Leon Trotsky - STALIN

CAP�TULO IX

LA GUERRA CIVIL
 
Hay un mot�n a cada paso cuando se examinan las publicaciones hist�ricas: en Brest-Litovsk, Trotsky no cumpli� las instrucciones de Lenin; en el frente meridional, Trotsky procedi� en contra de las normas de Lenin; en el frente oriental, Trotsky actu� en oposici�n a las �rdenes de Lenin, y as� sucesivamente. En primer lugar, debe advertirse que Lenin no pod�a darme normas personales. En el Partido no se proced�a as�. Ambos �ramos miembros del Comit� Central, que resolv�a todas las divergencias de opini�n. Siempre que Lenin y yo disent�amos, y esto ocurr�a m�s de una vez, la cuesti�n pasaba inmediatamente al Politbur� del Comit� Central, el cual se encargaba de decidir. As�, pues, en sentido estricto nunca pudo hablarse de que yo violase normas de Lenin. Pero �se es s�lo un aspecto del asunto, el aspecto formal. Entrando en lo esencial, es inevitable preguntar: �Era razonable atenerse a las normas de Lenin, que hab�a colocado a la cabeza del Departamento de Guerra a una persona que no hac�a sino cometer yerros y cr�menes; al frente de la econom�a nacional a Rikov, "convicto" restaurador del capitalismo y futuro agente del fascismo; al frente de la Internacional Comunista a aquel futuro fascista y traidor, Zinoviev; y en la direcci�n del peri�dico oficial del Partido y entre los dirigentes de la Internacional Comunista a aquel futuro bandido fascista, Bujarin?
Todos cuantos acaudillaron el Ej�rcito Rojo durante el per�odo estalinista (Tujachevsky, Yegorov, Bl�cher, Budienny, Yakir, Uborevich, Gamarnik, Dybenko, Fed'ko [Kork, Putna, Feldman, Alksnis, Eideman, Primakov y muchos otros]), fueron promovidos cada cual a su tiempo a puestos militares de responsabilidad cuando estuve regentando el Departamento de Guerra, en la mayor�a de los casos ascendidos por m� personalmente durante mis visitas a los frentes y mi directa observaci�n de su labor castrense. Por muy defectuosa que fuere mi direcci�n, por consiguiente, al parecer era bastante buena para haber elegido los jefes militares mejores de que se dispon�a, puesto que durante diez a�os Stalin no pudo hallar quien les remplazase. Es verdad que casi todos los jefes del Ej�rcito Rojo de la guerra civil, todos los que m�s tarde organizaron nuestro Ej�rcito, resultaron casualmente "traidores" y "esp�as". Pero eso no altera la cuesti�n. Ellos fueron quienes defendieron la Revoluci�n y el pa�s. Si en 1933 se descubri� que fue Stalin y nadie m�s quien hab�a organizado el Ej�rcito Rojo, entonces ser�a natural que la responsabilidad de elegir semejante cuadro de mandos recayese sobre �l. De esta contradicci�n, los historiadores oficiales se desembarazan no sin cierta dificultad, pero con aplomo. La responsabilidad de la designaci�n de traidores para ocupar puestos de mando recae enteramente sobre m�, mientras que el honor de las victorias conseguidas por esos mismos traidores precisamente pertenece a Stalin. Hoy no hay chico de la escuela que no conozca, por una Historia, editada por el mismo Stalin, tan singular divisi�n de funciones hist�ricas.
La labor militar presentaba dos aspectos en la �poca de la guerra civil. Una era el de elegir los colaboradores necesarios, sacar de ellos el mejor partido, montar la inspecci�n imprescindible sobre el personal de mando, apartar a los sospechosos, presionar, castigar. Todas esas actividades de la m�quina administrativa se ajustaban exactamente a los talentos de Stalin. Pero hab�a otro aspecto, que era el de la necesidad de improvisar un ej�rcito a expensas del material humano disponible, apelando al coraz�n de los soldados y de los comandantes, despertando en ellos lo mejor de su personalidad, e inspirarles confianza en la nueva direcci�n. De eso era absolutamente incapaz Stalin. Es imposible, por ejemplo, imaginarse a Stalin present�ndose a cielo abierto ante un regimiento; para eso carec�a totalmente de aptitudes. Nunca se dirigi� a las tropas con arengas escritas, sin duda por no fiarse de su propia ret�rica de seminario. Su influencia en los sectores del frente donde actu� fue insignificante. Permaneci� sin personalidad, burocr�tico y polic�aco.
Si el frente atra�a a Stalin, tambi�n le repel�a. La m�quina militar garantizaba la posibilidad de emitir �rdenes. Pero Stalin no estaba a la cabeza de aquella m�quina. Al principio tuvo a su cargo s�lo un ej�rcito entre veinte; m�s tarde se ocup� de uno de los cinco o seis frentes. Impuso una disciplina severa, empu�� firmemente todos los resortes, no toler� la desobediencia. Al mismo tiempo, mientras estaba a la cabeza de un ej�rcito, incitaba sistem�ticamente a los dem�s a violar las �rdenes del frente. Al mando del frente Sur o Sudeste, infringi� �rdenes del Mando en jefe. En el ej�rcito zarista, adem�s de su subordinaci�n militar hab�a otra impl�cita; los grandes duques que desempe�aban un alto puesto de mando o administrativo superior sol�an pasar por alto a sus oficiales superiores e introducir el caos en la administraci�n del Ej�rcito y de la Marina. Me acuerdo de haber advertido a Lenin que Stalin, aprovech�ndose indebidamente de su posici�n como miembro del Comit� Central del Partido, estaba introduciendo en nuestro Ej�rcito el r�gimen de los grandes duques. (Diez a�os despu�s) Vorochilov (reconoc�a volublemente en su ensayo sobre Stalin y el Ej�rcito Rojo), que "Stalin contraven�a f�cilmente toda regulaci�n, toda subordinaci�n". Los gendarmes se reclutan entre los cazadores furtivos.
Los conflictos entre diversas categor�as est�n en el orden natural de las cosas. El Ej�rcito suele estar casi siempre descontento del frente; el frente se agita de continuo contra el Estado Mayor general, sobre todo cuando los asuntos no van muy bien. Lo que caracteriza a Stalin es que sistem�ticamente explotaba estas fricciones y las hac�a degenerar en pleitos irreconciliables. Enredando a sus colaboradores en conflictos peligrosos, Stalin los soldaba unos a otros y los colocaba bajo su personal dependencia. Dos veces le hizo venir del frente una orden directa del Comit� Central. Pero a cada nuevo giro de los acontecimientos se le volv�a a enviar all�. A pesar de repetidas oportunidades no consigui� ganar prestigio en el Ej�rcito. Sin embargo, los colaboradores militares que estuvieron bajo sus �rdenes quedaron luego �ntimamente relacionados con �l. El grupo de Tsaritsyn se convirti� en el n�cleo de la facci�n estalinista.
El papel de Stalin en la guerra civil acaso pueda apreciarse mejor por el hecho de que al terminar aqu�lla su autoridad personal no hab�a aumentado lo m�s m�nimo. A nadie pod�a caber por entonces en la cabeza decir o escribir que Stalin "salv� el frente Sur o que hab�a desempe�ado una parte esencial en el frente Este, o bien que hab�a salvado a Tsaritsyn de la ca�da. En numerosos documentos, Memorias y antolog�as dedicadas a la guerra civil, el nombre de Stalin no se cita para nada o figura entre otros muchos. [Adem�s, la guerra con Polonia puso una mancha indeleble en su reputaci�n (al menos en los c�rculos mejor informados del Partido). Rehuy� participar en la campa�a contra Wrangel, ya por encontrarse realmente enfermo, ya por otros motivos; dif�cil es ahora precisarlos. En todo caso, de la guerra civil emergi� desconocido y extra�o a las masas, como le sucedi� al acabar la Revoluci�n de octubre.]
"En aquel dif�cil per�odo, 1918-1920 -escriben dos historiadores de ahora-, el camarada Stalin era trasladado de un frente a otro, a los sitios de m�s riesgo para la Revoluci�n." En 1922, el comisario popular de Educaci�n public� una Antolog�a de cinco a�os, compuesta de quince art�culos, entre ellos uno titulado "Organizando el Ej�rcito Rojo", y otro sobre "Dos a�os en Ucrania", ambos relativos a la guerra civil. No hay una sola palabra de Stalin en ninguno de los dos art�culos. Al a�o siguiente se public� una antolog�a en dos vol�menes con el t�tulo de La Guerra Civil. Consist�a en documentos y otro material referente a la historia del Ej�rcito Rojo. En aquel tiempo nadie estaba interesado en dar a una antolog�a as� car�cter tendencioso. En toda ella no hay una palabra sobre Stalin. El mismo a�o 1923, el Comit� Ejecutivo Central del Soviet public� un volumen de 400 p�ginas titulado Cultura Sovi�tica. En la secci�n dedicada al Ej�rcito hay numerosos retratos bajo el ep�grafe "Los creadores del Ej�rcito Rojo". No figura Stalin entre ellos. En la secci�n denominada Las fuerzas Armadas de la Revoluci�n durante los primeros siete a�os de Octubre, no se menciona siquiera el nombre de Stalin. Y, sin embargo, en dicha secci�n, adem�s de mi fotograf�a, figuran las de Budienny y Bl�cher e incluso de Vorochilov, y entre los jefes de la guerra civil que all� se nombran no s�lo est�n Antonov-Ovsenko, Bybenko, Yegorov, Tujachevski, Uborevich, Putna, Sharangovich, sino muchos otros, casi todos los cuales han sido acusados m�s tarde de enemigos del pueblo y fusilados. De los [mencionados, s�lo] dos (Frunze y S. Kamenev) murieron de muerte natural [sin duda por haber acertado a morirse antes de la gran depuraci�n]. Y a�n flota una nube sobre las circunstancias de la muerte de Frunze. Entre los mencionados en este volumen, en concepto de comandante de las flotas del B�ltico y del Caspio durante la guerra civil, est� Raskolnikov (quien se neg� a volver a la Uni�n Sovi�tica al ser llamado cuando desempe�aba el cargo de ministro de los Soviets en Bulgaria en 1938, en los momentos en que la depuraci�n de Stalin reca�a sobre el Cuerpo diplom�tico. Despu�s de escribir una carta abierta acusando a Stalin, muri� repentinamente en circunstancias misteriosas, al parecer envenenado).
Vorochilov sostiene descuidadamente que "en el per�odo 1918-1920, Stalin era acaso el �nico hombre en el Comit� Central enviado de una batalla a otra". La palabra "acaso" debe servir de b�lsamo para la conciencia de Vorochilov, pues al escribir semejante cosa le constaba bien que muchos miembros y agentes del Comit� Central desempe�aron en la guerra civil una parte no menor que Stalin, y la de otros (entre ellos I. N. Smirnov, Smilga, Sokolnikov, Lashevich, Muralov, Rosenholtz, Ordzhonikidze, Frunze, Antonov-Ovsenko, Berzin, Gussev) fue infinitamente mayor. Todos estos hombres, como �l sab�a, pasaron los tres a�os enteros en los diversos frentes, ya como miembros de los consejos revolucionarios de guerra de la rep�blica, los frentes y los ej�rcitos, ya a la cabeza de ej�rcitos y de frentes, e incluso (como Sokolnikov y Lashevich) como jefes militares, mientras que la permanencia total de Stalin en los frentes fue de menos de un a�o en el curso de los tres que dur� la guerra civil.
En algunas de las publicaciones oficiales se menciona de pasada, al parecer a base de alg�n documento que consta en los archivos, que Stalin perteneci� alguna vez al Consejo Revolucionario de Guerra de la Rep�blica. No se hace referencia espec�fica al per�odo concreto de su participaci�n en aquel supremo organismo militar. En una monograf�a especial, El Consejo Revolucionario de Guerra de la U.R.S.S. en diez a�os, compuesta por tres autores en 1938, cuando todo el poder estaba ya concentrado en las manos de Stalin, se dice:

"El 2 de diciembre de 1919, el camarada Gussev fue incorporado al Consejo Revolucionario de Guerra. M�s adelante, en todo el curso de la guerra, fueron designados para el mismo en diversas ocasiones, los camaradas Stalin, Podvoisky, Okulov, Antonov-Ovsenko y Serebryakov."

Una historia del Partido Comunista editada por N. L. Meshchervakov en 1934, despu�s de repetir locuazmente el embuste de que Stalin "pas� el per�odo de la guerra civil sobre todo en el frente", declara que Stalin "fue miembro del Consejo Revolucionario de Guerra de la Rep�blica de 1920 a 1923". En el volumen XX de la miscel�nea de Lenin (p�g. 9), se menciona a Stalin como "miembro del Presidium del Consejo Revolucionario de Guerra de la Rep�blica... desde 1920". En el n�mero de Pravda dedicado en 1931 al aniversario del Ej�rcito Rojo, se publicaron tres "documentos in�ditos", todos ellos telegramas del a�o 1920. Uno de estos telegramas es de Stalin, como miembro del Consejo Revolucionario de Guerra de la Rep�blica, a Budienny y Vorochilov, fechado el 3 de junio; el segundo, un informe corriente de la situaci�n en el frente, que dirigen Budienny y Vorochilov a Stalin, en su citada calidad, con fecha 25 de junio; el tercer telegrama es de Frunze, comandante del frente Sur, a Lenin, presidente del Consejo de Defensa, anunciando la terminaci�n de las operaciones militares contra Wrangel (esto es, al final de la guerra civil propiamente dicha, el 15 de noviembre). A base de estos documentos, �nico testimonio publicado hasta ahora podr�a parecer que Stalin fue efectivamente miembro del Consejo Supremo de Guerra de la Rep�blica por lo menos desde el 3 de junio al 25 del mismo mes, o sea durante poco m�s de tres semanas, en 1920. No se aduce prueba alguna de que perteneciera al mismo antes o despu�s de estas dos fechas de junio del citado a�o. �Por qu� no? Cierto es que los cinco tomos publicados por el Departamento de Guerra en que se recog�an mis �rdenes, proclamas y discursos, no s�lo se han confiscado y destruido, sino que se han convertido en "tab�" las referencias o simples citas de ellos. La Revoluci�n Proletaria, peri�dico hist�rico oficial del Partido, en su n�mero de octubre del a�o 1924, hablaba de estos cinco vol�menes, que s�lo conten�an documentos de la guerra civil: "En estos... vol�menes, los historiadores de la revoluci�n hallar�n una gran cantidad de material de enorme valor documental." 
Pero en los archivos del Departamento de Guerra se conservan rese�as taquigr�ficas de las sesiones del Consejo de Guerra. Las actas de aquella instituci�n se conservaron con escrupuloso cuidado y se guardaron en completa seguridad. �Por qu� no se citan estas actas para fijar el per�odo en que realmente fue Stalin miembro del Consejo Revolucionario de Guerra de la Rep�blica? La respuesta es muy sencilla: porque Stalin no se menciona en las minutas de sus sesiones entre los presentes, salvo una o dos veces como peticionario en cuestiones de orden local, y nunca como miembro efectivo del Consejo, y menos de su Presidium, que no exist�a. Sin embargo, Stalin fue nombrado miembro de aquel organismo por orden del Comit� Central del Partido en la primavera de 1920.

