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uestros partidos y la Internacional no han logrado en estos casi cuarenta años de ascenso revolucionario transformarse en fuertes partidos con influencia de masas. Aparentemente esto es imposible. Si ahondamos el análisis, descubriremos las profundas razones objetivas que se ocultan en esta dificultad. Esa razón objetiva ha sido, para nosotros, el fortalecimiento de los aparatos contrarrevolucionarios al compás de los triunfos revolucionarios de esta postguerra. La voluntad revolucionaria por sí sola no puede vencer los procesos objetivos. La voluntad revolucionaria es una condición, pero por sí sola no basta para construir partidos revolucionarios marxistas de masas si la situación objetiva no lo posibilita. Si los aparatos contrarrevolucionarios burocráticos siguieran consolidándose cada vez más, abarcando mayores sectores del movimiento de masas bajo su control, la Cuarta Internacional no podría construir partidos con influencia en el movimiento de masas. Felizmente no es así.
La situación objetiva, primero lentamente y desde hace cinco o seis años a gran velocidad, está abriendo enormes posibilidades para la construcción de partidos trotskistas de masas. Estas condiciones objetivas cada vez más favorables se deben a que en estos treinta años la crisis del imperialismo por un lado, y la crisis de los aparatos contrarrevolucionarios por otro, se han ido acrecentando y desde hace cinco o seis años han adquirido un carácter convulsivo, crónico. Junto con eso, cada vez se multiplican más las crisis revolucionarias. La combinación de estos factores abre oportunidades cada vez mayores para fortificar a los partidos trotskistas.
Pero para que nuestros partidos puedan consolidarse en el seno del movimiento de masas, es indispensable que sepan estudiar cuidadosamente la realidad para descubrir las oportunidades que se nos abrirán. Estas oportunidades —las campañas electorales, las huelgas, las luchas de los sectores oprimidos del proletariado— adquieren un carácter inmediato, una vez pasadas no se vuelven a repetir. Por eso es indispensable lanzarse a utilizarlas con toda audacia tan pronto aparecen.
De entre estas oportunidades se destacan las que ofrece la lucha de los sectores más explotados del proletariado, por su carácter permanente y por ser ignoradas sistemáticamente por los aparatos burocráticos y por la aristocracia obrera. Estos sectores, a lo que debe dirigirse preferentemente nuestro trabajo, son los parias de las modernas sociedades industriales los trabajadores que unen a su condición de obreros de base la de pertenecer a sectores o nacionalidades oprimidas. Es el caso de los trabajadores inmigrantes que en algunos países europeos forman la cuarta parte de la fuerza de trabajo manual, los trabajadores de las nacionalidades oprimidas o del interior de los piases atrasados —por ejemplo los negros, las obreras en todas partes, los puertorriqueños, los chicanos que forman parte del proletariado norteamericano, los indios y los trabajadores negros de los países africanos.
El Programa de Transición es el único que podrá satisfacer sus necesidades y ellos serán los más grandes luchadores en muchos países.
n la tesis anterior nos hemos detenido en la necesidad imperiosa de escudriñar la realidad para descubrir las oportunidades que nos ofrece la creciente lucha revolucionaria que estamos presenciando. Esto nos plantea también, con carácter de urgente, el precisar sobre qué procesos y qué organizaciones deben trabajar nuestros partidos y militantes.
La Cuarta Internacional se transformará en una internacional de masas en la medida en que sus secciones —sin excepción trabajen sobre los procesos revolucionarios que se den en sus países. El argumento de no trabajar en un proceso revolucionario con el pretexto de discrepar con su programa político o con la dirección que este proceso tenga, es una verdadera traición a la Cuarta Internacional. Nuestros partidos deben trabajar en procesos como el del último año de la guerra de guerrillas en Nicaragua, independientemente de que sea dirigido por una organización oportunista como es el FSLN. Justamente, la obligación número uno de nuestros partidos es intervenir en esos procesos para disputar a los oportunistas la dirección del movimiento de masas revolucionario. No hacerlo significa abandonar a esas masas revolucionarias en manos de las direcciones oportunistas, colaboracionistas de clases.
Tan importante como esto es trabajar en las organizaciones obreras, las dirija quien las dirija y tengan el carácter que tengan. Todo partido trotskista debe trabajar preferencialmente en aquellas organizaciones sindicales que agrupan a la mayor parte de los trabajadores, sea cual fuere el origen y la estructura actual de esas organizaciones. Nosotros vamos a donde está nuestra clase para plantear nuestra política y combatir a las direcciones que controlan sus organizaciones. Este planteo de principios de militar en los sindicatos cualesquiera fueran sus características y su origen, es un principio cardinal de la política trotskista. Así lo demuestra categóricamente el planteo programático de Trotsky con referencia incluso a los sindicatos fascistas:
No podemos elegir a nuestro gusto y placer el campo de trabajo ni las condiciones en que desarrollaremos nuestra actividad. Luchar por lograr ascendiente sobre las masas obreras dentro de un estado totalitario o semitotalitario es infinitamente más difícil que en una democracia. Esto se aplica también a los sindicatos cayo sino refleja el cambio producido en el destine de los estados capitalistas. No podemos renunciar a la lucha por lograr influencia sobre los obreros alemanes por el solo hecho de que el régimen totalitario hace allí muy difícil esta tarea. Del mismo modo no podemos renunciar a la lucha dentro de las organizaciones obreras compulsivas creadas por el fascismo. Menos aún podemos renunciar al trabajo interno sistemático dentro de los sindicatos de tipo totalitario o semitotalitario solamente porque dependan directa o indirectamente del estado corporativo o porque la burocracia no les dé a los revolucionarios la posibilidad de trabajar libremente en ellos. Hay que luchar bajo todas estas condiciones que creó la evolución anterior, en la que hay que incluir los errores de la clase obrera y los crímenes de sus dirigentes. En los países fascistas y semifascistas es imposible llevar a cabo un trabajo revolucionario que no sea clandestino, ilegal, conspirativo. En los sindicatos totalitarios o semitotalitarios es imposible o casi imposible llevar a cabo un trabajo que no sea conspirativo. Tenemos que adaptarnos a las condiciones existentes en cada país dado para movilizar a las masas no solo contra la burguesía sino también contra el régimen totalitario de los propios sindicatos y contra los dirigentes que sustentan ese régimen. La primera consigna de esta lucha es: Independencia total e incondicional de los sindicatos respecto al estado capitalista. Esto significa luchar por convertir a los sindicatos en organismos de las grandes masas explotadas y no de la aristocracia obrera (destacado en el original). [2]
Tal cual lo plantea Trotsky, nosotros vamos a las organizaciones en las que está la clase obrera, controladas o no por el estado, no para capitular a la política de control estatal sino por el contrario para independizar a las organizaciones sindicales y obreras del control estatal o del control burocrático. Pero vamos allá porque ése es el campo de batalla contra el estado y contra las direcciones oportunistas. Además, el pretexto de que en unas organizaciones no militamos porque dependen del estado bonapartista o del estado totalitario es un argumento que magnifica la independencia de las otras organizaciones sindicales u obreras. Hoy día todas las organizaciones sindicales que no son revolucionarias dependen en mayor o menor grado del control estatal, de su ligazón con el estado burgués o con el estado totalitario burocrático en los estados obreros. Trabajar sólo sobre las organizaciones controladas por burocracias reformistas con el argumento de que son independientes del estado es no denunciar el control estatal que estas organizaciones tienen en un alto grado y, por otra parte, abandonar a los obreros que están en las organizaciones más supeditadas al estado —o que tienen un origen de mayor supeditación al estado— en manos de las burocracias que las controlan; es abandonar nuestro deber revolucionario de estar don de está la clase obrera para combatir a sus direcciones traidoras y al control estatal. La discusión acerca de si podremos transformar a estas organizaciones en revolucionarias o tendremos que crear otras, es una discusión viciosa que será resuelta por la historia. Es mucho más grave aún si, con el pretexto de esta perspectiva histórica, planteamos la creación de organizaciones revolucionarias puras, tipo sindicatos rojos. Esta es una política ultraizquierdista que va contra toda la trayectoria de la Cuarta Internacional, que exige que todo partido y todo militante trabaje en las organizaciones obreras en las que estén los obreros, sea cual fuere su carácter. La pertenencia a la Cuarta Internacional pasa por la aceptación de este principio elemental.
l revisionismo, para justificar teóricamente su capitulación a partidos pequeñoburgueses, abandona la definición de clase y hace una definición intelectual de los partidos: son programas y nada más que programas que no reflejan sectores de clase.
