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Inti Peredo

Mi campaña junto al Che

(1970)

 

 

VIII.

La búsqueda de Joaquín

 

Los tres meses de operación militar significaron para nosotros un avance notable: habíamos ocasionado más de cincuenta bajas al enemigo entre muertos, heridos y prisioneros, incluyendo en la lista a tres oficiales de alta graduación. Habíamos ocupado gran cantidad de armamentos, parque, vestuarios y un poco de alimentos. Sin embargo el balance mas notable era la desmoralización y falta de combatividad de los soldados, que contrastaba con la agresividad y temeridad de nuestros guerrilleros. Lamentábamos, sin embargo, la pérdida de Rubio y Rolando, el desaparecimiento del Loro y la falta de contacto con nuestra retaguardia y la ciudad.

En estas circunstancias iniciamos nuestro octavo mes en las montañas de Bolivia y el cuarto de combates sostenidos. Pese a las dificultades, el hambre, las enfermedades, la falta de contacto con la ciudad y el hecho de no encontrar a Joaquín, nuestra moral era alta. La guerrilla era una fuerza agresiva, consciente de su poder, y daba golpes tan fuertes al ejército que no le habían permitido reorganizarse, modificar su táctica ni replicarnos con agilidad.

Durante el corto transcurso de la guerra. Ché nos dio lecciones de solidaridad humana que se proyectaban incluso, frecuentemente, a los enemigos. Uno de estos hechos sucedió a principios de julio, precisamente el día 3. Estábamos todavía cerca del camino petrolero, donde habíamos chocado con el ejército. Los días anteriores buscábamos agua y comida y nos habíamos devorado un puerco que tenia sabor a manjar. Esa mañana, después de caminar por las márgenes de un arroyo. Ché ordenó una emboscada en el camino mencionado, esperando que pasaran camiones del ejército. Pombo debía avisar con un pañuelo amarillo cuando el vehículo entrara a nuestro radio de fuego. Después de 5 horas y media de espera, pasó un camión militar y Pombo hizo la tan ansiada señal. Inexplicablemente para nosotros, Ché, que debía abrir fuego contra el vehículo para continuar nosotros disparando, no gatilló su M-2.

Más tarde, para que todos escucháramos, dijo:

Era un crimen dispararle a esos soldaditos.

La anécdota está relatada en su Diario como si fuera un hecho intrascendente.

Dice:

"A las 14.30 pasó un camión con chanchos que dejamos pasar, a las 16.30 una camioneta con botellas vacías y a las 17 un camión del ejército, el mismo de ayer, con dos soldaditos envueltos en frazadas en la cama del vehículo; no tuve coraje para tirarles y no me funcionó el cerebro lo suficientemente rápido como para detenerlos, lo dejamos pasar."

¡Cuánta diferencia con los oficiales del ejército boliviano y con los propios soldados que asesinaron al Ché y a los compañeros que cayeron con él en la quebrada del Yuro!. Tal vez los mismos que el Ché consideró un crimen matarlos, fueron los que algunos meses después se retrataron sonrientes junto al cadáver.

La mayoría de los análisis que se hacen sobre el desarrollo de nuestra guerrilla son superficiales y muchas veces frívolos. No se ha investigado suficientemente su desarrollo o, sencillamente, se han tomado hechos aislados para combatir la teoría del foco.

A pesar de nuestras limitaciones por la búsqueda constante de Joaquín, lo que nos impedía movilizamos hacia otras zonas más convenientes para que nosotros operáramos, pudimos confirmar que la convivencia con los campesinos lógicamente tendría que ser favorable para nosotros. Ello lo pudimos comprobar en Moroco, un pequeño poblado en las márgenes del río. Allí llegamos el 19 de junio y ocurrieron hechos que es necesario examinar con detención, pues dan un índice de lo que significa la permanencia de las fuerzas guerrilleras entre la población.

