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Primera vez publicado: En 19 , en idioma
frances.
Versión al castellano: Primera vez publicado en
castellano en .
Fuente de la presente edicion: Daniel Guerin, Rosa
Luxemburg y a espontaneidad revolucionaria. Ediciones Anarres,
Coleccion Utopia Libertaria, Buenos Aires - Argentina,
s/f. ISBN: 987-20875-1-2. Disponible en forma digital en: http://www.quijotelibros.com.ar/anarres.htm
Esta edición: marxists.org,
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Demos una vuelta por el pasado y veamos cómo los grandes precursores, tanto marxistas como anarquistas, pues en esos tiempos remotos ambas corrientes eran parientes bastante cercanos, definieron la espontaneidad en sus relaciones con la conciencia.
Espontáneo deriva del bajo latín spontaneus, del latín clásico sponte (libremente, voluntariamente), que a su vez se origina en una voz griega.
Conforme el Littré, el adjetivo significa: 1), que tiene su principio en sí mismo; 2) que se hace, se produce por sí mismo; 3) –en fisiología– que no es producido por una causa externa.
Marx y Engels no emplearon las palabras spontan, Spontaneität que, parece, no eran prácticamente utilizadas en alemán sino en fisiología, pero que luego se harían comunes en la jerga política bajo la pluma, entre otros, de Rosa Luxemburg[1]. Dichos autores aplicaron al movimiento proletario los adjetivos selbständig o eigentümlich, ambos tienen el mismo sentido, quizás algo más restringido, menos dinámico, que la segunda acepción francesa: que ese movimiento existe por sí mismo, que tiene su propia existencia. Esos epítetos se encuentran traducidos al francés por “autónomo”. Se habla corrientemente en política de “el movimiento autónomo de las masas”. Examinada más atentamente, esa expresión no es muy adecuada, pues en nuestro idioma la palabra “autónomo” corre el riesgo de dar a entender ciertas restricciones con respecto a “independiente”. El Littré nos informa sobre la etimología de tal limitación: la autonomía era el derecho que los conquistadores romanos concedían a algunas ciudades griegas para que se administrasen conforme sus propias leyes. Lo mismo ocurre en nuestros días. Para tomar un ejemplo reciente un país colonizado, como Túnez, debió pasar por la etapa de la “autonomía interna” antes de poder acceder a la independencia.
Marx y Engels usaron también otra expresión: hablaban de la gesehichtliche Selbsttätigkeit del proletariado, literalmente “su autoactividad histórica”, que, anticipando ciertas formas del lenguaje posterior, se ha traducido como “espontaneidad histórica”.
Engels, en Los orígenes de la propiedad, la familia y el Estado, habla también de “organización autoactiva (selbsttätig) de la población en armas”, expresión que retoma Lenin en El Estado y la revolución[2]. Los traductores franceses traducen aproximadamente selbsttätig por espontáneo (spontané).
Marx, finalmente, cuando alude a los primeros intentos de creación de una organización comunista internacional, escribe que “surge naturalmente (naturwüchsig) del suelo de la sociedad moderna”. Aquí también se han tomado algunas libertades al traducirlo como “espontáneamente”[3].
“Autonomía”, o “independencia”, o “autoactividad”, del movimiento de masas. ¿De frente a qué? En primer lugar, de frente a las formaciones políticas burguesas. Es así como Engels ha discernido, después de los grandes movimientos revolucionarios burgueses, la aparición de movimientos selbständig de la clase que jugara aproximadamente el papel de antecesora del proletariado moderno.
Pero el movimiento de masas posee existencia propia también de frente a las formaciones políticas socialistas o comunistas. Es cierto que para Marx y Engels los comunistas “no tienen intereses separados de los del proletariado en su conj unto. Los comunistas no establecen principios particulares sobre los cuales quisieran modelar al movimiento proletario [...] Representan constantemente el interés del movimiento total”. ¿Cuáles son las razones de esa pretendida identidad? Que sus concepciones teóricas “no se basan para nada en ideas, en principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo. Sólo son la expresión general [...] de un movimiento histórico que se realiza frente a nosotros”.
Sin embargo, para los redactores del Manifiesto comunista, de ninguna manera se confunden movimiento proletario y comunismo, pues los comunistas, dicen, “tienen sobre el resto de la masa proletaria la ventaja de comprender las condiciones de la marcha y los resultados generales del movimiento proletario”. El movimiento de la masa proletaria tiene, por tanto, “una existencia propia”, una “autoactividad elemental, incluso en relación con su expresión política consciente”[4].
Esa diferenciación era, ciertamente, embrionaria aún, poco perceptible en 1847, pero aparecería más claramente en una fase ulterior. Es así, por ejemplo, como en su Historia de la revolución rusa Trotsky marcará constantemente la distinción entre “el proceso molecular de las masas”, “la rueda gigante de las masas” y la acción conducida por las formaciones políticas revolucionarias, notablemente el partido bolchevique[5][6].
Entre los fundadores del anarquismo el acento está puesto sobre la espontaneidad, y posiblemente es a través de ellos como ese término ha terminado por incorporarse al lenguaje político alemán. En Stirner prácticamente no existe, sino bajo la forma de Empõrung, precisa el propio autor que en el sentido etimológico de indignación, de rebeldía, y no en el sentido penal de motín, sedición[7]. Pero es Proudhon quien escribe “Lo que importa retener de los movimientos populares es su perfecta espontaneidad”. Y agrega: “Una revolución social [...] es una transformación que se cumple espontáneamente [...]. No llega gracias a la orden de un jefe que posee una teoría preconcebida [...]. Una revolución no es verdaderamente la obra de nadie”. Después de él, Bakunin repite que las revoluciones “se hacen por sí mismas, producidas por la fuerza de las cosas, por los hechos, por el movimiento de los acontecimientos. Se preparan durante largo tiempo en las profundidades de la conciencia instintiva de las masas populares, repentinamente estallan, producidas a menudo en apariencia por causas fútiles”. En la revolución social “la acción de los individuos [...] es casi nula”, la acción espontánea de las masas debe serlo “todo”. La revolución “no puede ser producida y llevada a su pleno desenvolvimiento si no es por la acción espontánea y continuada de las masas”. De la misma manera, los cimientos de la primera internacional reposan “en el movimiento espontáneo de las masas populares de todos los países, no en una teoría política uniforme, impuesta a las masas por algún congreso general”.
Sin embargo, contrariamente a lo que imaginan sus adversarios marxistas, si ambos pensadores libertarios ponen el acento sobre la espontaneidad, no desprecian de ninguna manera el papel de las minorías conscientes. Proudhon observa que “las ideas que en todas las épocas han agitado a las masas habían brotado previamente del cerebro de algún pensador [...]. Las multitudes nunca tuvieron la prioridad”. En cuanto a Bakunin, si, por una parte, se separa de Proudhon al invertir el razonamiento de este último y atribuir la prioridad a la acción elemental de las masas, prescribe, por otra parte, a los revolucionarios conscientes, el imperioso deber “de ayudar al nacimiento de una revolución, difundiendo entre las masas ideas” concordantes con su misión de “servir de intermediarios entre la idea revolucionaria y los instintos populares”, de “contribuir a la organización revolucionaria del poder natural de las masas”[8].