Los partidos políticos son organizaciones de clase y de sus diferentes sectores de clase en lucha por el poder estatal. Sin clases no hay estado, sin estado no hay política y sin política no hay partidos políticos. Estos, sin embargo, tienen su historia específica, distinta a la defensa política de los intereses sectoriales de clases en general.
Fueron las grandes revoluciones burguesas las que dieron origen a los distintos partidos políticos. La lucha de clases tuvo que desarrollarse plenamente, alcanzar su culminación en la sociedad burguesa, para llegar a expresarse al nivel superestructural en la formación de partidos políticos.
El marxismo comienza por distinguir claramente entre los distintos tipos de partidos obreros. Lenin y Trotsky han insistido en que hay dos tipos de partidos obreros claramente delimitados, tan disímiles entre s~ como el reino animal y el vegetal. Al lado de los partidos obreros revolucionarios, trotskistas, están los partidos reformistas, burocráticos o pequeñoburgueses, los cuales, además, históricamente son contrarrevolucionarios. Estos reflejan políticamente a la aristocracia, a las burocracias obreras y a la pequeñoburguesía principalmente de los países metropolitanos y de los estados obreros, donde esos sectores privilegiados se alimentan de las migajas que reciben de la explotación imperialista los unos, de la administración del estado los otros. Son por lo tanto la expresión superestructural de un sector de la clase obrera, de la moderna clase media y de la burocracia. Estos partidos son la socialdemocracia en sus distintas variantes, el stalinismo y los partidos pequeñoburgueses.
Ellos siguen siendo reformistas y en general contrarrevolucionarios, agentes del imperialismo directos o indirectos, aun cuando tomen el poder al frente de una revolución obrera, ya que su papel será impedir que ésta se extienda nacional e internacionalmente. La existencia de estos partidos reformistas, especialmente la Segunda Internacional, obligó a la fundación de la Tercera Internacional y posteriormente, al producirse la burocratización de ésta, a fundar la Cuarta Internacional para la misma tarea.
Una de las razones por las cuales es imprescindible esta definición es la única explicación válida al hecho de que no haya triunfado ninguna otra dictadura revolucionaria (revolución de octubre) después de la de Lenin y Trotsky: ninguna revolución ha sido dirigida por un partido trotskista.
Es imprescindible una definición correcta de nuestra Internacional y nuestros partidos trotskistas. Nos encontramos con revisionistas que caen en la vieja posición stalinista–bujarinista que Trotsky criticó duramente en el programa de la Internacional Comunista para el Sexto Congreso: definir al partido desde el punto de vista de la forma, como vanguardia revolucionaria, teoría del marxismo, encarnación de la experiencia, etcétera. Los modernos stalinistas–bujarinistas dicen generalidades semejantes, negándose a definir a nuestra Internacional en forma clara y categórica; sobre todo se niegan a señalar el carácter de clase o de sector de clase de nuestros partidos.
Nuestra Internacional es exactamente la única Internacional existente y sus partidos son los únicos que luchan por la revolución permanente, es decir por un Programa de Transición hacia la sociedad socialista, por una revolución obrera que imponga una dictadura revolucionaria del proletariado que siga luchando por desarrollar la revolución internacional. Los otros partidos obreros existentes —socialdemócratas y stalinistas moscovitas, maoístas o castristas— si toman el poder obligados por las circunstancias objetivas, impondrán una dictadura burocrática, nacionalista, reformista, ya que su programa es y será la construcción del socialismo en un solo país y la coexistencia pacífica. Nuestra Internacional es el único partido mundial que lucha por la revolución socialista internacional; nuestros partidos son los únicos que pueden encabezar la lucha por una revolución de octubre en cada país. Por eso nuestra Internacional es la única que refleja no sólo los intereses históricos del proletariado, sino los intereses inmediatos del mismo sector de clase que podrá llevar a cabo estas tareas históricas, la base obrera.
Esta definición ultrageneral pero imprescindible de los partidos obreros y de nuestra Internacional no significa negar la existencia de formaciones centristas, intermedias, que van de un polo a otro, que de revolucionarias pasan a reformistas o burocráticas y viceversa. Así ocurrió por ejemplo con el Partido Comunista de la URSS, que pasó de revolucionario bajo Lenin y Trotsky a reformista y burocrático bajo Stalin. O con la izquierda del Partido Socialrevolucionario en Rusia, que de pequeñoburgués reformista pasó a revolucionario cuando pactó con los bolcheviques para hacer la Revolución de Octubre, y después volvió al campo de la contrarrevolución. También en Alemania tenemos el ejemplo de la fracción centrista del Partido Socialista Independiente que se integró al Partido Comunista.
A estos fenómenos híbridos entre las dos grandes categorías de partidos existentes en el mundo se los define por su dinámica con respecto a ellos. ¿Su centrismo, los lleva rápidamente hacia el trotskismo o por el contrario hacia el oportunismo, nacionalismo o reformismo? Es imprescindible hacerse esta pregunta para definir nuestra actitud hacia ellos, y más aún si sabemos que éste es un proceso rápido, un movimiento que hay que detectar para actuar con toda celeridad. Si esa corriente centrista al cabo de pocos meses no se orienta claramente hacia el trotskismo y hacia el trabajo común en nuestra Internacional, es una variante más del espectro del ultraizquierdismo o el centrismo osificado de los partidos pequeñoburgueses, históricamente dominio de la contrarrevolución burguesa.
n el afán de ganar a corrientes de masas o a amplios sectores de la vanguardia, el movimiento trotskista ha utilizado reiteradamente en esta postguerra el método del entrismo preconizado por Trotsky en la década del '30 en relación a los partidos socialistas y como una excepción para cortos períodos.
Pero el revisionismo planteó un entrismo sui generis en los partidos comunistas que era una variante a largo plazo para acompañar el curso supuestamente revolucionario de SUS direcciones. Los trotskistas argentinos hicieron un entrismo indirecto en la organización sindical del peronismo, las 62 Organizaciones. Muchas otras organizaciones trotskistas han practicado el entrismo en los partidos socialistas cuando éstos estaban en vías de transformarse en partidos de masas, como el CORCI en el PS (Partido Socialista) portugués y en el MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) venezolano, y la FB y el CORCI en el PSOE (Partido Socialista Obrero Español). Y ha habido un entrismo permanente o semipermanente en el partido laborista británico desde el comienzo de la postguerra. Todas estas experiencias requieren ser resumidas para poder sacar conclusiones para el futuro.
