Al ver en la calle a un hombre en cuclillas y haciendo extra�os
ademanes, Tolstoi dedujo que estaba contemplando a un chiflado; pero, acerc�ndose,
se cercior� de que el hombre realizaba una labor necesaria: afilaba
un cuchillo con una piedra.
Lenin citaba con gusto este ejemplo. Las interminables discusiones,
querellas de bander�a, cismas entre bolcheviques y mencheviques,
pol�micas y divergencias dentro de la misma facci�n bolchevique,
todo ello parec�a al observador al margen como actividades de dementes.
Pero el toque de los acontecimientos demostr� que aquella gente
estaba realizando trabajos necesarios; la batalla no estaba empe�ada
por sutilezas escol�sticas, como se imaginaban los aficionados,
sino por las cuestiones m�s fundamentales del movimiento revolucionario.
Gracias a las minuciosas y precisas definiciones de ideas y al trazado
de claros contornos pol�ticos, s�lo Lenin y sus disc�pulos
se hallaban en situaci�n de enfrentarse con el nuevo resurgimiento
revolucionario. De ah� la ininterrumpida serie de �xitos
que r�pidamente aseguraron el dominio del movimiento obrero a los
pravdistas. La mayor�a de la vieja generaci�n hab�a
abandonado la lucha durante los a�os de la reacci�n. "Lenin
no tiene m�s que muchachos", sol�an decir desde�osamente
los liquidadores. Pero en aquello ve�a Lenin la gran ventaja de
su Partido. La revoluci�n, como la guerra, carga la mayor parte
de su tarea sobre los hombros de la juventud. El partido socialista que
no sea capaz de atraer a los adolescentes, nada tiene que esperar.
En su correspondencia secreta, la polic�a zarista que se enfrentaba
con los partidos revolucionarios no se hac�a vanas ilusiones respecto
a los bolcheviques. "Durante los �ltimos diez a�os -escrib�a
el director del Departamento de Polic�a en 1913-, el elemento, m�s
en�rgico, m�s intr�pido, capaz de luchar sin tregua,
con persistencia y continua organizaci�n, es el formado por las
organizaciones y las personas que se concentran en torno a Lenin... El
coraz�n y el alma permanentes de la organizaci�n del Partido
y de sus empresas importantes est�n en Lenin... La facci�n
de los leninistas es siempre la mejor organizada de todas, la m�s
fuerte en simplicidad de prop�sito, la de m�s recursos para
propagar sus ideas entre los trabajadores... Cuando en estos dos �ltimos
a�os el movimiento obrero comenz� a hacerse m�s fuerte,
Lenin y sus adeptos se acercaron a los trabajadores m�s que los
otros, y �l fue quien primero lanz� consignas puramente revolucionarias...
Los c�rculos bolcheviques, sus n�cleos y organizaciones,
est�n hoy diseminados por todas las ciudades. Se han establecido
contactos y correspondencia permanentes con casi todos los centros fabriles.
El Comit� Central funciona casi regularmente, y est� por
entero en manos de Lenin... En vista de ello, nada hay sorprendente en
el hecho de que actualmente se est� agrupando todo el Partido clandestino
alrededor de las organizaciones bolcheviques, y que estas �ltimas
constituyan en realidad el Partido Obrero Socialdem�crata de Rusia."
Apenas puede agregarse nada a estas manifestaciones.
La correspondencia de la plana mayor del extranjero adquiri�
un nuevo tono optimista. Krupskaia escrib�a a Shklovsky a principios
de 1913: "Todos los contactos son algo diferentes de los de antes. En cierto
modo se nota que uno trabaja con gente de ideas afines... Los asuntos del
bolchevismo marchan mejor que nunca." Los liquidadores, que se preciaban
de su realismo y no m�s lejos de ayer se mofaban de Lenin como jefe
de una secta degenerada, se encontraron de repente lanzados al margen y
aislados. Desde Cracovia, Lenin vigila incansable todas las manifestaciones
del movimiento obrero, registrando y clasificando todos los hechos que
pudieran permitirle tomar el pulso al proletariado. De los detenidos c�lculos
hechos en Cracovia respecto a colectas de dinero para la Prensa obrera,
se deduc�a claramente que en San Petersburgo el 86 por 100 de los
trabajadores que sab�an leer estaba en favor de Pravda, y s�lo
14 por 100 al lado de los liquidadores; aproximadamente la misma proporci�n
de fuerzas exist�a en Mosc�; en las provincias atrasadas,
los liquidadores estaban algo mejor, pero, en resumen, las cuatro quintas
partes de los trabajadores progresivos simpatizaban con Pravda. �Qu�
valor pod�an tener los llamamientos abstractos a la unidad de facciones
y tendencias, si la pol�tica justa opuesta a tales "facciones y
tendencias" hab�a conseguido, en el curso de tres a�os, congregar
en torno al bolchevismo a la inmensa mayor�a de los trabajadores
avanzados? Durante las elecciones para la cuarta Duma, en que emit�an
los votos todos los electores, y no �nicamente los socialdem�cratas,
el 67 por 100 de los representantes obreros se pronunciaron por los bolcheviques.
Durante el conflicto entre las dos facciones de la fracci�n de la
Duma en San Petersburgo, cinco mil votos fueron para los diputados bolcheviques,
y s�lo 521 para los mencheviques. Los liquidadores quedaron completamente
deshechos en la capital. Una relaci�n an�loga de fuerzas
se registraba en el movimiento sindical: de los trece sindicatos de Mosc�,
ni uno pertenec�a a los liquidadores; de los veinte de San Petersburgo,
s�lo cuatro, los menos proletarios y menos importantes, se encontraban
parcial o totalmente en poder de los mencheviques. A principios de 1914,
durante las elecciones de representantes en las fundaciones ben�ficas
para enfermos, los boletos de los candidatos de Pravda vencieron en toda
la l�nea. Todos los grupos hostiles al bolchevismo (liquidadores,
revoquistas, conciliadores de todo orden) resultaron ser completamente
incapaces de arraigar en la clase obrera. De aqu� extrajo Lenin
sus conclusiones: "S�lo en el curso de la lucha contra estos grupos
puede formarse en Rusia el verdadero partido socialdem�crata de
los trabajadores."
En la primavera de 1914, Emilio Vandervelde presidente entonces de
la II Internacional, estuvo en San Petersburgo para documentarse en persona
sobre el conflicto de las facciones dentro de la clase trabajadora. El
esc�ptico oportunista midi� las controversias de los b�rbaros
rusos por el rasero del parlamentarismo belga. Los mencheviques, dijo a
su vuelta, quer�an organizarse legalmente y solicitar el derecho
de coalici�n; los bolcheviques quer�an exigir la inmediata
proclamaci�n de la rep�blica y la expropiaci�n de
la tierra. Este desacuerdo se le antojaba "m�s bien pueril" a Vandervelde.
Lenin no pudo por menos de sonre�r con amargura. Pronto sobrevinieron
sucesos que hicieron posible contrastar sin error hombres e ideas. Las
"pueriles" diferencias de opini�n entre los marxistas y los oportunistas
se extendieron gradualmente por todo el movimiento obrero mundial.
"La guerra entre Austria y Rusia -escrib�a Lenin a Gorki a principios
de 1913-, ser�a una cosa muy �til para la revoluci�n
(en toda la Europa occidental), pero no es muy posible que Franz-Josef
y Nikki nos den esta oportunidad." Y, sin embargo, la dieron, aunque s�lo
a�o y medio despu�s.
Entretanto, la coyuntura industrial hab�a sobrepasado su, cenit.
Los primeros temblores subterr�neos de la crisis se comenzaba a
sentir. Pero no detuvieron la marcha huelgu�stica. Antes al contrario,
le imprimieron un car�cter m�s agresivo. Poco m�s
de seis meses antes de estallar la guerra, hab�a casi un mill�n
y medio de huelguistas. La �ltima explosi�n fuerte ocurri�
la v�spera de la movilizaci�n. El 3 de julio, la polic�a
de San Petersburgo disparaba contra una muchedumbre de trabajadores. En
respuesta a un llamamiento del Comit� bolchevique, las f�bricas
m�s importantes se declararon en huelga en se�al de protesta.
Hubo unos doscientos mil huelguistas. Por todas partes se celebraban m�tines
y manifestaciones, y hasta intentaron algunos levantar barricadas. Entre
el tumulto de estos acontecimientos en la capital que se convirti�
en un campamento militar lleg� el presidente Poincar� para
dar los �ltimos toques a los tratos con su "coronado" amigo, y tuvo
ocasi�n de atisbar de soslayo el laboratorio de la Revoluci�n
rusa. Pero pocos d�as despu�s el Gobierno se aprovech�
de la declaraci�n de guerra para borrar del mapa las organizaciones
y la Prensa de los obreros. La primera v�ctima fue Pravda. La idea
grata del Gobierno zarista era sofocar la revoluci�n con una guerra.