Pero, a continuación, la noción de autoactividad y espontaneidad, presente en el marxismo –original así como en el anarquismo, ha sido bastante oscurecida por algunos de los sucesores de Marx y Engels. En primer lugar Kautsky, después Lenin.
Para el teórico de la socialdemocracia alemana sería “enteramente falso” que la conciencia socialista fuera el resultado directo, necesario, del movimiento proletario de masas. El socialismo y la lucha de clases provendrían de premisas diferentes. La conciencia socialista habría surgido de la ciencia. Luego, los portadores de la ciencia son, al menos hasta nueva orden, intelectuales originarios de la burguesía. A través de ellos el socialismo científico habría sido “comunicado” a los obreros. “La conciencia socialista –pretende Kautsky– es un elemento importado a la lucha de clases del proletariado desde afuera, no es algo que haya surgido espontáneamente”. A lo máximo, el movimiento obrero puede producir el “instinto socialista”, “la necesidad del socialismo”, pero nunca la idea socialista[9].
Lenin no discute la existencia de la espontaneidad, pero no oculta su desconfianza hacia ella. Esto lo expresa, por otra parte, en términos bastante contradictorios. A veces admite que la espontaneidad “no es en el fondo otra cosa que la forma embrionaria de la conciencia”. Otras utiliza términos mucho más negativos: espontaneidad es sinónimo de inconciencia (sic)[10]. De acuerdo con Kautsky, entiende que los obreros, dispersos, oprimidos, sumidos en la animalidad (sic) bajo el capitalismo, en su inmensa mayoría no pueden poseer todavía una conciencia de clase socialista[11]. Esta sólo puede serle aportada desde el exterior[12].
Lenin llega todavía más lejos que el teórico alemán. Conforme lo precedente, cree poder deducir que “la vanguardia” revolucionaria debe evitar “cualquier sumisión servil a la espontaneidad del movimiento obrero”[13]. Inclinarse ante esa espontaneidad equivaldría a reducir la vanguardia a “una simple sirvienta” del movimiento proletario[14]. Sostiene, por lo contrario: “Nuestra tarea es la de combatir (sic) la espontaneidad”. Congratula al fundador del socialismo alemán, Ferdinand Lassalle, por el hecho de “haber llevado a cabo una lucha encarnizada contra la espontaneidad”[15]. El partido no debe ser confundido con la clase o, en todo caso, sólo hasta cierto punto. “La lucha espontánea del proletariado no se convertirá en una verdadera lucha de clases hasta tanto no sea dirigida por una fuerte organización revolucionaria”.
Sobre todo, que el obrero no pretenda “arrancar su suerte de las manos de sus dirigentes”. Eso sería el mundo al revés: “el completo aplastamiento de la conciencia por la espontaneidad”[16].
Rosa Luxemburg no hace en realidad otra cosa que volver a las auténticas fuentes del marxismo, más aimn, a pesar de que ella haya creído su deber negarlo, del anarquismo. Esto desde el momento que se pone de contrapunto con Kautsky y Lenin para reivindicar la noción de autoactividad, término que a veces emplea, y de espontaneidad, palabra que usa más a menudo.
“En la historia de las sociedades de clases –le objeta a Lenin– el movimiento socialista fue el primero en contar, para todas sus fases y en toda su actividad, con la organización y la acción directa de las masas, siendo que de ellas extrae su propia existencia (selbständing) ”.
Quiere creer, por cierto, que la organización centralista del partido es una condición previa de su capacidad de lucha. Pero, mucho más importante que esas “exigencias formales” es para ella la espontaneidad. Centralización, sí, mas una centralización que “no debería basarse ni en la obediencia ciega, ni sobre la subordinación mecánica de los militantes a un poder central”. Le replica al autor de ¿Qué hacer? que “no puede haber en el partido tabiques estancos entre el núcleo proletario consciente que forma sus cuadros sólidos y las capas circundantes del proletariado, ya entrenadas en la lucha de clases y cuya conciencia de clase crece día a día”.
Espontaneidad y conciencia no son procesos separables, ni mecánica ni cronológicamente, se trata de un desarrollo dialéctico. Es en el curso mismo de la lucha donde el ejército del proletariado adquiere progresivamente mayor conciencia de losdeberes de esa lucha. La vanguardia del proletariado consciente se encuentra en un estado de permanente devenir[17].
Cuanto más crece el proletariado en número y en conciencia, tanto menos se justifica que sea sustituido por una “vanguardia” instruida. En la medida que la ceguera de las masas retrocede frente a la educación, la base social sobre la que se apoyan los “jefes” queda destruida. La masa se convierte, por así decirlo, en dirigente y sus “jefes” no resultan otra cosa que “los ejecutantes, los instrumentos de su acción consciente”. Contrariamente a la opinión de Lenin, para quien, ya lo hemos visto, espontaneidad equivalía a inconciencia, Rosa consideraba que la “inconciencia” de la clase obrera pertenecía a un pasado ya superado. El único sujeto al que le corresponde el papel de dirigente hoy en día es el yo colectivo (das MassenIch) de la clase obrera.
Ciertamente, ese proceso no es instantáneo ni tampoco sigue una línea recta. “La transformación de la masa en ‘dirigente’ seguro, consciente y lúcido, la fusión de la ciencia con la clase obrera soñada por Lassalle, no es ni puede ser otra cosa que un proceso dialéctico, puesto que el movimiento obrero absorbe continuamente nuevos elementos proletarios así como desertores de otros estratos sociales[18]. Sin embargo, ésta es y deberá ser la tendencia dominante del movimiento socialista: la abolición de los ‘dirigentes’ y de la masa ‘dirigida’ en el sentido burgués,
la abolición de ese fundamento histórico de toda dominación de clase”. El partido consciente es, en última instancia, “el movimiento propio de la clase obrera”[19].
Ahora Rosa pasa de las condiciones teóricas al análisis de acontecimientos contemporáneos. Lo hace con tanto mayor ardor polémico por cuanto escribe para el lector de su país de adopción, para una clase obrera alemana, conducida por la batuta de una socialdemocracia reformista, a la que treinta años de parlamentarismo y de reivindicaciones inmediatistas le han embotado el sentido de la acción directa[20].
Ya había observado, a propósito de la huelga de 1902: “la historia de todas las revoluciones precedentes nos demuestra que los violentos movimientos populares, lejos de ser productos voluntarios, arbitrarios, de pretendidos ‘jefes’ o ‘partidos’, como se lo imaginan el policía y el historiador burgués oficial, son sobre todo fenómenos sociales elementales, producidos por una fuerza natural, cuya fuente es el carácter de clases de la sociedad moderna”[21].
