Publicación original: Folleto, Imprenta de La Emancipación, Madrid, 1872, 33 pp.
Fuente: Clara Eugenia Lida (ed.), Antecedentes y desarrollo del movimiento obrero español, 1835-1888: textos y documentos, Madrid 1973
Digitalización: Graham Seaman
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2024
Compañeros:
Habiendo publicado La Razón, en sus números 62 y 64, «con el mayor gusto», varias cartas donde a propósito de una correspondencia enviada por mí a La Liberté, de Bruselas, se me trata de embustero, de calumniador y de traidor, y habiéndose negado a publicar una mía, so pretexto de que sus términos eran demasiado «incisivos y duros», me veo obligado a acudir a este medio de publicación para defenderme, y lo que es mucho más importante, para defender los intereses de nuestra gran Asociación.
Dos semanas después de mi llegada a Madrid, esto es, el 7 de enero, asistí por primera vez en España a un reunión general de la Internacional donde debía «tratarse de la cuestión promovida por la Federación del Jura». Después de haber dado lectura a la circular del Jura, se puso sobre la mesa la circular de la Federación Romanda; pero varios individuos de la asamblea se opusieron enérgicamente a la lectura de este último documento, tan importante para esclarecer la cuestión, y al cual no ha contestado todavía la Federación del Jura, Esta conducta me pareció muy singular, y desde aquel punto empecé a abrigar sospechas de que en el seno de la Internacional española existía un complot contra su representación central, y me afirmé en esta idea cuando vi que todos los periódicos internacionales de la región reprodujeron la circular del Jura, y La Emancipación sola publicó también la refutación de la Federación Romanda. Me pareció ver en todo esto un propósito de impedir que la verdad se manifestara.
Para desbaratar estos manejos, parecióme que bastaría dar a conocer a todos los federados españoles los actos del Consejo general; y a instancias mías, el comité de la Sección Varia tomó un acuerdo que decía poco más o menos como sigue:
«Rogamos al Consejo federal que examine todos los documentos que obren en su poder procedentes del Consejo general, y que haga de ellos un extracto, que enviará a la Federación madrileña, a fin de que ésta pueda juzgar si alguna vez el Consejo general ha ejercido la menor presión sobre la Federación española.»
Yo, que durante cerca de dos años había pertenecido al Consejo general y que conocía todos sus actos, sabía perfectamente que el Consejo general no había faltado a los reglamentos.[1] Yo estaba cierto de que haciendo una información imparcial sobre los actos del Consejo general, la Federación española se vería obligada a reconocer, como lo había reconocido el último Congreso belga, «la lealtad del Consejo general en respetar los acuerdos de los Congresos y atenerse a ellos en todos sus puntos». Pocos días después recibí de Burdeos una carta del seeretario de la Federación local, fechada del 8 de enero, en cuya carta se leía la frase siguiente: «Hablemos, le ruego, de Londres, de la Federación del Jura y de la Romanda. Aquí hay ebullición. Marchand y Malon tienen aquí muchos amigos. ¿Cuál es vuestro parecer? Le pido una contestación pronta.» Para calmar la ebullición producida por Malon y Marchand, ambos pertenecientes a la Federación del Jura, contesté poco más o menos lo siguiente: «La cuestión es grave; debéis obrar como hombres imparciales y justos, y no dejaros arrastrar por amistades personales; no debéis consultar ní a Malon ni a mí, sino a los documentos que tenéis en vuestro poder, y si son insuficientes para que forméis vuestro juicio, aguardad. Por lo que a mí hace, no os manifestaré mi opinión.» En vista de la carta del secretario del Consejo local de Burdeos, comprendí que se fraguaban intrigas ocultas en la Internacional.
A la semana siguiente de haber tenido lugar la reunión de la Federación madrileña, a donde asistí, como ya he dicho, pero sin abrir ni siquiera la boca, fui llamado por el gobernador de Madrid, que me dijo: «Como asiste usted a reuniones públicas, y se ocupa de la Internacional, me veo precisado a anunciarle que tiene que salir de España, a no ser que prefiera ir internado a Soria.» Entonces figuré un viaje, mudé de nombre y domicilio, y me abstuve de presentarme en los sitios públicos; pero fui al taller de Morago, donde sólo encontré a su asociado, para advertirle lo que me había sucedido. El 22 de febrero, El Condenado, periódico que redactaban, entre otras personas, Morago y Estévanez, a la sazón redactor de El Combate y hoy miembro del Directorio republicano, contenía el suelto siguiente:
«El sábado conferenciaron varios miembros del actual Consejo con algunos de los descamisados más avanzados e influyentes. Sabemos que fue admitido a la conferencia el representante del Consejo del gran turco, lo que nos hace esperar que no transcurrirá el mes de febrero sin que nos veamos abocados al de marzo. Razones de alta prudencia nos impiden dar más pormenores.»
Las alusiones eran tan transparentes, que yo me decidí a escribir a la redacción de aquel periódico lo que sigue:
«Compañeros: En el último número de El Condenado he leído un suelto en que se trata de poner en ridículo al Consejo general de muestra Asociación, llamándole Consejo del gran turco y en cuyo suelto se me denuncia a la policía, como «representante» del mismo Consejo. Yo creo, estoy casi seguro de ello, que ese suelto es obra de alguna persona extraña a esa redacción y enemiga de nuestra Asociación, que ha sorprendido vuestra buena fe.»
El Consejo de redacción contestóme que todos sus individuos pertenecían a la Internacional y que había hecho mal en dar tanta importancia a un «suelto semitonto». No sé con qué objeto la palabra semi-tonto estaba subrayada en la carta.
Publiqué por aquel tiempo, en La Emancipación, una serie de artículos sobre la Organización del trabajo, cuyos artículos fueron leídos y discutidos por toda la redacción antes de enviarlos a la imprenta. A propósito de estos artículos El Condenado lanzó el suelto siguiente:
«Merced, sin duda, a ciertas y muy hábiles influencias se va acentuando cada vez más la tendencia comunista de un periódico que se publica en esta capital.
Nosotros, que somos tan partidarios del colectivismo como enemigos del comunismo, seguimos atentamente al periódico en cuestión, resueltos a entablar polémica con él, si adquirimos la certeza de que su redacción no ha sido —como lo suponemos— sorprendida con recientes y muy repetidos trabajos que han visto la luz en sus columnas.
¡Mucho ojo con los absolutistas socialistas! »
Yo repliqué de este modo en el número 38 de La Emancipación:
«Para juzgar los hechos, así económicos como físicos o fisiológicos, hay dos métodos distintos: el método materialista y el método espiritualista.
El método espititualista o absolutista establece desde luego un principio absoluto: Dios, para los metafísicos religiosos; entidades morales (virtud, justicia, libertad, bondad), para los metafísicos puros, y teorías abstractas y vagas (comunismo, colectivismo, individualismo, furierismo, etc.), para los metafísicos sociales. Estos principios absolutos sirven de criterio para juzgar los hechos. El método espiritualista parte del hombre y va a las cosas; es decir, de arriba a abajo.