Los trotskistas somos por principio una organización independiente para poder llevar una lucha frontal contra las organizaciones oportunistas en el seno del movimiento obrero y de masas. Nuestra tarea histórica y de principios es la de confrontar ante el movimiento de masas la política del oportunismo con la nuestra. Por eso el entrismo preconizado por Trotsky no se hacia rompiendo este principio sino que significaba una maniobra táctica, coyuntural y de poco tiempo, que arrancaba de la constatación de una situación objetiva y de una oportunidad que ella nos abría. Concretamente, Trotsky descubrió que había un curso a la izquierda de nuevos sectores de masas que se incorporaban a los partidos socialdemócratas que daba lugar a fuertes tendencias de izquierda —o por lo menos fuertes en relación a nosotros que éramos pequeños grupos de propaganda—. Trotsky sacó entonces la conclusión de que era necesario entrar a estos partidos y ganar rápidamente a estas corrientes de izquierda para la Cuarta Internacional, para nuestras posiciones trotskistas y para que rompieran con sus direcciones. El partía de la premisa de que toda organización centrista progresiva, si no entra rápidamente en la Cuarta Internacional cristaliza como organización o tendencia centrista imposible de ser ganada para la Cuarta o cambia su orientación transformándose en corriente ultraizquierdista o de derecha. Por eso consideró el entrismo como coyuntural, como una maniobra de corto tiempo y rápida para ganar centenares o miles de militantes para la Cuarta Internacional. Para ganar a aquellos jóvenes obreros o estudiantes que ingresaban al partido socialista y que, en el afán de hacer la revolución, adoptaban posiciones cada vez más izquierdistas.
El entrismo preconizado por Trotsky tenía que ver con una realidad político–social: el surgimiento en el seno de las organización es de masas de corrientes centristas sumamente progresivas. El entrismo era una táctica entre otras. El método con que Trotsky encaró el problema del entrismo y de la relación con las corrientes centristas progresivas sigue siendo correcto, y va adquiriendo cada vez mayor importancia. No se podrán construir grandes partidos trotskistas de masas por una vía lineal, por una acumulación evolutiva de militantes y por un crecimiento paulatino y sistemático. Será un proceso convulsivo, hecho de uniones y divisiones, tanto en cada uno de los países como a escala internacional. Si pese a la crisis de los aparatos contrarrevolucionarios y al ascenso revolucionario, no surgen grandes corrientes que se orienten hacia posiciones trotskistas o trotskizantes, va a ser imposible construir fuertes partidos trotskistas con influencia de masas en unos pocos años.
El trotskismo tiene que tener una política dúctil, hábil, cuidadosa y amplia, hacia toda corriente surgida de los partidos tradicionales o del propio movimiento sindical que se oriente hacia posiciones revolucionarias. Pero esta política dúctil y amplia no puede hacerse a costa de ocultar los principios ni de adoptar las posiciones inmaduras de dichas corrientes capitulando a ellas. La política amplia parte de lograr, en aquellos puntos fundamentales de nuestro programa revolucionario en los que concordemos, un trabajo en común tendiente a una organización común. Los trotskistas para construir el partido tenemos que tener la habilidad de plantear posiciones revolucionarias —no la totalidad de nuestro programa pero sí sus puntos fundamentales— que permitan coordinar una acción revolucionaria con estas corrientes del movimiento de masas que surgen hasta llegar incluso a un frente o a un partido común, en el proceso que los lleve hasta nuestras posiciones trotskistas. Es fundamental lograr estas acciones comunes rápidamente, y si es posible organizaciones comunes, con toda tendencia que se oriente hacia nosotros para evitar el tremendo peligro de que cristalicen como organizaciones centristas. Cuando surgen estas tendencias de masas —que van a surgir y que serán un factor decisivo en la transformación de nuestro partido en un partido de masas— la gran tarea es darles una dinámica cada vez más pronunciada hacia una organización común hacia un partido revolucionario común, para evitar justamente que logren estructurar su propia organización y dirección, lo que luego haría mucho más difícil su incorporación mayoritaria a nuestra política y programa.
El entrismo es parte de esta política que debemos tener con toda organización centrista que se oriente hacia posiciones revolucionarias y que surja de partidos u organizaciones de masas. Para hacer el entrismo es necesario que esta tendencia centrista ya haya surgido, que sea un hecho objetivo. No se debe hacer entrismo a una organización centrista por la posibilidad de que esta tendencia aparezca en el futuro. Dada esta situación debemos tener en cuenta que el entrismo exige dos condiciones fundamentales para llevarlo a cabo: primera , tener sólidos cuadros trotskistas que puedan aguantar la tremenda presión de los aparatos contrarrevolucionarios; segunda , hacerlo como una maniobra táctica de corto tiempo. Todo entrismo que dura más de uno o dos años significa que estamos transformando a nuestros militantes y a nuestras organizaciones en militantes y organizaciones que hacen girar su política en torno a la respuesta a las direcciones de los organismos en los que han hecho entrismo, y fundamentalmente que sus actuaciones frente a las masas se ven constreñidas por la camisa de fuerza de estos aparatos contrarrevolucionarios. Todo militante entrista se ve obligado a tener que dar una respuesta diaria a la política de estas direcciones y no puede hacer lo mismo con la lucha diaria de las masas. Inevitablemente se produce una adecuación al media en el cual milita, una adecuación a ese medio político que no es el nuestro y que tampoco es el del movimiento de masas en su conjunto; es una adecuación a un sector del movimiento de masas totalmente controlado por aparatos burocráticos y reformistas. Por esta razón el entrismo solamente puede ser de corto tiempo. Todas las experiencias indican que un entrismo a largo plazo lleva a la desmoralización y nunca a un gran crecimiento de nuestros partidos.
Además de esto, existe otra razón que exige no hacer —en principio— entrismo por largo tiempo, y quizá ni por un minuto, en las organizaciones políticas reformistas: es el profundo cambio que se ha producido en esta postguerra en los partidos socialdemócratas. En la preguerra los partidos socialdemócratas eran organizadores de un sector de la vanguardia del movimiento de masas. Los locales de estos partidos eran un punto de reunión y de discusión de un sector del movimiento obrero. Entrar en un partido socialista significaba penetrar en una franja importante de la clase obrera del país en que militábamos. Pero hay día, debido a la radio y a la televisión, estos partidos están vacíos, no organizan a ningún sector del movimiento de masas, solamente logran los votes de un sector del movimiento obrero utilizando a esos efectos la radio y la televisión que les son facilitadas generosamente por el imperialismo y el capitalismo. La expresión de un dirigente del PSOE de que prefiere diez minutos de televisión a diez mil militantes, es categórica respecto a esta nueva orientación de los partidos socialdemócratas, que vacían de militantes a sus propios partidos para no verse controlados y presionados por la base obrera.
Lo contrario ocurre con las organizaciones sindicales. Aquí hacer entrismo es una obligación. Es en ellas donde están los sectores más importantes de la clase obrera organizada en casi todos los países del mundo; es donde la clase actúa y se expresa masivamente. Nosotros tenemos que entrar en todas estas organizaciones de masas y permanecer allí contra viento y marea, adoptando cualquier medida de tipo clandestino para ello. Pero este entrismo no es un entrismo político. El partido sigue actuando políticamente en forma independiente; combina el entrismo de sus militantes en las organizaciones sindicales masivas, haciendo que permanezcan en ellas, las dirija quien las dirija, pero políticamente sigue dirigiéndose al conjunto del movimiento obrero para popularizar y defender la política trotskista. Lo mismo ocurre cuando se hace entrismo sectorial o individual —cuando nos convenga, como una maniobra táctica y parcial de un sector del partido, de algunos pocos militantes— en los sectores juveniles u obreros de las organizaciones reformistas y de los partidos comunistas (lo que es perfectamente lícito y útil).
l marxismo, desde principios de siglo, ha definido con claridad la diferencia y la relación que existen entre la propaganda y la agitación. Propaganda es la explicación de muchas ideas a pocas personas; agitación, la explicación de unas pocas ideas a muchas personas.