Como era natural, al principio la acogida fue fría. Incluso hubo una buena dosis mezcla de curiosidad y desconfianza. Ese mismo día llegaron al poblado tres individuos armados de revólveres y fusiles máuser que dijeron ser comerciantes en chanchos. No hicimos reuniones ni el mitín que se acostumbra en estos casos para informar a los pobladores de nuestros principios y pedirles su incorporación o solidaridad. Sencillamente nos dedicamos a charlar con ellos, pedirles datos sobre caminos, trillos, antecedentes sobre otros vecinos, etcétera. Esta conducta familiar nos permitió captar valiosos amigos y allí se produjo nuestro primer reclutamiento: Paulino, un muchacho campesino que tenía allí su familia y conocía toda la zona. A pesar de su juventud (tenía alrededor de 22 años) estaba afectado por la tuberculosis, producto de la mala alimentación y de la vida miserable que llevaba en esa región.

Al día siguiente se produjo un acontecimiento espectacular. Paulino nos informó que los tres "comerciantes" no eran tales, sino espías que enviaba el ejército para realizar labores de inteligencia. La valiosa información de Paulino, que a su vez la había recibido de su novia, otra muchacha del poblado. nos permitió detenerlos.

Fue una colaboración sumamente importante que nos mostraba las ricas perspectivas que existen cuando el contacto con los campesinos es prolongado. Paulino continuó posteriormente con nosotros y fue enviado a Cochabamba llevando algunos mensajes, los que no llegaron a su destino porque el ejército detuvo al muchacho.

En ese mismo lugar Ché trabajó como dentista y se sacó el cariñoso apodo de Fernando Sacamuelas.

Nuevamente empezamos a buscar Río Grande y posteriormente la desembocadura del Rosita para llegar a Samaipata, donde pudiera estar Joaquín, ya que Ché le había comunicado que ésta era una zona probable de operaciones. Sorpresivamente el día 10 una escuadra nuestra compuesta por Coco, Ñato, Pacho y Aniceto tuvo un choque con el ejército. El acontecimiento se desarrolló así: los cuatro compañeros llevaban la misión de llegar a la casa de un campesino para buscar alimentos e información, cuando se encontraron inesperadamente con los soldados que avanzaban por las márgenes contrarias del río. Inmediatamente se intercambió un tiroteo nutrido con un inmenso gasto de parque por parte de los nuestros. Posteriormente se retiraron Ñato y Aniceto y luego lo hicieron Coco y Pacho. No tuvimos noticias de bajas en las filas enemigas hasta que dos días después los noticiarios radiales anunciaban que habíamos muerto a un soldado y herido a otro.

Aunque no habíamos sufrido ninguna baja, el ejército, en sus partes oficiales, anunciaba mi muerte y la de otros dos compañeros no identificados. Ésta era una simple maniobra de carácter sicológico para disminuir en parte el impacto de nuestros golpes, el efecto desastroso para ellos que estaba causando en la opinión pública. Por eso, mientras nosotros llegamos de nuevo al Río Grande y luego al Rosita en busca de nuestra retaguardia con la cual habíamos perdido contacto desde hacía casi tres meses, el ejército desviaba una parte de sus recursos a las tareas represivas en las minas. Aunque no nos informamos por las emisoras bolivianas, que estaban censuradas, una radio argentina dio la noticia de la masacre de San Juan en las minas de Siglo XX, con un saldo de 87 víctimas. En esta forma, el gobierno lacayo del gorila Barrientos pretendía acallar el clamor de las peticiones obreras y los signos evidentes de apoyo de este sector hacia nuestra lucha. Esta acción demostraba, indudablemente, la debilidad del régimen. Nosotros adquiríamos más conciencia de que un grupo pequeño de hombres de vanguardia es capaz de destruir los cimientos de una sociedad corrompida en un tiempo infinitamente menor que todo el esfuerzo que emplean los politiqueros en conciliaciones, componendas y reformas sin importancia que frustran finalmente al pueblo.

En esta ocasión el Ché hizo un llamado a los mineros (el comunicado Nº 5) instándoles a unirse a la lucha guerrillera y explicando las verdaderas tácticas de lucha que debe adoptar el pueblo; ese manifiesto fue conocido sólo después de su muerte.