La aserci�n de ciertos bi�grafos de que Stalin fue el
autor de la teor�a "derrotistas, o de la f�rmula para "transformar
la guerra imperialista en guerra civil", es pura invenci�n, y atestiguan
la falta de comprensi�n del car�cter intelectual y pol�tico
de Stalin. Con nada se aven�a menos que con el esp�ritu de
innovaci�n pol�tica y de audacia te�rica. Nunca se
anticipaba a nada ni se pon�a delante de nadie. Como era un emp�rico,
siempre se asustaba de sentar conclusiones a priori, prefiriendo contar
hasta diez antes de meter la tijera. Dentro del revolucionario bulle siempre
un bur�crata conservador. La II Internacional era una m�quina
pol�tica poderosa. Jam�s se hubiera resuelto Stalin a romper
con ella por propia iniciativa. La elaboraci�n de la doctrina bolchevique
relativa a la guerra es en su integridad parte intr�nseca del historial
de Lenin. Stalin no contribuy� a ello con una sola palabra, como
tampoco lo hizo a la doctrina de la revoluci�n. No obstante, para
explicarse la conducta de Stalin durante los a�os de deportaci�n,
y especialmente durante las primeras cr�ticas semanas consecutivas
a la Revoluci�n de febrero, as� como su ruptura subsiguiente
con todos los principios de bolchevismo, es necesario bosquejar brevemente
el sistema de perspectivas que Lenin hab�a elaborado ya al principio
de la guerra y que gradualmente hab�a hecho adoptar a su Partido.
La primera cuesti�n planteada por la cat�strofe europea
era la de si los socialistas pod�an hacerse cargo de la "defensa
de la patria". No se trataba de si el socialista individual hab�a
de cumplir sus deberes de soldado. No pod�a hacer otra cosa. La
deserci�n nunca fue una pol�tica revolucionaria. Lo que se
trataba es de decidir si un partido socialista pod�a apoyar pol�ticamente
la guerra, esto es, votar los presupuestos militares, suspender su lucha
contra el Gobierno, hacer agitaci�n en pro de la "defensa de la
patria". Lenin contestaba: "No, no debe hacerlo, no tiene derecho a hacerlo;
no porque hubiese guerra, sino porque era una guerra reaccionaria, un degollamiento
sangriento provocado por los propietarios de esclavos para dividir el mundo."
La formaci�n de Estados nacionales en el continente europeo
abarcaba una �poca que comenz� aproximadamente con la gran
Revoluci�n Francesa y termin� con la paz de Versalles de
1871. Durante aquel per�odo, las guerras para establecer o defender
Estados nacionales como condici�n previa para el desarrollo de las
fuerzas productivas y de la cultura tuvieron un car�cter hist�rico
progresivo. Los revolucionarios no s�lo pod�an, sino que
estaban obligados por el deber de sostener pol�ticamente dichas
guerras. De 1817 a 1914, el capitalismo europeo, lograda su madurez sobre
la base de Estados nacionales, se sobrevivi�, transform�ndose
en capitalismo monopolista o imperialista. "El imperialismo es el estado
del capitalismo que despu�s de colmar sus posibilidades, tiende
a declinar." La causa de esta declinaci�n est� en el hecho
de que las fuerzas productivas se ven igualmente reprimidas por la armaz�n
de la propiedad privada y por las fronteras del Estado nacional. Buscando
una salida, el imperialismo se afana en dividir y subdividir el mundo.
A las guerras nacionales suceden las guerras imperialistas. Y estas �ltimas
son de �ndole reaccionario, compendio del hist�rico callej�n
sin salida, del estancamiento, de la corrupci�n del capitalismo
monopolizador.
El imperialismo s�lo puede existir porque hay naciones atrasadas
en nuestro planeta, pa�ses coloniales y semicoloniales. La lucha
de estos pueblos oprimidos por la unidad y la independencia nacional tiene
un doble car�cter progresivo, pues, por una prepara condiciones
favorables de desarrollo para su propio uso, y por otro asesta rudos golpes
al imperialismo. De donde se deduce, en parte, que en una guerra entre
una rep�blica democr�tica, imperialista, civilizada, y la
monarqu�a b�rbara y atrasada de un pa�s colonial,
los socialistas deben estar enteramente al lado del pa�s oprimido,
a pesar de ser mon�rquico, y en contra del pa�s opresor,
por muy "democr�tico" que sea.
El imperialismo cubre sus prop�sitos de saqueo (incautaci�n
de colonias, mercados, fuentes de materias primas, esferas de influencia)
bajo las ideas de "proteger la paz contra los agresores", "defender la
patria", "defender la democracia", y otras parecidas. Estas ideas son falsas
hasta la medula. "La cuesti�n de si fue uno u otro grupo quien golpe�
o declar� la guerra el primero -escrib�a Lenin en marzo de
1915-, no tiene significaci�n alguna cuando se trata de determinar
la t�ctica de los socialistas. Las frases que giran en torno a la
"defensa de la patria", "resistir a la invasi�n enemiga", "guerra
de defensa", y otras parecidas, son una completa enga�ifa para los
pueblos de ambos bandos..." En cuanto afecta al proletariado, la importancia
hist�rica objetiva de la guerra es lo �nico que tiene sentido:
�qu� clase la est� librando, y con qu� fines?,
y no las argucias de la diplomacia, que sabe c�mo pintar al enemigo
en su papel de agresor.
Igualmente esp�reas son las referencias de los imperialistas
a los intereses de la democracia y de la cultura. Puesto que la guerra
se sostiene por ambas partes, no para defender la patria, la democracia
y la cultura, sino por el ansia de repartirse el mundo y sostener la esclavitud
colonial, ning�n socialista tiene derecho a preferir un campo imperialista
a otro. De nada servir�a conjeturar, "desde el punto de vista del
proletariado, si la derrota de esta u otra naci�n ser�a un
mal menor para el socialismo". Sacrificar en nombre de ese supuesto "mal
menor" la independencia pol�tica del proletariado es traicionar
el futuro de la Humanidad.
La pol�tica de "unidad nacional" significa en tiempos de guerra,
a�n m�s que en tiempo de paz, la ayuda a la reacci�n
y la eternizaci�n de la barbarie imperialista. Rehusar tal ayuda,
que es un deber elemental socialista, no constituye, empero, sino el lado
negativo o pasivo del socialismo. Eso s�lo no basta. La tarea del
partido del proletariado es divulgar "una variada propaganda de la revoluci�n
socialista, que abarque el Ej�rcito y el teatro de la guerra, una
propaganda que revele la necesidad de volver los ca�ones, no contra
nuestros propios hermanos, los esclavos a sueldo arrancados a otros pa�ses,
sino contra los Gobiernos y partidos reaccionarios y burgueses, de todos
los pa�ses".
�Pero la lucha revolucionaria en tiempo de guerra puede acarrear
la derrota del propio Gobierno! Lenin no se asusta por tal conclusi�n.
"En todos los pa�ses, la lucha contra el propio Gobierno que sostiene
la guerra imperialista no debe detenerse ante la posibilidad de la derrota
del pa�s a consecuencia de la agitaci�n revolucionaria."
Ah� est� la esencia de la llamada teor�a del "derrotismo".
Los adversarios poco escrupulosos trataron de interpretar esto en el sentido
de que Lenin admit�a la posibilidad de colaboraci�n entre
los internacionalistas y los imperialistas extranjeros en aras de la victoria
sobre la reacci�n de la naci�n propia. En realidad, de lo
que se trataba era de la lucha general del proletariado del mundo entero
contra el imperialismo mundial, por medio de la lucha simult�nea
del proletariado de cada pa�s contra su propio imperialismo como
directo y principal antagonista. "Desde el punto de vista de los intereses
de las masas laboriosas y de la clase trabajadora de Rusia -escrib�a
Lenin a Shlvapnikov en octubre del a�o 1914-, nosotros los rusos
no podemos abrigar la menor duda, en absoluto, de que ahora y de una vez,
el mal menor ser�a... la derrota del zarismo en la presente guerra..."
Es imposible luchar contra la guerra imperialista con piadosas lamentaciones
pro paz al modo de los pacifistas. "Una de las formas de defraudar a la
clase trabajadora es el pacifismo y la predicaci�n abstracta de
la paz. Bajo el capitalismo, y especialmente en su fase imperialista, las
guerras son inevitables." La paz acordada entre imperialistas ser�
un mero respiro hasta la pr�xima guerra. S�lo una lucha revolucionaria
de masas contra la guerra y el imperialismo engendrado por ella puede asegurar
una paz aut�ntica. "Sin una serie de revoluciones, la llamada paz
democr�tica es una utop�a positivista."
La lucha contra las ilusiones del pacifismo es uno de los elementos
m�s importantes de la doctrina de Lenin. Rechazaba con particular
aversi�n la petici�n de "desarme" como utop�a flagrante
bajo el capitalismo, capaz s�lo de desviar la atenci�n de
los trabajadores de la necesidad de armarse. "La clase oprimida que no
se esfuerce por aprender el manejo de los ca�ones y por tener ca�ones,
merece ser tratada como una manada de esclavos." Y m�s adelante:
"Nuestra consigna debe ser armar al proletariado para vencer, expropiar
y desarmar a la burgues�a... S�lo despu�s que el proletariado
haya desarmado a la burgues�a podr� arrojar las armas a la
chatarra, sin traicionar su hist�rica misi�n en todo el mundo..."
