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A través de toda la obra de Rosa Luxemburg se manifiesta la lucha contra el reformismo, que reducía los fines del movimiento obrero al regateo con el capitalismo en lugar de intentar derrotarlo por medios revolucionarios.
Eduard Bernstein -el más prominente vocero del reformismo (o revisionismo, como se lo conocía entonces)- fue el primero contra quien Rosa alzó las armas. Ella refutó sus puntos de vista, en forma especialmente incisiva, desde su folleto ¿Reformismo o Revolución?, que nació de dos series de artículos publicados en el Leipziger Volkszeitung; la primera, de septiembre de 1898, era una respuesta a los artículos de Bernstein de Die Neue Zeit; la segunda, de abril de 1899 fue escrita en respuesta a su libro Las precondiciones del socialismo y las tareas de la socialdemocracia.
Bernstein redefinió el carácter fundamental del movimiento obrero como, "un partido de reforma democrática socialista" y no como un partido de revolución social. Oponiéndose a Marx, arguyó que las contradicciones del capitalismo no se vuelven más agudas, sino que se mitigan continuamente: poco a poco el capitalismo se vuelve más tratable, más adaptable. Cártels, trusts e instituciones crediticias van gradualmente regularizando la naturaleza anárquica del sistema, así que en lugar de continuas crisis, tal como lo describía Marx, hay una tendencia hacia la prosperidad permanente. Las contradicciones sociales también se han debilitado, por la viabilidad de la clase media y la distribución más democrática de la propiedad del capital mediante sociedades anónimas. La adaptabilidad del sistema a las necesidades del momento también se muestran en la mejora de las condiciones económicas, sociales y políticas de la clase trabajadora, como resultado de las actividades de los sindicatos y las cooperativas.
De este análisis, Bernstein concluyó que el partido socialista debía dedicarse a mejorar gradualmente las condiciones de la clase trabajadora y no a la conquista revolucionaria del poder político.
En oposición a Bernstein, Rosa Luxemburg sostenía que las organizaciones monopólicas capitalistas (cártels y trusts) y las instituciones de crédito tendían a profundizar los antagonismos en el capitalismo y no a mitigarlos. Rosa describe su función: "En conjunto puede decirse que los cártels... son fases determinadas del desarrollo que, en último término, sólo aumentan la anarquía del mundo capitalista y manifiestan y hacen madurar sus contradicciones internas. Los cártels agudizan la contradicción entre el modo de producción y el modo de intercambio en la medida que intensifican la lucha entre productores y consumidores... agudizan asimismo la contradicción entre el modo de producción y el modo de apropiación por cuanto enfrentan de la forma más brutal al proletariado con la omnipotencia del capitalismo organizado y, de esta manera, elevan al máximo la oposición entre el capital y el trabajo; agudizan, por último, la contradicción entre el carácter internacional de la economía mundial capitalista y el carácter nacional del estado capitalista en la medida en que van siempre acompañados del fenómeno complementario de una guerra arancelaria general y de esta manera intensifican al máximo la oposición entre los estados capitalistas concretos. A todo esto, hay que añadir el efecto directo y altamente revolucionario de los cártels sobre la concentración de la producción, el perfeccionamiento técnico, etc.
"Por tanto, los cártels y los trusts no son «medios de adaptación» en su acción definitiva sobre la economía capitalista que hagan esfumarse las contradicciones en el seno de ésta, sino que son precisamente uno de los medios que la economía capitalista se ha procurado para aumentar la anarquía misma, para extender las contradicciones y acelerar su hundimiento." (RR pp52-53).
Dice Rosa que también los créditos, lejos de evitar la crisis capitalista, en realidad la profundizan. Las dos funciones más importantes del crédito son expandir la producción y facilitar el intercambio, y ambas agravan la inestabilidad del sistema. La crisis económica capitalista se desarrolla como consecuencia de las contradicciones entre la permanente tendencia de la producción a expandirse, y la limitada capacidad de consumo del mercado capitalista. El crédito, al estimular la producción, fomenta la tendencia a la superproducción, y ésta, sujeta a seria inestabilidad en circunstancias adversas, tiende a hacer vacilar la economía y a profundizar la crisis. El rol del crédito, al fomentar la especulación, es otro factor que aumenta la inestabilidad del modo capitalista de producción.
