OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

CARTAS DE ITALIA

 

 

LAS FUERZAS SOCIALISTAS ITALIANAS1

 

En esta hora en que tanto se habla de la importancia de las fuerzas socialistas italianas y de su influencia en la política interna y exter­na de Italia, es oportuno informar, global y su­mariamente, al público peruano sobre la histo­ria, la organización y las orientaciones de esas fuerzas socialistas.

El Partido Socialista Oficial representa, co­mo es sabido, la gran masa del socialismo ita­liano. La otra agrupación socialista, llamada la Unión Socialista Italiana, es una agrupación se­cundaria. Sus fundadores han sido socialistas re­formistas que, por razón de su criterio colabo­racionista, no han podido permanecer en el So­cialismo oficial. Y tanto durante la guerra co­mo después de ella la Unión Socialista Italiana se ha diferenciado del Partido Socialista oficial en su posición en el socialismo internacional. Así, durante la guerra, la Unión Socialista Ita­liana fue favorable a la intervención. Algunos de sus hombres principales, como Leónidas Bissolati e Ivanoe Bonomi, participaron en el go­bierno. Después de la guerra, la Unión Socialis­ta Italiana mantuvo su adhesión a la Segunda Internacional, en tanto que el Partido Socialis­ta oficial se afiliaba a la internacional de Mos­cú. Ultimamente, sin embargo, la Unión Socialista no ha podido sustraerse a los efectos del fenómeno de polarización que se presenta en to­dos los campos políticos europeos. Y, gradualmente, ha vuelto a orientarse hacia la extrema izquierda. Lo que ha motivado que se aparten de ella los socialistas autónomos de la cámara, a excepción de Arturo Labriola y algún otro. Di­chos socialistas autónomos han colaborado y colaboran con el gobierno de Nitti contra los acuerdos de la Unión Socialista. El socialismo autónomo resulta, pues, dividido en una forma que refleja típicamente el carácter de la polari­zación. A un lado se han puesto los diputados, o sea los elementos profesionalmente políticos de la agrupación. Al otro lado, la organización obrera, o sea los elementos de clase.

Es, por consiguiente, el Partido Socialista oficial el que debe ser tomado en cuenta como expresión del socialismo italiano. Es el par­tido que ha ganado ciento cincuenta y seis dipu­taciones en las últimas elecciones generales. Y el que, por ende, pesa decisivamente en la po­lítica italiana.

El partido "popular" tiene puntos de contac­to con el socialismo en el terreno de las realiza­ciones políticas. Pertenece al matiz socialista cristiano. Ha nacido recientemente agitando la bandera de audaces reformas económicas y so­ciales. Pero no puede ser considerado efectiva-mente como una fuerza socialista. Más que por su mentalidad espiritualista adversa a la men­talidad materialista del marxismo, por la auto­ridad que ejerce sobre su dirección el Vaticano. Además, el Partido Socialista extrema sus ata­ques contra esta agrupación más que con nin­guna otra. Por ser la única que le disputa el ascendiente sobre las clases trabajadoras. Por ser la que opone, sobre todo en el campo, los sindicatos blancos a los sindicatos rojos.

A propósito. Es necesario puntualizar que el progreso del Partido Socialista, la autoridad que ha adquirido, se deben al respaldo de las organizaciones obreras. Los socialistas italianos han cuidado siempre de estar próximos al pro­letariado. Mientras otros partidos socialistas de Europa han vivido alejados y otras veces divor­ciados de los sindicatos obreros, el Partido So­cialista Italiano ha hecho de estos sindicatos su base y su asiento. La Confederación General del Trabajo es el órgano económico de las clases trabajadoras; el Partido Socialista es un órgano político.

La existencia del partido data del año 1890; en ese año fue fundado con el nombre de Par­tido de los Trabajadores Italianos. Dos años más tarde se efectuó en Génova su primer con­greso. En el Congreso de Génova adoptó el nom­bre de Partido Socialista de los Trabajadores Italianos junto con el programa que ha conser­vado intacto hasta el Congreso de Bolonia, cele­brado en octubre del año último, bajo la influencia ideológica de la revolución rusa. En el mismo congreso de Génova los discípulos de Ba­kunine, que hasta entonces habían contribuido a su organización, se apartaron del partido, por discrepar de su programa marxista, y tornaron a constituir autónomos grupos libertarios.

