OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL II

  

EL PROBLEMA DE LA CHINA*

 

El pueblo chino se encuentra en una de las más rudas jornadas de su epopeya revoluciona­ria. El ejército del gobierno revolucionario de Cantón amenaza Shanghai, o sea la ciudadela del imperialismo extranjero y, en particular, del imperialismo británico. La Gran Bretaña se apercibe para el combate, organizando un de­sembarque militar en Shanghai, con el objeto, según su lenguaje oficial, de defender la vida y la propiedad de los súbditos británicos. Y, se­ñalando el peligro de una victoria decisiva de los cantoneses, denunciados como bolcheviques, se esfuerza por movilizar contra la China revo­lucionaria y nacionalista a todas las "grandes potencias". 

El peligro, por supuesto, no existe sino para los imperialismos que se disputan o se reparten el dominio económico de la China. El gobierno de Cantón no reivindica más que la soberanía de los chinos en su propio país. No lo mueve ningún plan de conquista ni de ataque a otros pueblos. No lo empuja, como pretenden hacer creer sus adversarios, un enconado propósito de venganza contra el Occidente y su civilización. Es en la escuela de la civilización occidental donde la nueva China ha aprendido a ser fuerte. El pueblo chino lucha, simplemente, por su independencia. Después de un largo período de colapso moral, ha recobrado la conciencia de sus derechos y de sus destinos. Y por consiguiente, ha decidido repudiar y denunciar los tratados que en otro tiempo le fueron impuestos, bajo la amenaza de los cañones, por las potencias de Occidente. Una monarquía claudicante y dé­bil suscribió esos pactos. Hoy, establecido y consolidado en Cantón un gobierno popular que ejerce una soberanía efectiva sobre más o menos cien millones de chinos, —y que gradualmente ensancha el radio de esta soberanía—, los tratados humillantes y vejatorios que imponen a la China tarifas aduaneras contrarias a su in­terés y sustraen a los extranjeros a la jurisdicción de sus jueces y sus leyes, no pueden ser tolerados por más tiempo. 

Estas reivindicaciones son las que el impe­rialismo occidental considera o califica como bolcheviques y subversivas. Pero lo que ningún imperialismo puede disimular ni mistificar es su carácter de reivindicaciones específica y fun­damentalmente chinas. Todos saben en el mun­do, por mucho que hayan turbado su visión las mendaces noticias difundidas por las agencias imperialistas, que el gobierno de Cantón tiene su origen no en la revolución rusa de 1917 sino en la revolución china de 1912 que derribó a una monarquía abdicante y paralítica e instau­ró, en su lugar, una república constitucional. Que el líder de esa revolución, Sun Yat Sen, fue hasta su muerte, hace dos años, el Jefe del go­bierno cantonés. Y que el Kuo-Min-Tang (Kuo: nación, Min: pueblo, Tang: partido), propugna y .sostiene los principios de Sun Yat Sen, cau­dillo absolutamente chino, en quien la calumnia más irresponsable no podría descubrir un agen­te de la Internacional Comunista, ni nada pa­recido. 

Si el imperialismo occidental, con la mira de mantener en la China un poder ilegítimo, no se hubiera interpuesto en el camino de la revolu­ción. movilizando contra ésta las ambiciones de los caciques y generales reaccionarios, el nuevo orden político y social, representado por el go­bierno de Cantón, imperaría ya en todo el país. Sin la intervención de Inglaterra, del Japón y de los Estados Unidos, que, alternativa o simul­táneamente, subsidian la insurrección ya de uno, ya de otro tuchun, la República China habría liquidado hace tiempo los residuos del viejo ré­gimen y habría asentado, sobre firmes bases, un régimen de paz y de trabajo. 

Se explica, por esto, el espíritu vivamente na­cionalista —no anti-extranjero— de la China re­volucionaria. El capitalismo extranjero, en la China, como en todos los países coloniales, es un aliado de la reacción. Chang-Tso-Lin, el dic­tador de la Manchuria, típico tuchun; Tuan-Chi-Jui, representante en Pekín del partido Anfu, esto es de la vieja feudalidad; Wu-Pei-Fu, cau­dillo militar que adoptó en un tiempo una pla­taforma más o menos liberal y se reveló, luego, como un servidor del imperialismo norteameri­cano; todos los enemigos, conscientes o incons­cientes, de la revolución china, habrían sido ya barridos definitivamente del poder, si las grandes potencias no los sostuvieran con su dinero y su auspicio. 

Pero es tan fuerte el movimiento revolucio­nario que ninguna conjuración capitalista o mi­litar, extranjera o nacional, puede atajarlo ni paralizarlo. El gobierno de Cantón reposa sobre un sólido cimiento popular. La agitación revo­lucionaria, —temporalmente detenida en el nor­te de la China por la victoria de las fuerzas alia­das de Chang-Tso-Lin y Wu-Pei-Fu sobre el ge­neral cristiano Feng-Yu-Siang—, toma cuerpo nuevamente. Feng-Yu-Siang está otra vez a la ca­beza de un ejército popular que opera combinadamente con el ejército cantonés. 

Con la política imperialista de la Gran Bre­taña que, en defensa de los intereses del capitalismo occidental, se apresta a intervenir mar­cialmente en la China, se solidarizan, sin duda, todas las fuerzas conservadoras y regresivas del mundo. Con la China revolucionaria y resurrec­ta están todas las fuerzas progresistas y reno­vadoras, de cuyo prevalecimiento final espera el mundo nuevo la realización de sus ideales presentes.

   


NOTA: 

* Publicado en Variedades, Lima, 12 de Febrero de 1927.