Primera publicación: Revista Socialista Internacional, Octubre de 1909. Traducido al inglés por William E. Bohn.
Versión al castellano: Traducido del inglés por Roi Ferreiro para el Círculo Internacional de Comunistas
Antibolcheviques.
Edición digital: Por el Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques,
2005
Esta edición: Marxists Internet Archive, mayo de 2006.
La clase media es la que está entre los estratos más altos y los más bajos de la sociedad. Arriba está la clase de los grandes capitalistas; bajo ella el proletariado, la clase de los obreros asalariados. Ella constituye el grupo social de ingresos intermedios. De acuerdo con esto, no está separada con igual agudeza de las otras dos clases. Del gran capitalista, el pequeño burgués sólo se distingue por una diferencia de grado; él tiene una cantidad menor de capital, un negocio más modesto. Por consiguiente, la cuestión de a quién pertenece esta clase de pequeños burgueses es difícil de contestar. Cada capitalista que sufre la competición de capitalistas todavía más grandes denuncia a los que están por encima de él y grita por ayuda en nombre de la clase media.
Del proletariado, al contrario, el pequeño burgués está separado por una diferencia de clase, en la función económica. Aunque su negocio y su ingreso sean siempre tan pequeños, es independiente. Vive en virtud de su propiedad sobre los medios de producción, como cualquier otro capitalista, y no de la venta de su fuerza de trabajo, como un proletario. Pertenece a la clase que emprende empresas, que debe poseer algún capital para continuarlas; a menudo él mismo emplea a obreros. Por consiguiente, está agudamente diferenciada de la clase obrera asalariada.
En épocas anteriores, esta clase de pequeños capitalistas constituía el grueso de la población industrial. El desarrollo social, sin embargo, ha provocado gradualmente su destrucción. La fuerza motriz de este desarrollo fue la competición. En la lucha por la existencia, los capitalistas más grandes, los más aptos financiera y técnicamente para sobrevivir, dejaron fuera a los más pobres y atrasados. Este proceso ha continuado en tal magnitud que, en la actualidad, la producción industrial se lleva adelante casi exclusivamente a gran escala; en la industria la pequeña producción sobrevive sólo en la forma de trabajo de reparación o actividades artísticas especiales. De los miembros de la clase media más temprana, un pequeño número se ha elevado al rango de grandes capitalistas; la gran mayoría ha perdido su independencia y se ha hundido en el proletariado. Para la generación actual, la clase media industrial tiene sólo una existencia histórica.
La clase a la que me refería en mi primer párrafo es la clase media comercial. Este estrato social, como hemos visto, y todavía vemos, decayendo ante nuestros ojos, está compuesto por pequeños comerciantes, tenderos, etc.. Sólo durante las últimas décadas han entrado los grandes capitalistas en el negocio al por menor; sólo recientemente han empezado a establecer empresas filiales y casas de venta por correo, expulsando así a las empresas pequeñas o forzándolas a un trust. Si, durante los tiempos recientes, ha habido un gran lamento acerca de la desaparición de la clase media, debemos tener presente que es sólo la clase media comercial la que está en cuestión. La clase media industrial se vino abajo hace tiempo y la clase media agraria devino subordinada al capitalismo sin perder las formas de independencia.
Al considerar el declive de la clase media, tenemos la teoría del socialismo en una cáscara de nuez. El desarrollo social que resultaba de este fenómeno hizo del socialismo una posibilidad y una necesidad. Mientras la gran masa del pueblo fuesen productores independientes, el socialismo solamente podía existir como la utopía de teóricos individuales o pequeños grupos de entusiastas; no podía ser el programa práctico de una gran clase. Los productores independientes no necesitan el socialismo; no quieren ni siquiera hablar de él. Ellos poseen sus medios de producción y éstos son para ellos la garantía de un sustento. Incluso la triste posición a la que están obligados por la competición con los grandes capitalistas puede difícilmente volverlos favorables al socialismo. Les hace únicamente los más ávidos en convertirse en grandes capitalistas. Pueden desear, ocasionalmente, limitar la libertad de competición --quizás, bajo el nombre de socialismo--; pero no quieren abandonar su propia independencia o libertad de competencia. Por consiguiente, mientras existe una clase media fuerte, ésta actúa como un muro de protección para los capitalistas contra los ataques de los obreros. Si los obreros demandan la socialización de los medios de producción, encuentran en esta clase media solamente un oponente tan agrio como en los mismos capitalistas.
