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Inti Peredo

Mi campaña junto al Che

(1970)

 

 

X.

El Yuro

 

La emboscada de La Higuera marcó una nueva etapa, angustiosa y difícil para nosotros. Habíamos perdido tres hombres y, prácticamente, no teníamos vanguardia. El médico seguía mal y la columna estaba reducida a sólo 17 guerrilleros desnutridos por la prolongada carencia de proteínas, lo que naturalmente influía en la capacidad combativa. Definido ya el problema de Joaquín, los próximos pasos del Ché se orientaban a buscar otra zona de operaciones donde el terreno nos fuera más favorable. Teníamos necesidad inmediata de contactamos con la ciudad, para solucionar problemas logísticos y recibir refuerzos humanos, puesto que nuestras fuerzas se habían desgastado, sin que hubiésemos podido reemplazar a los hombres que habían caído. Sin embargo era previo romper dos cercos, uno que estaba rondando casi en nuestras propias narices y el otro que había dispuesto el ejército y que habíamos conocido a través de filtraciones periodísticas dadas a conocer por emisoras argentinas y chilenas. Para nadie era un misterio que nuestra presencia estaba claramente detectada y así lo anunciaban también las informaciones de carácter internacional, aunque las emisoras locales, silenciadas por el régimen, daban solamente una información muy general.

Entre el 27 de setiembre y el 1º de octubre permanecimos ocultos, aunque algunos compañeros realizaban exploraciones para buscar una salida adecuada por los "firmes", que nos permitiera eludir las fuerzas enemigas. Nuestra ración se redujo considerablemente y sólo consistía en tres cuartos de una pequeña lata de sardinas, y una cantimplora de agua para todo el día. Para peor el agua era amarga. Pero no había más y la mandábamos a buscar en la noche o cuando aún estaba oscuro en la madrugada. Dos compañeros cargaban todas las cantimploras, bajaban tomando toda clase de precauciones y borraban los rastros.

Hasta el día 30 los soldados, en gran cantidad y perfectamente equipados, pasaban frente a nosotros sin detectarnos. El 1º de octubre empezamos a movernos con un poco más de rapidez y después de varios días de privaciones comimos unas frituras que cocinó Chapaco y Ché ordenó que se repartiera un poco de charqui frito. Para que el fuego no fuera detectado por los soldados lo protegimos con frazadas.

Las emisoras por otra parte empezaron a dar mayores informaciones, entre las cuales resaltaban las delaciones de Camba y León, que habían desertado el 26, y los cambios de los puestos de avanzada del Estado Mayor del Ejército. Nuestras caminatas se realizaban extremando las precauciones, aunque a veces pasábamos por lugares algo poblados a plena luz del día. Así llegamos al 8 de octubre.

La tarde anterior habíamos cumplido 11 meses desde que el Ché ingresó al monte en Bolivia y hasta ese momento el balance no era precisamente desfavorable a nosotros. El ejército sólo había dado un golpe grave, el de La Higuera, que por otra parte fue casual. Todo lo demás era un saldo positivo puesto que, a pesar de lo reducido de nuestras fuerzas, habíamos capturado cerca de un centenar de soldados, incluyendo oficiales de alta graduación, habíamos puesto fuera de combate a otra gran cantidad de enemigos y nos habíamos incautado de diversas armas y mucho parque.

Era imprescindible, como nueva fase táctica, romper el cerco para llegar a la nueva zona de operaciones, donde podríamos dar combate imponiendo nuestras condiciones al enemigo, y al mismo tiempo contactarnos con la ciudad, cuestión importante en este período para reforzar nuestra columna.

Cualquiera que lea el Diario del Ché, aunque éstos sólo son apuntes de tipo personal donde se reflejan más los problemas negativos (aspectos negativos) con el objeto de analizarlos para corregirlos más tarde, se podrá dar cuenta de que en ningún momento se denotaba desesperación o pérdida de fe, a pesar de los muchos momentos angustiosos por los que pasamos. Por eso, al resumir los 11 meses de operaciones Ché sintetiza su pensamiento diciendo que han pasado "sin complicaciones, bucólicamente".

La madrugada del 8 de octubre fue fría.

