OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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DEFENSA DEL MARXISMO |
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MAEZTU, AYER Y HOY[1]
I El presente panorama intelectual de España principia en una agonía, la de Unamuno, y termina en otra agonía, la de Maeztu. La agonía de Unamuno es la agonía del liberalismo absoluto, último y robusto brote del terco individualismo ibero y de la tradición municipal española. La agonía de Maeztu es la agonía del liberalismo pragmatista, conclusión conservadora y declinante del espíritu protestante y de la cultura anglosajona. Mientras a Unamuno su don-quijotismo lo empuja hacia la revolución, a Maeztu su criticismo lo empuja hacia la reacción. El caso de Maeztu ilustra, elocuentemente, la crisis de la "inteligencia" en la Europa contemporánea. El reaccionario explícito e inequívoco no ha aparecido en Maeztu sino después de tres años de meditación jesuítica y de duda luterana. Para que el pensamiento de un intelectual, formalmente liberal y orgánicamente conservador, haya recorrido el camino que separa a la reforma de la reacción, han sido necesarios tres años de experiencia reaccionaria, planeada y cumplida de modo muy diverso del que habría sido grato a un especulador teórico. El hecho ha precedido a la teoría; la acción a la idea. Maeztu ha encontrado su camino mucho después que Primo de Rivera. El "intelectual" europeo contemporáneo nos revela, a través de este caso, su impotencia ante la historia. La "inteligencia" profesional se muestra incapaz de influir en sus fases y hasta de prever sus hechos. Cualquier general casinero y crapuloso puede realizar en una noche lo que un pensamiento austero y monógamo se verá forzado a aceptar años más tarde, después de dramáticas hesitaciones. Don Ramiro de Maeztu se había adherido tácitamente a la dictadura de Primo de Rivera desde hace tiempo. Se le tenía como un mentor espiritual de la dictadura desde antes que su firma y su pensamiento se desplazaran del diario de la burguesía liberal al órgano de Primo de Rivera. Pero sólo su pase de El Sol a La Nación ha tenido el valor de una adhesión explícita y categórica al régimen militar. Hace tres años, paseaba su mirada y sus lentes de pastor anglicano por el panorama conflagrado del mundo, para proclamar melancólicamente la quiebra de la política reformista y atribuir esta responsabilidad, no al agotamiento de la función histórica y la capacidad progresista de la burguesía, sino a la ofensiva revolucionaria del proletariado, inexpertamente lanzado al ataque por jefes culpables, entre otras cosas, de no haberse inspirado en el persuasivo dictamen de Maeztu y otros retrasados retores de la democracia, burguesa. Mas, entonces Maeztu evitaba aún la apología de las dictaduras reaccionarias, consideradas como la repercusión fatal, pero no plausible, de las dictaduras revolucionarias., El liberalismo sufría una moratoria y esto estaba ciertamente mal; pero esa moratoria tenía por objeto dar jaque mate a la revolución, y esto estaba evidentemente muy bien. La responsabilidad de Maeztu y de todos los intelectuales que como él, se convierten en angustiados apologistas de la ley marcial, aparece atenuada por los hechos que, bajo el vigor de ésta, han demostrado la falencia del liberalismo y el reformismo. El espectáculo penoso de las abdicaciones y transacciones de los políticos constitucionales reducidos al pobre papel de servidores licenciados que aguardan pasivamente del monarca la orden que los restituirá al servicio de la constitución y la monarquía, no puede naturalmente ser muy alentador para la ya gastada fe de un liberal revisionista y desencantado. Pero esto no nos dispensa de denunciar la absoluta insolvencia del pensamiento reaccionario que con tanto retardo sigue a la violencia conservadora. Sometiéndose y enfeudándose a la política de Primo de Rivera, Maeztu se comporta con perfecta sinceridad burguesa, pero con rigurosa ineptitud ideológica. Este escritor documentado e interesante, que durante tanto tiempo se ha alzado a estimable altura sobre el nivel general del periodismo español, ha renegado íntegramente su liberalismo, sin sustituirlo por una doctrina más, viva o al menos por una fe más personal. En la política concreta no caben posiciones individuales. Los retores pueden lograr alguna originalidad en el discurso, pero ninguna en la acción. La única originalidad que les resulta dable, a veces, es la de la contradicción. A Maeztu, por ejemplo, que considera la civilización como un ahorro de sexualidad, coincidiendo en esto con Jorge Sorel quien escribía que "el mundo no se hará más justo sino en la medida en que se hará más casto" le toca dar su adhesión a un régimen que exhibe todas las taras del flamenquismo y del donjuanismo españoles y al que preside, como a una juerga, un general de casino, sensual y mujeriego, lo más distante posible del puritanismo y la religiosidad, designados justamente por el mismo escritor enjuiciado como la levadura espiritual de la potencia y la grandeza anglosajona.
