Primera vez publicado: Le Socialiste, Febrero 25, 1911;
Traducido por: José Carlos Rosario Sánchez
Los oponentes de nuestro método y teoría – científicos burgueses, junto con doctrinarios sindicalistas y anarquistas – se han puesto de acuerdo en instar en contra del marxismo la ya añeja acusación que hombres como Guyot, defensor de vulgares políticas económicas, siempre han levantado en contra del socialismo en general: ellos dicen que somos culpables del ataque en contra del individuo, del ataque en contra de la libertad.
Según ellos, no es el sistema capitalista el que sacrifica la libertad de muchos para mantener la libertad de unos pocos privilegiados; sino somos nosotros los socialistas. No es el régimen de la propiedad capitalista el que hace que la “libre” voluntad de la inmensa mayoría obedezca las duras directivas de personas ajenas; ¡sino es el socialismo!
Desde el francés De Moliniari hasta el prusiano Eugene Richter, desde el inglés Herbert Spencer hasta el sindicalista italiano Arturo Labriola, desde la extrema derecha del espectro político hasta la extrema izquierda del “socialismo” oportunista, podemos escuchar acusaciones en contra de la “tiranía socialista”; del “futuro esclavismo”, y, sobre todo, ¡en contra de la “supresión de la libertad individual” del capitalista!
Nótese, en primer lugar, que las mismas acusaciones de fatalismo se han hecho en contra de todos los filósofos modernos que proclaman la subordinación de los tan famosos fenómenos morales a la ley natural. Cuando Hippolyte Taine, autor de “La Inteligencia”, escribió que la malicia y la virtud son productos tan necesarios de ciertas condiciones “como lo son el azúcar y el vidrio”, fue estúpidamente acusado de recomendar el reemplazo del consumo del azúcar por el del vidrio. Las nuevas teorías de diversos modernistas están siendo minimizadas por siglos de educación teológica y metafísica que están tomando sus explicaciones de hechos concretos como si fueran simples opiniones. Esto se parece a cuando la mujer caprichosa rompe el espejo al descubrir que su belleza se ha ido.
La acusación de fatalismo es relativamente comprensible, e inclusive excusable, cuando es clasificada a aquellas teorías que subordinan la historia humana a la influencia del clima o al ambiente geográfico. El clima, hasta cierto punto, es invariable. Los cielos de Grecia y Francia desde los tiempos remotos han variado poco o nada; pero, ¡cuántas revoluciones han ocurrido bajo el mismo sol!
Thomas Buckle ha sido comentado por su fatalismo climático; pero difícilmente con justicia, porque el celebrado autor de “La Historia de la Civilización" ha probado que a medida que los hombres se desarrollan, se logran emancipar de la influencia de los factores climáticos y geográficos, y empiezan a dominar la naturaleza.
Pero, repito, la interpretación geográfica de la histórica puede dar pie a una tendencia fatalista. El carácter semi-invariable del factor geográfico se presta a esto. Uno podría decir lo mismo de todas las teorías que subordinan la historia a factores externos.
Ese no es el caso con a teoría Marxista. Nada es más humano o más variado que el modo de producción. Para producir, en las palabras de Marx en “El Capital”, el hombre necesita un plan, una idea del trabajo que va a hacer. Se debe saber qué se está haciendo. Se debe saber que se está trabajando. Después de Giambattista Vico, Marx fue el que afirmó que la historia está hecha por los hombres. Las revoluciones en los métodos de producción, que a su vez generan revoluciones políticas y económicas, se dan gracias a las grandes o pequeñas “invenciones”, es decir, al talento y genio del ser humano.
Por lo tanto, Marx no ha excluido al hombre de la historia. Él no ha considerado a los humanos como maniquíes que lanzan “nuevos modos de producción”, al igual que otras cosas son “lanzadas” – como, por ejemplo, los pantalones bombachos.
Y eso no es todo; son los marxistas “dogmáticos”, “sectarios” y “ortodoxos” los que han insistido, en contra de Bernstein y su escuela medianamente idealista, la necesidad de afirmar y propagar la “meta final” del socialismo.
Son ellos, y solamente ellos, los que, en tiempos de crisis de la Internacional Socialista (los cuales por cierto están lejos de terminar) se han mantenido increíblemente fieles al ideal socialista – sin tener que repetir estúpidamente su nombre – mientras que la chusma oportunista se ha dejado llevar a la merced de la politiquería de cada día, la cual está al lado de las mortales fuerzas del sistema que solamente conoce la inexorable presión que ejercen sus apetitos e intereses.