Lenin había creído necesario apoyar su teoría antiespontaneísta en la experiencia del movimiento obrero ruso, conforme su propia interpretación del mismo. Rosa proponía, a partir de la misma experiencia, una interpretación completamente diferente. En su opinión, formulada en 1904, por tanto antes de la revolución de 1905, “la historia misma del movimiento obrero en Rusia nos ofrece numerosas pruebas del problemático valor” de las concepciones de Lenin. “ ¿Qué nos enseñan las vicisitudes por las cuales ha pasado hasta hoy el movimiento socialista en Rusia? Las más importantes y fecundas reorientaciones tácticas de los últimos diez años no han sido la ‘invención’ de algunos dirigentes, sino que fueron en cada ocasión el producto espontáneo del desarrollo mismo del movimiento”.
Rosa enumera algunos ejemplos: la erupción elemental de dos gigantescas huelgas en San Petersburgo a fines de mayo de 1896 y en febrero de 1897; las demostraciones callej eras espontáneas durante las agitaciones estudiantiles de marzo de 1901; la huelga de Bakú, en el Cáucaso, en marzo de 1902, la que estalló de manera fortuita; la huelga general que se produjo por sí misma en Rostov, sobre el río Don, en noviembre de 1902, con manifestaciones callej eras improvisadas, asambleas populares al aire libre y arengas públicas, que los más audaces socialistas recordarían años más tarde como una visión fantástica; después la grandiosa huelga general que, entre mayo y agosto de 1903, se extendió a todo el sur de Rusia. “El movimiento no es ya decretado desde un centro, conforme un plan preconcebido. Se desencadena en diversos puntos y por distintos motivos, adoptando las más variadas formas, para confluir luego en una corriente común”. Finalmente, en julio de 1904, la gigantesca huelga general de Bakú, inmediato preludio de la revolución que comenzaría en enero de 1905 con la huelga general de San Petersburgo.
Desde el verano de 1904, Rosa había advertido que el movimiento obrero ruso se hallaba en vísperas de grandes combates revolucionarios para la abolición del absolutismo, en el umbral o, mejor dicho, ya en un período de la más intensa actividad creativa, de ampliación de la lucha, febrilmente y de a saltos[22]. La explosión revolucionaria de 1905 confirmaría en todos sus puntos la justeza de sus análisis y previsiones. “Aquí ya no se puede hablar ni de plan previo ni de acción organizada, pues los llamamientos de los partidos apenas logran seguir al movimiento espontáneo de la masa. Los dirigentes no hacían a tiempo para formular consignas para una multitud revolucionaria que se lanzaba al asalto [...]. Durante toda la primavera de 1905 y hasta el pleno verano fermentó dentro del gigantesco imperio una infatigable lucha económica de prácticamente el conjunto del proletariado contra el capital”.
El contagio alcanzó a las profesiones liberales y la pequeña burguesía, al campo y hasta los cuarteles. “Esta primera y general acción directa de la clase [...] despertó por primera vez el sentimiento y la conciencia de clase de millones de hombres como por una sacudida eléctrica [...]. Esa masa tomó conciencia repentinamente, con una taj ante claridad, del carácter insoportable de la existencia económica y social que había soportado pacientemente bajo las cadenas del capitalismo durante decenios. Así que, de manera general y espontánea, la masa comenzó a sacudir y tironear fuertemente sus cadenas...”.
“En los principales establecimientos de los centros industriales más importantes se constituyen consejos obreros espontáneamente [...]. Sindicatos nuevos, jóvenes, vigorosos y alegres se yerguen como Venus de la espuma del mar [...] La marejada del movimiento se vuelca por momentos sobre todo el imperio, o se subdivide en una inmensa red de rápidos torrentes, o surge de las profundidades como una fuente viva, o se sume enteramente en el subsuelo”. Todas las formas de lucha “fluyen entrecruzadas, paralelamente, mezcladas, inundándose unas a otras; es un mar de fenómenos, eternamente fluctuantes, siempre en movimiento [...] es el pulso vivo de la revolución, al tiempo que su más potente rueda motriz [...] es el movimiento mismo de la masa proletaria”[23].
El tono un tanto lírico y hasta épico con que se expresa Rosa puede sorprender al lector no iniciado. Pero su penetrante intuición del movimiento elemental, espontáneo, de las masas, la manera como lo compara con los fenómenos de la naturaleza, es uno de los rasgos más originales de la personalidad de Rosa Luxemburg, que le asigna un lugar especial dentro del marxismo. Su amiga y biógrafa holandesa, Enriqueta Roland Holst, anotaba: “Tenía una fe mística en las masas revolucionarias y en su capacidad. En ella esta fe estaba unida en su nunca desmentida confianza en la fuerza creativa de la vida”[24]. Pero esta opinión, cuya autora estaba afectada de religiosidad, debe ser tomada con reservas.
En una carta, escrita mucho más tarde, desde la prisión, a otra amiga, Matilde Wurm, Rosa recurría nuevamente a las imágenes marinas para acceder a los secretos del poder, y también de la versatilidad, del movimiento de masas: “El alma de las masas contiene siempre dentro de sí, como Thalatta, el mar eterno, todas las posibilidades latentes: calmas chichas mortales y tempestades desenfrenadas, la más abyecta cobardía y el heroísmo más exacerbado. Las masas [...] son siempre lo que deben ser en función de las circunstancias, y siempre están a punto de convertirse en algo completamente diferente de lo que parecen ser. En verdad, extraño capitán sería aquel que piloteara su nave según el momentáneo aspecto superficial de las ondas y que no supiera, por señales provenientes de las profundidades o del cielo, prever la proximidad de las tempestades”[25].
Debe tenerse en cuenta que Rosa fue acusada de determinista[26]. Ciertamente, ella había aprendido de sus maestros marxistas que las masas son espontáneas sólo cuando las condiciones objetivas les permiten serlo. Las “leyes de bronce de la evolución” son más fuertes que los estados de humor ocasionales[27]. Las masas no se sublevan sino cuando la historia les suministra la ocasión y los medios. Pero, y sobre todo, no debe confundirse materialismo histórico con fatalismo. Es cierto, toma la precaución de precisar, “los hombres no hacen su historia ya armada de punta en blanco, pero son ellos quienes la hacen”. Es verdad, “el proletariado depende para su acción del desarrollo de la sociedad, de la época, pero la evolución socialista tampoco se hace fuera del proletariado. Éste es su impulsión y su causa, y al mismo tiempo su producto y su consecuencia. Su acción es parte de la historia, contribuyendo a determinarla”[28]. Existe constante interacción entre lo subjetivo y lo objetivo.