II Aunque "es obvio que un Embajador no puede entrar en polémicas periodísticas" el señor Maeztu ha creído necesario responder al artículo en que yo examinaba el proceso y las razones de su adhesión a la dictadura de Primo de Rivera, porque "puede y debe rectificar una inexactitud". La inexactitud en que yo he incurrido y que el señor Maeztu en una carta a don Joaquín García Monge, director de Repertorio Americano2, califica de cronológica, se encontraría en el párrafo siguiente: "El reaccionario explícito e inequívoco no ha aparecido en Maeztu sino después de tres años de meditación jesuítica y de duda luterana. Para que el pensamiento de un intelectual formalmente liberal y orgánicamente conservador haya recorrido el camino que separa la reforma de la reacción han sido necesarios tres años de experiencia reaccionaria, planeada y cumplida de modo muy diverso del que habría sido grato a un especulador teórico. El hecho ha precedido a la teoría: la acción a la idea. Maeztu ha encontrado su camino mucho después de Primo de Rivera". Son estas las palabras de mi artículo que Maeztu copia para contradecirlas. Y su artículo se contrae a sostener que el "cambio central de sus ideas o, mejor dicho, la "fijación de sus ideas fundamentales" data de 1912. Hasta entonces Maeztu había escrito indistintamente en periódicos liberales como El Heraldo de Madrid y conservadores como La Correspondencia de España y, consecuente con la fórmula favorita de los hombres del 98, "escuela y despensa", no se había preocupado gran cosa del "problema de derechas e izquierdas". Posición que correspondería en propiedad a un intelectual "formalmente liberal y orgánicamente conservador", como yo me he permitido definir al señor Maeztu. Mi ilustre contradictor no niega, precisamente, el cambio. Y ni siquiera lo atenúa. Lo que le importa es su cronología. Mi inexactitud no es de concepto sino de fecha. El "reaccionario explícito e inequívoco" no ha aparecido en Maeztu después de tres años de experiencia reaccionaria, sino mucho antes de la experiencia misma. ¿Cuándo y cómo? He aquí lo que Maeztu trata de explicarnos. La cronología de su conversión es la siguiente: En 1912 de regreso de Londres, se encontró con que un militar amigo suyo, persuadido por un libro de Mr. Norman Angell de que la guerra no es negocio, se había vuelto pacifista. Los libros de Mr. Norman Angell fueron, diversa y opuestamente, camino de Damasco, de Maeztu y su amigo militar. El militar se desilusionó de la guerra y la fuerza; el escritor, por reacción, comenzó a apasionarse por ellas. Y el día en que descubrió que la fuerza tiene que ser un valor en sí misma, ese día son sus palabras, pudo advertir que "se había alejado definitivamente del sector de opinión que actualmente le combate". En 1916 publicó en inglés un libro3, traducido en 1919 al castellano con el título de La Crisis del Humanismo, que contiene sustancialmente todo su pensamiento de hoy. Conforme a esta versión, psicológica o intelectualmente sincera sin duda alguna, a pesar de provenir de un Embajador, la conversión de Maeztu ha sido en gran parte causal. Sin la claudicación de un militar honesto y sedentario, capaz de interesarse por las ideas de un pacifista inglés, Maeztu no habría leído con atención los libros de Norman Angell. Y sin meditar en estos libros, no habría llegado, al menos, tan pronto, a las opiniones expresadas en La Crisis del Humanismo. Se trata, en suma de una conversión totalmente casual, vital, pragmatista y polémica. En esto, Maeztu descubre la filiación íntimamente protestante y británica de su mente y su cultura. Y he aquí dos factores más serios de su cambio que el encuentro del militar pacifista y la lectura meditada de La Gran Ilusión. Más o menos lo mismo que al señor Maeztu, en este siglo, le sucedió a la Gran Bretaña en el siglo pasado. La Gran Bretaña era pacifista en la época del apogeo de las ideas librecambistas y manchesterianas. Gladstone, liberal, acabó practicando, sin embargo, una política imperialista. Y Chamberlain, antiimperialista de origen y escuela, se transformó, como Ministro de Colonias, en apóstol del imperialismo. Terminado el período de revolución liberal y, por ende, de emancipación política de los pueblos liquidados o reducidos a modestos límites los imperios feudales, Inglaterra advirtió que su interés había dejado de ser antiimperialista. La concurrencia de nuevos capitalistas como Alemania, la obligaba a asegurarse la mejor parte en la distribución de las colonias. El capitalismo británico se tomó agresivo, conquistador y guerrero, hasta precipitar la guerra mundial en la forma que todos sabemos. El señor Maeztu, que formal o teóricamente, había permanecido hasta 1921 fiel a una filosofía más o menos liberal, humanista y rousseauniana estaba ya espiritual y aún racionalmente demasiado impregnado del nuevo clima y del nuevo sentimiento del capitalismo británico. El