En 1883, cuando Soso iba entrando en su cuarto a�o de edad,
Bak�, la capital petrol�fera del C�ucaso, estaba unida
por ferrocarril con el puerto de Batum, en el mar Negro. A su espinazo
de cordilleras asociaba la regi�n otro de ferrocarriles. Despu�s
de la industria del petr�leo empez� a medrar la del manganeso.
En 1896, cuando Soso comenzaba a so�ar con el sobrenombre de Koba,
surgi� la primera huelga en los talleres ferroviarios de Tiflis.
En el desarrollo de las ideas, como en la industria, el C�ucaso
iba a la zaga de Rusia central. Durante la segunda mitad del �ltimo
decenio del siglo, y comenzando en San Petersburgo, la tendencia dominante
de la intelectualidad radical se�alaba hacia el marxismo. Mientras
Koba a�n languidec�a en la enmohecida atm�sfera de
la Teolog�a seminarista, el movimiento socialdem�crata hab�a
logrado alcanzar grandes dimensiones. Una oleada tempestuosa de huelgas
se extend�a a lo largo y a lo ancho de todo el pa�s. Al principio,
los primeros cientos, y luego miles de intelectuales y trabajadores sufrieron
prisi�n y destierro. Se hab�a abierto un nuevo cap�tulo
en el movimiento revolucionario.
En 1901, cuando Koba fue elegido miembro del Comit� de Tiflis,
hab�a, aproximadamente, cuarenta mil obreros industriales en Transcaucasia
ocupados en nueve mil empresas, sin contar los talleres artesanos. Un n�mero
insignificante, si se tiene en cuenta la superficie y las riquezas de esta
regi�n, ba�ada por dos mares; de todos modos, ya estaban
sentadas las piedras angulares de la propaganda socialdem�crata.
Los pozos de petr�leo de Bak�, las primeras extracciones
de manganeso de Chitaur, las actividades vivificantes de los ferrocarriles,
todo ello dio �mpetu, no s�lo al movimiento huelgu�stico
de los obreros, sino tambi�n al pensamiento te�rico de la
intelectualidad georgiana. El peri�dico liberal Kvali (El Surco)
registr�, con sorpresa m�s que con hostilidad, la aparici�n
en el escenario pol�tico de representantes del nuevo movimiento:
"Desde 1893, algunos j�venes que simbolizan una singular tendencia
y propugnan un programa �nico han venido colaborando en publicaciones
georgianas; defienden la teor�a del materialismo econ�mico."
Para distinguirlos de la nobleza progresista y de la burgues�a liberal,
que hab�an dominado durante la d�cada anterior, se dio a
los marxistas el remoquete de Mesamedasi, que significa "el tercer grupo".
A la cabeza del mismo figuraba No�
Jordania, el futuro jefe de
los mencheviques ucranianos y tambi�n de la ef�mera democracia
georgiana.
Los intelectuales peque�oburgueses de Rusia, que aspiraban a
librarse de la opresi�n del r�gimen policiaco y de la torpeza
de aquel hormigueo impersonal que era la vieja sociedad, tuvieron que saltarse
las etapas intermedias a causa del retraso extremo en que estaba sumido
el pa�s. El protestantismo y la democracia, bajo cuya bandera se
hab�an producido las revoluciones de los siglos XVII y XVIII en
el Occidente, llevaban mucho tiempo transformadas en doctrinas conservadoras.
Los bohemios semimendicantes del C�ucaso no pod�an ser ya
sugestionados por abstracciones liberales. Su hostilidad a las clases privilegiadas
exig�a una teor�a nueva, que no hubiese incurrido a�n
en concesiones. La hallaron en el socialismo occidental, en su expresi�n
cient�fica m�s sublime, el marxismo. Ya no se litigaba sobre
la igualdad ante Dios o ante la Ley, sino sobre la igualdad econ�mica.
En realidad, recurriendo a la remota perspectiva socialista, los intelectuales
aseguraban su lucha antizarista contra el escepticismo de los experimentos
desalentadores de la democracia occidental. Estas condiciones y circunstancias
determinaron el car�cter del marxismo ruso y m�s a�n
del cauc�sico, que era sumamente limitado y primitivo, por haberlo
adaptado a las necesidades pol�ticas de intelectuales retrasados
de provincia. Falto de realismo te�rico, aquel marxismo prest�,
sin embargo, un se�alado servicio a los intelectuales, al inspirarlos
en su lucha contra el zarismo.
El lado cr�tico del marxismo de la �ltima d�cada
del siglo XIX estaba orientado en primer lugar contra el est�ril
populismo, que mostraba un supersticioso miedo al desarrollo capitalista,
esperando encontrar en Rusia rumbos hist�ricos privilegiados, "excepcionales".
La defensa de la misi�n progresiva del capitalismo pas� a
ser entonces el tema principal del marxismo y de los intelectuales, quienes
no pocas veces pon�an en segundo t�rmino el programa de la
lucha de clases proletaria. En la Prensa legal, No� Jordania predicaba
asiduamente la unidad de los intereses "de la naci�n"; en relaci�n
con esto pensaba en la necesidad de unir el proletariado y la burgues�a
contra la autocracia. La idea de tal uni�n hab�a de convertirse
m�s tarde en la piedra angular de, la pol�tica menchevique,
y a la postre fue causa de su ruina. Los historiadores oficiales del Soviet
contin�an a�n tomando nota de la idea de Jordania, present�ndola
de m�ltiples maneras, aunque se haya perdido hace mucho tiempo en
el curso de la contienda. Al mismo tiempo, cierran sus ojos al hecho de
que tres d�cadas m�s tarde Stalin aplicaba esa misma pol�tica
menchevique no s�lo en China, sino en Espa�a, y aun en Francia,
y en circunstancias incomparablemente menos propicias que las reinantes
cuando la Georgia feudal yac�a bajo las plantas del zarismo.
Pero aun en aquellos d�as, las ideas de Jordania no fueron universalmente
aceptadas. En 1895,
Sasha Tsulukidze que fue m�s tarde uno de los
m�s destacados propagandistas del ala izquierda, ingres�
en el Mesame-dasi. Muri� tuberculoso a los veintinueve a�os,
dejando tras �l multitud de trabajos period�sticos que prueban
su gran preparaci�n marxista y su talento literario. En 1897, las
filas de Mesame-dasi fueron engrosadas por
Lado Ketsjoveli, quien, como
Koba, hab�a sido alumno de la escuela teol�gico de Gori y
del Seminario de Tiflis. Pero era algunos a�os mayor que Koba, a
quien hab�a servido de gu�a durante las primeras etapas de
su carrera revolucionaria. Yenukidze recordaba en 1923, cuando los autores
de Memorias a�n disfrutaban de la libertad suficiente, que Stalin
"ensalz� muchas veces con admiraci�n los extraordinarios
talentos del difunto camarada Ketsjoveli, que aun en aquellos d�as
sab�a plantear cuestiones correctamente conforme al esp�ritu
del marxismo revolucionario". Ese testimonio, especialmente la referencia
a la "admiraci�n, refuta los relatos posteriores de que ya entonces
era Koba el dirigente y Tsulukidze y Ketsjoveli tan s�lo sus "auxiliares".
Puede tambi�n a�adirse que los art�culos del joven
Tsulukidze, en su contenido y forma, son muy superiores en todo a cuanto
escribi� Koba dos o tres a�os despu�s.
Habiendo ocupado su puesto en el ala izquierda del Mesame-dasi, Ketsjoveli
atrajo a su seno al joven Djugashvili en el curso del a�o siguiente.
En aquella �poca no era una organizaci�n revolucionaria,
sino un c�rculo de personas de opiniones coincidentes agrupadas
en torno al peri�dico legal Kvali, que en 1898 pas� de manos
de los liberales a las de los marxistas j�venes, conducidos por
Jordania.
"Con frecuencia visit�bamos en secreto las oficinas del Kvali
-relata Iremashvili-. Koba fue con nosotros varias veces, pero despu�s
se burl� de los miembros del Consejo editorial." Las diferencias
de opini�n en el campo marxista a la saz�n, aunque elementales,
no por eso dejaban de tener importancia. El ala moderada no cre�a
realmente en la revoluci�n, y menos en que estuviera pr�xima,
y contaba con el persistente "progreso", deseando unirse con los liberales
burgueses. El ala izquierda, por el contrario, sinceramente confiaba en
un levantamiento revolucionario, de las masas, y era partidaria, por lo
tanto, de una pol�tica m�s independiente. En esencia, el
ala izquierda estaba integrada por dem�cratas revolucionarios que
se entregaban a una natural oposici�n frente a los semiliberales
"marxistas". En virtud de su anterior ambiente y de su car�cter
personal, era natural que Soso se inclinase instintivamente hacia el ala
izquierda. Un dem�crata plebeyo, de tipo provinciano, armado de
una doctrina "marxista" bastante primitiva; as� fue c�mo
se incorpor� al movimiento revolucionario, y as� continu�
en lo esencial hasta el fin, a pesar de la �rbita fant�stica
de su sino personal.
En 1898, siendo a�n seminarista, Koba se puso en contacto con
trabajadores y entr� en la organizaci�n socialdem�crata.
"Una noche, Koba y yo -recuerda Iremashvili- fuimos en secreto desde el
Seminario de Mtatsminda a una casita reclinada sobre una roca, y que pertenec�a
a un obrero de los ferrocarriles de Tiflis. Tras nosotros llegaron ocultamente
otros del Seminario que compart�an nuestras opiniones. Tambi�n
acudieron con nosotros a una organizaci�n obrera socialdem�crata
de ferroviarios." Stalin mismo habl� de ello en 1926, en un mitin
celebrado en Tiflis:
"Recuerdo el a�o 1898, en que se me confi� el primer
c�rculo de trabajadores de los talleres ferroviarios. Recuerdo c�mo
en casa del camarada Sturua, en presencia de Silvestre Dzhibladze (que
en aquel tiempo era uno de mis maestros...) y de otros aventajados trabajadores
de Tiflis, recib� lecciones de trabajo pr�ctico... Aqu�,
en el c�rculo de estos camaradas, recib� mi primer bautismo
de fuego revolucionario; aqu�, en el c�rculo de estos camaradas,
me convert� en disc�pulo de la revoluci�n..."
En los a�os 1898-1900, en los talleres ferroviarios y en diversas
f�bricas de Tiflis estallaron huelgas con la activa participaci�n
y, a veces, bajo la direcci�n de los j�venes socialdem�cratas.
Entre los obreros se distribu�an proclamas impresas a mano con cepillos
de limpiabotas en una imprenta subterr�nea. El movimiento segu�a
a�n desarroll�ndose dentro del esp�ritu del "economismo".
Parte del trabajo ilegal recay� sobre Koba; no es f�cil
determinar cu�l fuese aquella parte. Pero, por lo visto, ya hab�a
conseguido convertirse en un iniciado en el mundo del subsuelo revolucionario.
En 1900, Lenin, que acababa de regresar de su destierro de Siberia,
march� al extranjero con el expreso designio de fundar un peri�dico
revolucionario, para convocar con su ayuda al partido disperso y encarrilarlo
definitivamente hacia el esfuerzo revolucionario. Simult�neamente,
un viejo agitador, el ingeniero V�ctor Kurnatovsky, confidencialmente
iniciado en dichos planes, se traslad� de Siberia a Tiflis. �l
fue, y no Koba, como aseguran los historiadores bizantinos, quien sac�
a la socialdemocracia de Tiflis de sus limitaciones "economistas" e impuls�
sus actividades por una senda m�s revolucionaria.
Kurnatovsky hab�a iniciado su actividad revolucionaria con el
partido terrorista Narodnaya Volya (Voluntad Popular). En la �poca
de su tercer destierro, hacia fines del siglo, �l, que ya era marxista,
estrech� relaciones con Lenin y su c�rculo. El peri�dico
Iskra (La Chispa), fundado por Lenin en el extranjero, y cuyos adictos
comenzaron a ser conocidos por el calificativo de iskrovitas, tuvo en la
persona de Kurnatovsky su principal representante en el C�ucaso.
Los trabajadores viejos de Tiflis lo recuerdan: "En todas las controversias
y discusiones, los camaradas acud�an a Kurnatovsky. Sus conclusiones
y decisiones se aceptaban siempre sin debate." De ese testimonio extrae
uno la importancia que en el C�ucaso ten�a aquel incansable
e inflexible revolucionario, cuyo sino personal era una combinaci�n
de dos elementos: lo heroico y lo tr�gico.
