Escrito: 1985
Esta edición: Marxists Internet Archive, julio de 2012. Publicado originalmente en francés en Cahiers Léon Trotsky nº 23 (1985)
Traducción: Rossana Cortéz.
Digitalización: Martin Fahlgren, 2012.
Al publicar, hace algunos años, textos de Trotsky sobre la segunda guerra mundial[1] , Daniel Guérin los presentaba con un prefacio que le iba a costar la crítica de los órganos de los diferentes grupos que se reclamaban entonces del trotskismo. Lo acusaban, sobre todo, de haber deformado el pensamiento de Trotsky, cortando arbitrariamente sus textos, distorsionando su pensamiento, si no hacia el socialpatriotismo, por lo menos hacia el antifascismo, y de haberse dejado arrastrar a hacer de Trotsky un “patriota soviético”, para quien la necesidad de “la defensa de la URSS” habría primado frente a cualquier otra consideración en la apreciación de la guerra.[2]
La preparación de los volúmenes 20 a 24 de las Œuvres, me han llevado a trabajar en los textos completos de los documentos reproducidos por Daniel Guérin. Además, la apertura de la sección cerrada en Harvard nos ha dado acceso a muchos documentos que, en su conjunto, nos permiten presentar hoy una interpretación del pensamiento de Trotsky que no es la versión de Guérin ni la de los militantes que han defendido contra él una “ortodoxia” calcada de la actitud de los bolcheviques durante la primera guerra, con el atraso de una guerra y muy hacia atrás del pensamiento de Trotsky tal como se expresaba luego de los primeros éxitos hitlerianos de 1940.
Por supuesto, Trotsky comprende perfectamente lo que la guerra y su cortejo de destrucción significan para la civilización humana. Pero, en la primavera de 1940, el vino de la guerra había sido descorchado y había que beberlo. Trotsky ya no estaba solamente preparado para plantear la revolución como un medio de escapar a la guerra. Esta guerra ha comenzado y nada, a partir de este momento, podía salvar a la humanidad de ella. Trotsky entrevé allí el gigantesco crisol del que nacerá, en medio de sufrimientos indecibles, la ola revolucionaria en el seno de la que se dibujarán las nuevas etapas de la revolución mundial. Lo dice claramente en un fragmento de un artículo, interrumpido el 20 de agosto, conocido por Daniel Guérin, quien no lo ha recordado, sin duda, por no haber captado el alcance del mismo:
“La guerra actual, lo hemos dicho más de una vez, no es más que la continuación de la última guerra. Pero continuación no es repetición. En regla general, una continuación significa un desarrollo, una profundización, un agudizamiento. Nuestra política, la política del proletariado revolucionario con respecto a la segunda guerra imperialista, es una continuación de la política elaborada durante la primera guerra imperialista, ante todo bajo la dirección de Lenin. Pero continuación no significa repetición. En este caso también, una continuación es un desarrollo, una profundización, un agudizamiento”.[3]
A continuación desarrolla lo que constituye – según su opinión – una diferencia de desarrollo, cuantitativa y no cualitativa, entre la política de los revolucionarios en una y otra guerra.
“En el curso de la última guerra, no sólo el proletariado en su conjunto, sino también su vanguardia, y en cierta medida, la vanguardia de la vanguardia fueron tomados desprevenidos; la elaboración de los principios de la política revolucionaria frente a la guerra comenzó en una época en que la guerra ya hacía estragos y en que el aparato militar ejercía una dominación absoluta”.[4]
En el transcurso de la primera guerra, la perspectiva de la revolución aparecía lejana, incluso para Lenin, que sostenía que sólo las futuras generaciones la verían. Trotsky recuerda:
“Antes e incluso después de la revolución de febrero, los elementos revolucionarios no se veían a sí mismos como contendientes por el poder, sino como la oposición de extrema izquierda”.[5]
La lucha por la independencia del proletariado, el rechazo de la “paz civil” y la necesidad de la lucha de clase del proletariado, eran entonces, en 1914–1918, las tareas principales, en el fondo, defensivas:
“La atención del ala revolucionaria estaba centrada en la cuestión de la defensa de la patria capitalista. Los revolucionarios, naturalmente, respondían negativamente a esta cuestión. Esto era totalmente correcto. Pero mientras que esta respuesta negativa servía de base para la propaganda y para la formación de cuadros, no podía ganar a las masas que no querían un conquistador extranjero.” [6]
Recordando que es en el curso de siete meses que los bolcheviques lograron conquistar, en Rusia, a la clase obrera y a la mayoría del pueblo, Trotsky destaca que este éxito no se dio como resultado de su negativa a defender la patria burguesa, sino a las aspiraciones de las masas a las que los bolcheviques habían sabido dar una respuesta positiva:
“El papel decisivo en esta conquista no fue desempeñado por el rechazo a defender la patria burguesa, sino por la consigna “Todo el poder a los soviets”. ¡Y solamente por esta consigna revolucionaria! La crítica al imperialismo, a su militarismo, la renuncia a la defensa de la democracia burguesa, etc., no hubieran ganado nunca la aplastante mayoría del pueblo para los bolcheviques”.[7]
La diferencia entre la primera y la segunda guerra está, para él, tanto en la situación objetiva, el agravamiento del estancamiento del imperialismo, como en la experiencia mundial acumulada por la clase obrera. Junto a estos factores, los sufrimientos y las miserias de la guerra ponían a la orden del día la toma del poder por el proletariado. Trotsky es categórico:
“Es esta perspectiva la que debe estar en la base de nuestra agitación. No se trata simplemente de tener una posición acerca del militarismo capitalista y sobre el rechazo a defender el estado burgués, sino de la preparación directa para la toma del poder y la defensa de la patria socialista”...[8]
En realidad, cuando Trotsky fue asesinado el 20 de agosto de 1940, los elementos esenciales de la segunda fase de la segunda guerra mundial recién habían aflorado después del hundimiento del ejército francés – “no un simple episodio”, escribe, sino una parte integrante de “la catástrofe europea”. Es en las notas sobre la guerra y la URSS, redactadas en la primavera y que se encuentran en el tomo 23, en entrevistas y artículos, y sobre todo, en fragmentos de “Bonapartismo, fascismo, y guerra”, que están en el tomo 24, en donde se encuentran los elementos que nos permiten comprender las líneas directrices de la concepción que Trotsky se estaba formando de la guerra, la cual él comenzó a forjarse, al mismo tiempo que bosquejaba la dirección que tomarían las fuerzas revolucionarias, que no harían más que surgir de ella.
Daniel Guérin lo había señalado con vigor. La idea que Trotsky se hacía de la guerra por venir es notablemente exacta y precisa. En el momento en que los hombres que han estado allegados a él parecen resignarse a décadas de dominio nazi en Europa, él prevé, con toda simplicidad y seguridad, la guerra entre Alemania y EE.UU., “por la hegemonía mundial”, pero también el carácter efímero del pacto nazi-soviético y la próxima alianza entre la URSS y las “democracias”, la orientación de la expansión japonesa que trataba de evitar el choque con la URSS, y muchos otros rasgos que incluso pasaron desapercibidos para los estrategas y los observadores reconocidos. Daniel Guérin vio correctamente todo esto. Sin embargo, no puede acceder a lo que constituye el corazón del pensamiento de Trotsky, al reducir los análisis sólo esbozados, y sobre todo, su anticipación del movimiento revolucionario durante la guerra, a lo que él llama “la ardiente convicción subjetiva (de Trotsky) de que esta guerra terminaría con la victoria de la revolución mundial”, “punto erróneo”, escribe, “sobre el que el extra lúcido cayó en falta”.[9] Así, los hallazgos de Guérin, y sin duda, involuntariamente, algunos de los cortes en los textos, lo llevaron a vestir a Trotsky con el hábito de profeta, incluso de adivino de la estrategia militar, haciendo desaparecer su perspectiva revolucionaria. ¡Imagen deformada, porque el mismo Guérin no recuerda las previsiones de Trotsky sobre las vías de la revolución! Sin embargo, seamos justos: en este terreno, Trotsky no ha hecho más que entrever e indicar con el dedo. No ha explicado ni desarrollado. Los defensores de la concepción “arcaica” concebida como una ortodoxia, generalmente han ignorado estas indicaciones y – algunas reacciones a los análisis de Guérin lo muestran – continúan ignorándolas, cuando miran hacia atrás, al considerar ese bloque de historia que, para ellos, es ahora esta guerra.
