Charles Rappoport
Primera vez publicado: Le Socialiste, Febrero 1-8, 1903;
Traducido por: José Carlos Rosario Sánchez,
2018.
Él era elocuente. Él era diestro. No era grandioso. Él ya no es el popular tribuno, temido y odiado por el mundo explotador. Él ahora es el cuidadoso artista parlamentario, casi aclamado por todos los públicos. Su implacable enemigo ya no es la sociedad capitalista, el viejo régimen de violencia y desigualdad. Sus adversarios del momento ahora se llaman Deschanel y Ribot, esas pálidas sombras de un pasado muerto.
Él ya no denuncia las fallas de la decadente sociedad. Él ya no glorifica más las bellezas de una nueva humanidad. Se ha vuelto más modesto. De forma elocuente y cálida ahora defiende las combinaciones ministeriales de hoy y prepara cuidadosamente las de mañana.
Él ya no representa a un popular león. Ahora se contenta con el puesto de zorro gubernamental. La heroica época de acusaciones y denuncias al régimen capitalista ya ha pasado para él. Él ya no despotrica en contra de las viejas canciones que exaltan la miseria humana: sino que actualmente las canta con ciertas modificaciones. Sí, es cierto que ahora tararea las viejas canciones filantrópicas de paz universal, las viejas canciones con palabras grandes que esconden realidades miserables.
Inclusive cuando crítica – de manera suave y moderada – a sus adversarios políticos del momento, mantiene una constante preocupación por complacerlos. No desdeña ni sus sonrisas ni sus aplausos. Muy en el fondo, entre él y ellos, entre aquellos que gobiernan hoy y el ministro de economía, no hay antagonismo alguno. Solo malentendidos. Todos quieren la misma cosa, y la quieren con ansia. Ellos demandan – y esto es el corazón de su programa – el desarme generalizado y universal de las milicias revolucionarias. Lo que ellos más temen es la revolución. Su preocupación – que ahora se ha vuelto una obsesión – de evitar tácticas revolucionarias ha hecho que su “ideal” se aleje cada vez más de su realización. Dejen que la humanidad perezca mientras que la legalidad se mantenga.
Y, aun así, hemos podido conocer otros acentos en la voz de Jaurès, otros tonos en sus cuerdas vocales. Incluso hemos podido conocer al Jaurès que, en 1895, en la misma tribuna en la que acaba de declarar recientemente su adhesión a la política de desarme verbal del Zar Nicolás II, dijo lo siguiente:
“A pesar de que todos los pueblos y gobiernos quieren paz, a pesar de todos los congresos de filantropía internacional, la guerra sigue siendo un evento posible…Su violenta y caótica sociedad sigue, a pesar de que quiera paz, a pesar de su aparente reposo, albergando la guerra dentro de sí misma, como una nube durmiente que prepara una tormenta (¡Muy bien!, ¡muy bien!, decía la izquierda radical). Señores, solamente hay una manera de terminar la guerra entre los pueblos, y es terminar con la economía belicista, terminar con el desorden la sociedad actual; es tener que substituir el sistema de la lucha por la supervivencia – que se transforma en la lucha por la supervivencia en las trincheras – por uno de un régimen de paz social y unidad. Y es por esto que no miras a las intenciones, que siempre son vanas, sino a la efectividad de los principios y a la realidad de sus consecuencias. Es por esto que sola, racional y profundamente, el Partido Socialista es el único partido de la paz.” (Extracto del “Journal Officiel” del 8 de Abril de 1895.)
En esa ocasión el Officiel no se apuró en publicar ediciones suplementarias del discurso de Jaurès. La prensa burguesa de ese tiempo no se apuró en difundir las palabras de Jaurès al mundo. Ahora, la misma encuentra sus declaraciones complacientes con la burguesía y está lista para proclamar como revelaciones importantísimas unas cuantas verdades encubiertas proferidas por el ahora adulador del Zar. Estas últimas son: 1- Cuando todas las potencias se desarmen simultáneamente no habrá razón para tener ejércitos permanentes; 2- Cuando la paz universal triunfe no habrá más batallas: 3- Cuando Alsacia y Lorena sean devueltas por Alemania, ¿Alsacia y Lorena pertenecerán a Francia?
Un eminente y conocido militante de un país vecino, paseando por París me dijo hace algunos años: “El Socialismo está ausente en el discurso de Jaurès”. También lo está en su corazón y en su espíritu. Es finalmente tiempo de que los representantes autorizados de la Internacional Socialista proclamen en voz alta, con toda la claridad y precisión necesaria, lo que habían estado pensando silenciosamente. Si no es de esta manera el socialismo internacional se arriesga – al menos parcialmente - a degenerarse en sinónimo para convenciones internacionales sin importancia alguna.
En cuanto a nosotros, nuestro deber sigue siendo el mismo que el de ayer. El de ensamblarnos, aún más unidos, aún más ardientes, en nuestro partido de clase, el partido Socialista de Francia. Los individuos pueden traicionarnos e irse con el enemigo, los cuales siempre ofrecen más ventajas personales que nosotros. Pero la clase nunca traiciona.