En 1900, indudablemente por iniciativa de Kurnatovsky, se constituy�
el Comit� del partido socialdem�crata de Tiflis. Estaba compuesto
exclusivamente de intelectuales. Koba, que evidentemente sucumbi�
poco despu�s, como muchos otros, al prestigio de Kurnatovsky, no
fue todav�a miembro de aquel Comit�, el cual dicho sea de
paso, no sobrevivi� mucho tiempo. Desde mayo hasta agosto, una oleada
de huelgas afect� a los establecimientos comerciales de Tiflis;
entre los huelguistas de los talleres ferroviarios figuraban el cerrajero
Kalinin, futuro presidente de la Rep�blica Sovi�tica, y otro
trabajador ruso, Alliluyev, futuro suegro de Stalin.
Mientras tanto, en el Norte, por iniciativa de unos estudiantes universitarios,
comenz� un ciclo de demostraciones callejeras. Una gran manifestaci�n
de 1.º de mayo moviliz� en 1900, en Jarkov, a la mayor�a
de los obreros de la ciudad, y levant� un eco de asombro y alborozo
por todo el pa�s. Otras ciudades siguieron el ejemplo. "La socialdemocracia
comprendi� -escribi� el general Spiridovich, de la gendarmer�a-
la tremenda significaci�n agitadora de salir a la calle.
A partir de entonces tom� para s� la iniciativa de las
manifestaciones atrayendo a ellas un n�mero cada vez mayor de trabajadores.
No pocas veces, las manifestaciones callejeras tuvieron su origen en huelgas."
Tiflis no permaneci� en calma mucho tiempo. La fiesta de 1.º
de mayo (no olvidemos que a�n reg�a en Rusia el calendario
antiguo) estaba fijada para el 22 de abril de 1901, en que tuvo lugar una
manifestaci�n callejera en el coraz�n de la ciudad, con la
participaci�n de unas dos mil personas. En un encuentro con la polic�a
y los cosacos, resultaron heridos catorce manifestantes y detenidos m�s
de cincuenta. Iskra no, dej� de se�alar la gran importancia
sintom�tica de la manifestaci�n de Tiflis: "A partir de aquel
d�a comenz� en el C�ucaso un abierto movimiento revolucionario."
Kurnatovsky, que ten�a a su cargo la labor de preparaci�n,
hab�a sido detenido la noche del 22 de marzo, un mes antes de la
manifestaci�n. Aquella noche se hizo un registro en el observatorio
donde Koba estaba empleado; pero no lo cogieron porque pudo escapar a tiempo.
La administraci�n policiaca resolvi� "...localizar al citado
Jos� Djugashvili e interrogar al acusado". De este modo pas�
Koba al "estado de ilegalidad" y vino a ser un "agitador profesional" para
largo tiempo. Ten�a entonces veinti�n a�os. A�n
quedaban diecis�is a�os hasta que la victoria pudiera lograrse.
Habi�ndose librado de la detenci�n, Koba pas� las
primeras semanas siguientes escondido en Tiflis, y as� pudo arregl�rselas
para tomar parte en la manifestaci�n de 1.º de mayo. Beria
lo consigna as� categ�ricamente, y a�ade, como siempre,
que Stalin la dirigi� "en persona". Por desgracia, no inspira cr�dito
Beria. Pero en este caso existe tambi�n el testimonio de Iremashvili,
aunque �ste no estaba entonces en Tiflis, sino en Gori, ejerciendo
la profesi�n de maestro. "Koba, que era uno de los dirigentes a
quienes se buscaba -dice-, pudo esconderse escapando de la plaza del mercado
cuando estaban a punto de detenerle... Se march� a su ciudad hogare�a
de Gori. No pod�a vivir con su madre, porque all� era donde
primero acudir�an en su busca; de modo que tuvo que estar oculto
en el mismo Gori. Secretamente, durante las horas de la noche, vino con
frecuencia a visitarme.
Desde Gori, Koba regres� evidentemente en forma clandestina
a Tiflis, pues, seg�n informes de la administraci�n de polic�a
armada (gendarmer�a), "en oto�o de 1901, Djugashvili fue
elegido miembro del Comit� de Tiflis..., particip� en dos
sesiones del mismo, y hacia fines del a�o fue destinado a hacer
propaganda en Batum...". Como los gendarmes no ten�an otro norte
que el de atrapar revolucionarios, y, gracias a la agencia confidencial
sol�an estar bien informados, podemos considerar demostrado que
en 1898-1901 no desempe�� Koba el papel dirigente en Tiflis
tal como se le ha atribuido en a�os recientes; hasta el oto�o
de 1901, ni siquiera fue miembro de su Comit� local, sino uno de
los propagandistas, esto es, un dirigente de c�rculos.
Hacia fines de 1901, Koba se traslad� de Tiflis a Batum, en
las riberas del mar Negro, cerca de la frontera turca. Este traslado puede
explicarse por una doble necesidad: la de ocultarse a los ojos de la polic�a
de Tiflis y la de introducir propaganda revolucionaria en las provincias.
Las publicaciones mencheviques dan, sin embargo, otra raz�n. Seg�n
ellas, desde los primeros tiempos de sus actividades en c�rculos
de obreros, Djugashvili atrajo la atenci�n hacia su persona por
sus intrigas contra Dzhibladze, principalmente de la organizaci�n
en Tiflis. A pesar de haber sido advertido, continu� propagando
calumnias "con el fin de minar a los aut�nticos y reconocidos representantes
del movimiento y de lograr una posici�n preeminente". Juzgado ante
un tribunal del Partido, Koba fue considerado culpable de una calumnia
impropia de un camarada y expulsado de la organizaci�n por unanimidad.
Apenas hay posibilidad de confirmar este relato, que procede, no hay que
olvidarlo, de los adversarios m�s enconados de Stalin. Los documentos
de la gendarmer�a de Tiflis (en todo caso, los publicados hasta
hoy) no dicen nada acerca de que Jos� Djugashvili fuese expulsado
del Partido, antes bien mencionan su designaci�n "para hacer propaganda"
en Batum. Por consiguiente, podr�amos dar de lado la versi�n
menchevique, sin m�s reparos si otro testigo no indicase que su
traslado a Batum fue consecuencia de cierto desagradable incidente.
Uno de los primeros y m�s conscientes historiadores del movimiento
obrero en el C�ucaso fue T. Arkomed, cuya obra se public�
en Ginebra en 1910. En ella se refiere al enojoso conflicto que surgi�
en la organizaci�n de Tiflis por el oto�o de 1901 sobre la
cuesti�n de incluir en el Comit� representantes elegidos
de los obreros: "Contra ello se pronunci� cierto joven, que en todo
interven�a y de todo sab�a, quien, aduciendo consideraciones
de conspiraci�n, falta de preparaci�n y de conciencia de
clase entre los trabajadores, se mostr� opuesto a que entrasen obreros
a formar parte del Comit�. Volvi�ndose a los obreros, termin�
su intervenci�n con estas palabras: "Aqu� se adula a los
obreros; y yo os pregunto: �Hay entre vosotros siquiera uno o dos
trabajadores aptos para el Comit�? �Decid la verdad, con la
mano sobre el coraz�n!"" Pero los trabajadores, sin hacer caso del
orador, votaron incluyendo a sus representantes en el Comit�. Arkomed
no mencionaba el nombre del "joven metomentodo", porque en aquellos d�as
las circunstancias no permit�an revelar nombres. En 1923, al reimprimir
el libro la editorial sovi�tica, el nombre continu� callado,
y nos inclinamos a creer que no por inadvertencia. Pero el mismo libro
contiene una valiosa clave indirecta. "El joven camarada a quien me refiero
-contin�a Arkomed- traslad� sus actividades de Tiflis a Batum,
de donde los trabajadores de Tiflis recibieron informes a prop�sito
de su indecorosa conducta, su agitaci�n hostil perturbadora contra
la organizaci�n de Tiflis y sus trabajadores." Todo ello es parecido
a lo que nos dec�a Iremashvili respecto a las querellas en el c�rculo
del Seminario. El "joven" semeja mucho a Koba. No cabe duda de que se alude
a �l, pues muchas reminiscencias prueban que fue el �nico
miembro del Comit� de Tiflis trasladado a Batum en noviembre de
1901. Por lo tanto, es probable que el camino en su esfera de actividad
obedeciera a que Tiflis se le hizo intolerable. Si no efectivamente "expulsado",
pudo haber sido trasladado simplemente para sanear la atm�sfera
en Tiflis. Ello explica, a su vez, la "actitud incorrecta" de Koba frente
a la organizaci�n de Tiflis, y los rumores subsiguientes sobre su
expulsi�n. Anotemos al mismo tiempo la causa del conflicto: Koba
trataba de proteger "el aparato" (la m�quina pol�tica) contra
la presi�n de abajo.
Batum, que a comienzos del siglo ten�a una poblaci�n
aproximada de treinta mil habitantes, era un importante centro industrial
del C�ucaso, con arreglo a las normas de aquellos d�as. El
n�mero de obreros empleados en las f�bricas se aproximaba
a once mil. La jornada de trabajo, como era costumbre entonces, pasaba
de catorce horas, y los salarios eran mezquinos. No es de extra�ar,
pues, que el proletario respondiese f�cilmente a la propaganda revolucionaria.
Como en Tiflis, Koba no tuvo necesidad de empezar desde la nada: ya desde
1896 exist�an c�rculos ilegales en Batum. En cooperaci�n
con el trabajador Kandelyaki, Koba extendi� la red de estos c�rculos.
En una reuni�n celebrada la v�spera del A�o Nuevo,
todos se unieron en una sola organizaci�n, a la que, sin embargo,
no se dieron prerrogativas de Comit�, y permaneci� dependiente
de Tiflis. Esto, evidentemente, fue una de las causas de los nuevos razonamientos
a que alud�a Arkomed. Koba, por regla general, no pod�a soportar
sobre �l la autoridad de nadie.
A principios de 1902, la organizaci�n de Batum consigui�
montar una imprenta clandestina, muy primitiva, instalada en la vivienda
de Koba. Esta violaci�n directa de las reglas de conspiraci�n
se debi� sin duda a la escasez de recursos materiales. "Un cuartucho
atestado, alumbrado a medias por un quinqu�. En una mesita redonda
est� sentado Koba, escribiendo. A un lado suyo est� la prensa,
en la que se afanan los tip�grafos. Los tipos se distribuyen en
cajas de cerillas y de cigarrillos y en trozos de papel. Stalin alarga
con frecuencia a los cajistas lo que acaba de escribir." As� es
c�mo evoca la escena uno de los miembros de la organizaci�n.
Debe a�adirse que el texto de la proclama estaba aproximadamente
al mismo nivel que la t�cnica con que se imprim�a. Poco despu�s,
con la cooperaci�n del agitador armenio Kamo, se trajeron de Tiflis
algo semejante a una prensa de imprimir, una caja registradora y tipos
de imprenta. El taller se ampli� y se hizo m�s eficaz. El
nivel de las proclamas lo mismo. Pero ello en nada les restaba influencia.
El 25 de febrero de 1902, la gerencia de la instalaci�n petrol�fera
de Rotschild fij� un aviso anunciando el despido de 389 obreros.
En respuesta, se declar� una huelga el 27. El trastorno afect�
tambi�n a otras f�bricas. Hubo choques con rompehuelgas y
esquiroles. El jefe de polic�a pidi� al gobernador que le
ayudase mandando tropas. El 7 de marzo, la polic�a detuvo a 32 obreros.
A la ma�ana siguiente, unos 400 obreros de la empresa Rotschild
se reunieron ante la prisi�n, pidiendo la libertad de los detenidos
o la detenci�n de todos. La polic�a traslad� a los
reunidos a cuarteles de deportaci�n. Por entonces, el sentimiento
de solidaridad iba soldando cada vez m�s �ntimamente a las
masas trabajadoras de Rusia, y esta nueva unidad se afirmaba de diversos
modos cada vez m�s en los m�s desolados rincones del pa�s;
la revoluci�n estaba ya a tres a�os de distancia... Al d�a
siguiente, 9 de marzo, tuvo lugar una manifestaci�n m�s importante.