Dos días más tarde, el 26, chocamos nuevamente con el ejército. Estábamos acampados en Piray, en las faldas del río Durán. Ché había ordenado una emboscada mientras otro grupo de compañeros iba a buscar alimentos al pequeño pueblito de Florida. Alrededor de las cuatro y media de la tarde, envió de relevo a Pombo, Arturo, Antonio, Ñato y Tuma, con el objeto de que descansaran Miguel y la gente de la vanguardia. En los momentos de llegar se sintió un fuerte tiroteo. Tendidos en la arena había 4 soldados, aunque no todos estaban muertos. El ejército estaba desplegado al otro lado del río totalmente seco, ocupando buenas posiciones. Ché llegó a ocupar su posición de combate y se situó al lado de Benigno y dio orden de que los compañeros de relevo, que ahora se convertían en refuerzos, se colocaran en el flanco en que estaba Miguel. Sentimos unos gajos quebrarse, por lo que supusimos que el ejército se estaba replegando, un ruido de camión nos indicó que llegaban refuerzos al enemigo. Inmediatamente se inició el tiroteo, que nos sorprendió en una zona sin una buena defensa. Pombo fue herido en un pie con una bala de ametralladora 30. Posteriormente, Ché dio la orden de retirada. Cuando se cumplían estas instrucciones se conoció la noticia de que Tuma había sido herido en el vientre. Rápidamente fue trasladado a una de las casas de Piray, a varios kilómetros de la emboscada. Moro lo anestesió y empezó la operación, pero Tuma o Tumaino, como le decíamos cariñosamente, no alcanzó al término de la intervención. Tenía el hígado destrozado y una serie de perforaciones intestinales.

Ese fue un día de dolor intenso para nosotros. Se perdía uno de los mejores compañeros, el más alegre, un combatiente ejemplar y querido. Sobre él escribió el Ché:

"Con él se me fue un compañero inseparable de todos los últimos años, de una fidelidad a toda prueba y cuya ausencia siento desde ahora casi como la de un hijo. Al caer pidió que se entregara el reloj, y como no lo hicimos para atenderlo se lo quitó y se lo entregó a Arturo. Este gesto revela la voluntad de que fuera entregado al hijo que no conoció, como había hecho yo con los relojes de los compañeros muertos anteriormente. Lo llevaré toda la guerra".

Pombo, que estaba herido, sintió la muerte de Tuma como si fuera el familiar más querido. Se habían prácticamente criado juntos, combatiendo juntos en la guerra de liberación de Cuba, habían participado juntos en el Congo y ahora la muerte los separaba en Piray.
Esa misma tarde se tomaron prisioneros a dos nuevos espías, uno de ellos oficial de carabineros; luego de advertirles cuáles eran las normas de la guerra y de amenazarlos con una sanción severa si se les volvía a sorprender en esa actitud, fueron dejados en libertad, pero en calzoncillos. Por una mala interpretación de una orden del Ché en el sentido de que fueran despojados de todo lo que servía, se les quitó la ropa. Cuando el Ché conoció esta acción se indignó, llamó a los compañeros que la habían realizado y les dijo que a los seres humanos había que tratarlos con dignidad, que no se les debía ocasionar humillaciones ni vejaciones gratuitas. A su lado el cadáver de Tuma.

El mes de julio estuvo jalonado de acontecimientos guerreros, mientras la crisis del gobierno del gorila Barrientos era aguda. Al mismo tiempo teníamos las primeras noticias de Joaquín a través de distintas informaciones radiales que anunciaban combates entre fuerzas guerrilleras y el ejército, lejos del lugar en que estábamos situados nosotros. Por esa razón decidimos dirigirnos a Sarnaipata. Lugar que como habíamos anticipado, estaba acordonado como zona de operaciones con Joaquín. Nuestro plan inmediato era tomar el pueblo incluido eI cuartel de policía, comprar alimentos y medicinas, especialmente las que hacían falta al Ché para eI asma. Primero pasamos por Peña Colorada, una zona muy poblada que nos recibió con poco entusiasmo y luego nos reagrupamos en AÍto de Palermo. Para llegar a Samaipata decidimos apoderarnos de un vehículo adecuado. Paramos varios, pero uno intentó fugarse por lo que nos vimos obligados a dispararle en las gomas. Posteriormente partieron en un camión a cumplir esta misión, Pacho, Coco, Ricardo Julio, Aniceto y Chino.
Nuestra escuadra llegó primero a una pequeña fuente de soda donde tomaron unos refrescos. Dos carabineros que entraron a ver lo que sucedía fueron tomados presos y desarmados.