La explicaci�n de este rompecabezas, por lo que recuerdo es bastante reveladora del car�cter de Stalin. Durante todo el curso de la guerra civil, a cada conflicto con Stalin, trat� de moverle a que formulase sus opiniones sobre los problemas militares de un modo claro y definido. Trat� de convertir su cazurra y subrepticia oposici�n en abierto antagonismo, o remplazarla por su articulada participaci�n en un �rgano militar rector. De acuerdo con Lenin y Kretinsky, quienes sosten�an cordialmente mi pol�tica militar, consegu� por fin (no recuerdo ahora con qu� pretexto), que se designara a Stalin miembro del Consejo Revolucionario de Guerra de la Rep�blica. No quedaba a Stalin m�s recurso que aceptar el nombramiento. Pero encontr� modo de soslayarlo; bajo pretexto de estar abrumado de trabajo, no asisti� a una sola sesi�n de (aquel organismo supremo militar).
Ahora bien, puede parecer extra�o que nadie, en el curso de los primeros doce a�os de r�gimen sovi�tico, haya mencionado la supuesta "direcci�n" de Stalin en cuestiones militares o incluso su "activa" participaci�n en la guerra civil. Pero esto se explica f�cilmente por el hecho sencillo de que hubo otros muchos miles de militares alrededor que sab�an lo que ocurri� efectivamente y c�mo ocurri�.
Incluso en el n�mero de Pravda dedicado en 1930 al aniversario del Ej�rcito Rojo, no se pretend�a a�n que Stalin hubiese sido el principal organizador del Ej�rcito Rojo en conjunto, sino s�lo de la Caballer�a Roja. Exactamente ocho a�os antes, el 23 de febrero de 1922, Pravda hab�a publicado un relato algo diferente de la formaci�n de la Caballer�a Roja en un art�culo sobre la guerra civil:

* Mamontov ocup� Kolzov y Tambov una temporada, causando gran estrago. "�Proletarios, a caballo!" Aquella consigna del camarada Trotsky para la formaci�n de masas montadas fue acogida con entusiasmo, y el 10 de octubre el ej�rcito de Budienny estaba asestando golpes a Mamontov por debajo de Voronej.

[Ya en] 1926, no s�lo despu�s de mi separaci�n del Departamento de Guerra, sino despu�s de haber sido objeto de crueles persecuciones, la Escuela de Guerra public� una obra de investigaci�n hist�rica, C�mo se luch� en la Revoluci�n, en la que los autores, conocidos estalinistas, escrib�an:

"La consigna del camarada Trotsky: "�Proletarios, a caballo!", fue el est�mulo que llev� a la organizaci�n del Ej�rcito Rojo en este respecto", es decir, en el de crear la Caballer�a Roja. En 1926, a�n no se mencionaba a Stalin como organizador de la Caballer�a.
[Vorochilov insiste en] la gran participaci�n de Stalin en la organizaci�n de las fuerzas montadas. "�ste fue -escribe Vorochilov- el primer experimento de unir divisiones de Caballer�a en una sola unidad tan grande como un ej�rcito. Stalin previ� la potencia de las masas montadas en la guerra civil. Comprendi� perfectamente su enorme importancia para una maniobra de asolamiento. Pero anteriormente nadie tuvo una experiencia tan excepcional como la acci�n de ej�rcitos a caballo, Nada consta sobre ello en obras cient�ficas, y en consecuencia tal medida suscitaba asombro o franca oposici�n. Especialmente opuesto a ella era Trotsky." [Arguyendo as�, Vorochilov expone simplemente su ignorancia en asuntos militares, que s�lo queda por debajo de sus aptitudes de prevaricador. Lo cierto es que la cuesti�n de] unir dos cuerpos y una brigada de tiradores en un ej�rcito especial montado o dejar estas tres unidades a disposici�n del mando del frente, era un problema que nada ten�a de com�n con la apreciaci�n general o la falta de apreciaci�n de la importancia de la Caballer�a. El punto m�s esencial era el del mando: �Ser� Budienny capaz de manejar tal masa de jinetes? �Podr� elevarse de tareas t�cticas a empresas de estrategia? Sin un excepcional comandante del frente, que conociera y comprendiera la Caballer�a, y sin medios seguros de comunicaci�n, la creaci�n de un ej�rcito montado especial podr�a haber resultado insensata, pues una aglomeraci�n excesiva de Caballer�a siempre amenaza con mermar la ventaja b�sica de la unidad, [que es su] movilidad. Las desavenencias sobre este particular tuvieron car�cter epis�dico, y si la historia no se repitiese, yo volver�a a tener mis dudas. [No obstante, las circunstancias espec�ficas eran tales que] creamos el ej�rcito montado.
[En realidad, la] campa�a para crear la Caballer�a Roja constituy� la mayor parte de mi labor durante muchos meses en 1919: Como ya he dicho (en otro lugar), el Ej�rcito Rojo fue obra del trabajador que movilizaba al campesino. El trabajador ten�a una ventaja sobre el labriego, no s�lo en su nivel general de cultura, sino especialmente en su destreza para manejar armas de nueva t�cnica. Esto aseguraba a los obreros una doble ventaja en el Ej�rcito. En cuanto a la Caballer�a, ya era distinto. La patria de los jinetes eran las estepas rusas. Los mejores hombres a caballo eran los cosacos, y en segundo lugar los ricos campesinos de las estepas que pose�an caballos y sab�an andar con ellos. La Caballer�a era la parte m�s reaccionaria del antiguo Ej�rcito y defendi� el r�gimen zarista m�s tiempo que ning�n otro sector del servicio. Por eso fue doblemente dif�cil reclutar un ej�rcito montado. Era necesario acostumbrar a los trabajadores a montar. Era necesario que los obreros de Petrogrado y de Mosc� cabalgasen en efecto, aunque s�lo fuese como comisarios o soldados de �ltima fila. Su misi�n consist�a en crear c�lulas revolucionarias s�lidas y seguras en los escuadrones y regimientos de Caballer�a. Tal era el sentido de mi consigna: "�Proletarios, a caballo!" Todo el pa�s, todas las ciudades industriales se vieron cubiertas de carteles con esa consigna. Recorr� el pa�s de una punta a otra, y confi� tareas relativas a la formaci�n de escuadrones y regimientos (de Caballer�a) a trabajadores bolcheviques de confianza. Uno de mis secretarios, Poznansky, se ocupaba personalmente (y con gran fortuna, puedo agregar) de la formaci�n de unidades de Caballer�a Roja. S�lo esta labor de proletarios montados a caballo pudo transformar los titubeantes destacamentos de guerrilleros en unidades de Caballer�a bien entrenadas (e hizo posible la creaci�n de un ej�rcito montado eficaz).
Tres a�os de r�gimen sovi�tico fueron a�os de guerra civil. El Departamento de Guerra determin� la labor de gobierno de todo el pa�s. El resto de la actividad gubernamental depend�a de esto. Y el segundo en importancia era el Comisariado de Abastos. La industria trabajaba principalmente para la guerra. Todos los dem�s departamentos e instituciones estaban sujetos a constante contracci�n o reducci�n, y algunos llegaron a suprimirse por completo. Todos los hombres activos v valientes estaban sujetos a movilizaci�n. Miembros del Comit� Central, comisarios del Pueblo y otros (bolcheviques prominentes), pasaban la mayor parte de su tiempo en el frente como miembros de Comit�s Revolucionarios de Guerra, y a veces como comandantes de Ej�rcito. La guerra misma era una dura escuela de disciplina gubernamental para un partido revolucionario que tan s�lo unos meses antes hab�a salido de la ilegalidad. La guerra, con sus despiadadas exigencias, separaba el grano de la paja dentro del Partido y de las m�quinas del Estado. Pocos miembros del Comit� permanecieron en Mosc�: Lenin, que era el centro pol�tico; Sverdlov, que era no s�lo presidente del Comit� Ejecutivo Central del Soviet, sino tambi�n secretario general del Partido, aun antes de ser creado (formalmente tal) puesto; Bujarin, como director de Pravda; Zinoviev, a quien todo el mundo, incluso �l mismo, consideraba inepto para asuntos militares, se qued� en Petrogrado como director pol�tico; Kamenev, el dirigente de Mosc�, fue enviado varias veces al frente, aunque tambi�n �l era decididamente hombre civil por naturaleza. Lashevic, Smilga, I. N. Smirnov, Sokolnikov, Serebryakov, (todos) miembros dirigentes del Comit� Central, estaban de continuo en el frente.
Nos llevar�a demasiado lejos enumerar siquiera sucintamente las carreras de �stos y otros muchos militares en la clandestinidad revolucionaria, en octubre y durante la guerra civil. Cualquiera de ellos no es nada inferior a Stalin v algunos le superaban en esas cualidades que m�s aprecian los revolucionarios: claridad pol�tica, valor moral, habilidad como agitadores, propagandistas v organizadores. Baste recordar que cuando estaba organiz�ndose el Ej�rcito Rojo se consider� a otros hombres m�s aptos para tal finalidad que a Stalin. El Consejo Supremo de Guerra, creado el 4 de marzo de 1918, se compon�a de: Trotsky, presidente; Podvoisky, Sklyansky y Danishevsky, vocales; Bonch-Bruyevich, oficial mayor, y una plantilla de oficiales zaristas como especialistas militares. Cuando se reorganiz� el 2 de septiembre de 1918, para convertirse en Consejo Revolucionario de Guerra de la Rep�blica, lo formaban Trotsky, presidente; Vatzeris, comandante en jefe de las fuerzas armadas, y los siguientes vocales: Ivan Smirnov, Rosenholtz, Raskolnikov, Sklyansky, Muralov y Yurenev. Al decidir el 8 de julio de 1919 contar con un cuadro m�s reducido y compacto, el Consejo Revolucionario de Guerra se form� con Trotsky como presidente: Sklyansky, vicepresidente; Rikov, Smilga y Gussev, vocales, y, S. Kamenev en calidad de comandante en jefe. Como otros, tambi�n Stalin encontr� puesto en el Ej�rcito Rojo, y �ste hizo adecuado uso de sus talentos. Lo que no se ajusta a los hechos es el pretendido papel preminente que ahora se trata de asignarle en la organizaci�n del Ej�rcito Rojo y en la direcci�n de la guerra civil.
El Ej�rcito se organiz� en pleno combate. Los m�todos seguidos, en los que predomin� la improvisaci�n, se vieron sometidos a inmediata prueba en el campo de batalla. Para resolver cada nuevo problema de orden castrense, era necesario organizar regimientos y divisiones partiendo de la nada. El Ej�rcito (creciendo a capricho, por saltos y rebotes) fue creado por el trabajador que movilizaba al campesino y atra�a al antiguo oficial y le colocaba bajo su vigilancia. No era aquella tarea f�cil. Las condiciones materiales eran sumamente dif�ciles. La industria y los transportes estaban completamente desorganizados, no hab�a suministros de reserva, ni econom�a agr�cola, y todos los procesos de la disociaci�n industrial iban cada vez peor. En tal situaci�n, no pod�a hablarse de servicio militar obligatorio y movilizaci�n forzada. Por el momento, al menos, hab�a que recurrir al voluntariado.
Aquellos que hab�an recibido instrucci�n militar estaban cansados de luchar en las trincheras, y para ellos la Revoluci�n significaba la liberaci�n de la guerra. No era cosa f�cil movilizarlos de nuevo para otra guerra. M�s f�cil resultaba atraer a los mozalbetes que nada sab�an de combates; pero hab�a que instruirlos, y el n�mero de nuestros propios oficiales, relacionados de un modo u otro con el Partido y de absoluta confianza, era insignificante; por eso desempe�aron en el Ej�rcito un grandioso papel pol�tico. Pero su visi�n militar era miope. Cuando su capacidad resultaba insuficiente, sol�an usar sin prudencia de su autoridad revolucionaria y pol�tica, estorbando as� la tarea de constituir el Ej�rcito. El mismo Partido, que nueve meses antes hab�a surgido de la clandestinidad zarista y pocos meses despu�s se vio sometido a la persecuci�n del Gobierno provisional, encontraba dif�cil, despu�s de la brillante victoria de octubre, ajustarse a la idea de que a�n quedaba por delante la guerra civil. En suma, eran casi insuperables las dificultades que se opon�an a la creaci�n del Ej�rcito Rojo. A veces parec�a que las discusiones fueran a consumir toda la energ�a aplicada. �Seremos o no capaces de crear un Ej�rcito? La suerte de la Revoluci�n se ventilaba en tal pregunta.
La transici�n de la lucha revolucionaria contra el viejo Estado a la fundaci�n de un Estado nuevo, de la demolici�n del Ej�rcito zarista a la creaci�n de un Ej�rcito Rojo, fue acompa�ada de una crisis del Partido, o m�s bien de una serie de crisis. A cada paso, los viejos modos de discurrir y los viejos estilos ven�an a chocar con las tareas de la hora. Era necesario rearmar al Partido. Puesto que el Ej�rcito es la m�s necesaria de todas las organizaciones del Estado, y puesto que durante los primeros a�os del r�gimen sovi�tico el centro de atenci�n era la defensa de la Revoluci�n, no es extra�o que todas las discusiones, conflictos y agrupaciones dentro del Partido girasen en torno a los problemas de organizar el Ej�rcito. Surgi� una oposici�n casi desde el momento en que hicimos nuestros primeros esfuerzos por pasar de destacamentos armados inconexos a un Ej�rcito centralizado. La mayor�a del Partido y del Comit� Central, en definitiva, defend�an a la direcci�n militar, ya que victoria tras victoria hablaban en su favor. Sin embargo, no faltaban ataques v titubeos. En el Partido exist�a completa libertad de cr�tica y oposici�n en lo m�s denso de la guerra civil. Aun en el mismo frente, en reuniones estrictas del Partido, los comunistas hac�an a menudo objeto de furibundos ataques al mando militar. A nadie se le ocurri� por aquellos d�as perseguir a los cr�ticos. Los castigos en el frente eran muy rigurosos (incluso trat�ndose de comunistas), pero s�lo se impon�an por incumplimiento de obligaciones militares. Dentro del Comit� Central, la oposici�n revest�a car�cter menos duro, pues yo contaba con el apoyo de Lenin. En general, debe decirse que cuando Lenin y yo est�bamos de acuerdo, lo que suced�a casi siempre, los dem�s miembros del Comit� Central nos secundaban en general un�nimemente; la experiencia de la Revoluci�n de octubre se hab�a infiltrado en la vida del Partido como una poderosa lecci�n.