A partir del Congreso de Génova comenzó el partido a desarrollarse rápidamente. Muchos in­telectuales se adhirieron a él entusiastamente. Entre ellos, Enrique Ferri, diputado radical y orador renombrado, que ocupó en seguida po­sición eminente en el socialismo italiano. El go­bierno persiguió la propaganda socialista tanto o más que otros gobiernos de Europa. El ter­cer congreso, que debió reunirse en Imola en 1895, fue prohibido. Tuvo que realizarse secre­tamente en Parma. En él se adoptó, finalmente, el nombre de Partido Socialista Italiano.

En 1896, en el congreso de Florencia, resol­vió el partido la fundación del Avanti que apareció en el mes de diciembre del mismo año y que hasta hoy es su órgano oficial. Dueño de un diario y de representación parlamentaria, el partido continuó creciendo y vigorizándose.

Durante los años siguientes se manifestaron en su seno las mismas diferencias de criterios que en las demás agrupaciones socialistas europeas. Unos elementos preconizaban la actuación preferencial del programa mínimo. Otros preco­nizaban la fidelidad absoluta a un programa único, el programa máximo. Los matices en que se dividía el partido eran cuatro. Uno reformis­ta, representado por Turati; otro integralista, representado por Morgari; otro revolucionario, representado por Ferri; y otro sindicalista, repre­sentado por Labriola y Enrique Leone, escritor sindicalista universalmente conocido.

En el Congreso de 1908, efectuado asimismo en Florencia, prevaleció también la corriente re­formista. Los sindicalistas se separaron en esa ocasión del partido, siempre con Labriola y Leone a la cabeza. En el congreso de Milán de 1910, los reformistas se impusieron otra vez. Pero la tendencia revolucionaria había adquiri­do mucho cuerpo. Y en el congreso posterior, reunido en Modena, volvieron a manifestarse cuatro corrientes y ninguna de ellas logró pre­dominar. En 1912, en el congreso de Regio Emi­lia, el partido se mostró francamente antico­laboracionista. Cuatro diputados fueron expul­sados de su seno: Bissolati, Bonomi y Cabrini, culpables de haber visitado al rey después del atentado del 4 de mayo; y Podrecca, culpable de haber apoyado la expedición del Trípoli. A renglón seguido de su expulsión, estos cuatro diputados fundaron el "partido socialista autó­nomo".

Cuando estalló la guerra, el partido acaba­ba de obtener grandes éxitos. Cincuenta socialis­tas habían entrado a la cámara. Las secciones del partido habían llegado a 1800. Y en las elec­ciones municipales, las listas socialistas habían ganado en cuatrocientas comunas, las de Milán y Bolonia, entre ellas. En medio de estos éxitos la guerra ocasionó la escisión. Varios socialistas se pronunciaron a favor de la intervención ita­liana. Mussolini, director del Avanti, renunció su cargo y fundó Il Giornale del Popolo, diario intervencionista. En la directiva del partido pre­valeció la opinión neutralista a'utrance. Pro­ducida la intervención, el partido fijó así su acti­tud: no se adhería a la guerra; pero tampoco la saboteaba. (Los derivados de la palabra sabo­taje no son muy españoles que digamos; pero acabarán por parecer tales. El léxico nos fami­liarizará con ellos).

Más tarde, fracción del Partido inició una propaganda pacifista. La revolución rusa dio en esta propaganda muchos estímulos. Y el gobier­no, como es notorio, la reprimió duramente. Constantino Lazzari, miembro de la directiva, Nicolás Bombassi, uno de los líderes de hoy, y Serrati, director del Avanti fueron condenados a prisión por derrotismo.

Después del armisticio, el progreso del Par­tido Socialista, turbado por las divergencias suscitadas por la guerra, recuperó su intensidad. La corriente maximalista se extendió, simultá­neamente, en sus filas. Reunida en marzo del año pasado, la directiva acordó romper con el Bureau Internacional, acusado de haber traicio­nado la causa proletaria, y adherirse a la Terce­ra Internacional, o sea la fundada en Moscú a la sombra de la bandera bolchevique. Dentro de este ambiente se preparó el congreso de Bolo­nia del mes de octubre, realizado en vísperas de las elecciones en que el Partido debía triunfar tan ruidosa e inesperadamente.

En el congreso de Bolonia hubo tres tenden­cias. Una maximalista abstencionista, encabezada por Bordiga, contraria a la participación del Partido en las elecciones. La segunda maximalis­ta eleccioncita, encabezada por Serrati. Y la tercera, evolucionista, encabezada por Treves y Turati.

