Datos de publicación: Apareció por vez en 1853.
Traducción al castellano: Luis Salvatierra.
Esta edición: Marxists Internet Archive, enero 2020.
El mar es bello; al mirarlo, nunca pensamos en estar insatisfechos con él, estéticamente. Pero no todos viven cerca del mar; en sus vidas, mucha gente no tiene la oportunidad de verlo. Pero les gustaría mucho el verlo y, consecuentemente, los panoramas marinos les placen e interesan. Por supuesto, sería mucho mejor ver el mar mismo que imágenes de aquel; pero cuando algo bueno no está disponible, un hombre se satisface con uno inferior. Cuando el artículo genuino no está presente, basta un substituto. Hasta la gente que puede admirar el mar real no siempre puede cuando quieren y así recuerdan memorias de aquel. Pero la imaginación de la humanidad es débil, necesita apoyo y estimulación. Por lo tanto, para revivir las memorias del mar, para verlo más vívidamente en su imaginación, miran paisajes marinos. Este es el objetivo simple y el objeto de muchos (la mayoría) de las obras de arte: para darle a esa gente que no ha podido gozar de la belleza en la realidad, la oportunidad de familiarizarse por lo menos hasta cierto punto; para que les sirva de recuerdo, para incentivar y revivir memorias de belleza en la realidad, en las mentes de aquella gente que están familiarizados con la experiencia y aman el recordarlo...
Por tanto, el primer propósito del arte es reproducir la naturaleza y la vida, y esto es válido para todas las obras de arte sin excepción. Su relación con los aspectos y fenómenos correspondientes a la realidad es lo mismo que la relación a un grabado de la imagen de la que fue copiado. O la relación de un retrato con la persona que representa. Un grabado se hace de una imagen no porque el segundo es malo, sino porque es bueno. Igualmente, la realidad se reproduce en el arte no para eliminar las fallas, no porque la realidad como tal no es suficientemente bella, sino precisamente porque es bella. Artísticamente, un grabado no es superior a la imagen de la que se copia, sino muy inferior a ella; de la misma manera, las obras de arte nunca logran la belleza y grandeza de la realidad. Pero la imagen es única; quienes la pueden admirar son solamente aquellos que van a la galería de arte a la que adorna. Sin embargo, el grabado se vende por cientos de copias alrededor del mundo; todos lo pueden admirar cuando se les place sin abandonar su cuarto, sin pararse de su sillón, sin sacarse su bata de vestir. Igualmente, un objeto bello en realidad no es siempre accesible a todos; las reproducciones de ello (débiles, toscas, pálidas, es cierto, pero las reproducciones son todas lo mismo) en las obras de arte siempre lo hacen accesible a todos. Se hace un retrato de una persona a la que amamos y adoramos no para eliminar las fallas en su apariencia -¿qué nos importan las fallas? no nos damos cuenta de ellas y si lo hacemos, nos gustan- sino que para darnos la oportunidad de admirar la cara hasta en las oportunidades en que no está frente a nosotros. El mismo es el objetivo y objeto de las obras de arte; no corrigen la realidad, no la embellecen, pero el reproducirla le sirve de substituto...
Sin afirmar del todo que estas palabras expresan algo completamente nuevo en la historia de las ideas estéticas, creemos sin embargo que la seudo clásica teoría de la “imitación de la naturaleza” que dominó en los siglos diecisiete y dieciocho exigió del arte algo diferente del principio formal implícito en la definición: “Arte es la reproducción de la realidad”. En apoyo a nuestra afirmación que hay una diferencia esencial entre nuestra visión del arte contenida en la teoría de la imitación de la naturaleza, citaremos acá una crítica de aquella teoría tomada de los mejores textos sobre los sistemas de estética predominantes. Esta crítica mostrará, por una parte, la diferencia entre las concepciones que rechaza y nuestra opinión y, por la otra, revelará lo que falta en nuestra definición inicial de arte como reproductora de la realidad y, por tanto, nos permitirá proceder a un desarrollo más exacto de los conceptos de arte.