Sin embargo, debe advertirse que el apoyo de Lenin no era incondicional. Lenin vacil� m�s de una vez, y en algunas ocasiones se equivoc� palmariamente. Mi ventaja sobre �l estaba en que yo viajaba casi de continuo por todos los frentes, me pon�a en contacto con un sinn�mero de gentes, desde campesinos locales, prisioneros de guerra y desertores, hasta los m�ximos jefes del Ej�rcito y del Partido que se encontraban all�. Esta masa de variadas impresiones era de inestimable valor. Lenin nunca sal�a de Mosc�, y todos los hilos estaban concentrados en sus manos. Ten�a que juzgar de asuntos militares, que eran nuevos para todos nosotros, a base de la informaci�n que en su mayor parte proced�a de los miembros destacados del Partido. Nadie era tan experto en comprender voces individuales de los de abajo como Lenin. Pero estas voces s�lo llegaban hasta �l en ocasiones excepcionales.
En agosto de 1918, estando yo en el frente cerca de Sviazhsk, Lenin solicit� mi opini�n respecto a una proposici�n presentada por uno de los miembros m�s prominentes del Partido, de remplazar a todos los oficiales del Estado Mayor por comunistas. Yo respond� categ�ricamente en sentido negativo. "Es verdad -repliqu� por hilo directo desde Sviazhsk al Kremlin el 23 de agosto- el que muchos de los oficiales son traidores. Pero hay pruebas de sabotaje tambi�n en los ferrocarriles, durante los movimientos de tropas, y a nadie se le ocurre proponer que se sustituya a los ingenieros ferroviarios por comunistas. Considero completamente inadecuada la proposici�n de Larin. Estamos ahora creando condiciones bajo las cuales realizamos una inflexible selecci�n de oficiales; por una parte, campos de concentraci�n, y por otra, la campa�a en el frente del Este. Las medidas catastr�ficas cual la que Larin propone est�n s�lo dictadas por el p�nico... Las victorias en el frente nos permitir�n mejorar nuestros m�todos actuales de selecci�n, y nos dar�n cuadros de hombres seguros para el Estado Mayor. Los que m�s protestan contra el empleo de oficiales, o son asustadizos o est�n muy alejados del mecanismo militar, o bien se trata de esos activistas militares del Partido que son peores que cualquier saboteador; no saben c�mo hacer las cosas, se comportan como s�trapas, no hacen nada por su parte, y cuando todo les sale mal, echan la culpa a los del Estado Mayor."
Lenin no insisti�. Entretanto, las victorias empezaron a alternar con las derrotas. Las victorias reforzaron la confianza en mi pol�tica militar; los reveses, al multiplicar inevitablemente el n�mero de traiciones, suscitaban una nueva oleada de cr�ticas y protestas en el Partido. En marzo de 1918, en la sesi�n nocturna del Consejo de Comisarios del Pueblo, con relaci�n a un despacho referente a la traici�n de ciertos jefes del Ej�rcito Rojo, Lenin me escribi� una nota: "�No ser�a mejor echar a todos esos especialistas y nombrar a Lashevich comandante en jefe?" Comprend� que los adversarios de la pol�tica del Departamento de Guerra, y particularmente Stalin, hab�an hecho presi�n con especial insistencia sobre Lenin durante los d�as anteriores, y hab�an despertado en �l ciertas dudas. Escrib� mi respuesta en el reverso de su misma nota: "Puerilidades." Al parecer, esta tajante r�plica caus� impresi�n. Lenin gustaba de las formulaciones categ�ricas. Al d�a siguiente, con el informe del Estado Mayor General en mi bolsillo, entr� en el despacho de Lenin en el Kremlin y le pregunt�:
"-�Sabes cu�ntos oficiales zaristas tenemos en el Ej�rcito?"
"-No, no lo s� -respondi�, interesado."
"-�Aproximadamente?"
"-No lo s� -insisti� decidido a abstenerse de conjeturas."
"-�No menos de treinta mil! -La cifra le sorprendi� visiblemente-. Ahora -prosegu�-, cuenta la proporci�n de traidores y desertores entre ellos y ver�s que no es tan grande. Entretanto, hemos organizado un Ej�rcito a partir de la nada. Este Ej�rcito est� creciendo y fortaleci�ndose."
Pocos d�as despu�s, en un mitin celebrado en Petrogrado, Lenin expuso el balance de sus propias dudas sobre la cuesti�n pol�tica militar. "Cuando recientemente el camarada Trotsky me refer�a que... el n�mero de oficiales se eleva a varias decenas de millares, me di perfectamente cuenta de c�mo aprovechar mejor a nuestros enemigos; de c�mo obligar a los adversarios del Comunismo a edificarlo; de c�mo levantar el Comunismo a expensas de los ladrillos acumulados por los capitalistas en contra nuestra... No tenemos otros ladrillos."
La pedanter�a y los lugares comunes no eran extra�os. Recurr�amos a todo g�nero de combinaciones y experimentos en nuestra marcha hacia el �xito. Mandaba un ej�rcito un antiguo suboficial, con un general al frente del Estado Mayor. Otro ej�rcito estaba a las �rdenes de un antiguo general, y su lugarteniente era un guerrillero. Un antiguo soldado raso era jefe de divisi�n y la de al lado ten�a a la cabeza a un coronel de Estado Mayor. Este "eclecticismo" ven�a impuesto por las circunstancias. Sin embargo, la proporci�n considerable de oficiales instruidos ejerc�a una influencia sobremanera favorable en el nivel general del mando' Los comandantes legos aprend�an sobre la marcha, y muchos de ellos se convirtieron en excelentes oficiales. En 1918, un 76 por 100 de todo el mando y administraci�n del Ej�rcito Rojo consist�a en antiguos oficiales del Ej�rcito zarista, y s�lo el 12,8 por 100 eran novatos comandantes rojos, que, naturalmente, ocupaban los puestos de segunda fila. Al final de la guerra civil, los cuadros de comandantes estaban integrados por trabajadores y campesinos sin otra instrucci�n militar que la experiencia directa de la guerra, que los hab�a promovido desde simples soldados en el curso de la lucha civil; antiguos soldados y suboficiales del Ej�rcito imperial; j�venes comandantes que hab�an hecho un brev�simo curso de estudios en las Escuelas militares del Soviet; y, finalmente, oficiales diplomados y reservistas del Ej�rcito del zar. M�s del 43 por 100 de los comandantes no ten�an instrucci�n militar; 13 por 100 eran antiguos suboficiales; 10 por 100 hab�an pasado por los cursos de la Escuela Militar sovi�tica, y 34 por 100 eran oficiales del Ej�rcito zarista.
Del antiguo cuerpo de oficiales se pasaron al Ej�rcito Rojo, por un lado, elementos progresivos que comprend�an el sentido de la nueva �poca (una peque�a minor�a), un buen n�mero de elementos inertes y de pocas luces, que se incorporaban al Ej�rcito sencillamente porque no sab�an hacer otra cosa; y, por otro lado, contrarrevolucionarios activos que acechaban el momento oportuno para traicionarnos. Los suboficiales del antiguo Ej�rcito se reclutaban por medio de una movilizaci�n especial. De ellos salieron bastantes jefes militares excepcionales, entre ellos, como m�s famoso, el antiguo sargento mayor de Caballer�a, Sime�n Budienny. Pero tampoco ellos eran muy de fiar como clase, pues antes de la Revoluci�n los suboficiales eran principalmente hijos del campesinado rico y de la burgues�a de las ciudades. De su n�mero salieron no pocos desertores, que desempe�aron importante papel en levantamientos contrarrevolucionarios y en el Ej�rcito Blanco. A cada comandante se asignaba un comisario, por lo general un trabajador bolchevique con experiencia de la guerra mundial. Est�bamos resueltos a preparar un cuerpo de oficiales seguros.
"La instituci�n de los comisarios -declar� cuando estaba al frente del Departamento de Guerra, en diciembre de 1919- ha de servir de andamio... Poco a poco podremos ir retirando este andamiaje." Por entonces nadie se imaginaba que veinte a�os m�s tarde resucitar�a la instituci�n de los comisarios, y esta vez con fines diametralmente opuestos. Los comisarios de la Revoluci�n eran representantes del proletariado victorioso que vigilaban a los comandantes procedentes en su mayor�a de las clases burguesas; los comisarios de hoy eran representantes de la casta burocr�tica que vigilan a oficiales procedentes en su mayor�a de la base misma.
[El 22 de abril de 1918 se public� un decreto referente a la centralizaci�n de los comisarios de guerra de pueblos, regiones y territorios.] En julio inform� al V Congreso de los Soviets (el Congreso que ratific� el tratado de Brest-Litovsk y el plan de creaci�n del Ej�rcito Rojo) que muchos de los comisarios inferiores no se hab�an organizado a�n por falta de militares competentes. Nuestro objetivo consist�a en centralizar los �rganos militares administrativos para movilizar y formar unidades del Ej�rcito regular. Al frente de cada regi�n militar hab�a un Consejo Revolucionario de Guerra compuesto de tres miembros: un representante del Partido, otro del Gobierno y un especialista militar. Como un considerable n�mero de especialistas militares estaban asignados simult�neamente al frente y a comisariados de guerra regionales, provinciales, territoriales y de ciudad, est�bamos naturalmente en gran medida caminando a oscuras. Organizamos un Comit� de garant�a militar. Pero no ten�a a su disposici�n la informaci�n necesaria para evaluar debidamente a los antiguos generales y oficiales desde el punto de vista de su lealtad al nuevo r�gimen revolucionario. No olvidemos que la tarea se emprendi� en la primavera de 1918 (esto es, pocos meses despu�s de la conquista del Poder), y que la m�quina administrativa se estaba montando en medio del m�ximo caos, con ayuda de las improvisaciones de auxiliares de ocasi�n admitidos en buena parte a base de recomendaciones accidentales. Ciertamente, no hubiese podido hacerse de otro modo en aquellas circunstancias. El examen de los especialistas militares, su selecci�n definitiva v otras tareas an�logas, todo se fue haciendo gradualmente.
Entre los oficiales hab�a muchos, quiz� la gran mayor�a, que no sab�an ellos mismos el terreno que pisaban. Los reaccionarios declarados hab�an huido al principio, los m�s activos hacia la periferia, donde se estaban organizando los frentes blancos. Los restantes vacilaron, se tomaron tiempo, no se resolvieron a abandonar a sus familias, ni sab�an qu� iba a ser de ellas, y por inercia se encontraron en los aparatos de mando o de administraci�n del Ej�rcito Rojo. La conducta ulterior de muchos de ellos deriv� del trato de que se les hizo objeto. Los comisarios prudentes, en�rgicos y h�biles (que eran los menos), se ganaron a los oficiales en seguida y �stos que por la fuerza de la costumbre, los hab�an mirado con desd�n, se vieron sorprendidos por su decisi�n, arrojo y firmeza pol�tica. Tales uniones entre comandantes y comisarios sol�an durar largo tiempo, y se distingu�an por una gran estabilidad. Cuando el comisario era ignorante y tosco y hostigaba al especialista militar, comprometi�ndole sin miramiento ante los soldados del Ej�rcito Rojo, no hab�a que pensar en amistad, y el oficial, vacilante, acababa por inclinarse hacia el enemigo del nuevo r�gimen.

La atm�sfera de Tsaritsyn, con su anarqu�a administrativa, su esp�ritu guerrillero, su desacato al Centro, ausencia de orden administrativo y r�stica agresividad frente a los especialistas militares, no era, naturalmente la m�s propicia para ganar la voluntad de estos �ltimos y hacerlos leales servidores del nuevo r�gimen. Indudablemente, ser�a un error pretender que Tsaritsyn se arregl� sin especialistas militares. Cada uno de los comandantes hab�a de tener al lado un oficial que conociese la rutina de los asuntos militares. Pero la clase de especialistas de Tsaritsyn se hab�a reclutado de la hez de la oficialidad: dips�manos desprovistos de todo vestigio de dignidad humana, hombres sin estimaci�n propia, dispuestos a arrastrarse ante el nuevo amo, a adularle y a abstenerse de toda contradicci�n, etc. Esta es la especie de especialista que encontr� en Tsaritsyn; precisamente de este tipo era el jefe de Estado Mayor de Vorochilov. En ninguna parte se ha mencionado el nombre de aquel insignificante oficial, y nada s� de su suerte. [Era] un ex capit�n del Ej�rcito zarista, d�cil y sumiso, entregado sin remedio a las bebidas alcoh�licas. Frente a este jefe de Estado Mayor, el comandante del X Ej�rcito nunca ten�a que inclinar la cabeza desconcertado.
Para ascender a los comandantes m�s afectos al r�gimen sovi�tico, se hizo una movilizaci�n especial de suboficiales del antiguo Ej�rcito zarista. 1,a mayor�a de ellos hab�an sido promovidos a empleos de suboficial durante la �ltima parte de la guerra, de manera que sus conocimientos castrenses no eran muy considerables. Sin embargo, los antiguas suboficiales, sobre todo en Caballer�a y Artiller�a, ten�an excelente idea de los asuntos militares y estaban realmente mejor informados y eran m�s expertos que los oficiales de carrera a cuyas �rdenes hab�an servido. A esta categor�a pertenec�an hombres como Budienny, Bl�cher, Dybenko y muchos otros. En tiempos del zarismo, estos hombres se reclutaban entre los m�s letrados, los mejor instruidos, los m�s habituados a mandar. De ah� que no causara sorpresa encontrar que aquellos suboficiales eran casi exclusivamente hijos de campesinos acomodados, de nobles de segundo orden, burgueses de ciudad, maestros, tenedores de libros, etc. Los suboficiales de ese tipo se encargaban gustosos de los mandos, pero no estaban propicios a someterse y a tolerar la superior autoridad de oficiales de carrera.
Tampoco lo estaban a reconocer la autoridad del Partido Comunista, allanarse a su disciplina y simpatizar con sus objetivos, especialmente en la esfera de la cuesti�n agraria. Las compras a precios fijos y, sobre todo, la expropiaci�n de grano a los campesinos, despertaban en ellos una furiosa hostilidad. Entre �stos se contaba Dumenko, de Caballer�a, comandante de Cuerpo de Ej�rcito en Tsaritsyn e inmediato superior de Budienny (�ste mandaba por entonces una divisi�n). Dumenko era m�s inteligente que Budienny; pero acab� por sublevarse, mat� a todos los comunistas de su Cuerpo de Ej�rcito, intent� unirse a las fuerzas de Denikin, y fue capturado y ejecutado. Budienny y los comandantes pr�ximos a �l atravesaron igualmente un per�odo de vacilaci�n. Uno de los comandantes de brigada en Tsaritsyn, subordinado de Budienny, se sublev�; muchos de los soldados de Caballer�a se unieron a los verdes. La traici�n del antiguo oficial zarista Nossovich, que ocupaba un cargo administrativo puramente burocr�tico, produjo, naturalmente, menos da�o que la de Dumenko. Pero como la oposici�n militar (el vivero de la facci�n de Stalin) depend�a en el frente de elementos del tipo de Dumenko, este mot�n no se menciona para nada hoy.