A los cuarteles se acerc�, seg�n el sumario, "una gran, multitud
de trabajadores, con sus dirigentes a la cabeza, avanzando en ordenadas
filas, cantando, alborotando y silbando". Aquella multitud se compon�a
de un par de millares de personas. Los obreros Jimiryants y Gogoberidze,
como parlamentarios, pidieron que las autoridades militares dieran suelta
a los detenidos o los arrestase a todos. La multitud, como el tribunal
reconoci� m�s tarde, "iba en actitud pac�fica y sin
armas". Pero las autoridades supieron acabar con aquella actitud. Los obreros
contestaron al intento de los soldados de despejar la plaza a culatazos,
arrojando piedras. La tropa comenz� a disparar, ocasionando catorce
muertos y cincuenta y cuatro heridos. El suceso conmovi� a todo
el pa�s; al comienzo del siglo, los nervios humanos reaccionaban
con mucha m�s sensibilidad que hoy a la matanza en masa.
�Cu�l fue el papel de Koba en la manifestaci�n?
No es f�cil decirlo. El bi�grafo de Stalin en lengua francesa,
Barbuse, que escribi� al dictado del Kremlin, asegura que Koba ocup�
su puesto a la cabeza de la manifestaci�n de Batum "como blanco
de tiro". Esta frase aduladora contradice no s�lo el testimonio
de los archivos polic�acos, sino el car�cter mismo de Stalin,
quien nunca y en ninguna parte ocup� su puesto "como blanco de tiro"
(cosa innecesaria en absoluto, dicho sea de pasada). La editorial del Comit�
Central, que est� a las �rdenes directas de Stalin, dedic�
en 1937 un volumen �ntegro a la manifestaci�n de Batum, o
m�s bien a la parte que Stalin tom� en ella. Sin embargo,
las 240 primorosas p�ginas complican la cuesti�n todav�a
m�s, porque los "recuerdos" dictados difieren completamente de los
relatos parciales publicados con anterioridad. "El camarada Soso estuvo
siempre con nosotros", afirma Gogoberidze. El viejo trabajador de Batum,
Darajvelidze, dice que "Soso iba en medio del tempestuoso mar de trabajadores,
encabezando directamente el movimiento; �l personalmente retir�
de entre la multitud al obrero G. Kalandadze, que result� herido
en un brazo durante el tiroteo, y se lo llev� a su casa". No es
admisible que quien dirige una manifestaci�n abandone su puesto
para salvar a un hombre herido; la misi�n de un camillero puede
confiarse a cualquiera de los manifestantes menos responsables. Ninguno
de los otros autores, y son veintis�is en total, menciona este dudoso
episodio. Pero, en resumidas cuentas, esto es un simple pormenor. Los relatos
que se�alan a Koba como cabeza directa de la manifestaci�n
quedan refutados de un modo m�s concluyente por la circunstancia
de que la manifestaci�n citada, seg�n se puso bien claro
durante el juicio, tuvo lugar sin direcci�n de ning�n g�nero.
A pesar de la insistencia del fiscal, el tribunal zarista reconoci�
que aun los obreros Gogoberidze y Jimiryants, que iban efectivamente al
frente de la multitud, s�lo eran simples manifestantes, como los
dem�s. El nombre de Djugashvili, a pesar del gran n�mero
de sus defensores y testigos propicios, ni siquiera fue mencionado una
sola vez en el curso de la vista. La leyenda se derrumba as� ella
sola. La participaci�n de Koba en los acontecimientos de Batum fue
aparentemente de �ndole oscura.
Despu�s de la manifestaci�n, Koba, seg�n dice
Beria, desarroll� un "intens�simo" trabajo, escribiendo proclamas,
organizando su impresi�n y distribuci�n, transformando el
cortejo mortuorio en honor de las v�ctimas del 9 de marzo en una
"grandiosa demostraci�n pol�tica", con otras faenas por el
estilo. Por desgracia, estas exageraciones prescritas no cuentan con nadie
que las sostenga. En aquellos d�as, Koba era buscado por la polic�a
y dif�cilmente pudo haber desplegado una "intens�sima" actividad
en una ciudad peque�a, donde, seg�n el mismo escritor, hab�a
papel prominente ante los ojos de la multitud manifestante, la polic�a,
las tropas y los curiosos de la calle. En la noche del 5 de abril, durante
una reuni�n del grupo dirigente del Partido, Koba fue detenido con
otros colaboradores y sometido a prisi�n. Aquello fue el principio
de una larga serie de tediosos d�as.
Unos documentos publicados revelan en este respecto un episodio sumamente
interesante. Tres d�as despu�s de la detenci�n de
Koba, durante la entrevista regular entre los presos y sus visitantes,
alguien arroj� por una ventana al patio de la prisi�n dos
notas, contando con que uno de los visitantes pudiese recogerlas y llevarlas
a su destino. Una de ellas conten�a la petici�n de buscar
al maestro de escuela Soso Iremashvili, en Gori, y decirle que "Soso Djugashvili
hab�a sido arrestado y le ruego que inmediatamente informe de ello
a su madre, de modo que si el gendarme le preguntase: "�Cu�ndo
se march� su hijo de Gori?", contestara que hab�a estado
all� "todo el verano y el invierno hasta el 15 de marzo"".
La segunda nota, dirigida al maestro Elisabedashvili, se refer�a
a la necesidad de continuar las actividades revolucionar�as. Los
dos trozos de papel fueron interceptados por los guardianes de la prisi�n,
y el capit�n de gendarmer�a a caballo Djakeli, sin gran dificultad,
se dio cuenta de que el autor era Djugashvili y de que hab�a "tomado
parte prominente en las revueltas obreras de Batum". Djakeli envi�
inmediatamente al jefe de la gendarmer�a de Tiflis una demanda de
registro de la casa de Iremashvili, de interrogatorio de la madre de Djugashvili
y la b�squeda y arresto de Elisabedashvili. Nada dicen los documentos
de las consecuencias de estas operaciones.
Nos sirve de alivio saludar en las p�ginas de una publicaci�n
oficial un nombre que ya nos es familiar: Soso Iremashvili. Ciertamente,
Beria le hab�a mencionado ya entre los nombres del c�rculo
del Seminario, pero diciendo muy poco acerca de las relaciones entre ambos
Soso. Sin embargo, la �ndole de una de las notas interceptadas por
la polic�a es una prueba incontestable de que el autor de las Memorias
a que nos hemos referido m�s de una vez ten�a intimidad con
Koba. Es a este tocayo suyo y compa�ero de la infancia a quien el
preso conf�a el encargo de advertir a su madre. Asimismo, confirma
el hecho de que Iremashvili gozaba tambi�n de la confianza de Keke,
quien, seg�n �l nos dice, le llamaba de ni�o "su segundo
Soso". La nota disipa las �ltimas dudas relativas a la veracidad
de sus Memorias, tan valiosas, a las que para nada se refieren los historiadores
sovi�ticos. Las instrucciones que Koba, seg�n confirman sus
propias declaraciones durante el interrogatorio, trataba de transmitir
a su madre, ten�an como finalidad burlar a los gendarmes respecto
al momento de su llegada a Batum, sustray�ndose as� del inminente
juicio. No hay por qu� ver nada perjudicial en tal sentido, como
es l�gico. Enga�ar a los gendarmes era norma obligada en
ese juego tan serio que se llama conspiraci�n revolucionaria. Sin
embargo, no es posible pasar por alto sin extra�eza la inconsciencia
con que Koba expuso al peligro a dos de sus compa�eros. El aspecto
puramente pol�tico de su acci�n merece atenci�n no
menor. Ser�a natural esperar de un agitador que acaba de contribuir
a preparar una manifestaci�n de tan tr�gico desenlace, el
deseo de compartir el banquillo de los acusados con los trabajadores rasos.
No por consideraciones sentimentales, sino por arrojar luz pol�tica
sobre los sucesos y condenar el proceder de las autoridades, es decir,
por utilizar la tribuna de la sala de vistas para fines de propaganda revolucionaria.
Tales ocasiones no eran demasiado frecuentes. La falta de tal deseo en
Koba puede explicarse s�lo por su estrechez de miras. Es evidente
que no acert� a comprender la significaci�n pol�tica
de la manifestaci�n, y que su m�vil principal fue sustraerse
a las consecuencias.
Y hasta la intriga ideada para engaitar a los gendarmes no hubiera
servido de nada, si, en efecto, Koba hubiese encabezado la manifestaci�n
dirigi�ndola y ofreci�ndose como "blanco de tiro". En tal
caso, veintenas de testigos le hubieran reconocido inevitablemente. Koba
s�lo hubiera escapado con bien del juicio si su participaci�n
en el acto hubiera permanecido secreta, an�nima. En realidad, s�lo
un agente de polic�a, Chjiknadze, atestigu� en la investigaci�n
preliminar que hab�a visto a Djugashvili "entre la multitud" estacionada
ante la c�rcel. Pero el testimonio de un solo polic�a no
significa gran peso como prueba. En todo caso, a pesar de ese testimonio
y de haber sido interceptadas las dos notas de Koba, no fue procesado en
virtud de la manifestaci�n. El juicio se celebr� un a�o
m�s tarde y dur� nueve d�as. La direcci�n pol�tica
de los debates jur�dicos fue relegada �ntegramente al tierno
arbitrio de abogados liberales. Cierto es que salieron del paso con penas
m�nimas para los veinti�n encartados, pero s�lo a
costa de disminuir la importancia revolucionaria de los acontecimientos
de Batum.
El agente de polic�a que detuvo a los dirigentes de la organizaci�n
de Batum caracterizaba a Koba en su informe como uno "que hab�a
sido expulsado del Seminario Teol�gico, viv�a en Batum sin
documentos escritos ni ocupaci�n definida, y sin residencia propia,
el vecino de Gori, Jos� Djugashvili". La referencia a la expulsi�n
del Seminario no es de �ndole documental, pues un simple agente
no pod�a tener archivos a su disposici�n, y probablemente
no hac�a m�s que repetir rumores en su informe escrito; mucho
m�s importante es la alusi�n al hecho de que Koba no ten�a
pasaporte, ocupaci�n definida ni residencia fija; las tres t�picas
caracter�sticas del troglodita revolucionario.
En las viejas y abandonadas prisiones provinciales de Batum, Kutais
y nuevamente Batum, Koba pas� m�s de un a�o y medio.
En aquellos d�as, tal era el lapso obligado de encierro en espera
de la investigaci�n y el exilio. El r�gimen de las prisiones,
como el del pa�s en conjunto, era una mezcla de b�rbaro y
paternal.
Unas relaciones apacibles y aun familiares con la administraci�n
de la c�rcel desembocaban a veces en s�bitas protestas tempestuosas,
durante las cuales los presos golpeaban con las botas las paredes de sus
celdas, vociferaban, silbaban, romp�an las escudillas y todos los
enseres. Cuando se calmaba la tormenta, volv�a una temporada de
sosiego. Lolua se refiere concisamente a una de estas explosiones
en la c�rcel de Kutais "por iniciativa y bajo la direcci�n
de Stalin". No hay raz�n para dudar de que Koba tomase parte prominente
en conflictos carcelarios, y que en contactos con el personal de la prisi�n
supiera defenderse y defender a los dem�s.
"Metodiz� su vida en la c�rcel -escrib�a Kalandadze
treinta y cinco a�os m�s tarde-. Se levantaba por la ma�ana
temprano, hac�a gimnasia, y luego se entregaba al estudio del idioma
alem�n y de la literatura sobre econom�a..." No es dif�cil,
ni mucho menos, imaginarse una lista de esos libros: composiciones populares,
esto es, vulgarizaciones sobre ciencias naturales; algo de Darwin; la Historia
de la Cultura, de Lippert; acaso Buckle y Draper en traducciones del setenta
y pico; las Biograf�as de Grandes Hombres en la edici�n de
Pavlenkov; las doctrinas econ�micas de Marx, explicadas por el profesor
ruso Sieber; algo de Historia rusa, el famoso libro de Beltov sobre materialismo
hist�rico (bajo este seud�nimo aparec�a el emigrado
Plejanov en la literatura legal); finalmente, la ponderada investigaci�n
del desarrollo del capitalismo ruso, publicada en el a�o 1899, y
escrita por el desterrado V. Ulianov, el futuro N. Lenin, bajo su seud�nimo
legal de V. Ilin. All� estaban todos estos libros, poco m�s
o menos. En los conocimientos te�ricos del joven agitador hab�a,
naturalmente, grandes claros. Pero no parec�a estar mal pertrechado
contra las ense�anzas de la Iglesia, los argumentos del liberalismo
y, especialmente, los prejuicios del populismo.