La definición de arte como imitación de la naturaleza revela solamente su objeto formal; según esta definición el arte debería esforzarse lo más posible para repetir lo que ya existe en el mundo externo. Tal repetición debería entenderse como superflua porque la naturaleza y la vida nos presentan con, según esta concepción, lo que el arte nos debería presentar. Es más, la imitación de la naturaleza es un esfuerzo vano que no llega a cumplir con su objetivo porque al imitar la naturaleza el arte, dados sus medios limitados, nos da solamente engaño en vez de verdad y solamente una máscara sin vida en vez de un ser realmente vivo.
Aquí observaremos, antes que nada, que las palabras, “Arte es la reproducción de la realidad”, como también la oración, “Arte es la imitación de la realidad”, definen solamente el principio formal del arte; para definir el contenido del arte debemos suplir la primera conclusión que sacamos en relación con este objetivo y haremos esto subsecuentemente. La otra objeción no se aplica para nada a la nueva opinión que hemos desarrollado; de la exposición precedente se hace evidente que la reproducción o “repetición” de los objetos y fenómenos de la naturaleza por el arte no es superfluo para nada; por el contrario, es necesario. Enfocándonos en la observación que la repetición es un esfuerzo vano que no llega a cumplir con su objetivo, se debe decir que este argumento solamente vale cuando se supone que el arte desea competir con la realidad y no simplemente le sirve de substituto. Nosotros, sin embargo, afirmamos que el arte no soporta la comparación con la realidad y absolutamente le falta la vitalidad que posee la realidad; consideramos que no cabe duda de esto...
Veamos si hay más objeciones a la teoría de la imitación que apliquen a nuestra opinión: Como es imposible lograr un éxito completo al imitar la naturaleza, lo que queda es tomar placer auto satisfactorio en el éxito relativo de este embaucamiento; pero mientras la copia más lleve un parecido externo al original, más frío llega a ser este place y hasta crece a ser ansiedad o revulsión. Hay retratos que, como dice el dicho, son malos como los originales. Una imitación excelente del canto del ruiseñor empieza a aburrirnos y disgustarnos tan pronto como nos damos cuenta que no es un ruiseñor real el que canta, sino un imitador diestro del trino del ruiseñor; esto es porque tenemos el derecho de esperar una música diferente de un ser humano. Esos trucos en la diestra imitación de la naturaleza se pueden comparar con el arte del prestidigitador que sin fallar lanza sus lentejas a través de una apertura no mayor que una lenteja y que Alejandro el Grande premió con un medimno [medida que equivalía a 58 litros] de lentejas.
Estas observaciones son perfectamente justas, pero aplican a la copia inútil y sin sentido de lo que no merece atención ó a la ilustración de los exteriores simples vacíos de contenido. (¡Cuántas obras de arte se ganan, pero se merecen, este sarcástico ridículo!) El contenido que se merece la atención de una persona pensante solamente puede escudar al arte de la censura que es solamente un pasatiempo, que en demasiadas oportunidades lo es. La forma artística no salva a una obra de arte del desdén de una sonrisa lastimera si, por la importancia de su idea, la obra no puede responder la pregunta: ¿Merecía el esfuerzo? Algo inútil no tiene el derecho al respeto. “El hombre es un fin en sí mismo”; pero las cosas que hace el hombre deben tener su fin en la satisfacción de los deseos de la humanidad y no en ellas mismas. Eso es precisamente por qué mientras las imitaciones inútiles más perfectas lleven un parecido externo al original, más revulsión crean. Cuando lo vemos nos preguntamos “¿Por qué se gastó tanto tiempo en ello?”. Y “¡qué pena que aquella falta de contenido va de la mano con tal perfección de artesanía!” El aburrimiento y el disgusto levantado por el timador que imita la canción del ruiseñor se explican por las observaciones mismas contenidas en la crítica anterior: un hombre que no puede entender que él debería cantar canciones humanas y no hacer los trinos que solamente tienen significado en el canto del ruiseñor se merece pena solamente.
