francamente "rajado". En esta oportunidad el Ché y yo hablamos con él para decirle que esa misma noche se afeitara, cambiara de ropa, para que luego pudiera buscar una salida sin que lo detectara el ejército. Camba dijo que todavía no era necesario, y que seguiría con la columna hasta que cambiara de rumbo con el objeto de que él pudiera llegar con relativa facilidad a Santa Cruz.
Esa noche dormimos a la vera del camino.
El camino entre Pujío y Picacho realizado en la madrugada del 26 lo hicimos sin inconveniente. La población nos trató bastante bien. Incluso dos viejitas campesinas invitaron a Julio y Coco a dormir en la casa y les regalaron varios huevos. Por razones obvias de seguridad ambos compañeros no aceptaron tan acogedor y generoso ofrecimiento. Estos actos de solidaridad, indudablemente, confortaban. Demuestran también que eI campesino no es tan impermeable en su trato con el guerrillero y que con una labor regularmente sostenida, es fácil captarlo y movilizarlo como auxiliar importante en las tareas combativas hasta su total integración.
Muy temprano llegamos a Picacho. La población estaba de fiesta y nos trató
bastante bien. Nos invitaron chicha y algunos bocados; menudearon los abrazos
para despedimos; el Chapaco dijo algunas palabras en un brindis.
Decidimos seguir la marcha. Nuestro próximo punto era La Higuera. Como era de
esperarlo, nuestra presencia estaba totalmente detectada. Coco se incautó de
un telegrama que había en casa del telegrafista donde el sub-prefecto de
Valle Grande comunicaba al corregidor de ese lugar la presencia de fuerzas
guerrilleras en la zona.
Pocos minutos mas tarde se libraría el más negativo de nuestros combates.
Durante los últimos días la enfermedad de Moro había recrudecido. El 26 su salud continuaba siendo mala, y ésta era otra de las preocupaciones más serias del Ché. Tal vez era la presión más grave, puesto que las noticias de las emisoras sobre Joaquín, aunque todavía fragmentarias, permitían suponer que el grupo estaba definitivamente perdido. Ello significaba que terminaba la búsqueda en círculo y que la columna se desplazaría hacia otra zona de operaciones.
A las 13 horas de ese día salió la vanguardia para tratar de llegar a Jaguay. Después de media hora cuando el centro y la retaguardia se aprestaron para alcanzarlos se escuchó nutrido fuego a la entrada de La Higuera.
Ché organizó inmediatamente la defensa del poblado para esperar a la vanguardia. Nadie dudó en ese instante que los nuestros habían caído en una emboscada por eso esperamos nerviosos y tensos las primeras noticias.
El primero en regresar fue Benigno, con un hombro atravesado por una bala, la misma que había matado a Coco. Luego lo hicieron Aniceto y Pablito, este último con un pie dislocado. También habían muerto en la emboscada Julio y Miguel.
El combate fue ligero y desigual. El ejército, con un gran poder de fuego y un número aplastante de hombres, había atacado sorpresivamente a nuestros combatientes en una zona sin ninguna defensa natural, totalmente desprovista de vegetación, podían dominar desde el firme en que se encontraban una vasta extensión de terreno con armas de grueso calibre.
Miguel fue muerto casi instantáneamente, Coco quedó mal herido. El resto de los compañeros peleó heroicamente tratando de rescatarlo, dando una hermosa prueba de solidaridad. Cuando Benigno arrastraba su cuerpo sangrante, una ráfaga de ametralladora lo remató y una de las balas hirió a Benigno, otro rafagazo mató a Julio.
Coco y yo éramos -si así cabe decirlo- más que hermanos. Camaradas inseparables de muchas aventuras, juntos militamos en el Partido Comunista, juntos sentimos el peso de la represión policial en muchas oportunidades y compartimos la cárcel, juntos trabajamos en Tipuani, juntos recorrimos el Mamoré, aprendimos agricultura y pasamos largas jornadas cazando caimanes, juntos ingresamos a la guerrilla. En esta nueva aventura no lo veré a mi lado pero siento su presencia, exigiéndome cada vez más.
Un día, conversando en el monte a propósito de la muerte de Ricardo, que produjo un fuerte impacto en su hermano Arturo, Coco me dijo:
-No quisiera verte muerto, no sé cómo me comportaría. Afortunadamente creo que si alguien muere primero, ése seré yo ... .
Coco era un hombre muy generoso, capaz de emocionarse y llorar como un hombre por un ser querido, como lo hizo el día que murió Ricardo.
Yo no lo vi morir. Tampoco derramé una lágrima, por una cuestión de carácter, me cuesta mucho llorar. Pero no por eso el dolor, el sentimiento y el afecto por un hombre tan querido es menos intenso. Coco, Julio y Miguel, compañeros de jornadas heroicas, alcanzaron el escalón más alto de la especie humana y se graduaron de hombres y de guerrilleros, como lo hicieron antes Joaquín, Tania, Rolando, Marcos, Tuma, Rubio, Aniceto y tantos otros compañeros queridos.
Por eso el Ché que no era partidario de prodigar elogios, dijo de ellos:
"Nuestras bajas han sido muy grandes esta vez; la pérdida más sensible es la de Coco, pero Miguel y Julio eran magníficos luchadores y el valor humano de los tres era imponderable".