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V. I. Lenin

ACERCA DE LA SIGNIFICACIÓN DEL ORO AHORA Y DESPUÉS DE LA VICTORIA COMPLETA DEL SOCIALISMO

 

 


Redactado: El 5 de noviembre de 1921.
Primera publicación: Los días 6 y 7 de noviembre de 1921, en el núm. 251 de Pravda.
Fuente: Tomado de V. I. Lenin. Obras Completas, tomo 44, Editorial Progreso, Moscú, 1981, pp. 221-229.
Digitalizado para el MIA: Julio Rodríguez, abril de 2012.
HTML: Juan Fajardo, mayo de 2012.


 

La mejor manera de conmemorar el aniversario de la Gran Revolución es concentrar la atención en las tareas que ésta no ha resuelto todavía. Semejante conmemoración es oportuna y necesaria en particular cuando existen tareas cardinales aún no resueltas por la revolución, cuando hay que asimilar algo nuevo (desde el punto de vista de lo realizado hasta ahora por la revolución) para resolver esas tareas.

En el momento actual, lo nuevo de nuestra revolución consiste en la necesidad de recurrir al método de acción “reformista”, gradual, de prudente rodeo en los problemas fundamentales de organización de la economía. Esta “novedad” da lugar a una serie de problemas, incomprensiones y dudas de carácter teórico y práctico.

Un problema teórico: ¿cómo explicarse que, después de una serie de acciones de lo más revolucionarias, se pase, sobre el mismo terreno, a acciones extraordinariamente “reformistas”, pese a la marcha victoriosa general de toda la revolución en su conjunto? ¿No será esto una “entrega de posiciones”, un “reconocimiento de la bancarrota” o algo por el estilo? Como es natural, los enemigos, empezando por los reaccionarios de tipo semifeudal y terminando por los mencheviques y demás caballeros de la Internacional II y media, responden que así es. Pero están en su papel de enemigos al hacer, con cualquier motivo o sin motivo alguno, declaraciones de esta índole. La conmovedora unanimidad que manifiestan en esta cuestión todos los partidos -desde los feudales hasta los mencheviques- viene a demostrar una vez más que, frente a la revolución proletaria, todos esos partidos constituyen verdaderamente “una sola masa reaccionaria” (como lo pronosticó Engels, dicho sea entre paréntesis, en sus cartas a Bebel en 1875 y 1884)2.

Pero también entre los amigos hay cierta... “incomprensión”.

Restableceremos la gran industria y organizaremos el intercambio directo de sus artículos con los productos de la pequeña agricultura campesina, contribuyendo a la socialización de ésta. Para restablecer la gran industria, tomaremos a los campesinos, en concepto de préstamo, determinada cantidad de víveres y materias primas mediante la contingentación.Tal es el plan (método o sistema) que hemos aplicado durante más de tres años, hasta la primavera de 1921. Era una forma revolucionaria de enfocar el problema, en el sentido de demoler de manera directa y completa la vieja estructura socioeconómica para remplazarla con otra nueva.

Desde la primavera de 1921, en lugar de este enfoque, de este plan, método o sistema de acción, venimos planteando (todavía no “hemos planteado” por completo, sino que sólo “estamos planteando”, y sin tener plena conciencia de ello) una forma completamente distinta, de tipo reformista: no demoler la vieja estructura socioeconómica, el comercio, la pequeña hacienda, la pequeña empresa, el capitalismo, sino reanimar el comercio, la pequeña empresa, el capitalismo, dominándolos con precaución y de modo gradual u obteniendo la posibilidad de someterlos a una regulación estatal sólo en la medida que se vayan reanimando.

Es una forma completamente distinta de enfocar el problema.

Comparada con la forma anterior, revolucionaria, ésta es reformista (la revolución es una transformación que destruye lo viejo en lo más fundamental y radical, pero no lo transforma cautelosa, lenta y gradualmente, procurando demoler lo menos posible).

Cabe preguntar: si después de probar los métodos revolucionarios habéis reconocido su fracaso y pasado a los métodos reformistas, ¿no demuestra eso que declaráis, en general, que la revolución es un error? ¿No demuestra eso que no era preciso, en general, comenzar por la revolución, sino que era necesario empezar por reformas y limitarse a ellas?

