Charles Rappoport
Primera vez publicado: Socialisme de gouvernment et socialisme révolutionnaire, panfleto, 1900;
Texto en ingles de: Socialist Standard, julio de 1905;
Traducido por: José Carlos Rosario Sánchez,
2018.
El “Nuevo Método” es evolucionista. El “Nuevo Método” es reformista. El “Nuevo Método” arriesga todo por la legalidad. Para poder entenderlo en toda su belleza, en todo su poder, primero tenemos que estudiar sus concepciones de evolución, reforma, y revolución legal. Procedamos en orden y comencemos con la evolución.
Los partidarios de este “Nuevo Método”, honestamente, han puesto ciertas estupideces en las bocas de los revolucionistas, quienes naturalmente los enfrentan. Los revolucionistas, según lo que ellos dicen, creen que la revolución social será resultado de un golpe de estado, de una lucha en contra de la policía, o, en el mejor de los casos, empleando la expresión favorita de (¿es necesario mencionar el nombre del ministro?), “de la agitación de una varita mágica”. Los revolucionistas están siendo parodiados como magos sociales o hacedores de milagros; y los realistas del socialismo estatal –muy idealistas en términos teóricos – nunca pierden una oportunidad de demostrar su soberano desprecio por estos soñadores de imposibles catástrofes. Solamente ellos están completamente de acuerdo con la ciencia moderna, basada en el principio de la evolución. Los revolucionistas son románticos, utópicos. ¿Acaso el mismo Bernstein no dijo que Marx no era nada más que un simple Blanquista?
¿Cuál es la verdad?
Primero debemos señalar que todos los maestros del Socialismo contemporáneo, aquellos hombres que introdujeron en él la idea de evolución, y quienes en algún punto han saturado de sus ideas los espíritus de los hombres, Carlos Marx, Federico Engels, Ferdinand Lassalle, Pedro Lavrov, fueron durante todas sus vidas revolucionistas convencidos.
Es un dato incontrovertible, y lo probaremos.
El trabajo de Marx en el ámbito social ha sido comparado con el de Darwin en el ámbito de la biología. De hecho, en su trabajo clásico, el Manifiesto, en el que quizá, de todos los libros de nuestro tiempo, contiene en su pequeño espacio (30 páginas más o menos) las más grandes y fértiles ideas, desarrolla un sistema de evolución en la sociedad capitalista. En el Manifiesto podemos ver el socialismo brotar, como consecuencia, de las entrañas de la sociedad capitalista. Es el capitalismo mismo el que moldea a su verdugo, el proletariado organizado como un partido clasista.
El Manifiesto concluye con la ultra-revolucionaria declaración de que:
“Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente. Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución comunista. Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar.”
Aquí estamos muy lejos de la teoría de “realizar para hacer temer”, la cual ha conducido a su autor al ministerio de comercio. Y aun así, Marx hizo volar a todos los hacedores de milagros, todos los promotores de pequeños proyectos pusieron en marcha todas las panaceas garantizadas posibles para poder salvar a la humanidad de la miseria del capitalismo. Es cierto que él no planeó el proyecto para que los socialistas participaran en el seno del estado burgués, que en todo caso haría la revolución innecesaria, y, sobre todo, peligrosa. Un partido revolucionario que no inspira temor a sus enemigos está maduro para el gobierno. Pero nunca “ganará el mundo”.
El idealista, Pedro Lavrov, estaba de acuerdo con Marx, el materialista, en la cuestión de la revolución violenta. En toda su gloriosa vida predicó la revolución en nombre de la razón, de la “justicia y humanidad”. Él buscó establecer científicamente que “el socialista que piensa racionalmente debe ser un revolucionista”. Y él siempre añadió que la revolución no podría ser traída sin la violencia. Pedro Lavrov introdujo la filosofía científica en Rusia, así contribuyendo más que nadie al derrumbamiento de las ideas metafísicas y teológicas en su país. Era un enemigo acérrimo de los milagros, y entendió la maravilla de la transformación social como la palabra participación.