En el curso de la �ltima d�cada del siglo pasado, las
teor�as del marxismo triunfaron sobre las del populismo, y esta
victoria tuvo su apoyo en los �xitos capitalistas y en el desarrollo
del movimiento obrero. Sin embargo, las huelgas y manifestaciones de los
obreros estimularon el despertar de la aldea, lo que, a su vez, trajo como
consecuencia un resurgir de la idea populista entre la intelectualidad
de las ciudades. As�, al comenzar el siglo comenz� a desarrollarse
con bastante rapidez aquella h�brida tendencia revolucionaria que
constaba de unas migajas de marxismo, repudiaba las expresiones rom�nticas
Zemlia y Svoboda (Tierra y Libertad) y Narodnaia Volia (La Voluntad del
Pueblo), adjudic�ndose el t�tulo m�s europeo de Partido
Socialista Revolucionario (Partido S-R [Essar]). La lucha contra el "economismo"
hab�a terminado fundamentalmente en el invierno de l902-1903. Las
ideas de la Iskra hallaron una confirmaci�n demasiado convincente
en los �xitos de la agitaci�n pol�tica y de las manifestaciones
callejeras. A partir de 1902, Iskra dedic� cada vez m�s espacio
a atacar el programa ecl�ctico de los socialistas revolucionarios
y los m�todos de terrorismo individual que predicaban. La apasionada
pol�mica entre los "peligrises" y los
grises lleg� a todos
los rincones del pa�s, incluso a las prisiones, naturalmente. En
m�s de una ocasi�n, Koba se vio obligado a discutir con sus
nuevos adversarios; es de creer que lo hiciera con �xito suficiente;
Iskra le proporcionaba para ello excelentes argumentos.
Como Koba no fue procesado ni sometido a juicio en virtud de la manifestaci�n,
su interrogatorio corri� a cargo de los gendarmes. Los m�todos
de investigaci�n secreta, como los del r�gimen carcelario,
difer�an mucho de uno a otro lugar del pa�s. En la capital,
los gendarmes eran m�s cultos y circunspectos; en las provincias
se acentuaba su rudeza. En el C�ucaso, con sus costumbres arcaicas
y sus relaciones sociales de tipo colonial, los gendarmes recurr�an
a las formas de violencia m�s brutales, sobre todo cuando
trataban con v�ctimas desvalidas, inexpertas y pobres de esp�ritu.
"Presiones, amenazas, tormentos, falsificaci�n de declaraciones
de testigos, soborno de testigos falsos, forja e inflaci�n de casos,
dando decisiva y absoluta importancia a los informes de los agentes secretos...,
tales eran las caracter�sticas especiales del m�todo a que
se aten�an los gendarmes en los casos a ellos encomendados."
Arkomed, que escribi� las anteriores l�neas, dice que
el gendarme Larrov sol�a recurrir a m�todos inquisitoriales
para obtener "confesiones" que sab�a de antemano ser falsas. Estos
procedimientos polic�acos dejaron seguramente una impresi�n
duradera en Stalin, pues treinta a�os despu�s hab�a
de aplicar los m�todos del capit�n Larrov en una escala colosal.
De los recuerdos de la c�rcel de Lolua sacamos en consecuencia,
en otro aspecto, que "el camarada Soso no era partidario de hablar de vy
(vos) a sus camaradas", alegando que los servidores del zar se dirig�an
as� a los agitadores cuando los enviaban al pat�bulo. En
realidad, el uso del ty (t�) era corriente en los c�rculos
revolucionarios, especialmente en el C�ucaso. Pocas d�cadas
m�s tarde, Koba habr�a de enviar al pat�bulo a no
pocos de sus antiguos camaradas, con los que, a diferencia de los "servidores
de los zares", hab�a estado
tute�ndose desde sus a�os
j�venes. Pero de esto ya hablaremos detenidamente mucho m�s
adelante.
Es sorprendente que a�n no se hayan publicado los registros
de los interrogatorios a que la polic�a someti� a Koba con
ocasi�n de aquel primer encarcelamiento, como tampoco los referentes
a sus detenciones sucesivas. Por lo general, la organizaci�n de
Iskra ordenaba a sus miembros que se negasen a declarar. Los agitadores
sol�an escribir: "Soy desde hace tiempo socialdem�crata por
convicci�n; rechazo y niego los cargos de que se me acusa; renuncio
a declarar ni a tomar parte en ninguna investigaci�n secreta." S�lo
trat�ndose de una vista p�blica, a la cual s�lo acud�an
las autoridades en casos excepcionales, aparec�an los iskrovitas
con banderas desplegadas. La negativa a declarar, perfectamente justificada
desde el punto de vista de los intereses del Partido en conjunto, en ciertos
casos hac�a bastante dif�cil la situaci�n del detenido.
En abril de 1902, Koba, seg�n hemos visto, trat� de probar
la coartada vali�ndose de una treta que pon�a en riesgo la
seguridad de otros. Puede suponerse que en otras ocasiones, pensara tambi�n
en el �xito de su propia sutileza m�s que en las normas de
conducta obligatorias para todos. En consecuencia, es probable que toda
la serie de sus declaraciones ante la polic�a no constituyan un
historial muy halag�e�o, ni tampoco muy heroico. �sta
es la �nica explicaci�n posible del hecho de que no se hayan
publicado los informes de las declaraciones de Stalin ante la polic�a.
La inmensa mayor�a de los agitadores eran sometidos a penas
de lo que llamaban "orden administrativo". A base de los informes de la
gendarmer�a, la "Conferencia Especial" de San Petersburgo, compuesta
de cuatro funcionarios de alta categor�a de los Ministerios del
Interior y de Justicia, pronunciaba veredictos en ausencia de los acusados,
y el Ministerio del Interior los confirmaba. El 25 de julio de 1903, el
gobernador de Tiflis recibi� de la capital un fallo de este g�nero,
orden�ndole desterrar a diecis�is prisioneros pol�ticos
a la Siberia oriental, bajo la vigilancia directa de la polic�a.
Los nombres se ordenaban, como era costumbre, seg�n la gravedad
del delito o la culpabilidad del delincuente, y el lugar espec�fico
de destierro en Siberia era proporcionalmente mejor o peor. Los primeros
dos lugares de aquella lista correspondieron a Kurnatovsky y Franchesky,
que fueron sentenciados a cuatro a�os; otras catorce personas fueron
desterradas por tres a�os, figurando en primer lugar Silvestre Dzhibladze,
a quien ya conocemos, y Jos� Djugashvili en und�cimo lugar.
Los jefes de la gendarmer�a no le consideraban, por lo visto, muy
importante entre los agitadores.
En noviembre, Koba, con otros desterrados, fue trasladado desde Batum
al Gobierno de Irkutsk. Transportados de una parada de penados a otra,
estuvieron casi tres meses de camino. Mientras tanto, la revoluci�n
borbotaba, y cada cual trataba de huir lo antes posible. A comienzos
de 1904, el sistema de destierro se hab�a convertido en una criba.
En la mayor�a de los casos no era muy dif�cil escapar; cada
provincia ten�a sus propios "centros" secretos, que suministraban
pasaportes falsos, dinero y direcciones. Koba permaneci� en la aldea
de Novaya Uda no m�s de un mes, es decir, justamente el tiempo necesario
para echar una ojeada, encontrar los indispensables contactos y trazar
un plan de acci�n. Alliluyev, padre de la segunda mujer de
Stalin, manifiesta que durante su primera tentativa de fuga, Koba sali�
con la cara y las orejas congeladas y tuvo que regresar en busca de ropas
de m�s abrigo. Una s�lida troika siberiana, guiada por un
auriga de confianza, le condujo a toda prisa por la carretera nevada a
la pr�xima estaci�n de ferrocarril. El viaje de regreso a
trav�s de los Urales no dur� tres meses, sino alrededor de
una semana.
La revoluci�n sigui� adelante. La primera generaci�n
de la socialdemocracia rusa, encabezada por Plejanov, comenz� su
actividad cr�tica y propagand�stica al comenzar la pen�ltima
d�cada del siglo pasado. Los precursores se contaban entonces uno
a uno; luego, por docenas. La segunda generaci�n, guiada por
Lenin (catorce a�os m�s joven que Plejanov), entr�
en la liza pol�tica a principios de la d�cada siguiente,
final del siglo. Los socialdem�cratas ya eran unos centenares. La
tercera generaci�n, compuesta de gente diez a�os m�s
joven que Lenin, se alist� en la contienda revolucionaria a fines
del siglo pasado y comienzos del actual. A esa generaci�n, formada
ya por millares, pertenec�an Stalin, Rikov, Zinoviev, Kamenev, el
autor de este libro y otras muchos m�s.
En marzo de 1898, en la ciudad provinciana de Minsk, se reunieron los
representantes de nueve Comit�s locales y fundaron el partido obrero
socialdem�crata ruso. No tardaron en ser detenidos todos los participantes.
Es muy posible que las resoluciones del Congreso se recibieran en seguida
en Tiflis, donde el seminarista Djugashvili se propon�a incorporarse
a la socialdemocracia. En Congreso de Minsk, preparado por los contempor�neos
de Lenin, proclam� simplemente el Partido, pero no lo cre�.
Un golpe fuerte de la polic�a zarista result� bastante para
destruir los d�biles nexos del Partido por largo tiempo. En el transcurso
de los pocos a�os siguientes, el movimiento, que principalmente
ten�a ra�ces econ�micas, las fij� en diferentes
Localidades. Los j�venes socialdem�cratas sol�an desarrollar
sus actividades sin salir del sitio de residencia, hasta que los deten�an
y enviaban al destierro. Era excepcional que fuesen de otra ciudad activistas
o delegados del Partido. La transici�n al estado ilegal para soslayar
el peligro de detenci�n era casi desconocida entonces no se ten�a
la experiencia ni los medios t�cnicos para ello, ni tampoco los
necesarios contactos.
A partir de 1900, Iskra comenz� a establecer una organizaci�n
centralizada. Sin duda alguna, el director durante aquel per�odo
fue Lenin, quien, con todo derecho, releg� a segundo t�rmino
a "los viejos" capitaneados por Plejanov. La construcci�n del Partido
hall� sus cimientos en el vuelo incomparablemente m�s amplio
del movimiento obrero que levant� la nueva generaci�n revolucionaria,
considerablemente m�s numerosas que aquella de donde hab�a
emergido el mismo Lenin. La tarea inmediata de Iskra fue elegir entre los
trabajadores locales las personas de m�s br�o y utilizarlas
en la creaci�n de un aparato central capaz de dirigir la lucha revolucionaria
en todo el pa�s. El n�mero de adictos a la Iskra era considerable
y crec�a por momentos. Pero el n�mero de iskrovistas aut�nticos,
de agentes de confianza del centro enclavado en el extranjero, era limitado
por necesidad: no exced�a de veinte a treinta personas. Lo m�s
Caracter�stico del iskrovista era su apartamiento de la propia ciudad,
del propio Gobierno, de la propia provincia, con objeto de estructurar
el Partido. En el diccionario del Iskra, "localismo" era sin�nimo
de atraso, mezquindad, casi de retroceso. "Unidos en un compacto grupo
conspirador de agitadores profesionales -escrib�a el general Spiridovich,
de la gendarmer�a-, iban de un lugar a otro, adonde quiera que hubiese
Comit�s de Partido, se pon�an en contacto con sus miembros,
les entregaban literatura ilegal, les ayudaban a montar imprentas clandestinas
y recog�an a la vez informaci�n para la Iskra. Se introduc�an
en los Comit�s locales, hac�an su propaganda contra el "economismo",
eliminaban a sus adversarios ideol�gicos, y de este modo somet�an
los Comit�s a su influencia" El gendarme jubilado da en estas l�neas
una caracterizaci�n bastante exacta de los iskrovistas. Eran miembros
de una orden errante, por encima de las organizaciones, en las cuales s�lo
ve�an un palenque donde ejercitar su influencia.