El método materialista o relativo rechaza todos los principios absolutos: se contenta con analizar pacientemente los hechos, coordinarlos y sacar de ellos conclusiones generales que se llaman leyes, cuya verdad puede probarse en todo tiempo. El método materialista parte de las cosas y llega al hombre; es decir, de abajo a arriba. Es el verdadero método natural, pues la naturaleza no es otra cosa que una marcha ascendente. La celda da principio a la serie animal que termina en el hombre.
El método espiritualista conduce a la Inquisición; el método materialista, a la revolución.»
En el mismo número contesté a las observaciones que me había hecho un compañero, encabezando mi contestación con estas palabras:
«Aceptamos cón gusto estas observaciones y vamos a contestarlas, pues una idea no es en realidad inatacable hasta que ha pasado por el tamiz de la discusión.»
Mi absolutismo me llevaba a pedir la discusión, y la autonomía o el individualismo de los hombres de El Condenado les impedía aceptar el debate. Es cierto que sobre la cuestión social, Morago y sus amigos, en vez de ideas y teorías, no tienen más que palabras retumbantes, como autonomía, anarquía, autoritarismo, colectivismo, ateísmo y otras, cuyo sentido ni siquiera comprenden. Esto, no obstante, continuaron y continúan hoy haciendo correr la voz no sólo en Madrid, sino en provincias, que La Emancipación representa el comunismo autoritario,[2] lo que no impidió a estos partidarios de la autonomía el declarar traidores y expulsar de la Sección Varia, un mes ha, a los redactores de La Emancipación, como defensores de la propiedad individual,
Yo sé perfectamente que en todos estos ataques había celos de empresa, y que se quería matar La Emancipación para reemplazarla con El Condenado, que en su primera campaña no ha logrado asegurarse una vida propia; y sé también que estos celos tomaban un carácter mucho más apasionado de resultas de las aspiraciones que, según se dice, abrigan algunos de los fundadores de aquel periódico de crearse una posición honrosa con su pluma. Pero había más aún, había mi persona, y detrás de mi persona el Consejo general: quien, acusado de autoritarismo por la circular del Jura, hacía sospechosos a todos los que no hacían causa común con sus detractores. Algún tiempo antes de esto se habían esparcido hábilmente en Londres rumores calumniosos sobre mi persona; pero una carta del Consejo local de Burdeos puso inmediatamente término a aquella intriga.
Desde los primeros momentos, mi presencia en Madrid había sido señalada a la Federación del Jura, como lo confiesa su Boletín en su número 6; y probablemente estos ataques contra mi persona, tanto en Madrid como en Londres, entraban en la táctica de los que calumniaban públicamente al Consejo general en La Revolución Social de Ginebra, Efectivamente, había en toda la Internacional una trama urdida contra el Consejo general. En esta liga entraban burgueses y agentes de policía, como lo prueba la Declaración del Consejo general contra el Consejo federalista, publicada por todos los periódicos internacionales, y su circular privada sobre las supuestas divisiones de la Internacional.
En el Congreso de Zaragoza, estos ataques contra mi persona tomaron un carácter más agresivo. Delegado por la Federación de Alcalá de Henares, yo me presenté a la comisión de actas con mi verdadero nombre, suplicándola que transformase Paul Lafargue en Pablo Farga, por no exponerme a caer en las garras de la policía. Morago se opuso, y tomó esto por pretexto para denunciarme a todos mis compañeros, acusándome de que había traído a España una misión especial. Esta discusión era para mí tan penosa, que sólo al día siguiente contesté a la insinuación de Morago. Referí a la Asamblea, que después de la caída de la Commune, perseguido en Francia por haber reorganizado la Internacional en Burdeos, por haber intentado restablecer, con ayuda del Consejo general, las comunicaciones entre los diferentes grupos de provincias, comunicaciones interrumpidas durante el sitio de París, y por haber estado en París en la época de la Commune, tuve que refugiarme en España, atravesando a pie los Pirineos acosado por la gendarmería francesa y luego por la Guardia Civil; que fui preso en Graus, conducido a Huesca entre dos guardias civiles, y que allí, no obstante la vigilancia del jefe de orden público, pude ponerme en comunicación con los elementos obreros de aquella ciudad, quienes, gracias a mí, se han salido del partido republicano federal y fundado la primera sección Internacional de Huesca. Puesto en libertad, me trasladé a San Sebastián a causa de mi hijo, que estaba gravemente enfermo, y tan luego como me fue posible, me puse en relaciones con los internacionales de aquel punto. Antes de mi llegada a San Sebastián, la Internacional lo era allí un solo individuo, que convocaba, escribía, hablaba y obraba en nombre de la Internacional. Puesto yo de acuerdo con los hombres más activos, fundamos una verdadera sección con arreglo a los estatutos de Valencia. Tan luego como supo el gobernador mis trabajos, me mandó a decir que debía salir de la provincia en el término de seis horas y trasladarme a Madrid bajo la vigilancia de la policía, debiendo indicárseme en este último punto el Jugar de mi residencia. Así pues, la policía francesa, puesta de acuerdo con la española, eran las que me facilitaban los medios de cumplir mi misión especial, obligándome a refugiarme en España y a usar un nombre supuesto en Madrid. Los delegados en el Congreso, después de haber oído estas explicaciones, lejos de mirarme con desconfianza, me dieron muestras de la mayor cordialidad.
En el Congreso de Zaragoza fue donde me convencí de que una sociedad secreta, llamada la Alianza de la Democracia Socialista, se hallaba organizada en España, y que de ella partían todos estos ataques. Un delegado catalán, aludiendo a los disturbios que estaban ocurriendo en la Federación de Barcelona, y que impedían la instalación del Consejo federal en aquel punto, dejó escapar esta frase «La causa de todo lo que pasa es la A.» Yo sabía que los iniciados designaban la Alianza con la letra A. Diferentes observaciones que hice durante el Congreso me pusieron al corriente de todo. Yo me creí en el deber de denunciar la existencia de esta sociedad secreta en el seno de la Internacional, y escribí con este objeto la correspondencia siguiente, causa de toda la furia de mis difamadores:
«La circular del Jura que amenazaba a la Internacional con una división y con la creación de dos centros, no ha tenido importancia más que en Italia, donde el movimiento proletario es muy reciente y está en manos de doctrinarios idealistas. Sin embargo, en España, aquella circular ha proporcionado a ciertos miembros de la Alianza un pretexto para agitar y turbar la Internacional. La Alianza se había constituido aquí en sociedad secreta, reclutando sus adeptos entre los individuos más enérgicos y superiores de nuestra Asociación, y proponiéndose conducir la Internacional y velar por la pureza de sus principios; en una palabra, la Alianza era una aristocracia dentro de la Internacional.
Los hombres de la Alianza de Madrid llegaron hasta hacer expulsar de la Asociación, por medio de la Federación de Madrid, a seis individuos del Consejo Federal de la Región Española. Pero el Consejo federal anuló este acuerdo y su conducta fue aprobada por el Congreso, que volvió a nombrar a dos de los expulsados para formar parte del nuevo Consejo federal. Esos mismos hombres de la Alianza son los que, obedeciendo a las teorías contenidas en la circular del Jura, vinieron a Zaragoza con el objeto de transformar la organización de la Internacional.
