Escrito: En 1960.
Versión al castellano: La Izquierda Comunista Germano-Holandesa contra Lenin.
Ediciones Espartaco Internacional.
Edición digital: Por el Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques.
Esta edición: Marxists Internet Archive, agosto de 2006.
La vida de Anton Pannekoek coincide casi enteramente con la historia del movimiento obrero moderno. Ha conocido su desarrollo como movimiento de protesta social, su transformación en un movimiento de reforma social, y su eclipse como movimiento de clase independiente en el mundo contemporáneo. Pero Pannekoek conoció igualmente sus posibilidades revolucionarias en los levantamientos espontáneos que, de cuando en cuando, interrumpieron el curso tranquilo de la evolución social. Entró como marxista en el movimiento obrero y murió como marxista, persuadido de que si aún hay un futuro, ése será un futuro socialista.
Como otros socialistas holandeses notorios, Pannekoek salió de la clase media y, como lo hizo observar una vez, su interés por el socialismo provenía de una inclinación científica bastante poderosa por abarcar a la vez la sociedad y la naturaleza. Para él, el marxismo era la ciencia extendida a los problemas sociales; y la humanización de la ciencia era un aspecto de la humanización de la sociedad. Sabía conciliar su gusto por la ciencia social con su pasión por las ciencias de la naturaleza: no sólo llegó a ser uno de los teóricos dirigentes del movimiento obrero radical, sino también un astrónomo y un matemático de reputación mundial.
Casi toda la obra de Pannekoek está impregnada de esa actitud ante las ciencias, ante la filosofía de la naturaleza y de la sociedad. Una de sus primeras publicaciones, “Marxismo y darwinismo”, esclarece la relación entre ambas teorías. Uno de sus últimos trabajos, La Antropogénesis, trata del origen del hombre; “la importancia científica del marxismo, así como la del darwinismo, escribía, consiste en desarrollar hasta sus últimas consecuencias la teoría de la evolución, el primero en el dominio de la sociedad, el segundo en el del mundo orgánico”. La importancia de la obra de Darwin reside en la demostración de que “en ciertas condiciones, una especie animal se transforma necesariamente en otra”. El proceso de la evolución obedece a un “mecanismo”, a una “ley natural”. El hecho de que Darwin hubiese identificado esta “ley natural” con la lucha por la existencia, análoga a la competencia capitalista, no afectaba a su teoría; no por ello la competencia capitalista se convertía en una “ley natural”.
Es Marx quien revela la fuerza motriz del desarrollo social. El “materialismo histórico” se refiere a la sociedad, y aunque el mundo sea a la vez naturaleza y sociedad – como se constata en la necesidad del hombre de comer para vivir – las leyes del desarrollo social no son leyes de la naturaleza; y, por supuesto, ninguna ley, natural o social, es absoluta. Sin embargo, estas leyes, en la medida en que se verifican por la experiencia, pueden ser consideradas “absolutas” para los fines de la práctica humana. Excluyen la arbitrariedad pura y el libre albedrío, y se remiten a reglas y hechos observables habitualmente, que permiten prever y dar un fundamento a las actividades humanas.
Pannekoek afirmaba, con Marx, que es “la producción de la vida material la que constituye la estructura esencial de la sociedad y determina las relaciones políticas y las luchas sociales”. Las transformaciones sociales decisivas se han producido a través de la lucha de clases. Ellas han conducido a la elevación de la producción social. El socialismo implica igualmente el desarrollo de las fuerzas sociales de la producción que actualmente están obstaculizadas por las relaciones de clases existentes. Este objetivo no puede ser realizado más que por la clase de los productores capaz de fundar sus esperanzas en el nacimiento de una sociedad sin clases.
Las etapas de la existencia humana y social están ligadas, en la historia, a los instrumentos y formas de producción que cambian y aumentan la productividad del trabajo social. El “origen” de este proceso se pierde en la prehistoria, pero se puede suponer razonablemente que se sitúa en la lucha del hombre por la existencia, en un entorno natural que le obligó a desarrollar sus capacidades productivas y su organización social. Después del escrito de F. Engels, El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, ha nacido toda una literatura en torno al problema de los instrumentos y de la evolución social.