El lector que no est� familiarizado con el curso verdadero de los acontecimientos y que en la actualidad no pueda tener acceso a los archivos, hallar� dificultades para imaginarse hasta qu� punto se han tergiversado sus proporciones. Todo el mundo ha o�do hablar hoy de la defensa de Tsaritsyn, del viaje de Stalin al frente de Perm y de la discusi�n llamada de los Sindicatos. Estos episodios descuellan hoy como cumbres de la cordillera hist�rica de los sucesos. Pero estas supuestas cumbres han sido creadas artificialmente. De la enorme cantidad de material que colma los archivos, se han destacado ciertos episodios especiales, rode�ndolos de efectos teatrales hist�ricos impresionantes. Obras subsiguientes de la historiograf�a oficial han acumulado nuevas exageraciones, basadas en las precedentes; y a ellas se agregan de vez en cuando intenciones descaradas. El efecto total es producto de tramoya m�s que hecho hist�rico. Pr�cticamente no se encuentra una sola referencia a documentos. La Prensa extranjera, e incluso historiadores eruditos, han llegado a considerar estas f�bulas como fuentes originales. En varios pa�ses pueden encontrarse especialistas de Historia que conocen versiones de tercera mano de Tsaritsyn y de la discusi�n de los Sindicatos, pero no tienen pr�cticamente idea de sucesos que tuvieron importancia y significaci�n enormemente mayores. La falsificaci�n en este respecto ha alcanzado proporciones de alud. [Pero es sencillamente] asombrosa la escas�sima cantidad de documentos y otros materiales aut�nticos que se han publicado con relaci�n a la actividad de Stalin en el frente y, en general, durante el per�odo de la guerra civil.
En rese�as publicadas durante los a�os de la guerra civil, el relato de Tsaritsyn fue uno de los muchos sin la menor relaci�n con el nombre de Stalin. Su actuaci�n tras la cortina, que fue ef�mera a lo sumo, s�lo era conocida de un corto n�mero de personas, no brind� en absoluto ocasi�n a muchas palabras. En el art�culo que Ordzhonikidze escribi� con ocasi�n del aniversario del X Ej�rcito, no se menciona a Stalin, a pesar de que su autor es un antiguo camarada de Stalin que le fue leal hasta el suicidio. Lo mismo ocurre con otros art�culos de este tenor. El bolchevique Minin, alcalde de Tsaritsyn a la saz�n, y m�s tarde miembro del Consejo titulado "La Ciudad Sitiada", donde se alude tan poco a Stalin con relaci�n a los acontecimientos de Tsaritsyn que Minin termin�, al fin, por ser tildado de "enemigo del pueblo". El p�ndulo de la historia habr�a de oscilar mucho antes de que Stalin fuese elevado a las alturas de un h�roe de la epopeya de Tsaritsyn. 
Desde hace a�os se ha hecho tradicional presentar las cosas como si en la primavera de 1918, Tsaritsyn fuese de gran importancia estrat�gica y Stalin hubiera sido enviado all� para salvar la situaci�n militar. Nada de eso es cierto. Se trataba simplemente de una cuesti�n de provisiones. En la sesi�n del Consejo de Comisarios del Pueblo, de 28 de mayo de 1918, Lenin discut�a con Tsuryupa, encargado entonces de los abastecimientos, de los m�todos extraordinarios entonces en boga para proporcionar v�veres a las capitales (Mosc� y Petrogrado) y a los centros industriales. Al terminar la reuni�n, Lenin escribi� a Tsuryupa: "Ponte hoy mismo en contacto con Trotsky, por tel�fono, para que ma�ana pueda tenerlo todo en marcha." Adem�s, en la misma comunicaci�n, Lenin informaba a Tsuryupa del acuerdo del Sovnarkom de que el comisario popular de Abastos, Shlyapnikov, saliera inmediatamente hacia el Kuban para coordinar las actividades de abastecimiento en el Sur, en beneficio de las regiones industriales. Tsuryupa respondi�, entre otras cosas: "Stalin est� conforme en ir al norte del C�ucaso. Enviadle. Conoce las condiciones locales all� y Shlyapnikov encontrar� �til tenerle cerca." Lenin asinti�: "Mando a los dos hoy." Durante los d�as siguientes, Shlyapnikov y Stalin tomaron varias medidas complementarias. Por �ltimo, seg�n se registra en la Miscel�nea, de Lenin, "Stalin fue enviado al norte del C�ucaso y a Tsaritsyn como encargado general de actividades de abastecimientos en el sur de Rusia".
Lo que ocurri� a Stalin fue lo mismo que a otros funcionarios sovi�ticos, a muchedumbre de ellos. Sal�an destinados a diversas provincias para movilizar los excesos de grano recogidos. Una vez all� se encontraban envueltos en insurrecciones blancas, con lo que sus destacamentos de intendencia se trocaban en destacamentos militares. Muchos activistas de los Comisariados de Educaci�n, Agricultura y otros, se vieron absorbidos por el remolino de la guerra civil en regiones distantes y, por decirlo as�, a la fuerza hubieron de dejar sus respectivas profesiones por la de las armas. L. Kamenev, con la sola excepci�n de Zinoviev, era entre los miembros del Comit� Central el menos militar, fue enviado en abril de 1919 a Ucrania para acelerar el movimiento de provisiones hacia Mosc�. Se encontr� con que Lugansk se hab�a entregado, y amenazaba peligro a toda la cuenca del Don; adem�s, la situaci�n en la reci�n recuperada Ucrania se hac�a cada vez m�s desfavorable. Exactamente igual que Stalin en Tsaritsyn, Kamenev en Ucrania se encontr� envuelto en operaciones militares. Lenin telegrafi� a Kamenev: "Absolutamente necesario que t� personalmente... no s�lo inspecciones y despaches asuntos, sino que lleves los refuerzos a Lugansk y a toda la cuenca del Don, pues, de otro modo, la cat�strofe ser�, sin duda, enorme y escasamente remediable; seguramente pereceremos si no limpiamos por completo la cuenca del Don en poco tiempo..." �ste era el estilo habitual de Lenin en aquellos d�as. A base de estas citases posible demostrar que Lenin consideraba la suerte de la Revoluci�n dependiente de la direcci�n militar de Kamenev en el Sur. En diversas ocasiones, el poco belicoso Kamenev desempe�� importante papel en varios frentes.
Mediante una concentraci�n totalitaria de todos los instrumentos de propaganda oral y escrita, es posible crear una reputaci�n falsa tanto a una ciudad como a un hombre. Hoy, muchos heroicos episodios de la guerra civil se han olvidado. Ciudades en que Stalin intervino, para nada apenas se recuerdan, en tanto que el nombre de Tsaritsyn se ha investido de m�tica importancia. Es necesario tener presente que nuestra posici�n central y la disposici�n del enemigo en un amplio c�rculo nos permit�a actuar a lo largo de l�neas de operaciones interiores, y reduc�a nuestra estrategia a una sencilla idea: la consecutiva liquidaci�n de los frentes, seg�n su relativa importancia. En aquella guerra de maniobra, profundamente m�vil, varias zonas del pa�s alcanzaron excepcional significaci�n en ciertos momentos cr�ticos, y luego la volvieron a perder. Sin embargo, la lucha por Tsaritsyn no pudo llegar a ser tan trascendente por ejemplo, como la lucha por Kazan, de donde arranca la carretera a Mosc�, o la lucha por Oryol, de donde sale una carretera que por Tula va hasta Mosc�, o la lucha por Petrogrado, cuya p�rdida hubiera sido por s� sola un golpe fatal y, adem�s, habr�a abierto el camino a Mosc� por el Norte. Adem�s, a despecho de las afirmaciones de los historiadores de la hora presente, que dicen que Tsaritsyn fue "el embri�n de la Escuela de Guerra, donde se crearon los cuadros de mandos para otros muchos frentes, mandos que hoy est�n a la cabeza de las unidades b�sicas del Ej�rcito", el hecho es que los organizadores y jefes militares mejor dotados no proced�an de Tsaritsyn. Y no me refiero s�lo a figuras centrales, como Sklyansky, el aut�ntico Carnot del Ej�rcito Rojo; o Frunze, jefe militar de gran talento, que m�s tarde fue colocado a la cabeza del Ej�rcito Rojo; o Tujachersky, el futuro reorganizador del Ej�rcito; o Yegorov, el futuro jefe del Estado Mayor; o Yakir, o Uborevich, o Kork, sino a muchos, much�simos m�s. Cada uno de ellos se prob� y adiestr� en otros ej�rcitos y en otros frentes. Todos ellos adoptaron una actitud decididamente negativa respecto a Tsaritsyn; en sus labios, hasta la palabra "tsaritsynita" ten�a un sentido despectivo.
El 23 ese mayo de 1918, Sergio (Ordzhonikidze) telegrafiaba a Lenin:

"La situaci�n es mala. Necesitamos adoptar medidas en�rgicas... Los camaradas aqu� son demasiado flojos. Todo deseo de ayudar les parece ingerencia en los asuntos locales. Seis trenes de grano preparados para Mosc� est�n detenidos en la estaci�n... Insisto en que necesitamos medidas sumamente rigurosas..."

Stalin lleg� a Tsaritsyn en junio de 1918, con un destacamento de guardias rojos, dos trenes blindados y plenos poderes para tratar de abastecer de cereales a los fam�licos centros pol�ticos e industriales. Poco despu�s de su llegada, varios regimientos de cosacos y del Kuban se hab�an levantado contra el Gobierno de los Soviets. El ej�rcito voluntario (de los blancos), que hab�a estado vagando y dando vueltas por las estepas del Kuban, era ya bastante numeroso. El Ej�rcito sovi�tico del Norte del C�ucaso (�nico granero de la Rep�blica Sovi�tica por entonces) sufr�a mucho por efecto de sus depredaciones.
No era misi�n de Stalin quedarse en Tsaritsyn. Ten�a el encargo de (organizar la expedici�n de v�veres a Mosc�) y proseguir hacia el norte del C�ucaso. Pero no llevaba en Tsaritsyn una semana, cuando el 13 de junio telegrafi� a Lenin que la situaci�n en aquella ciudad "hab�a cambiado mucho, pues un destacamento de cosacos se hab�a presentado a unas cuarenta verstas de all�". De este telegrama de Stalin se desprende que Lenin esperaba que fuese a Novorosisk y se encargase de resolver la situaci�n cr�tica relacionada con el hundimiento de la flota del mar Negro. Durante las dos semanas siguientes, sigui� confi�ndose en que fuera a Novorosisk. En su discurso del 28 de junio de 1918, en la IV Conferencia de los Comit�s de Sindicatos y F�bricas de Mosc� [Lenin dijo:]

* "�Camaradas! Ahora... contestar� a la pregunta relativa a la flota del mar Negro... He de deciros que fue el camarada Raskolnikov quien intervino all�... El camarada Raskolnikov vendr� en persona y os dir� que �l instig� a que prefiri�semos destruir la flota a consentir que las tropas alemanas la emplearan contra Novorosisk... Tal era la situaci�n, y los comisarios del Pueblo, Stalin, Shlyapnikov y Raskolnikov vendr�n pronto a Mosc� y os dir�n c�mo ocurri� todo."

[Sin embargo, en vez de seguir viaje hasta el norte del C�ucaso, o, si los planes se alteraron por el cambio de la situaci�n militar, hasta Novorosisk] Stalin permaneci� en Tsaritsyn hasta que la ciudad fue cercada en julio por los blancos.
Stalin hab�a esperado encontrar pocas dificultades y mucho lucimiento enviando millones de sacos de grano a Mosc� y a otros centros. Pero todo lo que consigui� enviar, a pesar de su dureza, fue una expedici�n de tres gabarras, a que se refiere en su telegrama de 26 de junio. Si hubiese enviado m�s, se hubieran publicado y comentado hace mucho tiempo otros telegramas referentes a ello. Lejos de eso, se encuentran confesiones impl�citas de su fracaso como abastecedor de grano en sus propios informes, que culminan el 4 de agosto al reconocer que era in�til esperar m�s provisiones de Tsaritsyn. Incapaz de cumplir su jactanciosa promesa de suministrar alimentos al centro, Stalin se pas� del "frente de abastos" al "frente militar". Se hizo dictador de Tsaritsyn y del frente del norte del C�ucaso. Se adjudic� facultades amplias y pr�cticamente ilimitadas, como representante autorizado del Partido y del Gobierno. Ten�a derecho de llevar a cabo la movilizaci�n local, requisar propiedades, militarizar f�bricas, detener, y juzgar, admitir y despedir. Stalin ejerc�a autoridad con mano dura. Todos los esfuerzos se concentraron en la tarea de la defensa. H�zose cargo de todas las organizaciones locales del Partido y de los trabajadores, complet�ndolos con nuevas fuerzas; se equiparon las partidas de guerrilleros. La vida de toda la ciudad fue sometida a la presi�n de-una dictadura inflexible. "En las calles y en las encrucijadas hab�a patrullas del Ej�rcito Rojo -escribe Tarassov-Rodionov-, y en medio del Volga, anclada, con su negra panza muy fuera del agua, hab�a una gran barcaza, a la que miraba de soslayo un desmadejado funcionario de deste�ido uniforme, mientras cuchicheaba con angustia a las viejecitas de la orilla: "�Ah�... est� la Checa!" Pero aquello no era la Checa misma, sino s�lo su c�rcel flotante. La Checa trabajaba en el interior de la ciudad, junto a la comandancia del Ej�rcito. Estaba trabajando... a todo gas. No pasaba d�a sin que descubriera toda suerte de conspiraciones en los sitios que parec�an de m�s seguridad y respeto. "
[El 7 de julio, aproximadamente un mes despu�s de su llegada a Tsaritsyn, Stalin escrib�a a Lenin (en la carta hay una nota que dice: "Salgo escapado al frente... Escribo s�lo oficialmente").]

* "La l�nea sur de Tsaritsyn a�n no se ha restablecido. Estoy apremi�ndoles, y reprendiendo a todo el que debo. Espero que la tendremos pronto restaurada. Puedes estar seguro de que no tendr� con nadie miramientos, ni siquiera conmigo. Pero tendr�is el grano. Si nuestros "especialistas" militares (�los zapateros!) no estuviesen durmiendo, no habr�an roto la l�nea, y si �sta se rehace no ser� gracias a los militares, sino a pesar suyo." 
[El 11 de julio volvi� a telegrafiar Stalin a Lenin:

* "Las cosas se han complicado porque el Estado Mayor de la Regi�n Militar del norte del C�ucaso ha resultado ser completamente incapaz para luchar contra la contrarrevoluci�n. No es s�lo que nuestros "especialistas" sean psicol�gicamente ineptos para hacer frente con entereza a la contrarrevoluci�n, sino tambi�n que por ser lo que son s�lo saben hacer copias al ferroprusiato y proponer planes de reforma, y cuanto significa acci�n no les interesa..., aparte de que se sienten al margen... No creo tener derecho a contemplar esto con indiferencia, cuando el frente de Kaledin ha quedado cortado del punto de abastecimiento y el norte de la regi�n cerealista. Continuar� corrigiendo �stas y otras deficiencias, donde quiera que las encuentre: estoy tornando una serie de medidas y as� seguir�, aunque haya de destituir a todos los altos funcionarios y comandantes que sean hostiles, a pesar de los inconvenientes formalistas, que pasar� por alto siempre que haga falta. Es natural que asuma toda la responsabilidad ante los organismos supremos."