Esos mismos hombres, cuando en 1870 redactaron los Estatutos de la sección de Oficios Varios de Madrid, pusieron después de los Estatutos generales de la Internacional todo el programa de la Alianza, y formularon el artículo 15: «Todos los miembros de esta sección se obligan a contribuir con todas sus fuerzas al acrecentamiento del poder y a la solidez de esta organización, por lo cual adquieren el deber de desarrollar y sostener... las resoluciones de los Congresos y el poder del Consejo general, como igualmente el del Consejo federal, y el del Consejo local de Madrid...»
Pero la circular del Jura les ha trastornado el seso. Según dicen ahora, la Internacional no debe ser la organización poderosa y sólida del proletariado en lucha contra la burguesía, sino una «inmensa protesta contra la autoridad». Los Consejos centrales de la Asociación no deben ser sino «simples centros u oficinas de correspondencia y estadística» y «la autonomía de las secciones» debe ser absoluta. (Véase la circular del Jura.) En una palabra, su pensamiento es hacer de la Internacional un cuerpo sin cohesión, sin fuerza, una asociación puramente platónica, ocupada en la elaboración de las ideas y de las teorías cuya realización debía ser confiada a los partidos políticos; pero el Congreso pensó de diferente modo.
Desde la primera sesión de la comisión encargada de dar dictamen sobre la organización, se dio principio a la lucha. Morago, uno de los hombres más influyentes de la Alianza de Madrid, quería que todo el trabajo de organización del Consejo quedase limitado a examinar uno a uno todos los artículos de los Estatutos y a suprimir todo lo que tuvieran de autoritario. Para hacer este trabajo, no era preciso tener la menor idea de la organización, al contrario, esto hubiera sido molesto; y Morago y sus amigos se hallaban en las condiciones requeridas.
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Paul Lafargue presentó un plan que no era sino el desarrollo de la organización elaborada en la Conferencia de Valencia, que ha dado ya en España tan brillante resultado. Queriendo que la organización para ser sólida partiese de abajo a arriba, pedía que cada Comité de sección fuese responsable de los actos de los individuos de su sección; cada Consejo local, de las secciones de su localidad; cada Consejo federal, de los de los Consejos locales de su región; y el Consejo general, de los de los Consejos regionales y secciones partículares de los países donde las circunstancias políticas impiden la formación de Consejos federales, limitando y determinando la responsabilidad de los Consejos centrales, es como se puede llegar a establecer un pacto formal entre las secciones y federaciones regionales de la Internacional.
... Cuando llegó la discusión general sobre la organización, no había dispuesto más que el trabajo de Morago y Castro, que era simplemente la refundición de todos los artículos de los Estatutos de la Federación Española, no dejando a los Consejos centrales otras atribuciones que las de correspondencia y estadística.
Antes de comenzar la discusión, Francisco Tomás, en nombre del mandato que había recibido de la Federación de Palma, pidió que el Congreso aprobase los Estatutos hechos por la Conferencia de Valencia, los cuales, después de seis meses no más que estaban en vigor, habían aumentado el número de Federaciones de 11 que eran antes a 62 que hoy existen.
... La Conferencia de Valencia, para establecer una unidad real en la Internacional, había redactado reglamentos típicos de federaciones y secciones. El art. 2 de los Estatutos de la región decía: «Art. 2.º Las federaciones locales se regirán generalmente por el reglamento típico que adoptare el Congreso, debiendo someterse a la sanción del Consejo federal las modificaciones o artículos adicionales que cada federación hubiera introducido con respecto a las circunstancias particulares de su localidad.» Este fue el primer artículo modifcado por Morago, quien pedía que no hubiese reglamentos típicos, y que para no coartar la autonomía de las secciones, cada sección hiciese sus reglamentos a su gusto, no teniendo más obligación que enviarlos al Consejo federal, el cual no tenía el derecho de aprobarlos o de aprobarlos, sino de ponerlos en conocimiento de las secciones, publicándolos en su Boletín; el Congreso anual sería el único con derecho a rechazarlos.
Francisco Mora y Víctor Pagés combatieron enérgicamente estas reformas que eran inesperadas, pues ninguna Federación se había quejado jamás contra aquel artículo, e hicieron ver luego la desorganización que resultaría de la reforma y el peligro que podría correr la Asociación con permitir a las secciones que pudieran formarse el llevar durante un año el nombre de la Internacional con Estatutos de su cosecha: la policía y los burgueses no tendrían ya inconvenientes en formar parte de la Asociación durante un año, si se les dejaba completamente libres de redactar sus estatutos...[3]
Viendo estos ataques, Morago presentó una proposición que decía poco más o menos: «¿Quiere el Congreso modificar los Estatutos quitando a los Consejos centrales todo poder, para dejar las secciones completamente autónomas, o por el contrario, quiere aumentar el poder de los Consejos centrales?» Según él, si se resolvía esta cuestión, el Congreso tendría un criterio para la refundición de los Estatutos. Quería, en una palabra, resolver la cuestión antes de que fuese discutida en sus detalles. Esta es la manera de proceder de los teólogos y espiritualistas, quienes establecen primero un sistema, un principio, v. gr., Dios, o el liberalismo, y luego fuerzan los hechos para adaptarlos al principio y al sistema adoptado a priori.
Albagés, delegado de la Federación barcelonesa, se opuso a esta proposición, diciendo que era imposible decidir esta cuestión de antemano, pues la práctica nos pondría muchas veces en contradicción con el principio que se votase, En efecto, hay circunstancias en que es preciso armar a los Consejos centrales con poderes, mientras que en otras circunstancias hay que quitárselos.
(Aquí se da cuenta de los discursos de Bragulat y Brugueras, que son lo opuesto del plan de la Alianza.)
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Si el Congreso de Zaragoza no ha dado frutos positivos respecto de la organización, ha producido un resultado, que bien que negativo tiene una importancia capital, y es que ha reducido a la nada todas las pretensiones de esos doctrinarios que quieren hacer de nuestra Asociación, no un cuerpo militante sólidamente organizado para la lucha, sino una sociedad platónica, un ideal de la sociedad futura, y que quieren que nuestra Asociación no sea ya el producto espontáneo de las condiciones económicas modernas y del movimiento proletario, sino la realización del ideal más o menos verdadero que ellos tienen de la sociedad futura. La gran fuerza y originalidad del movimiento iniciado por la Internacional consiste en haberse colocado fuera de toda teoría y de toda metafísica y haberse propuesto ser una sociedad militante constituida para llegar al fin práctico de la Emancipación de los trabajadores por los trabajadores mismos. El Congreso de Zaragoza, al rechazar todos los planes de los doctrinarios, ha afirmado de nuevo este gran principio.
En las actas del Congreso de Zaragoza, publicadas por el Consejo federal, se lee, páginas 109 y 11:
«La Comisión de organización no había terminado aún sus trabajos, por lo que se presentó y tomó en consideración un proyecto de Federación regional, presentado por el compañero Morago.