Koba no tom� parte en aquella labor de responsabilidad. Fue
primero un socialdem�crata en Tiflis, como despu�s en Batum;
esto es, un agitador de v�a estrecha local. El contacto del C�ucaso
con Iskra y con Rusia central se estableci� mediante Krassin, Kurnatovsky
y otros. Toda la labor de unificar los Comit�s y grupos locales
en un Partido centralizado se hizo sin el concurso de Koba. Esta circunstancia
(que se funda sin la m�s ligera sombra de duda en la correspondencia
de entonces, las memorias y otros documentos) es muy importante para valorar
el desarrollo pol�tico de Stalin; �ste avanzaba lentamente,
vacilando, a tientas.
En febrero de 1902, se confiaba en celebrar en Kiev un conclave de
los iskrovistas que eran agentes del centro del extranjero. "A aquella
conferencia -escribe Pyatnitsky- acudieron representantes de todas partes
de Rusia." Al descubrir que se les vigilaba, comenzaron a salir apresuradamente
de la ciudad en todas direcciones. Sin embargo, todos fueron detenidos,
unos en Kiev y otros en ruta. Pocos meses despu�s practicaron la
famosa evasi�n de, aquella c�rcel. Koba, que por entonces
trabajaba en Batum, no fue invitado a la reuni�n de Kiev y, sin
duda, nada sab�a de ella.
El provincialismo pol�tico de Koba se aclara en forma muy instructiva
por sus relaciones con el cuerpo extranjero o, m�s bien, por la
falta de toda relaci�n con el mismo. A mediados del siglo anterior,
los emigrados segu�an desempe�ando casi invariablemente el
papel dominante en el movimiento revolucionario ruso. Entre detenciones
constantes, destierros y ejecuciones en la Rusia zarista, los sitios frecuentados
por aquellos hombres, te�ricos, publicistas y organizadores de lo
m�s sobresaliente, eran los �nicos sectores continuamente
activos del movimiento, y as�, por la naturaleza de las cosas, dejaban
su impronta en �l. El Consejo de redacci�n de Iskra se convirti�
incuestionablemente a principios de siglo en el centro de la socialdemocracia.
De all� emanaban no s�lo las consignas pol�ticas,
sino tambi�n las instrucciones pr�cticas. No hab�a
agitador que no anhelase pasar lo antes posible alg�n tiempo en
el extranjero para ver y o�r a los dirigentes, para revisar y pulir
sus propias opiniones para establecer contacto permanente con la Iskra
y, por su mediaci�n, con los trabajadores clandestinos dentro de
la misma Rusia. V. Kozhevnikova, que en cierta �poca estuvo junto
a Lenin ocupado en trabajo exterior, habla de c�mo "desde el destierro
y el camino hacia el destierro comenz� una huida general al extranjero,
para encaminarse a las oficinas editoriales de Iskra... y volver otra vez
a Rusia, al trabajo activo". El joven menestral Nogin (por escoger un ejemplo
entre cien) se escap� en abril de 1903 del destierro al extranjero,
"para ponerse al corriente de la vida -seg�n escrib�a a un
amigo suyo-, para leer y aprender". Pocos meses m�s tarde volv�a
ilegalmente a Rusia como agente de la Iskra. Los diez participantes en
la mencionada evasi�n de la c�rcel de Kiev, entre ellos el
futuro diplom�tico del Soviet, Litvinov, se encontraron pronto al
otro lado de las fronteras. Uno tras otro, todos ellos fueron volviendo
a Rusia, para preparar el Congreso del Partido. Respecto a estos y otros
agentes de confianza, Krupskaia escribe en sus memorias: "Iskra sosten�a
una activa correspondencia con todos. Vladimiro Ilich le�a todas
las cartas. Conoc�amos al detalle lo que hac�a cada agente
de la Iskra, y con ellos discut�amos contactos y les inform�bamos
de las detenciones y dem�s incidentes." Entre esos agentes los hab�a
contempor�neos de Lenin y tambi�n de Stalin. Pero, hasta
entonces, Koba no figuraba en la capa superior de los agitadores, diseminadores
del centralismo, constructores de un partido unificado. Segu�a siendo
un "activista local", cauc�sico, provincial cong�nito.
En junio de 1903, el Congreso del Partido, preparado por Iskra, se reuni�,
por fin, en Bruselas. Bajo la presi�n de los diplom�ticos
zaristas y la polic�a belga, que obsequiosamente les serv�a,
tuvo necesidad de trasladar la sede de sus deliberaciones a Londres. El
Congreso adopt� el programa trazado por Plejanov, y tom�
resoluciones en cuanto a t�ctica; pero cuando se pas� a cuestiones
de organizaci�n, surgieron inesperadas diferencias de criterio entre
los mismos iskrovistas, que dominaban en el Congreso. Ambos bandos, incluso
los "duros" o radicales, dirigidos por Lenin, y los "blandos" o moderados,
encabezados por Martov, supusieron al principio que las diferencias no
eran fundamentales. Tanto m�s sorprendente, pues, fue el choque
entre las dos tendencias. El Partido, que acababa de unificarse, hall�se
de pronto a punto de hundirse.
"Ya en 1903, estando preso, y habi�ndose enterado por camaradas
que regresaban del segundo Congreso de las serias diferencias de opini�n
entre bolcheviques y mencheviques, Stalin se uni� resueltamente
a los bolcheviques." As� se lee en una biograf�a escrita
al dictado de Stalin, que viene a ser una instrucci�n para historiadores
del Partido. Pero ser�a muy poco cauto considerar tal instrucci�n
con excesiva confianza. En el Congreso que condujo a la ruptura, hab�a
tres delegados del C�ucaso. �Con qui�n de ellos se
encontr� Koba, y c�mo habl� con �l precisamente,
si se hallaba confinado y solitario? La sola confirmaci�n de esta
versi�n de Stalin viene de Iremashvili: "Koba, que siempre sido
partidario entusiasta de los m�todos violentos leninistas -escribe-,
inmediatamente se pronunci� por los bolcheviques y se convirti�
en su m�s afamado palad�n y adalid en Georgia." Sin embargo,
este testimonio, a pesar de su car�cter categ�rico, peca
de flagrante anacronismo. Antes del Congreso, nadie, incluyendo al mismo
Lenin, hab�a propugnado los "violentos m�todos leninistas"
en oposici�n a los m�todos de los miembros del Consejo de
redacci�n que hab�an de ser los futuros jefes del menchevismo.
En el Congreso, los debates no versaron sobre m�todos revolucionarios;
no hab�an surgido a�n diferencias t�cticas de opini�n.
Iremashvili se equivoca, sin duda; y no es extra�o: Koba estuvo
preso todo el a�o 1903, de modo que Iremashvili no pudo recoger
directamente impresiones suyas. En general, aunque sus observaciones psicol�gicas
y sus recuerdos de hechos reales son en absoluto convincentes y casi siempre
confirmables, sus observaciones pol�ticas ya no son tan de fiar.
Parece como si le faltara el instinto y el fondo necesarios para comprender
la evoluci�n de las tendencias revolucionarias en pugna; en esa
esfera nos ofrece conjeturas retrospectivas, dictadas por sus propias opiniones
de tiempos m�s recientes.
La disputa del segundo Congreso se extendi�, en realidad, a
la cuesti�n de qui�n hab�a de ser miembro del Partido;
si �ste hab�a de incluir solamente a los que ya lo eran de
la organizaci�n ilegal, o a quienquiera que sistem�ticamente
participara en la lucha revolucionaria bajo la direcci�n de Comit�s
locales. En el momento de la discusi�n, dijo Lenin: "Yo no estimo
la diferencia de opini�n entre nosotros tan esencial que de ella
dependa la vida o la muerte de nuestro Partido. Estamos muy lejos de hundirnos
por una cl�usula deficiente en nuestros reglamentos." Hacia el final
del Congreso hubo tambi�n debate sobre la cuesti�n de personal
del Consejo de redacci�n de Iskra y del Comit� Central; y
nunca traspasaron las diferencias de criterio estos reducidos l�mites.
Lenin trat� de fijar l�mites precisos y expl�citos
al Partido, una composici�n compacta del Consejo de redacci�n
y una disciplina severa. Martov y sus amigos prefer�an una organizaci�n
m�s holgada, algo m�s parecido a un c�rculo familiar.
No obstante, ambas partes estaban s�lo tanteando sus respectivos
caminos, y a pesar de la aspereza del conflicto, nadie pens� que
aquellas diferencias de opini�n fuesen "sumamente serias". Seg�n
una observaci�n que Lenin hizo m�s tarde, la lucha en el
Congreso fue algo as� como una "anticipaci�n".
Lunacharsky, el primer dirigente sovi�tico en materia de educaci�n,
escrib�a poco despu�s:
"La dificultad mayor en aquella disputa consisti� en que el
segundo Congreso, al hendir el Partido, no hab�a sondeado a�n
las diferencias realmente profundas que exist�an entre los martovistas,
por un lado, y los leninistas, por otro. Estas diferencias parec�an
girar entonces en tomo a un p�rrafo de los estatutos del Partido
y del personal del Consejo de redacci�n. Muchos se sent�an
desconcertados por la insignificancia del motivo que condujo al cisma."
En el C�ucaso, en atenci�n a su atraso social y pol�tico,
lo ocurrido en el Congreso se comprendi� a�n peor que en
otros sitios. Verdad es que los tres delegados cauc�sicos, en el
ardor de la pasi�n, se unieron a la mayor�a en Londres. Pero
es significativo que los tres se hicieron m�s tarde mencheviques:
Topuridze abandon� a la mayor�a al final del mismo Congreso;
Zurabov y Knunyants se pasaron a los mencheviques en el curso de los a�os
siguientes. La famosa imprenta ilegal del C�ucaso, donde predominaban
las simpat�as bolcheviques, sigui� siendo el �rgano
central del Partido. "Nuestras diferencias de opini�n -escribe Yenukidze-
no se reflejaban para nada en nuestro trabajo." S�lo despu�s
del tercer Congreso del Partido, es decir, no hasta mediados de 1905, pas�
la imprenta a poder del Comit� Central bolchevique. Por consiguiente,
no hay raz�n para dar cr�dito a la aserci�n de que
Koba, encerrado en una prisi�n remota, pudiera valorar, desde luego,
las diferencias como "sumamente serias". Nunca fue su fuerte la previsi�n.
Y no seria dif�cil censurar a un joven agitador, aun menos circunspecto
y suspicaz, que hubiera partido para Siberia sin tomar posiciones en la
lucha interna del Partido.
Desde Siberia, Koba volvi� directamente a Tiflis; este hecho
no puede menos de causar asombro. Fugitivos totalmente desconocidos, rara
vez volv�an a sus residencias habituales, donde la polic�a,
siempre vigilante, no tardar�a en localizarlos y vigilarlos, especialmente
trat�ndose, no de San Petersburgo o Mosc�, sino de una peque�a
ciudad de provincia como Tiflis. Pero el joven Djugashvili no se hab�a
desprendido a�n de su cord�n umbilical cauc�sico;
el lenguaje usado en su propaganda segu�a siendo georgiano casi
exclusivamente. Adem�s, no se consideraba foco de la atenci�n
de la polic�a. A�n no se hab�a propuesto probar sus
aptitudes en la Rusia central. No era conocido fuera del pa�s, ni
tampoco intent� salir de �l. Adem�s, al parecer, hab�a
otro motivo le reten�a en Tiflis; si Iremashvili no se confunde
en su cronolog�a, por entonces ya se hab�a casado Koba. Durante
su encierro y deportaci�n, su joven esposa se hab�a quedado
en Tiflis.
La guerra con el Jap�n, que habla empezado en enero de 1904,
debilit� al principio el movimiento obrero, pero a fines de aquel
a�o le infundi� un �mpetu antes desconocido. Las derrotas
militares del zarismo disiparon r�pidamente los alardes patrioteros
al principio hab�an invadido los c�rculos liberales y algunos
estudiantiles. El derrotismo, aunque con un coeficiente variable, crec�a
en predominio, no s�lo entre las masas revolucionarias, sino hasta
la burgues�a, de oposici�n. A pesar de todo ello, la socialdemocracia,
antes del inminente cataclismo, pas� por meses de estancamiento
y de indisposici�n interna. Las diferencias entre bolcheviques y
mencheviques, exageradas por indefinidas a�n, poco a poco empezaron
a rezumar a trav�s de los da�ados confines del cuartel general
del Partido, e invadieron todo el campo de la estrategia revolucionaria.