Los partidarios de la legalidad generalmente siempre están contentos de citar una frase del Prefacio de Engels, en donde él describe el magnífico crecimiento del partido Socialista durante el periodo legal. Pero los bribones se olvidan de mencionar que Engels mismo protestó en contra de la publicación, declarando que sus ideas habían sido falsificadas a través de la omisión de una conclusión que era revolucionista.
Una declaración de Marx también es invocada, la de que en Inglaterra la revolución podía ser alcanzada de forma pacífica y legal. En su prefacio a la edición inglesa de El Capital, Engels, en referencia a las palabras de su gran amigo, escribió: “Pero él nunca omitió mencionar que dudaba mucho si es que era posible que las clases reinante de Inglaterra alguna vez darían paso a una revolución legal y pacífica” (Capital. Introduction. 1887). Dicho de otra manera: la revolución sería posible si es que las clases dominantes estuvieran en un humor suicida. Es perfectamente evidente que Marx, el cual entendía perfectamente la situación económica de Inglaterra, deseaba más que nadie decir que las condiciones materiales y técnicas estuviesen a la mano. Para poder lograr la revolución era necesario alcanzar un nivel revolucionario. “La fuerza es la partera de las nuevas sociedades”. Los dolores y la violencia del nacimiento no pueden ser omitidos si es que se desea que el embrión se desarrolle de manera fácil y correcta. Uno también podría pasar por alto las erupciones volcánicas considerando que la geología moderna ha abandonado la teoría del origen catastrófico de la tierra. El recién nacido se desarrollará pacíficamente, “legalmente”, pero su concepción misma es revolucionaria. Las fuerzas subterráneas se acumulan lentamente, de forma invisible, pero cuando llegan a cierto nivel de intensidad, explotan. “Las revoluciones históricamente han sido tan necesarias como las tempestades con la naturaleza”, escribe Malon, al cual nuestros evolucionistas no llaman “sectario”. En verdad, esta clase de “tempestades” no van de acuerdo con las combinaciones ministeriales. Pero, ¿desde cuando los fenómenos naturales e históricos hacen caso a los decretos de los ministros?, estas se encuentran fuera de su control.
En 1887 en el congreso de Saint-Gall, Bebel, quien no es más que un romántico soñador, declaró:
“El que dice que el final al que quiere llegar el Socialismo se realizará de modo pacífico o no sabe del final en cuestión o se está burlando de nosotros”.
Más aún. Es solamente durante su periodo científico cuando, basado en el principio de la evolución, el Socialismo se vuelve revolucionario. Los grandes utópicos, Fourier, Owen, Saint-Simon fueron pacifistas en sus métodos. Predicaron la transformación social para que la “revolución” sea innecesaria.
Fue exactamente en esta época cuando estos transformadores sociales se entrevistaron con los monarcas, en Aquisgrán, solicitando su “colaboración” en la reforma social en nombre de la “conservación social”. Esos también fueron los buenos viejos tiempos cuando el soñador Fourier buscaba diariamente a su “millonario”, pacífico redentor de la miserable humanidad.
El triunfo del verdadero espíritu realista fue el mismo que el de espíritu revolucionario. Solo las mentes empíricas que no ven más allá que las puntas de sus narices o que quieren tapar la historia con una sábana, creen que la revolución es contraria a la evolución, la cual es verdaderamente, en realidad, fatal e irreversible. De este modo, el periodo Utópico del Socialismo fue pacífico. El periodo científico adopta tácticas revolucionarias.
Ferdinand Lassalle, quien era el máximo promotor del sufragio universal en Alemania, un hombre de acción y pacífico por excelencia, reconoció que la revolución era un medio de lograr alguna reforma seria. Mencionó que las grandes reformas fueron traídas y tomadas en cuenta gracias a la revolución. Para él, al igual que otros grandes Socialistas, la revolución es un momento de crisis para la “evolución” normal de la sociedad y una evolución para la humanidad en general.
El abismo que nuestros ministros intentan encontrar entre la evolución y revolución no existe, sino en sus imaginaciones. Pero lo que si hay es un abismo entre la revolución y el ministerialismo.