OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

CARTAS DE ITALIA

 

 

EL GABINETE GIOLITTI Y LA CAMARA

 

EL ARREGLO ITALO-YUGOESLAVO1

No hace sino seis meses que Giolitti está en el gobierno. Y, sin embargo, ya comienza a ha­blarse insistentemente de la posibilidad de que caiga de un momento a otro. Todavía no existe verdadera inminencia de una crisis ministerial. Pero empiezan a sonar voces agoreras que, por lo menos, son un síntoma de que la vitalidad del gabinete Giolitti se halla bastante minada.

Dentro de otra situación, esto no tendría na­da de particular. En estos países de régimen parlamentario la vida de los gabinetes suele ser muy corta. Pero, dentro de la actual situación italiana, el anuncio que el ministerio trepida, es un anuncio preocupante. No se puede olvidar que Giolitti ha sido llamado al gobierno por considerárselo el único hombre capaz de solu­cionar los problemas presentes de Italia. Que se ha esperado de él una obra casi mesiánica. Que los socialistas le han declarado la última carta de la burguesía.

Y que, por consiguiente, es la vida de un gabinete taumatúrgico la que está en peligro esta vez.

Lo que acontece, no obstante, es algo que te­nía que acontecer. Giolitti no ha debido su vuel­ta al poder a sus propias fuerzas políticas. La ha debido a grupos que hasta ayer le eran hos­tiles. A los grupos responsables de la guerra. A los grupos que gobernaron durante la gue­rra. De estos grupos ha sacado los hombres que colaboran con él en el ministerio. La permanen­cia en el poder de Giolitti depende, pues, de los volubles intereses de grupos que no están vincu­lados a él, sino por una solidaridad precaria y circunstancial.

Giolitti hace una política que, necesariamen­te, no puede contentar a toda la burguesía. Y que, por supuesto, tampoco puede contentar a los socialistas. La situación dada, por ejemplo, al conflicto metalúrgico, le ha enajenado mu­chas simpatías en el campo capitalista; pero no ha podido captárselas en el campo proletario. El proletariado sabe perfectamente que ésa ha sido una victoria debida a su propia fuerza y no al espíritu de justicia del gabinete. El cual, al día siguiente de conceder a los obreros el control sindical, le ha quitado a uno de sus je­fes, al anarquista Malatesta, para entregarlo a la justicia de un juez enredista como todos los jueces:

La política de Giolitti no puede ser sustan­cialmente distinta a la política de Nitti. No pue­de serlo, porque la política de Nitti era la más inteligente que podía desarrollar un estadista de monarquía. Cosa que Giolitti, que además de ser un político de talento es un político de grande experiencia, comprende muy bien.

Como Nitti, Giolitti está en la imposibilidad de desenvolver una política reaccionaria. En pri­mer lugar, porque Giolitti es un estadista de convicciones liberales. Y en segundo lugar porque la situación política de Italia no se lo per­mite. Su gobierno tiene, luego, que dejar descontenta a una buena parte de las clases con­servadoras. A aquella parte de las clases conser­vadoras que, verbigracia, considera terriblemen­te injusto que el Estado grave demasiado la for­tuna de las gentes ricas. Y que reclama una po­lítica de pretor contra los socialistas.

Las concesiones al socialismo son inevitables dentro de un gobierno de Giolitti como dentro de un gobierno de Nitti. Y, naturalmente, esas concesiones que bastan para escandalizar a los elementos reaccionarios, no consiguen atenuar la oposición de los socialistas, ni mucho menos captar para el gobierno su simpatía y su cola­boración.

Lo mismo que ocurre en el orden político y económico, ocurre en el orden internacional. Gio­litti no puede contentar a los elementos nacio­nalistas. Piensa, sensatamente, que Italia debe ser en Europa un elemento de pacificación y de cordialidad. E inspira su política internacional en este concepto. Y más que en este concepto, en la necesidad de Italia de reducir su presu­puesto de guerra. Los elementos nacionalistas agrupados en la derecha liberal de un lado, y en el grupo "rinnovamento" de otro lado, tie­nen que opinar, en consecuencia, que Giolitti es un gobernante empeñado, como Nitti, en desva­lorizar la victoria.

El gabinete Giolitti, en resumen, no se ha debilitado más ni menos de lo que era lógico prever que se debilitase. Es un gabinete que durante seis meses ha defendido del mejor modo posible la subsistencia del actual régimen. Pero que no ha podido hacer ningún milagro. Nin­guno de los milagros que de él parecía espe­rarse.

Por el momento no atraviesa, en verdad, nin­gún grave peligro. Pero, como le pasa que ha dejado definitivamente de ser un gabinete de atributos providenciales, es un gabinete a caer en cualquier momento. Tal como si fuese el más vulgar y humano de los gabinetes.