Con referencia a los retratos que se parecen tremendamente a los originales, esto se debe entender como sigue: para ser fiel, toda copia debe transmitir las señas esenciales de su original. Un retrato que no transmite las más importantes, las más expresivas características de una cara no es un retrato fiel; y cuando al mismo tiempo se muestran claramente los detalles mínimos de la cara, el retrato se muestra feo, sin sentido, sin vida -¿cómo puede ser sino malo? Generalmente se presenta una objeción a lo que se llama “copia fotográfica” de la realidad; ¿no sería mejor decir que copiar, como todo lo que hace el hombre, necesita de entendimiento, de la habilidad de distinguir las características esenciales de las no esenciales? “Copiado sin vida” –tal es la frase común; pero un hombre no puede hacer una copia fiel si el mecanismo sin vida no está guiado por significación viva. Ni siquiera es posible hacer un facsímil fiel de un manuscrito común si el significado de las letras que se copian no se entienden...
Ahora debemos suplir la definición de arte presentada anteriormente; pero esto nos restringe demasiado el campo del arte. Aún si otorgamos que lo sublime y lo cómico son momentos de lo bello, el contenido de muchas obras de arte no cabrá dentro de estos tres acápites de lo bello, lo sublime y lo cómico. En la pintura, estas subdivisiones no sirven para las imágenes de la vida doméstica donde no hay una persona bella o ridícula hasta imágenes de hombres viejos o mujeres viejas que no se distinguen por la belleza excepcional de la edad, y demás. En la música es aún más difícil introducir las subdivisiones comunes; si ponemos marchas, trozos patéticos y demás bajo el acápite de sublime, si ponemos trozos que respiran el espíritu de amor o felicidad bajo el acápite de lo bello y si encontramos una cantidad de canciones cómicas, todavía queda una cantidad enorme de trabajos en los que el contenido no puede caer bajo ninguno de estos acápites sin exigirle a la idea. ¿Bajo qué acápite ponemos las melodías tristes –bajo lo sublime, como sufrimiento, o bajo lo bello, como sueños de afecto?
Pero entre todas las artes, la más difícil de hacer que entre en los compartimientos estrechos de la belleza y sus momentos, con respecto al contenido, es la poesía. Su campo es todo el ámbito de la vida y la naturaleza. Los puntos de vista del poeta en cuanto a la vida en todas sus manifestaciones son tan diversos como las concepciones del pensador de estos fenómenos diversos; y el pensador encuentra en la realidad mucho más que belleza, lo sublime o lo cómico. No todo lo penoso alcanza el punto de ser tragedia; no todo lo feliz llega a ser gracioso o cómico. Que el contenido de la poesía no se acaba en los bien conocidos tres elementos se puede ver fácilmente en el hecho que las obras poéticas ya no calzan en el marco de las subdivisiones antiguas. La poesía dramática denota no solamente lo trágico o lo cómico se prueba en el hecho que aparte de las comedias y las tragedias, el drama también tuvo que aparecer. La épica, que pertenece mayormente a lo sublime, ha sido reemplazada por la novela con sus categorías innumerables. Es imposible encontrar algún acápite que pueda indicar el carácter de su contenido entre las viejas subdivisiones para la mayoría de los poemas líricos; cientos de acápites no bastarían, por lo que tres ciertamente no son suficientes para reunirlos a todos (hablamos del carácter del contenido y no de la forma, que siempre debe ser bella).
La manera más simple de resolver este enigma sería decir que la esfera del arte no está limitada solamente a la belleza y a sus supuestos momentos, sino que incluye todo en la realidad (en la naturaleza y en la vida) que es de interés para el hombre, no como un académico sino como un ser humano común; que es de interés común en la vida –tal como es el contenido del arte. Lo bello, lo trágico y lo cómico son solamente los más determinantes de entre miles de elementos sobre los que depende el interés vital y, enumerarlos a todos significaría enumerar todos los sentimientos y aspiraciones que agitan el corazón humano.