Por esto quisiera, en este artículo, esforzarme primero por poner de relieve las grandes líneas de la visión de Trotsky sobre la segunda guerra. Una visión que, lo destaco, cubre tanto los aspectos esenciales del conflicto, como algunos de la inmediata pos guerra, que ignoraremos aquí, por ejemplo, los análisis de las transformaciones efectuadas por la burocracia soviética en Polonia* y pensadas por ella en Finlandia en 1939**, estos fueron los cimientos de una teoría de la constitución de los estados burocráticos satélites en la esfera de influencia de la URSS (más tarde llamado el glacis), que se encuentran en los textos de debate interno del SWP en 1939-1940 sobre la “naturaleza de la URSS”.
Trotsky vio lo que iba a ser la Europa parda, bajo la bota nazi, no por mil años, decía con seguridad, por diez años a lo sumo. Sobre todo, tomó nota de la significación que tenían, para las masas obreras de Europa, las formidables conquistas realizadas por el ejército alemán bajo la dirección de los nazis:
“Las masas obreras tienen por Hitler un odio visceral mezclado con sentimientos de clase confusos: odian a los bandoleros victoriosos”.[10]
Según él, éste es el aspecto positivo sobre el que debe apoyarse en EE.UU. el trabajo de preparación revolucionaria; es a partir de la constatación de este movimiento ineluctable, que desarrolló frente a sus camaradas del SWP, un poco desconcertados, la idea de que hay que exigir que haya oficiales obreros en el ejército, que hay que exigir la formación militar de todos los trabajadores bajo control sindical, que hay que prever las nuevas formas de trabajo político en una “sociedad militarizada”. Estas reivindicaciones de militarización y de control –la independencia política por medio de las armas– van a la par de la consignas agitativas: ‘’Para explicar a los millones de obreros norteamericanos que la defensa de su ‘’democracia’’ no puede quedar en manos de un mariscal Pétain norteamericano’’:
“Ustedes, trabajadores, quieren defender y mejorar la democracia. Nosotros, miembros de la Cuarta Internacional, queremos ir más allá. Sin embargo, estamos listos para defender la democracia con ustedes, sólo con la condición de que sea una defensa real y no una traición a la manera de Petain.”[11]
Los intérpretes “ortodoxos” del pensamiento de Trotsky han visto aquí una simple táctica, una astucia, un artificio destinado a desenmascarar a la burguesía y a demostrar que en realidad, ella le teme más a la clase obrera que a los fascistas de dentro o de fuera. El argumento no resiste un examen serio: ¿cómo conciliar, aún en el plano más abstracto, la fórmula “no a la manera de Pétain” con cierta concepción vulgar de “derrotismo” que nunca fue la de Trotsky?
Hay más. En sus discusiones con los camaradas del SWP, Trotsky no vacila en plantear el problema de la “militarización” del partido, de tomar distancia, sin miramientos, de las actitudes “pacifistas” a las que condena con fuerza. Proclama finalmente la necesidad, de sus camaradas y de todos los revolucionarios, de hacerse “militaristas” – él precisa “militaristas socialistas revolucionarios proletarios”[12] –. Deben hacerse “militaristas”, porque la perspectiva de la humanidad es la de la sociedad militarizada y la de la lucha armada. Los socialistas revolucionarios proletarios deben volverse militaristas, porque la suerte de la humanidad va a decidirse con las armas en la mano, porque la humanidad entró en la segunda guerra mundial, porque pronto deben disponerse a disputar el poder a la clase enemiga con las armas en la mano y no se prepararán para ello más que estando allí donde están las masas. Tal es la convicción de Trotsky.
Se basa en una previsión concreta del movimiento de masas, en primer lugar, de Europa. En un artículo del 30 de junio de 1940, Trotsky traza ya para Europa una perspectiva de desarrollo que pasa por la sublevación de las masas contra el ocupante. Escribe:
“En los países vencidos, la situación de las masas se agravará inmediatamente. A la opresión social se agrega la opresión nacional, cuya carga principal es soportada por los obreros. De todas las formas de dictadura, la dictadura totalitaria de un conquistador extranjero es la más intolerable”.[13]
¿Se puede dudar que Trotsky coloca a los revolucionarios junto a los que son oprimidos social y nacionalmente, a los que juzgan “intolerable” la “dictadura totalitaria” de un “conquistador extranjero”? Consciente de que los nazis buscan explotar el aparato industrial y los recursos naturales de los países ocupados y vencidos, y de que esta sobreexplotación será sinónimo de pauperización, prevé una resistencia obrera y campesina y comenta:
“Es imposible colocar un soldado armado cerca de cada obrero y campesino polaco, noruego, danés, holandés, francés”.[14]
Para Trotsky, la dominación de Hitler en Europa va a provocar una sublevación general de los pueblos:
“Se puede esperar con certeza la transformación rápida de todos los países conquistados en polvorines. El peligro consiste, más bien, en que las explosiones se produzcan demasiado temprano, sin preparación suficiente y que conduzcan a derrotas aisladas. Sin embargo, es imposible hablar de revolución europea y mundial sin tomar en cuenta las derrotas parciales.”[15]
La amenaza que pende sobre Hitler es la de la “revolución proletaria en todas las regiones de Europa”. Trotsky prevé “el empobrecimiento y la desesperanza de las masas laboriosas [...] sus intentos de resistencia y de protesta, primero velados y luego, cada vez más abiertos y audaces”, contra los que los ejércitos de ocupación deberán actuar como “pacificadores” y opresores, lo que provocará su desmoralización, y llegado el momento, su descomposición.[16]
Frente a la Comisión Dewey en Coyoacán, Trotsky había distinguido entre la actitud a observar en un país imperialista en guerra con la URSS, y en un país imperialista aliado a ella.[17] En el primero, el objetivo inmediato es la desorganización de toda la maquinaria, en primer lugar, la militar. En el segundo, el objetivo es la oposición política a la burguesía, la preparación de la revolución proletaria. Con el ataque a la URSS por la Wehrmacht, también es claro que, en toda la Europa ocupada, a la resistencia armada contra la opresión nacional y social, se agrega entonces la necesidad de desorganizar y de golpear la maquinaria militar alemana, lo que implica, evidentemente en gran parte, la lucha armada.
Sin embargo, para comprender al menos algunos de los aspectos de la crítica que llamamos “ortodoxa”, podemos recordar aquí que en 1937, Vereeken y algunos de sus amigos políticos habían acusado a Trotsky de renegar a los principios, abandonando, en caso de guerra, el “derrotismo” en un país aliado a la URSS, bajo el pretexto de la “defensa de la URSS”. Se encuentra la misma inspiración en la crítica hecha por el español Grandizo Munis a la política de defensa de Cannon* y del SWP en el proceso de Mineápolis. La historia política de la IV Internacional durante la segunda guerra mundial ciertamente demuestra el vigor de la corriente, sectaria y conservadora a la vez, que bajo el color de la “ortodoxia”, se confinaba a veces a posiciones pacifistas, considerando a la lucha armada, por el sólo hecho de serlo, como una participación en la beligerancia y la unión sagrada, y una “aceptación” de la guerra.