El decaimiento de la clase media significa la concentración de capital y el crecimiento del proletariado. El capital encara, por consiguiente, a un ejército siempre creciente de oponentes y es apoyado por un número constantemente decreciente de defensores. Para el proletariado, el socialismo es una necesidad; constituye el único medio de proteger el trabajo contra el robo por una horda de parásitos inútiles, el único baluarte contra la necesidad y la pobreza. Como la gran masa de la población viene a consistir cada vez más en proletarios, el socialismo, además de ser una necesidad, viene a ser cada vez más una posibilidad; pues la guardia personal de la propiedad privada se hace constantemente más débil y se vuelve impotente contra las fuerzas constantemente ascendentes del proletariado.
No hace falta decir, por lo tanto, que la burguesía ve con alarma la desaparición de la clase media. El nuevo desarrollo, que inspira al proletariado la esperanza y la confianza, llena a la clase dominante de miedo por su futuro. Cuanto más rápido el proletariado, su enemigo, incrementa su número, más rápido la clase propietaria decrece, más ciertamente ve la burguesia que se aproxima su condena. ¿Qué hacer?
Una clase dominante no puede renunciar voluntariamente a su propio predominio; pues este predominio aparece ante ella como el único fundamento del orden del mundo. Debe defender este predominio; y esto sólo puede hacerlo mientras tenga esperanza y confianza en sí misma. Pero las condiciones efectivas no pueden dar confianza en sí misma a la clase capitalista; por consiguiente, crea para sí misma una esperanza que no tiene apoyo en la realidad. Si esta clase fuese alguna vez a ver los principios de la ciencia social, perdería toda fe en sus propias posibilidades; se vería como un déspota envejecido con millones de víctimas perseguidas marchando sobre él desde todas las direcciones y gritándole sus crímenes en sus oídos. Temerosamente se encierra, cierra sus ojos a la realidad y ordena a sus mercenarios inventar fábulas para disipar la horrible verdad. Y éste es exactamente el camino de la burguesía. Para no ver la verdad, ha designado profesores para aliviar su turbado espíritu con fábulas. Son bonitas fábulas que glorifican su dominio, que deslumbran sus ojos con visiones de una vida eterna y dispersan sus dudas y sueños del mismo modo que muchas pesadillas. ¿Concentración de capital? El capital está todo el tiempo siendo democratizado a través de la creciente distribución de acciones y bonos. ¿Crecimiento del proletariado? El proletariado está al mismo tiempo haciéndose más disciplinado, más dócil. ¿Decaimiento de la clase media? Un sin sentido; una nueva clase media está ascendiendo para tomar el lugar de la vieja.
Es esta doctrina de la nueva clase media la que deseo discutir en cierto detalle en el presente escrito. A esta nueva clase pertenecen, en primer lugar, los profesores. Su función es confortar a la burguesía con teorías acerca del futuro de la sociedad, y es entre ellos que esta fábula de la nueva clase media encontró su origen. En Alemania estaban Schmoller, Wagner, Masargh y una hueste de otros, que se dedicaron a la labor de elaborarla. Explicaron que la doctrina socialista acerca de la desaparición de la clase media era de escasa importancia. Cada tabla de estadísticas mostraba que los ingresos intermedios seguían siendo casi exactamente tan numerosos como en tiempos anteriores. En los puestos de los productores independientes en desaparición estaban apareciendo otros grupos de población. La industria a gran escala demandaba un inmenso ejército de funcionarios intermedios: inspectores, especialistas, ingenieros, gerentes de departamento, jefes, etc. Ellos formaban una completa jerarquía de oficiales; ellos eran los funcionarios y subalternos del ejército de la industria, un ejército en que los grandes capitalistas son los generales y los obreros los soldados comunes. Los miembros de las llamadas vocaciones "libres", médicos, abogados, autores, etc., también pertenecían a esta clase. Una nueva clase, entonces, que, constantemente creciente en número, se decía que estaba tomando el lugar ocupado anteriormente por la vieja clase media.