Es escasamente necesario aducir más pruebas detalladas de lo correcto de nuestro concepto del arte porque a pesar de que hay otra definición más estrecha del contenido que se ofrece en estética, porque en verdad, nuestra visión predomina; es decir, entre los mismos artistas y poetas. Constantemente encuentra expresión en la literatura y la vida. Si se piensa que es necesario definir lo bello como lo más importante o, para ser más exacto, el único contenido esencial del arte, la razón real de esto es que vagamente se ve la distinción entre la belleza como objeto del arte y la belleza de la forma, que es sin duda una calidad de cada obra de arte. Pero esta belleza formal o unidad de la idea e imagen, de contenido y forma, no es la característica especial que distingue el arte de otras ramas de la actividad humana. En la actuación, el hombre siempre tiene una mira que constituye la esencia de su acción. El valor del acto mismo se juzga por el grado al cual se conforma al objetivo en que queremos que sea realizado. Todos los actos de la humanidad se juzgan por el grado de perfección lograda en su ejecución. Esta es una ley general para la artesanía, para la industria, para la actividad científica, etc. Esto vale para las obras de arte: el artista (conciente o inconscientemente, no vale la diferencia) trata de reproducir un cierto aspecto de la vida para nosotros; resulta evidente que los méritos de su trabajo dependerán de cómo ha hecho su trabajo. “Una obra de arte se esfuerza para lograr la armonía de idea e imagen” ni más ni menos que lo hace la artesanía del zapatero, calígrafo, ingeniero, la determinación moral. “El arte debe estar bien hecho” –tal es el significado de la frase “armonía entre idea e imagen”. ...
Ya hemos planteado que la palabra importante en esta frase es “imagen” –nos dice que el arte expresa una idea no por medio de conceptos abstractos, sino por medio de un hecho vivo, individual. Cuando decimos que el arte es la reproducción de la naturaleza y la vida, estamos diciendo la misma cosa: en la naturaleza y en la vida no hay seres abstractos; en ellos todo es concreto. Cuanto sea posible, una reproducción preservar la esencia de la cosa reproducida; por tanto, una obra de arte debe contener lo más poco posible de lo abstracto; en él todo debe ser, tanto como sea posible, expresado concretamente en escenas vivas y en imágenes individuales...
La confusión de la forma como una calidad esencial de una obra de arte, y la belleza como uno de los numerosos objetos del arte ha sido una de las causas de los tristes abusos en el arte. “El objeto del arte es la belleza”, la belleza a todo costo, el arte no tiene otro contenido. ¿Qué es la cosa más bella en el mundo? En la vida humana –belleza y amor; en la naturaleza es difícil decidir- hay tanta belleza en ella. Por tanto, se necesita, apropiada e inapropiadamente, llenar las obras poéticas con descripciones de la naturaleza: mientras más haya de esto, más belleza –hay en nuestro trabajo...
Una dilatación inapropiada de la belleza de la naturaleza no es tan dañina a una obra de arte; se la puede esquivar, porque se le agrega en una forma externa; pero ¿qué se debe hacer con una trama de amor? No se le puede olvidar ya que es la base donde todo lo demás está amarrado con nudos gordianos; si ello todo pierde la coherencia y el significado. Aparte del hecho que una amante pareja, sufriente o triunfante, hace miles de trabajos escalofriantemente monótonos, aparte del hecho que las vicisitudes de su amor y las descripciones de belleza que hace el autor no dejan espacio para detalles esenciales, este hábito de mostrar amor, amor, eternamente el amor hace a los poetas que se olviden que la vida tiene otros aspectos que son más interesantes para la humanidad en general. Toda la poesía, toda la vida mostrada en ella toma un tipo de tonalidad rosa sentimental; en vez de seriamente mostrar la vida humana, una gran cantidad de obras representan una excesivamente joven (para evitar el uso de epítetos más exactos) visión de la vida, y el poeta generalmente aparece ser un tipo muy joven cuyas historias interesan solamente a la gente de la misma moral o edad fisiológica como él. Finalmente, esto degrada al arte ante los ojos de la gente que ha emergido del celestial período de la juventud temprana. El arte parece ser un pasatiempo demasiado sentimentalmente enfermo para los adultos y no sin sus peligros para la gente joven. Ciertamente no creemos que al poeta se le debería prohibir el describir amor; pero la estética debe exigir que describa el amor solamente cuando realmente lo quiera hacer...