Lenin no est� conforme con la simple consigna "paz", a la que opone
la de "transformar la guerra imperialista en guerra civil". La mayor�a
de los dirigentes de los partidos obreros se encontraron durante la guerra
al lado de su propia burgues�a. Lenin bautiz� tal tendencia
con el nombre de "socialchauvinismo": socialismo verbal, patrioterismo
o chauvinismo en los hechos. La traici�n al internacionalismo no
ca�a, sin embargo, del cielo, sino que era la inexcusable continuaci�n
y desarrollo de la pol�tica de adaptaci�n reformista al Estado
capitalista. "El contenido de ideas pol�ticas en el oportunismo
y el socialchauvinismo es la misma cosa: colaboraci�n de clases
en vez de la lucha de clases, repudio de la necesidad revolucionaria de
luchar, ayuda al "propio" Gobierno en una situaci�n dif�cil,
en vez de aprovechar esas dificultades para la revoluci�n."
El per�odo final de la prosperidad capitalista anterior a la
guerra (1909-1913) afirm� el nexo especialmente robusto que atra�a
a la capa superior del proletariado hacia el imperialismo. De los beneficios
suplementarios que la burgues�a arrancaba de las colonias y de los
paises atrasados, algunos gruesos bocados ca�an en el regazo de
la aristocracia obrera y tambi�n en el de la burocracia obrera.
Su patriotismo ven�a as� dictado por su directo inter�s
ego�sta en la pol�tica del capitalismo. Durante la guerra,
que puso de manifiesto todas las relaciones sociales, "los oportunistas
y los patrioteros derivaban su enorme poder de su uni�n con la burgues�a,
los Gobiernos y los Estados Mayores". Los oportunistas se pasaron en definitiva
al campo de la clase enemiga.
La tendencia intermedia, y acaso la m�s extendida dentro del
socialismo, el llamado centro (Kautsky y otros), que en tiempo de paz titubeaba
entre reformismo y marxismo, se convirti� casi en prisionero de
los socialchauvinistas bajo la capa de frases pacifistas. En cuanto a las
masas, se encontraron faltas de preparaci�n, y defraudadas por su
propia m�quina de partido, que hab�an pasado d�cadas
enteras construyendo. Habiendo efectuado la evaluaci�n sociol�gica
y pol�tica de la burocracia obrera de la II Internacional, Lenin
no se detuvo a mitad de camino. "La unidad con los oportunistas es la unidad
de los trabajadores con "su propia" burgues�a nacional y la escisi�n
de la clase trabajadora revolucionaria internacional." De aqu� su
conclusi�n sobre la necesidad, inmediata y de definitiva, de cortar
todo contacto con los socialchauvinistas. "Es imposible realizar las tareas
del socialismo ahora, es imposible lograr la movilizaci�n internacional
efectiva de los trabajadores, sin la ruptura resuelta con el oportunismo
-as� como con el centrismo-, esa tendencia burguesa dentro del socialismo."
Hasta el nombre del Partido ha de cambiarse. �No es mejor repudiar
el mancillado y desacreditado nombre de "Socialdem�cratas" y volver
al viejo nombre marxista de "Comunistas"? �Ya es hora de romper con
la II Internacional y fundar la III!
Ah� radicaba la diferencia de opini�n que tan s�lo
dos o tres meses antes de la guerra hab�a parecido "pueril" a Emilio
Vandervelde. El presidente de la II Internacional se hab�a convertido
mientras tanto en un patri�tico ministro de su rey.
El Partido bolchevique era la secci�n m�s revolucionaria
(de hecho la �nica revoluci�n) de la II Internacional. Sin
embargo, ni el Partido bolchevique encontr� desde un principio su
ruta en el laberinto de la guerra. Por regla general, la confusi�n
fue m�s penetrante y duradera entre las autoridades del Partido,
que sosten�an un contacto directo con la opini�n p�blica
burguesa. La fracci�n bolchevique de la Duma dio de pronto un r�pido
viraje hacia la derecha, uni�ndose a los mencheviques en una declaraci�n
equ�voca. En efecto, el documento le�do en la Duma el 26
de julio hac�a protestas de ser ajenos al "falso patriotismo a pretexto
del cual las clases rectoras sosten�an su pol�tica de pillaje",
pero al mismo tiempo promet�a que el proletariado "defender�a
los bienes culturales del pueblo contra toda usurpaci�n, viniese
de dondequiera, tanto del interior como del exterior". Bajo el subterfugio
de "defender la cultura", la fracci�n adoptaba una posici�n
patri�tica.
Las tesis de Lenin sobre la guerra no llegaron a San Petersburgo hasta
principios de setiembre. La recepci�n que encontraron en el seno
del Partido estuvo lejos de ser una aprobaci�n general. La mayor�a
de las objeciones afectaban a la consigna de Lenin referente al "derrotismo",
que, seg�n Shlyapnikov, origin� "perplejidad". La fracci�n
de la Duma, que dirig�a entonces Kamenev, trat� una vez m�s
de suavizar las acusadas aristas de las f�rmulas de Lenin. Lo mismo
ocurri� en Mosc� y en las provincias. "La guerra sorprendi�
a los bolcheviques sin preparaci�n -atestigua la Ojrana de Mosc�-,
y durante mucho tiempo... no lograron ponerse de acuerdo en su actitud
frente a la guerra..." Los bolcheviques de Mosc� escrib�an
en clave a Estocolmo para retransmisi�n a Lenin, que "a pesar del
respeto que le profesaban, su consejo de vender la casa (consigna de "derrotismo")
no hab�a dado en la cuerda sensible". En Saratov, seg�n el
dirigente local Antonov, "los trabajadores de las tendencias bolchevique,
menchevique y essar no estaban de acuerdo con la posici�n derrotista.
Antes bien..., eran (con raras excepciones) decididos defensistas." Entre
los trabajadores avanzados, la situaci�n era m�s favorable.
En las f�bricas de San Petersburgo aparecieron inscripciones con
el siguiente texto: "Si Rusia gana, no estaremos mejor, nos oprimir�n
m�s que nunca." Y Samoilov escrib�a: "Los camaradas de Ivanovo-Voznesensk
se dieron cuenta, con el instinto de clase de los proletarios, de cu�l
era... la ruta, acertada, y por ella marcharon ya desde los primeros meses
de la guerra."
Sin embargo, s�lo unos cuantos individuos consiguieron formular
su opini�n. Detenciones en masa desbarataron las organizaciones
socialdem�cratas. El aplastamiento de la Prensa disemin�
a los trabajadores. Tanto m�s importante lleg� a ser, en
consecuencia, la misi�n de la fracci�n de la Duma. Repuestos
del primer movimiento de p�nico, los diputados bolcheviques comenzaron
a desarrollar importantes actividades ilegales. Pero fueron detenidos no
m�s tarde del 4 de noviembre. El cargo principal contra ellos consist�a
en los documentos de la direcci�n del Partido en el extranjero.
Las autoridades acusaron a los diputados detenidos de traici�n.
Durante las investigaciones preliminares, Kamenev y los diputados, con
la sola excepci�n de Muranov, repudiaron la tesis de Lenin. En el
juicio, que se celebr� el 10 de febrero, los defensores mantuvieron
la misma l�nea. La declaraci�n de Kamenev afirmando que los
documentos que se le mostraban "contradec�an decididamente su propio
criterio sobre la actual guerra", no fue dictada s�lo por el cuidado
de su propia seguridad; esencialmente expresaba la actitud de toda la capa
superior del Partido frente al derrotismo. Con gran indignaci�n
de Lenin, la t�ctica puramente defensista de los defensores debilit�
en extremo la eficacia agitadora del juicio. La defensa legal pudo haber
ido de la mano con una ofensiva pol�tica. Pero Kamenev, que era
un pol�tico inteligente y bien educado, no hab�a nacido para
afrontar situaciones extraordinarias. Los fiscales, por su parte, hicieron
todo lo que pudieron. Rechazando el cargo de traici�n, uno de ellos,
Pereverzev, profetiz� en la vista que la lealtad de los diputados
obreros a su clase se mantendr�a en la memoria de las futuras generaciones;
mientras que sus flaquezas (falta de preparaci�n, sometimiento a
sus consejeros intelectuales, etc.), "todo eso se desvanecer� como
una c�scara hueca, junto con la imputaci�n infamante de traici�n".
Por obra de una de esas chanzas s�dicas que la historia nunca
se cansa de prodigar, a nadie sino a Pereverzev, en su calidad de ministro
de Justicia en el Gobierno de Kerensky, cupo en suerte la misi�n
de acusar a los dirigentes bolcheviques de traici�n al Estado y
espionaje, ayud�ndose para ello de c�nicas falsificaciones,
a las que ni el acusador zarista hubiera sido capaz de recurrir. S�lo
el acusador de Stalin, Vichinsky, sobrepas� en tal sentido al ministro
de Justicia dem�crata.
A pesar de la equivocada t�ctica de los defensores, el solo
hecho del juicio de los diputados obreros asest� un golpe tremendo
al mito de la "paz civil" y puso en pie a la capa de trabajadores que hab�a
pasado por la escuela de la revoluci�n. "Unos 40.000 trabajadores
compran Pravda -escrib�a Lenin en marzo de 1915-, y muchos m�s
lo leen... Es imposible destruir esa capa. Vive... y se alza sola entre
las masas populares, en su mismo coraz�n, como propagadora del internacionalismo
de los que trabajan, de los explotados, de los oprimidos." El despertar
de las masas comenz� pronto, pero su influencia se abri�
paso lentamente hacia afuera. Sujetos al servicio militar, los trabajadores
estaban ligados de manos y pies. Toda violaci�n de la disciplina
supon�a para ellos la inmediata evacuaci�n al frente, acompa�ados
de una nota de la polic�a, que era tanto como una sentencia de muerte.