Más tarde llegó al lugar un teniente de apellido Vacaflor que también fue tomado prisionero. Mientras el Chino, Julio y Aniceto se quedaban custodiando a los dos carabineros presos y cumplían el objetivo de buscar medicina, el resto de la escuadra se dirigió con el teniente al cuartel para tomarlo. El oficial dio la contraseña y la puerta se abrió sin dificultad. Inmediatamente entraron Ricardo, Pacho y Coco capturando a algunos soldados mientras otros hacían resistencia. Incluso uno disparó sobre Pacho, pero Ricardo que estaba atento lo salvó empujándolo. Éste fue el único que presentó combate hasta el último, por lo que fue necesario dispararle, muriendo inmediatamente.

Nuestro botín fue 9 soldados capturados, uno muerto, una ametralladora BZ-30 y cinco máusers. La acción se realizó en presencia de todo el pueblo y una cantidad de viajeros que se encontraban allí de manera que tuvo una repercusión enorme. Los presos fueron dejados en la carretera a un kilómetro del pueblo. Además se compró alimentos y se obtuvieron medicinas, aunque ninguna servía para el asma.

Entre el material que requisamos estaba un mapa con toda nuestra ruta trazada y se preveía una posible salida hacia la carretera. Después de esta operación relámpago nos retiramos. Los días siguientes caminamos en dirección a Florida. En el transcurso de la marcha escuchamos por radio la noticia de dos acciones guerreras: una en el Dorado, entre Samaipata y Río Grande y otra en Iquirá. En ambas se anunciaban que por parte nuestra habían ocurrido bajas. Inmediatamente nos dimos cuenta de que el grupo que estaba combatiendo era el de Joaquín. Paralelamente las emisoras anunciaban una crisis que afectaba la base de sustentación política del gobierno, con el retiro del PRA y del PSD del llamado "Frente de la Revolución" que sostenía al gorila Barrientos. Al mismo tiempo se escucharon unas lastimeras declaraciones de éste rogando que lo dejaran terminar su periodo presidencial. Fue en ese momento cuando Ché dijo, conversando con un grupo de nosotros, que era una lástima que no hubiese cien hombres más en la guerrilla, para acelerar la descomposición del régimen

Al terminar el mes escuchamos noticias de otras dos acciones militares de Joaquín, y al mismo tiempo chocamos dos veces con el ejército. El 27 estábamos preparándonos para buscar un camino que eludiera Moroco donde, según las informaciones que nos habían dado campesinos, había una gran cantidad de soldados cuando Willy anunció que un grupo de soldados estaba entrando en la emboscada que teníamos tendida. En el lugar se situaron Chapaco Willy. León, Arturo, Ricardo, Chino, Eustaquio Aniceto y yo. Los soldados caminaban lentamente y casi con descuido. Hicieron algunas señales y luego dispararon tres tiros de mortero. Como no hubo respuesta siguieron avanzando. Eran solamente ocho porque el resto se había quedado rezagado. Cuando estuvieron cerca disparamos matando a cuatro de ellos El resto huyó por el monte. Inmediatamente organizamos nuestra retirada sin quitarles las armas ni el equipo porque esto significaba arriesgar innecesariamente a hombres nuestros y seguimos. Dos días más tarde volvimos a chocar, pero en condiciones diferentes. Estábamos en las márgenes del Rosita, a una hora de camino de la desembocadura del Suspiro Eran aproximadamente las 4:30 de la mañana (Ché no había dormido en toda la noche afectado por el asma. Miguel estaba despierto para hacer el cambio de posta y Moro calentaba café cuando éste último vio la luz de una linterna en la orilla del río. Moro preguntó:

-Oiga, ¿quién es? Desde la orilla le contestaron:

-Destacamento Trinidad.