Entrando en su discusión, fue aprobado el art. 1.º.
El art. 2º, que modificaba las atribuciones del Consejo federal respecto a las modificaciones que las Federaciones locales hicieran en sus reglamentos, difiriendo su aprobación o desaprobación a los Congresos regionales, produjo una discusión en que tomaron parte los compañeros Castro, Pino, Soriano y Morago, en pro; y Mora, Pagés, Lafargue y Albagés, en contra.»
En la sesión siguiente, presentóse una proposición encaminada a rechazar este proyecto de reorganización, y pidiendo al Congreso que adoptase la organización votada por la Conferencia de Valencia. Esta proposición, redactada por Francisco Tomás, de Palma, iba además firmada por Montoro, Anselmo Lorenzo, F. Martínez, F. Tomás, Claudio Solanes, P. Lafargue, José Prats, José Bragulat, B. Espigulé, José Soler Claveguera, Juan Seguí, Dionisio García, Antonio Fort. (Página 111 de las actas del Congreso de Zaragoza.)
Según las actas mismas, es incontestable que Morago, Soriano y Pino (miembros de la Alianza), querían transformar la organización de Valencia, defendida por Mora, Pagés, Lafargue y Albagés. Los hombres de la Alianza no pudieron nunca perdonarme el haber ayudado a desbaratar el plan de desorganización presentado por algunos de ellos, como lo prueba la frase siguiente de La Razón (número 66): «En Zaragoza, la influencia autoritaria del actual Consejo general se dejó sentir de una manera bastante lamentable para el progreso de la Asociación».[4] La Razón no teme insultar a toda la representación obrera, queriendo hacer creer que un solo extranjero pudo arrastrar a la inmensa mayoría de los delegados en un camino funesto «para el progreso de la Asociación».
Mi delito no consistía precisamente en lo que yo había dicho sobre el Congreso, puesto que el hecho era público, sino en las revelaciones que en aquel documento hacía sobre la misteriosa Alianza. Era preciso castigarme de una manera ejemplar, a fin de inspirar saludable terror en el alma de los mortales que tuvieran bastante atrevimiento para poner una mano profana sobre esta arca santa.
La Alianza de la Democracia Socialista es una sociedad fundada por Miguel Bakounine, ex miembro del Comité director de la Liga de la Paz y de la Libertad, liga creada por los radicales burgueses para influir en la Internacional y mistificarla. A esta liga pertenecen los Castelar, los Orenses, los Luis Blanc, los Quinet (diputados de Versailles), y tutti quanti. En el último Congreso de la Liga, Marchand y André Leo, redactores de La Revolución Social, órgano de la Federación del Jura, y varios otros miembros de esta misma Federación asistieron al Congreso como delegados.
La Alianza quiso al principio implantarse como cuerpo organizado en el seno de la Internacional. Comprendiendo que no sería autorizada por el Consejo general, quiso hacerse reconocer por los Consejos federales belga y parisién, de los cuales recibió una negativa. El primer acto de la Alianza era, pues, una protesta, no contra la autoridad en sí, sino contra la autoridad del Consejo general, puesto que quería apoyarse en la autoridad de los Consejos federales de París y de Bélgica, para imponerse al Consejo general. Después de estas tentativas infructuosas, dirigióse la Alianza al Consejo general, el cual, en diciembre de 1868, le negó esta autorización. En marzo de 1869, la Alianza anuncia al Consejo general la disolución de sus secciones y la entrada de sus miembros en la Internacional; mas a pesar de su formal declaración, la Alianza persistía como cuerpo constituido, pero con el carácter de sociedad secreta. Desde este punto empezaron los ataques, no sólo contra el Consejo general, sino contra el Consejo federal Romando. Estos ataques adquirieron cada vez más violencia, a medida que la Alianza veía todo el elemento obrero de Suiza separarse de ella. Después de haberse celebrado la Conferencia de Londres, la Alianza se disfrazó con el nombre de Federación del Jura, cuya influencia es nula en Suiza, mientras que el Consejo federal Romando ha llevado a cabo en su último Congreso de Vevey la federación de las secciones internacionales de las tres lenguas que se hablan en Suiza.[5]
Cuando la Alianza era pública, no profesaba principios tan anti-autoritarios como los que aparenta profesar hoy. Tenía un Comité central iniciador, y sus adeptos, cuando redactaban estatutos o reglamentos de las secciones, hablaban siempre del poder de los Comités centrales. Véase a continuación un pasaje de la circular del Consejo general, donde se halla analizada toda la organización de la Alianza:
«Junto al Consejo general de la Internacional, elegido por los Congresos sucesivos de Ginebra, Lausanna y Bruselas, habrá, según el reglamento iniciador de la Alianza, otro Consejo general en Ginebra, el cual se elige a sí mismo. Al lado de los grupos locales de la Internacional, existitán los grupos locales de la Alianza: quienes, por mediación de sus centros nacionales, que funcionan aparte de los centros nacionales de la Internacional, «pedirán a la oficina central de la Alianza su admisión en la Internacional.» De este modo el Comité central de la Alianza se arroga el derecho de admisión en la Internacional. Por último, el Congreso general de la Asociación Internacional de los Trabajadores tendrá también su duplicado en el Congreso general de la Alianza: pues (dice el reglamento iniciador) en el Congreso anual de los trabajadores, la delegación de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista, como rama de la Asociación Intenacional de los Trabajadores, «celebrará sus sesiones públicas en un local separado».
En el último Congreso de Zaragoza los miembros de la Alianza celebraban secretamente sus reuniones. Yo dormía en el mismo cuarto con un aliado, que se levantaba a las seis de la mañana para trasladarse a aquellos conciliábulos.
La Alianza se atribuye la «misión especial de estudiar las cuestiones políticas y filosóficas sobre la base misma de ese gran principio de igualdad». De esta suerte, los aliados evitan a la clase obrera el trabajo de ocuparse de las cuestiones políticas, puesto que ellos se encargan de su estudio y aun de su aplicación en los casos especiales en que lo juzgan conveniente. Tenemos de éstos muchas pruebas que nos reservamos.
Si bien secreta, la Alianza no había perdido su carácter pedagógico. En la Memoria del Comité Federal del Jura, presentada al Congreso de Sonvilliers, se lee:
«Para hacer de la clase obrera, la verdadera representante de los nuevos intereses de la Humanidad, es necesario que su organización esté guiada por la idea que debe obtener el triunfo. Desprender esta idea de las necesidades de nuestra época, de las tendencias íntimas de la humanidad por medio de un estudio continuado de los fenómenos de la vida social, hacer penetrar luego esta idea en el seno de nuestras organizaciones obreras, tal debe ser el objeto..., etc...».
Finalmente, «es preciso formar en el seno de muestras poblaciones obreras una verdadera escuela socialista revolucionaria».
Así, pues, las secciones autónomas de obreros se convierten de repente en escuelas, donde los científicos de la Alianza serán los maestros. Para estos sabios la clase obrera es una materia bruta, un caos que, para adquirir forma, necesita el soplo del Espíritu Santo.
