Derechos 2005 Aleida March, Centro de Estudios Che Guevara y Ocean Press. Reproducido con su permiso. Este material no se debe reproducir sin el permiso de Ocean Press. Para mayor información contactar a Ocean Press a: [email protected] o a través de su sitio web en www.oceanbooks.com.au

 

 

 

hasta romper el último vínculo

 

Nuestra próxima etapa era Necochea donde ejercía su profesión un antiguo compañero de Alberto, etapa que hicimos fácilmente en una mañana llegando justo a la hora de los “bifes” y recibiendo una cordial bienvenida del colega y no tan cordial de la mujer que encontró un peligro en nuestra bohemia sin excusas.

—¿A usted le falta un año para acabar su carrera y se va?, ¡y no piensa volver en no sabe qué tiempo!, pero, ¿por qué?

Y ese no recibir una respuesta concisa al porqué desesperado con que se imaginaba la situación desde su punto de vista, era algo que le ponía los pelos de punta. Siempre nos trató con cortesía, pero se adivinaba la hostilidad que nos profesaba a pesar de saber (creo que lo sabía), que la victoria era de ella, que no había posibilidad de “redención” para su marido.

En Mar del Plata habíamos visitado a un médico amigo de Alberto que se había afiliado al partido con todo el cortejo de consecuencias; este otro permanecía fiel al suyo —el radical—, y sin embargo estábamos tan lejanos de uno como de otro. El radicalismo, que para mi nunca había tenido importancia como posición política, perdía toda significación también para Alberto, que en un tiempo fue amigo de algunas figuras a quienes respetaba. Cuando montamos la moto, y tras agradecer los tres días de fácil vida que nos brindara el matrimonio amigo, seguimos viaje a Bahía Blanca, nos sentimos un poquito más solos y bastante más libres. Todavía allí nos esperaban amigos, esta vez míos, que nos dieron también su hospitalidad franca y cordial.

Varios días pasamos en el puerto sureño, acondicionando la moto y vagando por la ciudad. Eran los últimos días de holgorio económico. El rígido plan de asado, polenta y pan debía cumplirse al pie de la letra para dilatar algo nuestra total desventura monetaria. El pan tenía un sabor de advertencia: “dentro de poco te costará comerme, viejo”. Y lo tragábamos con más gana; como los camellos, queríamos hacer acopio para lo que viniera.

En vísperas de la partida me dio una gripe con bastante fiebre, lo que provocó un día de retardo en nuestra salida de Bahía Blanca. Al fin partimos a las tres de la tarde, aguantando un sol de plomo que se hizo más pesado aún al llegar a los arenales de Médanos, donde la moto con su peso tan mal distribuido se escapaba al control del conductor e iba sistemáticamente al suelo. Alberto libraba un porfiado duelo con el arenal del que dice haber salido victorioso; lo cierto es que seis veces quedamos descansando cómodamente en la arena antes de salir a camino liso. Naturalmente que salimos y ese es el principal argumento que mi compañero esgrime para objetivar su triunfo sobre el Médanos.

Apenas salidos, tomé el comando y aceleré para recuperar el tiempo perdido; una arenilla fina cubría cierta parte de la curva y, pare de contar: en el topetazo más fuerte que nos diéramos en toda la duración del raid. Alberto salió ileso pero a mi el cilindro me aprisionó un pie chamuscándolo algo, y dejando su desagradable recuerdo durante mucho tiempo, ya que no cicatrizaba la herida.

Sobre nosotros se descolgó un fuerte chaparrón que nos obligó a buscar refugio en una estancia, pero para ello debimos andar trescientos metros en un camino barroso que nos envió dos veces más al suelo.

La acogida recibida fue magnífica pero el resumen de estos primeros pasos en tierras no pavimentadas era realmente alarmante; nueve porrazos en un día. Sin embargo, echados en los catres que ahora serían nuestros legítimos lechos, junto a la Poderosa, nuestra morada de caracoles, veíamos el futuro con impaciente alegría. Pareciera que respirábamos más libremente un aire más liviano que venía de allí, de la aventura. Países remotos, hechos heroicos, mujeres bonitas, pasaban en círculo por nuestra imaginación turbulenta; y por mis ojos cansados que se negaban, no obstante, al sueño, un par de ojos verdes que sintetizaban un mundo muerto se reían de mi pretendida liberación, acoplando la imagen a que pertenecieran a mi vuelo fabuloso por los mares y tierras de este mundo.

 


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