Mientras la propaganda se hace a través de artículos, charlas, conferencias, curses, libros, la agitación se lleva a cabo a través de consignas. Esto no quiere decir que no expliquemos y sostengamos estas consignas a través de artículos e incluso de folletos, de charlas. Pero las pocas ideas que queremos expresar a través de la agitación las concretamos en consignas, es decir en una frase asequible al lenguaje obrero y popular que indique con claridad la idea que queremos expresar. Como nuestro objetivo es lograr la movilización de las masas, el aspecto más dificultoso que tiene el marxismo es formular estas frases o consignas. Es una ciencia y un arte. Así como nosotros, al tratar de movilizar a la clase obrera, elaboramos frases que sean comprensibles para las grandes masas, los aparatos contrarrevolucionarios hacen lo mismo, formulan consignas, frases que sean comprendidas por las grandes masas, pero con un objetivo opuesto al nuestro, desmovilizarlas. El PC francés en la inmediata postguerra, lanzó la famosa consigna producir primero para frenar la oleada de huelgas y el proceso de movilización revolucionaria del proletariado francés. De la misma manera Perón, cuando cayó en 1955, para frenar la movilización de los trabajadores argentinos, de un movimiento obrero que él ya no podía controlar a través del gobierno y del estado, lanzó su famosa consigna Desensillar hasta que aclare , es decir no hacer nada hasta ver qué pasaba.
Nuestro objetivo es el opuesto: lograr aquellas consignas, aquellas frases que el movimiento obrero comprenda, y que por medio de esta comprensión pueda movilizarse, hacer una acción. Las consignas son de dos tipos. Unas son para tratar de ir convenciendo al movimiento de masas, aunque no haya posibilidades inmediatas de que pase a la acción. No por eso dejamos de agitarlas. Por ejemplo, la consigna de que Soares junto con Alvaro Cunhal tomen el gobierno en Portugal era una consigna magnífica, aunque todos éramos conscientes de que, por la situación de la lucha de clases, la traición de estos partidos y la poca fuerza nuestra, no se iban a unir los dos partidos para luchar por el gobierno de Soares–Cunhal. Eso no quiere decir que igual no hiciéramos agitación por esa consigna. Pero existen otras consignas que son para la acción o que posibilitan el surgimiento de una acción o de una movilización del movimiento de masas en su conjunto o en algunos de sus sectores, como por ejemplo cuando llamamos a una huelga muy sentida por los trabajadores cuando hay fuerte presión de éstos para salir a la huelga o a cualquier otra movilización por el estilo. Estas son consignas para la acción. El partido hace esfuerzos denodados, después de hacer el análisis de cuál es una consigna para la acción, para que esta acción sea realizada por el movimiento de masas porque es posible, porque están dadas las condiciones para esa acción.
Toda consigna tiene que responder a la situación presente del movimiento obrero y de masas ya que es una síntesis de las necesidades inmediatas de las masas y de su nivel de conciencia. En el afán de lograr una consigna movilizadora no sólo debemos expresar las necesidades inmediatas del movimiento de masas, sino partir del nivel de conciencia de éste para formular la consigna. Debemos tratar de que la consigna sea una síntesis de las necesidades inmediatas y de la conciencia inmediata del movimiento de masas, con el objetivo de lograr una movilización. Es así como Trotsky, frente a la desocupación en Norteamérica (necesidad inmediata) y al hecho de que los obreros creían en Roosevelt (conciencia inmediata), aconsejó levantar una consigna movilizadora de presión a Roosevelt para que diera trabajo a todos los desocupados. Esta consigna tomaba en cuenta el bajo nivel político del proletariado norteamericano —que creía en un gobernante agente de los monopolios y del imperialismo— por un lado y la necesidad de superar la desocupación por otro. La consigna para la acción, por oportunista que parezca (presionar a Roosevelt o pedirle que dé trabajo) es, desde nuestro punto de vista trotskista, correcta si es la mejor fórmula para movilizar a los trabajadores, si es el puente para su movilización, para su unidad, para que salgan a la lucha. Trotsky es un maestro en esta adecuación de nuestras consignas al nivel de conciencia de la clase obrera, fuese el que fuera. Por eso planteó que si la clase media alemana rompía con Hitler, era posible que levantáramos la consigna de reunión del Reichstag, del viejo Reichstag que eligió a Hitler, para que le quitara los poderes de Primer Ministro y nombrara un nuevo gobierno, que posiblemente iba a ser un gobierno burgués. Trotsky arrancaba de la mentalidad legalista, democráticoburguesa de la clase media alemana, para ver si lograba su unidad con la clase obrera a través de una institución reconocida por todas las organizaciones pequeñoburguesas y obreras, aun por las que habían votado por el fascista Hitler, con tal de derrotarlo, con tal de lograr una movilización de toda la población alemana contra éste. Este es un alto ejemplo de que el trotskismo no es ultraizquierdismo, sino una política científica que se expresa en el arte y la ciencia de las consignas para movilizar a las masas a partir del nivel de sus necesidades y del nivel de su conciencia, cualquiera sea ese nivel.
Estas consideraciones son fundamentales para poder transformar a nuestros partidos, rápidamente en partidos con influencia de masas. Muerto Trotsky y debido a las circunstancias objetivas de la tremenda fuerza de los aparatos contrarrevolucionarios, hemos tenido una tendencia a limitarnos a una actividad propagandista abandonando la ciencia y el arte más importante para un partido revolucionario, que es formular las consignas adecuadas a cada momento de la lucha de clases. Hay que retomar urgentemente esta ciencia y este arte. Hay que abandonar el prejuicio a formular consignas adecuadas al bajo nivel de conciencia de la clase obrera. Hay que abandonar el fetichismo de las consignas de tipo general, propagandistas, que se mantiene durante meses y masas y a veces durante años y años. Lo tremendamente difícil para un marxista, justamente, es tener la rapidez necesaria para ir cambiando sus consignas a medida que va cambiando la situación de la lucha de clases. Esta necesidad es hay perentoria porque la lucha de clases cambia minuto a minuto en todos los países del mundo. Podemos formular una ley: un partido trotskista auténtico, en esta época revolucionaria, es aquel que va combinando y cambiando sistemáticamente sus consignas. Todo partido trotskista que en esta hora de cambios ininterrumpidos en la lucha de clases sigue con las mismas consignas y análisis, está equivocado.
Esto no significa que el partido revolucionario siempre propugne una sola consigna. La complejidad de la lucha de clases, las necesidades de los distintos sectores del movimiento de masas y de sus aliados, los cambios en la situación, hacen que siempre la política trotskista se exprese concretamente a través de un sistema de consignas, de varias consignas combinadas, algunas de las cuales son las preponderantes, las determinantes. Pero estas últimas no van solas sino combinadas con las otras. Debemos lograr una clara combinación de unas pocas consignas cuya estructura se va cambiando.
El Partido Bolchevique levantó Asamblea Constituyente, Todo el poder a los soviets, Que renuncien los ministros burgueses, Contra Kornilov . En el corto lapso de unos pocos meses fueron apareciendo y adquiriendo énfasis distintas consignas, pero siempre dentro de una. combinación y con un eje —que tampoco fue permanente— que era Todo el poder a los soviets . Estos ejemplos supremos deben ser asimilados por todos los partidos trotskistas. Nuestra principal actividad le dará el carácter a nuestros partidos: si es propagandista, no hacia el movimiento de masas, no para la acción, nuestros partidos seguirán siendo propagandistas, sectas y no partidos de masas.
o mismo que ocurre con las consignas ocurre con la relación que existe entre los principios, la estrategia y la táctica, y su ligazón con las consignas. Nosotros tenemos una serie de principios que hacen a la esencia de nuestro movimiento, como es nuestra oposición a la colaboración de clases, a los frentes populares, nuestra defensa incondicional de la lucha de clases más intransigente y nuestra lucha por la independencia política de la clase obrera, por la revolución socialista, por la dictadura revolucionaria del proletariado, por el derecho a la autodeterminación nacional. Pero estos principios —que tienen que estar presentes en cada una de nuestras acciones, en cada una de nuestras consignas, en cada una de nuestras charlas o artículos propagandísticos— no deben confundirse con la estrategia y la táctica.