"El trabajo de Stalin durante el per�odo 1904-1905 se volvi�
bajo la bandera de una enconada lucha contra el menchevismo", expone su
bi�grafo oficial. "Literalmente en sus propias espaldas sostuvo
lo m�s duro de la lucha con los mencheviques en el C�ucaso,
desde 1904 hasta 1908", escribe Yenukidze en sus memorias, recientemente
revisadas, Beria afirma que despu�s de su fuga desde el destierro,
Stalin "organiz� y dirigi� la lucha contra los mencheviques,
quienes, despu�s del segundo Congreso del Partido, durante la ausencia
de Stalin, desarrollaron particular actividad". Estos autores quieren evidenciar
demasiado. Si tuvi�ramos que admitir como art�culo de fe
la declaraci�n de que ya en los a�os 1901-1903, Stalin estaba
desempe�ando un puesto de direcci�n en la socialdemocracia
cauc�sica, en que se hab�a unido a los bolcheviques en 1903,
y de que en febrero de 1904 hab�a comenzado su pugna contra el menchevismo,
entonces habr�amos de detenernos estupefactos ante los insignificantes
resultados conseguidos con tanto esfuerzo de su parte; en v�speras
de la revoluci�n de 1905, los bolcheviques georgianos se contaban
literalmente uno a uno. La referencia de Beria de que los mencheviques
desarrollaron articular actividad "durante la ausencia de Stalin" suena
casi a iron�a. La Georgia peque�oburguesa, incluyendo a Tiflis,
sigui� tiendo la fortaleza del menchevismo durante una veintena
de a�os, sin tener para nada en cuenta la presencia o la ausencia
de nadie en particular. En la revoluci�n de 1905, los trabajadores
y campesinos de Georgia siguieron como un solo hombre a la facci�n
menchevique; en las cuatro Dumas, Georgia estuvo representada invariablemente
por mencheviques; en la revoluci�n de febrero de 1917, el menchevismo
georgiano proporcion� en toda Rusia dirigentes de calibre nacional:
Tseretelli,
Chjiedze y otros. Finalmente, aun despu�s de establecido el Gobierno
sovi�tico en Georgia, el menchevismo segu�a ejerciendo all�
considerable influencia, que se manifest� m�s tarde en el
levantamiento de 1924. "�Toda Georgia debe ser arrasada!", dec�a
Stalin, resumiendo las lecciones de la sublevaci�n georgiana en
la sesi�n del Bur� pol�tico de oto�o de 1924,
esto es, veinte a�os despu�s de haber �l "iniciado
una enconada lucha contra el menchevismo". Por consiguiente, ser�a
m�s correcto y m�s justo para Stalin no exagerar el papel
de Koba durante los primeros a�os del siglo.
Koba volvi� del destierro como miembro del Comit� del
C�ucaso, para el cual hab�a sido elegido en su ausencia,
durante su estancia en presidio, en una conferencia de las organizaciones
de Transcaucasia. Es posible que a principio de 1904 una mayor�a
de los miembros del Comit� simpatizara ya con la mayor�a
del Congreso de Londres; pero eso por s� solo no indica que la simpat�a
estuviese con Koba. Las organizaciones locales del C�ucaso tend�an
claramente hacia los mencheviques. El Comit� Central conciliador
del Partido, que presid�a Krassin, era por entonces opuesto a Lenin.
La Iskra estaba enteramente en manos de los mencheviques. En estas condiciones,
el Comit� cauc�sico, con sus tendencias bolcheviques, parec�a
suspendido en el aire. Pero Koba prefer�a pisar terreno firme. Apreciaba
el aparato m�s que la idea.
La informaci�n oficial sobre las actividades de Koba en 1904,
es sumamente borrosa y poco veros�mil. Deja en duda si desarroll�
alguna actividad en Tiflis, y, en este caso, en qu� consisti�
su labor. Es dif�cilmente admisible que un evadido de Siberia pudiera
exhibirse en c�rculos obreros, donde eran muchos los que le conoc�an.
Es probable que precisamente por eso se trasladara Koba a Bak� ya
en junio. En cuanto a su trabajo all�, se nos informa con las frases
de rigor: "Dirigi� la lucha de los bolcheviques de Bak�",
"puso en evidencia a los mencheviques". �Ni un simple hecho, ni un
solo recuerdo espec�fico! Si Koba escribi� algo durante aquellos
meses, es que se ha omitido su publicaci�n, y seguramente no por
olvido.
Por otra parte, los intentos tard�os de presentar a Stalin como
fundador de la socialdemocracia de Bak�, no tiene ning�n
fundamento. Los primeros c�rculos de trabajadores en la humosa y
triste ciudad envenenada por la pendencia entre t�rtaros y armenios
1896. La base de una organizaci�n m�s completa fue obra,
tres a�os m�s tarde, de Abel Yenukidze, en colaboraci�n
con Lado Ketsjoveli; organiz� el Comit� de Bak�, que
simpatizaba con los iskrovistas. Gracias a los esfuerzos de los hermanos
Yenukidze, muy relacionados con Krassin, se mont� una gran imprenta
clandestina en Bak� en 1903, y esta imprenta desempe��
un importante papel en la labor preparatoria de la primera revoluci�n.
En aquella imprenta, bolcheviques y mencheviques trabajaron juntos fraternalmente
hasta mediados de 1905. Cuando el viejo Abel Yenukidze, durante muchos
a�os secretario general del Comit� Ejecutivo Central de la
Uni�n Sovi�tica, cay� en desgracia con Stalin, fue
obligado en 1935 a revisar de nuevo sus Memorias de 1923, sustituyendo
hechos bien probados por meros asertos respecto al papel inspirador y director
de Soso en el C�ucaso y particularmente en Bak�. Su condescendencia
no salv� a Yenukidze de su sino, ni tampoco a�adi�
un solo rasgo de vida a la
biograf�a de Stalin.
Cuando primero apareci� Koba en el horizonte de Bak�,
en junio de 1904, la organizaci�n socialdem�crata local ten�a
en su haber un historial de ocho a�os de actividad revolucionaria.
La "Ciudad negra" hab�a intervenido eficazmente en el movimiento
obrero durante los a�os precedentes. La primavera hab�a abatido
sobre Bak� una huelga general que desencaden� un alud de
huelgas y manifestaciones por todo el sur de Rusia. Vera Zasulitch fue
quien primero apreci� estos avances al principio de la revoluci�n.
Por el car�cter m�s proletario de Bak�, especialmente
en comparaci�n con Tiflis, los bolcheviques consiguieron asegurarse
all� una posici�n firme antes que en ning�n otro lugar
del C�ucaso. El mismo Majaradze, que hab�a usado el vocablo
de la jerga de Tiflis, kinto, con referencia a Stalin, dice que en el oto�o
de 1904 se cre� en Bak�, "bajo la direcci�n inmediata
de Soso, una organizaci�n especial para trabajo revolucionario entre
los atrasados obreros de la industria petrol�fera, t�rtaros,
azerbaijanos y persas". Ese testimonio despertar�a menos dudas si
Majaradze lo hubiera hecho constar en la primera edici�n de sus
Memorias y no diez a�os despu�s, cuando, bajo el l�tigo
de Beria, volvi� a escribir la historia entera de la socialdemocracia
cauc�sica. El proceso de su gradual acercamiento a la "verdad" oficial
tuvo su complemento en la proscripci�n de todas las ediciones anteriores
de su obra como engendro del Esp�ritu Perverso, y su retirada de
la circulaci�n.
Al volver de Siberia, Koba encontr�, sin duda, a Kamenev que
hab�a conocido en Tiflis y era all� uno de los primeros
j�venes adeptos de Lenin.
Es posible que fuese Kamenev, reci�n Regado del extranjero,
quien contribuyese a convertir a Koba al bolchevismo. Pero el nombre de
Kamenev fue borrado de la historia del Partido pocos a�os antes
de que el mismo Kamenev fuese fusilado a pretexto de una fant�stica
acusaci�n. De todos modos, la verdadera historia del bolchevismo
cauc�sico comenz�, no al regresar Koba del destierro, sino
en el oto�o de 1904. Esta fecha se confirma en diversos aspectos,
aun por parte de autores oficiales, de no verse obligados a referirse espec�ficamente
a Stalin. En noviembre de 1904 se celebr� una conferencia bolchevique
en Tiflis, a la que acudieron quince delegados de organizaciones locales
cauc�sicas, en su mayor�a grupos insignificantes. Se aprob�
una resoluci�n so del Partido. Este pidiendo la convocatoria de
un nuevo Congreso del Partido. Este acto era una abierta declaraci�n
de guerra, no s�lo contra los mencheviques, sino tambi�n
contra el conciliador Comit� Central. Si Koba hubiese tomado parte
en esta primera conferencia de los bolcheviques del C�ucaso, Beria
y los otros historiadores no hubieran dejado de consignar que la conferencia
se hab�a celebrado "Por iniciativa y bajo la direcci�n del
camarada Stalin". El silencio absoluto sobre el particular significa que
Koba, a la saz�n en el C�ucaso, no particip� en la
conferencia, o, en otras palabras, que ni una sola organizaci�n
bolchevique le envi� como delegado. La conferencia eligi�
un Bur�, y Koba no fue incluido como miembro del mismo. Todo ello
hubiera sido inconcebible de haber desempe�ado alg�n puesto
prominente entre los bolcheviques del C�ucaso.
V�ctor Taratuta, que asisti� a la conferencia como delegado
de Batum y m�s tarde fue miembro del Comit� Central del Partido,
nos da una indicaci�n bastante clara e incuestionable respecto a
qui�n era por entonces el dirigente de los bolcheviques cauc�sicos.
"En la conferencia regional del C�ucaso, que tuvo lugar a fines
de 1904 o primeros de 1905 -escribe-, conoc� al camarada Kamenev,
Le�n Borisovich, en su calidad de dirigente de las organizaciones
bolcheviques del C�ucaso. En aquella conferencia regional, el camarada
Kamenev fue elegido propagandista m�vil, encargado de recorrer el
pa�s en todos sentidos, a fin de propugnar la convocatoria de un
nuevo Congreso del Partido. Al mismo tiempo, se deleg� en �l
para que visitara a los Comit�s de todo el pa�s y estableciese
contacto con nuestros centros del extranjero por aquella �poca."
Este autorizado testimonio no dice una sola palabra acerca de la participaci�n
de Koba.
En tales circunstancias no pod�a existir, naturalmente, motivo
alguno para incluir a Koba en el centro general ruso de los bolcheviques,
el "Bur� de los Comit�s de la Mayor�a", compuesto
de diecisiete miembros, formado con objeto de convocar el Congreso. Kamenev
fue elegido miembro de aquel organismo como representante del C�ucaso.
Entre los dem�s miembros del Bur� que llegaron luego a ser
famosos dirigentes del Soviet, encontramos los nombres de Rikov y Litvinov.
No es ocioso advertir que Kamenev y Rikov ten�an dos o tres a�os
menos que Stalin. En conjunto, el Bur� estaba compuesto de representantes
de la "tercera" generaci�n. Koba volvi� por segunda vez a
Bak� en diciembre de 1904, esto es, poco despu�s de celebrada
la conferencia bolchevique del C�ucaso. La v�spera de su
llegada estall� una huelga general en los campos y f�bricas
de petr�leo, cogiendo por sorpresa a toda Rusia. Las organizaciones
del Partido no hab�an aprendido indudablemente a comprender todav�a
la �ndole del car�cter insurreccional de las masas, agravado
por el primer a�o de guerra. La huelga de Bak� precedi�
inmediatamente al famoso domingo sangriento de San Petersburgo, la tr�gica
marcha de los trabajadores dirigidos por el famoso pope Gapon al Palacio
de Invierno, el 22 de enero de 1905. Una de las "Memorias" fabricadas en
el a�o 1935, menciona vagamente que Stalin dirigi� el Comit�
de huelga de Bak� y que todo aconteci� bajo sus orientaciones.
Pero seg�n el mismo autor, Koba lleg� a Bak� despu�s
de comenzar la huelga y permaneci� en la ciudad s�lo diez
d�as en total. En realidad, fue all� con una misi�n
especial, que probablemente ten�a algo que ver con preparativos
para el Congreso. Por aquel tiempo es posible que se hubiera decidido ya
en favor del bolchevismo.