Rosa le explica a una amiga: “La voluntad humana debe ser estimulada hasta el extremo, y se trata de luchar conscientemente y con todas las fuerzas. Pero pienso que el efecto de tal intervención consciente sobre las masas depende [...] de resortes elementales profundamente ocultos en el seno de la historia [...]. Sobre todo, no olvide que: estamos sujetos a las leyes de la evolución histórica, y éstas jamás fallan”[29]. Durante la Primera Guerra Mundial manifestará su confianza “en el valiente topo de la historia que noche y día cava su túnel hasta que se abre un camino hacia la luz”[30]. ¡Paciencia! “La historia ha hecho ya saltar por los aires tantos montones de basura que obstruían su camino... Esta vez también hará lo necesario. Cuanto más desesperantes parecen las cosas tanto más radical es la limpieza”[31]. Pocos meses después estallaba la revolución en Alemania.
A pesar del reproche que se le ha hecho de idealizar al movimiento de masas, o de usar, al analizarlo, un lenguaje que podría pasar por “idealista”, Rosa, en el punto en que nos hallamos, ha propuesto interpretaciones y formulado observaciones con respecto al tema que los marxistas difícilmente podrían refutar. Pero ahora abordaremos un aspecto de la cuestión que inquieta o al menos irrita a muchos de ellos. Pues no satisfecha con poner el acento sobre la espontaneidad revolucionaria, Rosa expuso las más serias reservas acerca de la capacidad de las organizaciones políticas conscientes. Señaló las múltiples carencias de los partidos con relación a la iniciativa creadora de la clase obrera. Sostenía que en muchas situaciones revolucionarias, la “vanguardia” consciente, lejos de preceder o, como pretende, “dirigir”, actuó a remolque del movimiento de masas. ¿Cómo podría ofenderse por ello un marxista de estricta obediencia cuando el propio Trotsky, después de ella, debió convenir que las masas estuvieron en ciertos momentos de la revolución rusa de 1917 “cien veces” más a la izquierda que el partido?[32].
Hacia fines de 1899, a propósito del caso Dreyfus, Rosa Luxemburg ya deploraba “la repugnancia instintiva, natural” de las formaciones revolucionarias socialistas francesas (guesdistas y blanquistas) “por cualquier movimiento espontáneo de masas, al que veían como un enemigo peligroso”[33].
En ocasión de la huelga general belga de 1902, Rosa anotaba la flagrante discordancia entre la combatividad obrera y el comportamiento de los dirigentes socialistas. Antes del estallido del conflicto, estos últimos habían nutrido “la esperanza silenciosa pero evidente, o al menos el deseo, de lograr algunas ventajas sin tener que recurrir a la huelga general”. Una vez comprometidos en la lucha, “ellos ya estaban trabados de antemano por los grilletes de la legalidad”, lo que Rosa compara “a una demostración de guerra con cañones cuya carga hubiese sido arrojada al agua ante los ojos del enemigo”. Carecían de confianza en la acción de las masas populares, rechazaban “el amenazante espectro del impulso liberado del movimiento popular, el espectro de la revolución”[34]. Refrenaron “la violencia de la clase obrera, preparada a entrar en acción en el momento que fuese necesario”, esa acción legalista se había convertido en un pasatiempo “tan absurdo como sacar agua con un colador”. Y pronunciaba este severo juicio: “Si la socialdemocracia quiere oponerse a las revoluciones que se presenten como una necesidad histórica, el único resultado será el de transformar a la socialdemocracia, en lugar de la vanguardia, en la retaguardia, o peor aún en obstáculo impotente, de la lucha de clases que, de todos modos, se llevará adelante sin ella y, llegado el caso, también contra ella”[35].
La experiencia de las grandes luchas sociales que se habían producido en Rusia antes de 1904 condujo a Rosa a conclusiones aún más críticas: “La iniciativa y la dirección consciente de las organizaciones socialistas jugaron aquí [...] sólo un papel insignificante. Esto no se explica sino por el hecho de que tales organizaciones no estaban preparadas especialmente para esa clase de eventos y menos aún para la ausencia de una instancia central todopoderosa como la preconizada por Lenin. Por otra parte, es muy probable que la presencia de semej ante dirección no hubiera hecho más que aumentar la confusión de los comités locales, al acentuar el contraste entre el asalto impetuoso de la masa y la actitud vacilante del socialismo”. Rosa no duda en lanzar la terrible palabra: el partido desempeña un papel naturalmente “conservador”[36].
Esa estimación se halló más reforzada aún por el extraordinario espectáculo ofrecido por el desencadenamiento de la revolución de 1905. El partido socialista ruso participó, por cierto, en la revolución, pero no fue su autor. Sólo pudo tratar de conocer sus leyes a medida que se fueron desarrollando los acontecimientos, puesto que “las revoluciones no se aprenden en la escuela”. Desde 1899 Rosa había insistido en el hecho de que los principios socialistas “se aprenden en los folletos y las conferencias tan poco como la natación en una sala de estudios”. El proletariado se forma “en la alta mar del combate”[37]. El socialismo ruso se encontró muchas veces perdido: “La huelga de masas no es el producto artificial de una táctica impuesta por el socialismo, es un fenómeno histórico natural surgido del suelo de la revolución”.
No era simplemente porque el socialismo en Rusia era todavía joven y débil, que tuviera tantas dificultades y que tan raramente lograra tomar la dirección de las huelgas, empuñar la batuta de director de orquesta. Cuando todas las bases de la sociedad crujen y se desmoronan, cuando enormes masas populares entran en escena, cualquier tentativa de reglamentar previamente al movimiento “aparece como una empresa desesperada”. Una revolución de esa amplitud y de esa profundidad no se regula “lápiz en mano, en el curso de una apacible conferencia secreta de las instancias superiores del movimiento obrero”. Para hacerse comprender más fácilmente, Rosa recurre nuevamente a las imágenes marinas y acuáticas: “dentro del inmenso balance de la revolución las iniciativas del partido socialista resultan como una gota de agua en el mar”; todas las previsiones son “tan vanas como intentar vaciar el océano con un dedal”[38].
En una carta a los Kautsky de abril de 1906, condensa en pocas palabras la lección que extrajo del teatro mismo de la revolución, al que se había trasladado: “Nuevamente las masas se mostraron más maduras que sus jefes”[39].
Si en medio de la tormenta revolucionaria el partido se encuentra con la mayor frecuencia a remolque de las masas, inversamente el partido no puede lanzar una revolución a la orden, oprimiendo un botón, allí y cuando el movimiento espontáneo, elemental de las masas esté ausente. “Está claro que no se puede producir arbitrariamente una huelga de masas, aun cuando la decisión provenga de las instancias supremas del más poderoso partido socialista [...]. No está en manos del socialismo el poder poner en escena o de ordenar revoluciones a su arbitrio [...], de suscitar un movimiento popular vivo y potente”. La revolución “no cae del cielo”. “Es extremadamente difícil para una organización dirigente del movimiento obrero prever o calcular qué circunstancia o cuáles factores pueden producir o no una explosión”. No es cuestión de emitir órdenes arbitrariamente. En todo caso, el partido puede adaptarse a la situación y mantener el más estrecho contacto con las masas[40].
