OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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MARIATEGUI Y SU TIEMPO |
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LA OBRA I
El hombre situado en una época determinada, tiene que sentir la necesidad de comprenderla, más aún si esa época es de las decisivas en la historia. Es decisiva, cuando los hombres que la viven la consideran así, aunque no lo sea objetivamente más que otras; pues todas lo son en cierto modo; en la entraña de ellas siempre hay algo que muere y algo que nace. Tal es nuestro tiempo; y Mariátegui, presintiendo muchas y variadas agitaciones, afina los ojos, los sentidos todos, para que nada de lo característico pase desapercibido. Nada ha de escapar, porque de todos los detalles saldrá una visión que será base de posteriores pensamientos. Así va formándose La Escena Contemporánea. Ya desde el principio declara: "no pretenden estas impresiones demasiado rápidas o demasiado fragmentarias, componer una explicación de nuestra época. Pero contienen los elementos primarios de un bosquejo o un ensayo de interpretación de esta época y sus tormentosos problemas que acaso me atreva a intentar en un libro más orgánico". Apenas unos años después de haber sido escrita La Escena Contemporánea, podemos ver cuán difíciles son los hechos para entregar su esencia y su sentido cuando se les mira de cerca. Traicionan, engañan, mienten. Ocurrirá así siempre a quien vea demasiado lo aparente, que es lo pasajero. Las observaciones nos suenan demasiado ingenuas, las predicciones nos hacen sonreír. Si los ideales norman la atención, se desea acomodar a ellos los hechos y presentar los como anticipadas realizaciones o signos claros de que la verdad del ideal los explicaba por anticipado. A veces un poco después, vemos ya que el camino de las cosas reales sigue rumbo diferente. Mariátegui es un observador humano. Sus errores y sus aciertos son característicos de un hombre de pasión. Sus anhelos se vierten en la confesión que hay al exaltar ciertas cosas. La crisis de la inteligencia que, por ejemplo, aísla como fenómeno especial de entre el conjunto de los hechos presentes, la siente como su propia historia: marcha del purismo intelectual al finalismo revolucionario a través de una época de escepticismo. Por eso el ensayo acerca de la Revolución y la Inteligencia, es uno de los mejores en La Escena Contemporánea. Repasad las páginas sobre Barbusse; se encuentra en ellas, descrito con pasión respetuosa, el drama que ha sucedido al mismo Mariátegui. Tiempo de contradicciones, de paradojas, fue apareciendo para Mariátegui el presente, acentuadas, agudas, y que habrían de traer como consecuencia la superación de todos los extremos y el resurgimiento de síntesis mejores. Las figuras importantes dan oportunidad a Mariátegui para mostrar sus escondidas inquietudes y ambiciones. En ello confiesa lo que desea tener cerca, lo que debe mantener lejos. Una de las mejores es aquella de Lloyd George, político realista, de transacción, sin rigidez programática, dispuesto a variar cuando sea oportuno y provechoso, fino para percibir los anhelos colectivos y explotarlos. Mariátegui prefiere el apostolado, la renuncia. Lo iluminan figuras como la de Lunatcharski; en ella vio su destino de educador que, al fin, fracasó. La pasión de lo nuevo lo conmueve hasta hablar con entusiasmo de un ejército rojo que lee a Gorki idílicamente, como si todo ejército no fuera acumulación de violencias futuras. En La Escena Contemporánea, deja Mariátegui su visión del mundo europeo en los años que siguieron a la guerra. Bullen en ella los elementos que formarán la materia de explicaciones futuras; significa un esfuerzo por aclarar ideas, movimientos, grupos; forma la disciplina indispensable para futuras exploraciones sobre hechos más cercanos. II
Al retorno, América presenta ante los ojos de Mariátegui la realidad del Continente. Realidad que hiere, de factores opuestos, mestiza. Y como en otros momentos había intentado la visión integral de la realidad europea, ahora se propone la imagen total de la realidad peruana, fragmento significativo de la realidad de América. Es por eso un forjador del Continente; desde el ángulo ideológico en que se ha colocado, contribuye a la explicación de un ambiente y de una vida propia. Escribe los Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. De los grupos informes, de movimientos sociales aparentemente sin orientación fija, de sucesos históricos que el presente ve caóticos, Mariátegui va extrayendo un panorama espectral de su país, y construyendo la ventana por donde le será fácil contemplar América. La madeja de ideas que destilan sus observaciones, la maraña de conceptos, significarán un día el material con pueda tejer