[El 4 de agosto, Stalin escribi� desde Tsaritsyn a Lenin, Trotsky y Tsuryupa:]

* "La situaci�n en el Sur dista de ser halag�e�a. El Consejo de Guerra se ha encontrado con una herencia de extremo desorden, debida en parte a intrigas de personas a quienes aqu�l situ� en los diversos departamentos de la regi�n militar... Tuvimos que comenzar de nuevo... Derogamos todo lo que yo llamar�a el antiguo orden criminal, y s�lo despu�s de comenzar nuestro avance..."

La tarea de abastecer, en escala algo grande result� imposible de resolver a causa de la situaci�n militar: "Los contactos con el Sur y con sus cargas de provisiones est�n interrumpidos -escrib�a Stalin el 4 de agosto-, y la misma regi�n de Tsaritsyn, que conecta el Centro con el C�ucaso septentrional, est� cortada a su vez, o casi cortada del Centro." Stalin explicaba la causa de la extrema agravaci�n de la situaci�n militar, de una parte por la mudanza del ac�rrimo campesino, "que en octubre hab�a combatido por el Gobierno de los Soviets, y ahora est� en contra suya (odia con todo su coraz�n el monopolio de cereales, los precios estables, la requisa, la pelea con los recaudadores); y de otra por el lastimoso estado de las tropas... En general he de decir -conclu�a- que hasta no reanudar el contacto con el norte del C�ucaso no podemos contar... con la regi�n de Tsaritsyn en cuanto a provisiones".
La arrogaci�n por parte de Stalin de las funciones de gestor de todas las fuerzas militares del frente hab�a sido confirmada por Mosc�. El telegrama del Consejo Revolucionario de Guerra de la Rep�blica, que llevaba anotado su env�o con la conformidad de Lenin, expresamente delegada en Stalin para "imponer orden, agrupar todos los destacamentos en unidades regulares, organizar los mandos debidamente, despu�s de sustituir a todos los insubordinados". As�, los derechos asignados a Stalin fueron firmados y hasta formulados por m�, en cuanto puede juzgarse por el texto de la disposici�n correspondiente. Nuestra tarea com�n a la saz�n consist�a en subordinar las provincias al Centro, imponer disciplina y someter todos los grupos de voluntarios y guerrilleros al Ej�rcito y a los servicios del frente. Por desgracia, la actividad de Stalin en Tsaritsyn tom� una direcci�n totalmente distinta. Por entonces no sab�a yo que Stalin hab�a puesto en uno de mis telegramas la anotaci�n de "no hacer caso", va que no tuvo nunca el suficiente valor para informar de ello al Centro. Mi impresi�n era que Stalin no luchaba con firmeza suficiente contra la autonom�a local, las guerrillas comarcales y la insubordinaci�n general de la gente de la regi�n. Le acus� de ser demasiado tolerante con la equivocada pol�tica de Vorochilov y otros, pero nunca me cupo en la cabeza que fuese �l el instigador de tal pol�tica. Esto se puso en evidencia poco despu�s, por sus propios telegramas y por las confesiones de Vorochilov y dem�s enterados.
Stalin pas� en Tsaritsyn varios meses. Su trabajo de zapa contra m�, que ya entonces constitu�a buena parte de sus actividades, iba de la mano con la oposici�n solapada de Vorochilov, que era su m�s �ntimo asociado. Sin embargo, Stalin se condujo de tal modo, que en cualquier momento pudiera retroceder sin comprometerse. Lenin conoc�a a Stalin mejor que yo, y, al parecer, sospech� que la pertinacia de los tsaritsynitas pod�a explicarse por la actuaci�n de Stalin detr�s de la cortina. Me resolv� a arreglar de una vez los asuntos de Tsaritsyn. Despu�s de un nuevo choque con el mando, decid� que Stalin regresara. Esto se hizo por mediaci�n de Sverdlov, que sali� en persona en un tren especial para traerse a Stalin. Lenin deseaba reducir el conflicto a proporciones m�nimas, y en tal respecto ten�a raz�n, como es natural.
Por entonces, mientras que el Ej�rcito Rojo hab�a conseguido victorias de consideraci�n en el frente del Este, dejando el Volga en franqu�a, las cosas continuaban mal en el Sur, donde todo iba de mal en peor a consecuencia de no obedecerse las �rdenes. El 25 de octubre, en Kozlov, dict� una orden relativa a la unificaci�n de todos los ej�rcitos y grupos del frente Sur bajo el mando del Consejo Revolucionario de Guerra del mismo, compuesto por el antiguo general [Syton y tres bolcheviques: Shlyapnikov, Mejonoshin y Lazimir]: "Todas las �rdenes e instrucciones del Consejo han de ser objeto de ejecuci�n incondicional e inmediata." La orden conminaba a los insubordinados con severas penas. Luego telegrafi� a Lenin:
"Insisto categ�ricamente en que se deponga a Stalin. Las cosas van mal en el frente de Tsaritsyn, a pesar de contar all� con fuerzas sobradas. Vorochilov es capaz de mandar un regimiento, no un ej�rcito de 50.000 hombres. Sin embargo, le dejar� el mando del X Ej�rcito en Tsaritsyn, siempre que d� informes al comandante del Ej�rcito del Sur, Sytin. Hasta ahora, Tsaritsyn no ha mandado partes de operaciones a Kozlov. He dispuesto que se informe respecto a reconocimientos y operaciones dos veces al d�a. Si no se hace ma�ana, llevar� a Vorochilov y a Minin a un Consejo de guerra, y publicar� el hecho en una orden del Ej�rcito. Seg�n los Estatutos del Consejo Revolucionario de Guerra de la Rep�blica, Stalin y Minin, mientras permanezcan en Tsaritsyn, no son m�s que miembros del Consejo Revolucionario de Guerra del X Ej�rcito. Nos queda poco tiempo para tomar la ofensiva antes de que comiencen los lodazales de oto�o, en que los caminos locales est�n impracticables, tanto para la infanter�a como para los cuerpos montados. No ser� posible ninguna acci�n seria sin coordinar con Tsaritsyn. No puede perderse tiempo en negociaciones diplom�ticas. O Tsaritsyn se somete, o deber� afrontar las consecuencias. Tenemos una superioridad de fuerzas enorme, pero reina absoluta anarqu�a en las alturas. Puedo terminar con esto en veinticuatro horas, si cuento con tu firma y tu concurso declarado. En todo caso, es el �nico recurso que concibo."
[Al d�a siguiente] recib�a Lenin este telegrama directo:

* He recibido el siguiente telegrama: "La orden militar de Stalin, n�mero 118, debe ser aislada. He mandado instrucciones completas al comandante del frente Sur, Sytin. Las actividades de Stalin socavan todos mis planes... Vatzetis, comandante en jefe; Danishevsky, miembros del Consejo Revolucionario de Guerra."

[Stalin fue separado de Tsaritsyn en la segunda mitad de octubre. Esto es lo que] escribi� en Pravda (30 de octubre de 1918) [respecto al frente Sur]:

* "El objetivo del principal ataque del enemigo era Tsaritsyn. Se comprende esto, porque la toma de Tsaritsyn y el corte de comunicaciones con el Sur hubiera asegurado el cumplimiento de todos los prop�sitos del enemigo, uniendo a los contrarrevolucionarios del Don con el sector Norte de los cosacos de los Ej�rcitos de Astrac�n y Ural, creando un frente continuo contrarrevolucionario desde el Don a los checoslovacos, Habr�a dado a los contrarrevolucionarios el dominio del sur del Caspio, dentro y fuera; y las tropas sovi�ticas del norte del C�ucaso se hubiesen visto desamparadas..."

[�"Confesaba" as� Stalin que era culpable de haber agravado la situaci�n con sus intrigas y su indisciplina? Nada de eso. Sin embargo, cuando regresaba a Mosc� desde Tsaritsyn, Sverdlov pregunt�] cautamente cu�les eran mis intenciones, y luego me propuso que hablara con Stalin, que, por lo visto, iban en su tren.
"-�Piensas realmente en destituirles a todos? -me pregunt� Stalin en tono de exagerada sumisi�n-. Son unos muchachos excelentes.
"-Esos muchachos excelentes est�n comprometiendo la Revoluci�n, que no puede esperar a que adquieran juicio -le contest�-. Lo que pretendo es s�lo rescatar Tsaritsyn para la Rusia de los Soviets."
A partir de entonces, siempre que hube de lastimar predilecciones, amistades o vanidades personas, Stalin iba reuniendo h�bilmente a toda la gente agraviada. Ten�a mucho tiempo para ello, puesto que as� favorec�a sus �ntimas ambiciones. Los esp�ritus dominantes de Tsaritsyn se convirtieron, en adelante, en sus instrumentos principales. Tan pronto como Lenin cay� enfermo, Stalin, por medio de sus sat�lites, hizo cambiar el nombre de Tsaritsyn por el de Stalingrado.
[Los oposicionistas de Tsaritsyn eran una curiosa colecci�n. El hombre que m�s detestaba a los especialistas militares era Vorochilov ("el cerrajero de Lugansk", como le llamaron los cronistas de �ltima hora), un sujeto campechano y descarado, no extremadamente intelectual, pero ladino y poco escrupuloso. Nunca pudo hacer la carrera de la teor�a del arte militar, pero ten�a el de saber fruncir el ce�o y no tener el menor reparo en sacar partido de las ideas de subordinados m�s ingeniosos, ni falsa modestia en cuanto a presentar como propios sus aciertos. Su candidez intelectual en materia de teor�a militar y de marxismo hab�a de demostrarse ampliamente en 1921, en que], siguiendo sin discernimiento las orientaciones de alg�n oscuro ultraizquierdista, manifest� que la agresividad y la t�ctica de la ofensiva eran consecuencia de "la condici�n de clase del Ej�rcito Rojo", presentando a la vez como "prueba de la necesidad de tomar la ofensiva" algunas citas de los reglamentos militares franceses de 1921. 
Su "fiel mano derecha" era Shchadenko [comisario pol�tico del X Ej�rcito, sastre de oficio, a quien los cronistas de hoy hab�an de inmortalizar como sigue]: "Frunciendo con enfado sus aquilinas cejas, mirando con expertos ojos a derecha e izquierda, iba por todo el frente, inflamado en su esfuerzo de ser la fiel mano derecha de Klim."
Igualmente celoso, pero muy distinto de los otros dos, era Sergio Minin. [Una curiosa mixtura de poeta y demagogo, que se hab�a entregado con alma y vida a la causa y padec�a una ciega fobia contra todos los oficiales zaristas.] Popular entre los trabajadores de Tsaritsyn desde que, siendo un joven estudiante, particip� en la Revoluci�n de 1905, Tsaritsyn se enorgullec�a de tener en �l su m�s conspicuo y apasionado orador. Era, con mucho, el m�s honesto del grupo, pero acaso el menos razonable. Sincero en su intransigencia, puso toda su parte de da�o en la agravaci�n de la situaci�n militar de Tsaritsyn. [Era un instrumento inocente, pero por lo visto el m�s eficaz, de la intriga de Stalin en Tsaritsyn, y fue apartado tan pronto como ya no pudo serle de utilidad.]

Hab�a, adem�s, el ingeniero Rujimovich, antiguo Comisario Popular de Guerra de la Rep�blica de Donetz-Krivirog [una de las ef�meras rep�blicas rojas de los primeros d�as de la Revoluci�n], que dio a Vorochilov su primer encargo de organizar un ej�rcito proletario. Puesto al frente de la Independencia, el provinciano Rujimovich no comprend�a otras necesidades que las del X Ej�rcito. No hab�a Ej�rcito que se tragara tantos fusiles y municiones, y en cuanto se le negaban, levantaba el grito contra la traici�n de los especialistas de Mosc�. [�l, como el vocal m�s joven del Consejo de Guerra, Valerio] Mezhlauk, ascendieron a astros de segundo orden en la jerarqu�a estaliniana, para eclipsarse luego [por razones desconocidas. Estaban asimismo] Zhloba, Jarchenko, Gorodovich, Savitsky, Parhomenko y otros, cuyas aportaciones al Ej�rcito Rojo y al Estado sovi�tico no sobrepujaban las de otros cientos de miles, pero cuyos nombres se salvaron del m�s completo olvido s�lo por su previa relaci�n con Stalin en Tsaritsyn. "Trotsky -escribi� m�s tarde Tarasov-Radionov- habl� en el Consejo Revolucionario de Guerra, enojado y altivo. Solt� una granizada de punzantes reproches por el enorme derroche de material... Trotsky no ten�a o�dos para explicaciones..."
El 1 de noviembre telegrafi� a Sverdlov y a Lenin desde Tsaritsyn:
"La situaci�n, por lo que respecta al X Ej�rcito, es la siguiente: Hay muchas fuerzas aqu�, pero no hay quien dirija las operaciones. El Estado Mayor del frente Sur y Vatzetis est�n por un cambio de comandante. Ver� si es posible conservar a Vorochilov, d�ndole un Estado Mayor experimentado y eficaz. �l no est� conforme, pero conf�o en que el asunto pueda arreglarse... El �nico obst�culo serio es Minin, que est� llevando una pol�tica sumamente perniciosa. Insisto seriamente en que se le traslade. �Cu�ndo estar�n listas las medallas?"

Despu�s de inspeccionar todos los sectores del Ej�rcito de Tsaritsyn, en una orden especial de 5 de noviembre de 1918, reconoc�a los servicios de muchas de las unidades y de sus jefes, haciendo notar al mismo tiempo que algunas partes del Ej�rcito consist�an en unidades que se llamaban a s� propias divisiones sin serlo en realidad; que "el trabajo pol�tico en ciertas unidades no se hab�a iniciado a�n", que "el empleo de reservas militares no se efect�a siempre con la debida precauci�n"; que "en ciertos casos, el comandante, reacio a dar cumplimiento a una orden de operaciones, la hace discutir en una reuni�n...", etc. "Como ciudadanos -dec�a la orden-, los soldados son libres durante sus horas francas para celebrar reuniones sobre cualquier asunto. Como soldados, deben obedecer las �rdenes militares sin la menor objeci�n."