Fue la segunda tendencia la que venció. En virtud de una orden del día de Serrati, el par­tido declaró su adhesión a la Internacional de Moscú y, en consideración al programa de Géno­va superado por los acontecimientos y por las condiciones internacionales creadas por la gue­rra, introdujo en él varias reformas. Conforme a estas reformas, el partido conceptúa que los instrumentos de dominación del estado burgués no pueden en ninguna forma transformarse en órganos de liberación del proletariado. Que a ellos deben ser opuestos nuevos órganos proleta­rios —consejos de obreros, de campesinos, etc.—, que, funcionando por ahora bajo la dominación burguesa como instrumentos de lucha, serán mañana los órganos de transformación social y económica del orden de cosas comunista. Que el régimen transitorio de la dictadura del pro­letariado debe marcar el paso del poder de la burguesía a los trabajadores. Y que mediante este régimen el período histórico de transfor­mación social podrá ser abreviado.

La moción que, reformó así el programa de Génova fue aprobada por 48,411 votos, contra 14,880, alcanzados por la moción centrista de Lazzari a la cual se adhirieron Treves y Tura­ti, y contra 3,417, alcanzados por la moción co­munista que pretendía la conversión del parti­do en partido comunista.

Las direcciones sancionadas por el congreso de Bolonia han sido ratificadas por el Consejo Nacional del Partido que acaba de reunirse en Milán; pero han sido interpretadas con mode­ración y sagacidad. En obedecimiento al pro-grama de Génova, se ha resuelto proceder a la constitución de soviets, destinados a servir al mismo tiempo como elementos de lucha y de preparación del proletariado para el ejercicio del poder; pero esos soviets serán limitados a las grandes ciudades, a los grandes núcleos de trabajadores.

El grupo parlamentario socialista actúa com­pacto y disciplinado. Pero, se advierte en él, más definida aún que en Bolonia, las tres tenden­cias del Congreso. La tendencia acudillada por Turati y Treves —que son dos conspicuas figu­ras intelectuales del partido— ha sido llamada, repentinamente, tendencia colaboracionista. Mas, en verdad, el colaboracionismo no es tan co­laboracionismo. Turati y Treves no desean que el partido vaya al gobierno bajo la monarquía. Saben que un gabinete socialista no constaría con la aprobación de las masas y que estas, sin darle su apoyo, le exigirán "la lu­na en el pozo" como dice Turati. Ellos no son, por consiguiente, colaboracionistas. Pero disienten del criterio dominante en el partido acerca del rol del grupo parlamentario. Piensan que el grupo parlamentario socialista debe arran­car al régimen actual todas las reformas posi­bles. No convienen con la mayoría maximalista en que el rol de los socialistas en el parlamen­to debe ser un rol negativo y no un rol positivo.

En el fondo, los términos de la discrepancia son los siguientes: una parte del Partido Socialista no cree en la posibilidad de la revolución inmediata. Más aún. No cree en la capacidad actual del proletariado para asumir el poder. Y juzga que hay que ocuparse de crearle esta ca­pacidad. Y que hay que utilizar la fuerza parla­mentaria del socialismo. Los ciento cincuenta y seis votos socialistas pueden servir para muchas reformas urgentes. Para todas aquellas reformas a las cuales no negarían su voto otros gru­pos de la izquierda parlamentaria. En tanto, otra parte del Partido Socialista, la parte extre­mista, cree en la posibilidad de la revolución. Juzga necesario que la acción del Partido se re­duzca a organizarla, a precipitarla. Estima que el Partido debe reservar su labor constructiva para cuando el poder esté íntegramente en ma­nos del proletariado. Que no proceder así es retardar la revolución y colaborar con la bur­guesía.

Una y otras fracciones son consecuentes con su respectiva apreciación del momento históri­co. La diferencia de esta apreciación es lo que las separa. Es lógico que quienes consideran que es el momento de la revolución, se opongan a que el socialismo se ocupe de otra cosa que de acelerarla. Y es lógico que quienes consideran lo contrario quieran que el socialismo se cruce, ne­gativamente, de brazos, ante los problemas pre­sentes, que no afectan a una clase sino a todas y, principalmente, a las clases trabajadoras.

 


NOTA:

1 Fechado en Roma, abril de 1920; publicado en El Tiempo, Lima, 28 de julio de 1920.