Los que teníamos chamarra nos la colocamos. Nuestra marcha era lenta porque el Chino caminaba muy mal de noche y porque la enfermedad de Moro se acentuaba. A las dos de la mañana paramos a descansar y reanudamos nuestra caminata a las cuatro. Eramos 17 figuras silenciosas que avanzábamos mimetizándonos en la oscuridad por un cañón angosto llamado el Yuro.

La mañana se descargó con un sol hermoso que nos permitió observar cuidadosamente el terreno. Buscábamos una cresta para dirigimos luego al río San Lorenzo.

Las medidas de seguridad se extremaron, especialmente porque la garganta y los cerros eran semipelados, con arbustos muy bajos, lo que hacía casi imposible ocultarse.

Ché decidió entonces enviar tres parejas de exploradores: una por el cerro hacia la derecha, integrada por Benigno y Pacho; otra por el cerro hacia la izquierda, integrada por Urbano y otro compañero, y la tercera hacia adelante, a cargo de Aniceto y Darío. Pronto regresaron Benigno y Pacho, la información no resistía duda: los soldados estaban cerrando el paso. El problema era saber si nos habían detectado o no. ¿Qué perspectiva nos quedaba?

No podíamos volver atrás; el camino que habíamos hecho, muy descubierto, nos convertía en presas fáciles de los soldados. Tampoco podíamos avanzar, porque eso significaba caminar derecho a las posiciones de los soldados. Ché tomó la única resolución que cabía en ese momento. Dio orden de ocultarse en un pequeño cañón lateral y organizó la toma de posiciones. Eran aproximadamente las 8 y 30 de la mañana. Los 17 hombres estábamos sentados al centro a ambos lados del cañón, esperando. El gran dilema del Ché y de nosotros era saber si el ejército había descubierto nuestra presencia o si sus posiciones eran simplemente una maniobra táctica que correspondía al cerco que nos estaba tendiendo desde hacía varios días.

Ché hizo un análisis rápido: si los soldados nos atacaban entre las 10 de la mañana y la 1 de la tarde estábamos en profunda desventaja y nuestras posibilidades eran mínimas, puesto que era muy difícil resistir un tiempo prolongado. Si nos atacaban entre la 1 y las 3 de la tarde teníamos más posibilidades de neutralizarlo. Si el combate se producía de las 3 de la tarde hacia adelante las mayores posibilidades eran nuestras, puesto que la noche caería pronto y la noche es la compañera y aliada del guerrillero.

A las 11 de la mañana aproximadamente fui a reemplazar a Benigno a su posición, pero éste no bajó y se quedó ahí tendido, porque la herida en el hombro le había supurado y le dolía mucho. Definitivamente nos quedaríamos allí Benigno, Darío y yo. En el otro extremo de la quebrada estaban Pombo y Urbano, y en el centro el Ché con el resto de los combatientes.

Aproximadamente a las 13 y 30 Ché envió al Ñato y Aniceto a reemplazar a Pombo y Urbano. Para cruzar hacia esa posición debíamos atravesar un claro que era dominado por el enemigo. El primero en intentarlo fue Aniceto, pero una bala lo mató.

La batalla había comenzado. Teníamos la salida cerrada. Loa soldados gritaban: -Cayó uno, cayó uno... En la misma garganta estrecha, en una posición que ocupaban los soldados, se escuchaba el tableteo regular de ametralladoras que, al parecer, estaban cubriendo el camino por el que habíamos venido la noche anterior.

La posición nuestra quedaba frente a una fracción del ejército y a la misma altura, de manera que podíamos observar sus maniobras sin que ellos nos detectaran. Por eso sólo tirábamos cuando ellos hacían fuego, para no delatarnos. Por su parte el ejército creía que los disparos nuestros sólo partían desde abajo, o sea, desde la posición en que se encontraba el Ché.

La situación más difícil era la de Pombo y Urbano. Ocultos detrás de una roca recibían fuego ininterrumpidamente. No podían salir de allí porque al cruzar el claro podían liquidarlos con suma facilidad, como lo hicieron con Aniceto. Con el objeto de obligarlos a salir de esa trinchera natural el enemigo les disparó un granadazo; la explosión levantó una gran polvareda que aprovecharon Pombo y Urbano. Con una velocidad impresionante traspasaron el claro mientras los soldados disparaban al bulto y gritaban agresivamente. Ambos cayeron justamente en el lugar en que estaba Ñato esperando.