En la Antropogénesis, Pannekoek vuelve a los problemas que había abordado en Marxismo y darwinismo. De igual modo que hay mecanismos que explican el desarrollo social y la evolución natural, asimismo debe haber un mecanismo que explique el desarrollo del hombre en el mundo animal. La sociedad, la ayuda mutua y también el empleo de “herramientas” caracterizan igualmente a otras especies; lo que caracteriza específicamente al hombre es el lenguaje, la razón y la fabricación de herramientas. Es esta última la que explica verosímilmente el desarrollo simultáneo del lenguaje y del pensamiento. Dado que entre un organismo y el mundo exterior, entre los estímulos y la acción se interpone el empleo de herramientas, éste fuerza la acción y, por tanto, el pensamiento a hacer un rodeo partiendo de las impresiones sensoriales por intermedio de la herramienta, hasta el objeto.
Sin el pensamiento humano, el lenguaje sería imposible. El espíritu humano es capaz de pensamientos abstractos, sabe formar conceptos. La vida mental del hombre y del animal dimana de las sensaciones, las cuales se combinan en representaciones; pero el espíritu humano sabe distinguir entre las percepciones y los actos por medio del pensamiento, de la misma manera que la herramienta interviene entre el hombre y el fin que quiere alcanzar. La separación entre las percepciones y los actos, y la conservación de percepciones pasadas, permiten la conciencia y el pensamiento que establece las conexiones entre las percepciones y formula teorías que se aplican a actos prácticos. La ciencia de la naturaleza es la prueba viviente de una relación estrecha entre las herramientas y el pensamiento.
Dado que la herramienta es un objeto aislado e inerte que puede ser reemplazado y mejorado bajo las formas más variadas, garantiza el desarrollo extraordinario y rápido del hombre. Inversamente, su empleo asegura el desarrollo del cerebro humano. Por consiguiente, el trabajo es el “devenir” y la “esencia” del hombre, cualquiera que sea la degradación y la alienación del obrero. El trabajo y la confección de herramientas elevan al hombre fuera del mundo animal al nivel de las acciones sociales para medirse con las necesidades de la vida.
La génesis del hombre es un proceso muy largo. Pero la transformación del hombre primitivo en hombre moderno es relativamente corta. Lo que distingue al hombre primitivo del hombre moderno no es una capacidad cerebral diferente, sino la diferencia en el empleo de esta capacidad. Cuando la producción social se estanca, la sociedad se estanca; cuando la productividad del trabajo se desarrolla lentamente, el cambio social es igualmente retardado. En la sociedad moderna, la producción social se ha desarrollado rápidamente creando nuevas relaciones de clase y destruyendo las antiguas. Lo que ha determinado el desarrollo social no era la lucha natural por la existencia, sino el combate social por tal o cual forma de organización social.
Desde su origen, el socialismo fue a la vez teoría y práctica. De hecho, no sólo interesa a los que se supone se beneficiarán de la transformación del capitalismo en socialismo. El socialismo, preocupado por una sociedad sin clases y por el fin de todo conflicto social, y atrayendo las inteligencias de todas las capas de la sociedad, prueba por adelantado la posibilidad de su realización. Pannekoek, todavía joven estudiante de ciencias naturales y especializándose en astronomía, entró en el Partido obrero socialdemócrata de Holanda y se encontró inmediatamente en su ala izquierda, al lado de Herman Gorter y Frank van der Goes.
Bajo la influencia de su fundador no marxista, Domela Nieuwenhuis, este partido fue más combativo que las organizaciones estrictamente marxistas de la Segunda Internacional. Tomó una posición esencialmente antimilitarista y Domela Nieuwenhuis hizo campaña por el empleo de la huelga general para prevenir la guerra. No pudo conseguir la mayoría, y se percató muy pronto de que, dentro de la Internacional, se dirigían hacia la colaboración de clase. Se opuso a la exclusión de los anarquistas de la Internacional, y su experiencia de miembro del Parlamento le hizo rechazar el parlamentarismo como arma de la emancipación social. Las tendencias “anarco-sindicalistas” de las que era representante dividieron la organización. De ahí surgió un nuevo Partido Socialista, más próximo al “modelo” de la socialdemocracia alemana. Sin embargo, la ideología radical del antiguo Partido influenció las tradiciones del movimiento socialista holandés.
