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Escrito: A fines de noviembre de 1902.
Primera publicación: En 1939, en el N° 1 de la revista "Proletárskaya Revoliutsia".
Fuente: Tomado de
V. I. Lenin, Obras completas, tomo 6, págs. 241-242.
Digitalizado para el MIA: Daniel Gaido, 2014.
Cuando el doble coqueteo con la clase obrera y con la oposición "legal" coincide con la entrada en escena de la horda de miserables desbocados, como Val u Obolenski, significa que el gobierno quiere corromper y dividir a las masas y sectores del pueblo que es incapaz de quebrantar; y para hacer más fácil su tarea, trata de conseguir que las fuerzas revolucionarias, no muy numerosas, se distraigan en la caza de cada uno de estos miserables por separado. No tiene importancia saber si unos u otros representantes del gobierno comprenden esto en general o hasta qué punto tienen clara conciencia de ello. Lo que importa es que la táctica a que recurre el gobierno, empujado por toda su enorme experiencia política y por su instinto policíaco, tiene en realidad precisamente este significado. Cuando el movimiento revolucionario cala hondo en las clases verdaderamente revolucionarias del pueblo; cuando, además, crece no sólo en profundidad, sino en extensión, prometiendo convertirse pronto en una fuerza invencible, al gobierno le conviene provocar a las mejores fuerzas revolucionarias para que se lancen a la caza de los dirigentes ordinarios de la violencia más indignante. Pero no debemos dejarnos provocar. Ante los primeros truenos de la verdadera tormenta revolucionaria popular no debemos perder la cabeza ni los estribos, arrojando por la borda, para evitarnos más quebraderos y remordimientos de conciencia, toda la experiencia de Europa y la experiencia de Rusia, toda convicción socialista un tanto definida, todo afán de seguir una táctica ajustada a los principios y no una táctica aventurera. En una palabra, no debemos permitir que se logre el intento —que han hecho y llevan cada día más lejos los socialistas-revolucionarios— de restaurar el espíritu de Naródnaya Volia y reincidir en todos sus errores teóricos y prácticos. A la corrupción de las masas y a las provocaciones de que se quiere hacer objeto a los revolucionarios no debemos contestar con un "programa" que abra las puertas de par en par a los viejos errores más perniciosos y a las nuevas vacilaciones ideológicas, ni con una táctica que acentúe el aislamiento entre los revolucionarios y las masas, causa principal de nuestra debilidad, de nuestra incapacidad para iniciar hoy mismo una lucha decidida. Debemos contestar consolidando los vínculos entre los revolucionarios y el pueblo. Pero el establecimiento de estos vínculos es realizable en nuestro tiempo únicamente desarrollando y consolidando el movimiento obrero socialdemócrata. Sólo el movimiento obrero eleva a la verdadera clase revolucionaria y avanzada, que nada tiene que perder con el hundimiento del actual régimen político y social: la clase que constituye el producto último e ineluctable de este régimen, la única clase que es enemigo incondicional e irreconciliable de este régimen. Sólo apoyándonos en la teoría del marxismo revolucionario y en la experiencia de la socialdemocracia internacional podemos fundir nuestro movimiento revolucionario con el movimiento obrero y crear un movimiento socialdemócrata invencible. Sólo en nombre de un verdadero partido obrero podemos, sin dejar ser fieles a nuestras convicciones, exhortar a todos los elementos progresivos del país a desplegar una actividad revolucionaria, exhortar a todos los trabajadores, a todos los dolientes y oprimidos, a apoyar el socialismo.