El amor, apropiada o inapropiadamente –este es el primer daño que se le hace al arte por la idea que el contenido del arte es la belleza. El segundo, cercanamente conectado con el primero, es la artificialidad. En nuestros tiempos, la gente se ríe ante Racine y Madame Deshoulieres, pero hay dudas de que si el arte moderno los ha dejado muy atrás en cuanto a simpleza, naturalidad en los resortes de acción y naturaleza genuina de diálogo. La división del dramatis personae [personaje dramático] a héroes y villanos hasta el día de hoy puede aplicarse a las obras de arte en la categoría patética. ¡Cómo hablan estas personas tan coherentemente, fácilmente, elocuentemente! Los monólogos y diálogos en las novelas modernas no son menos tiesos que los monólogos de las tragedias clásicas. “Todo en las obras de arte debe estar vestido en belleza”, y una de las condiciones de la belleza es que todos los detalles deben nacer de la trama: por lo a que los personajes de la novela y obras de teatro se les dé planes de acción tan profundamente bien pensados como las personas de la vida real raramente son. Y si uno de estos personajes hace una acción instintiva y sin pensar, el autor debe considerar necesario justificarlo sobre la base de la esencia de la personalidad del personaje y los críticos ven con disgusto el hecho que “la acción no tuvo motivo” – y si una acción está siempre motivada por el personaje individual y no por las circunstancias y las características generales del corazón humano... Permítannos, sin embargo, volver al asunto del propósito esencial del arte.
El propósito primero y general de todas las obras de arte, hemos dicho, es reproducir fenómenos de la vida real que son de interés a la humanidad. Por supuesto, por vida real queremos decir no solamente la relación del hombre con los objetos y seres del mundo objetivo, sino también con su vida interior. A veces el hombre vive en un ensueño –en ese caso el ensueño para él significa algo objetivo (hasta cierto punto y por algún tiempo). Más común es que el hombre vive en el mundo de sus emociones. Estos estados, si llegasen a ser interesantes, también los reproduce el arte. Mencionamos esto para mostrar que nuestra definición también integra el contenido imaginativo del arte.
Pero anteriormente hemos dicho que el arte tiene otro propósito aparte de la reproducción, es decir, explicar la vida. Todas las artes pueden hacer esto hasta cierto punto: generalmente se hace suficiente llamar la atención a un objeto (el arte siempre lo hace) para poder explicar su importancia o permitir que la gente entienda mejor a la vida. En este sentido, el arte no se diferencia de un discurso sobre un objeto; la única diferencia aquí es que el arte logra su propósito mucho mejor que un discurso, especialmente un discurso culto; para nosotros es más fácil relacionarnos con un objeto, comenzamos a interesarnos en él mucho más rápidamente cuando se nos representa en forma viva que cuando se nos da una referencia seca de aquel. Las novelas de Fenimore Cooper han hecho más para que la sociedad conozca las vidas de los salvajes que las narrativas etnográficas sobre la importancia de estudiar este sujeto.