Esta observación en sí misma es correcta, aunque en absoluto nueva. Todo lo que hay de nuevo sobre ello es su exposición con miras a la refutación de las teorias socialistas de las clases. Fue expresada claramente, por ejemplo, por Schmoller a un Congreso Social Evangélico celebrado en Leipsic tanto tiempo atrás como en 1897. La audiencia estalló de jubiloso entusiasmo ante las buenas noticias, y declaró en una resolución: "El congreso anota con placer la tranquilizadora y científicamente fundada convicción del orador de que el desarrollo económico de los tiempos modernos no conduce necesariamente a la destrucción de una clase tan útil para el bienestar de la sociedad como la clase media." Y otro profesor declaraba: "Él nos ha llenado del optimismo por el futuro. Si no es verdad que la clase media y la pequeña burguesía están desapareciendo, no se nos obligará a alterar los principios fundamentales de la sociedad capitalista."
El hecho de que la ciencia es meramente la sirviente del capitalismo no podría expresarse más claramente que en tales declaraciones. ¿Por qué esta declaración de que la clase media no está decayendo es aclamada como tranquilizadora? ¿Por qué crea contentamiento y optimismo? ¿Es porque a través de ella los obreros lograrán mejores condiciones, estarán menos explotados? No, justo lo contrario. Si esta declaración es verdad, el obrero será mantenido para siempre en la esclavitud por un ejército permanente de enemigos; lo que parece impedir su liberación es proclamado como tranquilizante y optimista. El objeto de esta ciencia no es el descubrimiento de la verdad, sino la certeza de una clase de parásitos crecientemente superflua. No sorprenda que entre en conflicto con la verdad. Fracasa no sólo en su denegación de la enseñanza socialista, sino en su tranquilización de la clase capitalista. El consuelo que aporta no es nada más que un autoengaño.
La doctrina socialista acerca de la concentración del capital no implica la desaparición de los ingresos medios. No tiene nada que ver con los ingresos relativos; trata, por el contrario, de las clases sociales y sus funciones económicas. Para nuestra teoría, la sociedad no consiste en pobres, gente de buen hacer y ricos, no consiste en aquéllos que no poseen nada, poco o mucho; en su lugar, consiste en clases, cada una de las cuales juega un papel separado en la producción. Una clasificación meramente externa, superficial, de acuerdo con los ingresos, siempre ha sido un medio con el que los escritores burgueses han confundido las condiciones sociales efectivas y producido oscuridad en lugar de claridad. La teoría socialista restaura la claridad y la exactitud científica, concentrando la atención sobre las divisiones naturales de la sociedad. Este método ha hecho posible formular la ley del desarrollo social; la producción a gran escala reemplaza constantemente a la producción a pequeña escala. Los socialistas mantienen que tienden a desaparecer más y más no los ingresos medios, sino los pequeños productores independientes. Esta generalización no la atacan los profesores; todo el que se familiariza con las condiciones sociales, cualquier periodista, cualquier funcionario de gobierno, cualquier pequeño burgués, cualquier capitalista sabe que es correcto. Con la misma declaración de que la clase media está siendo rescatada por una nueva clase creciente, se reconoce específicamente que la anterior está desapareciendo.
Pero esta nueva clase media tiene un carácter completamente diferente del de la vieja. Que esté entre los capitalistas y los obreros y subsista por un ingreso medio constituye su único parecido a la pequeña burguesía de tiempos anteriores. Mas ésta era la característica menos esencial de la clase pequeñoburguesa. En su carácter esencial, en su función económica, la nueva clase media difiere absolutamente de la vieja. Los miembros de la nueva clase media no son unidades industriales autosuficientes o independientes; están al servicio de otros, de aquéllos que poseen el capital necesario para hacerse cargo de empresas. Económicamente considerada, la vieja clase media consistía en capitalistas, aun cuando fuesen pequeños capitalistas; la nueva consiste en proletarios, aún cuando sean proletarios altamente remunerados. La vieja clase media vivía por virtud de su posesión de los medios de producción; la nueva crea su sustento a través de la venta de su fuerza de trabajo. El carácter económico de la última clase no se modifica en nada por el hecho de que esta fuerza de trabajo sea de una cualidad altamente desarrollada; que, por lo tanto, reciba comparativamente salarios altos; no cambia nada más por el hecho de que esta fuerza de trabajo sea principalmente de un tipo intelectual, que dependa más del cerebro que de los músculos. En la industria moderna el químico y el ingeniero son tratados como meros trabajadores asalariados; sus fuerzas intelectuales son explotadas al límite del agotamiento justamente como las fuerzas físicas del trabajador común.