Está, por supuesto, totalmente fuera de discusión considerar que la política pregonada por Trotsky revelaría la influencia de su “patriotismo soviético”: esto está suficientemente explicado en “la defensa de la URSS” como para que se pueda tomar seriamente semejante interpretación. Tampoco hay, en sus análisis ni en sus consignas, la menor concesión al social patriotismo o a la defensa nacional en los países imperialistas. Simplemente, como lo dice con fuerza: “Toda confusión con los pacifistas es cien veces más peligrosa que la confusión temporaria con los militaristas burgueses”. El Manifiesto de la Conferencia Internacional de mayo de 1940 es, como lo señala Daniel Guérin, “ese texto, que expresa con fuerza y convicción las circunstancias fundamentales del internacionalismo proletario”.[18] Su conclusión, que sigue al llamado a que los obreros aprendan el “arte militar”, no deja ninguna duda a ese respecto:
“Al mismo tiempo, no olvidemos ni por un solo instante que esta guerra no es nuestra guerra [...] La IV Internacional edifica su política no sobre la fortuna de las armas de los estados capitalistas, sino sobre la transformación de la guerra internacional en guerra civil, una guerra de los obreros contra los capitalistas, sobre el derrocamiento de las clases dominantes en todos los países, sobre la revolución socialista mundial”.[19]
Entonces, la cuestión para Trotsky es la revolución, la forma que va a revestir el movimiento revolucionario desarrollado por la guerra y la crisis del mundo capitalista que ésta expresa y exacerba a la vez, y que crea las condiciones de la lucha de los trabajadores por el poder. Y esta lucha, durante la guerra y en el marco de la militarización de la sociedad, no puede ser imaginada – salvo por incorregibles soñadores o por sectarios, sin ligazón concreta con el combate político – bajo una forma que no fuera, en gran medida, la de una lucha de clases armada, la de una guerra de clases. La nueva arena, en donde habrá que vencer a los militaristas, exige la militarización de los trabajadores y de los revolucionarios.
Varias observaciones se imponen a quienes quieren verificar en la guerra la perspectiva esbozada por Trotsky en 1940. Primero, los diferentes partidos comunistas, por el hecho de que la línea de “defensa de la URSS” los ha transformado, a partir de 1941, en “activistas de la Resistencia”, han logrado imponer la ilusión de que tenían el monopolio de la lucha armada, con la que se esfuerzan a posteriori en identificar su política. Sin embargo, a partir de un cierto desarrollo de la lucha armada, precisamente, la defensa de la URSS, tal como es concebida en Moscú, ya no pasa por las operaciones de sabotaje o las acciones de los partisanos contra la maquinaria militar alemana. Se convierte en una lucha política, directa o indirecta, y, si fuese necesario, en una represión de tipo policial contra el mismo movimiento de masas cuando este último – es casi siempre el caso – arriesga comprometer los acuerdos entre la URSS y sus aliados, y cuestionar la repartición de las esferas de influencia o, más grave aún, desencadenar una revolución que ni Stalin, ni Churchill ni Roosevelt quieren más que Hitler, y que están decididos, de todas maneras, a aplastar, si este último no se ha encargado de ello antes.
Toda Europa ha sufrido la ocupación alemana y, en grados diversos, no sólo la opresión nacional que sufre todo país ocupado por un ejército extranjero, sino también el pillaje sistemático que ha sumergido a muchos en la hambruna y a todos en la penuria. Así, están creadas las condiciones de un ascenso revolucionario que se ha manifestado, en primer lugar y con mayor fuerza, en los eslabones más débiles de la cadena imperialista en Europa. Frente a este riesgo, las válvulas de seguridad emplazadas por el aparato stalinista no tuvieron tampoco la misma eficacia, en función de las relaciones anteriores entre partidos y masas, incluso en función de circunstancias históricas de orden accidental. El movimiento continuó, sin embargo, con sus contradicciones.
Trataremos de ver qué verificación general de las perspectivas de Trotsky puede encontrarse en el caso en que la revolución se produjo, y la cual a través de su propio desarrollo y en la medida en que pudo, por sus propios medios, desbordó el control del movimiento comunista oficial, pero sin contar con una dirección alternativa a aquélla que los entregó a la represión de los Aliados, una vez que el imperialismo alemán se derrumbó. A este respecto, el ejemplo griego nos parece uno de los más útiles.
Intentaremos poner a prueba las concepciones de Trotsky frente a la segunda guerra mundial a través de dos aspectos de la misma: el menos conocido, que fue la revuelta de los soldados y de los marinos del ejército griego de Medio Oriente, y la resistencia armada en el territorio griego, hasta que fue aplastada por el ejército británico, en diciembre de 1944 por orden personal de Winston Churchill, quien denunciaba a ésta como “el trotskismo abierto y triunfante”.
Una de las particularidades de Grecia – que también la tienen los países vecinos, como Yugoslavia e Italia – es que estaba antes de la guerra, desde 1936, bajo la dominación del “régimen del 4 de agosto”, la sangrienta dictadura militar-fascista del general Metaxas y del rey Jorge II, que había golpeado muy duramente al movimiento obrero, apresando o internando en las prisiones de las islas a sus dirigentes y cuadros, ahogando al PC griego en una clandestinidad precaria que volvía intermitente y frágil su relación con el “centro” de Moscú. Como sus camaradas de la vecina Yugoslavia, los comunistas griegos no “comprenden” cómo, una vez muerto Metaxas, su propio movimiento convierte en aliados democráticos a sus sucesores y a sus verdugos y hace de esto y de la restauración del rey ¡un objetivo de la lucha por la liberación de la humanidad! Así, al día siguiente de la agresión alemana, el PC griego lanzará la consigna de “asamblea constituyente”, abriendo ipso facto la “cuestión real”, ya que el rey, refugiado en Gran Bretaña, era el protegido de Winston Churchill: así, pone de entrada un obstáculo enorme en la vía de la “unión” entre la resistencia interna y el monarca exiliado, en la ruta de la política que le dicta la Internacional Comunista. Y cuando, a partir de 1942, el PC griego se decide a ocuparse de controlar y de centralizar la acción de los partisanos que se desarrolla, armas en mano, en las montañas, pero también en los suburbios de las ciudades, las comunicaciones se vuelven difíciles, no sólo entre Moscú y los dirigentes nacionales, sino entre estos últimos y los jefes de los combatientes, los andartes, estos Kapetanios, que en la acción, han dado los primeros ejemplos cediendo a la presión de los campesinos pobres y satisfaciendo sus reivindicaciones, lo que les permitía moverse como “peces en el agua”.
La resistencia griega, la del proletariado, de la pequeña burguesía, del campesinado, no surgió de la decisión de ninguna organización. Durante la noche del 30 al 31 de mayo de 1941, dos estudiantes, por fuera de todo marco organizativo, realizan una escalada a la Acrópolis para arrancar de ahí la cruz gamada, “acción de una audacia loca y de una espléndida espontaneidad” escribe André Kedros, y esto iba a convertirse en “el símbolo de insumisión griega”.[20] Más o menos en el mismo momento, después de la derrota del ejército regular, después de la desbandada frecuentemente organizada o provocada por los mismos oficiales, aparecieron las primeras bandas guerrilleras en el campo, armadas de fusiles y municiones recuperadas casi a discreción en los campos de batalla y los caminos donde el ejército había sido derrotado. En este país de tradición de lucha agraria, en donde el “bandido” ha sido durante mucho tiempo considerado el liberador y el defensor amado de los pobres, la aldea, como lo destaca de nuevo A. Kedros, “nutría grupos armados como un antídoto a la miseria y a las vejaciones”[21] que la ocupación engendra y multiplica. Se formaron, por todas partes, grupos minúsculos con diversos nombres – desde “sociedad mixta” a “grupos de asalto” – conformados por hombres que son reconocidos como jefes, jóvenes de temperamento combativo, o militantes veteranos evadidos de los campos de concentración de Metaxas durante la retirada.