Este radicalismo tradicional encontró su expresión en el nuevo órgano mensual del Partido, “De Nieuwe Tijd”, especialmente en las colaboraciones de Gorter y de Pannekoek, los cuales combatieron el oportunismo creciente de los dirigentes del Partido. En 1909 fue expulsada el ala izquierda en torno a Gorter y este grupo constituyó una nueva organización, el “Partido socialdemócrata”. Pannekoek se encontraba entonces en Alemania. Enseñaba en las escuelas del Partido social-demócrata alemán y escribía para sus publicaciones teóricas y para otros distintos periódicos, como por ejemplo, el “Bremer Bürgerzeitung”. Se asoció a la nueva organización de Gorter, la cual se convirtió más tarde, bajo la dirección de van Ravensteyn, Winkoop y Ceton, en el Partido comunista orientado hacia Moscú.
Aunque fiel a la tradición del “socialismo libertario” de Domela Nieuwenhuis, la oposición de Pannekoek al reformismo y al revisionismo socialdemócrata era de inspiración marxista; se levantaba contra el marxismo “oficial” en sus dos formas, ortodoxa y revisionista. En su forma ortodoxa, el marxismo servía de ideología para enmascarar una práctica no-marxista; en su forma revisionista, echaba por tierra a la vez la teoría y la práctica marxistas. Pero la defensa del marxismo por Pannekoek no era la de un doctrinario; mejor que cualquier otro, se dio cuenta de que el marxismo no era un dogma, sino un método de pensamiento que se aplica a los problemas sociales en el proceso real de la transformación social. La teoría marxista, en ciertos aspectos, no sólo era superada por el marxismo mismo, sino que algunas de sus tesis, surgidas de condiciones determinadas, debían perder su validez cuando cambiasen las condiciones.
La primera guerra mundial trajo de nuevo a Pannekoek a Holanda. Antes de la guerra, había sido activo en Bremen, en conexión con Radek, Paul Frölich y Johann Knief. Este grupo radical, de comunistas internacionales, se fundió más tarde con la Liga Espartaco, poniendo así los cimientos del Partido comunista de Alemania. Grupos opuestos a la guerra encontraron sus jefes en Alemania en Karl Liebknecht, Rosa Luxemburg y Franz Mehring. En Holanda, esta oposición se agrupó en torno a Herman Gorter, Anton Pannekoek y Henriette Roland-Holst. En Zimmerwald y en Kienthal, estos grupos se unieron a Lenin y sus compañeros para condenar la guerra imperialista y preconizaron acciones proletarias tanto por la paz como por la revolución. La revolución rusa de 1917, saludada como el posible comienzo de un movimiento revolucionario mundial, fue apoyada por los radicales holandeses y alemanes a pesar de las profundas divergencias entre ellos y los leninistas.
Desde su prisión, Rosa Luxemburgo expresaba sus recelos sobre las tendencias autoritarias del bolchevismo; mostró sus temores por el contenido socialista de la revolución rusa en el caso en que llegase a faltarle el apoyo de una revolución proletaria occidental. Gorter y Pannekoek compartieron su posición de apoyo crítico al régimen bolchevique. Sin embargo, trabajaron en el nuevo Partido Comunista y por la creación de una nueva Internacional. En su ánimo, esta Internacional debía ser nueva no sólo de nombre, sino también en sus perspectivas, a la vez en cuanto al fin socialista y al medio de conseguirlo.
La concepción socialdemócrata del socialismo es el socialismo de Estado que debe ser conseguido por la vía de la democracia parlamentaria. El sufragio universal y el sindicalismo son los instrumentos apropiados para realizar la transición pacífica del capitalismo al socialismo. Lenin y los bolcheviques no creían en una transformación pacífica. Ellos llamaban al derrocamiento revolucionario del capitalismo. La concepción del socialismo era todavía la de la socialdemocracia, puesto que implicaba el empleo del parlamentarismo y del sindicalismo para alcanzar el fin.