La carta de triunfo de Bernstein, en apoyo de su argumento de que las contradicciones del capitalismo estaban decreciendo, era que durante dos décadas, desde 1873, el capitalismo no había sufrido ninguna crisis económica importante. Pero, dice Rosa: "Apenas se había deshecho Bernstein de la teoría marxista de las crisis en 1898, cuando estalló una fuerte crisis general en 1900, y, siete años después, en 1907, una crisis nueva procedente de los Estado Unidos afectó al mercado mundial. Los hechos incontrovertibles destruían la teoría de la «adaptación» del capitalismo. Al mismo tiempo, podía comprobarse que quienes abandonaban la teoría marxista de las crisis, sólo porque había fracasado en el cumplimiento de dos de sus «plazos», confundían el núcleo de la teoría con una pequeñez externa e inesencial de su forma, con el ciclo decenal. La formulación del ciclo de la industria capitalista moderna como un período decenal, sin embargo, era una simple constatación de los hechos por Marx y Engels en 1860 y 1870, que, además, no descansaba en ley natural ninguna, sino en una serie de circunstancias históricas siempre concretas que estaban en conexión con la extensión intermitente de la esfera del capitalismo juvenil." (RR, p54n).
De hecho, "estas crisis pueden producirse cada 10 o cada 5 años o, alternativamente, cada 20 y cada 8 años... La suposición de que la producción capitalista pueda «adaptarse» al intercambio presupone una disyuntiva: o el mercado mundial crece infinita e ilimitadamente o, por el contrario, se interrumpe el crecimiento de la fuerzas productivas, a fin de que éstas no superen los límites del mercado. La primera parte es una imposibilidad física y la segunda se enfrenta con el hecho de que continuamente se producen nuevas transformaciones técnicas en todas las esferas de la producción, que originan nuevas fuerzas productivas día a día." (RR p56)
En realidad, argüía Rosa, lo fundamental para el marxismo es que las contradicciones en el capitalismo -entre las crecientes fuerzas de producción y las relaciones de producción- se agravan progresivamente. Pero que tales contradicciones deban expresarse en forma de crisis generales catastróficas es algo meramente "inesencial y accesorio" (RR p46). La forma de expresión de la contradicción fundamental no es tan importante como su contenido. (De paso, algo que Rosa seguramente no discutiría es la idea de que una de las formas en que las contradicciones básicas pueden expresarse es en la permanente economía de guerra con su enorme desperdicio de las fuerzas productivas.)
Rosa sostenía que cuando Bernstein negaba las cada vez más profundas contradicciones del capitalismo, mutilaba la base de la lucha por el socialismo. De esa manera el socialismo se transformaba, de una necesidad económica en una esperanza idealista, en una utopía. Bernstein preguntaba: "¿Por qué razón hay que derivar el socialismo de la necesidad económica?" "¿Por qué razón hay que degradar la inteligencia, la conciencia jurídica, la voluntad del hombre?" (Vorwärts, 26 de marzo, 1899). Rosa comentó: "Por lo tanto, la distribución justa que propone Bernstein ha de hacerse merced a la voluntad libre del hombre, no condicionada por la necesidad económica, o, más precisamente, como quiera que la voluntad misma no es más que un instrumento, merced a la comprensión de la justicia, en resumen, por la idea de la justicia.
"Hemos alcanzado aquí con toda felicidad el principio de la justicia, el rucio viejo sobre el que cabalgan desde hace milenios todos los reformadores del mundo a falta de medios de fomento más seguros y más históricos, el Rocinante achacoso sobre el que han marchado todos los Don Quijotes de la historia para realizar la reforma mundial, sin sacar nada en limpio más que algunos palos." (RR p86)
Haciendo abstracción de las contradicciones del capitalismo, la urgencia por el socialismo se vuelve meramente una quimera idealista.
Como ya hemos señalado, Eduard Bernstein (y muchos después de él), consideraba a los sindicatos como un arma para debilitar al capitalismo. A diferencia de Bernstein, Rosa sostenía que, si bien es cierto que los sindicatos pueden afectar de alguna manera el nivel de los salarios, no pueden por sí mismos derrotar al sistema de salarios, ni a los factores económicos objetivos fundamentales que determinan el nivel de salarios.
"Los sindicatos tienen la misión de emplear su organización para influir en la situación del mercado de la mercancía fuerza de trabajo; esa organización, sin embargo, se quiebra de continuo a causa del proceso de proletarización de las capas medias, que hace afluir ininterrumpidamente nueva mercancía al mercado de trabajo. En segundo lugar, los sindicatos se proponen la elevación del nivel de vida, el aumento de la parte de la clase obrera en la riqueza social; pero esta parte aparece reducida de continuo con la fatalidad de un proceso natural, debido al aumento de la productividad del trabajo...