Ché oyó todo el diálogo, pues estaba en la improvisada cocina. Inmediatamente nuestros compañeros dispararon. A Moro se le encasquilló el M-2 pero Miguel lo protegió con su Garand. Ché ordenó entonces la formación de una línea de defensa. Los soldados estaban ocultos en un pequeño barranco. Benigno les tiró una granada que cayó en el agua. El ruido de la explosión los asustó de tal manera que corrieron despavoridos. Esto permitió que les disparáramos con facilidad. Miguel que era hombre audaz, llegó hasta donde estaba uno de los soldados heridos, le quitó su M-1, su canana y lo interrogó logrando obtener valiosa información de que eran 21 hombres que se dirigían hacia Abapó y que en Moroco, el lugar que estábamos eludiendo estaban apostados 50 soldados.

En esta emboscada cometimos varios errores. Los caballos que teníamos con nosotros se cargaron con mucha lentitud. Más todo fue un exceso de confianza en nuestra capacidad y en un desprecio por el poder del enemigo.

Un compañero se retrasó probándose un par de botas nuevas. A otro se le cayó la carga de frijoles. Un caballo se espantó y se perdió con un mortero, algunos fusiles, ropa, etc. Así nos cogió la claridad. Los soldados se repusieron de la sorpresa, recibieron refuerzos de Moroco, se reagruparon y nos persiguieron. Cruzamos por un chaco donde estaba la hermana de uno de los campesinos que nos habían ayudado. La mujer con cariño y mucha serenidad a pesar del tiroteo. que era intenso, nos informó que todos los campesinos de Moroco habían sido apresados y conducidos a La Paz. Nos vendió una lata de leche y nos ofreció gallinas. Actuaba con una tranquilidad pasmosa a pesar de que los soldados estaban ya cerca de nosotros y nos disparaban con fuego sostenido.

Al cruzar por uno de los vados, el caballo del Ché resbaló y cayó pero Coco, Julio y Miguel hicieron una línea de defensa para impedir que el ejército concentrara el fuego sobre él. Más tarde resbaló Julio, los soldados gritaban alborozados:

-Lo tumbamos, lo tumbamos.

Nuestro grupo cruzó a todo galope el vado, pero no lo pudo hacer más tarde una parte de la vanguardia (Pacho, Aniceto y Raúl) y la retaguardia, donde estaba Ricardo.

Al cruzar el vado fue herido Ricardo; Pacho y Raúl se lanzaron al rescate. Raúl cayó muerto con un tiro en la boca y Pacho fue herido con un disparo penetrante en las nalgas que le comprometió levemente los testículos. Pacho se parapetó detrás del cuerpo ya sin vida de Raúl y logró silenciar una ametralladora. Arturo y otros compañeros rescataron a Ricardo, le colocaron en una hamaca, pero desgraciadamente el plasma se perdió en la mochila de Willy. A pesar de todos los esfuerzos que hizo el médico, Ricardo murió en la noche.
¡ Dos nuevas bajas!.

Raúl era un compañero muy callado, nunca hacía preguntas, disciplinado, pero en general no se destacaba el resto. El día del combate, sorprendió a todos con su comportamiento temerario y heroico. Su magnífica y necesaria solidaridad con un compañero herido lo llevó a la muerte. El respeto que por él teníamos se acrecentó.

Ricardo o Papi, como cariñosamente le llamábamos todos. fue el hombre que tuvo el peso de la preparación previa del foco guerrillero. Querido por los compañeros bolivianos, respetado por los cubanos y peruanos que estaban combatiendo allí, no podíamos abandonarlo en un momento tan doloroso. Por eso, porque la guerrilla desarrolla hondamente los sentimientos fraternales entre los hombres, hubo actos de arrojo tan maravillosos para salvarlo como los de Raúl, Pacho y otros compañeros.