Con la declaración de este hecho la charla profesoral sobre la nueva clase media es revelada en toda su estupidez; es una fábula, una pieza de autoengaño. Como una protección contra el deseo del proletariado de la expropiación, la nueva clase media no puede nunca tomar el lugar de la vieja. Los pequeños capitalistas independientes de tiempos anteriores se sentían interesados en el mantenimiento de la propiedad privada de los medios de producción porque eran ellos mismos propietarios de medios de producción. La nueva clase media no tiene el más ligero interés en mantener para otros el privilegio del que ellos mismos no participan. Para ellos es lo mismo si están al servicio de un fabricante individual, una compañía anónima o una organización pública, como la comunidad o el Estado. Ya no sueñan con administrar alguna vez un negocio independiente; saben que tienen que seguir toda su vida en la posición de subordinados. La socialización de los medios de producción no cambiará su posición con excepción de que la mejorará, liberándoles del capricho del capitalista individual.
Se ha comentado a menudo por los escritores burgueses que la nueva clase media tiene una posición mucho más segura que la vieja y, por lo tanto, menos base para el descontento. El hecho de que las compañías anónimas destruyan a los pequeños hombres de negocios es una acusación que no puede permitirse que cuente contra sus muchas ventajas; esto es realmente insignificante, en vista del hecho de que a los pequeños hombres de negocios, después de ser arruinados, les son dados puestos al servicio de la compañía, donde, como regla, su vida es mucho más libre de preocupaciones de lo que era en primer lugar (Hemburg). ¡Extraño, entonces, que ellos se esforzasen durante tanto tiempo, sacrificasen su riqueza y ejerciesen su fuerza hasta el extremo, para mantenerse en sus viejas posiciones mientras todo el tiempo tal atracadero tentador estaba invitándolos! Lo que estos apologistas del sistema capitalista ocultan cuidadosamente es la gran diferencia entre la dependencia actual y la independencia anterior. El hombre de la clase media de tiempos anteriores sin duda sentía la presión de la necesidad, de la competición; pero el hombre de la nueva clase media debe obedecer a un amo extraño, que puede despedirlo arbitrariamente en cualquier momento.
Ora, es ciertamente verdad que aquellos que sirven al capitalista moderno como obreros técnicos cualificados o funcionarios de la compañía no son torturados por las preocupaciones que agobiaban el espíritu del pequeño burgués de días anteriores. A menudo, también, sus ingresos son mayores, pero, en lo que concierne al mantenimiento del sistema capitalista, son despreciables. No es el descontento personal, sino el interés de clase, la fuerza motriz de la revolución social. En muchos casos, incluso el obrero asalariado industrial de hoy está en una mejor posición que el pequeño campesino independiente. No obstante los campesinos, en virtud de la posesión de sus pequeños pedazos de tierra, tienen un interés en el mantenimiento del sistema de propiedad privada, mientras que el obrero asalariado demanda su destrucción. Lo mismo es cierto para la clase media: los pequeños capitalistas oprimidos y descontentos, a pesar de las desventajas de su posición, eran sostenes del capitalismo; y ésto los empleados de los consorcios (trust) modernos, mejor situados y libres de preocupaciones, nunca pueden serlo.
Este hecho no significa nada más que: que las frases profesorales, pensadas para tranquilizar a la burguesía con la noción de esta nueva clase media y esconder así de ellos la tremenda transformación que ha tenido lugar, han resultado ser un puro engaño, sin aun el más remoto parecido con la ciencia. La declaración de que la nueva clase ocupa la misma posición en la lucha de clases que la que ocupara la pequeña burguesía del pasado, se ha demostrado un engaño despreciable. Pero, en lo que se refiere a la posición real de esta nueva clase, a su función efectiva en nuestro organismo social, apenas la he mencionado de pasada[1].
La nueva clase media intelectual tiene una cosa en común con el resto del proletariado: está formada por desposeídos, por aquellos que venden su fuerza de trabajo y, por consiguiente, no tienen interés en el mantenimiento del capitalismo. Es más, tiene en común con los obreros el hecho de que es moderna y progresiva, que, a través del funcionamiento de las fuerzas sociales reales, se vuelve constantemente más fuerte, más numerosa, más importante. Por consiguiente, no es una clase reaccionaria, como lo era la vieja pequeña burguesía; no anhela los viejos buenos días precapitalistas. Mira hacia delante, no hacia atrás.
Pero esto no significa que los intelectuales vayan a situarse lado a lado con los obreros asalariados en todos los aspectos, que como el proletariado industrial estén predispuestos a convertirse en reclutas del socialismo. Con seguridad, en el sentido económico del término, ellos son proletarios; pero forman un grupo muy especial de obreros asalariados, un grupo que está socialmente tan agudamente separado de los proletarios reales que forman una clase especial con una posición especial en la lucha de clases.