Sin embargo, la dirección del PC griego, al comienzo, no se dedica a organizarlos, a centralizarlos y a desarrollarlos. Fiel a las consignas de Moscú, se da como primer objetivo la constitución de un “frente nacional” contra el invasor – es decir, por el momento, la formación de un bloque con las otras organizaciones políticas del país. No obstante, no llega a formarlo porque, a pesar de su buena voluntad, no pudo formular una política coherente sobre la cuestión de la monarquía – un punto muy sensible para su propia base, pero también para las fuerzas políticas ligadas a la burguesía y a los terratenientes, quienes no quieren ni pueden romper con la monarquía y con su protector británico.
El EAM – Frente Nacional de Liberación – se fundó en septiembre de 1941, pero es nada más que una organización que lleva ese nombre y no el frente nacional esperado: junto al PC griego, hay únicamente minúsculas formaciones socialistas, dos organizaciones “democráticas” también pequeñas, y los sindicatos. El EAM rechaza todo basamento para la lucha que no sea nacional, se niega a encarar la liberación “social”, se dirige a “la nación” sin distinción de clases, pone el acento en las adhesiones que vienen de las capas superiores de la sociedad, hace silencio respecto de las reivindicaciones obreras.
Esta voluntad de mantener unida a la “nación” contra el invasor – mientras que ésta no lo estaba – de callar las fuentes de clase de la oposición popular al ocupante y a sus colaboradores de la burguesía griega, sin embargo, no llega a impedirle a los trabajadores y a las capas más pobres que se hagan cargo del marco de organización que el PC griego propone y que van a utilizar instintivamente para satisfacer sus reivindicaciones: el flujo de combatientes da un carácter de clase a este EAM, que se esfuerza en rechazarlo con encarnizamiento. Son los trabajadores los que se manifiestan por miles en el primer aniversario del ataque italiano el 18 de octubre de 1941. En diciembre, los estudiantes se lanzan a la lucha. El 26 de enero de 1942 y luego el 17 de marzo, una categoría de pobres particularmente miserables, los mutilados de guerra, se movilizan por las calles, ayudados por los militantes clandestinos del Frente EAM vestidos de enfermeros. Y la organización se extiende y se perfecciona. El 15 de marzo de 1942, hay manifestaciones por reivindicaciones económicas en varias ciudades; en Atenas, éstas van seguidas de huelgas: las de 40.000 empleados públicos – en cuya dirección se encuentran militantes trotskistas – del 12 y 21 de abril, luego la de obreros de una fábrica de fertilizante del Pireo en agosto de ese año. En ese lapso, los campesinos del Peloponeso lograron una serie de reivindicaciones. Como el pueblo griego es “rojo”, como las masas se ponen en movimiento, el PC se decide a enviar a un puñado de militantes a organizar a los partisanos, los andartes, en el marco del Ejército Nacional de Liberación del Pueblo, las unidades militares del ELAS, brazo armado del EAM.
Un informe de la Abwehr alemana, de noviembre de 1942, señala la existencia, dentro del país, de distritos enteros que están “en manos de las bandas guerrilleras”, los que ejecutan a los traidores, distribuyen los granos que recogen mediante requisas forzadas, llaman a los aldeanos a designar libremente a las autoridades y a debatir democráticamente todos los problemas. La lucha de los andartes se vuelve, por la fuerza de los hechos, y por fuera de la voluntad de sus responsables políticos, un elemento de guerra de clase en el campo, quizás más social que nacional, aún cuando los partisanos del célebre Aris Veluchiotis toman parte en las espectaculares acciones de sabotaje de las vías de comunicación y de los medios de transporte, que desorganizan la maquinaria militar alemana. No podemos hacer aquí una historia del movimiento de masas en Grecia: el 22 de diciembre de 1942, hay 40.000 personas en huelga. Las manifestaciones y huelgas desencadenadas por el anuncio de la introducción del servicio de trabajo obligatorio en Alemania, y que se acrecientan desde el 24 de febrero al 5 de marzo de 1943, obtienen el resultado – único en Europa – del retiro del proyecto de servicio de trabajo obligatorio por parte de los alemanes. En 1943, la lucha armada no es de pequeños grupos, sino de verdaderas unidades militares que, llegadas a la región, son un punto de partida de la extensión de las “zonas liberadas”, y se acompañan con un verdadero “levantamiento de masas” del “pueblo en armas”. Kedros asegura: “La resistencia armada es asunto de toda la población”. En las ciudades, el movimiento de masas se revela indomable, hay una huelga general en Atenas, el 25 de junio de 1943, contra la ejecución de rehenes por parte de los nazis. La huelga de los tranviarios, a partir del 12 de junio, había llevado a la condena a muerte de 50 trabajadores de los tranvías, que la huelga general salva de la ejecución. En 1944, no sólo vastas zonas rurales han sido liberadas, sino que las fuerzas alemanas son sitiadas en las ciudades, que sólo dejan en convoyes protegidos. Alrededor de Atenas, en el “cinturón rojo”, los barrios obreros son bastiones del pueblo armado.
Durante este tiempo, los dirigentes del PCG que controlan el EAM y el ELAS, continúan sosteniendo que llevan una lucha puramente “nacional”, a la que niegan todo carácter de clase. No es este el punto de vista del gobierno griego en el exilio que protege Churchill. A partir de 1942, elementos de los cuerpos de oficiales – este “último baluarte del Estado”, decía Churchill en tiempos de Franco – agrupados en la organización Khi de Grivas, Pan, Jerarquía militar, los Zervas y los Dentiris, ligados al servicio secreto de Metaxas, organizan el contrataque, intentado formar “guerrillas nacionales”, más orientadas hacia la lucha contra las “guerrillas comunistas” que contra el ocupante. Se trata de hacer aquí “Mijailovich griegos” – como ese coronel serbio que dirige los chetniks, es ministro del rey en el exilio, y combate, armas en mano, a los partisanos de Tito. El dinero no falta y el material tampoco: se pretende crear grupos nuevos, pero esperan también corromper a los cuadros del ELAS, tan desprovistos materialmente que el éxito de la operación parece asegurado. Uno de los jefes del SOE (Ejecutivo de Operaciones Especiales) británico en Grecia, Eddie Myers, brinda con respecto a esto, en sus memorias, un documento que corrobora el análisis de Trotsky y muestra la lucidez de un campeón del orden social como lo era Churchill, estratega de la lucha de clases vista de la trinchera de enfrente. A partir de abril de 1943, sus superiores le hicieron saber:
“Las autoridades de El Cairo consideran que después de la liberación de Grecia, la guerra civil es prácticamente inevitable”.[22]
Ahora bien, el movimiento de masas que hace crecer al EAM y al ELAS, la lucha que se cuela por las ranuras, y luego por los canales de las clases, barre estas acciones distractivas y no deja de afirmarse, como cuando el coronel Saraphis, oficial demócrata elegido para ser el “Mijailovich griego” decide unirse al ELAS, del que aprecia ¡la eficacia y la representatividad! La capitulación italiana da a los andartes y a sus auxiliares civiles más armas de guerra que las que brindaban los Aliados mediante lanzamientos en paracaídas.