Eso suced�a sobre todo en San Petersburgo, donde la vigilancia era
doblemente rigurosa.
Entretanto, las derrotas del ej�rcito zarista segu�an
su curso. La hipnosis de patriotismo y la hipnosis de temor fueron gradualmente
cediendo. Durante la segunda mitad de 1915 estallaron var�as huelgas
espor�dicas, fundadas en los precios altos de la regi�n textil
de Mosc�, pero no alcanzaron desarrollo. Las masas estaban descontentas,
pero se manten�an pac�ficas. En mayo de 1916 fulguraron algunas
revueltas aisladas entre los reclutas de las provincias. Surgieron des�rdenes
por causa de los alimentos en el Sur, y se propagaron en seguida a Kronstadt,
la fortaleza que guardaba el acceso a la capital. Finalmente, hacia fines
de diciembre, toc� el turno a San Petersburgo. La huelga pol�tica
afect� a no menos de doscientos mil trabajadores de una vez, con
la incuestionable participaci�n de las organizaciones bolcheviques.
El hielo estaba roto. En febrero comenz� una serie de huelgas y
revueltas tumultuosas, que culminaron r�pidamente en una sublevaci�n
durante la cual la guarnici�n de la capital se pas� a los
trabajadores. "El curso alem�n de desarrollo" con que contaban los
liberales y los mencheviques no se convirti� en realidad. De hecho,
los mismos alemanes se apartaron pronto del llamado "m�todo alem�n"...
En el remoto destierro, Stalin se ve�a condenado a hacer conjeturas
sobre el triunfo de la insurrecci�n y la abdicaci�n del zar.
Sobre las treinta mil millas cuadradas que aproximadamente componen
la superficie de la regi�n de Turujansk, situada en la parte septentrional
de la provincia de Yeniseisk, se desparramaba una poblaci�n de diez
mil almas poco m�s o menos, rusos y de otras comarcas. Los peque�os
poblados de dos a diez casas, rara vez m�s, se hallaban separados
entre s� por cientos de millas. Como el invierno dura all�
ocho meses cumplidos, la agricultura no existe. Los habitantes pescan y
cazan, pues abundan ambas clases de alimentos. Stalin lleg� a aquella
inhospitalaria regi�n a mediados de 1913, y encontr� all�
a Sverdlov. Al poco tiempo recibi� Alliluyev una carta en la que
Stalin le ped�a que metiera prisa al diputado Badayev para que enviase
el dinero remitido por Lenin desde la emigraci�n... "Stalin explicaba
detalladamente que necesitaba dinero en seguida para procurarse los alimentos
necesarios, petr�leo y otros efectos."
El 25 de agosto, el Departamento de Polic�a avisaba a la gendarmer�a
de Yeniseisk de la posibilidad de que los deportados Sverdlov y Djugashvili
trataran de escaparse. El 18 de diciembre, el Departamento ped�a
por tel�fono al gobernador de Yeniseisk que tomase medidas para
prevenir la fuga. En enero, el Departamento telegrafi�, a la gendarmer�a
de Yeniseisk, advirti�ndoles que Sverdlov y Djugashvili, adem�s
de los cien rublos ya recibidos, estaban a punto de recibir otros cincuenta
para organizar su fuga. En marzo, los agentes de la Ojrana acababan de
o�r que Sverdlov hab�a sido visto en Mosc�. El gobernador
de Yeniseisk se apresur� a informar que ambos deportados "est�n
presentes en persona, y se han tomado medidas para impedir que se fuguen".
En vano escribi� Stalin a Alliluyev que Lenin hab�a enviado
el dinero para petr�leo y otras cosas necesarias; el Departamento
sab�a de buena fuente (por Malinovsky mismo) que estaba preparando
su fuga.
En febrero de 1914, Sverdlov escrib�a a su hermana: "Jos�
Djugashvili y yo vamos a ser trasladados cien verstas (unas setenta millas)
al Norte, ochenta verstas (unas cincuenta y cinco millas) por encima del
C�rculo Glacial �rtico. La vigilancia es m�s severa.
Hemos sido separados del despacho de Correos, y las cartas nos llegan una
vez al mes por mediaci�n de un "peat�n" que con frecuencia
se retrasa. De echo, s�lo recibimos correo, ocho o nueve veces al
a�o..." El nuevo lugar que les fue designado era la olvidada colonia
de Kureika. Pero aquello no era bastante. "Por recibir dinero, Djugashvili
hab�a sido privado de su asignaci�n por cuatro meses. �l
y yo necesitamos dinero. Pero no lo pod�is enviar a nuestro nombre."
Al intervenir la asignaci�n, la polic�a aliviaba el presupuesto
zarista y mermaba a la vez las posibilidades de fuga.
En su primera carta desde Kureika, Sverdlov describ�a claramente
su m�todo de vida en compa��a de Stalin. "Mi instalaci�n
en la nueva residencia es mucho peor. En primer lugar, ya no vivo solo
en el cuarto. Somos dos. Est� conmigo el georgiano Djugashvili,
a quien ya conoc�a de antes, pues estuvimos una vez desterrados
juntos en otro sitio. Es un buen muchacho, pero es demasiado individualista
en materias de la vida cotidiana, en tanto que yo creo en el orden, aparente
al menos. Por eso estoy nervioso a veces. Pero esto no es tan importante.
Mucho peor es que no hay separaci�n ninguna entre nosotros y la
familia de nuestros patronos. Tenemos la habitaci�n junto a la suya,
y no hay entrada independiente. Como es natural, los chiquillos pasan con
nosotros muchas horas. A veces nos estorban. Adem�s, tambi�n,
caen por aqu� algunas personas mayores del pueblo. Vienen, se sientan
permanecen sosegados una media hora, y de repente se levantan: "Bueno,
tengo que irme, adi�s." Apenas se han marchado, viene otro visitante,
y se repite la escena. Se presentan como de intento a la hora mejor para
estudiar, al caer la tarde. No lo comprendo: de d�a tienen que trabajar.
Hemos tenido que abandonar nuestros planes anteriores y distribuir de otro
modo el horario, dejando de estudiar hasta bien pasada la medianoche. No
tenemos una gota de petr�leo; usamos velas, y como dan poca luz
para mi vista, ahora estudio siempre de d�a. En realidad, no es
mucho lo que estudio. Virtualmente, no tenemos libros..." As� viv�an
el futuro presidente de la Rep�blica de los Soviets y el futuro
dictador de la Uni�n Sovi�tica.
Lo que nos interesa m�s de la carta precedente es la reprimida
caracterizaci�n de Stalin como "un buen muchacho, pero demasiado
individualista". La primera parte de esta declaraci�n tiene por
evidente objeto moderar el efecto de la segunda. "Un individualista en
materias de la vida cotidiana" significa en este caso un hombre que, obligado
a vivir en compa��a de otra persona, no tiene en cuenta para
nada las costumbres e intereses de �sta. Un vislumbrar de orden,
en el que Sverdlov insist�a in�tilmente, exig�a cierta
voluntaria autolimitaci�n por parte del compa�ero de cuarto.
Sverdlov era por naturaleza una persona considerada. Samoilov atestigua
que era "un magn�fico camarada" en su trato personal. En el car�cter
de Stalin no hab�a la m�s ligera sombra de moderaci�n.
Adem�s, es posible que hubiese buena porci�n venganza en
su comportamiento; no olvidemos que fue Sverdlov el designado para liquidar
el cuerpo de redacci�n de Pravda con que hab�a contado Stalin
frente a la posici�n de Lenin. Stalin nunca olvidaba tales cosas;
nunca olvidaba nada. La publicaci�n; de la correspondencia completa
de Sverdlov desde Turujansk, prometida en 1924, jam�s se realiz�;
al parecer, conten�a la historia del subsiguiente empeoramiento
de las relaciones entre ambos.
Schweitzer (esposa de Spandaryan, tercer miembro del Comit�
Central que emprendi� el viaje hacia Kureika en v�speras
de la guerra, despu�s de haber sido trasladado Sverdlov de all�)
dice que en el cuarto de Stalin "la mesa estaba atestada de libros y grandes
pilas de peri�dicos, y de una cuerda tendida en un rinc�n
pend�an varios aparejos de pesca y caza de su propia elaboraci�n".
Sin duda, la queja de Sverdlov relativa a la escasez de libros hab�a
servido de est�mulo para la acci�n: los amigos contribuyeron
a engrosar la biblioteca de Kureika. Los utensilios "de su propia elaboraci�n"
no pod�an ser, naturalmente, un rifle y municiones de arma de fuego.
Eran redes de pesca y trampas para conejos y otros bichos por el estilo.
M�s tarde, Stalin no lleg� a ser tampoco un tirador ni un
cazador, en el sentido deportista de la palabra. Efectivamente, a juzgar
por aspectos generales, es m�s f�cil imagin�rsela
colocando trampas por la noche que disparando una escopeta contra un p�jaro
a la luz del d�a.