militar pacifista y Norman Angell son menos responsables de lo que el señor Maeztu cree. En La Crisis del Humanismo, el señor Maeztu no se revelaba sólo contra las ideas políticas, sociales y filosóficas que se habían engendrado al impulso del movimiento romántico iniciado por Rousseau. Sus tiros, según él mismo, iban más lejos. "El culpable del romanticismo era el humanismo, el subjetivismo de los siglos anteriores y del Renacimiento, por el que el hombre había tratado de convertirse en la medida de todas las cosas, del bien y del mal, de la verdad y de la falsedad". Más o menos así razonan también los ideólogos fascistas. Su condena no se detiene en el demo-liberalismo burgués; alcanza al Renacimiento, a la Reforma y al protestantismo, después de hacer justicia sumaria de la Enciclopedia, Rousseau y la Revolución Francesa. Pero el señor Maeztu, inveterado y recalcitrante admirador de las creaciones del genio anglo-sajón, y, por consiguiente, del capitalismo y el industrialismo, de la grandeza y del poder de Inglaterra y Estados Unidos, no puede asumir esta actitud, sin contradicción flagrante con algunas de sus opiniones más caras. Al señor Maeztu le debemos sagaces críticas del ideal de Rodó, inteligentes interpretaciones del espíritu puritano y de su influencia en el fenómeno yanqui. No puede arribar, por consiguiente, a las mismas conclusiones que un neo-tomista francés o un nacionalista católico italiano. Condenando "el humanismo, el subjetivismo de los siglos anteriores y del Renacimiento", el señor Maeztu condena la Reforma, el protestantismo y el liberalismo, esto es los elementos religiosos, filosóficos y políticos de los cuales se ha nutrido la civilización capitalista, fruto de un régimen de libre concurrencia. La Reforma representó la ruptura entre el mundo medioeval y el mundo moderno. ¿Y qué es, en último análisis, el protestantismo, sino ese subjetivismo, o mejor, ese individualismo que el señor Maeztu repudia? En el terreno de la doctrina y de la historia, se le podría dirigir al señor Maeztu muchas interrogaciones embarazantes. Pero esto no cabe dentro de los límites forzosos de mi dúplica. El señor Maeztu ha rectificado una "inexactitud cronológica". Y a esta rectificación debo contraerme, sosteniendo queja inexactitud no existe. Es una inexactitud subjetiva, que tiene realidad y valor sólo para el señor Maeztu. Pero objetiva, históricamente, no tiene realidad ni valor alguno. Yo no he dicho que todas las ideas actuales del señor Maeztu sean posteriores a tres años de dictadura española. He dicho sólo que el reaccionario explícito e inequívoco no ha aparecido en él sino después de esos tres años. Poco importa que en La Crisis del Humanismo estuviese ya, en esencia, toda la filosofía actual de su autor. ¿No he definido acaso al Maeztu de ayer como un intelectual formalmente liberal y orgánicamente conservador? Maeztu había adquirido, antes de La Crisis del Humanismo, un concepto, que él llamara tal vez, realista, de la fuerza. Pero esto no fijaba todavía totalmente su posición política. Hace sólo cuatro años, en artículos de El Sol, de los cuales recordaré precisamente uno titulado "Reforma y Reacción", atribuía toda la responsabilidad del momento reaccionario que atravesaba Europa, a la agitación revolucionaria que lo había antecedido. Hasta entonces no había abandonado aún del todo, ideológicamente, el campo reformista. Esto es lo que he afirmado. Y en esto insisto. Me explico que a un hombre inteligente y culto como el señor Maeztu, con el orgullo y también la vanidad peculiar del hombre de ideas, le moleste llegar en retardo respecto de Primo de Rivera, por quien no puede sentir excesiva estimación. Pero el hecho es así, cualesquiera que sean las atenuantes que se admitan. Y mí tesis es ésta: que el destino del intelectual salvo todas las excepciones que confirman la regla, es el de seguir el curso de los hechos, más bien que el de precederlos y anticiparlos. Lo que no obsta para que la Revolución sea en gran parte, obra desinteresada.
NOTAS: 1 De dos partes consta el presente artículo. Bajo el título de Ramiro de Maeztu y la dictadura española, apareció la primera en Variedades (Lima, 28 de mayo de 1927) y Repertorio Americano (Tomo XV, Nº 17; San José de Costa Rica, 5 de noviembre de 1927). A esta segunda publicación respondió el señor Maeztu con una presunta confutación de sus juicios, en carta remitida al director de Repertorio Americano (Tomo XVI, Nº 6 11 de febrero de 1928). Y José Carlos Mariátegui ratificó y amplió sus puntos de vista en Variedades (Lima, 7 de abril de 1928) y Repertorio Americano (Tomo XVI, Nº 20; 26 de mayo de 1928), bajo el epígrafe adoptado para la publicación conjunta, porque sugiere en forma precisa la involución del autor criticado. 2 Tomo XVI, Nº 6 (pág. 95); San José, Costa Rica, 11 de febrero de 1928. 3 Authority, Liberty and Function, Londres, Allen y Unwin, 1916. |