Rosa trata de inculcar esos preceptos al partido socialista de su país de adopción, Alemania. Como éste se halla poderosamente organizado y se enorgullece por ello, su dirección está inflada de soberbia y ya entrada en un avanzado proceso de burocratización, los guascazos que le aplica la militante revolucionaria son sentidos de una manera mucho más picante que sus comprobaciones de las relativas carencias del socialismo ruso. “Ese mismo fenómeno –el insignificante papel de las iniciativas de los órganos centrales en la elaboración de la táctica– se observa en Alemania como en todas partes [...]. El papel de los órganos directivos del partido socialista reviste en gran medida un carácter conservador [...]. Cada vez que el movimiento obrero conquista un nuevo terreno, esos órganos se aprestan a cultivarlo hasta sus más extremos límites, pero al mismo tiempo lo transforman en un bastión contra ulteriores procesos de mayor envergadura”. De esa manera quedan cerrados más amplios horizontes[41].
A través de los años, sobre todo en el curso de las luchas políticas por el sufragio universal en Prusia, en 1910 y 1913, Rosa renovaría incansablemente, en restallantes artículos, sus advertencias y amonestaciones. La huelga política de masas no es un remedio milagroso, que basta sacar del bolsillo para asegurar la victoria[42]. Las huelgas de masas no pueden ser “hechas por encargo de las instancias supremas. Resultan de la acción de las masas[43]. La socialdemocracia no puede crear artificialmente un movimiento revolucionario de masas. Es necesaria la preexistencia de condiciones económicas y políticas que provocan un surgimiento elemental de las energías revolucionarias y las hacen estallar como una tempestad[44]. “La energía revolucionaria de las masas no se deja guardar en frascos, y una gran lucha popular no se deja conducir como un desfile militar [...]. Desligada de esa energía y de esa situación, transformada en una maniobra estratégica planeada con mucha antelación y ejecutada a la batuta, la huelga de masas no puede sino fracasar nueve veces de cada diez”. “La lucha de clases no es –como demasiado a menudo se lo olvida en nuestras filas– un producto de la socialdemocracia. Al contrario, la socialdemocracia es sólo un producto tardío de la lucha de clases”[45]. Pero un producto cada vez más averiado.
En 1913 Rosa no puede evitar la denuncia del burocratismo mecánico con que se maneja el partido y el centralismo que ahoga hasta el mínimo de vida espiritual de la masa. Al imaginar que solamente ella posee la vocación para hacer la historia, que la clase por sí misma no es nada, que debe ser convertida en partido antes que le sea permitido entrar en acción, la socialdemocracia se convierte en un factor de freno de la lucha de clases, aunque, llegado el momento, deba correr detrás de la clase obrera y, a su pesar, dejarse literalmente arrastrar al combate, cuando debiera adelantarse para abreviar y acelerar el proceso revolucionario.
“No debe conducirse a las masas laboriosas a la manera como el domador presenta a las bestias feroces, detrás de rejas de hierro, con pistolas y pértigas protectoras en sus manos. El ímpetu de las masas desorganizadas es mucho menos peligroso para nosotros en las grandes luchas que la inconstancia de los jefes”[46]. “Pero, desgraciadamente, en Alemania, donde la disciplina del partido, como la de los sindicatos, enseñó a las masas sobre todo a atemperarse, el fuego de la lucha y el impulso arrollador, tan indispensables si se quiere poner en marcha una huelga de masas, no pueden ser resucitados de la noche a la mañana artificialmente, mágicamente, por una orden de la dirección del partido”[47].
Pocos días antes de caer asesinada, Rosa volvía sobre “el fanatismo de la organización” exhibido por la socialdemocracia: “Todo debía ser sacrificado a la organización, el espíritu, los fines, la capacidad de acción del movimiento”[48]. La organización había matado a la espontaneidad.
Sin embargo, Rosa no era, como se la acusa erróneamente, en un ciento por ciento “espontaneísta”. Se obstinaba en su creencia en el papel de una vanguardia consciente. A pesar de todo lo que acabamos de citar, proclamaba indispensable la dirección de las luchas por un partido revolucionario.
En su escrito sobre la revolución rusa de 1905 se alternan los pasajes en los que señala las relativas carencias del partido socialista, con otros en los que, contradictoriamente, saluda la eficacia de sus intervenciones. La explosión, ciertamente, fue espontánea. “Pero se manifestó, en la manera como el movimiento fue puesto en actividad, el fruto de la propaganda realizada por el socialismo durante años. En el curso de la huelga general los propagandistas socialistas se mantuvieron a la cabeza del movimiento, lo dirigieron e hicieron de él el trampolín para una poderosa agitación revolucionaria”. Fueron las organizaciones socialistas las que convocaron a la huelga. Enredada en sus propias contradicciones, a veces escribe que aquéllas lo hicieron “en todas partes”, otras que “más de una vez”. En Bakú, por ejemplo, durante varias semanas, en plena huelga general, los socialistas dominaron plenamente la situación. La huelga fue en general la ocasión para que emprendieran una propaganda activa, no sólo por la jornada de ocho horas, sino por sus reivindicaciones políticas: derecho de asociación, libertad de palabra y de prensa, etcétera[49].
Al pasar de la descripción de luchas concretas a las postulaciones teóricas, y dirigiéndose esta vez a la socialdemocracia alemana, Rosa no vacila en poner los puntos sobre las íes: “Es necesario precisar que la iniciativa, así como la dirección de las operaciones [...] corresponden naturalmente a la parte más esclarecida y mejor organizada del proletariado, la socialdemocracia”. “La dirección de las huelgas de masas corresponde a la socialdemocracia y sus órganos directivos [...]. En un período revolucionario la socialdemocracia está llamada a tomar la dirección política. La tarea más importante de dirección durante el período de huelgas de masas consiste en suministrar las consignas de la lucha, orientado, conforme la táctica de la lucha política de manera que en cada fase y en cada instante del combate sea realizada y puesta en actividad la totalidad de la potencia del proletariado ya lanzado y comprometido en la batalla, y que esta potencia se manifieste por la propia posición del partido dentro de la lucha. Es necesario que la táctica de la socialdemocracia nunca se halle, en cuanto a la energía y la precisión, por debajo del nivel de la relación de fuerzas en presencia, al contrario, debe sobrepasar ese nivel”.
“La socialdemocracia es la vanguardia esclarecida y consciente del proletariado. No puede ni debe esperar con fatalismo, con los brazos cruzados, que se produzca una situación revolucionaria, ni que el movimiento popular revolucionario llueva del cielo. Antes bien, como siempre, tiene el deber de adelantarse al curso de los acontecimientos, de buscar la manera de precipitarlos [...]. Para inducir a las más amplias capas del proletariado a una acción política de la socialdemocracia y, a la inversa, para que la socialdemocracia pueda tomar y conservar la verdadera dirección de un movimiento de masas y mantenerse a la cabeza de todo el movimiento, en el sentido político de la palabra, es necesario que sepa, clara y resueltamente, pro- veer al proletariado alemán, con vistas al período de luchas por venir, de una táctica y de objetivos”[50].