Despu�s de visitar el frente Sur, incluso Tsaritsyn, inform� al VI Congreso de los Soviets de 9 de noviembre de 1918. "No todos los funcionarios del Soviet han comprendido que nuestra administraci�n se ha centralizado y que todas las �rdenes emanadas de arriba son terminantes... Hemos de ser inflexibles con los funcionarios del Soviet que no han comprendido eso a�n; los depondremos, los expulsaremos de nuestras filas, los extirparemos a fuerza de reprensiones." Esto se refer�a a Stalin mucho m�s que a Vorochilov, contra quien iban en aquella ocasi�n dirigidas las palabras ostensiblemente. Stalin estaba presente en el Congreso y guard� silencio. Callado permaneci� tambi�n en la sesi�n de Politbur�. No pod�a defender abiertamente su conducta. A lo sumo, lo que hizo fue almacenar c�lera. En aquellos d�as (depuesto de Tsaritsyn, con profundo rencor y sed de venganza en el coraz�n) escribi� su art�culo sobre el primer aniversario de la Rep�blica. La finalidad del mismo era atacar mi prestigio, volviendo contra m� la autoridad del Comit� Central encabezado por Lenin. En aquel art�culo de aniversario, dictado por una ira contenida, Stalin tuvo, sin embargo, que escribir lo siguiente:

"Toda la labor de organizaci�n pr�ctica de la insurrecci�n fue realizada bajo la inmediata direcci�n del presidente del Comit� de Petrogrado, camarada Trotsky. Es posible declarar con seguridad que al camarada Trotsky debe el Partido principalmente, y en primer lugar, que la guarnici�n se pasara tan pronto al lado del Soviet y que se ejecutara con tal atrevimiento la labor del Comit� Revolucionario Militar."

El 30 de noviembre, por iniciativa del Comisariado de Guerra de organizar un Consejo de Defensa, el Comit� Ejecutivo Central de toda Rusia aprob� una resoluci�n en el sentido de convocar el Consejo de Defensa, compuesto de Lenin, el que escribe, Krassin, el comisario de V�as y Comunicaci�n, el comisario de Abastecimientos y el presidente de la Comisi�n Permanente del Comit� Ejecutivo Central, Sverdlov. De acuerdo con Lenin, propuse que se incluyera tambi�n a Stalin. Lenin deseaba dar a Stalin alguna satisfacci�n por haberse retirado del Ej�rcito de Tsaritsyn; yo quer�a darle ocasi�n de formular abiertamente sus cr�ticas y propuestas, sin mojar la p�lvora en el Departamento de Guerra. La primera sesi�n, que deline� nuestras tareas en sentido general, se celebr� durante las horas del d�a, el 1 de diciembre. De las notas que tom� Lenin en aquella reuni�n, resulta que Stalin habl� seis veces; Krassin, nueve; Skylyansky, nueve; Lenin, ocho. No se permit�a hablar m�s de dos minutos cada vez. La direcci�n del trabajo del Consejo de Defensa, no s�lo en lo tocante a cuestiones de relieve, sino en cuestiones de detalle, se concentr� enteramente en manos de Lenin. Se confi� a Stalin la misi�n de redactar una tesis sobre la lucha contra el regionalismo, y otra sobre el modo de combatir el expedienteo. No hay prueba alguna de que se redactase una u otra. Adem�s, con objeto de facilitar el trabajo, se convino en que "los decretos de la Comisi�n designada por el Comit� de Defensa, firmados por Lenin, Stalin y los representantes del Departamento interesado, tendr�n la fuerza de un decreto del Consejo de Defensa". Pero en cuanto afectaba a Stalin, todo aquello se redujo a otro ep�grafe que nada ten�a que ver con el trabajo efectivo.
[A pesar de todas estas concesiones, Stalin continu� apoyando en secreto a la oposici�n de Tsaritsyn, anulando los esfuerzos del Departamento de Guerra por imponer orden y disciplina en aquel sector. En Tsaritsyn, su principal instrumento era Vorochilov; en Mosc�, Stalin mismo ejerc�a toda la presi�n que pod�a sobre Lenin. Se hizo necesario, en consecuencia, enviar el siguiente telegrama desde Kursk, el 14 de diciembre: ]

"Al presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo: Lenin. La cuesti�n de deponer a Okulov no puede resolverse por s� misma. Okulov se design� para tener a raya a Vorochilov, como garant�a del cumplimiento de las �rdenes militares. Es imposible dejar que Vorochilov contin�e despu�s de haber inutilizado todos los intentos de guerra, con un nuevo comandante, y Vorochilov debe ir a Ucrania.
"El presidente del Consejo Revolucionario de la Rep�blica, Trotsky."

[Vorochilov fue entonces trasladado a Ucrania. La capacidad combativa del X Ej�rcito aument� como por ensalmo. No s�lo el nuevo comandante, sino tambi�n el sucesor de Stalin en el Consejo de Guerra, Shlyapnikov, resultaron infinitamente m�s eficaces, y mejor� la situaci�n militar en Tsaritsyn.]
[Pocos d�as despu�s de la sustituci�n de Vorochilov, y tras los meses de forzosa abstenci�n de un asunto tan sumamente tentador como el de intervenir en cuestiones militares, desde su propia deposici�n de Tsaritsyn, Stalin hall� nueva ocasi�n de actuar en el frente, esta vez por un par de semanas, y la aprovech� para clavar a Trotsky un cuchillo en la espalda. El incidente comenz� con el siguiente cambio de telegramas entre Lenin y Trotsky:]

1

* Telegrama cifrado al camarada Trotsky, en Kursk o cualquier otro lugar en que pueda hallarse el presidente del Comit� Revolucionario de Guerra de la Rep�blica.
"Mosc�, 13 de diciembre de 1918.
"Noticias sumamente alarmantes de las proximidades de Perm. Est� en peligro. Temo que nos hayamos olvidado de los Urales. �Se mandan refuerzos con suficiente intensidad a Perm y a los Urales? Lashevich dijo a Zinoviev que s�lo deben mandarse unidades ya fogueadas. - Lenin."

2

* A Trotsky, en Kozlov o dondequiera que se encuentre el presidente del Comit� Revolucionario de Guerra de la Rep�blica.
"Mosc�, 31 de diciembre de 1918.
"Hay varios informes del Partido de los alrededores de Perm sobre el estado catastr�fico del Ej�rcito y sobre embriaguez. Te lo transmito. Piden que vayas all�. Pens� en enviar a Stalin. Temo que Smilga sea demasiado blando con Lashevich, que al parecer tambi�n bebe con exceso y no es capaz de restablecer el orden. Telegraf�a tu opini�n.-Lenin."
[66.847.]

3

* Por hilo directo en cifra a Mosc�, Kremlin, para el presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo, Lenin.
Respuesta a [66.847].
"Voronej, 1 de enero de 1919, a las 19 (7 tarde).
"De los partes de operaciones del III Ej�rcito he deducido que la direcci�n est� completamente desconcertada, y propuse un cambio de mando. La decisi�n se aplaz�. Ahora considero inaplazable la sustituci�n.
"Estoy completamente de acuerdo sobre la excesiva blandura del camarada enviado all�. De acuerdo con enviar a Stalin con poderes del Partido y del Consejo Revolucionario de Guerra de la Rep�blica para restablecer el orden, depurar la plantilla de comisarios y castigar severamente a los culpables. El nuevo comandante se nombrar� de acuerdo con Serpujov. Propongo nombrar a Lashevich miembro del Consejo Revolucionario de Guerra del frente Norte, donde no tenemos una persona responsable del Partido, y el frente puede adquirir pronto mayor importancia.
"Presidente del Consejo Revolucionario de Guerra de la Rep�blica, Trotsky."
[9.]

[El asunto pas� entonces al Comit� Central, que resolvi�:]

* "Designar una Comisi�n investigadora del Partido, compuesta de los miembros del Comit� Central, Stalin y Dzerzhinsky, para que realice una minuciosa investigaci�n de los motivos de la rendici�n de Perm y de las recientes derrotas en el frente del Ural, y aclare todas las circunstancias concernientes a los mencionados hechos."

[El III Ej�rcito hab�a rendido Perm a las tropas del almirante Koltchak, que avanzaban, y tomado posiciones en Viatka, donde se sosten�a a duras penas. Stalin y Dzerzhinsky llegaron a Viatka mientras el III Ej�rcito la defend�a de los ataques enemigos. El d�a de su llegada all�, 5-I-1919, Stalin y Dzerzhinsky telegrafiaron a Lenin].

* "Comenz� la investigaci�n. Te informaremos de vez en cuando sobre el curso de la misma. Entretanto, creemos n darte cuenta de las necesidades del III Ej�rcito que no admiten aplazamiento. El caso es que de este ej�rcito, que constaba de m�s de 30.000 hombres, s�lo quedan 1.100 soldados aspeados y exhaustos, que apenas pueden resistir la presi�n del enemigo. Las unidades enviadas por el comandante en jefe no son de confianza, incluso en parte hostiles a nosotros, y necesitan una seria criba. Para salvar los restos del III Ej�rcito y evitar el r�pido avance del enemigo sobre Viatka (seg�n la informaci�n del Estado Mayor del frente y del mismo Ej�rcito, este peligro es completamente real), es absolutamente necesario enviar al momento desde Rusia y poner a disposici�n del comandante del Ej�rcito por lo menos tres regimientos de absoluta confianza. Insistimos con apremio que hagas la debida presi�n en este sentido sobre la instituci�n militar competente. Lo repetimos: sin esta medida espera a Viatka la misma suerte de Perm."

[El 15 de enero, Stalin y Dzerzhinsky informaban al Consejo de Defensa: ]

* "Se enviaron al frente 1.200 bayonetas y sables de confianza; al d�a siguiente, dos escuadrones de Caballer�a. El d�a 10 sali� tambi�n el 62 Regimiento de la 3.ª Brigada (bien tamizada previamente). Estas unidades nos permiten contener el avance del enemigo, levantar la moral del III Ej�rcito y comenzar nuestro avance sobre Perm, hasta ahora afortunada. A retaguardia del ej�rcito se efect�a una detenida depuraci�n de las instituciones del Soviet y del Partido. Se han organizado comit�s revolucionarios en Viatka y en las cabezas de partido. Tambi�n se ha comenzado a organizar y contin�an organiz�ndose fuertes cuadros revolucionarios en los pueblos. Se est� restaurando todo el trabajo del Partido y del Soviet sobre nuevas l�neas. El control militar se ha renovado y reorganizado. Asimismo ha sido depurada la checa provincial, a cuyo frente se han puesto nuevos activistas..."

[Despu�s de investigar las causas de la cat�strofe, Stalin y Dzerzhinsky informaron a Lenin que eran: ]

* "La fatiga y el agotamiento del Ej�rcito en el momento de avanzar el enemigo, nuestra falta de reservas a la saz�n, la falta de contacto del Estado Mayor con el Ej�rcito, el desconcierto del comandante del Ej�rcito, los m�todos intolerablemente criminales de administrar el frente el Comit� Revolucionario de Guerra de la Rep�blica, que paralizaban la posibilidad de ofrecer oportuna ayuda al III Ej�rcito; la falta de confianza en los refuerzos enviados de retaguardia, a causa de los viejos m�todos de reclutamiento, y la absoluta inseguridad de la retaguardia en virtud de la completa ineptitud e incapacidad de las organizaciones locales del Soviet y del Partido."

[Casi todos los extremos de este informe constitu�an un golpe contra Trotsky. Si Lenin, el Consejo de Defensa, el Comit� Central y su Politbur� hubiesen tomado en serio estos cargos contra Trotsky, no habr�a habido m�s remedio que destituirle de su cargo. Pero Lenin conoc�a demasiado bien a Stalin para estimar este informe suyo de su asociado en Viatka, menos conforme a los hechos que incriminatorio, como una venganza por haberle relevado de Tsaritsyn, y por haberse negado a darle otra oportunidad en el frente Sur, donde pudiera volverse a reunir con Vorochilov y los otros tsaritsynitas.
Mientras tanto, en Ucrania, utilizando sus prerrogativas pol�ticas y su categor�a de comandante del ej�rcito, Vorochilov continuaba chocando con los especialistas militares, deshaciendo el trabajo del Estado Mayor y estorbando la ejecuci�n de las instrucciones del Cuartel General. Con ayuda de Stalin y de otros, pronto hizo su presencia en el frente Sur tan intolerable que el 10 de enero de 1919 fue necesario telegrafiar:]
* "A Mosc�.
 "Al presidente del Comit� ejecutivo Central, Sverdlov.
" ...Debo manifestar categ�ricamente que la pol�tica de Tsaritsyn, que ha ocasionado la total desmembraci�n del Ej�rcito de aquella zona, no puede tolerarse en Urania... Okulov sale para Mosc�. Propongo que Lenin y t� prest�is la m�xima atenci�n a su informe sobre la labor de Vorochilov. La l�nea de Stalin, Vorochilov y Rujimovich significa la ruina de todo lo que estamos haciendo.
"Presidente del Consejo Revolucionario de Guerra de la Rep�blica, Trotsky."

[Mientras Stalin intrigaba con ayuda de Dzerzhinsky en Viatka], Lenin insisti� en que era necesario que llegase a una inteligencia con Stalin.:

* "Stalin ir�a con mucho gusto a trabajar al frente Sur... Stalin espera que el resultado de su labor nos convencer� de la justeza de sus puntos de vista... Al informarte, Le�n Davidovich, de estas declaraciones de Stalin, te ruego que las estudies con detenimiento y me contestes, en primer lugar, si est�s de acuerdo con que Stalin explique en persona el asunto, sobre el cual se halla dispuesto a informarse; y en segundo lugar, si crees posible, a base de ciertas condiciones concretas, arreglar el conflicto anterior y llegar a una colaboraci�n que Stalin ver�a complacido. En cuanto a m�, creo que es necesario hacer todo lo posible por trabajar conjuntamente con �l.-Lenin."

Evidentemente, Lenin hab�a escrito esta carta apremiado por la insistencia de Stalin. �ste buscaba el convenio, la conciliaci�n, m�s trabajo de orden militar, aun a costa de una capitulaci�n pasajera y fingida. El frente le atra�a porque aqu� pod�a trabajar por primera vez con la m�quina administrativa m�s acabada de todas, que es la m�quina militar. Como miembro del Consejo Revolucionario de Guerra y a la vez del Comit� Central del Partido, era inevitablemente la figura cumbre en todos los Consejos de Guerra, en todos los ej�rcitos, en todos los frentes. Cuando los dem�s dudaban, �l decid�a. Pod�a mandar, y cada orden suya iba seguida de su ejecuci�n pr�cticamente autom�tica, no como en la Junta del Comisariado de Nacionalidades, donde ten�a que ocultarse de sus antagonistas en la cocina del comandante.
En 11 de enero contest� a Lenin por l�nea directa:
* "La transacci�n es naturalmente necesaria, pero no someti�ndose a todo. El hecho es que todos los tsaritsynitas se han congregado ahora en Jarkov. Puedes darte cuenta de lo que son por el informe de Okulov, hecho enteramente de material demostrable, y de los partes de los comisarios. Considero que la defensa que hace Stalin de la tendencia tsaritsynita es una �lcera sumamente peligrosa, peor que cualquier traici�n o perfidia de especialistas militares... Rujimovich es un alias de Vorochilov. Dentro de un mes tendremos que salir de otro atolladero como el de Tsaritsyn, pero esta vez no tendremos enfrente a los cosacos, sino a los ingleses y a los franceses. Y no es Rujimovich el �nico. Est�n firmemente ligados entre ellos, erigiendo la ignorancia en principio. Vorochilov, m�s las guerrillas de Ucrania, m�s el bajo nivel de la poblaci�n, m�s la demagogia... no podemos tolerar esto de ning�n modo. Que designen a Artemio, pero no a Vorochilov ni a Rujimovich... De nuevo insisto en que se examine con atenci�n el informe de Okulov sobre el Ej�rcito de Tsaritsyn y c�mo se desmoraliz� Vorochilov con la cooperaci�n de Stalin."