El mes de agosto fue el mes malo para nosotros. Nuevamente volvimos a las márgenes del Río Grande con la esperanza de encontrar a Joaquín. Las emisoras locales estaban anunciando cada vez con mayor frecuencia encuentros entre guerrilleros que no éramos nosotros y soldados. En este período pasamos mucha hambre y una sed torturante a tal extremo que algunos compañeros tomaron sus orinas para saciarla. Esta acción les provocó una serie de trastornos intestinales. Para peor Moro, nuestro médico, enfermó de lumbago, una afección tan dolorosa que prácticamente lo dejó inmovilizado. Por lo tanto hubo que prestarle a él los mayores cuidados.

Por otra parte afloraron en Camba los primeros síntomas de cobardía y me planteó que quería abandonar la lucha pues "sus condiciones físicas no le permitían seguir". Agregó que no veía mayores perspectivas a la guerrilla. El pretexto de su incapacidad física era falso, pues Camba había demostrado ser un hombre de mucha fortaleza. Simplemente tenía miedo y quería desertar. Las perspectivas negativas de la lucha era otro pretexto vergonzoso. Le comuniqué a Ché esta situación y él conversó con Camba, advirtiéndole que no podía salir hasta que nuestra pequeña columna concluyera la ruta que ya se había dado a conocer. Camba aceptó.

El 26 tuvimos el único choque con el ejército durante ese mes. Teníamos planificada una emboscada en Río Grande; los soldados, que ya mostraban más preparación, se dividieron en dos grupos y tomaron una serie de precauciones que antes habían desestimado, por ejemplo en la escuadra de siete hombres, cinco se colocaron río abajo y dos se dispusieron a cruzar frente a nosotros. Antonio, que estaba frente a la emboscada, se precipitó errando el tiro. Los dos huyeron en busca de refuerzos y los otros cinco corrieron a saltos por la playa. Con Coco le propusimos a Ché que nos dejara ir hasta la otra orilla y tratar de tomar prisioneros a los soldados, pero éstos se parapetaron y nos rechazaron.

Hubo días duros, tensos, de relajamiento de la moral, en los que se necesitaba una voluntad fuerte y una conducción política firme y respetada. Sin estas últimas condiciones la desintegración de nuestra columna era factible. Allí surgió una vez más, con toda su grandeza, el espíritu del Ché. Su carácter de Jefe íntegro, indiscutido, seguro en el mando, claro en sus concepciones, rápido en sus decisiones, tajante para liquidar cualquier síntoma de descomposición, y decidido a llegar hasta el final en la defensa de sus ideales.

Nunca como entonces tuvo tanto valor su histórico, preciso y categórico llamado a definirse como hombre revolucionario:

"Es uno de los momentos -dijo el 8 de agosto- en que hay que tomar decisiones grandes, este tipo de lucha nos da la oportunidad de convertirnos en revolucionarios, el escalón más alto de la especie humana, pero también nos permite graduarnos de hombres, los que no puedan alcanzar ninguno de los dos estadios deben decirlo y dejar la lucha".

Los hombres que continuaron la lucha a su lado no sólo acentuaron su cariño y admiración por este jefe excepcional, sino que además se comprometieron, cualesquiera que fueran las circunstancias, a vencer o morir por sus ideales que en estos momentos catalizan a hombres y mujeres de todo el mundo.

Aunque lo ignoramos en ese momento y sólo nos dimos cuenta días más tarde, todo el resto del grupo de Joaquín cayó en la emboscada del Vado del Yeso, el 31 de agosto. delatados en forma miserable por el campesino Honorato Rojas. El ejército esperó pacientemente que Rojas los llevara hasta la trampa y cuando estaban vadeando el río, los asesinaron por la espalda. Allí se extinguió heroicamente la vida de Tania, la mujer guiada por sus ideales revolucionarios y la admiración que tenía por el Ché; trabajó pacientemente dos años en Bolivia preparando el terreno para nuestro trabajo final y luego empuñó el fusil para luchar por la libertad de nuestro pueblo. Tania con la leyenda de mitos y realidades que mundialmente han tejido en torno a ella entró en la historia continental como una heroína.
La muerte de Joaquín y de nuestra retaguardia que en sí era sólo una escuadra sin capacidad combativa por la forma en que estaba integrada, con la cual operamos solo un mes y estuvimos separados cuatro meses, fue un golpe de suerte para el ejército. Uno o dos días antes de la emboscada, nosotros con el Ché a la cabeza, llegamos hasta uno da los lugares donde había acampado este compañero. Las huellas estaban frescas aún.