Esta es la deducción que hacen los mencheviques y sus semejantes. Mas esta deducción es o bien un sofisma y una simple artimaña de politicastros redomados o bien una puerilidad de incautos. El mayor peligro -y quizá el único- para un auténtico revolucionario consiste en exagerar su radicalismo, en olvidar los límites y las condiciones del empleo adecuado y eficaz de los métodos revolucionarios. Es ahí donde los auténticos revolucionarios se estrellaban con la mayor frecuencia al comenzar a escribir “revolución” con mayúscula, colocar la “revolución” a la altura de algo casi divino, perder la cabeza, perder la capacidad de comprender, sopesar y comprobar con la mayor serenidad y sensatez en qué momento, en qué circunstancias y en qué terreno hay que saber actuar a lo revolucionario y en qué momento, en qué circunstan-cias y en qué terreno hay que saber pasar a la acción reformista. Los auténticos revolucionarios sucumbirán (no en el sentido físico, sino espiritual de su causa) sólo -pero sin falta- en el caso de que pierdan la serenidad y se figuren que la revolución, “grande, victoriosa y mundial”, puede y debe cumplir obligatoria-mente por vía revolucionaria toda clase de tareas en cualquier circunstancia y en todos los terrenos.

Quien se “imagine” tal cosa sucumbirá, pues se habrá imaginado una estupidez en la cuestión fundamental; y en época de guerra encarnizada (la revolución es la guerra más encarnizada), el castigo por una estupidez suele consistir en la derrota.

¿De qué se deduce que la revolución, “grande, victoriosa y mundial”, puede y debe emplear únicamente métodos revolucionarios? De nada. Eso es absoluta y totalmente falso. La falsedad de eso es evidente de por sí sobre el fondo de tesis puramente teóricas, si no se aparta uno del terreno del marxismo. La falsedad de eso es confirmada también por la experiencia de nuestra revolución. En el aspecto teórico: durante la revolución se hacen tonterías igual que en cualquier otro tiempo, decía Engels3, y decía la verdad. Hay que tratar de hacer las menos posibles y corregir cuanto antes las ya hechas, teniendo en cuenta con la mayor sensatez qué tareas y cuándo pueden llevarse a la práctica con métodos revolucionarios y cuáles no. Nuestra propia experiencia: la paz de Brest ha sido un modelo de acción absolutamente no revolucionaria, sino reformista e incluso peor que reformista, puesto que ha sido una acción regresiva, en tanto que las acciones reformistas, por regla general, avanzan lenta, cautelosa y gradualmente, pero no retroceden. La justedad de nuestra táctica al firmar la paz de Brest ha quedado ya tan demostrada y es tan clara y reconocida por todos que no merece la pena seguir hablando de este tema.

Lo único que hemos acabado por completo es la labor democrática burguesa de nuestra revolución. Y tenemos el más legítimo derecho a enorgullecernos de ello. La labor proletaria o socialista de nuestra revolución se resume en tres aspectos principales: 1) Salida revolucionaria de la guerra imperialista mundial; desenmascaramiento y cese de la matanza emprendida por dos grupos mundiales de fieras capitalistas. Esto nosotros lo hemos hecho hasta el fin por nuestro lado; consumarlo por todos los lados podría únicamente la revolución en una serie de países avanzados. 2) Creación del régimen soviético, forma de plasmación de la dictadura del proletariado. Se ha dado un viraje mundial. Se acabó la época del parlamentarismo democrático burgués. Ha comenzado un nuevo capítulo en la historia universal: la época de la dictadura proletaria. Sólo una serie de países perfeccionará y culminará el régimen soviético y todas las formas de dictadura proletaria. A nosotros nos queda aún mucho, muchísimo por hacer en este terreno. Sería imperdonable no verlo. Más de una vez tendremos que culminar, rehacer y volver a empezar. Cada grado que logremos avanzar, subir, en el desarrollo de las fuerzas productivas y de la cultura, debe ir acompañado del perfeccionamiento y modificación de nuestro sistema soviético, y nosotros nos encontramos a un nivel muy bajo en el aspecto económico y cultural. Hay mucho que rehacer; y “turbarse” por ello sería el colmo de la estupidez (o acaso de algo peor que estupidez). 3) Edificación económica de las bases del régimen socialista. En este terreno queda aún por coronar lo principal, lo fundamental. Y ésta es la tarea nuestra más certera, la más certera tanto desde el punto de vista de los principios como de la práctica, tanto desde el punto de vista de la RSFSR hoy como desde el punto de vista internacional.

Ya que lo principal no está consumado en su base, hay que fijar en ello toda la atención. Y en este problema la dificultad estriba en la forma de transición.

“No basta con ser revolucionario y partidario del socialismo o comunista en general -escribía yo en abril de 1918 en Las tareas inmediatas del Poder soviético-. Es necesario saber encontrar en cada momento peculiar el eslabón particular al cual hay que aferrarse con todas las fuerzas para sujetar toda la cadena y preparar sólidamente el paso al eslabón siguiente. El orden de los eslabones, su forma, su engarce, la diferencia entre unos y otros no son tan simples ni tan burdos en la cadena histórica de los acontecimientos como en una cadena corriente forjada por un herrero”.