Sin embargo, el zarismo no fue derrocado por procedimientos democráticos y acciones sindicalistas. La organización de la revolución fue obra de soviets desarrollados espontáneamente, de consejos de obreros, de campesinos y de soldados. Sin embargo, estos soviets y estos consejos cedieron el lugar a la dictadura de los bolcheviques. Lenin estaba dispuesto a utilizar el movimiento de los soviets como cualquier otra forma de acción, comprendido el parlamentarismo y el sindicalismo, para alcanzar sus objetivos: el poder dictatorial para su Partido bajo el camuflaje de la “dictadura del proletariado”. Habiendo conseguido su objetivo en Rusia, se esforzó en reforzar su régimen con la ayuda del movimiento obrero revolucionario de Europa occidental; en caso de fracaso, contaba con influir lo suficientemente el movimiento obrero occidental como para asegurarse al menos su apoyo indirecto. Vistas las necesidades inmediatas del régimen bolchevique y las ideas políticas de sus jefes, la Internacional Comunista no fue el comienzo de un movimiento obrero nuevo, sino simplemente un intento para ganar el control del movimiento antiguo y utilizarlo para defender el régimen bolchevique en Rusia.
El social-patriotismo de las organizaciones obreras de Occidente y su política de colaboración de clase durante la guerra convencieron a los obreros revolucionarios de que estas organizaciones no podían ser utilizadas con fines revolucionarios. Se habían convertido en instituciones ligadas al sistema capitalista y debían ser destruidas al mismo tiempo que él. Inevitables y necesarias en el desarrollo anterior del socialismo y de la lucha por objetivos inmediatos, el parlamentarismo y el sindicalismo habían dejado de ser instrumentos de la lucha de clases. A los ojos de Pannekoek, no se trataba de una cuestión de mala dirección que había que reemplazar por una dirección mejor, sino de una cuestión de transformación de las condiciones sociales en las que el parlamentarismo y el sindicalismo habían dejado de jugar un papel emancipador. La crisis capitalista en la víspera de la guerra planteó la cuestión de la revolución; el antiguo movimiento obrero no podía cambiarse en fuerza revolucionaria, pues el socialismo no tiene lugar para los sindicatos o la democracia burguesa formal.
En todas partes donde los obreros lucharon durante la guerra por reivindicaciones inmediatas tuvieron que hacerlo contra los sindicatos, como en las huelgas de masas en Holanda, en Alemania, en Austria y en Escocia. Organizaron sus acciones en comités de empresas, los shop stewards o los consejos obreros, independientemente de los sindicatos existentes. En todas las situaciones verdaderamente revolucionarias, en Rusia en 1905 y de nuevo en 1917, así como en la Alemania y la Austria de 1918, surgieron espontáneamente consejos (soviets) de obreros y de soldados e intentaron organizar la vida económica y política extendiendo su sistema a escala nacional. El poder de los consejos es la dictadura del proletariado, pues los consejos son elegidos en el ámbito de la producción, quedando sin representación las capas sociales que no participan en la producción. Este movimiento, en sí mismo, puede no conducir al socialismo. Así los consejos obreros alemanes, al dar su apoyo a la Asamblea Nacional se han liquidado ellos mismos. Ahora bien, la determinación del proletariado por sí mismo supone una organización social en la que el poder de decisión concerniente a la producción y la distribución se encuentra en manos de los obreros.
Pannekoek reconoció en este movimiento de los consejos el comienzo de un nuevo movimiento obrero revolucionario y al mismo tiempo el comienzo de una reorganización socialista de la sociedad. Este movimiento no podía nacer y mantenerse más que oponiéndose a las formas tradicionales. Estos principios atrajeron la parte más militante del proletariado en revuelta, para gran pesadumbre de Lenin que no podía concebir un movimiento que escapase al control del Partido y del Estado, y que se esforzaba en debilitar los soviets en Rusia. Tampoco podía tolerar un movimiento comunista internacional fuera del control absoluto de su propio partido. Por medio de intrigas al principio y, después de 1920, abiertamente, los bolcheviques se esforzaron en combatir las tendencias anti-parlamentarias y antisindicalistas del movimiento comunista con el pretexto de que no había que perder el contacto con las masas que todavía se adherían a las antiguas organizaciones. El libro de Lenin “La enfermedad infantil del comunismo” iba dirigido sobre todo contra Gorter y Pannekoek, que eran los portavoces del movimiento de los consejos comunistas. El Congreso de Heidelberg en 1919 dividió al partido comunista alemán en una minoría leninista y en una mayoría que se adhería a los principios del antiparlamentarismo y del antisindicalismo sobre los que había sido fundado el partido inicialmente. Otra controversia vino a añadirse a la primera: ¿dictadura del partido, o dictadura de clase? Los comunistas no-leninistas adoptaron el nombre de Partido de los obreros comunistas de Alemania (KAPD). Una organización similar fue fundada más tarde en Holanda. Los comunistas de partido se opusieron a los comunistas de consejos y Pannekoek se alineó con los segundos. Éstos asistieron al II Congreso de la III Internacional en calidad de simpatizantes. Las condiciones de admisión – subordinación total de las diversas organizaciones nacionales a la voluntad del Partido ruso – separaron completamente al joven movimiento de los consejos y la Internacional Comunista.