Para comunicaciones postales y de otro orden, Kureika depend�a
del pueblo de Monastyrskoye, de d�nde los hilos conduc�an
a Yeniseisk y m�s all�, hasta Krasnoyarsk. El antiguo deportado
Gaven, hoy desaparecido tambi�n, nos refiere que la comuna de Yeniseisk
estaba en contacto con la vida pol�tica, clandestina y legal. Se
manten�a desde all� correspondencia con las otras regiones
de deportados, as� como con Krasnoyarsk, que a su vez comunicaba
con los Comit�s de San Petersburgo y de Mosc�, y suministraba
a los deportados documentos clandestinos. Aun en el C�rculo �rtico
la gente se interesaba por los intereses del Partido, dividida en grupos,
discutiendo hasta enronquecer y a veces hasta el punto de odiarse cordialmente.
Sin embargo, los deportados s�lo comenzaron a diferir en principios
a mediados del a�o 1914 despu�s de llegar a la regi�n
de Turujansk el tercer miembro Comit� Central, el entusiasta Spandaryan.
En cuanto a Stalin, se mantuvo retra�do. Seg�n Shumyatsky,
"Stalin... se reconcentr� en s� mismo. Preocupado de la caza
y la pesca, viv�a en una soledad casi completa... Pr�cticamente
no necesitaba relacionarse con la gente, y s�lo de vez en cuando
sol�a visitar a su amigo Suren Spandaryan en el pueblo de Monastyrskoye,
para volver varios d�as m�s tarde a su covacha de anacoreta.
Era parco en sus descoyuntadas observaciones sobre tal o cual asunto, cu�ndo
por azar asist�a a reuniones organizadas por los deportados". Estas
l�neas suavizadas y embellecidas en una de las versiones posteriores
(incluso la "covacha" se convirti� por alg�n motivo en "laboratorio"),
deben entenderse en el sentido de que Stalin cort� toda relaci�n
personal con la mayor�a de los deportados, y los rehu�a.
No es extra�o que terminaran asimismo sus relaciones con Sverdlov:
en las mon�tonas circunstancias del destierro, hasta personas m�s
adaptables que �l no eran capaces de evitar la discordia.
"La atm�sfera moral... -escrib�a discretamente Sverdlov
en una de sus cartas que casualmente vio la luz-, no es muy favorable...
Unas cuantas disputas (desavenencias personales), posibles s�lo
en una atm�sfera de c�rcel y destierro, a pesar de su nimiedad
han producido bastante efecto sobre mis nervios...." A causa de tales "disputas",
Sverdlov gestion� su traslado a otra colonia. Otros bolcheviques
se apresuraron a abandonar Kureika: Goloschekin y Medvedev, que ahora figuran
asimismo entre los ausentes. Col�rico, brusco, consumido por la
ambici�n, Stalin no era f�cil de conllevar.
Los bi�grafos exageran sin duda cuando dicen que esta vez la
fuga era f�sicamente imposible, aunque es natural que ofreciera
serias dificultades. Las fugas anteriores de Stalin no lo fueron en el
verdadero sentido de la palabra, sino salidas ilegales del lugar de destierro.
Alejarse de Solvychegodsk, en Vologda, incluso de Narym, no supon�a
gran esfuerzo, una vez resuelto el interesado a prescindir de su "estado
legal". La regi�n de Turujansk era muy diferente: hab�a que
efectuar un viaje bastante dificultoso con renos o perros, o con un bote
en verano, o bien escondido bajo las tablas de la cala de un buque, contando
con que el capit�n del mismo tuviera alguna simpat�a por
los deportados pol�ticos; en una palabra, el desterrado en Turujansk
que quisiera escaparse se expon�a a graves riesgos. Pero que estas
dificultades no eran insuperables lo demuestra mejor que todo el hecho
de que durante aquellos a�os varias personas lograron escaparse
de aquella comarca. Cierto es que despu�s de enterarse el Departamento
de Polic�a de su plan de fuga, Sverdlov y Stalin fueron sometidos
a vigilancia especial. Pero los "guardias" �rticos, notoriamente
remisos y f�ciles de ganar por el vino, nunca hab�an retra�do
a otros a escapar de all�. Los deportados de Turujansk gozaban de
suficiente amplitud de movimientos para ello. "Stalin iba a menudo al Pueblo
de Monastyrskoye -escribe Schweitzer-, donde los desterrados sol�an
reunirse, y a tal objeto empleaba subterfugios tanto legales como ilegales."
La vigilancia no hubiera podido ser muy activa en las norte�as soledades
sin l�mite. Durante todo el primer a�o, Stalin parec�a
haber estado orient�ndose y tomando medidas preparatorias sin gran
apresuramiento: era precavido. Pero en julio del a�o siguiente estall�
la guerra. Los peligros de la existencia ilegal en las condiciones de un
r�gimen de tiempo de guerra se a�ad�an a las dificultades
f�sicas y pol�ticas de una fuga. Aquel riesgo acrecentado
fue precisamente lo que retrajo a Stalin a escaparse, como muchos otros.
"Esta vez -escribe Schweitzer-, Stalin decidi� continuar deportado.
All� continu� su trabajo, sobre el problema nacional, y termin�
la segunda parte de su libro." Shumyatsky menciona tambi�n la obra
de Stalin sobre dicho tema. Stalin escribi� efectivamente un art�culo
sobre la cuesti�n de las nacionalidades durante los primeros meses
de su destierro: a este respecto contamos con el testimonio categ�rico
de Alliluyev. "El mismo a�o (1913), a principios de invierno -escribe-,
recib� otra carta de Stalin... Un art�culo sobre la cuesti�n
nacional, que Stalin me ped�a transmitir a Lenin, ven�a tambi�n
en el sobre." El ensayo no pod�a ser muy extenso, puesto que iba
dentro de un sobre de carta ordinario. Pero, �qu� se hizo
de aquel art�culo? Durante todo el a�o 1913, Lenin continu�
desarrollando y definiendo el problema de las nacionalidades. No hubiera
podido menos de acoger con avidez aquel nuevo esfuerzo de Stalin. El silencio
acerca de la suerte que corriera el art�culo mencionado prueba simplemente
que se consider� inadecuado para publicarlo. Su empe�o por
seguir independientemente la l�nea de razonamiento que le hab�a
sido sugerida en Cracovia le hab�a extraviado, por lo visto, de
modo que Lenin no vio posibilidad de revisar el art�culo. S�lo
as� puede explicarse el hecho sorprendente de que durante los siguientes
tres a�os y medio de deportaci�n no hiciera el ofendido Stalin
ning�n intento m�s por aparecer en la Prensa bolchevique.
En el destierro, como en la c�rcel, los grandes acontecimientos
parecen particularmente incre�bles. Seg�n Shumyatsky, "las
noticias de la guerra asombraban a nuestros hombres, algunos de los cuales
tomaron notas sumamente err�neas..." "Las tendencias defensistas
ten�an muchos partidarios entre los deportados; todo el mundo andaba
desorientado", escribe Gaven. No era de extra�ar: incluso en San
Petersburgo, recientemente convertido, en Petrogrado, los revolucionarios
no estaban muy seguros de s� mismos. "Pero la autoridad de Stalin
entre los bolcheviques era tan grande -declara Schweitzer-, que su primera
carta a los deportados puso fin a todas sus dudas y afirm� a los
vacilantes." �Ad�nde ha ido aquella carta? Tales documentos
se copiaban al pasar de mano en mano, circulando por todas las colonias
de desterrados. No es posible que se perdieran todas las copias; las que
cayeron en manos de la polic�a han debido hallarse en sus archivos.
Si la "carta" hist�rica de Stalin no aparece, es sencillamente porque
no se escribi� nunca. A pesar de toda su vulgaridad, el testimonio
de Schweitzer es un tr�gico documento humano. Escribi� esta
camarada sus Memorias en 1937, veinte a�os despu�s de los
sucesos, por encargo imperioso. La colaboraci�n pol�tica
que se vio obligada a prestar a Stalin correspond�a en realidad,
aunque en escala m�s modesta, a su marido, el indomable Spandaryan,
muerto en el destierro en 1916. Naturalmente, Schweitzer sabe de sobra
lo que ocurri�. Pero el mecanismo de la falsificaci�n trabajaba
de manera autom�tica.
M�s ajustadas a los hechos son las Memorias de Shumyatsky, publicadas
unos trece a�os antes del art�culo de Schweitzer. Shumyatsky
atribu�a la parte directiva en la lucha con los patrioteros a Spandaryan.
"Fue uno de los primeros en adoptar una posici�n inflexible de "derrotismo",
y en las raras reuniones de los camaradas apostrofaba sarc�sticamente
a los socialpatriotistas..." Incluso en la edici�n de mucho despu�s,
Shumyatsky, caracterizando la general confusi�n de ideas, conserv�
la frase: "El difunto Spandaryan vio la cuesti�n clara y distintamente..."
