Primera vez publicado: International Press Correspondence, 25 de Octubre, 1921;
Traducido por: José Carlos Rosario Sánchez
El imperialismo francés y polaco están indudablemente conectados el uno al otro. La posición común de las dos naciones es el factor determinante en esta alianza. Ambos países, Francia y Polonia, están en manos de la reacción nacionalista y militarista que existe gracias a la guerra y que morirá en la guerra. En ninguno de los dos estados están los capitalistas industriales al mando. En Francia el poder está en las manos de capitalismo pícaro y parasitario, el capitalismo de los grandes empréstitos, el de las grandes aventuras coloniales y las conquistas ilimitadas. En Polonia, por otro lado, prevalece un nacionalismo ciego y megalómano que le tiene un intenso odio a la Unión Soviética.
Francia tiene sus propios puntos de vista, sus particulares egotismos. Para Francia, por ejemplo, Polonia no es más que un substituto del zarismo, el cual su recuerdo aún le hace soltar un par de agrias lágrimas, al mismo tiempo en que se lamenta sus millones de francos perdidos para siempre en sus inversiones rusas. Polonia constituye también el segundo par de garras que se incrustan en el cuello de Alemania para provocar su muerte. Más aún, su otro propósito es el de ser el guardián y provocador perpetuo de la Rusia soviética. Finalmente, su última función es la de preservar a Francia del sitio oriental y garantizar su seguridad.
Francia tiene dos miedos dominantes, dos serias inseguridades. Desconfía de la victoria que ha sido descrita por su padre, Clemenceau, como una “victoria pírrica”. Y desconfía también de su “gran amigo y aliado”, Inglaterra. Francia se da cuenta que, a pesar de todas las palabras de aliento que dicen lo contrario, ha sido derrotada en la última guerra. Reconoce que fueron necesarios 25 países, 5 continente y los billones norteamericanos, junto con sus barcos de guerra, los que la salvaron de la derrota. Se da cuenta de la estable pero segura disminución de su población. En 1919, un año después de la paz de Versalles, se podían contabilizar hasta 300,000 muertes en su territorio.
En lo que respecta a la "Entente cordiale", esta no es más que una memoria, una formalidad diplomática. Apenas pasa una semana sin que haya un problema de intereses con Inglaterra. El tratado de alianza que se prometió durante la conferencia de Versalles para evitar el auge de aspiraciones militaristas en Renania ha fracasado. Lloyd George ha sido más astuto y cauteloso que Clemenceau. Él había puesto una condición para el cierre de la alianza: la ratificación de esta última por parte de los norteamericanos. Cuando estos se retiraron cuidadosamente del nido de avispas que era Europa, Lloyd pudo retractarse de su promesa.
La Francia oficial ha perdido su cabeza. Ha decidido comprarse un aliado: Polonia. El señor Millerand es el actual presidente de Francia solamente porque ha hecho creer a su gente que fue gracias a su genio militar y asistencialista que se paró al Ejército Rojo a las puertas de Varsovia. En su incapacidad de poder seguir una política basada en los intereses comunes de la clase trabajadora de todas las naciones, los reaccionarios están ciega, ignorante y coincidentemente confiados de la ficticia magnificencia de Polonia y cargan con ellos sin queja alguna el en realidad cadáver económico que esa nación para poder salvarse ellos mismos.
La industria bélica francesa trabaja ininterrumpidamente para Polonia y Rumanía, país que es meramente considerado como un soporte para Polonia. Ellos están tomando deliberadamente la posibilidad de tener un desentendimiento con Inglaterra por la Alta Silesia. Alemania fue dejada completamente arruinada y con la absoluta inhabilidad de poder pagar los millones necesarios para poder salvar a Francia de la bancarrota, la cual, en realidad, sino legalmente, ya esta consumada. Y todo esto por el bien del entendimiento con Polonia. En resumen, Francia se está arruinado a sí misma para poder protegerse del peligro alemán.
Es más, no se debe olvidar que la reacción en Francia tomó la guerra como medio del restablecimiento de su régimen – el régimen de la iglesia y los propietarios. Soñaban con una victoria completa, con el colapso de la república. Este sueño solamente ha sido alcanzado parcialmente. Se han suprimido más que nunca a los republicanos, ahora tornados nacionalistas; se ha vaciado a la república de su contenido republicano; por ejemplo, se han reestablecido las relaciones diplomáticas con el Vaticano. Sin embargo, no han suprimido la oficialidad de la república. Los partidarios de esta última, para poder mantenerse en el poder, han abandonado sus convicciones. Las ideas reaccionarias se han impuesto, más, sin embargo, sus abogados aún están parados afuera de la puerta, insatisfechos y molestos…
También se debe notar que hay una predestinación psicológica entre el imperialismo francés y polaco. Tienen en común un carácter romántico y sentimental. El imperialismo alemán, norteamericano y japonés es realista y práctico – sabe cómo transformarse en monedas de oro y plata. El imperialismo polaco y francés tiene está característica esencial: arruinan sus países sin dar nada a cambio, excepto groseros agravios y privaciones.
Ese es el imperialismo a crédito, el imperialismo de aquella risueña plebeya que, para poder ir al baile en vestido de gala, en casa no come nada más que pan y agua. Ellos son los pobres tontos, comprando guardarropas enteros, y sin embargo pidiendo prestando la lavavajilla de los vecinos; dando fastuosos bailes, y arruinando su economía en el proceso. Antes de la guerra Francia era el banquero del mundo. Hoy en día no es más que un mendigo. En lugar de reconstruir sobre sus ruinas, está acumulando nuevas sobre ellas. Está gastando cinco y seis veces más para su ejército que antes de la guerra, sin contar las inversiones en sus colonias y dejando fuera de la cuenta las sumas que está vertiendo sobre su danaide Polonia.
Francia cree que a través de Polonia vencerá a la Rusia soviética. La verdad es que es todo lo contrario. La república monarquista de los señores Millerand, Briand, Charles Maurras y Léon Daudet será aniquilada. No es la voz de la sana razón humana, como lo definió Voltaire, el factor decisivo en el Quai d'Orsay (Ministerio de Asuntos Exteriores). Sino es la voz de Dmosky, de Hervé, de Bourtzeff, de los portaestandartes del Ejército Blanco ruso-polaco que Philip Berthelot, el genio malvado de la política exterior francesa, atiende. Esta política ha quebrado, tal como lo hizo el Banco Industrial Chino, que él y su hermano dirigieron.
¿Está el heredero de la Revolución Francesa, el proletariado francés, dispuesto a tomar posesión de su patrimonio? Discutiremos esta pregunta en nuestro próximo artículo.