Los antecedentes que hemos reunido más tarde nos permiten conocer que Joaquín y su escuadra sufrieron indecibles penurias, hambre, angustia, nos buscaron tanto como nosotros a ellos. Sin embargo nunca desmayaron, su moral se mantuvo alta, decididos a morir por nuestros ideales antes que entregarse, fieles a la consigna creada por el Ché de ¡VICTORIA O MUERTE!

Aunque sólo teníamos 22 hombres, uno de los cuales -el médico- estaba en malas condiciones, Camba era un desertor que estaba aterrorizado y sólo nos acompañaba por la fuerza de las circunstancias, y León nada nos había dicho que estaba "rajado", nuestro pequeño ejército se hacía respetar, mantenía su actitud agresiva y estaba dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias.

El Ché nuevamente reinició con fuerza su educación sobro nuestro grupo, especialmente para mejorar algunas debilidades que se estaban notando. Sus charlas, retos, o "descargas", como él las llamaba, tenían a veces el carácter de consejo de padre a hijo y en otras era enérgico y duro, como correspondía a las circunstancias. También sabía ser tierno, especialmente cuando se acordaba de su familia o de los compañeros que formaron parte de su vida militar como Tuma o Rolando. Un día, recordándose de sus hijos, nos contó con un sentimiento de cariño y nostalgia la última conversación que habla sostenido con su hija Celita. Próximo a partir definitivamente de Cuba, fue a su casa para ver por última vez a los niños y despedirse de ellos. Como es natural iba caracterizado de Ramón, el hombre maduro con facha de comerciante que recorría buena parte del mundo burlando la vigilancia de la CIA. Su disfraz era tan bueno que no lo reconoció ni la posta que estaba en su casa ni su hija. Ché la tomó en sus brazos, después la sentó en las piernas y le acarició la mano. La niñita le dijo a Aleida, su esposa, que presenciaba la escena:

-¡Mamá, este viejuco me quiere enamorar!

Ché no demostraba dolor cuando contaba esta anécdota, aunque su voz denotaba una gran ternura. Nosotros comprendíamos cuánto significaba para él esa frase de su hija querida, a la que ni siquiera le podía dar un adiós como lo hace cualquier padre en una situación similar.

La misma ternura demostraba para los compañeros guerrilleros y éstos retribuían su afecto y admiración sin dobleces, como una entrega total. Precisamente por esos días, Ché se había autocastigado como ayudante de cocina porque se le había mojado el fusil al cruzar un vado. Al cruzar de nuevo el Río Grande se le perdieron los zapatos. Inmediatamente el Ñato, que era hombre que resolvía todos los problemas menudos que se presentaban, le fabricó un par de abarcas de cuero, enteramente cerradas. Estos zapatos caseros fueron los que despertaron curiosidad y comentarios el día de su muerte en el Yuro y luego en Vallegrande.

Así impidió el Ñato que Ché caminara descalzo. Cualquiera de nosotros le hubiera dado los zapatos, pero estoy seguro de que el Ché habría rechazado violentamente este gesto. A su vez Ché retribuía este afecto con una serie de actitudes que nosotros valorábamos. Por ejemplo, el 17 de setiembre en los días en que teníamos menos comida y nuestra situación no era buena, ordenó cocinar arroz, un plato de lujo, para celebrar el 22 cumpleaños de Pablito, compañero de gran valor y el más joven de todos los guerrilleros. Igualmente había celebrado el cumpleaños de Benigno el 6 de setiembre.