1943 es, en este aspecto, el año crucial. El político Ioannis Rallis se convierte en el primer ministro de Grecia ocupada.[23] Incluso los alemanes saben que está en contacto con agentes secretos británicos. La clase dirigente prepara, activa y conscientemente, la transformación de la guerra nacional en guerra civil: en Atenas, son los Batallones de Seguridad, una milicia de siniestra reputación, en El Cairo estaba la Brigada de la Montaña, encargados de aplastar al movimiento popular. Por su parte, el PC griego se afirma más aún como partidario de la política de colaboración con la “guerrilla nacional” y como partidario de la “tolerancia”, cuyo sentido es la renuncia a los métodos de clase, a la vez que se prepara para los enfrentamientos con su ala izquierda. En marzo de 1943, a pesar de los peligros de tal expedición, Aris Veluchiotis es convocado, desde su base en la montaña de Rumelia, a Atenas, en donde lo reprenden severamente. En ocasión de la disolución de la Internacional Comunista en mayo, el PCG adoptó una línea de la que, en adelante, no pudo desviarse:
“El PCG apoya por todos los medios la lucha por la liberación nacional y hará todo lo que esté en sus manos para que todas las fuerzas patrióticas se unan en el Frente Nacional inquebrantable que movilizará al pueblo entero para sacudir el yugo extranjero y para obtener la liberación nacional junto a nuestros grandes Aliados”.[24]
Al mismo tiempo, desarrolla su policía política, la OPLA, compuesta de asesinos escogidos con mucho cuidado, que utilizará para golpear más a los “trotskistas” y a los “izquierdistas” que a los “colaboracionistas”.
La política de unos y otros va a sufrir un primer test con las sublevaciones del ejército griego en Egipto, una historia aún mal conocida, que nos parece una contribución fructífera a la discusión en torno a la “política militar proletaria” de Trotsky. Este hecho se produjo en lo que puede llamarse, por analogía con Francia, “Grecia libre”: después de la derrota de abril de 1941, los restos del ejército y de la flota, altos funcionarios y ministros, y el “gobierno en el exilio” del rey Jorge II. Los grandes personajes, y en particular, los jefes militares son, evidentemente, jerarcas del régimen dictatorial fascista del general Metaxas – y el pueblo piensa que es por esta razón que los han “traicionado” frente al invasor nazi. Sin embargo, como afirma Dominique Eudes, “junto al círculo de oficiales y políticos de la camarilla real, se constituye en Egipto el embrión de un nuevo ejército griego”[25]: escapados de unidades militares evacuadas por mar, voluntarios que, con miles de dificultades, se han reunido en Egipto, tripulaciones de navíos mercantes, incluso de guerra, que han elegido reunirse en Alejandría, son evidentemente hombres que quieren pelear “contra el fascismo”, por “la libertad y la democracia” como lo asegura el nuevo jefe “liberal” del gobierno. El conflicto es, entonces inevitable, entre el grueso de los 20.000 hombres que vienen a combatir al fascismo, y la camarilla monárquica, ante todo preocupada, como Churchill, por “salvar a Grecia del comunismo”.
En octubre de 1941 se crea en el ejército griego de Medio Oriente la organización clandestina ASO (Organización Militar Antifascista), cuyos objetivos son simples, incluso simplistas: envío de las unidades griegas al frente, lucha en Grecia junto a la Resistencia, rechazo de infiltración al ejército del Cairo por los oficiales metaxistas que quieren restituir su régimen en Grecia cuando finalice la guerra. Los cuadros metaxistas demandan la revocación de los cuadros considerados como simpatizantes de la ASO, con expulsiones masivas. Los oficiales expulsados de la Segunda Brigada son arrestados y reemplazados. A pesar de las amenazas, los motines tienen lugar y la Primera Brigada se solidariza con ellos. El gobierno cede y acepta el alejamiento de los oficiales metaxistas para evitar que los eventos queden fuera de control y para preparar un renovado ataque. En los meses que siguen, las directivas militares permiten dislocar las unidades, “castigar” a los rebeldes mediante entrenamientos disciplinarios y finalmente, identificar a los elementos subversivos y devolver a sus puestos a los oficiales alejados hace un instante.
La segunda sublevación es más grave, aunque no menos significativa. Las reivindicaciones de los oficiales inspirados en la ASO son más políticas que en 1943. Bajo la presión de los hombres, al día siguiente de la constitución del PEEA en Grecia – verdadero gobierno provisorio de la resistencia griega –, el Comité de Coordinación Inter-armas presenta una petición, firmada por la mayoría de los soldados griegos, reivindicando la formación de un verdadero gobierno de “unidad nacional”, sobre la base de las proposiciones del PEEA. La iniciativa no viene ni del EAM ni del ELAS ni de Grecia, sino simplemente, de la idea que los soldados se hacen acerca de la situación del país y de las condiciones en las que podrían luchar “verdaderamente” contra el fascismo.
El mismo día, el 31 de marzo de 1944, los delegados de los soldados y del comité mixto piden ser recibidos con su petición en la embajada de la URSS. El embajador les cierra la puerta. No encuentran eco ni promesas de apoyo más que ante la izquierda laborista británica en Europa; en Egipto, por el contrario, gozan de la simpatía de la población egipcia, siempre cerca de los trabajadores griegos. Mítines y manifestaciones se suceden en Alejandría y El Cairo. A partir del 4 de abril, la policía egipcia interviene junto al gobierno griego en el exilio y los británicos, arrestando a unos cincuenta militantes obreros, dirigentes sindicales, y sobre todo, a dirigentes de los portuarios griegos. El Alto Mando británico, por su parte, desarma a dos regimientos, envía a 280 “dirigentes” a un campo de concentración, luego, el 5 de abril, desarma a la unidad destinada al comando griego en El Cairo, y recluye a los “amotinados”.
Estos últimos están desesperados. La Primera Brigada arresta a los oficiales metaxistas, reorganiza el comando y se rehusa a entregar las armas, como preludio a su reclusión. Luego el movimiento se extiende a la marina de guerra, al caza torpedero Pindos, luego al crucero Averof, el Ayax y otros más. La tripulación amotinada designa a un “comité mixto de oficiales y soldados” que toma el mando. El embajador británico Reginald Leeper, cercano al gobierno griego de El Cairo telegrafía a Churchill:
“Lo que sucede aquí entre los griegos, no es ni más ni menos que una revolución.”[26]
La represión se lleva a cabo bajo el control directo y personal de Churchill. La llegada a El Cairo del rey Jorge II es, tanto un símbolo como una provocación; el apoyo de los jóvenes egipcios a los amotinados es una promesa. El 13 de abril, el almirante Cunningham proclama que está decidido a “aplastar la rebelión” y, si es necesario, a hundir los barcos griegos en la rada misma de Alejandría. Las unidades terrestres amotinadas son encerradas, privadas de agua y cercadas por el hambre. El 22 de abril, un golpe organizado por el antiguo jerarca metaxista, el almirante Vulgaris, triunfa contra el Ayax; los otros navíos ceden frente a los cañones británicos; el general Paget lanza sus tanques contra la Primera Brigada, que, a su turno, capitula. En pocos días, cerca de 20.000 voluntarios griegos del ejército de Medio Oriente se encuentran en los campos de concentración de Eritrea y de Libia.[27]
Ya no existe el ejército griego de Medio Oriente. Pero desde entonces, el lugar está libre para formar a las tropas de choque especialmente preparadas, técnica y políticamente, para la guerra civil luego de la ‘’liberación’’.
Destaquemos la supresión de las informaciones de prensa sobre este punto por la censura británica. Este no fue un episodio menor, de hecho fue muy significativo, lo cual, sin duda, explica la violenta respuesta de las autoridades británicas. Revela, en efecto, la mentira, tanto de la defensa nacional como de la unidad nacional: los 20.000 voluntarios griegos querían “defensa” y “unidad”, pero sus jefes no querían esto y los aplastaron: los dirigentes griegos exiliados y los jefes británicos prefirieron destruir tropas de gran valor, experimentadas, antes que dejarles expresar su punto de vista sobre la guerra, la “defensa” y la “unidad”. Desenmascara la mentira de la “guerra contra el fascismo”, por “la libertad y la democracia”. Para los griegos, Metaxas era un odiado dictador fascista. Los Aliados pretendían imponer a sus cómplices; la política de Churchill pretende restaurar la dominación de las fuerzas que apoyaban a Metaxas.