En primer lugar, su paga superior es una cuestión de importancia. Ellos no conocen nada de la pobreza real, de la miseria, del hambre. Sus necesidades pueden exceder sus ingresos y provocar así una disconformidad que da significado real a la expresión "pobreza dorada"; aun no les compele la necesidad inmediata, como lo hace a los proletarios reales, a atacar el sistema capitalista. Su posición puede despertar el descontento, pero la de los obreros es insoportable. Para ellos, el socialismo tiene muchas ventajas; para los obreros es una necesidad absoluta.
Añadido a esto, debe recordarse que este cuerpo de intelectuales y empleados industriales altamente remunerados se divide en un amplio número de estratos variados. Estos estratos están determinados principalmente por las diferencias en el ingreso y la posición. Empezamos en la cúspide con las cabezas de departamentos, superintendentes, gerentes, etc., y seguimos abajo hasta los jefes y empleados de oficina. De éstos últimos no hay más que un paso hasta los obreros mejor pagados. Así, en tanto a lo que a ingreso y posición se refiere, hay realmente un descenso gradual del capitalista al proletario. Los estratos superiores tienen un carácter definitivamente capitalista; los más bajos son más proletarios, pero no hay ninguna línea divisoria precisa. A cuenta de estas divisiones los miembros de esta nueva clase media carecen de la unidad de espíritu que hace la cooperación fácil para el proletariado.
El estado de asuntos cabalmente descrito les impide mejorar su posición en su lucha. Es de su interés, como lo es de los demás trabajaadores, vender su fuerza de trabajo al precio más alto posible. Los obreros lo llevan a cabo uniendo fuerzas en los sindicatos; como individuos están indefensos frente a los capitalistas, pero unidos son fuertes. Sin duda esta clase alta de empleados podría hacer más para coercionar a los capitalistas si formasen ellos mismos un gran sindicato. Pero esto es infinitamente más dificil para ellos que para los obreros. En primer lugar, están divididos en un sinfín de grados y rangos, alineados uno por encima del otro; no se encuentran como camaradas y así no pueden desarrollar el espíritu de solidaridad. Cada individuo no hace una cuestión de orgullo personal mejorar la condición de su clase entera; lo importante es, más bien, que luche personalmente por ascender a la próxima línea superior. Para hacer esto, en primer lugar, es necesario que no recaiga sobre él el desagrado de la clase patronal oponiéndose a ella en una lucha industrial. De este modo, la envidia mutua de las líneas superiores e inferiores impide la acción cooperativa. No puede desarrollarse un fuerte lazo de solidaridad. De esta condición resulta que el empleado de la clase en cuestión no coopere en cuerpos amplios; ellos hacen sus esfuerzos separadamente, o sólo unos cuantos juntos, y esto los hace cobardes ante ellos; no sienten en sí mismos el poder que los obreros sacan de la conciencia del número. Y luego, también, ellos tienen más que temer del disgusto de los amos; un despido para ellos es una cuestión mucho más seria. El obrero está siempre al borde de la inanición y así el desempleo tiene pocos terrores para él. El empleado de clase alta, por el contrario, tiene una vida comparativamente agradable, y es difícil encontrar una nueva posición.
Por todas estas razones, esta clase de intelectuales y altos empleados está impedida de instituir una lucha en lineas sindicales por la mejora de su posición. Solamente en los rangos más bajos, donde gran número trabajan bajo las mismas condiciones y la via de la promoción es dificil, hay algunos signos de un movimiento sindical. En Alemania dos grupos de empleados de esta clase han hecho tardiamente un comienzo. Uno de estos grupos consiste en capataces de las minas de carbón. Estos hombres forman una clase muy elevada del trabajo, pues además de supervisar la industria tienen que atender a los arreglos diseñados para asegurar condiciones sanitarias y de seguridad de los accidentes. Condiciones especiales les han obligado claramente a organizarse. Los empresarios millonarios, en su codicia de ganancias, han descuidado los dispositivos de seguridad en tal magnitud que hace inevitables las catástrofes. Algo tenía que hacerse. Hasta ahora la organización es todavía débil y tímida, pero es un principio. El otro grupo está compuesto de maquinistas e ingenieros. Se ha extendido por toda Alemania, se ha vuelto tan importante, de hecho, como para ser hecho un blanco de ataque por los capitalistas. Un número de patronos implacables demandó que sus hombres desertasen de la organización, y cuando rechazaron hacerlo los despidieron. Hasta el presente, el sindicato no ha sido capaz de hacer nada por estas víctimas excepto apoyarles; pero aun en esto ha alzado los garrotes contra la clase capitalista.