La acción de la Internacional Comunista contra la “ultra-izquierda” fue la primera intervención directa del Partido ruso en la vida de las organizaciones comunistas de los otros países. El modo de control no cambió nunca. En realidad, el movimiento comunista mundial entero pasó bajo control ruso conforme a las necesidades específicas del Estado bolchevique. Aunque este movimiento jamás logró conquistar, como predijeron Pannekoek y Gorter, los sindicatos occidentales ni dominar las viejas organizaciones socialistas separando la base de los dirigentes, destruyó la independencia y el carácter radical del joven movimiento comunista de los consejos. Gracias al enorme prestigio de una revolución política victoriosa y al fracaso de la revolución alemana, el Partido bolchevique ganó fácilmente una gran mayoría del movimiento comunista para los principios del leninismo. Las ideas y el movimiento del comunismo de los consejos declinaron progresivamente y desaparecieron prácticamente con la ascensión del fascismo y la segunda guerra mundial.
Mientras que la lucha de Lenin contra la “ultraizquierda” era el primer síntoma de las tendencias “contrarrevolucionarias” del bolchevismo, el combate de Pannekoek y de Gorter contra la corrupción leninista del nuevo movimiento obrero fue el comienzo de un antibolchevismo desde un punto de vista proletario. Y ése es, naturalmente, el único antibolchevismo consecuente. El antibolchevismo burgués es la ideología corriente de la competencia capitalista de los imperialismos que cambia según las relaciones de fuerza nacionales. La República de Weimar, por ejemplo, combatió el bolchevismo por un lado y al mismo tiempo firmaba acuerdos secretos con el Ejército Rojo y acuerdos comerciales oficiales con los bolcheviques a fin de sostener su propia posición política y económica en la competencia mundial. Ha habido el pacto Hitler-Stalin y la invasión de Rusia. Los aliados occidentales de ayer son hoy enemigos en la guerra fría, por no mencionar más que las inconsecuencias que son de hecho la política del capitalismo, determinada únicamente por los intereses de la ganancia y del poder.
El antibolchevismo supone el anticapitalismo pues el capitalismo de Estado bolchevique no es más que un tipo de capitalismo. Por supuesto, en 1920 el fenómeno era menos visible que hoy. La experiencia del bolchevismo puede servirnos de lección para saber cómo el socialismo no puede ser realizado. El control de los medios de producción, la propiedad privada transferida al Estado, la dirección central y antagónica de la producción y de la distribución dejan intactas las relaciones capital-trabajo en tanto que relación entre explotadores y explotados, señores y súbditos. Este desarrollo conduce únicamente a una forma más moderna del capitalismo, en que éste ya no es indirecta, sino directamente, propiedad colectiva de una clase dominante de base política. Todo el sistema capitalista va en esta dirección y reduce así el “antibolchevismo” capitalista a una simple lucha imperialista por el control del mundo.
Retrospectivamente, no es difícil comprender que las divergencias entre Pannekoek y Lenin no podían ser resueltas a golpe de argumentos. Sin embargo, en 1920 estaba permitida una esperanza: que los trabajadores occidentales siguiesen una vía independiente, no hacia un capitalismo de un nuevo género, sino hacia su abolición. En su respuesta a la “Enfermedad infantil” de Lenin, Gorter se esforzó en convencer a los bolcheviques de sus “errores” de método, subrayando la diferencia de condiciones socio-económicas entre Rusia y Occidente: la táctica que llevó a los bolcheviques al poder en Rusia no podía aplicarse a una revolución proletaria en Occidente. El desarrollo ulterior del bolchevismo mostró, sin embargo, que los elementos burgueses presentes en el leninismo no se debían a alguna “falsa teoría”, sino que tenían su raíz en el carácter de la revolución rusa misma. Había sido concebida y realizada como una revolución capitalista de Estado, apoyada en una ideología pseudo-marxista.