En la circular privada del Consejo general leemos también:
«En oposición a las organizaciones caprichosas y antagónicas de las sectas, la Internacional es la organización real y militante de la clase proletaria en todos los países, ligados unos con otros en su lucha común contra los capitalistas, los propietarios territoriales y su poder de clase organizado en el Estado. Así es que los Estatutos de la Internacional no conocen sino simples sociedades obreras, que persiguen todas el mismo objeto y aceptan todas el mismo programa, el cual se limita a trazar los grandes rasgos del movimiento proletario, dejando su elaboración teórica al impulso dado por las necesidades de la lucha práctica y al cambio de las ideas que se verifican en las secciones, admitiendo indistintamente todas las convicciones socialistas en sus órganos y en sus Congresos.»
El Consejo general, el «autoritario», pretende que la clase trabajadora elabore por sí misma sus ideas económicas, y la Alianza, la «autónoma», quiere, por el contrario, elaborarlas ella y hacerlas «penetrar luego en el seno de nuestras organizaciones obreras». No hay nada tan autoritario como los pedagogos de la autonomía.
Analicemos ahora, siquiera sea brevemente, las ideas maravillosas que estos profundos pedagogos querían imponer «a nuestras organizaciones obreras». En el programa primitivo de Alianza se hacía constar que esta Asociación se proponía obtener la «igualdad política, económica y social de las clases»; o lo que es lo mismo, se proponía eternizar la existencia de las clases explotada y explotadora por medio de la armonía del capital y el trabajo. Los filántropos y los economistas burgueses se han propuesto la solución del mismo problema desde que el antagonismo de las clases ha tomado un carácter amenazador para el orden burgués. A consecuencia de una observación caritativa del Consejo general, que les advirtió que la clase obrera no quería la igualdad de clases, sino la abolición de todas las clases, los doctos de Alianza borraron de su programa esta imprudente confesión.
Mas ya que estamos en España, ocupémonos de los aliados de este país. En las actas del Congreso de Zaragoza hay un dictamen sobre la propiedad, enviado por la Federación de Madrid, donde imperan, como he dicho, los hombres de la Alianza. Léase este documento, que se halla íntegro en las actas, y dígase si ha habido alguna vez una colectividad que haya osado enviar a un Congreso un documento más pueril y vacío sobre una cuestión tan importante.
Se dice vulgarmente que para muestra basta un botón; pero si esta muestra no bastase, tenemos el núm. 8 de El Condenado. Un pedagogo de la Alianza ilustra a uno de sus compañeros:
«Si te reducen por medio de una ley las horas de trabajo, el «resultado práctico» será que hoy ganas 12 reales trabajando doce horas, y mañana, cuando los federales con un federal decreto las rebajen a ocho, el burgués te dará 8 reales; este es el primer mal que encontrarás como productor, que después como consumidor serás víctima de un segundo mal, y es que el industrial, aunque no sea verdad, hará ver que con la rebaja de horas los productos cuestan más caros, y por consiguiente, si bien ganarás menos... te costará la vida más cara.»
Según esta singular teoría, los economistas burgueses tienen mucha razón censurando a los obreros de los países más industriales de Europa y América, porque luchan obstinadamente por obtener una disminución de horas de trabajo. Se conoce que los redactores de El Condenado no tienen necesidad de pedir la rebaja de horas.
La reducción de las horas de trabajo es sin disputa la primera cuestión del problema social. El obrero que trabaja doce horas no tiene tiempo de pensar ni de ocuparse de las cuestiones que conducen a su emancipación. El primer Congreso internacional tomó un acuerdo en que se dice que la clase obrera tiene el deber de emplear todos sus esfuerzos para la reducción de las horas de trabajo, considerando «desde ahora bastante el trabajo de ocho horas diarias para la producción de los servicios necesarios a la vida». En este momento asistimos en Alemania al movimiento de diez horas, en Inglaterra al de nueve y en los Estados Unidos al de ocho.
La táctica de los industriales ha sido siempre, por el contrario, prolongar la jornada de trabajo para acrecentar lo que Karl Marx llama el ejército de reserva del trabajo. Durante la huelga de nueve horas de Newcastle, muchos capitalistas ofrecían aumentar el salario más bien que disminuir las horas. Mientras más horas trabaja una parte de la clase obrera, más numerosa es la parte condenada al paro forzoso, y por consiguiente, más abundante viene a ser la oferta de brazos en el mercado del trabajo y más exigente la demanda, resultando de esta competencia que los capitalistas pueden pagar más barata la mano de obra, aunque crea lo contrario El Condenado, periódico socialista.
Cada vez que la clase obrera habla de reducir las horas de trabajo, los economistas burgueses gritan como cuervos diciendo que si se disminuye la explotación se aumenta el precio de los productos, lo que redundará en detrimento del trabajador. Estos señores burgueses no quieren confesar que a los vinicultores de Jerez, por ejemplo, les importa muy poco que el precio del vino de Jerez sufra un aumento, a ellos que no beben más que agua, como no importa tampoco a los tejedores de Valencia que suba el precio de los brocados, a ellos que sólo gastan telas de algodón y paño burdo. El Condenado, periódico socialista, debería demostrar también que en Tnglaterra, que es el país donde la mano de obra cuesta más cara, es asimismo el país donde los precios de los productos industriales son más elevados, y si lograba convencer de esto a los proteccionistas de Cataluña, alcanzaría el favor de los libre-cambistas del resto de España, y con esto una buena fortuna, que le permitiría volver a salir a luz y «hacer penetrar en el seno de nuestras organizaciones obreras» las sanas doctrinas de la economía política burguesa.
En una reunión general celebrada el 9 de junio en el local de la Federación madrileña, varios individuos del antiguo Consejo federal denunciaron la existencia de la Alianza en España, descubrieron su organización y la acusaron de ser la causa de todas las disensiones que habían surgido entre el Consejo local de Madrid y el Consejo federal de la región. Según ellos, la Alianza, que predica la anarguía, tenía la pretensión de gobernar secretamente todos los Consejos de la Internacional, sin que los demás individuos de estos Consejos lo notasen siquiera; pues solamente uno o dos de ellos debían estar iniciados en el misterio, Cuando había que tomar alguna medida de importancia, los miembros de la Alianza la discutían con antelación, y la resolución adoptada por la Alianza debía ser impuesta al resto de los federados: y precisamente por no haber querido prestarse a tan despótica exigencia, el antiguo Consejo federal fue objeto de los más vivos ataques y de calumnias de todo género. En esta sesión se dio lectura a la circular siguiente:
«SECCION DE LA A... DE MADRID
Compañeros de la sección de la A... de Sevilla:
La sección de la A... de Madrid ha resuelto disolverse, y al propio tiempo os aconseja hagáis vosotros lo mismo, porque en nuestro concepto, así conviene a la causa del proletariado, que por nuestra parte hemos defendido, defendemos y defenderemos siempre.