Los trotskistas tenemos, en esta época revolucionaria, únicamente dos estrategias hasta la toma del poder: impulsar la movilización permanente de la clase obrera y sus aliados hasta hacer una revolución socialista de octubre y, junta con ello, fortificar y desarrollar nuestro partido para que dirija esa revolución, transformándolo en partido con influencia de masas. Todo lo demás, todo lo otro que hacemos, son meres medios, de mayor o menor importancia, que utilizamos durante lapsos menores o mayores, pero simples medios al servicio de estos dos grandes objetivos estratégicos. No hay que confundir jamás una táctica con una estrategia, o dicho de otra manera, un media con el objetivo final. Confundir una táctica con una estrategia significa transformar el medio en un fin en sí. El revisionismo dentro de la Cuarta Internacional tiene tendencia a transformar tácticas y medies en estrategias. Por ejemplo: el entrismo, un media coyuntural de corto tiempo, excepcional, se transformó, con el entrismo sui generis , en toda una estrategia para dieciocho años. Los medios, lo mismo que las consignas, cambian sistemáticamente. Si hay una época preelectoral, tenemos medios y tácticas distintos a los de una época no electoral. Si es una etapa de posibilidad de huelga general, tenemos un medio distinto a una etapa en que no hay posibilidades de huelga general. Si la etapa abre posibilidades de huelgas en gremios o incluso de huelgas fabriles, los medios son distintos. Si hay luchas de aliados de la clase obrera los medios, o sea las tácticas, cambian. Ningún partido revolucionario puede atarse las manos señalando que su actividad permanente, su estrategia, es la huelga general, o el frente único, o el gobierno obrero y campesino, o las huelgas parciales, o el control obrero, o las ocupaciones de fábrica, o la presentación a elecciones, o el entrismo.
Las tácticas cambian tanto como las consignas. Los medios y las consignas tienen que ser variables, plásticos, adecuados al momento y cambiar sistemáticamente. Esto no quiere decir que una táctica no tenga medios subordinados en ese sentido podemos hablar de estrategia electoral y de sus tácticas, de los medios que utilizamos para esa estrategia electoral. Pero a escala de la época que estamos viviendo, sólo hay dos estrategias y todos los demás son medios o tácticas, que utilizamos y desechamos permanentemente de acuerdo a la situación de la lucha de clases.
Es muy grave confundir los principios, la estrategia o la propaganda, con las tácticas y las consignas. Nosotros, por principio, estamos por el derrocamiento de todas las instituciones democráticoburguesas; mucho más en esta época en que dichas instituciones son la forma, el envoltorio, de regímenes semibonapartistas o bonapartistas. Pero eso es un principio; no es para la propaganda. Tácticamente y para las consignas, este principio y esta estrategia de tender a destruir los organismos de dominio estatal burgués los adecuamos a las necesidades inmediatas, a los medios que tenemos nosotros y las masas, y al nivel de conciencia de las masas para orientar la movilización en ese sentido. Esto significa que, tal vez tácticamente, como la mejor forma de educar al movimiento de masas (que por tener un bajo nivel de conciencia cree en esos organismos como en una conquista) nosotros podemos movilizar a las masas —sin decir que creemos en dichos organismos porque eso sería violar los principios— a través de tácticas y consignas que digan: exijámosle a ese parlamento en el cual ustedes creen, exijámosle a vuestros partidos que están en ese parlamento, movilicémonos para lograr tales y cuales conquistas.
Este planteo es mucho más izquierdista que el de Trotsky de movilizar para exigirle a Roosevelt. El nivel de conciencia de las masas nos indica cuáles son la táctica y la consigna adecuadas para movilizarlas, y no podemos desecharlas ni pasarnos por arriba de ese nivel de conciencia, confundiendo los principios y la estrategia con la táctica y las consignas. Si no actuamos así y si cometemos el error de creer que con tener sólo principios y solamente hacienda propaganda avanzamos, cometemos un crimen tan grande como el error opuesto del revisionismo, que es creer que las estrategias y principios son tácticas y consignas. En este caso se está afirmando que los principios son lo táctico, el media. Sin embargo, el principio es una categoría opuesta a la táctica, aunque íntimamente ligada, porque la táctica es un media y el principio es mucho más que una estrategia, es la base de nuestra política. Toda táctica tiene que ser principista y todo principio tiene que aceptar que debe expresarse a través de medios. Pero cada una de estas categorías tiene su ámbito. El ámbito de la táctica, igual que el de la consigna, es el ámbito de lo inmediato, no de lo histórico; es el ámbito de las necesidades inmediatas y de la conciencia inmediata —por más atrasada que ésta sea del movimiento de masas. Y si el media no se adecua a estas condiciones deja de ser un medio: es la repetición de los principios.
l frente único obrero es una de las mejores tácticas que tiene el partido Leninista en relación a los partidos obreros oportunistas. Pero no es una estrategia ni un principio. Como toda consigna y toda táctica, depende de las circunstancias objetivas. Sólo cuando existe una necesidad presente e imperiosa para que el movimiento obrero se una y existe conciencia en el movimiento obrero —fundamentalmente en su sector mayoritario y más atrasado— de esta necesidad, podemos aplicar esta táctica. Si no, se vuelve el recitado de un aparente principio. Esto quiere decir que generalmente sólo cuando hay una feroz ofensiva de la clase burguesa surgen las condiciones para plantear el frente único. Porque la clase obrera siente esta ofensiva brutal contra ella y quiere darle una respuesta unitaria. Por eso, los momentos del frente único son los de una brutal ofensiva contra el nivel de vida y de trabajo de la clase obrera, o cuando surge el peligro de golpes bonapartistas o fascistas. Ese es el momento de llamar a todos los partidos obreros a la lucha contra esta feroz ofensiva económica o política contra el proletariado. Con este planteo, que tiende a lograr la unidad total de la clase obrera para una acción de defensa, logramos dos objetivos: si los otros partidos obreros aceptan el frente único se da una colosal acción unitaria de la clase obrera que la pone en el camino de posteriores movilizaciones ofensivas; y si las direcciones obreras no aceptan, las podremos desenmascarar ante el movimiento de masas.
Este es el planteo tradicional de frente único de la Tercera Internacional. Pero, al igual que muchas de las categorías elaboradas por ella, la experiencia ha demostrado que son más ricas que su formulación político–teórica.
Es así como han surgido y existen frentes únicos de hecho de la clase obrera, los acepten o no sus partidos, constituidos por las organizaciones de base, como los comités de fábrica, los soviets, los sindicatos. Respecto a dichos organismos, que pueden adquirir tanto un carácter defensivo como revolucionario de acuerdo a las circunstancias, nuestra Internacional tiene una política permanente de desarrollarlos, sin casarse con ninguno de ellos: llamamos a constituir aquellos organismos adecuados a la etapa de lucha de clases que viven las masas. Tampoco en este terreno tenemos un media, una táctica o una consigna permanentes. En determinado momento luchamos porque se fortifiquen los sindicatos, o por transformarlos en revolucionarios, o fundamos sindicatos revolucionarios de masas. En otros mementos son los comités de fábrica. Y en otros pueden ser los soviets o las milicias. Sin dejar de plantearle a los partidos obreros la formación de estos organismos de frente único para la acción del movimiento de masas, en este caso no damos el énfasis en el planteo a los otros partidos sino en nuestro llamado al movimiento de masas a constituir estos organismos de frente único.
odos nuestros partidos y nuestra Internacional en su conjunto reivindican orgullosos, como su ejemplo, la estructura del Partido Bolchevique. Eso significa que consideramos que nuestro partido tiene que estar formado por revolucionarios profesionales por un lado y que debe tener un régimen centralista democrático por el otro. Reivindicamos más que nunca al centralismo como la obligación número uno de todo partido trotskista. En esta época revolucionaria el trotskismo es perseguido implacablemente, no sólo por el estado burgués, los partidos burgueses y las bandas fascistas, sino también por los partidos oportunistas, los cuales con toda razón nos consideran sus enemigos mortales. Además nuestros partidos se construyen para llevar a cabo la lucha armada por la toma del poder, la insurrección. Este supremo objetivo sólo podremos alcanzarlo con una rígida disciplina, cuya única garantía es el centralismo y una dedicación que sólo pueden tener los militantes profesionales.