"En el caso de estas dos funciones económicas principales, la lucha sindical se transforma en una especie de trabajo de Sísifo4, debido a ciertos procesos objetivos de la sociedad capitalista. Sin embargo, este trabajo de Sísifo resulta imprescindible si el trabajador quiere alcanzar la tasa de salario que le corresponde, según la situación correspondiente del mercado, si la ley salarial del capitalismo se ha de cumplir y la tendencia descendente del desarrollo económico se ha de paralizar en su eficacia o, más exactamente, se ha de debilitar." (RRp85)
¡Tarea de Sísifo! Esta expresión enfureció a los burócratas de los sindicatos alemanes. No podían admitir que el esfuerzo de los sindicatos -aunque útil para proteger a los trabajadores de la inminente tendencia del capitalismo a rebajar progresivamente sus salarios- no fuera un sustituto de la liberación de la clase trabajadora.
Para Bernstein, al mismo tiempo que los sindicatos (y también las cooperativas) eran la principal palanca económica para lograr el socialismo, la democracia parlamentaria era la palanca política para esta transición. De acuerdo con su criterio, el parlamento era la encarnación de la voluntad de la sociedad, es decir, era una institución de carácter universal, al margen de las clases sociales.
No obstante, Rosa dice: "El Estado actual no es «sociedad» ninguna en el sentido de la «clase obrera ascendente», sino el representante de la sociedad capitalista, o sea, un estado de clase" (RR p61). "En conjunto, el parlamentarismo no aparece como un elemento socialista inmediato que va impregnando poco a poco a la sociedad capitalista, como supone Bernstein, sino, por el contrario, como un medio específico del estado burgués de clase" (RR p67).
En el momento en que la discusión sobre la vía parlamentaria hacia el socialismo estaba en su apogeo en Alemania, fue alcanzado por primera vez por socialistas franceses lo que ellos suponían era la conquista del poder político a través del parlamento. En junio de 1899, Alexandre Millerand integró el gobierno radical de Waldeck-Rousseau, al lado del General Galliffet, principal responsable de la sangrienta represión de la Comuna de París. Este hecho fue considerado por el líder socialista francés Jaurés y por los reformistas del ala derecha como un punto decisivo altamente táctico: el poder político ya no lo esgrimía solamente la burguesía, sino que era compartido por la burguesía y el proletariado, situación que -de acuerdo con ellos- era expresión política de la transición del capitalismo hacia el socialismo.
Rosa siguió con toda atención este primer experimento de gobierno en coalición entre partidos capitalistas y partido socialista, haciendo una cuidadosa y profunda investigación. Ella señaló que esta coalición, que ataba de pies y manos a la clase obrera al gobierno, impedía a los trabajadores mostrar su poderío real. Y de hecho, lo que los oportunistas llamaron "árida oposición" era una política mucho más útil y práctica: "lejos de hacer la obtención de reformas auténticas, inmediatas y tangibles, de carácter progresivo, imposible, una abierta política opositora es la única vía por la cual los partidos minoritarios en general y los partidos socialistas minoritarios en particular pueden obtener éxitos prácticos."5 El Partido Socialista sólo debe adoptar aquellas posiciones que extienden la lucha anticapitalista: "Por supuesto, con el objeto de ser eficaz, la Social Democracia debe apropiarse de todas las posiciones asequibles en el actual Estado e invalidarlo todo. No obstante, el prerrequisito es que estas posiciones hagan posible profundizar la lucha de clases, la lucha contra la burguesía y su Estado." (AR)
Rosa finaliza: "En la sociedad burguesa, el papel de la Social Democracia es el de partido de oposición. Como partido gobernante sólo puede surgir de las ruinas del Estado burgués." (AR).
Fue señalado el peligro final inherente al experimento de coalición: "Jaurés, el infatigable defensor de la república, está preparando el camino para el cesarismo. Suena como un mal chiste, pero el curso de la historia está sembrado de tales chistes".6
¡Qué profética! El fiasco de MacDonald en Gran Bretaña, el reemplazo de la República de Weimar por Hitler, la bancarrota del Frente Popular en los años 30 y los gobiernos de coalición en Francia después de la Segunda Guerra Mundial, que condujeron hasta De Gaulle, son algunos de los frutos postreros de las políticas de los gobiernos de coalición.