Las principales razones que para tomar esta determinación hemos tenido son las siguientes:
1º La A... se ha desviado del camino en que nosotros habíamos creído verla desde sus primeros pasos en nuestra región; ha falseado el pensamiento que entre nosotros la dio vida, y en vez de ser una parte íntima de nuestra gran Asociación, un elemento activo que impulsase a los diferentes organismos de la Internacional, ayudándolos y favoreciéndolos en su desarrollo, se ha separado en el fondo del resto de la Asociación, ha venido a ser una organización aparte, casi superior y con tendencias dominadoras, introduciendo de este modo la desconfianza, la discordia y la división en nuestro seno.
Sin más que citaros dos hechos os convenceréis de la verdad de lo que afirmamos. El abandono en que se dejó al anterior Consejo regional en las difíciles circunstancias por que atravesó, y la conducta que la A... ha observado en el Congreso de Zaragoza, no aportando a él ninguna solución, ninguna idea, antes por el contrario, sirviendo de rémora y obstáculo a los importantes trabajos encomendados al Congreso.
La A... ha cometido también una falta grave no practicando la organización acordada en Valencia, y en la cual iba envuelto su verdadero pensamiento.
2º La segunda razón que tenemos para disolvernos es que la A..., en Madrid, ha dejado de ser un secreto, como debéis saberlo por la circular que os dirigimos en el mes de febrero último: y tenemos entendido que en otras localidades ha sucedido lo propio.
Como comprenderéis, esta razón bastaría para justificar nuestra determinación.
A todo esto ha contribuido, no poco, la falta de carácter en muchos individuos, que en lugar de atender al cumplimiento de sus deberes, se han dejado arrastrar por la pasión, por las simpatías o por otro sentimiento personal.
Nosotros creemos que el pensamiento revolucionario que nos llevó a formar parte de la A... podremos realizarlo dentro de nuestra gran organización obrera; por lo cual sólo nos resta haceros una petición: Que ayudemos al Consejo regional en las críticas circunstancias en que se encuentra y todavía podremos enmendar muchas de las faltas cometidas.
Salud y Liquidación Social.
Madrid, 2 de junio de 1872.
Los miembros de la A... de Madrid: José Mesa.—Víctor Pagés— Francisco Mora. — Paulino Iglesias. — Inocente Calleja. — Valentín Sáenz—Angel Mora.—Luis Castillón.—Hipólito Pauly.
(Es copia y está conforme con el original.)
El secretario de la A... de Madrid,
Víctor Pagés»
A lo último de esta sesión, yo presenté una proposición pidiendo que se nombrase una comisión encargada en informar:
«Sobre la existencia de una sociedad secreta llamada la Alianza de la Democracia Socialista, y que tiene su centro en Suiza, de donde salen los títulos de filiación, las consignas y las instrucciones secretas. Esta sociedad, parte de cuyos miembros pertenecen a la Internacional y los otros a la burguesía y a los partidos políticos, tiene la pretensión de suministrar sus ideas a la Internacional, de marcarle su aspiración y dirigir la clase obrera de una manera tenebrosa y hacia un fin desconocido.»
Yo pedía también que «la comisión hiciese un resumen de las declaraciones que hubiese oído y que lo mandara publicar en todos los periódicos internacionales de la región, enviándolo al mismo tiempo a todas las Federaciones locales y a las demás Federaciones regionales, invitándolas a practicar una información de igual género, a fin de acabar con todos esos manejos ocultos que turban y divi Internacional y tienden a hacer de nuestra Asociación un cuerpo sin cobesión y sin unidad para poder dirigirla y explotarla con arreglo a sus miras e intereses».
En esta famosa sesión se dijo también que se habían remitido desde Ginebra cartillas con título de socios a Morago, a Córdova y López, hoy redactor de El Combate, y a Rubau Donadeu, uno de los fundadores del nuevo partido socialista de Barcelona; que Jalvo, presidente por aquel entonces de la sección Internacional de Madrid, presentó su dimisión de presidente y se salió de la Internacional porque no quería formar parte, según dijo, de una sociedad dentro de la cual existía otra sociedad! secreta cuyo objeto le era desconocido; que cuando Viñas, el delegado de la Alianza de Barcelona, vino para fundar la sección de Madrid, de acuerdo con Morago, que pertenecía ya a la Alianza, los individuos que componían el antiguo Consejo y varios otros que fueron convocados al efecto, se opusieron a su constitución, considerándola un peligro si era secreta, y una organización inútil si era pública;[6] que el delegado de Barcelona se volvió sin haber conseguido establecer la sección de Madrid, y que desde este momento se empezó a notar una frialdad marcada entre los miembros del Consejo federal de aquella época; es decir, entre Morago y los otros, hasta el punto de que Borrel, que pertenecía al Consejo, al salir de aquella reunión pronunció estas palabras proféticas: «Desde hoy toda confianza ha muerto entre nosotros»; pero que Morago y sus amigos de dentro y fuera de España no desistían de fundar la Alianza en Madrid, para lo cual se aprovecharon de la situación excepcional en que empezó a encontrarse la Asociación después de la caída de la Commune, y lograron introducir en el ánimo de los hombres más adictos a la Internacional la idea de que sólo la Alianza podía salvar la organización en aquellos momentos de peligro; que en efecto se fundó la sección de la Alianza en Madrid, hallándose parte del Consejo federal en Lisboa, y entrando a componerla, no sólo aquellos individuos que estaban emigrados, de quienes partió la iniciativa, sino también varios de los que antes se habían negado a entrar en ella, y más tarde otros individuos que vinieron a componer el nuevo Consejo federal nombrado en Valencia; que Morago, no obstante haber sido el inspirador del pensamiento y el único que se hallaba en relaciones con los aliados de provincias y del extranjero, se mantuvo hasta cierto punto a la expectativa, no teniendo gran confianza en los nuevos elementos que venían a la Alianza guiados por una idea que no eta la suya, y que por último, cuando se convenció de que no podía dominar aquellos elementos y conducirlos por los caminos tortuosos de la Alianza, se separó de ellos para formar otro grupo que hasta hoy ha permanecido en el más riguroso secreto, pero que se ha manifestado claramente por los ataques calculados y llevados a cabo [... ilegible] unidad contra el antiguo Consejo federal de la Región; ataques que tuvieron por resultado final la expulsión escandalosa e injusta de los individuos de aquel Consejo, cuyo único crimen era el de haber sido mejores internacionales que aliados. Todas estas importantes revelaciones fueron hechas por varios miembros del antiguo Consejo federal, y deben constar en el acta de la sesión.
Las consecuencias lamentables que la Alianza ha producido en Suiza, en el Mediodía de la Francia, en Madrid, Barcelona, Lisboa, etcétera, no se han reproducido en muchos otros puntos, porque allí la Alianza estaba compuesta de hombres que, como los del antiguo Consejo federal, anteponían a todo los intereses de la Internacional y no veían en la Alianza otra cosa que un medio de agrupar y organizar los elementos más enérgicos de la clase trabajadora, a fin de que, si sonaba la hora de las persecuciones, hubiese formados grupos de hombres decididos a resistirla, a mantener el fuego sagrado y a reconstruir la Internacional tan luego como las circunstancias lo permitiesen.