Pero al mismo tiempo, dentro del partido tiene que existir la más absoluta democracia, que permita tomar la experiencia del conjunto del partido y del movimiento de masas, la única forma de elaborar la línea. Por otro lado, es la única forma de hacer un balance cierto, democrático, de las líneas votadas.
No puede haber democracia sin derechos para las tendencias y las fracciones. Pero éste es un derecho excepcional porque el surgimiento de tendencias y fracciones es una desgracia para un partido centralizado para la acción. La discusión permanente en todos los órganos partidarios es la más grande herramienta de elaboración política para un partido trotskista. El partido debe vivir discutiendo sistemáticamente. Tiene que confrontar experiencias individuales o de organismos distintos y sectores de trabajo distintos para que a través del choque y de la discusión surja una línea correcta, la mejor resultante. Pero esta virtud de la discusión permanente se transforma en lo opuesto cuando un partido vive discutiendo permanentemente desde grupos organizados en fracciones y tendencias, y mucho más aún si éstas sobreviven a través del tiempo. Cuando esto ocurre, las fracciones dejan de serlo para convertirse en camarillas. El partido deja de actuar en forma unitaria hacia el movimiento de masas para volverse hacia adentro, se paraliza, crea un ambiente parlamentario de polémica permanente e inevitablemente deja de actuar en forma unitaria y pasa a tener como actividad principal la discusión, esto es, deja de actuar principalmente en el movimiento de masas. La discusión es un media fundamental y decisivo para nuestra actividad, pero sólo un media. La existencia de fracciones y tendencias permanentes transforman la discusión en un fin en sí y no en un media del centralismo y de la acción unida frente al movimiento de masas.
Tan importante como los militantes profesionales, el centralismo democrático y la discusión permanente, es el carácter orgánico que debe tener todo partido trotskista bolchevique. Un partido trotskista no merece el nombre de tal si adquiere características de tendencia, de grupo de propaganda o de movimiento. La clase obrera sólo puede derrotar a la burguesía si se organiza férreamente. Esta necesidad de la clase obrera debe ser tomada y elevada a su máxima potencia por nuestros partidos. En nuestros partidos todo se debe hacer en forma orgánica y a través de organismos; nada por fuera de éstos. Esto nos permite delimitar bien quiénes son militantes de quiénes no lo son. Sólo son militantes aquellos que pertenecen a un organismo del partido y están sometidos a su discipline. Además, es imprescindible una estricta jerarquización entre los organismos. Nuestros partidos tienen organismos de dirección, de base e intermedios, en una dialéctica permanente de discusión y ejecución. Todo lo que sea pasar por arriba de los organismos —aun cuando se apele a la base en plenarios— es la negación de la estructura bolchevique. Todo lo que sea mezclar los organismos existentes es democratismo y no estructura bolchevique. El Secretariado, el Comité Ejecutivo, el Comité Central, los comités regionales y las células tienen su ubicación estricta dentro del partido.
Este funcionamiento a través de organismos jerarquizados es el único que garantiza que nuestros partidos, al adquirir influencia de masas, mantengan el régimen interno bolchevique. Así evitaremos el grave peligro de crear movimientos trotskistas con influencia de masas que, llegado el momento de la acción, se vuelvan anárquicos e incapaces de actuar con la centralización y discipline de un ejército revolucionario como lo requieren las circunstancias de la época.
sí como se impone reivindicar más que nunca el Programa de Transición y el trotskismo, debemos hacer lo mismo con la teoría de la revolución permanente. Pero debemos distinguir cuidadosamente la teoría del texto escrito de las Tesis de la revolución permanente. En algunos aspectos esas Tesis han envejecido. Cuando más pronto lo reconozcamos, tanto más pronto estaremos en condiciones de combatir mejor al revisionismo.
las Tesis no contemplan la revolución política. No podían contemplarla puesto que cuando fueron escritas la realidad histórica no había planteado la existencia de un estado obrero burocratizado. Pero esa nueva realidad es hoy en día parte esencial de nuestra política y teoría de la revolución permanente. La revolución política es parte de la revolución socialista mundial, junta con las tareas democráticas formales y de contenido, y con las revoluciones de febrero. Las tareas democráticas, las revoluciones de febrero, las revolucionas políticas, son parte de la revolución socialista. Esta combinación de tareas no sólo se da a nivel mundial sino a nivel de cada país, sea o no atrasado, sea imperialista u obrero burocratizado. Por eso, una expresión de la revolución política, la lucha contra los aparatos burocráticos contrarrevolucionarios, se da en los países capitalistas avanzados. Lo mismo es válido para las tareas democráticas.
Algo parecido ocurre con la categoría de revoluciones democráticas burguesas con que se iniciaba el texto de las Tesis de la revolución permanente. Ya no hay más revoluciones democráticoburguesas, ya que no hay en el mundo actual feudalismo dominante, sino distintos grados de capitalismo y de dominio imperialista. Lo que hay son dos tipos distintos de revolución socialista: la inconsciente, de febrero, dirigida o capitalizada por los partidos reformistas; la consciente, de octubre, dirigida por los partidos trotskistas. Esto no significa negar la importancia fundamental de las tareas democráticas.
Es por eso que se verán también en los propios estados obreros burocratizados revoluciones de febrero que se abrirán como prólogo de la revolución de octubre, como etapa previa a la transformación de los partidos trotskistas en partidos de masas. Todos éstos son problemas que hemos tratado de dilucidar en estas tesis, y que tienen que ser incorporados a la teoría de la revolución permanente.
Pero las Tesis, no la teoría, hicieron una evaluación incorrecta de la dinámica y de la transformación de la revolución democráticoburguesa en revolución socialista en los países atrasados. Las Tesis categóricamente afirmaron que la revolución democráticoburguesa, mucho más la socialista, sólo puede ser llevada a cabo por un partido comunista, Leninista, revolucionario, apoyado en la organización revolucionaria del propio proletariado. Las Tesis tienen como eje fundamental el proceso de transformación de la revolución democráticoburguesa en revolución socialista, de la expropiación de los terratenientes, la burguesía y el imperialismo por un sujeto social, el proletariado, y por un sujeto político, el partido comunista revolucionario. Las Tesis categóricamente afirman que sólo la clase obrera acaudillada por un partido comunista revolucionario puede llevar a cabo la revolución democráticoburguesa y la expropiación de la burguesía a través de la revolución socialista. Esto se ha revelado como equivocado. Hay que reconocerlo así. El propio Programa de Transición modifica levemente, con su improbable variante teórica las categóricas afirmaciones de las Tesis. Hay que reconocer que partidos pequeñoburgueses (entre ellos los stalinistas), obligados por las circunstancias, se han visto empujados a romper con la burguesía y el imperialismo para llevar a cabo la revolución democrática y el comienzo de la revolución socialista, expropiando a la burguesía e inaugurando así nuevos estados obreros burocratizados.
Es necesario incorporar a la teoría de la revolución permanente el reconocimiento de la generalización de las revoluciones de febrero, la combinación de las revoluciones de febrero con las revoluciones de octubre y que la revolución de febrero puede incluso llegar a expropiar a la burguesía y comenzar la revolución socialista; lo que no pueden hacer las direcciones burocráticas es continuarla. Esta incorporación de la revolución de febrero, este reconocimiento de que las propias revoluciones de febrero pueden ir más allá de lo que planteaban las Tesis de la revolución permanente, no anula la teoría sino, por el contrario, la demuestra más que nunca.