Al leerla, habíamos creído comprender que la espontaneidad de las masas era el motor de la acción revolucionaria. Ahora parece que nada es posible sin el espaldarazo del partido. “Conducir desde la delantera esta acción política en el sentido de una táctica enérgica, de una acción vigorosa, aunque la masa se torne cada vez más consciente de sus tareas, eso es lo que el partido puede, lo que es su deber”[51]. El partido debe velar por que cuando la situación esté madura no sea sólo la exasperación lo que empuje a las masas a tomar las armas, sino que éstas entren en el campo de batalla como un ejército políticamente educado [...] bajo la dirección de la socialdemocracia”. Sin ello las masas se precipitarían a la lucha “no bajo nuestra dirección, sino en una confusión caótica”. De esta manera, bajo la pluma de Rosa, la espontaneidad se transforma aquí en caos. Sin embargo, ella concede que “son las masas, no nosotros, quienes están llamadas a decidir cuándo los tiempos están maduros”, pero, para completar inmediatamente: “Es nuestro deber dotarlas del arma espiritual, una clara comprensión de los alcances del combate, de la grandeza de las tareas y de los sacrificios que esto supone”[52].
“La socialdemocracia, gracias a su inteligencia teórica, ha introducido en una medida nunca lograda la conciencia en la lucha de clases proletaria y le otorgó su clara visión de los objetivos a lograr. Creó por primera vez una organización durable de masas de los trabaj adores y de esta manera dotó a la lucha de clases de una sólida espina dorsal”. Le corresponde al partido ubicarse a la cabeza de las masas. Sólo él puede desatar y modelar la energía de las masas. Sólo su dirección consecuente puede permitir a las masas alcanzar la victoria. “Es necesario preparar a las masas en forma tal que ellas nos sigan con entera confianza”[53]. “La socialdemocracia tiene la misión histórica de ser la vanguardia del proletariado”.
Con el mismo lirismo que le hacía exaltar a la espontaneidad, Rosa le atribuye a la socialdemocracia virtudes de alguna manera milagrosas. Al fetichismo de la espontaneidad le sucede (o más bien se le superpone, pues ambos temas están estrechamente mezclados) el fetichismo del partido.
Cuando Rosa trata de combinar las dos nociones en un solo elixir el resultado es bastante asombroso54. Saboreemos ese singular brebaje: “La potencia del proletariado –dice ella– está fundada sobre su conciencia de clase, sobre su energía revolucionaria, que es dada a luz por esa conciencia, y sobre la política independiente, resuelta y consecuente de la socialdemocracia, la única que puede desencadenar esa energía de las masas y moldearla como un factor decisivo en la vida política”[55]. ¿La energía en cuestión tiene su origen en la masa o en el partido? Misterio.
Los más autorizados discípulos de Rosa, tales como Paul Frölich y Lelio Basso, no piensan que la teórica haya podido perderse en esos laberintos, y se aplicaron a demostrar que para ella la autoactividad de las masas y la dirección política se unen en una armoniosa y coherente síntesis[56].
Podemos preguntarnos si la famosa síntesis no existe sólo en el papel. ¿Dónde diablos encontró Rosa en la realidad ese partido revolucionario ideal, que pretende dirigir al proletariado, al tiempo que preserva su espontaneidad y se cuida de no frenar su fuerza elemental? ¿Acaso no había ella misma descripto la constante carencia relativa del socialismo en el momento culminante de la explosión de las masas?
Nos parece soñar cuando vemos prestarle a la socialdemocracia alemana méritos de los cuales ella sabía muy bien estaba trágicamente desprovista, cosa que, por otra parte, nunca había ocultado. Consagró prácticamente la totalidad de su actividad política a combatir el revisionismo y el “cretinismo parlamentario”, de los Bernstein y Vollmar primero, y de su amigo Kautsky después, cuando a su turno el pedante teorizador se precipitó en el revisionismo. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial se lanzó con coraje viril contra el socialpatriotismo. Algunas de sus cartas privadas, más que sus escritos públicos, traicionan su decepción y su escepticismo en cuanto a la posibilidad de alguna rectificación por parte de un partido de más en más atascado en la “ciénaga” del oportunismo[57].
¿El partido ideal? Ella sabía demasiado bien que el tipo de organización autoritaria, jerarquizada, ultracentralista y sometida a una disciplina de hierro de la que Lenin se había hecho el abogado y el creador, tampoco podía ser la rara criatura en condiciones de conciliar eficientemente la espontaneidad y la conciencia. Ya en 1904 había lanzado un patético llamado: “El ultracentralismo preconizado por Lenin nos aparece en su esencia no llevado por un espíritu positivo y creador, sino por eso otro, estéril, del vigilante nocturno. Toda su preocupación consiste en controlar la actividad del partido y no en fecundarla, tiende a restringir el movimiento, más que a desarrollarlo”. No concebía “mayor peligro para la socialdemocracia rusa” que la concepción leninista de la organización, porque “nada libra más fácil y seguramente un movimiento obrero todavía joven a la sed de poder de los intelectuales que esa coraza burocrática en que tratan de encerrarlo”[58].
¿Entonces, qué partido y qué vanguardia?
Por último, la bancarrota de la socialdemocracia y del socialismo internacional llevó a Rosa, después de largas vacilaciones finalmente barridas por la revolución alemana, a admitir una escisión ante la cual había retrocedido durante mucho tiempo. Pero sólo en vísperas de su muerte en manos de un asesino, creería haber hallado al fin el embrión de un partido revolucionario de nueva especie, que no estuviera afligido por las taras de la socialdemocracia y del leninismo, por tanto apto para realizar prácticamente la síntesis que había buscado a tientas durante su demasiado corta vida.
Como reza en la resolución del Congreso Constitutivo de la tendencia (30 de diciembre de 1918-1° de enero de 1919), improvisada cuando el derrumbe del Imperio Alemán y la revolución de noviembre de 1918: “La hora ha sonado en la que todos los elementos proletarios revolucionarios deben [...] construir un nuevo partido, independiente, con un programa claro, una finalidad precisa, una táctica homogénea, un máximo de decisión y de fuerza, de actividad revolucionaria, como inquebrantable instrumento de la revolución social que comienza”. Y en el programa adoptado por la liga Espartaco puede leerse: “La Liga Espartaco no es un partido que se proponga llegar, por encima de las masas obreras o a través de esas mismas masas, a establecer su propia dominación; la Liga Espartaco quiere solamente ser en toda ocasión la parte del proletariado más consciente del fin común, la que, a cada paso del camino recorrido por el conj unto de la amplia masa obrera, le recuerde a ésta la conciencia de sus tareas históricas”.