Los otros, por lo que se deduce, no la vieron con tanta claridad. Cierto
es que Shumyatsky, que nunca estuvo en Kureika, se apresuraba a a�adir
que "Stalin, completamente aislado en su covacha, sin la menor vacilaci�n
se ajust� a una l�nea derrotista", y que las cartas de Stalin
"apoyaron a Suren en su lucha contra los adversarios". Pero la veracidad
de esta inserci�n, que tiende a asegurar a Stalin el segundo lugar
entre los "derrotistas", se debilita considerablemente al decir el mismo
Shumyatsky: "S�lo hacia fines de 1914 y principios de 1915, despu�s
de haber podido ir Stalin a Monastyrskoye para ayudar a Spandaryan, dej�
de ser �ste objeto de los ataques de posici�n." �Es
que Stalin adopt� abiertamente su posici�n internacionalista
s�lo despu�s de hablar con Spandaryan, y no desde el principio
de la guerra? En su intento de enmascarar el prolongado silencio de Stalin,
pero en realidad subray�ndolo m�s que nunca, Shumyatsky elimin�
en la nueva edici�n toda referencia al hecho de que la visita de
Stalin a Monastyrskoye ocurri� "s�lo hacia fines de 1914
y principios de 1915". De hecho, el viaje fue a fines de febrero de 1915,
cuando merced a la experiencia de siete meses de guerra, no s�lo
los vacilantes, sino tambi�n muchos activos "patrioteros", hab�an
acertado a librarse de los efectos del narc�tico. En realidad, no
pod�a haber sido de otra manera. Los dirigentes bolcheviques de
San Petersburgo, Mosc� y las provincias, acogieron las tesis de
Lenin con perplejidad y alarma. Ni uno solo las acept� en su integridad.
Por consiguiente, no hab�a el menor motivo para que la mente de
Stalin, lenta y cautelosa, llegase por s� sola a las conclusiones
que significaban una completa subversi�n en el movimiento obrero.
Durante todo su destierro, s�lo se han llegado a conocer dos
documentos en que se refleje la posici�n de Stalin frente a la guerra:
una carta personal suya a Lenin y su firma en una declaraci�n colectiva
del grupo bolchevique. La carta personal, escrita el 27 de febrero desde
el pueblo de Monastyrskoye, es la primera comunicaci�n de Stalin
a Lenin en el transcurso de toda la guerra y, al parecer, la �nica.
La reproducimos �ntegra:
Mis saludos, camarada Ilich, calurosos y cordiales. Y tambi�n
a Zinoviev y a Nadezha Konstantinovna. �C�mo va usted, c�mo
va de salud? Yo vivo como siempre, barrenando y acerc�ndome a la
mitad de mi condena. Es cansado esto, pero no hay mas remedio. �Qu�
pasa por ah�? Est� m�s animado por esos sitios...
Hace poco le� los art�culos de Kropotkin. El viejo loco
debe de haber perdido el juicio por completo. Tambi�n he le�do
un articulito de Plejanov en Ryech; es un chismoso incorregible. Ej-mah!
�Y los liquidadores, con sus agentes diputados de la Libre Sociedad
Econ�mica? No hay nadie que los sacuda, �el diablo me lleve!
�Es posible que se salgan sin su merecido? H�ganos dichosos
anunci�ndonos que pronto aparecer� un peri�dico que
les d� un buen vapuleo, a intervalos regulares y sin fatigarse.
Si se le ocurre escribir, �sta es la direcci�n: Territorio
de Turujanks, provincia de Yeniseik, pueblo de Monastyrskoye, para Suren
Spandaryan. Suyo, Koba. Timofeyi (Spandaryan) suplica que transmitan sus
agrios saludos a Guesde, Sembat y Vandervelde, por sus gloriosos (�ja,
ja!) cargos de ministros.
Esta carta, manifiestamente influida por conversaciones con Spandaryan,
ofrece en esencia muy poco, para justipreciar la posici�n pol�tica
de Stalin. El proyecto Kropotkin, te�rico de la anarqu�a
pura, se hizo un furibundo chauvinista al comenzar la guerra. Plejanov
a quien hasta los mencheviques repudiaron por completo, no hizo mejor papel.
Vandervelde, Guesde y Sembat eran blancos muy visibles en su calidad de
ministros burgueses. La carta de Stalin no hace la menor alusi�n
a los nuevos problemas que por entonces ocupaban las mentes de los marxistas
revolucionarios. La actitud frente al pacifismo, las consignas de "derrotismo"
y de "transformar la guerra imperialista en guerra civil", el problema
de formar una nueva Internacional..., tales eran los centros de rotaci�n
de innumerables debates. Las, ideas de Lenin distaban mucho de ser populares.
�Qu� hubiera sido m�s natural en Stalin que sugerir,
a Lenin su conformidad con �l, si exist�a realmente tal conformidad?
Si hemos de creer a Schweitzer, fue all�, en Monastyrskoye, donde
Stalin se enter� de las tesis de Lenin. "Es dif�cil de expresar
-escribe en el estilo de Beria- con qu� sentimiento de alegr�a,
confianza y triunfo ley� Stalin las tesis de Lenin, que confirmaban
sus propias ideas..." �Por qu� entonces no dej� traslucir
absolutamente nada sobre estas tesis en su carta? Si hubiera trabajado
independientemente sobre los problemas de la nueva Internacional, no habr�a
podido evadirse de cambiar al menos unas palabras con su maestro sobre
sus propias conclusiones, o de consultarle sobre alguna de las cuestiones
m�s arduas. Pero nada hay que lo revele. Stalin asimilaba de las
ideas de Lenin las que se ajustaban a sus propias miras. El resto se le
antojaba la m�sica indecisa del futuro, cuando no una remota "tempestad
en un vaso de agua". Con tales perspectivas lleg� m�s tarde,
la Revoluci�n de febrero (marzo de 1917).
La carta expedida desde Monastyrskoye, pobre de contenido, con su tono
artificial de airosa baladronada (�el diablo me lleve!, �ja,
ja!", etc.), revela mucho m�s de lo que su autor hubiese querido.
"Es cansado esto, pero no hay m�s remedio." Un hombre capaz de vivir
una intensa vida intelectual no escribe de ese modo. "Si se le ocurre escribir,
�sta es la direcci�n..." Un hombre que efectivamente aprecia
un intercambio de ideas te�ricas no escribe as�. La carta
lleva el caracter�stico triple sello: astucia, estupidez y vulgaridad.
No hubo correspondencia sistem�tica con Lenin durante sus cuatro
a�os de destierro, a pesar de la importancia que atribu�a
Lenin a contactos con personas de ideas afines y de su propensi�n
a sostener relaciones epistolares.
En oto�o de 1915, Lenin pregunt� al emigrado Karpinsky:
"Tengo que pedirle un gran favor: averig�e el nombre de "Koba" -(�Jos�
Dj.?, no nos acordamos). �Muy importante!" Karpinsky replic�:
"Jos� Djugashvili." �De qu� se trataba: un nuevo giro,
o una carta? La necesidad de preguntar para recordar su nombre demuestra
en efecto que no hab�a correspondencia continua.
El otro documento que lleva la firma de Stalin es una petici�n
de un grupo de deportados al Consejo de redacci�n de un peri�dico
legal dedicado a los seguros obreros.
"Voprosy Strajovaniya deber�a dedicar tambi�n toda su
solicitud y diligencia a la causa de asegurar a la clase trabajadora de
nuestro pa�s con ideas contra las predicaciones antiproletarias
y archip�tridas de los se�ores Potressovs, Levitskies y Plejanovs,
que se oponen radicalmente a los principios del internacionalismo."
Esto era indudablemente una declaraci�n contra el socialpatrioterismo,
pero tambi�n dentro de los l�mites de ideas comunes no s�lo
entre bolcheviques, sino incluso entre los mencheviques izquierdistas.
La carta, que, a juzgar por su estilo, debe de estar escrita por Kamenev,
llevaba fecha de 12 de marzo de 1916, es decir, de una �poca en
que la presi�n patri�tica llevaba ya tiempo en reflujo.
En 1915, Lenin trat� de publicar en Mosc� una antolog�a
marxista legal, para expresar, al menos con sordina o doble sentido, la
posici�n del Partido bolchevique ante la guerra. El censor retuvo
la analog�a, pero los art�culos se conservaron y aparecieron
despu�s de la revoluci�n. Junto a Lenin hallamos entre los
autores al literato Stepanov, Olminsky (de quien ya hemos hablado), Milutin,
bolchevique relativamente novicio y al conciliador Nogin, todos ellos emigrados.
Tambi�n hallamos un art�culo titulado Sobre la, escisi�n
de la Socialdemocracia alemana, por Sverdlov. Pero no hay nada en esta
antolog�a de la pluma de Stalin, que viv�a en las mismas
condiciones de destierro que Sverdlov. Esto puede explicarse, bien por
recelar Stalin hallarse en desacuerdo con los otros, o bien por haberle
molestado que no aceptasen su art�culo sobre las nacionalidades:
la vidriosidad y el capricho eran condiciones tan suyas como la cautela.
Shumyatsky manifiesta que Stalin fue llamado a filas mientras estaba
en el destierro, al parecer en 1916, cuando ya movilizaban a las quintas
viejas (entonces iba a cumplir Stalin treinta y siete a�os), pero
no se le admiti� en el Ej�rcito a causa de su brazo izquierdo
anquilosado. Pacientemente estuvo matando el tiempo m�s all�
del C�rculo �rtico, pescando, poniendo sus trampas a los
conejos, leyendo y posiblemente escribiendo tambi�n. "Es cansado
esto, pero no hay m�s remedio." Un recluso taciturno, col�rico,
no era ni mucho menos la figura central entre los deportados. "M�s
clara que otras muchas -escribe Shumyatsky, adicto a Stalin-, en la memoria
de los turujanitas se destaca la monumental figura de Suren Spandaryan,
el intransigente marxista revolucionario y magn�fico organizador."