La teoría de la revolución permanente es mucho más amplia que las Tesis escritas por Trotsky a fines de la década del veinte; es la teoría de la revolución socialista internacional que combine distintas tareas, etapas y tipo s de revoluciones en la marcha hacia la revolución mundial. La realidad ha sido más trotskista y permanente que lo que el propio Trotsky y los trotskistas previeron. Produjo combinaciones inesperadas: a pesar de las fallas del sujeto (es decir de que el proletariado en algunas revoluciones no haya sido el protagonista principal) y del factor subjetivo (la crisis de dirección revolucionaria, la debilidad del trotskismo), la revolución socialista mundial obtuvo triunfos importantes, llegó a la expropiación en muchos países de los explotadores nacionales y extranjeros, pese a que la dirección del movimiento de masas continuó en manos de los aparatos y direcciones oportunistas y contrarrevolucionarios.
Si no reconocemos estos hechos, dejamos el campo libre a las interpretaciones revisionistas que se asientan en ellos para negar el carácter clasista y político de la teoría de la revolución permanente. Es así como ha surgido toda una teoría revisionista que es la del sustituismo de Deutscher: los partidos comunistas simbolizan a la clase obrera; por tanto las Tesis se han vista confirmadas porque los partidos comunistas tomaron el poder y —de hecho— eran partidos revolucionarios; aunque la clase obrera no interviniera en el proceso revolucionario, los partidos stalinistas las reflejaban; Trotsky se equivocó al no señalar que una clase puede ser reflejada por su partido y al no darse cuenta de que muchos partidos comunistas eran revolucionarios. Con esta crítica a Trotsky, se pretende ratificar las Tesis escritas. Nosotros creemos que no, que son revoluciones de febrero, es decir obreras y populares con direcciones oportunistas que, obligadas por la presión del movimiento de masas, se vieron forzadas a avanzar más allá de lo que querían expropiando a la burguesía.
la dirección del SWP está embarcada en otro ataque a la teoría trotskista de la revolución permanente. Para esta nueva teoría del SWP ya no es imprescindible ni el proletariado ni el trotskismo para un continuo desarrollo de la revolución permanente. A lo sumo es un ingrediente más. La nueva teoría de la revolución permanente de la actual dirección del SWP es la teoría de los movimientos unitarios progresivos de los oprimidos, y no del proletariado y el trotskismo. Todo movimiento de oprimidos —si es unitario y abarca al conjunto de ellos aunque sean de clases distintas— es por sí solo cada vez más permanente y lleva inevitablemente, sin diferenciaciones de clase o políticas, a la revolución socialista nacional e internacional. Esta concepción ha sido expresada particularmente en relación a los movimientos negro y de la mujer. Todas las mujeres son oprimidas, al igual que todos los negros; si se logra un movimiento del conjunto de estos sectores oprimidos, esta movilización no se detendrá y los llevará a través de diferentes etapas a hacer una revolución socialista.
Para el SWP la revolución socialista es una combinación de distintos movimientos multitudinarios —sin diferencias de clases de similar importancia: el movimiento negro, femenino, obrero, juvenil, de viejos, que llegan casi pacíficamente al triunfo del socialismo. Si todas las mujeres marchan juntas significan el 50 % del país; si ocurre lo mismo con los jóvenes (70 % en algunos países latinoamericanos más los obreros, negros y campesinos, la combinación de estos movimientos hará que la burguesía quede arrinconada en un pequeño hotel ya que serán los adultos burgueses machos blancos los que se opondrán a la revolución permanente. Es la teoría de Bernstein combinada con la revolución permanente: el movimiento lo es todo y la clase y los partidos no son nada Esta teoría cae rápidamente en un humanismo anticlasista, reivindicador de la praxis como categoría fundamental en contraposición a la lucha de clases como motor de la historia.
El SWP dice que hay que ver qué hacen los burgueses del GRN de Nicaragua para saber a que atenernos porque pertenecen al movimiento que volteó a Somoza. Están aplicando así su concepción revisionista aclasista y apolítica de la teoría de la revolución permanente. Nosotros —frente al SWP debemos reivindicar más que nunca el carácter clasista y trotskista de la revolución permanente. Ningún sector burgués ni reformista nos seguirá en el proceso de revolución permanente. En algunas coyunturas excepcionales, cuando la acción no atente contra la burguesía y la propiedad privada, marcharán juntas jóvenes burgueses y obreros, mujeres burguesas y obreras, negros oportunistas y revolucionarios; pero esa marcha en común será excepcional y no permanente. Nosotros seguimos defendiendo intransigentemente la esencia, tanto de la teoría como de las propias Tesis escritas, de la revolución permanente: sólo el proletariado acaudillado por un partido trotskista puede dirigir consecuentemente hasta el fin la revolución socialista internacional y por consiguiente la revolución permanente. Sólo el trotskismo puede impulsar la movilización permanente de la clase obrera y sus aliados, principalmente la de la clase obrera. Lo único que agregamos es que la fuerza objetiva de la revolución mundial combinada con la crisis de dirección del proletariado mundial y la crisis sin salida del imperialismo, ha permitido que se fuera bastante más allá en las revoluciones de febrero nacionales de lo que preveían las Tesis: que partidos pequeñoburgueses tomen el poder e inicien la revolución socialista. Pero esos partidos, al construir estados obreros burocratizados de tipo nacional, al imponer su programa de coexistencia pacífica y de construcción del socialismo en un solo país, paralizan la revolución permanente.
En ese sentido, las Tesis sólo se equivocaron para algunos países en el punto de la estación donde se paraba el proceso de la revolución permanente conducida por los partidos pequeñoburgueses —entre ellos el stalinismo— pero acertaron en que el proceso se detenía inevitablemente si no era dirigido por un partido comunista Leninista, es decir trotskista. Mientras las Tesis creían que era imposible traspasar los límites burgueses —inclusive los feudales—, la realidad demostró que esos límites podían ser traspasados por la presión del movimiento de masas y, a regañadientes, por los partidos pequeñoburgueses que las dirigieran.
La teoría de la revolución permanente se enriquece con la más extraordinaria herramienta de investigación y de elaboración política y teórica que nos ha legado el trotskismo: la teoría de¿ desarrollo desigual y combinado. El impulso del movimiento de masas combinado con la crisis de dirección revolucionaria ha originado combinaciones no previstas al detalle (y que no podían serlo) por nuestro movimiento. Pero estas combinaciones no sólo confirman que el proceso de la revolución permanente existe, sino que es tan poderoso que origina esas combinaciones; y confirman más que nunca la teoría del desarrollo desigual y combinado como la máxima conquista teórica del marxismo revolucionario de este siglo.
pesar de todos los triunfos revolucionarios la humanidad está al borde del precipicio. El marxismo, el trotskismo, señalaron que bajo el régimen imperialista y aun bajo el de la propia burocracia, de no superarse la crisis de dirección del proletariado, estaba planteada para la humanidad la caída en la barbarie, en un nuevo régimen de esclavitud como continuación del régimen imperialista. Sólo el socialismo le permitiría superar el mundo de la necesidad y entrar en el mundo de la libertad. O entrábamos en el más terrible mundo de explotación y miseria, de aherrojamiento de la humanidad en la barbarie, o entrábamos a través del socialismo en el mundo de la libertad.
La monstruosidad del régimen imperialista y burocrático ha hecho que la categoría de barbarismo haya quedado atrás. Los colosales medios de destrucción desarrollados por el imperialismo y los estados obreros burocráticos hacen que el peligro que enfrenta la humanidad haya cambiado. Ya no se trata de la caída en un nuevo régimen esclavista, bárbaro, sino de algo mucho más grave: la posibilidad de que el globo terráqueo se transforme en un desierto sin vida o con una vida degradada debido a la degeneración genética provocada por los nuevos armamentos. Pero no sólo existe el peligro de degradación de la vida debido a una guerra atómica; también existe un peligro inmediato: que se siga destruyendo a la naturaleza, principalmente las fuentes de energía, base esencial del dominio de la naturaleza por parte del hombre. El agotamiento del petróleo en unas pocas décadas o un siglo plantea a la humanidad una terrible amenaza.