Las observaciones de Trotsky sobre la guerra en 1940 toman aquí todo su relieve: los soldados griegos de Medio Oriente aspiran a combatir, armas en mano, contra el fascismo y se niegan a hacerlo bajo las órdenes de los fascistas, exigen oficiales de confianza, establecen una alianza con el movimiento obrero, constituyen sus propios organismos de tipo soviético. Esto es en la misma línea definida por Trotsky: “Combatir, sí, pero no a lo Pétain o bajo las órdenes de Pétain” y se expresa en el movimiento de masas nacido de la guerra. Y es en esta importante fracción de la “sociedad militarizada” que es el ejército – no menos importante que las fábricas – en donde se expresó, como lo había previsto Trotsky.
Después de las entrevistas y las negociaciones en las que Stalin se comprometió a dejar a Churchill las manos libres en Grecia[28], son el PCG y, a través suyo, el EAM, quienes van a poner la soga al cuello a este extraordinario movimiento de masas en ese país, luego de haber colaborado políticamente en la represión de los amotinados.
Después de la crisis de abril de 1944, el gobierno en el exilio en El Cairo fue confiado a Georges Papandreu, quien buscó promover “la unión anticomunista”. Bajo su presión, los dirigentes del EAM y del ELAS firman el 30 de mayo de 1944 la “Carta del Líbano” condenando...el terrorismo del ELAS, la indisciplina de los amotinados (y muchos de ellos son condenados), dejando abierta la cuestión de la monarquía, aceptando un comando único de las fuerzas armadas y restableciendo el orden “con la unión de las tropas Aliadas” para la liberación. Durante varias semanas, el EAM–ELAS refunfuña, negocia, reclama los ministerios, reclama un cambio de primer ministro. Sin embargo, la llegada a la montaña de la misión soviética dirigida por el coronel Popov, pone fin a estas veleidades de mal humor. Los comunistas y el EAM entran incondicionalmente al gobierno. Cuando el ejército alemán se retira – deja Atenas el 12 de octubre de 1944 – el PC griego llama a los griegos a “asegurar el orden público”, asegura el pasaje de poder a Papandreu, quien ha llegado junto con las tropas británicas, mientras que el ELAS es, en todas partes, el verdadero poder. Es Churchill quien va a provocar a los “resistentes”, cuando ordena al general Scobie, jefe de las fuerzas armadas aliadas, que preserve a las unidades militares de “colaboracionistas”, como ‘’los batallones de seguridad’’, rechaza toda depuración y se asegura que el gobierno Papandreu, el 2 de diciembre, desarme las fuerzas del ELAS. El fusilamiento en la plaza de la Constitución del 3 de Diciembre – decenas de muertos y centenas de heridos en una manifestación pacífica contra la que la policía abre fuego –, la mayor manifestación de la historia griega contra esta decisión de desarme, desencadenó los treinta y tres días de combate armado en Atenas, entre las fuerzas del orden, reunidas alrededor de las unidades del general Scobie, y las de la Resistencia local.
Winston Churchill realizaba finalmente su plan de aplastamiento de la revolución griega, anunciando que intervenía para prevenir una “horrible masacre” – la voluntad de justicia y de depuración – y para impedir lo que llamaba “la victoria del trotskismo abierto y triunfante” con una risa burlona de complicidad dirigida a Stalin[29] ... A partir del 3 de diciembre, las unidades del ELAS, cuyos jefes han decidido no entregar las armas, están igualmente paralizadas por la prohibición que se les hace de tirar contra las unidades británicas apostadas en Grecia “por voluntad del presidente Roosevelt y del mariscal Stalin”, como lo recuerda gustosamente Churchill. Los andartes de Macedonia, la tropa de choque y la fuerza de la montaña reciben la orden de no moverse y de dejar que los combatientes de Atenas fueran exterminados. El heroísmo de los combatientes nada puede contra la política de los dirigentes decididos a conducirlos a la capitulación que exige Moscú.
Luego de varias semanas de negociaciones, y mientras que las fuerzas del ELAS se negaban a entregar las armas en Atenas – pero sin que las fuerzas del resto del país acudan en su ayuda – los partisanos fueron librados a la represión mediante el acuerdo de Varkitsa del 15 de febrero de 1945 que prescribe el desarme total de todas las unidades. Aris Veluchiotis, esta vez, mide la extensión de la traición organizada por el PC griego y se rehusa a someterse. Es denunciado por el periódico del PC, Rizospastis, el 12 de junio, es asesinado el 16 y su cabeza es expuesta públicamente en las aldeas desde el día 18 de junio. ¿Cuántos otros combatientes de la resistencia nacional y popular caen ahora bajo los golpes de los británicos y de las unidades especializadas en la guerra civil, formadas en Atenas bajo la égida alemana o en El Cairo, bajo la égida de los británicos? Años de traición stalinista serán necesarios, sin embargo, para vencer el gran aliento combatiente de la revolución griega.
No tenemos la intención aquí de emprender un vasto examen de la política de los trotskistas durante la segunda guerra mundial, confrontándola con las grandes líneas que Trotsky esbozaba en víspera de su muerte, y que sus camaradas, en general, no han conocido a tiempo. Este será el objetivo de trabajos más amplios. Mi ignorancia del idioma griego me impide utilizar los sólidos trabajos en griego consagrados a la actividad de los trotskistas durante la guerra. Espero que esta laguna pueda llenarse. Mientras espero esto, es necesario guardarse todo juicio apresurado. Los trotskistas sufrieron a partir del 4 de agosto de 1936 una represión feroz: la gran mayoría de sus militantes fue arrestada y estos hombres fueron confinados en las prisiones de las islas, muchos de ellos no han regresado nunca. Muchos de sus dirigentes, entre ellos el antiguo secretario general del PC griego, Pantelis Puliopulos, fueron pasados por las armas durante la ocupación. Las condiciones de clandestinidad parecen haber sido verdaderamente duras para ellos, ya que no les permitieron reagruparse entre las tres organizaciones, lo que había sido decidido en la reunión cumbre de 1938. En el mejor de los casos, los militantes trotskistas conocidos, cuando han sido admitidos en las unidades del ELAS, han sido estrechamente vigilados y cuidadosamente aislados. Los que lograron asumir una responsabilidad en el Frente o en el Ejército del Pueblo, fueron suprimidos, de una manera u otra, por los stalinistas. Además, desde octubre de 1944, en todo el país, los “oplistas”, verdaderos agentes de la GPU griega, llevaron una campaña de exterminación y asesinato contra los trotskistas, arrestando, torturando y ejecutando en todo el país a militantes como Stavros Verukhis, secretario de la Unión de Inválidos de Guerra, Thanassis Ikonomu, ex secretario de la Juventud Comunista en Ghizi, obreros, portuarios, metalúrgicos, maestros, todos sufrieron por igual: “más de 600 trotskistas liquidados” se jactará en 1947 Barziotas, un miembro del bureau político. No tenemos medios para verificar la política de los trotskistas griegos y cómo hubieran podido escapar a la terrible suerte que les esperaba. René Dazy cita un texto de 1943 del órgano de los trotskistas griegos: “Los angloamericanos vendrán a devolver a la burguesía griega el poder estatal. Los explotados no harán más que cambiar un yugo por otro”.[30] Si, efectivamente, fue así, está claro que los trotskistas griegos, contentándose con profecías negativas y sin participar en el movimiento de masas, se condenaron a muerte. Al día siguiente de los combates de diciembre de 1944, y de los asesinatos de militantes, Michel Raptis* , entonces secretario europeo de la IV Internacional, escribiendo bajo el seudónimo de M. Spiro, al evocar las palabras de Trotsky sobre la era de la lucha armada, rinde homenaje a la actividad de las masas griegas cuando ”un viento revolucionario soplaba en los barrios obreros y en los suburbios de Atenas” y asegura que “permanecerá entre los más bellos ejemplos del movimiento proletario”. Pero no dice una palabra acerca de la actividad de los trotskistas griegos, y explica, por otra parte, que “a pesar de la ideología oficial de su dirección frentepopulista, democrática, nacionalista, pequeño burguesa”, el EAM “conservaba una gran autonomía de clase en sus acciones”.[31] No encontraremos nada más, e incluso mucho menos en los textos y resoluciones ulteriores de la Internacional.