El objetivo socialista propuesto era “que la gran masa trabajadora deje de ser una masa dirigida, que, por lo contrario, comience a vivir por sí misma toda la vida política y económica y a dirigirla por su propia determinación crecientemente consciente y libre”. Todos los órganos de la dominación burguesa debían ser liquidados: gobiernos, parlamentos, municipalidades. La clase obrera debía apoderarse del poder mediante sus propias organizaciones de clase, los consejos de obreros y soldados, y hacerse cargo efectivamente de la dirección de la producción.
En su Discurso sobre el programa, Rosa comentaba: “El socialismo no será hecho ni puede ser realizado por decretos, tampoco por un gobierno socialista por perfecto que fuere. El socialismo debe ser hecho por las masas, por cada uno de los proletarios [...]. En el porvenir deberemos construir ante todo el sistema de consejos de obreros y soldados, principalmente los consejos obreros, y extender ese sistema en todas las direcciones [...]. Los trabaj adores deben detentar todo el poder en el Estado [...]. No basta con voltear el poder oficial central y reemplazarlo por un par o algunas docenas de hombres nuevos, como en las revoluciones burguesas. Necesitamos obrar de abajo hacia arriba [...], no conquistar el poder político desde arriba, sino desde abajo”. Retomando una idea que le era cara desde hacía años, aquella de la fusión dialéctica de la ciencia y la clase obrera, agregaba: “Al ejercer el poder, la masa debe aprender a ejercerlo. No existe otra manera de inculcárselo”.
Al mismo tiempo, Espartaco rompía definitivamente con los sindicatos, que en Alemania se habían deshonrado infamemente desde mucho tiempo atrás y aimn después del fin de la guerra en la colaboración de clases, la petrificación burocrática y, para concluir, la traición. Durante la tercera sesión del Congreso Constitutivo de la Liga Espartaco, Rosa ofició el responso: “No son más organizaciones obreras, son los más sólidos protectores del Estado y de la sociedad burguesa [...]. La lucha por el socialismo no puede ser llevada a cabo sin incluir la lucha por la liquidación de los sindicatos”[59].
En resumen, Espartaco trataba de reproducir en Alemania el modelo ruso de fines de 1917 y comienzos de 1918, cuando por un corto período los bolcheviques habían concedido “todo el poder a los soviets”.
Pero si Rosa mantenía reservas o, mej or dicho, si sus amigos le impedían manifestar pimblicamente su opinión sobre el bolchevismo, con el objeto de no desmoralizar a los trabaj adores alemanes entonces en plena revolución, ella conocía suficientemente hasta qué punto la realidad se apartaba de la socialización ideal propuesta por la liga Espartaco. Esto lo había manifestado confidencialmente en un texto que no sería publicado hasta largo tiempo después de la muerte de su autora60. Por tanto, no ignoraba, en el momento de fundar un partido revolucionario alemán, que la democracia de los consejos obreros del tipo soviético no había durado más que algunos meses y que en Rusia ya había dej ado su lugar a un régimen estatista draconiano, por el que hacía estragos “el poder dictatorial de los inspectores de fábrica”. Sabía que la parálisis invadía la vida de los soviets, quedando como imnico elemento activo la burocracia. El poder real no estaba en manos de los obreros y sus consejos, era detentado por una docena de jefes del partido. En cuanto a la clase obrera, de tanto en tanto era invitada “a asistir a reuniones para aplaudir los discursos de los dirigentes y votar por unanimidad las resoluciones propuestas”. No se trataba de “la dictadura del proletariado, sino de la dictadura de un puñado de políticos, es decir una dictadura en el sentido burgués, en el sentido jacobino”. Sí, una dictadura, admitía Rosa, pero esa dictadura hubiera debido ser “la obra de la clase, no de una pequeña minoría que dirige en nombre de la clase”[61].
De manera que la síntesis entre espontaneidad y “dirección”, que Espartaco creía haber hallado en el fuego de la revolución alemana, era tan frágil como dudosa. ¿No se inspiraba, acaso, en un modelo externo cuyas carencias eran ya visibles a simple vista? Además, para su desgracia, Espartaco no duró más que el tiempo de una aurora. No tuvo la ocasión de estructurar su organización y sus métodos de acción, ni poner a punto sus relaciones con el nuevo poder obrero, el Consejo Central de los consejos de obreros y soldados. Fue aplastado, apenas nacido, por una brutal y sangrienta represión contrarrevolucionaria. Ello ocurrió, en parte, debido a que Espartaco se dejó arrastrar inmediatamente, el 5 de enero de 1919, a una insurrección obrera espontánea, originada por una provocación del enemigo de clase y que significó una trampa mortal. Los jefes espartaquistas sabían que ese levantamiento era “inoportuno, peligroso y sin salida”. Pero, preocupados por mantenerse “pegados” a la masa, aceptaron el reto[62]. Era para ellos, segun Rosa “una cuestión de honor”.
A comienzos de marzo de 1919, aparece una nueva provocación, nueva agitación obrera, nuevo aplastamiento, más severo aimn. Rosa Luxemburg y Karl Liebk habían sido asesinados el 15 de enero, Leo Jogiches, el fiel compañero de Rosa, el 10 de marzo. Era el final de los consejos de obreros y soldados así como de la actividad autónoma de las masas, el final de todo aquello por lo que Rosa había actuado y luchado. Era al mismo tiempo la entrada en escena del Partido Comunista alemán, hijo desnaturalizado de Espartaco, instrumento de año en año y de más en más servil entre las manos autoritarias del Kremlin[63].
La busqueda de Rosa Luxemburg ha quedado interrumpida, en el plano de la teoría tanto como en el de la práctica.
NOTAS
[1] Se encuentra la palabra spontan ya en un artículo de Rosa Luxemburg de 1899, “La unificación francesa”, 18-20 de diciembre de 1899, en Le Socialisme en France (1898-1912), 1971, pp. 76, 83, 88.
[2] Lenin, Sämtliche Werke, XXI, 1931, pp. 470-472. (Hay edición castellana.)
[3] Karl Marx y Friedrich Engels, El manifiesto comunista, 1848. Engels, M. E. Düring bouleverse la science, 1878, Introducción, pp. 3-4, Ed. Costes, 1931. Marx, carta a Freiligrath 29-2-1860 cit. en Maximilien Rubel, Karl Marx, Ensayo de biografía intelectual (ed. franc. 1957, p. 290).
[4] Manifiesto comunista.
[5] Trotsky, Histoire de la Révolution russe, ed. 1933. (Hay edición castellana.)
[6] Ver nota 54, las contradicciones de Trotsky respecto de este asunto.
[7] Max Stirner, L’Unique et sa propiêté, 1844, trad. Lasvignes, 1948, p. 347.
[8] Cf. D. G. Ni Dieu ni maître, reed. 1970, I, p. 137-138, 222; II, p. 25-26.
[9] Karl Kautsky, Die Neue Zeit, 1901-1902, XX, I, 79-80. Cit. por Lenin en ¿Qué hacer?