A los reformistas, que creían que el parlamentarismo y la legalidad burguesa significaban el fin de la violencia como factor del desarrollo histórico, Rosa les oponía: "¿Cuál es la función real de la legalidad burguesa? Si un 'ciudadano libre' es detenido por otro contra su voluntad y confinado por un tiempo en un cuarto cerrado e incómodo, todos notan inmediatamente que se ha cometido un acto de violencia. No obstante, cuando el mismo proceso tiene lugar de acuerdo con el libro llamado código penal, y el cuarto en cuestión se encuentra en la cárcel, inmediatamente todo el asunto se considera pacífico y legal. Si un hombre es impulsado por alguien a asesinar a otros hombres, esto es evidentemente un acto de violencia. No obstante, en cuanto el proceso se llama 'servicio militar', el buen ciudadano se conforta con la idea de que todo es perfectamente legal y ajustado a un orden. Si un ciudadano es despojado contra su voluntad de una parte de su propiedad o de sus ganancias, es obvio que se ha cometido un acto de violencia, pero si el proceso se llama 'impuestos indirectos', todo está bien.
"En otras palabras, lo que se nos presenta bajo el barniz de la legalidad burguesa no es más que la expresión de la violencia de clase, elevada a norma obligatoria por la clase dominante. Una vez que el acto de violencia individual ha sido de esta manera elevado a norma obligatoria, el proceso se refleja en la mente del abogado burgués (y también en la del socialista oportunista) no tal como es, sino patas arriba: el proceso legal aparece como una creación independiente de 'justicia' abstracta, y la composición del Estado aparece como una consecuencia, como mera 'sanción' de la ley. En realidad, la verdad es exactamente todo lo contrario: la legalidad burguesa (y el parlamentarismo como legislatura en proceso de desarrollo) no es más que la forma social particular bajo la cual se expresa la violencia política de la burguesía, desarrollando sus bases económicas específicas." (GW, III, p361-2).
Por lo tanto, es absurda la idea de desplazar al capitalismo por medio de formas legales establecidas por el mismo capitalismo, que desde un principio no son más que la expresión de la violencia burguesa. En último análisis, para derrotar al capitalismo es necesaria la violencia revolucionaria: "El uso de la violencia siempre será la última ratio para la clase trabajadora, la ley suprema de la lucha de clases siempre presente, algunas veces en forma latente, otras en forma activa. Y cuando tratamos de revolucionar la mente por medio de la actividad parlamentaria, es únicamente con la idea de que en caso de necesidad, la revolución puede mover no sólo la mente, sino también la mano." (GW, III, p366).
Qué proféticas suenan ahora, después de la desaparición de la República de Weimar, las palabras que Rosa escribiera en 1902: "Si la Social Democracia tuviera que aceptar el punto de vista oportunista, renunciar al uso de la violencia y prometer a la clase trabajadora no apartarse nunca del camino del legalismo burgués, entonces todo su parlamentarismo fracasaría miserablemente tarde o temprano, y dejaría el campo libre arbitrario de la violencia reaccionaria." (GW, III, p366).