André Kedros, historiador de la Resistencia griega, cuyas ideas acerca del stalinismo están lejos de ser claras, destaca la amplitud y el alcance internacional del “golpe de Atenas”, “golpe de reprimenda”, escribe, para “todos los movimientos de resistencia dirigidos por los partidos comunistas”.[32] ¿Se puede decir, como asegura él, que la represión británica en Grecia ha “pesado mucho en las decisiones y las tácticas de los Thorez, los Togliatti y los otros líderes”? Esto es evidentemente insostenible, porque éstas estaban determinadas por los mismos factores que habían determinado, en Moscú, la táctica del PC griego. Pero, es muy posible, que la derrota griega haya facilitado la política stalinista de capitulación y de restauración del orden capitalista en la Europa occidental, y que haya pesado mucho, y de manera negativa, sobre la moral y la combatividad de quienes, en toda Europa, habían identificado “lucha nacional” y “lucha social” y habían creído estar comprometidos, a través de la Resistencia, con el camino de la revolución. Habría que analizar concretamente, lo que no es posible en este simple artículo, los acontecimientos en cada uno de los países de Europa.
Sin embargo, un examen de los textos reunidos por Rodolphe Prager en “Los Congresos de la IV Internacional” aporta lo esencial de los materiales necesarios para la reflexión sobre la historia de la IV durante la guerra – a los que no les falta más que las posiciones iniciales del grupo del ex PCI, y de su tendencia hermana, de Vereeken en Bélgica. Prager escribe en el comienzo del segundo volumen:
“A aquellos que podrían dudar de la oportunidad de fundar la IV Internacional en un período de retroceso, con fuerzas débiles, la guerra les suministró una respuesta perentoria. Esta enfrentó valientemente el desencadenamiento de la violencia y las persecuciones conjuntas de los regímenes “democráticos” y “fascistas” más los matones stalinistas que se encarnizaban con sus organizaciones. Siguió siendo fiel a sus convicciones revolucionarias. A pesar de las pesadas pérdidas que tuvo que lamentar y de algunos quiebres individuales inevitables, hay que destacar que no sólo ha mantenido sus fuerzas, sino que las reforzó y rejuveneció, sobre todo en EE.UU. y Gran Bretaña, y en otros países. Si bien, por los límites de las situaciones revolucionarias y por el resurgimiento stalinista, no pudo realizar la apertura esperada hacia las masas, vio nacer nuevas secciones.” [33]
Este es, sin dudas, un balance razonable. Pero es llamativo el contraste con los textos de Trotsky de comienzos de la guerra. Por ejemplo, sobre EEUU:
“La clase obrera norteamericana no tiene aún un partido obrero de clase. Pero la situación objetiva y la experiencia acumulada por los obreros norteamericanos pueden poner, en poco tiempo, a la orden del día la cuestión de la toma del poder. Es sobre esta perspectiva sobre la que debe basarse nuestra agitación. No se trata simplemente de tener una posición sobre el militarismo capitalista y la negativa a defender el estado burgués, sino de la preparación directa para la toma del poder y la defensa de la patria socialista.” [34]
O, más aún, en el texto sin terminar del 20 de agosto de 1940:
“Frente a nosotros se encuentra una perspectiva favorable, que da todas las justificaciones a la militancia revolucionaria. Hay que aprovechar todas las ocasiones que se presenten y construir el partido revolucionario.” [35]
Frente a estas afirmaciones tan claras, no es posible, para el historiador, limitarse a invocar “los límites de las situaciones revolucionarias” y “el resurgimiento stalinista”, ¡a menos que sugiera que se trataban de elementos imprevisibles para Trotsky! Hay que reconocer, al menos, la existencia de esta contradicción, aun cuando no se dé una explicación, además de decir si era Trotsky o los trotskistas los que se equivocaban. Prager indica, por otra parte, que la “política militar proletaria” – la política adoptada por el SWP norteamericano a sugerencia de Trotsky – provocó muchas reacciones hostiles en amplios sectores de la IV: cita, a ese respecto, el hecho de que la sección belga censuró el párrafo de Trotsky sobre esta cuestión en su edición clandestina del Manifiesto de mayo de 1940, y menciona las “reservas” de la sección francesa y del secretariado europeo.[36]
Los trotskistas franceses se dividieron en 1940 en dos corrientes con perspectivas tan alejadas una de la otra, como de la de Trotsky. Partiendo de la concepción de que la derrota del imperialismo francés y la ocupación del territorio provocaban, con la opresión nacional, el renacimiento de una verdadera “cuestión nacional”, que interesaba a todas las clases, como en un país colonial, la mayoría de los elementos venidos del POI* , agrupados en “comités”, que publicaban La Verité, esboza una estrategia según la cual la burguesía de un país ocupado se vuelve aliada natural del movimiento obrero, y este último, un miembro pleno de la “resistencia nacional”. Inversamente, el grupo “La seule voie” (El único camino), salido del PCI**, y futuro CCI***, negaba que una nación imperialista pueda convertirse, seguida de una derrota militar, en una “nación oprimida”: las reivindicaciones nacionales son, para él, “la importación de la ideología burguesa al seno del proletariado, a fin de desmoralizarlo”.
Estas dos posiciones alejadas una de la otra son, en cierta manera, el fruto del aislamiento. Van a ser abandonadas progresivamente bajo el impulso del Secretariado Europeo, dirigido al principio por Marcel Hic, y, luego de su arresto, en Octubre de 1943, por Michel Raptis. La constitución de ese Secretariado Europeo en febrero de 1942 en la aldea de Saint Hubert, en Bélgica, constituye sin duda, una hazaña política y organizativa, dadas las condiciones en que estaba Europa; pero significa también el retorno de una organización que elabora y funciona en el plano internacional. Los puntos de vista ya se habían acercado singularmente en 1944 – mientras que el CCI explica siempre que la tarea fundamental de los revolucionarios es la de “denunciar” con encarnizamiento a la unión sagrada, y, en segundo lugar, la de explicar a los obreros que debían “prepararse para un nuevo junio de 1936” a escala mundial, haciendo “una intensa agitación política por la confraternización con los obreros alemanes”... Sobre la cuestión que aquí nos interesa, Rodolphe Prager resume bastante bien el “consenso” finalmente elaborado sobre la cuestión de la lucha armada, cuando escribe:
“Las relaciones con la Resistencia oficial [...] no podían tomar otra forma más que la de la independencia, a menos que se acuerde con el frente de los franceses. Pero no hay que confundir esta estructura con el movimiento de masas y englobarlos en una misma reprobación. Esto no excluía tampoco, una participación individual en estos movimientos para influenciar a algunos de sus miembros [...] Este trabajo no ha tomado, sin duda, un desarrollo suficiente, por falta de efectivos, y porque los trotskistas acordaron darle prioridad a la lucha en las fábricas. Esto, ciertamente, no modificó sensiblemente la relación de fuerza y el curso de los acontecimientos. Los fracasos de los trotskistas no provienen esencialmente de errores tácticos o de otro tipo, sino de su situación a contracorriente y de la influencia stalinista en las masas.” [37]
En esta concepción, con toda evidencia, el llamado de Trotsky a la lucha armada, la propuesta hecha a los “revolucionarios socialistas proletarios” a convertirse en “militaristas” para desempeñar su papel en un mundo militarizado, están ausentes, o más bien reducidos a un segundo plano, a un nivel “partisano”, enteramente subordinadas a la “lucha en las fábricas”. El descubrimiento que la lucha armada ejercía un poderoso atractivo sobre las masas, debió plantear muchos problemas, en ausencia de la dimensión dada por Trotsky a la “militarización”; así, la resolución del Secretariado Europeo Provisorio de 1943 acerca del “movimiento de los partisanos” – que fue aprobada íntegramente en la Conferencia Europea de 1944 – reconocía el “carácter en parte espontáneo” de este último, asegurando que los bolcheviques-leninistas estaban ahora “obligados a tomar en consideración esta forma de lucha de masas”... La resolución calificaba al movimiento guerrillero de “organizaciones militares a remolque del imperialismo anglosajón”, pero señalaba que “la participación de las masas”, en los países balcánicos y en occidente, a partir de la deportación masiva a Alemania de la mano de obra, sin que cambie su carácter, necesitaba que los revolucionarios le propusieran un programa, para “hacerles comprender que debían actuar como destacamentos armados al servicio de la revolución proletaria”.[38] Sin duda, ya era tarde para esto.