Pero mientras todas las artes puedan indicar objetos nuevos y diferentes, la poesía siempre indica las características esenciales de un objeto pronunciada y claramente. La pintura reproduce un objeto en todos sus detalles y la escultura hace lo mismo. Pero la poesía no puede dar una cantidad excesiva de detalle y se ve obligada a dejar una gran cantidad fuera de la imagen, nos hace enfocar nuestra atención sobre las características retenidas. Esto se entiende como la ventaja que tienen las escenas poéticas sobre la realidad; pero cada una de las palabras hace lo mismo al objeto que denota. En la palabra (concepto), también, todas las cosas incidentales se dejan de lado y solamente se retienen las características esenciales del objeto. Para la mente sin experiencia, la palabra que denota un objeto puede ser más clara que el objeto mismo, pero esta claridad es solamente un empobrecimiento... Un objeto o acontecimiento puede ser más entendible en un trabajo poético que en la realidad, pero el único mérito que reconocemos en ello es la referencia clara y vívida de la realidad; no le agregamos significado independiente a aquello como algo que pudiese completar la riqueza de la vida real. No podemos refrenarnos de agregar que cada narrativa en prosa hace lo mismo que la poesía. La concentración de la atención sobre las características esenciales de un objeto no es la característica distintiva de la poesía, sino la característica común de todo discurso racional.
El propósito esencial del arte es reproducir lo que es de interés a la humanidad en la vida real. Pero, estando interesado en el fenómeno de la vida, el hombre no puede sino pronunciar juicio sobre ellos, conciente o inconscientemente. El poeta o el artista no puede dejar de ser humano y a pesar de ello no puede, aunque lo desee, abstenerse de pronunciar juicio sobre el fenómeno que muestra. Este juicio está expresado en su trabajo –este es otro de los propósitos del arte, lo que lo coloca entre las actividades morales de la humanidad.
Hay hombres cuyo juicio del fenómeno de la vida consiste casi exclusivamente en que traicionan una inclinación a algunos aspectos de la realidad y evitan otros: Estos son hombres cuya actividad mental es débil. El trabajo de tal hombre –poeta o artista- no tiene otro propósito que reproducir su lado favorito de la vida. Pero si un hombre cuya actividad mental se ve poderosamente estimulada por temas nacidos de la observación de la vida está dotado de talento artística, en sus trabajos se esforzará conciente o inconscientemente a pronunciar un juicio vivo del fenómeno que le interesa (e interesa a sus contemporáneos, porque un hombre pensante no puede pensar en problemas insignificantes que no le interesan a nadie sino a sí mismo). En el hombre pensante, sus pinturas, novelas, poemas y obras de teatro presentarán o resolverán problemas que nacen de nuestra vida; sus obras serán ensayos sobre temas presentados por la vida. Esta tendencia puede encontrar expresión en todas las artes (en la pintura, por ejemplo, podemos indicar las pinturas de la vida social y escenas históricas), pero se está desarrollando principalmente en la poesía, que nos provee la más amplia oportunidad de expresar una idea exacta. En tal caso, el artista se convierte en un pensador, y las obras de arte, aunque se mantienen en la esfera del arte, adquieren una importancia científica. Resulta evidente que en cuanto a esto no hay nada que corresponda a la obra de arte en la realidad –pero esto solamente vale con relación a su forma. Con respecto al contenido, con respecto a los problemas presentados o resueltos por el arte, todos se encuentran en la vida real, solamente les falta la premeditación, sin arrière-pensée [segundas intenciones].