Spandaryan lleg� a Turujansk en v�speras de la guerra, un
a�o despu�s que Stalin. "�Qu� sosiego y qu�
paz hay aqu�! -sol�a observar con iron�a-. Todo el
mundo est� de acuerdo con los dem�s en todo: los essars,
los bolcheviques, los mencheviques, los anarquistas... �No sab�is
que el proletariado de San Petersburgo est� con el o�do atento
a la voz de los desterrados...?" Suren fue el primero que adopt�
una posici�n antipatriotera e hizo que todos le escuchasen. Pero
en influencia personal sobre sus camaradas, Sverdlov manten�a el
primer puesto. "Animado y sociable", extrovertido incapaz de reconcentrarse
en el egocentrismo, Sverdlov siempre reun�a a los dem�s,
recog�a importantes noticias y las hac�a circular por las
diversas colonias de deportados, y organiz� una cooperativa de �stos
a la vez que efectuaba observaciones sistem�ticas en la estaci�n
meteorol�gica. Las relaciones entre Spandaryan y Sverdlov, llegaron
a estar tirantes. Los deportados se agruparon en tomo a estas dos figuras.
Aunque ambos grupos luchaban unidos contra la administraci�n, las
rivalidades "por esferas de influencia", seg�n expresi�n
de Shumyatsky, nunca cesaron. No es f�cil averiguar hoy en qu�
principios se basa aquella discordia. Antagonista de Sverdlov, Stalin apoyaba
a Spandaryan discretamente a un brazo de distancia.
En la primera edici�n de sus Memorias, Shumyatsky escrib�a:
"La administraci�n de la regi�n se dio cuenta de que Suren
Spandaryan era el m�s activo de los revolucionarios, y le consideraba
el l�der de todos. " En una edici�n posterior, se suprimi�
esta frase para incluir a dos personas: Sverdlov y Spandaryan. El agente
Kibirov, con quien al parecer entabl� Stalin relaciones amistosas,
hac�a objeto de una vigilancia insistente a Spandaryan y a Sverdlov,
consider�ndolos "los cabecillas de todos los deportados". Perdido
por un momento el hilo oficial, Shumyatsky se olvid� por completo
de mencionar a Stalin en tal calidad. La raz�n no es dif�cil
de comprender. El nivel general de los deportados en Turujansk era considerablemente
superior al promedio. All� se encontraban a la vez los hombres que
constitu�an el n�cleo esencial del centro ruso: Kamenev,
Stalin, Spandaryan, Sverdlov, Goloschekin y varios otros bolcheviques destacados.
No hab�a m�quina pol�tica alguna en el destierro,
y era imposible dirigir desde el an�nimo, tirando de las cuerdas
detr�s de la cortina. Todos estaban bien a la vista de los otros.
La astucia, la firmeza y la persistencia no bastaban para ganar a aquella
gente tan experimentada: hab�a que ser culto, pensador independiente
y polemista experto. Spandaryan, al parecer, se distingu�a por el
superior atrevimiento de sus ideas, Kamenev por su m�s amplia preparaci�n
escolar y universalidad de criterio, Sverdlov por su grande actividad,
iniciativa y flexibilidad. Por eso Stalin se "reconcentr� en s�
mismo", limit�ndose a observaciones monosil�bicas, que Shumyastky
se acord� de tildarlas de "agudas" s�lo en una posterior
edici�n de su trabajo.
�Estudi� Stalin en el destierro? En este caso, �qu�
estudi�? Ya hab�a pasado hac�a tiempo la edad en que
uno se contenta con lecturas sin objeci�n ni selecci�n. S�lo
pod�a avanzar estudiando cuestiones pol�ticas espec�ficas,
tomando notas, tratando de formular sus propias ideas por escrito. Pero
aparte de la referencia a su art�culo sobre el problema de las nacionalidades,
nadie tiene una sola palabra que decir sobre la vida intelectual de Stalin
durante esos cuatro a�os. Sverdlov, que no era ning�n t�cnico
ni literato, escribi� cuatro art�culos en aquella �poca,
hac�a traducciones de lenguas extranjeras y colaboraba regularmente
en la Prensa de Siberia. "De ese modo mis asuntos no marchan mal", escrib�a
en tono optimista a un amigo suyo. Despu�s de la muerte de Ordzhonikidze,
que no ten�a predilecci�n ninguna por la teor�a, su
viuda escribi� a prop�sito de los �ltimos a�os
de c�rcel de su marido: "Estudiaba y le�a sin tregua. Largos
extractos de cuanto hab�a le�do durante aquella temporada
se conservaban en el grueso cuaderno forrado de hule enviado a Sergo por
las autoridades de la c�rcel." Todo revolucionario llev�
consigo de la c�rcel y el destierro tales cuadernos forrados de
hule. Verdad es que muchos se perdieron durante fugas y registros. Pero
de su �ltimo destierro Stalin pudo haber salvado lo que hubiese
querido en las mejores condiciones, y en los a�os siguientes no
fue �l precisamente el sometido a registros, sino, por el contrario,
el que somet�a a otros a tales pruebas. A pesar de eso, es in�til
buscar el menor rastro de su vida intelectual durante todo aquel per�odo
de soledad y ocio. Durante cuatro a�os (los a�os del revivir
del movimiento, revolucionario en Rusia, de la Primera Guerra Mundial,
del colapso de la Socialdemocracia internacional, de una lucha vehemente
de ideas sobre el socialismo, de la cimentaci�n de la nueva Internacional),
es imposible que no empu�ara Stalin la pluma para nada. Y, sin embargo,
en todo cuanto escribi� despu�s no parece haber una sola
l�nea que pudiera haber servido para aumentar su reputaci�n
de �ltima hora. Los a�os de guerra, los a�os de abrir
paso a la Revoluci�n de octubre, son un espacio en blanco en la
historia de las ideas de Stalin.
El internacionalismo revolucionario hall� su expresi�n
acabada en los puntos de la pluma del "emigrado" Lenin. El palenque de
un solo pa�s, y adem�s, de la atrasada Rusia, era demasiado
limitado para permitir la evaluaci�n justa de una perspectiva mundial.
As� como el emigrado Marx tuvo necesidad de Londres, que en su tiempo
era el centro del capitalismo, para integrar la filosof�a alemana
y la Revoluci�n Francesa con la econom�a inglesa, tambi�n
Lenin, durante el transcurso de la guerra, hubo de estar en el punto focal
de los acontecimientos europeos y mundiales, con el fin de deducir las
conclusiones revolucionarias decisivas de las premisas del marxismo. Manuilsky,
el dirigente oficial de la Internacional Comunista despu�s de Bujarin
y antes de Dimitrov, escrib�a en 1922: "Sotsial-Democrat (El Socialdem�crata),
publicado en Suiza por Lenin y Zinoviev, y el Golps (La Voz) de Par�s
y Noshe Stovo (Nuestro Pueblo), publicado por Trotsky, ser�n para
el futuro historiador de la III Internacional los fragmentos b�sicos
de los cuales se forj� la nueva ideolog�a revolucionaria
del proletariado internacional." Se admite gustosamente que Manuilsky exageraba
el papel de Trotsky. Sin embargo, no tuvo ni siquiera un pretexto para
nombrar a Stalin. Pero luego, diez a�os m�s tarde, har�a
lo imposible por rectificar semejante omisi�n.
Tranquilizados por los mon�tonos ritmos de la nevada soledad,
los deportados estaban lejos de esperar los sucesos que acontec�an
en febrero (marzo) de 1917. Todos se vieron sorprendidos, a pesar de que
siempre mantuvieron la fe puesta en lo inevitable de la revoluci�n.
"Al principio -escribe Samoilov-, parec�a que hubi�semos
olvidado de pronto nuestras diferencias de opini�n... Las discordias
pol�ticas y las rec�procas antipat�as hubi�ranse
dicho disipadas..." Esta interesante confesi�n se ve confirmada
en todas las publicaciones, discursos y medidas pr�cticas de aquella
�poca. Derrumb�ronse las barreras entre bolcheviques y mencheviques,
entre internacionalistas y patriotas. Todo el pa�s estaba inundado
de un conciliatorismo alegre, pero miope y verbalista. La gente se tambaleaba
en el tumulto de frases heroicas, principal elemento de la Revoluci�n
de febrero, en especial durante sus primeras semanas. Grupos de deportados
aflu�an de todos los confines de Siberia, confundidos en una sola
corriente y avanzaban hacia el Oeste en una atm�sfera de exultante
embriaguez.
En uno de los m�tines de Siberia, Kamenev, que ocupaba la presidencia
en uni�n de liberales, populistas y mencheviques, como m�s
tarde se dijo, estamp� con ellos su firma en un telegrama felicitando
al gran duque Miguel Romanov por su renuncia al trono, magn�nima
en apariencia, pero cobarde en realidad, en espera de la decisi�n
de la Asamblea constituyente. No es imposible que Kamenev, saturado de
sentimentalismo, tuviera por acertado no molestar a sus colegas de Mesa
con una repulsa descort�s. En la enor7ne confusi�n de aquellos
d�as nadie paraba mientes en ello, y Stalin, a quien nadie pens�
en elegir para la presidencia, no protest� contra el desliz de Kamenev
hasta el momento en que entre ambos surgi� una lucha sin cuartel.