El mismo Stalin trat� de retrasar la fecha de su incorporaci�n
a los bolcheviques. No satisfecho con la declaraci�n de que se hab�a
hecho bolchevique antes de salir de la c�rcel, declar� en
1924, en la noche conmemorativa de los cadetes del Kremlin, que hab�a
establecido contacto con Lenin por vez primera durante el tiempo de su
primera deportaci�n:
"Conoc� al camarada Lenin en 1903. No fue, naturalmente, un encuentro
personal, sino por correspondencia, en el curso de un cambio de cartas.
Pero dej� en m� una impresi�n indeleble, que he conservado
en todas las manifestaciones de m� trabajo dentro del Partido. Por
entonces estaba yo en Siberia, deportado. ' El conocimiento de las actividades
revolucionarias del camarada Lenin a principios de la �ltima d�cada-
del siglo, y especialmente desde 1901, despu�s de aparecer Iskra,
me infundi� la convicci�n de que en el camarada Lenin ten�amos
un hombre extraordinario.
"No le consideraba entonces s�lo como un dirigente del Partido,
sino como a su verdadero creador, porque �nicamente �l conoc�a
la sustancia interna del Partido y sus necesidades perentorias. Cuando
le comparaba con los otros dirigentes de nuestro Partido, me parec�a
siempre que los compa�eros de armas del camarada Lenin (Plejanov,
Martov, Axelrod y otros) quedaban todos una cabeza por debajo del camarada
Lenin; que, comparado con ellos, Lenin no s�lo era uno de los dirigentes,
sino un dirigente de m�xima categor�a, un �guila de
las monta�as que no conoc�a el miedo en la batalla que audazmente
guiaba al Partido hacia delante por los caminos inexplorados del movimiento
revolucionario ruso. Aquella impresi�n se infiltr� tan hondamente
en mi esp�ritu que sent� la necesidad de escribir sobre ello
a uno de mis amigos �ntimos, que por entonces estaba en la emigraci�n,
pidi�ndole una respuesta. Poco despu�s, estando ya deportado
en Siberia (hacia fines de 1903) recib� una entusiasta contestaci�n
y una carta sencilla, pero de gran contenido, del camarada Lenin, a quien,
por lo visto, mi amigo hab�a ense�ado la m�a. La carta
del camarada Lenin era relativamente breve, pero somet�a las pr�cticas
de nuestro Partido a una cr�tica resuelta e imp�vida, y expon�a
en forma clara y convincente por dem�s todo el plan de trabajo del
Partido para el per�odo inmediato. S�lo Lenin era capaz de
escribir una carta sobre los temas m�s complicados de un modo tan
sencillo, tan terminante y decidido, que cada frase parec�a perfectamente
audible. Aquella carta sencilla y audaz corrobor� mi convencimiento
de que en Lenin ten�amos el �guila monta�era de nuestro
Partido. No puedo perdonarme que, llevado del h�bito de un viejo
activista clandestino, hube de quemar la carta del camarada Lenin con muchas
otras. Mis relaciones con el camarada Lenin comenzaron entonces."
La cronolog�a de esta manifestaci�n, tan t�pica
de Stalin por su primitivismo psicol�gico y de estilo, no es �nicamente
lo err�neo de ella. Koba no lleg� al punto de su destierro
hasta enero de 1904; por consiguiente, no pudo recibir all� la carta
aludida en 1903. Adem�s, no aparece muy claro d�nde y precisamente
c�mo escribi� "a uno de sus amigos �ntimos" del extranjero,
puesto que antes de salir deportado pas� en la c�rcel a�o
y medio. Las personas desterradas nunca sab�an de antemano ad�nde
se las deportaba; por consiguiente Koba no pudo comunicar previamente su
direcci�n en Siberia a su amigo emigrado, y ciertamente, tampoco
hubo tiempo para escribir una carta desde el destierro y recibir respuesta
del extranjero en un solo mes que Koba pas� en el destierro. Seg�n
la versi�n del propio Stalin, la carta de Lenin no ten�a
car�cter personal, sino program�tico. Ejemplares de aquel
tipo de carta enviaba invariablemente Krupskaia a diversas direcciones,
en tanto que el original se conservaba en los archivos del Partido en el
extranjero. Es muy poco probable que en aquella ocasi�n se hiciera
una excepci�n en obsequio de un joven cauc�sico desconocido.
Pero los archivos no contienen el original de aquella carta, cuya copia
Koba quem� "llevado del h�bito de un viejo activista clandestino"
(por entonces ten�a exactamente veinticuatro a�os). Pero
m�s sorprendente es el hecho de que Stalin nada diga respecto a
su respuesta a Lenin. Habiendo recibido una carta del dirigente a quien,
seg�n �l mismo confiesa, veneraba como a un dios, es de raz�n
que Koba le hubiese contestado en el acto. Sin embargo, nada dice de esto
Stalin, y no por casualidad: los archivos de Lenin y Krupskaia no contienen
la respuesta de Stalin. Naturalmente, puede haber sido interceptada por
la polic�a; pero en tal caso, la copia se hubiese conservado en
los archivos del departamento de polic�a y reproducido en la Prensa
sovi�tica a�os despu�s. Adem�s, aquellas relaciones
no se habr�an limitado a una sola carta. Un joven socialdem�crata
no hubiera dejado de considerar sumamente precioso para �l un contacto
permanente con el dirigente de su Partido, con su "�guila monta�era".
En cuanto a Lenin, estimaba muy valioso todo contacto con Rusia, y contestaba
meticulosamente todas las cartas. Pero no ha salido a relucir correspondencia
alguna entre Lenin y Koba en el curso de estos �ltimos a�os.
Todo lo que expone mueve a perplejidad, todo, salvo sus prop�sitos.
El a�o 1904 fue, quiz�, el m�s dif�cil
de la vida de Lenin, exceptuando los �ltimos a�os de su enfermedad.
Sin desearlo ni preverlo, rompi� con todos los dirigentes m�s
conocidos de la socialdemocracia rusa, y durante mucho tiempo despu�s
no pudo encontrar a uno solo capaz de remplazar a sus antiguos compa�eros
de lucha. Los literatos bolcheviques se reclutaron despacio y con gran
esfuerzo, y no pod�an equipararse a los redactores del Iskra. Lyadov,
uno de los m�s activos bolcheviques de aquellos d�as, y que
en 1904 estaba con Lenin en Ginebra, recordaba veinte a�os despu�s:
"Lleg� Olminsky, lleg� Varovsky, y tambi�n Bogdanov...,
aguard�bamos la llegada de Lunacharsky, del que Bogdanov aseguraba
que se unir�a a nosotros en seguida." Estos hombres iban regresando
del destierro, precedidos de su reputaci�n y esperados. Pero al
movilizar el cuadro de redacci�n del peri�dico faccionario,
nadie sugiri� a Koba como posibilidad. Y hoy se le pinta como prominente
l�der bolchevique de aquella �poca. El primer n�mero
del peri�dico Vperyod (Adelante) apareci� por fin el 22 de
diciembre, en Ginebra. Koba no tuvo absolutamente ninguna participaci�n
en aquel trascendente episodio de la vida de su facci�n. Ni siquiera
se puso en contacto con los redactores. El peri�dico no conten�a
art�culos suyos, ni tampoco informaci�n de su procedencia.
Esto ser�a incre�ble de haber sido por entonces dirigente
de los bolcheviques del C�ucaso.
Por �ltimo, existe testimonio directo y documental en apoyo
de la conclusi�n que sac�bamos a base de pruebas circunstanciales.
En un informe extenso y sumamente interesante a prop�sito Jos�
Djugashvili, escrito en el a�o 1911, por el jefe del Departamento
de Polic�a Secreta de Tiflis, Karpov, se dice lo siguiente:
"Ha tenido actividad en la organizaci�n socialdem�crata
desde 1902, primero como menchevique, y luego como bolchevique."
El informe de Karpov es el �nico documento entre los que conocemos
que declare expl�citamente que durante cierto lapso posterior al
cisma, Stalin fue menchevique. El peri�dico de Tiflis, Zarya Vostoka,
que fue lo bastante despreocupado para publicar ese documento en su n�mero
de 23 de diciembre de 1925, no pens� en dar explicaciones sobre
el mismo, o no estaba en condiciones de darlas. Es seguro que el culpable
ser�a cruelmente castigado por tal desliz. Es muy significativo
que ni el mismo Stalin juzgase conveniente refutar tal informe. Ni uno
siquiera de los bi�grafos e historiadores oficiales del Partido
volvi� a referirse a documento tan importante, en tanto que se reproduc�an,
repet�an y refotografiaban insignificantes trocitos de papel. Supongamos
por un instante que la gendarmer�a de Tiflis, que en todo caso hab�a
de ser la mejor informada sobre el particular, hubiera facilitado informes
err�neos. Entonces surge la pregunta suplementaria: �c�mo
fue posible un error semejante? Si Koba hubiera sido, en efecto dirigente
de los bolcheviques en el C�ucaso, el Departamento de Polic�a
Secreta no habr�a dejado de saberlo. S�lo era posible cometer
un error de tal bulto en materia de caracterizaci�n pol�tica
con referencia a alg�n ne�fito verde o alguna figura de tercer
orden, pero nunca a prop�sito de un "dirigente". As�, el
�nico documento que por azar encontr� acceso a las prensas,
derrumba de un terrible soplo el mito oficial alimentado con tanto esfuerzo.
�Y cu�ntos otros documentos semejantes se conservan bien guardados
en c�maras refractarias, o bien han sido sol�citamente relegados
a las llamas!
Puede parecer que hemos gastado demasiado tiempo y esfuerzo en llegar
a una conclusi�n muy modesta. �No es en realidad lo mismo
que Koba se uniese a los bolcheviques a mediados de 1903, o que lo hiciera
en v�speras de 1905? Pero esa modesta conclusi�n, aparte
del hecho de que incidentalmente descubre ante nosotros la mec�nica
de la historiograf�a y la iconograf�a del Kremlin, es de
considerable importancia para comprender debidamente la personalidad pol�tica
de Stalin. La mayor�a de quienes han escrito sobre �l aceptan
su transici�n al bolchevismo como algo inherente a su car�cter,
como cosa evidente, natural. Pero tal concepto es definitivamente parcial.
Cierto es que la firmeza y la resoluci�n predisponen a una persona
a aceptar los m�todos del bolchevismo. Pero estas caracter�sticas,
por s� solas, no bastan para decidir. Hab�a muchas personas
de car�cter firme entre los mencheviques y los socialistas revolucionarios.
Y, en cambio, entre los bolcheviques no era raro encontrar personas d�biles
de esp�ritu, La psicolog�a y el car�cter no lo son
todo en la �ndole del bolchevique que, en primer t�rmino,
es una filosof�a de la historia y una concepci�n pol�tica.
En ciertas condiciones hist�ricas, los trabajadores son empujados
en la ruta del bolchevismo por todo el cuadro de sus circunstancias sociales.
Esto sucede con independencia de la solidez o flaqueza de los caracteres
individuales. Un intelectual necesitaba intuici�n pol�tica
excepcional e imaginaci�n te�rica, fe nada com�n en
el proceso hist�rico dial�ctico y en los atributos revolucionarios
de la clase trabajadora, para ligar seria y firmemente su destino al del
partido bolchevique en los d�as en que el bolchevismo no era m�s
que una anticipaci�n hist�rica. La mayor�a preponderante
de los intelectuales que se incorporaron al bolchevismo en el per�odo
de su auge revolucionario lo abandonaron en los a�os siguientes.
Era m�s dif�cil para Koba alistarse, pero asimismo era m�s
dif�cil apartarse de �l, pues no ten�a imaginaci�n
te�rica ni intuici�n hist�rica, ni don de la previsi�n,
del mismo modo que, en cambio, carec�a en absoluto de volubilidad.
En una situaci�n compleja, frente a nuevas consideraciones, Koba
prefiere esperar la ocasi�n, mantenerse al margen o retirarse. En
todos los casos en que por necesidad ha de elegir entre la idea y la m�quina
pol�tica, invariablemente se decide siempre por la m�quina.