Supongamos que la obra de arte desarrolla la idea que salirse temporalmente de la senda verdadera no condenará una naturaleza fuerte o que un extremo conduce a otro, o que muestra al hombre en conflicto con sí mismo; o muestra, si fuese así, el conflicto entre pasiones y aspiraciones condescendientes (apuntamos a diferentes ideas que hemos distinguido en Fausto) -¿no entrega la vida real casos donde se desarrolla la misma situación? ¿No se obtiene la alta sabiduría de la observación de la vida? ¿No es la ciencia una simple abstracción de la vida, la colocación de la vida en una fórmula? Todo lo que la ciencia y el arte expresan se encuentran en la vida y se encuentra en la forma más plena y en la forma más perfecta, con todos sus detalles vivos –los detalles que usualmente contienen el verdadero significado del problema y que generalmente la ciencia y el arte no entienden y que, aún más frecuentemente, no los pueden abarcar. En los acontecimientos de la vida real todo es verdad, nada queda sin observar, no existe esa visión unilateral, estrecha que sufren todos los trabajos del hombre. Como instrucción, como aprendizaje, la vida es más plena, verdadera, y aún más artística que todas las obras de los académicos y los poetas. Pero la vida no se preocupa por explicarnos fenómenos, no se preocupa en deducir axiomas. Esto se hace en las obras de la ciencia y del arte. Es verdad, las deducciones son incompletas, las ideas son unilaterales comparadas con lo que representa la vida; pero los genios las han creado para nosotros; sin su ayuda nuestras deducciones serían aún más unilaterales e insuficientes.
La ciencia y el arte (poesía) son manuales para aquellos que empiezan a estudiar la vida: su propósito es preparar al estudiante a leer las fuentes originales y más tarde para servirles, de cuando en cuando, de libros de referencia. A la ciencia nunca se le ocurre ocultar eso; tampoco se les ocurre a los poetas esconder esto en sus comentarios sobre el objetivo de sus trabajos. Solamente la estética persiste en afirmar que el arte es superior a la vida y la realidad.
Al conectar todo lo que se ha dicho se nos da la interpretación siguiente del arte: El propósito esencial del arte es reproducir todo lo que es de interés al hombre en la vida: Por lo común, especialmente en obras poéticas, la explicación de la vida, el juicio de sus fenómenos, también aparece en escena.
La relación del arte a la vida es la misma que la de la historia; la única diferencia de contenido es que la historia, en su descripción de la vida de la humanidad, se preocupa de la verdad fáctica, mientras que el arte nos narra sobre las vidas de los hombres donde el lugar de la verdad factual lo toma el apegamiento a la verdad psicológica y moral. La primera función de la historia es reproducir la vida; la segunda, que no la hacen todos los historiadores, es explicarla. Al errar en no hacer la segunda función, el historiador queda como un mero cronista y sus trabajos solamente sirven de material para el verdadero historiador o como material de lectura para satisfacer la curiosidad. Al hacer la segunda función, el historiador se transforma en un pensador y, como consecuencia, su trabajo adquiere mérito científico. Exactamente lo mismo se debe decir acerca del arte. La historia no trata de competir con la vida histórica real; admite que las imágenes que pinta son débiles, incompletas, más o menos incorrectas o por lo menos unilaterales. La estética debe admitir que el arte, también y por las mismas razones, ni siquiera puede pensar en compararse con la realidad y menos en sobrepasarla en belleza...
La defensa de la realidad contra la fantasía, el intento de probar que las obras de arte pueden tolerar una comparación con la vida real es imposible –esa es la esencia de este ensayo. ¿Pero no degrada el arte lo que dice el autor? Si, si mostrar que el arte es inferior a la vida real en la perfección artística de sus trabajos significa degradar al arte. Pero el protestar en contra de los panegíricos no significa desacuerdo. La ciencia no propone ser mejor que la realidad, pero no le da nada para sentirse avergonzada. El arte tampoco debe proponer que es mejor que la realidad; aquello no lo degradaría. La ciencia no se avergüenza al decir que su objetivo es entender y explicar la realidad y luego usar esta explicación para el beneficio humano. Que el arte no se avergüence de admitir que su mira es compensar al hombre en caso que no tenga la oportunidad de gozar el placer estético pleno que le entrega la realidad al reproducir esta preciosa realidad tanto como sea posible y al explicarla para su beneficio. Dejemos que el arte se contente con su exquisita y elevada misión de ser un sustituto de la realidad en caso esté ausente y de ser un manual de la vida para la humanidad.
La realidad se presenta más alta que los sueños y los propósitos esenciales se presentan más elevadamente que las declaraciones fantásticas.