Pero el método dialectico es el enemigo de todo lo que es arbitrario. No pone la historia en un aeroplano que está a merced de los vientos de “Su Majestad, la Casualidad”. El movimiento de la historia no es nada parecido al zig-zag de un hombre borracho. Esta primera está subordinada por las necesidades. La humanidad no es libre de renunciar a sus necesidades físicas e intelectuales. Y es debido a que no está dispuesta al suicidio, a que tiene que someterse a las necesidades de producción. La producción da cabida y a su vez determina el sistema social. Y este a su vez le corresponden ideas y concepciones definidas como la religión, la moralidad, la filosofía y la ciencia.
Requiere una ceguera interesada, y un egoísmo tremendo, por parte de un capitalista para que este le diga a un obrero: “Eres libre de dejar de trabajar”. La libertad absoluta es la muerte.
Una sociedad no es transformada gracias a La Palabra, ni por la fuerza de voluntad de uno. Es necesario que todas las fuerzas del pasado y presente trabajen juntas para que se logre un cambio.
Ya Saint Simón, el verdadero precursor de Marx, había demostrado claramente que los elementos del nuevo sistema a emerger se acumulan durante siglos y se preparan dentro del marco de los sistemas antiguos. Según él, la clase capitalista ha tardado siete u ocho siglos en convertirse en la fuerza dominante en la sociedad.
Grupos de hombres aislados, o pequeñas minorías, pueden, cada cierto tiempo, intentar complacer sus fantasías. Ellos pueden soñar la transformación social instantánea. En el nombre del “derecho de aborto” ellos aplican los fórceps de la “acción directa” al cuerpo de la sociedad para intentar traer al mundo el nuevo sistema antes del tiempo indicado. Pero la sociedad en conjunto – una clase entera – solamente se da así misma tales metas mientras que estas permanezcan en el dominio de lo realizable y de lo posible. Y cuando se llega al momento propicio, se dan las contracciones de manera natural. La evolución no excluye a la revolución, al igual que la transformación geomorfológica no excluye a los cataclismos naturales. En los nacimientos se derrama sangre, además de que estos están generalmente asociados con el llanto y el dolor. Pero solamente monstruosidades vienen al mundo antes de la hora indicada.
Una nave sale del puerto. ¿Acaso se da que al capitán se le priva de una bitácora náutica, preparada de la forma más científica posible, y de un compás?, ¿acaso no sería más libre si es que se deja llevar por el movimiento de las olas? El método dialéctico, ideado por Marx y Engels, es esa bitácora náutica con compás que nos permite determinar el movimiento de la historia. No nos limita. Simplemente nos muestra el camino a tomar. En ayudarnos a vislumbrar el camino, nos emancipa y libera de las fuerzas cegadoras, de la fatalidad de la casualidad. Es, por lo tanto, una influencia libertadora – no esclavizadora.
El hombre primitivo es esclavo de la naturaleza. Está literalmente aterrorizado de los fenómenos naturales. Él busca, con los crueles sacrificios humanos, obtener una mitigación de su suerte. Naturalmente, la ciencia lo emancipa. De ser un simple galeote de la naturaleza, se transforma en su maestro. La sociedad moderna aún sigue a la merced de las ciegas fuerzas semi-naturales. Somos, en relación con la sociedad, lo que el hombre primitivo fue en relación con la naturaleza. Es necesario conquistar nuestra libertad. Debemos liberarnos de las ciegas fuerzas sociales que nos amordazan y oprimen. La sociedad debe convertirse en nuestro dominio, así como las fuerzas naturales lo han hecho. Debemos transformarnos en maestros de la sociedad, así como, más o menos, nos hemos convertidos en maestros de nuestro ambiente natural.
¿Pero cómo es que hemos conquistado la naturaleza? Mediante su estudio; aprendiendo sus leyes y haciéndolas servir nuestros propósitos. Es prácticamente lo mismo que con las leyes sociales. Solamente lograremos vencer la opresión social cuando hayamos descubierto las leyes de movimiento de la sociedad. La ciencia es libertad. Y el método dialéctico, que ayuda poderosamente a lograr tal descubrimiento, la edificación de la ciencia social, es el instrumento de la libertad, la herramienta de precisión de nuestra emancipación.
El método dialectico es, por lo tanto, opuesto al fatalismo. Al hacernos conscientes de nuestra necesidad histórica, nos hace capaces de combatir el ignorante decreto fatalista de que siempre habrá pobres.
No, responde nuestro método dialéctico. La pobreza capitalista es una “categoría histórica”, que prontamente desaparecerá junto con las condiciones históricas que la ha creado y la ha hecho florecer.
El método dialéctico del socialismo es el método de la libertad y de la ciencia.