Con relaci�n a este primer per�odo de actividad de Stalin en el frente Sur no se ha publicado nada. La cuesti�n es que el tal periodo no dur� mucho y termin� para �l de un modo muy desagradable. Es una l�stima que no pueda basarme en ning�n escrito que complete mis recuerdos de este episodio, pues no dej� traza alguna en mis archivos personales. Naturalmente, los archivos oficiales han quedado en el Comisariado de Guerra. En el Consejo Revolucionario de Guerra del frente Sur, con Yegorov de comandante, estaban Stalin y Berzin, que despu�s se dedic� por completo al trabajo militar y desempe�� un importante papel, aunque no rector, en las operaciones militares de la Espa�a republicana. Una vez, por la noche (siento no poder puntualizar la fecha exacta), Berzin me llam� a la l�nea directa y me pregunt� si estaba "obligado a firmar una orden de operaciones del comandante del frente, Yegorov". Seg�n las normas, la firma del comisario o miembro pol�tico del Consejo de Guerra en una orden de operaciones significaba simplemente que la orden no ten�a ning�n m�vil contrarrevolucionario. En cuanto al sentido de la orden, era por completo de la responsabilidad del comandante. En este caso, la orden del comandante del frente consist�a en interpretar otra del comandante en jefe y transmitirla al Ej�rcito bajo su mando. Stalin declar� que la orden de Yegorov no era v�lida, y que no la firmaba. En vista de la negativa de un miembro del Comit� Central a firmarla, Berzin no se determinaba a poner su propia firma en ella. Y, por otra parte, una orden de operaciones firmada s�lo por el jefe militar no ten�a fuerza de obligar.
�Qu� objeci�n suscitaba Stalin contra una orden que, por lo que puedo recordar, era de importancia secundaria, aunque he olvidado totalmente de qu� se trataba? Ninguna. Simplemente no quer�a firmarla. Le hubiera sido perfectamente posible llamarme por hilo directo y explicarme sus razones, o, si lo prefer�a, dirigirse a Lenin con la consulta. El comandante del frente, si no estaba conforme con Stalin, por la misma norma pod�a haber expuesto sus propios argumentos al comandante en jefe o a m�. La objeci�n de Stalin se habr�a discutido inmediatamente en el Politbur�, y se hubieran solicitado entonces del comandante en jefe explicaciones suplementarias. Pero, lo mismo que en Tsaritsyn, Stalin prefer�a obrar de muy distinto modo: "No quiero firmarla", declar�, para alardear de su importancia ante sus colaboradores y subordinados. Yo repliqu� a Berzin: "La orden del comandante en jefe certificada por un comisario es obligatoria para ti. F�rmala inmediatamente; de lo contrario, habr�s de comparecer ante el Tribunal". Inmediatamente, Berzin puso su firma en la orden del comandante.
El asunto se llev� al Politbur�. Lenin dijo, no sin cierto embarazo: "�Qu� podemos hacer? �Otra vez Stalin metido en un l�o!" Se decidi� retirar a Stalin del frente Sur. �sta era ya la segunda vez que le fallaba el tiro. Recuerdo que volvi� sumiso, pero no parec�a resentido. Por el contrario, incluso manifest� que hab�a conseguido su prop�sito de llamar la atenci�n sobre las relaciones impropias entre el Mando supremo y el del frente, y que si bien la orden del comandante en jefe no conten�a nada hostil, se hab�a dictado sin sondear antes la opini�n del frente Sur, lo que no estaba bien. �sta era, seg�n explic�, la raz�n de su protesta. Se sent�a completamente satisfecho de s� mismo. Mi impresi�n fue la de que hab�a querido abarcar demasiado. Cogido en la trampa de una baladronada casual, no hab�a podido desenredarse luego. En todo caso, era evidente que hac�a todo lo posible por disimular el resbal�n y por dar a entender que no hab�a pasado nada. (Para dejarle en buen lugar, se propuso despu�s, probablemente por iniciativa de Lenin, destinarle al frente Sudoeste. Pero Stalin replic�: ]

* "4 de febrero de 1919.
"Al Comit� Central del Partido, camaradas Lenin y Trotsky:" ...Tengo la profunda convicci�n de que nada puede cambiar en la situaci�n mi presencia all�... - Stalin."
 

[Durante tres o cuatro meses despu�s de aquello, refren� su af�n de trabajar en la m�quina militar y volvi� a colaborar en La Vida de las Nacionalidades.]
[La liquidaci�n de los tsaritsynitas era m�s aparente que real. De hecho, Stalin y sus aliados hab�an variado simplemente de campo de acci�n y de m�todos de ataque. El nuevo campo era el Partido, y los m�todos se ajustaron al mismo.] Como en 1912-1913, con referencia a los conciliadores, y como durante la temporada anterior a octubre con respecto a la oposici�n de Zinoviev y Kamenev, as� tambi�n en el VIII Congreso [del Partido, Stalin, ostensiblemente ajeno en absoluto a la oposici�n militar, trabajaba de firme por reforzarla, y la utiliz� como palanca contra Trotsky].
La oposici�n militar constaba de dos grupos. Estaban all� los numerosos activistas ilegales totalmente agotados por la prisi�n y el destierro, y que no pudieron encontrar puesto adecuado en la organizaci�n del Ej�rcito y del Estado. Miraban con honda malquerencia toda clase de advenedizos, de los que no pocos ocupaban cargos responsables Pero en aquella oposici�n hab�a tambi�n muchos trabajadores avanzados, elementos de lucha con una nueva reserva de energ�a, que temblaban de aprensi�n pol�tica al ver a ingenieros, oficiales, maestros, Catedr�ticos del d�a anterior ocupando otra vez puestos de direcci�n. Esta oposici�n de trabajadores reflejaba en definitiva falta de confianza en sus propias fuerzas, y recelo de que la nueva clase que hab�a subido al Poder fuera capaz de dominar y controlar los amplios c�rculos de la vieja intelectualidad.
Durante el primer per�odo, cuando la Revoluci�n iba propag�ndose de los centros industriales hacia la periferia, se organizaron destacamentos armados de trabajadores, marineros y ex soldados, para establecer el r�gimen sovi�tico en varias localidades. Estos destacamentos ten�an que librar, en ocasiones, encuentros de menor cuant�a. Como gozaban de la simpat�a de las masas, les era f�cil quedar victoriosos. Adquirieron as� cierto temple, y sus jefes alguna autoridad. No hab�a enlaces regulares entre tales destacamentos. Su t�ctica ten�a el car�cter de incursiones de guerrilleros, y, por lo pronto, con aquello bastaba. Pero las clases derrocadas, con ayuda de sus protectores extranjeros, comenzaron a organizar sus propios ej�rcitos. Bien armados y dirigidos, pronto les toc� el turno de emprender la ofensiva. Acostumbrados a victorias f�ciles, los destacamentos de guerrilleros no tardaron en poner en evidencia su inutilidad; no ten�an secciones adecuadas de informaci�n, ni enlaces entre ellos, ni eran capaces de ejecutar una maniobra de relativa complejidad. De aqu� que en varias ocasiones y en distintos puntos del pa�s, la guerra de partidas no produjese m�s que desastres. No era f�cil incluir aquellos destacamentos aislados en un sistema centralizado. La capacidad militar de sus comandantes no era grande, y, adem�s, miraban con hostilidad a los oficiales antiguos, parte por no tener confianza pol�tica en ellos, y parte por disimular su falta de confianza en s� mismos. Sin embargo, todav�a en julio de 1918, los essars de izquierda segu�an insistiendo en que pod�amos defendernos con guerrilleros, sin necesidad de un ej�rcito centralizado. "Esto es tanto como decirnos -repuse yo- que no necesitamos ferrocarriles, y que podemos arreglarnos con carros de caballos para el transporte." 
Nuestros frentes tend�an a contraerse en un cerco de m�s de 8.000 kil�metros de circunferencia. Nuestros enemigos eleg�an la direcci�n, creaban una base en la periferia, recib�an ayuda del exterior, y descargaban el golpe apuntando al centro. La ventaja de nuestra situaci�n consist�a en ocupar una posici�n central y actuar a lo largo de l�neas de operaciones internas. Tan pronto como el enemigo eleg�a su direcci�n de ataque, pod�amos nosotros escoger la nuestra para el contraataque. Est�bamos en condiciones de mover fuerzas y acumularlas para acometer en las direcciones m�s importantes en cualquier momento dado. Pero esta ventaja s�lo pod�a aprovecharse si consegu�amos una centralizaci�n completa de gesti�n y de mando. Para sacrificar temporalmente alguno de los sectores m�s remotos o menos importantes a fin de salvar los m�s pr�ximos e importantes, ten�amos que proceder de manera que las �rdenes de arriba se cumplieran en vez de someterse a discusi�n. Todo esto es demasiado elemental para que necesitemos explicarlo aqu�. El no comprenderlo, obedec�a a aquellas tendencias centr�fugas nacidas de la Revoluci�n, al provincialismo del vasto pa�s de comunidades aisladas, al esp�ritu elemental de independencia que todav�a no hab�a tenido tiempo u oportunidad de madurar. Basta decir que al principio, no s�lo provincias, sino hasta regi�n tras regi�n tuvieron su propio Consejo de Comisarios del Pueblo, con su correspondiente comisario de Guerra. Los �xitos de la organizaci�n regular, indujeron a los dispersos destacamentos a adaptarse a ciertas normas y condiciones, a consolidarse en regimientos y en divisiones. Pero el esp�ritu y el m�todo continuaron a menudo como antes, Un jefe de divisi�n, no seguro de s� mismo, se manten�a demasiado condescendiente con sus coroneles. Vorochilov, como jefe de ej�rcito, era sobradamente indulgente con los jefes de sus divisiones. Pero tanto m�s rencorosa era su actitud hacia el Centro, que no se daba por satisfecho con la transformaci�n externa de las partidas de guerrilleros en regimientos y divisiones, sino que insist�a en los requisitos m�s fundamentales de la organizaci�n militar. En controversia con uno de los guerrilleros de Stalin escrib�a yo en enero de 1919:

"En uno de nuestros ej�rcitos se consideraba se�al de supremo revolucionarismo no hace mucho, chancearse vulgar y est�pidamente de los "especialistas militares", esto es, de todos cuantos hubieran estudiado en escuelas militares; pero en el mismo ej�rcito que as� proced�a no se desarrollaba el menor trabajo pol�tico. La actitud no era menos hostil all�, o acaso lo era m�s, contra los comisarios comunistas que contra los especialistas. �Qui�n sembraba esa hostilidad? Los peores entre los nuevos comandantes: los militarmente ineptos, gente entre guerrillera y del Partido, que no deseaba tener a nadie en torno, ya fueran activistas del Partido, ya expertos y serios militares. Aferrados de por vida a sus puestos, execraban con furor hasta la menci�n de estudios militares... Muchos de ellos, metidos por �ltimo en un l�o irremediable, terminaban simplemente rebel�ndose contra el Gobierno de los Soviets."