El pensamiento de la Alianza no era, sin embargo, el de estos hombres; era el de dominar la Internacional transformando la clase obrera en instrumento pasivo. Bakounine, Schwitzguébel, Robert, Guillaume y otros individuos de la Alianza, cuando han visto que sus esfuerzos eran inútiles para conseguir que el Consejo general autorizase la existencia de una sociedad como la Alianza, que era contraria a los Estatutos, esos hombres que habían votado en el Congreso de Basilea sin objeción alguna todos los artículos que conceden al Consejo general el derecho de suspender una sección, son los que hoy combaten precisamente esos artículos, que se oponen a la marcha de la Alianza al través de la Internacional, habiendo perdido hasta la esperanza de hacer transportar a Suiza el Consejo general, a quien esperaban dominar ni más ni menos que sus colegas de Madrid habían pretendido dominar al Consejo federal de la Región.
Desde este momento, los ataques contra el Consejo general empezaron a manifestarse, organizándose contra él todo un plan de calumnias secretamente propaladas. Así fue que en la Conferencia de Valencia el delegado elegido para ir a la Conferencia de Londres recibió el encargo de «vigilar las tendencias reaccionarias del Consejo general». Mas no habiendo dado estas intrigas todo el resultado que sus autores aguardaban, se determinó dar el gran golpe, y la circular del Jura fue entregada a la más amplia publicidad.[7] Pero las esperanzas de los aliados fueron una vez más defraudadas. Pocos días después de la aparición de la circular, el Congreso belga tomaba las resoluciones siguientes:
«Vistas las calumnias absurdas esparcidas todos los días por la prensa reaccionaria, que quiere hacer de la Internacional una sociedad despótica sometida a una disciplina y a una consigna que parte de arriba y llega a todos los miembros por una vía jerárquica;
El Congreso declara una vez por todas que la Internacional es y ha sido siempre un grupo de Federaciones completamente autónomas.»
Esta era la contestación más terminante que podía darse a las calumnias de los hombres de la Alianza.
El 20 de enero, la Federación de Zurich tomó los acuerdos siguientes:
«1º La Federación de Zurich rechaza las quejas de la Federación del Jura, como infundadas.—2.º Las teorías contenidas en la circular del Jura son verdaderas en ciertos puntos, y están proclamadas hace ya mucho tiempo por la Internacional; pero los asertos sobre el autoritarismo del Consejo general, sobre su dictadura y sobre sus consecuencias, están fundados en miserables alteraciones de la verdad.»
En este tiempo, el Consejo general recibía de Suiza, Holanda, Dinamarca, Alemania, Austria, Hungría, Rusia, Inglaterra, Irlanda, secciones francesas constituidas y Estados Unidos, testimonios de la más completa confianza. Una sola Federación, compuesta casi únicamente de burgueses sectarios y políticos, se quejaba del Consejo general, quien en el espacio de seís años no había recibido ni un solo reproche de ninguna Federación, y a quien cuatro Congresos consecutivos reeligieron como su representación central. Los hombres de la Alianza creyeron poder disimular esta general censura de su conducta adoptando después de dos meses y medio de reflexión las resoluciones del Congreso belga, en las cuales eran tratados de calumniadores y reaccionarios.
Pero la Alianza, colocada en una pendiente resbaladiza, no se contentaba ya con la transformación del Consejo general en una simple oficina de noticias, etc., aspiraba a suprimir de un golpe el Consejo general y a reemplazarse con su Comité-director nombrado por él mismo. Entonces nació el famoso proyecto belga, que no fue siquiera aceptado por su país natal, pero que obtuvo la aprobación de los aliados más puros de España. La Razón lo aplaudía en su número 64 y Miguel Bakounine formuló en estos términos la sentencia de muerte del Consejo general: «Se diría que en este momento en que se pone en cuestión la existencia ulterior del Consejo general, los miembros que lo componen hoy se han mostrado celosos de probar, más que su inutilidad, su perniciosa influencia».[8]
Mientras que se trataba por todos los medios de desacreditar y destruir el Consejo general, se fundaba otro Consejo general en las sombras del misterio. El 17 de marzo de 1872, el Congreso del Fascio operaio tomaba el acuerdo siguiente:
«En interés general, y para asegurar la completa autonomía del Fascio operaio, ¿debe éste reconocer y sujetarse a la dirección del Comité general de Londres o a la del Jura o debe permanecer independiente manteniendo al mismo tiempo relaciones con aquellos comités?
»El Congreso no reconoce en el Comité general de Londres y en el del Jura otra cosa que simples oficinas de correspondencia y de estadísticas, y encarga al consulado de la región de Bolonia que se ponga en relaciones con ellos y dé cuenta a las secciones.»
Pero el Fascio operaio había obrado con demasiada imprudencia descubriendo demasiado pronto aquel centro secreto. Así fue que la Federación del Jura se vio obligada a desmentir públicamente su existencia. Esto no obstante, en su memoria presentada en el último Congreso de Locle, el Comité federal del Jura confiesa atolondradamente haber recibido la adhesión de «numerosos grupos de Francia». Por otra parte, mientras que el Comité del Jura se hallaba constituido en Sonvilliers recibía la adhesión de una sección varia constituida en Ginebra, donde tiene su asiento el Comité Romando, que es como si la Federación de Valencia enviase su adhesión al Consejo federal de Portugal, o si la sección de Oficios Varios de Sevilla enviase la suya al Consejo local de Constantina.
Mas no se aspira tan sólo a destruir el Consejo general, se pretende también anular los Consejos regionales, como lo prueba la tentativa hecha en Zaragoza para quitar al Consejo regional sus principales facultades; esto, por otra parte, es lógico, como lo sería el pedir la supresión de todos los Consejos locales y Comités de secciones, so pretexto de autonomía. Existe indudablemente un plan completo de desorganización de la Internacional. Así el Boletín del Jura, en su número 4, confesaba cándidamente que las «organizaciones son cosas secundarias», que la Internacional no es más que «ese sentimiento de solidaridad entre los explotados que domina el mundo moderno». Como se ve, esta gente quisiera transformar la Internacional en un sentimiento platónico como la filantropía burguesa.
Compañeros, al denunciar a los intrigantes que con la máscara de teorías se agitan y turban la Internacional, he creído cumplir con mi deber: a vosotros toca ahora cumplir con el vuestro. Que los buenos elementos obreros que quedan aún en la Alianza se retiren de ella y cumplan la palabra que dieron al aceptar los reglamentos de sección de oficio que dicen que todo federado «se compromete a no tener otra organización, Congresos ni Estatutos que los de la Asociación Internacional de los Trabajadores». (Véase el reglamento típico de sección aprobado en el Congreso de Barcelona y ratificado por la Conferencia de Valencia).
Salud y Emancipación Social.
Paul Lafargue
Madrid, 27 de junio de 1872
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NOTAS
1. En La Razón (núm. 66) se halla la confirmación siguiente de mi aserto:
«Por nuestra parte vemos que nada, absolutamente nada, ha hecho el Consejo general por la propaganda y organización de la Internacional en nuestra región; y que si nos viéramos privados de la existencia del Consejo, no por eso dejaríamos de adelantar tanto, por lo menos, como si continúa.»