El programa tiene que crear primero toda su burocracia antes de que Koba
pueda guardarle el menor respeto. Falta de confianza en las masas, igual
que en los individuos, es la base de su naturaleza. Su empirismo le empuja
siempre a elegir el camino de la menor resistencia. Por eso, en general,
en todos los grandes momentos de crisis de la historia, este revolucionario
miope adopta una posici�n oportunista que le lleva muy cerca de
los mencheviques y, en ocasiones, hasta le sit�a a la derecha de
ellos. Al mismo tiempo, est� constantemente inclinado a favorecer
las acciones m�s decididas para resolver los problemas que ya ha
dominado. En todas las circunstancias, la violencia bien organizada le
parece el camino m�s corto entre dos puntos. Aqu� conviene
bosquejar una analog�a. Los terroristas rusos eran en esencia peque�oburgueses
dem�cratas, pero eran sumamente resueltos y audaces. Los marxistas
sol�an decir a prop�sito de ellos que eran "liberales con
una bomba". Stalin siempre ha sido lo que sigue siendo hoy: un pol�tico
de la "mediocridad �urea" que no vacila en recurrir a las medidas
m�s extremas. Estrat�gicamente es un oportunista; t�cticamente,
un "revolucionario". En suma, un oportunista con una bomba.
Poco despu�s de su salida del Seminario, Koba estuvo desempe�ando
un puesto de tenedor de libros o algo parecido en el Observatorio de Tiflis.
A pesar de su "m�sero salario", le gustaba aquella ocupaci�n,
seg�n nos informa Iremashvili, porque le dejaba mucho tiempo libre
para actividades revolucionarias. "Para �l, lo menos importante
era su personal bienestar." Nada ped�a a la vida, pues le parec�a
incompatible toda exigencia con los principios socialistas. Ten�a
integridad suficiente para hacer sacrificios por su ideal. Koba era fiel
al voto de pobreza que hacen sin ostentaci�n ni ruido todos los
j�venes que se alistan en la clandestinidad revolucionaria. Adem�s,
a diferencia de muchos otros que as� proceden, estaba acostumbrado
a carecer de comodidades desde ni�o. "Le visit� varias veces
en su cuartucho pobre y mal amueblado de la Mijailovskaya -relata el insustituible
segundo Soso-. A diario vest�a Koba una sencilla blusa negra y la
corbata negra que entonces era distintivo de todos los socialdem�cratas.
En el invierno se echaba por encima una vieja capa parda. A la cabeza nunca
llev� otra cosa que la gorra rusa de visera. Aunque al dejar Koba
el Seminario no estaba en muy buenos t�rminos con la mayor�a
de los j�venes marxistas del mismo, de vez en cuando hac�an
�stos una colecta, a pesar de todo, para aliviarle en sus apuros."
Barbusse nos entera de que en 1900, esto es, un a�o despu�s
de abandonar el Seminario, Jos� se encontr� totalmente sin
recursos: "Sus camaradas le procuraron medios para adquirir alimentos."
Los documentos polic�acos indican que Koba sigui� empleado
en el Observatorio hasta marzo de 1901, en que se vio obligado a ocultarse.
Su empleo, como hemos o�do, apenas le rend�a lo suficiente
para subsistir. "... Su sueldo apenas le alcanzaba para vestir con decencia
-sigue diciendo Iremashvili-. Pero es lo cierto que �l tampoco hac�a
nada por llevar la ropa por lo menos limpia y arreglada. Nunca se le pod�a
ver sino con una blusa sucia y las botas sin cepillar. Detestaba desde
el fondo de su coraz�n todo cuanto le pudiese recordar al burgu�s."
La blusa sucia, las botas sin cepillar, el pelo revuelto eran tambi�n
caracter�sticas generales de todos los j�venes agitadores,
especialmente en las provincias.
Al pasar en marzo de 1901 al estado ilegal, Koba se convirti�
en un revolucionario profesional. A partir de entonces ya no tuvo nombre,
por tener muchos. En diversos per�odos, y en ocasiones al mismo
tiempo, se llam� "David", "Koba", "Nizehradze", "Chizhijov", "Ivanovich",
"Stalin". An�logamente, los gendarmes le aplicaban sus apodos particulares.
El m�s persistente de ellos fue el de "Ryaboi", que alud�a
a su cara picada de viruelas. En adelante Koba s�lo volver�a
al estado legal en la prisi�n o en el destierro, esto es, entre
dos per�odos de trabajo "subterr�neo".
"Nunca se apart� de la unidad de prop�sito -escrib�a
Yenukidze sobre el joven Stalin en sus Memorias corregidas-. Todas sus
acciones, choques, amistades, se dirig�an a un objetivo definido...
Stalin nunca busc� la popularidad personal -a�ade-, y limitaba
el c�rculo de sus relaciones a los trabajadores avanzados y a los
agitadores profesionales." La finalidad de esta muletilla repetida en muchas
Memorias oficiales, es explicar por qu�, hasta el momento mismo
de su exaltaci�n al poder, Stalin permaneci� ignorado de
las masas de la naci�n y aun de los miembros del Partido en general.
La buscaba con ansia, sin poder encontrarla. Desde el principio, la falta
de popularidad le tuvo amarrado. Precisamente su incapacidad para ganarse
fama en un ataque frontal, empujaba su vigorosa personalidad hacia caminos
extraviados y tortuosos.
Desde bien pronto, el joven Koba hab�a aspirado a dominar a
las gentes, que en su mayor�a se le antojaban m�s d�biles
que �l mismo. Pero no era m�s instruido, ni m�s discreto,
ni m�s elocuente que otros. No pose�a ni uno solo de estos
atributos que proporcionan simpat�a. Ahora bien, era m�s
rico que otros en fr�a persistencia y en sentido pr�ctico.
No se rend�a a los impulsos; m�s bien sab�a c�mo
someterlos a sus c�lculos. Esa caracter�stica se revel�
ya siendo un muchacho en la escuela. "Generalmente, Jos� contestaba
a las preguntas sin apresurarse -escribe Glurdzhide-. Si su respuesta estaba
bien fundada en todos sus aspectos, la daba sin demora; si no, se reservaba
durante un rato m�s o menos breve." Aparte de la exageraci�n
que supone lo de "bien fundada en todos sus aspectos", estas palabras hacen
alusi�n a un rasgo bastante notable del joven Stalin que le dio
una ventaja indiscutible entre los j�venes revolucionarios, en su
mayor parte impulsivos, precipitados e ingenuos.
Aun en aquellos primeros tiempos, Koba no vacilaba en enfrentar unos
con otros a sus adversarios, en calumniarlos y en urdir intrigas contra
todo aquel que, en alg�n sentido, pareciese superior a �l
o pudiese ser un obst�culo a su avance. La falta de dio p�bulo
a una atm�sfera escr�pulos morales del joven Stalin dio sospecha
y de rumores siniestros sobre �l. Mucho de lo que para nada le afectaba,
comenzaba a serle achacado. El socialista revolucionario Vereschak, que
estuvo en estrecho contacto con Stalin en la c�rcel, refiri�
en la Prensa de los emigrados, en 1928, que, al parecer, despu�s
de ser expulsado Jos� Djugashvili del Seminario, el director recibi�
de �l una denuncia relativa a un antiguo camarada de su grupo revolucionario.
Cuando Jos� fue obligado a responder de esta acusaci�n ante
la organizaci�n de Tiflis, parece ser que no s�lo confes�
haber sido el autor de la denuncia, sino que consider� aquello como
algo meritorio; as�, en vez de transformarse en popes y maestros,
los expulsados se ver�an obligados a ser, seg�n sus argumentos,
agitadores activos. Todo este episodio, calcado por ciertos bi�grafos
cr�dulos, tiene todas las trazas de una invenci�n. Una organizaci�n
revolucionaria s�lo puede mantener su existencia siendo inexorable
con cuanto se refiera lo m�s m�nimo a indicios de denuncia,
provocaci�n o traici�n. La m�s leve indulgencia en
esa esfera, supone para ella el principio de la gangrena. Si Soso hubiera
resultado culpable de recurrir a tales medios, mezcla de una parte de Maquiavelo
con dos partes de Judas, es absolutamente inadmisible que el Partido hubiese
tolerado en sus filas un momento m�s. Iremashvili, que por entonces
pertenec�a al mismo c�rculo seminarista que Koba, nada sabe
de tal episodio. �l, por su parte, consigui� graduarse y
se hizo maestro. Ahora bien, no es un simple accidente que un invento tan
ruin se relacione con el nombre de Stalin. Nada semejante se ha rumoreado
a prop�sito de ninguno de los otros revolucionarios antiguos.
La juventud de la generaci�n revolucionaria coincidi�
con la juventud del movimiento obrero. Era la �poca de la gente
entre los dieciocho y los treinta a�os. Los revolucionarios de m�s
edad eran pocos y parec�an viejos. El movimiento, hasta entonces,
carec�a en absoluto de vividores, viv�a de su fe en el futuro
y de su esp�ritu de sacrificio. No exist�a a�n rutina,
f�rmulas estereotipadas, gestos teatrales, trucos oratorias hechos
de antemano. La lucha, naturalmente, era sobrado pat�tica, t�mida
y torpe. Hasta las palabras "Comit�", "Partido", eran cosa nueva,
con una aureola de frescura primaveral, y sonaban en o�dos j�venes
como inquietante y seductora melod�a. Quien se afiliaba en una organizaci�n
sab�a que le esperaba la c�rcel seguida del destierro a pocos
meses de plazo. El colmo de su ambici�n era estar en la brecha el
mayor tiempo posible antes de ser detenidos; mantenerse firmes frente a
los gendarmes; aliviar en lo posible la situaci�n de los camaradas;
leer, durante la prisi�n, el mayor n�mero posible de libros;
escaparse cuanto antes del destierro al extranjero; adquirir all�
conocimientos �tiles, y volver despu�s a la actividad revolucionaria
dentro de Rusia.
Los revolucionarios profesionales cre�an cuanto predicaban.
Pod�an no haber tenido otro incentivo para emprender la ruta del
Calvario. La solidaridad bajo la persecuci�n no era una palabra
vac�a, y aumentaba su valor el desprecio hacia la cobard�a
y la deserci�n. "Dando vueltas en mi mente al sinn�mero de
camaradas a quienes tuve ocasi�n de conocer -escribe Eugenia Levisstkaya,
refiri�ndose a la organizaci�n clandestina de Odesa de 1901
a 1907-, no acierto a recordar ni un solo hecho reprensible o despreciable,
ni una sola decepci�n o mentira. Hab�a rozamientos, diferencias
faccionales de opini�n; pero esto era todo. En cierta medida, cada
cual se vigilaba moralmente, se hac�a mejor y m�s tratable
en aquella familia de afectos." Odesa no era una excepci�n, naturalmente.
Los j�venes y las j�venes que se entregaban por entero al
movimiento revolucionario, sin pedir nada en cambio, no eran los peores
representantes de su generaci�n, La Orden de los "revolucionarios
profesionales" no sale perdiendo en nada al compararla con cualquier otro
grupo social.
Jos� Djugashvili fue miembro de esa Orden, y comparti�
parte de sus atributos; muchos, pero no todos. Vio la finalidad de su vida
en derribar los poderes existentes. El odio a ellos era en su esp�ritu
infinitamente m�s activo que el amor a los oprimidos. La prisi�n,
el destierro, los sacrificios, las privaciones no le asustaban. Sab�a
mirar al peligro cara a cara. Al mismo tiempo, se daba cuenta muy bien
de ciertos defectos suyos, como son su torpeza, su falta de talento, la
general mediocridad de su continente f�sico y moral. Su arrogante
ambici�n estaba impregnada de envidia y malevolencia. Su impertinencia
corr�a parejas con su esp�ritu vengativo. El destello ict�rico
de su mirada induc�a a las personas sensibles a la cautela. Ya en
sus d�as de colegio se hizo notar por su ma�a en advertir
las flaquezas de los dem�s y por insistir sobre ellas despiadadamente.
El ambiente del C�ucaso result� sumamente favorable para
fomentar
estos atributos b�sicos de su car�cter. Sin perder pie en
medio de sus entusiastas, sin enardecerse entre quienes se inflamaban f�cilmente
y con igual facilidad se enfriaban, aprendi� pronto en la vida a
apreciar las ventajas de la entereza fr�a, de la circunspecci�n
y, especialmente, de la astucia, que, en su caso, se transform�
sutilmente en marruller�a. Especiales circunstancias hist�ricas
habr�an de investir de primera importancia estos atributos esencialmente
secundarios.