Para la causa del socialismo podemos contar con esta nueva clase media incluso menos que para la lucha sindical obrera. Por una parte, ellos están situados por encima de los obreros como superintendentes, inspectores, jefes, etc.. En estas competencias se espera que aceleren a los obreros, para extraer lo máximo de ellos. Así, representando el interés del capital en relación al trabajo, ellos asumen naturalmente una posición de amarga enemistad al proletariado y encuentran casi imposible estar hombro con hombro con ellos en la lucha por una sola meta.
En suma, un conjunto de ideas, particularmente nociones de sí mismos y de su posición, tiende a aliarlos con los capitalistas. La mayoría de ellos proceden de círculos burgueses, o al menos pequeño-capitalistas, y traen consigo todos los prejuicios opuestos al socialismo. Entre los obreros, tales prejuicios están desarraigados por su nuevo ambiente, pero entre estos empleados superiores, intelectuales, se fortalecen efectivamente. Los pequeños productores tenían, por ejemplo, como primer artículo de su fe, la idea que cada uno podría esforzarse por ascender en una disputa competitiva solamente por virtud de su propia energía; como un complemento a esta enseñanza está la noción de que el socialismo pondría fin a la iniciativa personal. Esta concepción individualista de las cosas es, como he comentado, fortalecida en los intelectuales por su nuevo ambiente; entre aquellos empleados muy técnicos y a menudo altamente situados, los más eficientes a veces encuentran posible subir a las posiciones más importantes.
Todos los prejuicios burgueses habituales golpean la raíz más profunda de esta clase, además, porque sus miembros se nutren del estudio de teorías acientíficas. Ellos consideran como la verdad científica la que existía entre el pequeño burgués como opinión subjetiva, irracional. Tienen grandes nociones de su propia educación y refinamiento, se sienten ellos mismos elevados muy por encima de "las masas"; naturalmente, nunca se les ocurre que los ideales de estas masas puedan ser científicamente correctos y que la "ciencia" de sus profesores pueda ser falsa. Como teóricos, viendo el mundo siempre como una masa de abstracciones, trabajando siempre con sus mentes, no conociendo nada más que un poco de las actividades materiales, están claramente convencidos de que sus mentes controlan el mundo. Esta noción los excluye de la comprensión de la teoría socialista. Cuando ven a las masas de trabajadores y oyen hablar de socialismo, ellos piensan en una cruda "nivelación hacia abajo" que pondría fin a sus propias ventajas sociales y económicas. En contraste con los obreros, ellos piensan en sí mismos como personas que tienen algo que perder, y se olvidan, por consiguiente, del hecho que están siendo explotados por los capitalistas.
Tómese todo esto junto y el resultado es que un ciento de causas separan a esta nueva clase media del socialismo. Sus miembros no tienen ningún interés independiente que podría llevarlos a una defensa enérgica del capitalismo. Pero su interés en el socialismo es igualmente reducido. Constituyen una clase intermedia, sin ideales de clase definidos, y por consiguiente llevan a la lucha política un elemento que es fluctuante e impredecible.
En las grandes convulsiones sociales, por ejemplo las huelgas generales, pueden estar a veces de parte de los obreros e incrementar así su fuerza; harán esto tanto más probablemente en los casos en que tal política esté dirigida contra la reacción. En otras ocasiones, pueden estar del lado de los capitalistas. Aquellos de ellos que están en los estratos más bajos harán causa común con un socialismo "razonable", tal como está representado por los revisionistas. Pero el poder que derrocará el capitalismo no puede proceder nunca de ninguna parte exterior a la gran masa de los proletarios.
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1. Debido a que el papel del intelectual en el movimiento socialista ha sido recientemente objeto de controversia, me siento obligado a observar que estamos tratando aquí de un asunto completamente diferente. En las discusiones de partido la cuestión ha sido: ¿Qué papel pueden jugar los intelectuales individuales dentro del movimiento socialista?. El problema que aquí tenemos bajo consideración es: ¿Cuál es el papel del conjunto de la clase de los intelectuales en la lucha general de las clases?