El Consejo general se ha impuesto siempre como un deber el dejar a las secciones completamente autónomas en su organización; su acción no se manifiesta sino cuando los grupos están ya constituidos. En este momento el Consejo general procura poner en relaciones a los obreros manufactureros catalanes con los obreros ingleses para crear la Unión internacional de los obreros manufactureros.
2. He aquí los principales artículos que he publicado en La Emancipación, todos conformes con el parecer del Consejo de redacción: «Apólogo de San Simón», «La huelga de los ricos», «El reinado de la burguesía», «Las panaceas de la burguesía», «La organización del trabajo», «Artículos de mera necesidad», «El programa del Partido Republicano y el programa de la Tnternacional», «El colectivismo español», «La cuestión social en Valencia», «El catecismo de la Internacional»... Examinen mis artículos los doctores de la Alianza y enséñenme lo que ellos llaman el comunismo autoritario, porque tengo curiosidad de conocer al monstruo.
3. Véase en La Emancipación, núm. 47, el artículo que trata del Congreso de Zaragoza, donde se refiere la misma discusión.
4. Soriano, el autor o inspirador de esas líneas, ha querido, sin duda, aludir a otro hecho. Soriano, el autónomo, y algunos otros de sus amigos se opusieron enérgicamente a la celebración pública del Congreso, no creyendo prudente arrostrar las iras de los poderes constituidos; al paso que Lafargue, el autoritario, y con él la inmensa mayoría, reclamaron no menos enérgicamente la celebración de este acto público, anunciado a la Europa entera, creyendo que era un deber de los internacionales el desafiar en aquel caso las arbitrariedades de la autoridad.
5. En el Congreso de Sonvilliers, donde fue elaborada la circular del Jura, estaban representadas solamente nueve secciones, que se denominaban como sigue: dos círculos de estudios sociales, dos secciones de propaganda y de acción revolucionaria, cuatro secciones centrales y una sola sección de obreros, la de grabadores. (Véase la circular del Jura en La Emancipación, número 28).
He ahí, pues, lo que son las secciones de esa tan revolucionaria federación del Jura: un compuesto de emigrados políticos de todos los países y de burgueses más o menos radicales. En cambio, la Federación Romanda cuenta sólo en Ginebra 23 secciones de oficios y una sección de obreras.
6. Sentiñón, doctor en Medicina, que fue el que trajo de Suiza la Alianza a España, aconsejaba a los internacionales españoles que no se dieran prisa a pagar las cuotas al Consejo General, porque éste las destinaba a la compra de fusiles. El mismo trató de impedir que la Internacional española reivindicase la causa de la Commune vencida, y preso después por delito de imprenta, dio un manifiesto en el que negaba la Internacional, viéndose desde entonces abandonado de todos los obreros de Barcelona; sín embargo, este hombre tuvo el honor de representar la Federación Española en el Congreso de Basilea.
Viñas, estudiante, sin haber sido preso, estuvo separado de la Internacional durante un tiempo bastante largo, para no comprometer los intereses de su familia.
Soriano, profesor de ciencias, ha imitado esta conducta.
Morago, artesano establecido, que formaba parte del primer Consejo Federal de la Región Española, abandonó este cargo en el momento crítico de hallarse dicho Consejo refugiado en Lisboa, y más tarde, cuando apareció la famosa circular de Sagasta declarando la Internacional fuera de la ley, hizo lo mismo con el Consejo local de la Federación macrileña, del cual formaba también parte [... ilegible].
7. El número 3 del Boletín del Jura reproduce un artículo que llama «notable» de la République francaise, órgano del señor Gambetta, amigo de Thiers y traidor de la Commune, donde se dice que la Conferencia de Londres había traspasado los límites de sus facultades, tomando medidas contrarías al espíritu de los estatutos y que tienden a hacer de la Internacional una organización jerárquica, autoritaría, sometida enteramente al poder del Consejo General, He aquí, pues, a los hombres del Jura perfectamente de acuerdo con los republicanos burgueses.
8. Lettre à la fédération du Jura. (Véase El Trabajo, núm. 4.) Dejando a un lado los insultos que encierra esta carta y a que tan acostumbrados nos tienen los hombres de la Alianza, notamos en ella dos puntos importantes:
1.º Bakounine, que acusa al Consejo General de que tiene «miras ambiciosas de razas», cree probarlo acuséndole de ser una sinagoga en la cual los «judíos alemanes y rusos mueven a los «judíos de El Recueil de París, de L'Egalite de Ginebra y de El Volkstaat de Leipzig». L'Egalité es el órgano oficial de la Federación Romanda y El Volksstaat acaba de ser reconocido, con sus judíos, como órgano oficial en el último Congreso obrero celebrado en Erfurt. No es extraño que Bakounine, que por espacio de tanto tiempo ha predicado el panslavismo y la guerra de razas en El Kolokol, no sea capaz de comprender el gran principio de la Internacional, que declara que no conoce diferencia de creencias ni de nacionalidad; pero lo extraño es que la Federación, órgano oficial de la Internacional, haya publicado esa carta, cuando debería saber que en Europa, y sobre todo en España, los curas y los reyes han alimentado el odio del pueblo contra la raza judía para mantener su despotismo religioso y político. Y por si esto no bastase, la Federación publica en su número siguiente un artículo más extraño aún y cuyo lenguaje nos autoriza a creer que procede de la misma fuente que la carta anterior; en este artículo se habla del pangermanismo y de los anglo-alemanes, refiriéndose al Consejo General. ¿Cree la Federación hacer propaganda interacional sobrexcitando los odios de raza y de religión? En el solemne auto de fe, que tuvo lugar en Madrid a principio del reinado de Carlos II, el fraile encargado de predicar el sermón de reglamento decía que «Dios aborrecía a tres pueblos: judíos, mahometanos y herejes». ¿Por ventura la Alianza, a semejanza del Dios de los inquisidores, aborrece también a tres pueblos: a los judíos, a los alemanes y a los ingleses?
2º Bakounine promete someter la cuestión al próximo Congreso «por poco que este jurado le ofrezca todas las garantías de un juicio imparcial y serio». Me parece que en el próximo Congreso va a suceder lo que en la pasada Conferencia: en que Robin, uno de los miembros más influyentes de la Alianza, admitido en el seno del Consejo General por el Consejo mismo, no obstante las calumnias que no habían parado de lanzarle durante su estancia en Suiza, fue nombrado para formar parte del Jurado que tenía la misión de resolver la cuestión de la Alianza, y después de haber asistido a varias sesiones, se retiró enviando una carta en que daba por pretexto que el «Jurado no e ofrecía todas las garantías de un juicio imparcial y serio». Es probable que imitó Bakounine la conducta de su amigo Robin [... ilegible] asista o no, el Congreso tomará un acuerdo sobre si deben expulsarse de la Internacional a los miembros de la Alianza, como lo piden las seciones obreras de la Suiza Romanda.