ordenadamente la trama de los acontecimientos para hacerlos visibles, claros, ante las miradas de tanta mentalidad anhelante que fija los ojos sin comprender lo que sucede en derredor. Tal es la misión profunda de todo pensador americano. El Continente está lleno de hombres que sufren por querer explicar y aprehender en sus perfiles propios tantas cosas brumosas; en el interior, cada uno se pregunta lo que pueden ser, dentro de un orden conceptual, los acontecimientos contradictorios que a diario encuentra; todos perciben el impulso de la pasión y la ven desbordarse sin posibilidad de contenerla en normas estables; luchan a costa de su tranquilidad, mueren en aras de ideas imprecisas, mal explicadas, peor entendidas; siempre, hace años, quizás hace siglos, pululan hombres en América que desean saber el contenido de su destino, como individuos, como conjuntos. El pensador político tiene que decirlo, ha de hacer accesibles explicaciones congruentes. En esa prédica está su misión, sujeta a todas las peripecias que hombres así pueden provocar, a todas las violencias que infieran, los silencios que mantengan. Pero el pensador tiene que hacerlo. Por ello anhela la precisión como el hombre del campo los signos que anuncian la fertilidad, como la mujer los avisos secretos de la vida nueva en las entrañas. La realidad peruana parece quedar contenida en los esquemas sobre los factores reales de la historia: la tierra y el desarrollo económico; el hombre y el problema racial; la religión, el arte, la educación y el proceso de la cultura. El deseo de simplificar, reducir, hacer accesibles los acontecimientos que parecían complicados, causa en la parte de su público que piensa con sencillez, una impresión profunda. Es muy posible que ahora veamos que se redujo la realidad en forma excesiva; no importa, en ello está la fortaleza y la limitación. Los Ensayos, tendrán siempre esa frescura de quien los ha escrito, orientado no por un poder racional, sino por una fe. Representan el momento en que el pensador deja de atender al mundo lejano, para plantearse los problemas de cerca, hirientes y directos; en que, gracias a la disciplina anterior, se dirige seguro al entendimiento de lo inmediato. III
Ya colocado en su realidad, se da cuenta de que hieren sus afirmaciones determinados intereses, comprende que no todo se agota en la búsqueda pacífica de una explicación de las cosas, sino que hay, al final, una lucha. No todo va a ser investigación, vendrá la polémica. En esta situación se va elevando. Adquiere, poco a poco, un tono místico, se diría casi peligroso para el régimen existente. Dice ahora sus cosas con un cierto estilo escondido. Como si renaciera la juvenil de La Escena Contemporánea, hay en la Defensa del Marxismo y en los Ensayos finales un impulso apasionado que a veces lo coloca por encima del dogma mismo y quiere levantarse sobre él para defenderlo. Los argumentos del estudioso de Economía, del enterado de libros y acontecimientos, que era Mariátegui, no bastan a encubrir al escritor polémico que emerge con ímpetus irresistibles. En su obra final se echa encima los temas generales. Comprende que la lucha por sus ideas no está sometida a los límites geográficos de un país, se lanza a la polémica hacia afuera, contra los que desde lejos, en ciudades que se hacen escuchar, contradicen las ideas en que él se ha colocado. Realmente Mariátegui queda en situación excelente; conoce como el que más el contenido del círculo al que ha ido reduciendo el campo visual de su ideología. Es capaz de defender brillantemente sus ideas contra propios y extraños. Al entrar en la polémica, deja los temas concretos de la realidad circundante, y como que salta a los problemas abstractos de la actitud y del pensamiento humanos en nuestro tiempo. Vuelve a encontrar al hombre moderno que Europa le disolvió en sus realidades mestizas; llega a percibir la crisis, la lucha, la polémica, como un sentido general del presente como un recodo de la historia humana, no sólo en un lugar y de un grupo, sino de un sistema cultural, una forma de vida, un estilo histórico. Se apaga la llama de su ascenso espiritual y de su inquietud, cuando la vitalidad se doblega; muchos proyectos de obras lo visitaron, otras quedaron esbozadas; mientras vivió, conforme a sus declaraciones, nada estuvo terminado. Los ojos de los hombres se cierran inevitablemente en una época en que parecen llegar a mirar lo que antes no veían. Seduce, de muertes como la de él, vencido por la enfermedad largo tiempo resistida, la belleza trágica del fracaso de vidas que aún tienen algo que ofrecer, que todavía pueden tenderse, llenas de promesas, pletóricas de incitaciones, ante las miradas deseosas de sus contemporáneos.
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