Los tres intentaron salir por un camino de retirada que nos había indicado previamente el Ché para llegar a un lugar de reunión anteriormente acordado. Sin embargo lograron vernos y captaron nuestras señas de que se quedaran donde estaban.

La batalla continuó sin interrupciones. Disparábamos sólo cuando ellos hacían fuego para no delatarnos y para ahorrar parque. Desde el lugar en que estábamos ubicados dejamos fuera de combate a varios soldados

Anochecía cuando bajamos a juntarnos con Pombo, Urbano y Ñato, y a buscar nuestras mochilas Ya estábamos actuando en nuestro medio. Preguntamos a Pombo -¿Y Fernando? -Nosotros creíamos que estaba con ustedes, nos respondieron.

Cargamos nuestras mochilas y nos dirigimos presurosos al lugar de contacto. En el camino encontramos botados algunos alimentos, entre ellos harina, lo que nos llamó profundamente la atención, porque el Ché jamás permitió que se botara alimento, cuando hubo necesidad de hacerlo, la carga se ocultó cuidadosamente Más adelante encontré el plato del Ché, bastante pisoteado. Lo reconocí inmediatamente porque era una vasija honda de aluminio bastante característica Lo recogí y lo guardé en mi mochila.

No encontramos a nadie en el lugar de reunión aunque reconocimos las huellas de pisadas y las abarcas del Ché, que dejaba una marcha bastante diferente a las demás y por lo mismo era fácilmente identificable Pero esta huella se perdía mas adelante.
Supusimos que el Ché y el resto de lo gente se había dirigido hacia el río San Lorenzo como estaba previsto, con el objeto de ir internándose en el monte, lejos del alcance del ejército, hasta alcanzar la nueva zona de operaciones

Esa noche caminamos los seis (Pombo, Benigno, Ñato, Daño, Urbano y yo) con una carga más liviana

En el fondo de la quebrada habíamos botado algunas cosas que nos parecían innecesarias para aligerarnos y marchar más rápido

Mi mochila estaba abierta y faltaba la radio, es indudable que el que la sacó fue el Ché antes de retirarse, y era natural. Hombre sereno, previsor, jamás organizaba una retirada sin planificar desesperadamente. Por el contrario, en estos momentos de grandes decisiones su figura de jefe y conductor militar y político se agigantaba. Por eso es obvio que la radio la sacó para escuchar las noticias, ya que la información pasa a constituir un elemento muy importante en el monte.

Marchamos con sigilo. Ninguno ocultaba su inmensa preocupación por la suerte del Ché y el resto de los compañeros.

Después de perder el rastro de nuestra gente volvimos a caer en La Higuera, lugar que nos traía recuerdos dolorosos que aun no se habían borrado. Nos sentamos casi frente a la escuela del lugar. Los perros ladraban con persistencia pero no sabíamos si era delatando nuestra presencia o estimulados por los cantos y gritos de los soldados que esa noche se emborracharon eufóricos.

¡Jamás nos imaginamos que a tan corta distancia de nosotros aún estaba allí herido, pero con vida, nuestro querido Comandante!

Con el transcurso del tiempo hemos pensado que tal vez, si lo hubiésemos sabido, habríamos tratado de hacer una acción desesperada por salvarlo, aun cuando eso nos significase morir en la empresa.

Pero esa noche tensa y angustiosa, ignorábamos absolutamente lo que había sucedido, y en voz baja nos preguntábamos si quizás otro compañero, además de Aniceto, había muerto en el combate.

Seguimos caminando, bordeando La Higuera sin alejarnos mucho y al amanecer, con las primeras luces del día, nos ocultamos en un lugar del monte muy poco denso Habíamos decidido caminar solamente de noche de manera que el día era de vigilancia rigurosa.
El día 9 fue tranquilo. Dos veces vimos pasar un helicóptero, eI mismo que en esos instantes llevaba el cadáver aun tibio del Ché, asesinado cobardemente por orden de la CIA y de los gorilas Barrientos y Ovando, pero nosotros no sabíamos nada.