Pero, aunque Rosa sabía que los trabajadores estaban obligados a recurrir a la violencia revolucionaria contra la explotación y la opresión, sufría profundamente por cada gota de sangre derramada. En medio del desarrollo de la revolución alemana, escribió: "Durante los cuatro años de matanza imperialista entre naciones, corrieron ríos de sangre. Ahora debemos asegurarnos de preservar con honor y en copas de cristal cada gota de este precioso líquido. Desenfrenada energía revolucionaria y amplios sentimientos humanos: éste es el verdadero aliento del socialismo. Es cierto que todo un mundo debe ser derrocado, pero cada lágrima que pudiera haberse evitado es una acusación; cada hombre que en su apresuramiento por cumplir un acto importante aplasta impensadamente una lombriz que se cruza en su camino, está cometiendo un crimen".7
Entre los reformistas y también entre algunos que se llaman revolucionarios, prevalece la teoría de que sólo el hambre puede llevar a los trabajadores a seguir la ruta revolucionaria: los aventajados trabajadores de Europa Central y Occidental, argüían los reformistas, tienen muy poco que aprender de los hambrientos y arruinados trabajadores rusos. Rosa puso mucho empeño en corregir este erróneo concepto, escribiendo en 1906: "hay mucha exageración en la idea de que el proletariado del imperio ruso antes de la revolución vivía en paupérrimas condiciones. Precisamente la capa de obreros de la gran industria y de las grandes ciudades, la más activa y enérgica tanto en las luchas económicas como políticas del momento actual, se encontraba, desde el punto de vista de su existencia material, apenas por debajo de la correspondiente capa del proletariado alemán, y en ciertos oficios se pueden encontrar salarios iguales e incluso superiores a los de Alemania. También en relación a la jornada de trabajo, la diferencia que existe entre las empresas de la gran industria de los dos países carece apenas de importancia. De ahí que la idea de un presunto ilotismo material y cultural de la clase obrera rusa no repose sobre ninguna base sólida. Si se reflexiona un poco, esta idea se refuta ya por el hecho mismo de la revolución y por el papel predominante que en ella desempeña el proletariado. Revoluciones con semejante madurez y lucidez políticas no se hacen con un subproletariado miserable; y los obreros de la gran industria que encabezaron las luchas en San Petersburgo, en Varsovia, en Moscú y en Odesa, están mucho más próximos al tipo occidental, en el plano cultural e intelectual, de lo que se imaginan los que consideran al parlamentarismo burgués y a la actividad sindical regular como la única e indispensable escuela del proletariado." (HM p172.)
Aún más, los estómagos vacíos, además de impulsar a la rebelión, conducen al sometimiento.
Basándose en la lucha de clases del proletariado, tanto latente como abierta, tanto dirigida hacia la obtención de concesiones de la clase capitalista como a su derrocamiento, Rosa apoyó igualmente la lucha por las reformas sociales y por la revolución social, considerando a la primera sobre todo una escuela para la segunda, cuya importancia histórica ella aclaraba analizando las mutuas relaciones entre ambas.
"La reforma legal y la revolución no son, por tanto, métodos distintos del progreso histórico que puedan el elegirse libremente en el restaurante de la historia, como si fueran salchichas calientes y frías, sino que son momentos distintos en el desarrollo de la sociedad de clases que se condicionan y complementan uno a otro y, al mismo tiempo, se excluyen mútuamente, como el polo norte y el polo sur, o la burguesía y el proletariado.
"Toda constitución legal no es más que un producto de la revolución. Así como la revolución es un acto creador de la historia de clases, la legislación implica la perpetuación política de la sociedad. La labor de la reforma legal no posee impulso ninguno por si misma, que sea independiente de la revolución, sino que en cada período de la historia se mueve en la línea del puntapié que le dio la última revolución y mientras dura su impulso; o, expresado más concretamente, sólo se mueve en el contexto del orden social establecido por la última revolución. Éste es, precisamente, el punto crucial de la cuestión.
"Es absolutamente falso y completamente antihistórico imaginarse la labor de reforma legal como una revolución ampliada y, a su vez, la revolución como una reforma sintetizada. Una revolución social no se distingue por la duración de la reforma social, sino por la esencia de los dos momentos. Todo el secreto de las revoluciones históricas a través del empleo del poder político reside en la transformación de los cambios meramente cuantitativos en una calidad nueva, o, más concretamente, en la transición de un periodo histórico, de un orden social, a otro.
"Por lo tanto, quien se pronuncia por el camino reformista en lugar y en contra de la conquista del poder político y de la transformación de la sociedad, en realidad no elige un camino más tranquilo, seguro y lento hacia el mismo objetivo, sino, también, otro objetivo; en lugar de la implantación de un nuevo orden social, unas alteraciones insustanciales en el antiguo. De este modo, al considerar las concepciones políticas del revisionismo se llega a la misma conclusión que al estudiar las económicas, es decir, que no buscan la realización del orden socialista, sino tan sólo la reforma del capitalista, o la eliminación del sistema de salariado, sino el más o el menos de la explotación, en una palabra, que buscan la abolición de las aberraciones capitalistas y no las del propio capitalismo." (RR pp92-93).
4. El mitológico rey de Corinto, que en los infiernos fue condenado a llevar rodando una enorme piedra hasta la cima de una montaña. La piedra rodaba constantemente hacia abajo, haciendo su tarea incesante.
5. P. Fröhlich, Rosa Luxemburg. Her life and Work, Pluto, Londres, 1972, p66.
6. P. Fröhlich, op. cit, p67.
7. Rote Fahne, 18 de noviembre de 1918.