En los momentos actuales, en el terreno de las actividades de que estamos tratando, ese eslabón es la reanimación del comercio interior, regulado (orientado) con acierto por el Estado. El comercio, he ahí el “eslabón” de la cadena histórica de los acontecimientos, de las formas de transición de nuestra edificación socialista en 1921-1922, “al cual debemos aferrarnos con todas las fuerzas” nosotros, el poder estatal proletario, el Partido Comunista dirigente. Si ahora “nos aferramos” a este eslabón con suficiente fuerza, podremos estar seguros de ser los dueños de toda la cadena en un futuro próximo. De otro modo no podremos ser dueños de toda la cadena, no podremos crear la base de las relaciones socioeconómicas de tipo socialista.

Esto parece extraño. ¿Comunismo y comercio? Resulta algo muy incoherente, absurdo y distinto. Pero si se reflexiona desde el punto de vista económico, lo uno no se distingue más de lo otro que el comunismo se diferencia de la pequeña agricultura campesina, patriarcal.

A mi parecer, cuando triunfemos a escala mundial, pondremos urinarios públicos de oro en las calles de algunas de las ciudades más importantes del mundo. Este sería el empleo más “justo”, gráfico e instructivo del oro para las generaciones que no han olvidado que, a causa del oro, fueron sacrificados diez millones de hombres y mutilados treinta millones en la “gran guerra liberadora” de 1914-1918, en la guerra en que se ventilaba el grandioso problema de qué paz era peor, la de Brest o la de Versalles; y que a causa de ese mismo oro hay quien se dispone, seguramente, a aniquilar a veinte millones de hombres y mutilar a sesenta millones en la guerra que quizá estalle por allá por 1925 o por 1928, acaso entre el Japón y Norteamérica, o entre Inglaterra y Norteamérica, o algo por el estilo.

Mas, por “justo”, útil y humano que parezca ese empleo del oro, diremos, a pesar de todo: para llegar a semejante resultado es preciso trabajar uno o dos decenios con el mismo empeño e iguales éxitos con que hemos trabajado de 1917 a 1921, sólo que en un terreno mucho más vasto. Por el momento, en la RSFSR es preciso economizar el oro, venderlo más caro, adquirir con él mercancías a precios más bajos. Quien con lobos anda, a aullar aprende; pero en lo que se refiere al exterminio de todos los lobos, como corresponde en una sociedad humana inteligente, nos atendremos al sabio proverbio ruso: “No te envanezcas al partir para la guerra, hazlo a la vuelta”...

El comercio es la única ligazón económica posible entre decenas de millones de pequeños agricultores y la gran industria, si... si no existe al lado de estos agricultores una magnífica gran industria mecanizada con una red de cables eléctricos; una industria que, tanto por su potencia técnica como por su “superestructura” orgánica y por los fenómenos concomitantes, provea a los pequeños agricultores de los mejores productos en mayor cantidad, con más rapidez y más barato que antes. A escala mundial este “si” se ha realizado ya, esta condición existe ya, pero un país aislado -y, por añadidura, uno de los países capitalistas más atrasados- que ha intentado realizar, convertir en realidad, organizar prácticamente, de golpe y de modo directo, la nueva ligazón entre la industria y la agricultura, no ha podido cumplir “al asalto” esta tarea y se ve precisado a cumplirla mediante una serie de acciones lentas, graduales, de “asedio” cauteloso.

El poder estatal proletario puede dominar el comercio, encauzarlo, encajarlo en determinado marco. Un ejemplo pequeño, muy pequeño: en la cuenca del Donets ha comenzado una reanimación económica reducida, muy reducida aún, pero indiscutible, en parte gracias al aumento de la productividad del trabajo en las grandes minas del Estado y, en parte también, gracias a la entrega en arrien-do de pequeñas minas campesinas. De este modo, el poder estatal proletario recibe una pequeña cantidad complementaria de hulla (miserablemente pequeña desde el punto de vista de los países avanzados, pero, no obstante, digna de tenerse en cuenta dentro de nuestra pobreza) a un coste, digamos, del 100% y la vende a diversas instituciones oficiales al 120%, y a particulares al 140%. (Indicaré, entre paréntesis, que estas cifras son arbitrarias por completo, primero, porque no conozco las cifras exactas y, segundo, porque, si las conociera, no las haría públicas en este momento.) Esto se parece a que empezamos a dominar, si bien dentro de los límites más modestos, el intercambio entre la industria y la agricultura; a dominar el comercio al por mayor; a dominar la tarea de asirse a la pequeña industria atrasada que tenemos, o a la grande, pero debilitada y arruinada; a reanimar el comercio con la base económica existente; a hacer sentir la reanimación económica al campesino medio, al simple campesino (y éste es uno de la masa, un represen-tante de la masa, un vehículo del elemento espontáneo); a aprovechar todo esto para llevar a cabo una labor más regular y tenaz, más amplia y fecunda de restablecimiento de la gran industria.