Frente a estos peligros, los estados obreros burocratizados y las direcciones que dominan estos estados no son ninguna solución. Estas direcciones nos llevan al borde del precipicio. La única forma de evitarlo es liquidar las fronteras nacionales, el dominio imperialista y la propiedad privada capitalista. Para lograr la liquidación de las fronteras nacionales no hay otro método que la movilización permanente del proletariado mundial y la unificación de sus luchas con este claro objetivo. Pero la liquidación de las fronteras nacionales, del imperialismo y de la propiedad privada capitalista por media de la revolución y movilización permanente del proletariado y de sus aliados, sólo es planteada por una organización, la Cuarta Internacional, sólo es defendida por una corriente del movimiento obrero, el trotskismo. Por eso, a pesar de nuestra extremada debilidad, la alternativa es clara. Ya no es barbarie o socialismo, sino holocausto o trotskismo.
Sólo el proletariado dirigido por el trotskismo dará respuesta al más grande desafío que ha tenido la humanidad: la conquista del cosmos. Esta conquista del cosmos es hoy día una necesidad imperiosa que cambia la dialéctica tradicional del marxismo entre libertad y necesidad. El marxismo había sostenido que al entrar al socialismo entrábamos en el mundo de la libertad y abandonábamos el de la necesidad. Hoy día el agotamiento de la energía terrestre y el crecimiento de la humanidad plantean imperiosamente la conquista de nuevas fuentes de energía. A corto plazo —unos pocos siglos la energía que provee el globo terráqueo se agotará inevitablemente por más racionalmente que se la explote. Pero la humanidad tiene una fuente infinita de energía a su disposición en el cosmos: los rayos solares. Este es todo un desafío para la humanidad, que sólo puede ser afrontado si ésta deja atrás la perspectiva de la guerra y entra en la etapa de la construcción del socialismo. El socialismo logrará, entonces superando la libertad absoluta que planteaba el marxismo clásico, una nueva combinación de necesidad y libertad para lograr una libertad relativa. Desaparecerá la necesidad impuesta por unos hombres —las clases explotadoras contra otros hombres las clases explotadas—, para asumirse la necesidad imperiosa y humana de conquistar el cosmos.
Solo el trotskismo dirigiendo al proletariado podrá hacer que la humanidad entre en la etapa de la conquista del cosmos, es decir de la creación de satélites artificiales con una vida tan buena o mejor que la de la Tierra, que captarán la energía solar y por microondas la enviarán al globo terráqueo para tener energía prácticamente gratuita en cantidades infinitas. El capitalismo cumplió un papel progresivo porque significó la conquista de todo el mundo, fundamentalmente de América, Africa y Asia para una nueva forma de producción. Fue el gran desafío al cual el capitalismo —en su etapa progresiva— dio cumplimiento. La humanidad socialista tiene otro desafío más grande, el más grande que ha tenido la humanidad: justo en el momento en que la continuación del régimen imperialista o de los regímenes burocráticos nos plantea el holocausto del genero humano, el trotskismo señala la posibilidad del más grande salto hecho por la humanidad, la conquista del universo por el socialismo.
os trotskistas agrupados en el Comité Paritario estamos orgullosos de que, en la crisis de disgregación de la Cuarta Internacional iniciada por el revisionismo pablista, supimos combatir contra él manteniéndonos en el terreno de la Cuarta Internacional y su programa. Nuestras fuerzas son las corrientes que agrupan a las dos terceras partes de los militantes que se reclaman del trotskismo y de la Cuarta Internacional en todo el mundo. Somos perfectamente conscientes de que el trotskismo es incompatible con el revisionismo que ha campeado por sus fueros durante estas tres décadas en nuestros movimientos. Somos conscientes de que el revisionismo ha cumplido un papel permanente de servidor del imperialismo, y fundamentalmente de los aparatos contrarrevolucionarios que controlan, desvían y aplastan al movimiento de masas. El revisionismo ha cumplido su papel de disgregador y sigue tratando por todos los medios de impedir que la Internacional y sus partidos se transformen en auténticos partidos trotskistas con influencia de masas. Nada demuestra mejor el papel del revisionismo que su traición en Bolivia ayer, que su capitulación al frentepopulismo en Perú hoy.
No sólo somos conscientes del papel del revisionismo sino que, como lo demuestran estas tesis, aplicamos consecuentemente el método vivo, rico, marxista, del Programa de Transición —sin abandonar ninguno de los principios que caracterizan a nuestra Internacional y que la realidad ha corroborado— para observar los nuevos fenómenos y enriquecer nuestro propio programa y nuestro análisis. Al actuar así, no traicionamos ninguno de nuestros principios, ni capitulamos a los aparatos contrarrevolucionarios, ni les otorgamos ninguna misión histórica. Por el contrario, continuamos denunciándolos sistemática y permanentemente como los agentes de la contrarrevolución dentro de las filas del movimiento obrero y revolucionario.
Por otra parte, creemos más que nunca en el centralismo democrático. Creemos en un centralismo democrático auténtico, basado en un programa revolucionario, el programa del trotskismo, el Programa de Transición . No creemos en un centralismo democrático para la revisión del trotskismo, ni en una variante de tipo federativa para estructurar un frente sin principios contra el trotskismo. Es por eso que la conferencia del Comité Paritario inaugura el verdadero centralismo democrático en la Cuarta Internacional, perdido desde la crisis provocada por el revisionismo pablista en el; no 1951. No solo reivindicamos el Programa de Transición sino la organización bolchevique a escala mundial de nuestra Internacional como fue característica en vida de Trotsky y en los diez años que siguieron a su asesinato.
Que reconstruyamos nuestra Internacional sobre estas bases programáticas y organizativas no quiere decir que dejamos librados a su suerte a todos los grupos, tendencias y militantes que se reclaman del trotskismo y que, debido a la confusión provocada por el revisionismo, no se incorporan a nuestras ideas. Somos conscientes de que todos hemos cometido errores. Pero estos errores no tienen otra explicación que la crisis de disgregación de nuestra Internacional provocada por el revisionismo. Como marxistas partimos de la revolución mundial —la unidad mundial de la lucha de clases, por lo tanto de la Internacional. Independientemente de que nos mantuvimos en el terreno de la Cuarta Internacional y de su programa, la disgregación nos marcó a todos; tanto a los que formamos el Comité Paritario como a los que no forman parte de él. Es por eso que no dejaremos librado a su suerte a ningún militante u organización que se reclame del trotskismo. Por el contrario, la reconstrucción de la Cuarta Internacional significa también que dejamos de tener una actitud defensiva de los principios y del Programa de Transición , para pasar a una actitud ofensiva tendiente a derrotar definitivamente al revisionismo, con una política audaz de propuesta de actividades comunes, de comités de enlaces, con todo grupo trotskista honesto que, aun discrepando con algunos de nuestros puntos o nuestra interpretación de los principios trotskistas, considere indispensable la unidad del trotskismo. Es por eso que hacemos un llamado fraternal a todo compañero u organización trotskista que esté dispuesto a discutir con nosotros y a hacer acciones comunes sobre la base del trotskismo. En esta nueva actitud ofensiva contra el revisionismo explotaremos las más mínimas posibilidades para lograr esas acciones comunes trotskistas, como lo hemos hecho en Perú. Esas iniciativas por acciones comunes nos permitirán demostrar categóricamente que hay una sola organización trotskista en el mundo y en cada país: nuestra Cuarta Internacional reconstruida, la verdadera Internacional trotskista. Esa será la mejor forma de dividir aguas y lograr que todo el movimiento de masas y todos los auténticos trotskistas sepan que todo lo que no está en la Cuarta Internacional reconstruida es revisionismo, es antitrotskismo.
[2] León Trotsky, Los sindicatos en la era de la decadencia imperialista, en Sobre los sindicatos , Editorial Pluma, Bogotá, 1977, págs. 135–136.