No teníamos más comunicación con el exterior que un pequeño aparato de radio que era de Coco, pero ahora lo cargaba Benigno. Esa tarde Benigno escuchó una información confusa. Una emisora local anunciaba que el ejército había capturado gravemente herido a un guerrillero que, al parecer, era el Ché. Desestimamos inmediatamente esta posibilidad, puesto que si lo hubiese sido, pensábamos, habrían hecho un gran escándalo, pensamos que el herido podría ser Pacho y la confusión derivaba de algún parecido que podría haber entre ambos.

Esa noche caminamos por quebradas infernales, riscos filudos y empinados, que ni las cabras habían escogido. Pero Urbano y Benigno, con su sentido de orientación extraordinario y una decisión inquebrantable, nos guiaban sacándonos lentamente del cerco.
Avanzamos poco. El día 10 nos sorprendió en un lugar aun cercano a La Higuera y comentamos alegremente que el agua que estábamos tomando era la misma que más abajo tomaban los soldados. Otra vez estábamos esperando la noche para alcanzar el Abra del Picacho por donde pensábamos romper el cerco.

Aproximadamente a la una de la tarde, Urbano escuchó una noticia que nos dejó helados: las emisoras anunciaban la muerte del Ché y daban su descripción física y su indumentaria. No había posibilidad de equivocarse, porque señalaban entre su indumentaria las abarcas que le había hecho el Ñato, una chamarra que era de Tuma y que el Ché se ponía para abrigarse en las noches, y otros detalles que nosotros conocíamos perfectamente.

Un dolor profundo nos enmudeció;

Ché, nuestro jefe, camarada y amigo, guerrillero heroico, hombre de ideas excepcionales, estaba muerto. La noticia horrenda y lacerante, nos producía angustia

Permanecimos callados, con los puños apretados, como si temiéramos estallar en llanto ante la primera palabra. Miré a Pombo, por su rostro resbalaban lágrimas.

Cuatro horas más tarde el silencio fue roto Pombo y yo conversamos brevemente. La misma noche de la emboscada del Yuro los seis nos habíamos puesto de acuerdo para que él asumiera el mando de nuestro grupo hasta que encontráramos al Ché y al resto de nuestros compañeros. Era preciso, en este instante tan especial, tomar una decisión que honrara la memoria de nuestro querido jefe. Intercambiamos algunas opiniones y luego, ambos nos dirigimos a nuestros compañeros. Es difícil reflejar exactamentete, en los menores detalles, un momento saturado de tantas emociones, de sentimientos tan profundos, de dolor intenso y de deseo de gritar a los revolucionarios que todo no estaba perdido, que la muerte del Ché no se convertía en panteón de sus ideas, que la guerra no habla terminado.

¿Cómo describir cada uno de los rostros? ¿Cómo reproducir fielmente cada una de las palabras, de los gestos, de las reacciones, en aquella soledad impresionante, bajo la amenaza siempre permanente de una fuerza militar canibalesca que nos buscaba para asesinarnos y ofrecía recompensa por nuestra captura ''vivos o muertos"?

Sólo recuerdo que con una sinceridad muy grande y unos deseos inmensos de sobrevivir, juramos continuar la lucha, combatir hasta la muerte o salir a la ciudad, donde nuevamente reiniciaríamos la tarea de reestructurar el Ejército del Ché para regresar a las montañas a seguir combatiendo como guerrilleros.

Con voces firmes pero cargadas de sentimiento, esa tarde surgió nuestro juramento, el mismo que ahora cientos de hombres de muchas partes del mundo han hecho suyo, para plasmar en la realidad el sueño del Ché.

Por eso en la tarde del 10 de octubre Ñato, Pombo, Darío, Benigno, Urbano y yo dijimos en la selva boliviana.

"Ché:

TUS IDEAS NO HAN MUERTO, NOSOTROS, LOS QUE COMBATIMOS A TU LADO, JURAMOS CONTINUAR LA LUCHA HASTA LA MUERTE O LA VICTORIA FINAL. TUS BANDERAS, QUE SON LAS NUESTRAS, NO SERÁN ARRIADAS JAMÁS.

VICTORIA O MUERTE!"