No nos dejaremos dominar por el “socialismo de sentimiento” o por el estado de ánimo patriarcal, semiseñorial, semivillano de la Rusia de antes, que se caracterizan por un inconsciente desprecio al comercio. Es admisible aprovechar toda clase de formas económicas de transición y hay que saber aprovecharlas, dada la necesidad de ello, para fortalecer la ligazón del campesinado con el proletariado, para reanimar sin tardanza la economía nacional en un país arruinado y extenuado, para impulsar la industria, para facilitar medidas posteriores, más amplias y más profundas, como la electrificación.

Sólo el marxismo ha definido con exactitud y acierto la relación entre las reformas y la revolución, si bien Marx tan sólo pudo ver esta relación bajo un aspecto, a saber: en las condiciones anteriores al primer triunfo más o menos sólido, más o menos duradero del proletariado, aunque sea en un solo país. En tales condiciones, la base de una relación acertada era ésta: las reformas son un producto accesorio de la lucha de clase revolucionaria del proletariado. Para todo el mundo capitalista, esta relación constituye el fundamento de la táctica revolucionaria del proletariado, el abecé, que tergiversan y ofuscan los líderes venales de la II Internacional y los caballeros semipedantes, semirremilgados de la Internacional II y media. Después del triunfo del proletariado, aunque sea en un solo país, aparece algo nuevo en la relación entre las reformas y la revolución. En principio, el problema sigue planteado del mismo modo, pero en la forma se produce un cambio, que Marx, personalmente, no pudo prever, pero que sólo puede ser comprendido colocándose uno en el terreno de la filosofía y de la política del marxismo. ¿Por qué pudimos aplicar con acierto el repliegue de Brest? Porque habíamos avanzado tanto que teníamos terreno para retroceder. Construimos el Estado soviético, salimos por vía revolucionaria de la guerra imperialista y culminamos la revolución democrática burguesa con tan vertiginosa rapidez -en unas cuantas semanas, desde el 25 de octubre de 1917 hasta la paz de Brest-, que incluso un repliegue tan inmenso (la paz de Brest) dejó en nuestras manos, a pesar de todo, posiciones suficientes por completo para aprovechar la “tregua” y avanzar triunfalmente contra Kolchak, Denikin, Yudénich, Pilsudski y Wrangel.

Hasta el triunfo del proletariado, las reformas son un producto accesorio de la lucha revolucionaria de clase, Después del triunfo, ellas (aunque a escala internacional sigan siendo el mismo “producto accesorio”) constituyen, además, para el país en que se ha triunfado, una tregua necesaria y legítima en los casos en que es evidente que las fuerzas, después de una tensión extrema, no bastan para llevar a cabo por vía revolucionaria tal o cual transición. El triunfo proporciona tal “reserva de fuerzas” que hay con qué mantenerse, tanto desde el punto de vista material como del moral, aun en el caso de una retirada forzosa. Mantenerse desde el punto de vista material significa conservar la suficiente superioridad de fuerzas para que el enemigo no pueda derrotarnos por completo. Mantenerse desde el punto de vista moral significa no dejarse desmoralizar ni desorganizar, conservar una apreciación serena de la situación, conservar el ánimo y la firmeza de espíritu, replegarse aunque sea muy atrás, pero en la medida debida, replegarse de modo que se pueda detener a tiempo el repliegue y pasar nuevamente a la ofensiva.

Nos hemos replegado hacia el capitalismo de Estado. Pero nos hemos replegado con sentido de la medida. Ahora nos replegamos hacia la regulación estatal del comercio. Pero nos replegaremos con sentido de la medida. Hay ya síntomas de que se vislumbra el final de este repliegue, de que se vislumbra en un futuro no muy lejano la posibilidad de detener este repliegue. Cuanto más conscientes y unidos hagamos este repliegue necesario, cuanto menores sean los prejuicios con que lo llevemos a cabo, tanto antes podremos detenerlo, tanto más firme, rápido y amplio será después nuestro victorioso avance.

5 de noviembre de 1921.