-Has dicho que los obreros tenían que traficar e incluso robar para alimentar a sus hijos. ¿Querrías decirnos algo sobre el problema del aprovisionamiento y sobre la forma en que fue resuelto por el gobierno republicano? La prensa dijo de pronto que reinaba el hambre en Cataluña. Ese problema tenía su importancia. Olvidas que
hacía falta comer
-¡Oh! No lo olvido. Desde hace ocho días no dejo de pensar en eso y a veces intento incluso comprender la política de no intervención cuando veo el pan blanco y la buena cocina francesa.
El problema del aprovisionamiento es uno de los problemas centrales en la guerra y también en la guerra civil: es necesario comer para vivir, pero sobre todo para mantener una trinchera y para trabajar. Un tornero, un ajustador pero sobre todo un herrero, un fundidor o un peón no pueden alimentarse con discursos bonitos. No pueden producir si sólo tienen en el estómago nabos y avellanas. He visto eso de cerca.
No había en Cataluña ni en Barcelona hambre en el verdadero sentido de la palabra, como por ejemplo en Rusia en 1920. Pero había una subalimentación notable. Se comía cada vez menos. Progresivamente desaparecían la carne, el aceite, las patatas y por último incluso las legumbres iba desapareciendo. Las comíamos, pero en cantidades cada vez más pequeñas y sin aceite. En cuanto al pan, la ración era de 150 gramos por día y habitante. El peso medio de un barcelonés adulto ha disminuido cerca de 20 kilos.
Pero no el de todos los barceloneses. Para conocer bien la política de aprovisionamiento del Frente Popular, sería interesante, e incluso muy instructivo, comparar, por un lado, la baja del peso medio de un especulador, un burócrata, de la gente de buena posición, de un policía, e incluso de un carabinero, y por otro la de un obrero de una fábrica, incluso de las fábricas de guerra. No se ha hecho una estadística semejante, pero el que ha vivido en Barcelona en el año 1938 no me desmentirá cuando diga que si la categoría A, es decir los burócratas, los burgueses reconstituidos, los especuladores, los policías, los guardias de asalto, y, general, todos aquellos que formaban parte de las fuerzas represivas del Estado, engordaban a veces, mantenían su peso o, en el peor de los casos, perdían algunos kilos de grasa inútil, por el contrario, la categoría B, es decir los obreros de Barcelona, han perdido un promedio de 20 kilos de su peso.
En mi fábrica un obrero murió como consecuencia de la subalimentación que debilitó su organismo y le hizo incapaz de "resistir".
La política alimenticia del Frente Popular estaba en contradicción con el famoso precepto evangélico: "El que no trabaje, que no coma".
Eran precisamente los que menos trabajaban los que más comían. ¿Os dais cuenta del efecto que esto producía sobre la moral de la retaguardia, os dais cuenta de hasta qué punto desmoralizaba esto a los obreros? El problema de la alimentación, sólo se hablaba de esto en Barcelona.
No sólo las amas de casa, sino todos, incluso los hombres más inclinados a la filosofía... Todos se preocupaban de tener todavía una ración suplementaria de arroz, de judías, un trozo de pan. Los obreros iban cada domingo, y a veces incluso en el transcurso de la semana, al campo a buscar víveres. En las fábricas había comisiones especiales "de abastos", encargadas de comprar víveres. A los tres días de viaje, volvían; últimamente con calabazas y avellanas, y a veces con las manos vacías.
Ciertamente, hacia 1938 los alimentos ya no abundaban en Cataluña pues los campesinos abandonaban, por razones cuyo estudio sería muy interesante pero que yo dejo de lado, muchas tierras sin cultivar, y también porque las cantidades que llegaban de víveres del extranjero eran insuficientes.
Pero lo principal es que los productos alimenticios los que disponían Cataluña y España estaban repartidos la misma forma que en cualquier país burgués. Sólo que aquí era más indignante porque ocurría en plena guerra antifascista.
El obrero español no necesitaba lecciones de entrega y sacrificio. Ha demostrado que sabía sacrificarse hasta el fin, pero se han burlado de él a cada instante. El racionamiento, incluso el oficial, era organizado contra los intereses del proletariado y, en consecuencia, de la guerra.
Lejos de mí la idea de idealizar todo lo que se hacía en la Rusia revolucionaria, incluso en el periodo leninista de l917-1923. Me permito, a pesar de todo, señalar la diferencia fundamental que existía también respecto a esto en la Rusia bolchevique y la España del Frente Popular.
En Rusia, por ejemplo, se establecieron en 1918 las cartillas de pan. Se dividió a la población en cuatro categorías: la
primera categoría eran los peones, después venían los obreros de la industria ligera, después las profesiones liberales
y al final los burgueses.
En España, según las leyes de la democracia formal, la ración era igual para todos. Si los obreros de las fábricas
de guerra recibían una ración más de pan y a veces de legumbres, no era nada si lo comparamos con las raciones del subsecretariado por ejemplo o de los guardias de asalto. En cuanto a los especuladores, no se desenvolvían mal.
Un ejemplo vivo para ilustrar esto.
El fundidor mencionado antes, que trabajaba en nuestra fábrica y fue despedido por robar un pequeño bote de aceite, no quedó mal situado por eso. Comenzó a hacer viajes al campo para reunir víveres y venderlos después. Desde entonces comió
mejor que cuando ejercía el duro oficio de fundidor.
Semejante ejemplo no predispone a los obreros a trabajar.
Para resumir el problema del aprovisionamiento, podemos constatar -concluye Casanova- que los contornos de clase, o mejor las divisiones de clase, dentro del Frente Popular, sobresalían en ese terreno como sobresalían durante los días del trágico éxodo cuando unos huían en bonitos automóviles, mientras que los demás se veían obligados a ir a pie.