En numerosos artículos publicados en periódicos comunistas antibolcheviques, y hasta el final de su vida, Pannekoek se esforzó en elucidar la naturaleza del bolchevismo y de la revolución rusa. Al igual que en su crítica anterior de la social-democracia, él no acusó a los bolcheviques de haber “traicionado” los principios de la clase obrera. Mostró que la revolución rusa, aun siendo una etapa importante en el desarrollo del movimiento obrero, tendía únicamente hacia un sistema de producción que podía ser llamado indistintamente socialismo de Estado o capitalismo de Estado. La revolución no traiciona sus propios objetivos, como tampoco los sindicatos “traicionan” el sindicalismo. De igual modo que no puede haber otro tipo de sindicalismo que el existente, de la misma manera no debe esperarse que el capitalismo de Estado sea otra cosa que él mismo.
Sin embargo, la revolución rusa fue llevada a cabo bajo la bandera del marxismo y el Estado bolchevique es considerado generalmente como un régimen marxista. El marxismo, y pronto el marxismo-leninismo-estalinismo, siguieron siendo la ideología del capitalismo de Estado ruso. Para mostrar lo que realmente significa el “marxismo” del leninismo, Pannekoek emprendió un examen crítico de sus fundamentos filosóficos publicando en 1938 su Lenin filósofo. Lenin había expresado sus ideas filosóficas en Materialismo y empiriocriticismo, aparecido en ruso en 1908 y traducido al alemán y al inglés en 1927. Hacia 1904, algunos socialistas rusos, especialmente Bogdanov, se habían girado hacia la filosofía naturalista occidental, sobre todo hacia las ideas de Ernst Mach, que intentaban combinar con el marxismo. Tuvieron alguna influencia en el Partido socialista ruso, y Lenin se empleó en destruirla atacando su fuente filosófica.
Marx había llamado a su sistema de pensamiento materialismo, sin dar a este término un sentido filosófico. Apuntaba simplemente a la base material de toda existencia y de toda transformación social. Para llegar a esta concepción, había rechazado tanto el materialismo filosófico de Feuerbach como el idealismo especulativo de Hegel. Para el materialismo burgués, la naturaleza es una realidad dada objetivamente, y el hombre está determinado por leyes naturales. Lo que distingue al materialismo burgués del materialismo histórico es esa confrontación directa del individuo y de la naturaleza exterior, y la incapacidad para ver en la sociedad y en el trabajo social un aspecto indisoluble de la realidad total.
El materialismo burgués (y la filosofía naturalista) había defendido en sus comienzos que la experiencia sensorial, base de la actividad intelectual, permitía llegar a un conocimiento absoluto de la realidad física, supuestamente constituida por la materia. En su intento de enlazar la representación materialista del mundo objetivo al proceso mismo del conocimiento, Mach y los positivistas negaban la realidad objetiva de la materia mostrando que los conceptos físicos deben ser construidos a partir de la experiencia sensorial, conservando así su carácter subjetivo. Esto importunaba mucho a Lenin dado que, para él, el conocimiento era únicamente el reflejo de una verdad objetiva, y que no había más verdad que la material. Consideraba la influencia de Mach en los ambientes socialistas como una corrupción del materialismo marxista. A su entender, el elemento subjetivo en la teoría del conocimiento de Mach era una aberración idealista y un intento deliberado de resucitar el oscurantismo religioso.
Es cierto que el progreso de la crítica científica había tenido sus intérpretes idealistas que podían satisfacer los espíritus religiosos. Algunos marxistas se pusieron a defender el materialismo de la burguesía, revolucionario en otros tiempos, contra el nuevo idealismo, así como la nueva ciencia de la clase capitalista instalada en el poder. Lenin daba gran importancia a este hecho porque el movimiento revolucionario ruso, que estaba en la víspera de una revolución burguesa, utilizaba ampliamente en su lucha ideológica los argumentos científicos y filosóficos de la burguesía occidental naciente.