Si no existen probabilidades serias de crisis es, únicamente, porque los grupos parlamenta­rios de la mayoría no tienen aún interés ni urgen­cia de prevalecer. Ninguno de estos grupos cuen­ta con hombre que pueda servir de base a un gabinete que fuera más fuerte que el gabinete Giolitti. El Partido Popular, que es el partido constitucional que dispone de mayor número de votos en la cámara, sabe que no podría conse­guir la constitución de un gabinete sometido a sus orientaciones políticas. Por consiguiente, aunque la gestión de Giolitti no le satisfaga y aunque Giolitti no tome más en cuenta que Nitti a los sindicatos obreros de Don Sturzo, no es fá­cil que retire su apoyo al gabinete. El estadista con más expectativas de ir al gobierno, entre los actuales líderes parlamentarios, continúa siendo Nitti. Y Nitti no tiene ninguna prisa de asumir de nuevo el poder. Más todavía. A Nitti no le conviene, por ningún motivo, reemplazar a Giolitti antes de que éste haya resuelto el problema del precio del pan y haya ultimado la sistematización de los asuntos adriáticos. Italia tiene hoy un problema menos: el problema adriá­tico. Un problema que la embaraza seriamente para la solución de sus otros problemas. Porque mientras Italia no llegase a un acuerdo con Yugoeslavia, necesitaba continuar casi en pie de guerra. Y, por consiguiente, no podía reducir uno de los más onerosos renglones de su pre­supuesto, precisamente el que merecía mayores críticas de la izquierda socialista. Además, aumentaba los motivos de desconfianza y de temor que le impedían conseguir en los mercados extranjeros el crédito de que ha menester pa­ra aliviar su situación económica.

Tanto el gobierno de Nitti como el gobier­no de Giolitti han comprendido muy bien, en todo instante, que era urgente para Italia entenderse con Yugoeslavia. Pero han encontrado en los sectores de la derecha una resistencia sistemática a tal arreglo. Una parte de la opinión conservadora ha sostenido siempre que Italia no debía tratar amistosamente a la Yugoesla­via. Ha pretendido que Italia hablase a Yugoes­lavia en la misma forma dura y arrogante que Francia habla a Alemania. Y que no debía bus­car una conciliación de sus intereses con los intereses yugoeslavos sino un sometimiento de los intereses yugoeslavos a los intereses italianos.

Las gentes que preconizaban esta política, decían que el gobierno no tenía por qué darse prisa en solucionar el problema adriático. Italia, en su concepto, debía dejar las cosas en el es­tado en que estaban. Debía esperar que dos su­cesos viniesen en su ayuda y le permitiesen im­poner su voluntad: la eliminación definitiva de Wilson, protector de los yugoeslavos, de la po­lítica universal, y un posible agravamiento de la crisis interna yugoeslava.

Pero el gobierno se negaba rotundamente a tomar en cuenta estos consejos. Sostenía que Italia estaba en el deber de comportarse honrada y lealmente. No era digno rehuir la solución del conflicto en espera de que Wilson cesase de influir en la política europea. Era indispen­sable, en cambio, que Italia diese una prueba de su deseo a contribuir, a costa de cualquier sacrificio, a la pacificación de Europa.

Los nacionalistas, fascistas y gentes afines, hallaban cándido y estúpido este honesto lenguaje del gobierno. No se daban cuenta siquiera de que Italia disminuyese sus gastos militares pa­ra aminorar su déficit fiscal. Les parecía que lo único importante era que Italia obtuviese el máximum de anexiones territoriales para que no sintiese empequeñecida ni mal cotizada su victoria militar.

Pero, afortunadamente, la opinión belicosa de estos grupos no era la opinión de la mayoría del país. La mayoría anhelaba una solución del problema. Era opuesta a que la política inter­nacional de Italia tuviese el menor asomo de imperialismo. En la Cámara, los nacionalistas estaban en insignificante mayoría. Los liberales de la izquierda, los populares, los socialistas re­formistas y los socialistas oficiales eran concor­de y totalmente adversos a su chauvinismo. La política conciliadora del gobierno contaba, pues, con el apoyo de casi toda la cámara.

Ha sido así como Giolitti ha podido, finalmente, lograr un convenio con Yugoeslavia. Un convenio que exhibe a Italia como la nación más sinceramente pacifista y democrática de Europa. Como la que más prontamente ha sabido li­berarse de la intoxicación espiritual de la guerra.

Yugoeslavia es una nación surgida de las rui­nas del imperio austro-húngaro. Italia ha podi­do ver en ella al país vencido. Sin embargo, no ha querido tratarla con tono de vencedor. Ha discutido con ella cordialmente. La ha demos­trado su intención honrada de mantener con ella buenas relaciones. Ha atendido sus razones.

Esta política italiana es consecuente con las declaraciones formuladas en reiteradas ocasio­nes por Nitti y por Giolitti acerca de la necesi­dad de que los aliados ayuden a Alemania a restablecerse y a recuperar su rol en la activi­dad europea. Italia ha manifestado con los he­chos que, por su parte, está resuelta a sacrifi­car toda aspiración expansionista y dominadora. Nitti, en un reciente artículo para la Uníted Press de Nueva York, ha dicho, respondiendo a un artículo de Poincaré, que su concepto sobre el Tratado de Versailles es también su concepto so­bre el Tratado de Saint Germain. Y que, por ende, Poincaré se engaña cuando lo cree capaz de mostrar en defensa del Tratado de Saint Ger­main el celo que no muestra en defensa del Tratado de Versailles. La palabra de Nitti no es ya la del jefe de gobierno italiano. Pero tra­duce un pensamiento seguramente conforme con el que dirige actualmente la política de Giolitti.

En esta liberalidad, discreción y amplitud de la política internacional de Italia, hay que ver, sobre todo, la influencia de su organización de­mocrática. Italia es hoy un país verdaderamen­te pacifista, porque es un país donde los gober­nantes no pueden dirigir la vida de la paz con prescindencia del sentimiento popular: El con­trol del proletariado sirve para que las exagera­ciones nacionalistas y fascistas no tengan eco en la acción de la cancillería.

 


NOTA:

1 Fechado en Roma, enero de 1921; publicado en El Tiempo. Lima, 9 de marzo de 1921.