En un momento de grave peligro, el 2.11 Regimiento de Petrogrado, que ocupaba un sector decisivo, abandon� el frente por su propia iniciativa, capitaneado por su comandante y su comisario, tom� un vapor fluvial y baj� por el Volga desde las cercan�as de Kazan en direcci�n a Nijni-Novgorod. El barco fue detenido orden m�a, y los desertores sometidos a un Consejo de guerra. El comandante y el comisario del regimiento fueron fusilados. Este fue el primer caso de fusilamiento de un comunista, el comisario Panteleyev, por violaci�n de los deberes militares. En diciembre de 1918, Pravda public� un art�culo que, sin mencionar mi nombre, pero sin duda aludi�ndome, se refer�a al fusilamiento de los "mejores camaradas sin formaci�n de causa". El autor del art�culo, un tal A. Kamensky, era en s� una figura de escasa importancia, ostensiblemente un mero pe�n, un testaferro. Parec�a incomprensible que un art�culo que encerraba acusaciones tan duras y trascendentes pudiera publicarse en el �rgano central. Su director era Bujarin, comunista de izquierda y, por ello, opuesto al empleo de "generales" en el Ej�rcito. Pero, especialmente entonces, era incapaz de intrigar. El enigma se resolvi� cuando pude descubrir mediante la oportuna investigaci�n, que el autor del art�culo, o m�s bien su firmante, A. Kamensky, estuvo en la Plana Mayor del X Ej�rcito, y a la saz�n se hallaba bajo la influencia directa de Stalin. No cabe duda de que Stalin gestion� subrepticiamente la publicaci�n del art�culo. La misma terminolog�a de la acusaci�n; la descarada referencia al fusilamiento de "los mejores camaradas", y, adem�s, "sin formaci�n de causa", era sorprendente por la monstruosidad de la invenci�n y por su inherente absurdidad. Pero, precisamente esta desvergonzada exageraci�n de cargos, revelaba a Stalin, el organizador de los futuros juicios de Mosc�. El Comit� Central arregl� el asunto. Recuerdo que se reprendi� al Consejo de direcci�n y a Kamensky, pero la mano intrigante de Stalin permaneci� invisible.
[M�s tarde, estando en el frente Sur, Stalin continu� utilizando esta desacreditada f�bula por mediaci�n de sus instrumentos en el Congreso del Partido. Cuando llegaron a Trotsky noticias de ello, mientras se hallaba en el frente durante las sesiones del VIII Congreso, se vio obligado a recurrir al Comit� Central por segunda vez, solicitando "abrir una investigaci�n sobre el caso del fusilamiento de Panteleyev", como consta en las minutas de la sesi�n del Comit� Central del 18 de abril de 1919, "en vista de que el asunto se hab�a llevado de nuevo al Congreso del Partido". Con Stalin presente en la reuni�n del Comit� Central, la demanda pas� al Orgbur�, donde, tambi�n en presencia de Stalin (era vocal de ambos organismos), el Orgbur� decidi� igualmente por unanimidad] designar una Comisi�n compuesta por Krestinky, Serebryakoc y Smilga, los tres miembros del Orgbur� y del Comit� Central, para que estudiaran todo el asunto. Naturalmente, la Comisi�n lleg� a la conclusi�n de que Panteleyev fue fusilado despu�s de un juicio, y no por comunista y [comisario], sino por ruin desertor, "no porque su regimiento abandonara la posici�n, sino porque �l abandon� la posici�n a la par que el regimiento" [con palabras del comandante Slavin, jefe del Ej�rcito a que pertenec�a el regimiento de Panteleyev]. Diez a�os m�s tarde, este episodio habr�a de figurar tambi�n como parte de la campa�a de Stalin en contra m�a bajo el mismo t�tulo de "El fusilamiento de los mejores comunistas sin formaci�n de causa".
El VIII Congreso del Partido celebr� sesiones desde el 18 hasta el 23 de marzo de 1919, en Mosc�. La v�spera misma del Congreso los blancos nos infligieron una fuerte derrota cerca de Ufa. Dando de lado al Congreso, resolv� acudir inmediatamente al frente oriental. Despu�s de sugerir el regreso de los delegados militares al frente, sin demora me prepar� para ir a Ufa. Algunos de los delegados estaban descontentos: hab�an ido a la capital con unos d�as de licencia, y no quer�an desperdiciarlos. Alguien ide� el rumor de que yo trataba de evitar debates sobre pol�tica militar. Aquel embuste me sorprendi�. Present� una propuesta en el Comit� Central el 16 de marzo de 1919, para anular la orden de regreso inmediato al frente de los delegados militares, confi� la defensa de la pol�tica militar a Sokolnikov y part� en el acto para el Este. La discusi�n de los asuntos militares en el VIII Congreso, a pesar de la presencia de una oposici�n muy crecida, no me disuadi�: la situaci�n del frente me parec�a mucho m�s importante que las maniobras electorales en el Congreso, especialmente porque no ten�a duda de que la pol�tica que consideraba la �nica correcta hab�a de triunfar por sus propios m�ritos. El Comit� Central aprob� la tesis que previamente hab�a presentado yo, y nombr� a Sokolnikov informante oficial sobre ella. El informe de la oposici�n corri� a cargo de V. M. Smirnov, viejo bolchevique y ex oficial de Artiller�a en la Guerra Mundial. Smirnov era uno de los dirigentes de la izquierda comunista, adversarios resueltos de la paz de Brest-Litovsk, y hab�a pedido que se emprendiese una guerra de guerrillas contra el Ej�rcito regular alem�n. Esto constituy� siempre la base de su programa hasta 1919, aunque a decir verdad, algo se hab�a enfriado en el intervalo. La formaci�n de un Ej�rcito centralizado y regular era imposible sin especialistas militares y sin sustituir la improvisaci�n por una direcci�n apropiada y sistem�tica. Los comunistas de izquierda, calmados ya hasta cierto punto, trataban de adaptar sus opiniones de ayer al crecimiento de la m�quina estatal y las necesidades del Ej�rcito regular. Pero ced�an su terreno palmo a palmo, utilizando cuanto pod�an de su antiguo bagaje, y cubriendo sus tendencias esencialmente guerrillistas bajo nuevas f�rmulas.
Al comenzar el Congreso tuvo lugar un episodio de importancia secundaria, pero muy caracter�stica, relacionado con la composici�n de la Mesa. Indicaba en cierto modo la �ndole del Congreso, aunque s�lo fuera en su fase inicial. En el orden del d�a figuraba la ardua cuesti�n militar. No era un secreto para Lenin que, detr�s de la cortina, Stalin estaba realmente a la cabeza de la oposici�n respecto a aquel extremo. Lenin hab�a llegado a un acuerdo con la delegaci�n de Petrogrado acerca de la composici�n de la Mesa. Los oposicionistas propusieron vanas candidaturas suplementarias con varios pretextos, incluyendo en ellas no s�lo oposicionistas, sino tambi�n otros nombres. Por ejemplo, inclu�an a Sokolnikov, el principal portavoz del punto de vista oficial. Sin embargo, Bujarin, Stassova, Oborin, Rikov y Sokolnikov rehusaron, estimando como obligaci�n personal el acuerdo a que se hab�a llegado extraoficialmente sobre la cuesti�n de la Mesa presidencial. Pero Stalin no rehus�. Aquello demostr� palmariamente su actitud oposicionista. Parec�a haberse afanado mucho por llenar el Congreso de partidarios suyos y mu�ir entre los delegados. Lenin lo sab�a, pero con objeto de evitar dificultades, hizo cuanto pudo para evitar a Stalin la prueba de un voto en favor o en contra suya. Por mediaci�n de uno de los delegados plante� Lenin la cuesti�n previa siguiente: "�Hacen alguna falta candidatos suplementarios a miembros de la Mesa?" Y sin el menor esfuerzo consigui� una respuesta negativa. Stalin sufri� una derrota, pero Lenin la hizo tan impersonal e inofensiva como le fue humanamente posible. Hoy, la versi�n oficial es que Stalin apoy� la posici�n de Lenin sobre la cuesti�n en el VIII Congreso. �Por qu� no se publican ahora las actas, puesto que ya no es necesario guardar [tales] secretos militares?
En la Conferencia de Ucrania, en marzo de 1920, Stalin me defendi� formalmente, al informar en representaci�n del Comit� Central; al mismo tiempo, vali�ndose de gente suya incondicional, hizo todo lo posible por lograr que sus tesis no triunfaran. En el VIII Congreso del Partido era dif�cil maniobrar as�, pues todos los tr�mites estaban bajo la directa observaci�n de Lenin, varios otros miembros del Comit� Central y activistas militares responsables. Pero, en lo esencial, aqu� tambi�n tuvo Stalin una intervenci�n parecida a la de la Conferencia de Ucrania. Como miembro del Comit� Central, o hablaba ambiguamente en defensa de la pol�tica militar oficial, o se manten�a callado, pero por mediaci�n de sus �ntimos amigos, Vorochilov o Rujimovich y otros tsaritsynitas, que eran las tropas de choque de la oposici�n en el Congreso, continu� socavando no tanto la pol�tica militar como a su principal portavoz. Incit� a dichos delegados al m�s vil de los ataques personales contra Sokolnikov, que hab�a asumido la defensa del Comisariado de Guerra sin la menor reserva. El n�cleo de la oposici�n era el grupo de Tsaritsyn, en el que destacaba sobre todo Vorochilov. Durante alg�n tiempo antes del Congreso estuvieron en continua relaci�n con Stalin, quien les daba instrucciones y refrenaba su impaciencia, centralizando a la vez su intriga contra el Departamento de Guerra. Esta fue la suma y sustancia de su actitud en el VIII Congreso.
"Hace un a�o -informaba Sokolnikov al VIII Congreso del Partido-, en el momento del colapso completo del Ej�rcito, cuando no hab�a organizaci�n militar para defender la revoluci�n proletaria, el Gobierno sovi�tico acudi� al sistema de formaciones de voluntarios, y en su d�a este Ej�rcito voluntario cumpli� su misi�n. Ahora, volviendo la vista a. aquel periodo, como a una fase ya pasada, debemos considerar sus aspectos positivo y negativo. La esencia de su lado positivo radica en que participaban all� los mejores elementos de la clase trabajadora... Pero junto a estos aspectos brillantes del per�odo de guerrillas hay que contar las facetas oscuras, que en definitiva sobrepujaron lo que el sistema pudiese tener de bueno. Los mejores elementos se retiraron, murieron o cayeron prisioneros... Qued� tan s�lo una aglomeraci�n de los peores elementos... Y estos elementos perniciosos se vieron completados por quienes se decid�an a alistarse en el ej�rcito voluntario porque el hundimiento catastr�fico del orden social los hab�a arrojado a la calle... Y a unos y otros se agreg� el desecho de la desmovilizaci�n del antiguo Ej�rcito. Por eso, durante el per�odo de guerrillas en nuestra organizaci�n militar se desarrollaron tales fuerzas que nos vimos obligados a liquidar aquel sistema de defensa. A la postre, los destacamentos peque�os e independientes se agruparon en torno a jefes diversos. Y, en suma, no s�lo se dedicaron a luchar en defensa del Gobierno sovi�tico, en defensa de las conquistas de la Revoluci�n, sino tambi�n al bandolerismo y al saqueo. Se convirtieron en guerrillas que eran el baluarte de los aventureros. En cambio, en el presente per�odo -continuaba Sokolnikov-, la edificaci�n del Estado... el Ej�rcito... marcha adelante..."
"Se discuti� mucho y con vehemencia -dec�a Sokolnikov, pasando a otro apartado de su informe- sobre la cuesti�n de los especialistas militares... Ahora, este asunto se ha resuelto esencialmente en teor�a y en la pr�ctica. Aun los adversarios del empleo de especialistas militares admiten que esta pol�mica es cosa pasada... Los especialistas militares se utilizaron para convertir el Ej�rcito de guerrillas en Ej�rcito regular... As� conseguimos estabilizar el frente y obtuvimos �xitos militares. En cambio, donde no se aprovecharon los servicios de estos especialistas, desmenuzamos nuestras fuerzas hasta la m�xima disgregaci�n... El problema de los especialistas militares supone para nosotros no s�lo un problema puramente militar, sino un problema especial general. Cuando se plante� la cuesti�n de invitar a los ingenieros a encargarse de las f�bricas, de solicitar la colaboraci�n de los antiguos organizadores capitalistas, �no record�is c�mo los comunistas de izquierda, ultrarrojos, nos vejaban con sus despiadadas cr�ticas "supercomunistas"..., diciendo que la vuelta de los ingenieros a las f�bricas era el retorno � la plana mayor de mandos de la burgues�a? Y aqu� se nos vuelve a hacer objeto de una cr�tica semejante, aplicada ahora a la organizaci�n del Ej�rcito. Se nos dice que al volver los ex oficiales al Ej�rcito restaurar�n la antigua casta de oficiales y el antiguo Ej�rcito. Pero esos Camaradas olvidan que junto a esos comandantes hay comisarios, representantes del Gobierno sovi�tico; que estos especialistas militares est�n en los cuadros de un ej�rcito dedicado �ntegramente al servicio de la revoluci�n proletaria... Este Ej�rcito, que tiene decenas de millares de antiguos especialistas, ha demostrado en la pr�ctica ser el Ej�rcito de la revoluci�n proletaria."
El informante de la oposici�n, Smirnov, contestando directamente a la declaraci�n de Sokolnikov de que "algunos parec�an ser partidarios de un ej�rcito de guerrillas, y otros del ej�rcito regular", hizo resaltar que sobre la cuesti�n de usar especialistas militares "no hay desavenencias entre nosotros con relaci�n a la tendencia general en nuestra pol�tica militar". La discrepancia b�sica estaba en la necesidad de ampliar las funciones de los comisarios y de los miembros del Consejo Revolucionario de Guerra, con el fin de asegurar su participaci�n en la direcci�n del Ej�rcito y en materias concernientes a operaciones, reduciendo as� la influencia de los mandos. El Congreso acogi� esta cr�tica a medias. Se decidi� seguir reclutando a los antiguos especialistas militares con igual intensidad, pero poniendo de relieve la necesidad de preparar cuadros nuevos de mando como instrumento de absoluta confianza para el sistema sovi�tico. Que �sta y todas las dem�s decisiones se adoptaron un�nimemente, con una sola abstenci�n, se explica por el hecho de que la oposici�n hab�a renunciado entretanto a la mayor�a de sus prejuicios principales. Impotente para oponer su l�nea a la de la mayor�a del Partido, tuvo que asociarse a la conclusi�n general. Sin embargo, algunos de los efectos del guerrillerismo del per�odo anterior siguieron en evidencia durante todo el a�o 1919, particularmente en el Sur: en Ucrania, el C�ucaso y Transcaucasia, donde eliminar la tendencia guerrillista fue tarea �mproba.
En 1920, un eminente activista militar escrib�a: "A pesar de todos los esfuerzos, lamentaciones y ruido que ha costado nuestra Pol�tica militar, en cuanto al reclutamiento de especialistas militares en el Ej�rcito Rojo y otros extremos, el encargado del departamento de Guerra, camarada Trotsky, ha demostrado tener raz�n. Con mano de hierro ha ido desarrollando la pol�tica militar indicada, desde�ando todas las amenazas... Las victorias del Ej�rcito Rojo en todos los frentes constituyen la mejor prueba de la justeza de esa pol�tica militar." Sin embargo, hasta hoy mismo persisten sin remisi�n en innumerables libros y art�culos las viejas leyendas de la traici�n de los generales" a quienes yo nombr�. Estas acusaciones suenan a necias, sobre todo al recordar que veinte a�os despu�s de la Revoluci�n de octubre, Stalin acus� de traici�n y extermin� a casi todos los mandos que �l mismo nombr�. Puede a�adirse adem�s que Sokolnikov, el informante oficial, y V. M. Smirnov, portavoz de la oposici�n, y ambos participantes activos en la guerra civil, cayeron tambi�n m�s tarde v�ctimas de la depuraci�n estalinista.
Durante el Congreso tuvo lugar una conferencia militar especial cuyas actas se conservaron, sin publicarse nunca. La finalidad de tal conferencia era dar oportunidad a todos los concurrentes, en especial a los descontentos de la oposici�n, para manifestarse con toda amplitud, libertad y franqueza. Lenin pronunci� un en�rgico discurso en esta conferencia, defendiendo la pol�tica militar. �Qu� dijo Stalin? �Habl� en pro de la posici�n del Comit� Central? Es dif�cil contestar esta pregunta en t�rminos categ�ricos. No hay duda de que actu� tras la cortina, incitando a varios oposicionistas en contra del Comisariado de Guerra. No puede dudarse de ello, teniendo en cuenta las circunstancias y los recuerdos de quienes asistieron al Congreso. Una prueba flagrante es el hecho mismo de no haberse publicado todav�a las actas de la conferencia militar del VIII Congreso, bien porque en ella no hablase Stalin una sola palabra, bien porque su intervenci�n no le sea muy c�moda en la actualidad. [Stalin, junto con Zinoviev, era tambi�n miembro de una] Comisi�n especial de conciliaci�n para redactar los acuerdos definitivos. Lo que hiciera all� permanece ignorado, salvo el mero hecho de que un sat�lite suyo, Yarolavsky, fue presentado como informante de ella.

Poco despu�s del VIII Congreso contest� a la declaraci�n de Zinoviev, quien, sin duda de acuerdo con Stalin, se hab�a encargado de defender al "insultado" Vorochilov, en una carta al Comit� Central, lo siguiente: "La sola culpa que me puedo reprochar con referencia a �l (Vorochilov) es haber invertido demasiado tiempo, sobre todo dos o tres meses, esforz�ndome en actuar por medio de negociaciones, persuasiones, combinaciones personales, cuando en inter�s de la causa lo que importaba era una firme decisi�n organizadora. Pues, en �ltimo t�rmino, la tarea pertinente en cuanto al X Ej�rcito no consist�a en convencer a Vorochilov, sino en conseguir �xitos militares en el m�nimo tiempo posible." [Y eso, naturalmente, depend�a de la m�xima coordinaci�n de planes en todo el] pa�s, que estaba dividido en ocho distritos militares compuestos de 46 comisarios militares de provincia y 344 de regi�n.
[Stalin hizo cuanto pudo por envenenar el esp�ritu del Congreso respecto a la posici�n adoptada por el Comisariado de Guerra sobre la cuesti�n militar.] Todos los documentos disponibles prueban que en virtud de su posici�n en el Comit� Central y en el Gobierno, era �l quien capitaneaba la oposici�n. Si yo lo hab�a sospechado antes, ahora estoy plenamente convencido de que las maquinaciones de Stalin con los ucranianos, sus intrigas en el Comit� Central del Partido Comunista ucraniano y otras semejantes est�n directamente relacionadas con las maniobras de la oposici�n militar. [No habiendo] cosechado laureles en Tsaritsyn, trataba de vendimiar su venganza [en la sombra].

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