El primer punto de la ruta en que se reunieron trabajadores en considerable
n�mero fue Krasnoyarsk. All� exist�a ya un Soviet
de diputados. Los bolcheviques locales, que eran miembros de la organizaci�n
general en uni�n de los mencheviques, esperaban instrucciones de
los dirigentes que pasaban por all�. Envueltos por completo en la
oleada de unificaci�n, aquellos dirigentes ni siquiera pensaron
en establecer una organizaci�n bolchevique independiente. �Para
qu�? Los bolcheviques, como los mencheviques, estaban decididos
a apoyar al Gobierno provisional, a cuyo frente estaba el pr�ncipe
liberal Lvov. Tambi�n se sofocaron las diferencias de opini�n
respecto a la guerra: �era necesario defender la Rusia revolucionaria!
En tal estado de �nimo caminaban hacia Petrogrado, Stalin, Kamenev
y otros. "La ruta a lo largo del ferrocarril -recuerda Samoilov-, era algo
extraordir4rio y tumultuoso, un c�mulo de manifestaciones de bienvenida,
m�tines y actos an�logos." En la mayor�a de las estaciones
recib�a a los deportados el vecindario entusiasmado, con bandas
militares entonaban la Marsellesa; el d�a de la Internacional no
hab�a alboreado a�n. En las estaciones f�rreas de
importancia se celebraron banquetes de gala. Los amnistiados tuvieron que
hablar, "hablar, sin descanso". Muchos se quedaron af�nicos, enfermaron
de fatiga, rehusaron salir de sus veh�culos; "pero aun en ellos
no se les dejaba en paz".
Stalin no perdi� su voz, pues no pronunci� discursos.
Hab�a muchos otros, oradores expertos, entre ellos el diminuto Sverdlov,
con su potente voz de bajo. Stalin permanec�a al margen, adusto,
alarmado por el desbordamiento de la naturaleza de la manera verbal, y
mal�volo, como de costumbre. Otra vez le daban de lado las personas
de calibre muy inferior. Ya contaba con una historial de casi una veintena
de a�os de actividad revolucionaria, entrecortado por detenciones
inevitables y reanudado al huir una y otra vez. Casi diez a�os hab�an
pasado desde que Koba abandonara "la ci�naga estancada" de Tiflis
por la industrial Bak�. Hab�a trabajado en la capital de
la industria petrol�fera unos ocho meses, hab�a pasado alrededor
de seis meses en la c�rcel de Bak�, y otros nueve en el destierro
de Vologda. Un mes de actividad ilegal le vali� dos meses de castigo.
Despu�s de huir, hab�a vuelto al trabajo clandestino cerca
de nueve meses, seguidos de seis meses de encierro y nueve de deportaci�n,
una proporci�n algo m�s favorable. Al final del destierro,
menos de dos meses de trabajo ilegal, casi tres meses de c�rcel,
otros dos de confinamiento en la provincia de Vologda: dos meses y medio
de castigo por cada mes de actividad. Dos meses m�s de clandestinidad,
casi cuatro de prisi�n y destierro. Otra fuga. M�s de medio
a�o de labor revolucionaria, y luego, otra vez el presidio y el
destierro, del que s�lo le libr� la Revoluci�n de
febrero: cuatro a�os. En resumen, de sus diecinueve a�os
de participaci�n en el movimiento revolucionario, pas� dos
a�os y nueve meses deportado. No era mala proporci�n; la
mayor�a de los revolucionarios profesionales pasaron en las c�rceles
per�odos mucho m�s largos.
Durante esos diecinueve a�os, Stalin no destac� como
una figura de primera ni segunda fila. Era desconocido. Refiri�ndose
en 1911 a la carta interceptada dirigida por Koba desde Solvychegodsk a
Mosc�, el jefe de la Ojrana de Tiflis escribi� un informe
detenido de Jos� Djugashvili que no conten�a hechos de nota
ni rasgos relevantes, salvo acaso la menci�n de que Soso, alias
"Koba", hab�a comentado su carrera como menchevique. Al mismo tiempo,
refiri�ndose a Gurgen (Tsjakaya), a quien incidentalmente, se mencionaba
en la misma carta, el gendarme advert�a que este �ltimo "era
desde mucho antes uno de los revolucionarios de importancia...". Seg�n
dicho informe Gurgen fue detenido "en uni�n del famoso revolucionario
Bogdan Knunyants". �ste era no s�lo georgiano como Koba,
sino de la misma edad que �l. En cuanto a la "fama" de Djugashvili
mismo, no hay ni la m�s remota insinuaci�n de tal.
Dos a�os m�s arde, caracterizando en pormenor la estructura
del Partido bolchevique y de su plana mayor, el director del parlamento
de Polic�a hac�a constar de pasada que Sverdlov y "un tal,
Jos� Djugashvili" hab�an sido elegidos por cooptaci�n
miembros del Bur� del Comit� Central. La expresi�n
"un tal" indica que el nombre de Djugashvili nada suger�a al jefe
de Polic�a en 1913, a pesar de una fuente de informaci�n
como la de Malinovsky. Hasta hace poco, la biograf�a revolucionaria
de Stalin, que termina en 1917, no ten�a ning�n relieve.
Veintenas de revolucionarios profesionales, si no centenares, hab�an
hecho la misma clase de labor que �l, unos mejor y otros peor. Los
laboriosos investigadores moscovitas han calculado que durante el trienio
1906-1909, Koba escribi� sesenta y seis proclamas y art�culos
period�sticos, o sea menos de dos al mes. Ninguno de estos; art�culos,
que eran tan s�lo una refundici�n de ideas ajenas para sus
lectores del C�ucaso, fue traducido del georgiano ni reimpreso en
los �rganos importantes del Partido o de la facci�n. No hay
art�culo de Stalin ni referencia al mismo en ninguna lista de colaboradores
de las publicaciones de San Petersburgo, Mosc� o del extranjero
en aquel per�odo, legales o ilegales, ni de peri�dicos, revistas
o antolog�as. Contin�a considerado, no como escritor marxista,
sino como propagandista Y organizador de menor cuant�a.
En 1912, cuando sus art�culos comenzaron a aparecer m�s
o menos regularmente en la Prensa bolchevique de San Petersburgo, Koba
adopt� el seud�nimo de Stalin, derivado de staly (acero),
igual que antes Rosenfeld tomara el de Kamenev inspir�ndose en la
voz ameny (piedra): era moda entre los bolcheviques j�venes elegir
seud�nimos que evocaran dureza. Los art�culos con la firma
de Stalin no atrajeron la atenci�n de nadie: carecen de personalidad,
como no sea lo burdo de la exposici�n. Fuera del estrecho c�rculo
de dirigentes bolcheviques, nadie sab�a qui�n era su autor,
y apenas hab�a quien se interesara por saberlo. En enero de 1913,
Lenin escribi� en una bien meditada nota sobre el bolchevismo, para
la famosa obra de referencia bibliogr�fica de Rubakin: "Los principales
escritores bolcheviques son: G. Zinoviev, V. Ilich, Yu, Kamenev, P.
Orlovsky y otros." No se le pod�a ocurrir a Lenin mencionar a Stalin
entre los "principales escritores" del bolchevismo, aunque precisamente
entonces se hallaba en el extranjero, consagrado a su art�culo sobre
"nacionalidades".
Stalin sale a relucir por primera vez a los ojos de la polic�a,
como a los del Partido, no como una personalidad, sino como miembro del
Centro bolchevique. En los informes de la gendarmer�a, como en las
Memorias revolucionarias, no se le cita personalmente como iniciador, como
escritor en relaci�n con sus ideas o sus actos, sino siempre como
parte de la m�quina del Partido, como miembro del Comit�
local, como miembro del Comit� Central, como colaborador de un peri�dico,
como uno de tantos en una lista de nombres, y nunca en primer lugar.
No es chocante que se encontrara en el Comit� Central mucho
m�s tarde que otros de su edad, y no por elecci�n, sino mediante
cooptaci�n.
Desde Perm dirigieron a Lenin, en Suiza, el siguiente telegrama: "Saludos
fraternales. Salimos hoy para Petrogrado. Kamenev, Muranov, Stalin." La
idea de enviar el telegrama sali�, naturalmente, de Kamenev. Stalin
firm� el �ltimo. Aquella trinidad se encontraba ligada por
lazos de solidaridad. La amnist�a hab�a liberado las mejores
fuerzas del Partido, y Stalin pensaba turbado en la capital revolucionaria.
Necesitaba de la relativa popularidad de Kamenev y del t�tulo de
diputado de Muranov. As�, los tres llegaron juntos a un Petrogrado
sacudido por la revoluci�n. "Su nombre -escribe Ch. Windecke, uno
de sus bi�grafos alemanes- era entonces conocido en c�rculos
limitados del Partido. No le saludaron, como salud� a Lenin un mes
m�s tarde... una animada multitud con banderas rojas y m�sica.
No le saludaron, como dos meses despu�s salud� a Trotsky,
que acud�a a toda prisa de Am�rica, una diputaci�n
que sali� a recibirle a mitad de camino y le llev� a hombros.
�l lleg� sin aclamaciones ni ruidos y se puso a trabajar...
Fuera de las fronteras de Rusia, nadie ten�a idea de su existencia."