Al confrontar el ataque de Lenin contra el empiriocriticismo con su contenido científico, Pannekoek reveló no sólo que Lenin había deformado las ideas de Mach y de Avenarius, sino también que era incapaz de criticar la obra de estos desde un punto de vista marxista. Lenin atacaba a Mach no desde el punto de vista del materialismo histórico, sino colocándose en el terreno del materialismo burgués, menos desarrollado científicamente. Pannekoek veía en este empleo del materialismo burgués para la defensa del “marxismo” una prueba adicional del carácter semi-burgués, semi-proletario del bolchevismo y de la revolución rusa misma. Este materialismo concordaba con una concepción del “socialismo” como capitalismo de Estado, con las actitudes autoritarias respecto de toda organización espontánea, con el principio anacrónico e irrealizable de la autodeterminación nacional y con la convicción de Lenin de que sólo la intelectualidad burguesa es capaz de desarrollar una conciencia revolucionaria, lo que la destina a guiar a las masas. Esta mezcla de materialismo burgués y de marxismo revolucionario, que caracterizaba la filosofía de Lenin, reapareció con la victoria del bolchevismo, mezcla de prácticas neocapitalistas y de ideología socialista.
Sin embargo, la revolución rusa era un acontecimiento progresivo de un significado enorme, comparable a la revolución francesa. Revelaba al mismo tiempo que el modo de producción capitalista no está limitado a la relación de propiedad privada predominante en su período liberal. Como consecuencia del reflujo de la ola revolucionaria en vísperas de la primera guerra mundial, el capitalismo se consolidaba de nuevo, a pesar de las condiciones serias de crisis, dando más importancia a las intervenciones del Estado en la economía. En las naciones capitalistas menos vigorosas, este fenómeno tomó la forma del fascismo, y se vio intensificar las políticas imperialistas que condujeron finalmente a la segunda guerra mundial. Más todavía que la primera, esta segunda guerra mostró claramente que el movimiento obrero que subsistía ya no era un movimiento de clase sino que formaba parte integrante de los diversos sistemas nacionales del capitalismo contemporáneo.
Fue en la Holanda ocupada durante la segunda guerra mundial donde Pannekoek tomó la pluma para componer Los Consejos Obreros. La obra estaba terminada en 1947. Resumía la experiencia de una vida en lo que respecta a la teoría y la práctica del movimiento obrero internacional, así como el desarrollo y la transformación del capitalismo en los distintos países y en su conjunto. Esta historia del capitalismo, y de la lucha contra el capitalismo, termina en el triunfo de un capitalismo revivificado, aunque cambiado. El final de la segunda guerra mundial ha visto los intereses de la clase trabajadora enteramente sometidos a los imperativos de competencia de los dos sistemas capitalistas rivales, que se preparan para un nuevo conflicto. En Occidente, las organizaciones de los trabajadores han seguido en pie, pero en el mejor de los casos buscan simplemente sustituir el monopolio por el capital de Estado. En cuanto al sedicente movimiento comunista mundial, pone sus esperanzas en una revolución planetaria según el modelo ruso. En uno y otro caso, el socialismo se confunde con la propiedad pública, siendo el Estado el dueño de la producción y permaneciendo los trabajadores a las órdenes de una clase dirigente.
El hundimiento del capitalismo a la antigua usanza fue también la caída del viejo movimiento obrero. Lo que se llamaba socialismo revela ser un capitalismo endurecido. Sin embargo, al contrario de la clase dirigente, que se adapta rápidamente a las nuevas condiciones, la clase obrera se encuentra en una situación de impotencia y sin esperanza en el horizonte: sigue adhiriéndose a las ideas y a las actividades tradicionales. Ahora bien, los cambios económicos no provocan cambios de conciencia sino gradualmente, y quizá transcurra un tiempo bastante prolongado antes de que surja un nuevo movimiento obrero adaptado a las nuevas condiciones, pues la tarea de los trabajadores sigue sin cambiar; consiste en abolir el modo de producción capitalista, en realizar el socialismo. Para alcanzar este fin, será necesario que los trabajadores se organicen y organicen la sociedad de modo que la producción y la distribución obedezcan a un plan social elaborado por los trabajadores mismos. Este movimiento obrero, cuando se levante, reconocerá sus orígenes en las ideas del comunismo de consejos y en las de uno de sus representantes más riguroso: Anton Pannekoek.
Boston, 1960