[10] Lenin, Oeuvres, IV, p. 450.
[11] Lenin, Un pas en avant, deux pas en arrière, 1904, trad. franc., Ed. Sociales, 1953, p. 37.
[12] Oeuvres, IV, pp. 437, 482.
[13] Ibid., p. 458.
[14] Ibid., p. 452.
[15] Ibid., p. 447.
[16] Ibid., p. 532.
[17] Questions d’organisation de la social-democratie russe, p. 216, reproducido como anexo en Trotsky, Nos tâches politiques, 1970. (Hay edición castellana del texto de R. L.) En adelante se citará abreviado: Q. O.
[18] La siguiente es la cita exacta de Ferdinand Lassalle:
“Tal es justamente la grandeza de la vocación de esta época, la de cumplir lo que los siglos oscuros ni se atrevieron a visualizar como posible: ¡Aportar la ciencia al pueblo!
“Cualesquiera puedan ser las dificultades de esta tarea, estamos dispuestos a afrontarlas con todas nuestras fuerzas y a superarlas en nuestras expectativas.
“Sólo dos cosas se han mantenido grandes en medio de la decadencia general, que para el conocedor profundo de la historia se ha apoderado de todos los aspectos de la vida europea, sólo dos cosas han permanecido frescas y activas en medio de la lenta consunción del egoísmo que se ha introducido en todas las venas de la sociedad europea: La ciencia y el pueblo. ¡La ciencia y los trabaj adores!
“Sólo la reunión de ambos puede fecundar con una vida nueva a la Europa de estos días. La alianza de la ciencia y los trabajadores, esos dos polos opuestos de la sociedad que, en cuanto se confundan en un abrazo, destrozarán entre sus brazos de bronce todos los obstáculos de la Cultura. Ése es el objetivo al que he resuelto consagrar mi vida mientras conserve el aliento.” La ciencia y los trabajadores. Autodefensa ante el tribunal criminal de Berlín por la acusación de haber incitado públicamente a las clases desposeídas al odio y el desprecio de las poseedoras, 16 de enero de 1863.
[19] Q. O., passim.
[20] Rosa Luxemburg, Grève de masses, parti et syndicats, p. 149. Abreviado: G. M. (Hay edición castellana.) Ver también: Paul Frölich, Rosa Luxemburg, pp. 183- 184; Tony Cliff, Rosa Luxemburg, a study, Londres, 1959, pp. 41-42.
[21] Grèves sauvages, spontaneité des masses, principalmente el artículo del 24 de mayo de 1902, Cahiers Spartacus, serie B, Nº 30, 1969, p. 36. Abreviado: G. S.
[22] Q. O., p. 216; G. M., pp. 106-110.
[23] G. M., passim.
[24] Henriette Roland-Holst, Rosa Luxemburg, Zurich, 1937, pp. 46, 148, 152.
[25] Carta de R. L. a Mathilde Wurm, 16 de febrero de 1917, en R. L. Briefe an Freunde..., Hamburgo, 1950, p. 47.
[26] Roland-Holst, cit., p. 137.
[27] R. L. a M. Wurm, cit.
[28] La Crise de la social-democratie, redactado en abril de 1915, Ed. La Taupe, Bruselas, 1970, p. 67.
[29] R. L. a M. Rosembaum, 1917, Briefe..., p. 149.
[30] Ibid., a la misma, abril de 1917, p. 160.
[31] Ibid., a la misma, febrero de 1918, p. 222.
[32] Trotsky, Histoire..., cit., II, p. 297.
[33] Le socialisme en France, cit., p. 76.
[34] G. S., p. 20-21.
[35] Ibid., pp. 38, 36.
[36] Q. O., p. 215.
[37] Le socialisme..., p. 78.
[38] G. M., pp. 136-152.
[39] Lettres aux Kautsky, Varsovia, abril de 1906, p. 69.
[40] G. M., pp. 134-135.
[41] Q. O., p. 215.
[42] Wahlrechtskampf und Massenstreik, discurso en el congreso de Magdemburgo, 1910, en Gesammelte Werke, Berlín, 1928, p. 613. Abreviado: G. W.
[43] Die Theorie und die Praxis, Neue Zeit, 22 y 29 de julio de 1910, G. W., IV, p. 595.
[44] Das Offiziösentum der Theorie, Neue Zeit, 5 de setiembre de 1913, G. W., IV, p. 653.
[45] G. S., p. 49-50.
[46] Taktische fragen, 26-28 de junio de 1913, G. W., IV, pp. 639-642; Das Offiziösentum..., cit., p. 669.
[47] Zum preussischen Wahlrechtskampf, G. W., IV, p. 685.
[48] Artículo de la Rote Fahne, Nº 8, 8 de enero de 1919, en Gilbert Badia, Les Spartakistes, 1966, p. 215.
[49] G. M., pp. 105, 111, 112.
[50] Ibid., pp. 135, 137, 150-151.
[51] G. W., IV, p. 591.
[52] Ibid., p. 613-614.
[53] Ibid., p. 639-641.
[54] Paralelamente al presente análisis de las contradicciones de Rosa que se refieren sobre todo a la revolución de 1905, se recordará que se hallan en la Historia de la revolución rusa, de Trotsky, exactamente las mismas contradicciones entre los acontecimientos de 1917 relatados por el autor (espontaneidad de las masas, carencias del partido) y la teoría que sobre ellos construye (crítica de la espontaneidad, sobrestimación de los partidos de vanguardia). Es lo que ha demostrado Yvon Bourdet en su convincente ensayo: Le parti revolutionaire et la spontanéité des masses ou la controverse de Trotsky dans “L’Historie de la Révolution russe”, Noir et Rouge N° 15-16, reproducido en Communisme et Marxisme, 1963, pp. 15-37.
[55] Schlag auf Schlag, 26 de junio de 1912, G. W., IV, p. 372.
[56] Frölich, Zum Steit liben die Spontaneität, Aufklärungen, 1953; Lelio Basso, prefacio a los Scritti Politici, de R. L.
[57] Cartas del 27-10 y el 17-12-1904, en, Roland-Holst, cit., pp. 210-216.
[58] Q. O., pp. 216, 222.
[59] André y Dori Prudhommeaux, Spartacus et la Commune de Berlin, Cahiers Spartacus, octubre-noviembre de 1949, pp. 44, 97, 91, 80, 86-87.
[60] La Revolution russe, publicado en alemán en 1922. Abreviado: R. R. (Hay edición castellana.)
[61] Ibid., trad. franc., pp. 84, 85, 87, 88.
[62] Badia, cit., p. 261, y el último artículo de R. L.: “El orden reina en Berlín”, Rote Fahne, Nº 14, 14-2-1919, Badia, p. 239.
[63] D. G., “Un ejemplo de ineficacia; el partido comunista alemán 1919-1933”, en Para un marxismo libertario, Buenos Aires, Proyección, 1973.