Se podría suponer que había una gran diferencia entre las posiciones de los europeos, tal como las resume Prager, y la de los norteamericanos, que aplicaban sistemáticamente “la política militar” pregonada por Trotsky, en sus encuentros y su correspondencia de 1940. Ahora bien, se manifiesta una similitud excepcional, tanto en este plano como en el de las perspectivas generales. James P. Cannon, atacado por Munis, por la forma ”oportunista” en que habría presentado la política de guerra del SWP en el proceso de sus dirigentes de Mineápolis a partir del 27 de octubre de 1941, replicaba en mayo de 1942:
“Las masas hoy, por tener que soportar todo tipo de presiones y de engaños y por el rol pérfido de la burocracia obrera, y de los renegados socialistas y stalinistas, aceptan y apoyan la guerra, es decir, actúan con la burguesía y no con nosotros. El problema para nuestro partido es, en principio, comprender este hecho elemental; en segundo lugar, tomar una posición “de oposición política”, luego, sobre esta base, tratar de abordar a los obreros patriotas, honestos y tratar de hacerlos pasar del campo de la burguesía al nuestro por medio de la propaganda. Es la única “acción” que se abre para nosotros, como pequeña minoría, por el momento”.[39]
Si se dejan de lado dos textos, publicados en esa época por Jean Van Heijenoort, bajo el seudónimo de Marc Loris[40], entonces secretario de la IV Internacional, se puede pensar que por fuera de él, que había estado durante años en contacto directo con el pensamiento no dogmático de Trotsky, nadie en la Internacional o en sus márgenes, había entendido “la línea de la militarización”. Cada uno a su manera, Rous con su “Movimiento Nacional Revolucionario”[41], y Marcel Hic con sus tesis sobre la cuestión nacional en los Comités por la IV[42], erraron el tiro en este punto. Mientras tanto, las otras tendencias se encerraron en una ortodoxia paralizante corriendo el riesgo, denunciado con tanta fuerza por Trotsky, de las tendencias “pacifistas”. Por fuera del veterano de la Oposición de Izquierda rusa Tarov (A. A. Davtian), enrolado individualmente en las FTP/MOI y ejecutado con los otros miembros del grupo Manukian, bajo su falsa identidad de “Manukian”, no vemos claramente más que otro ejemplo contrario, el de Chen Tu Siu. Este previó, poco después de salir de prisión, organizar su trabajo militante interviniendo en el departamento político de una división del ejercito, en la que el jefe comprendía la importancia de la claridad política para la eficacia militar del ejército.[43] La empresa fracasó desde el inicio, la policía del Kuomintang comprendió mejor el peligro que los camaradas de Chen. En el mismo orden de ideas, las reticencias frente al movimiento de resistencia armada sugieren que sería interesante estudiar cómo la IV Internacional se representaba la revolución, la que parece a menudo haber sido concebida bajo una forma apocalíptica, como algo que ocurriría independientemente de lo que estaba pasando, y no como resultado de un trabajo preparatorio. La preparación casi exclusivamente “propagandista”, el recurso a las armas de la “denuncia” y de “la explicación”, que, durante la guerra, habían sido las actividades fundamentales de una organización cuyos dirigentes se sentían nadando a “contracorriente”, ¿había preparado todo esto a sus cuadros para creer tales cosas? ¿Las extraordinarias debilidades de la resolución del SWP de noviembre de 1943 no formaban parte de tal aislamiento “propagandista”?[44] ¿Cómo hombres que aseguraban que el Kremlin no podía desempeñar un papel contrarrevolucionario a gran escala, que el imperialismo americano jugaría en lo inmediato un rol tan “saqueador” en Europa, como el imperialismo alemán, que la única alternativa en Europa sería un gobierno obrero o la dictadura brutal de la burguesía, sin posibilidad de régimen parlamentario, que rechazaban las consignas democráticas y afirmaban que no había “ilusiones democráticas” en la clase obrera europea, podían, luego del giro objetivo de la situación, encontrar nuevamente el curso del desarrollo? Se puede ir más lejos, y decir que, si los trotskistas, después de años de una línea análoga, estuviesen ubicados, si no a la cabeza, al menos en el seno del movimiento revolucionario, hubieran tenido que revisar el ABC de las enseñanzas del marxismo y del bolchevismo, y darle la razón a la opinión defendida siempre por los sectarios, según quienes el papel de los revolucionarios consistía en confinarse a hacer propaganda en los períodos de reacción, esperando que el regreso del péndulo les traiga a las masas...
Subyacente a la discusión – o mejor, a la ausencia de discusión – acerca de los problemas más vitales, se encuentra no sólo la cuestión del papel del stalinismo, sino la de la orientación hacia la construcción del partido revolucionario tal como la defendía Trotsky en 1940. Nuestra sensación, al leer los documentos del período de la guerra, es que no están hechos con reflexión acerca de las adquisiciones ni con la elaboración de un método de construcción del partido, sino que más bien parecen ‘’encantamientos’’. Me parece – y sin ninguna malevolencia – que los trotskistas, durante ese período, habrían por lo menos aprendido cómo no construir un partido revolucionario. En un trabajo reciente y desgraciadamente inédito, Tradición revolucionaria y “nuevo partido” comunista en Italia, 1942-1945, Serge Lambert ha demostrado que, contrariamente a cierta leyenda, la revolución italiana no estaba decididamente vencida en el momento de la efímera dualidad de poderes de 1945, entre el periodo de la administración Aliada y los “comités” o “repúblicas partisanas”, sino en el momento en que el aparato del “nuevo partido” construido por Togliatti y los hombres de Moscú vencieron la Resistencia en orden, dispersando los diferentes grupos de oposición comunista a partir de 1943, cuando toda posibilidad de crear un partido revolucionario había sido destruida, la suerte estaba echada. Fue en ese momento cuando los dirigentes del PCI pudieron, sin riesgo, dar la señal de lo que era, según su fórmula, “la insurrección contra la revolución”.[45] Y Serge Lambert demuestra, muy bien además, que la debilidad política decisiva de muchos de estos grupos -de los cuales algunos desarrollaron fuerzas armadas más importantes que las del PCI- residió en la ilusión que ellos tenían acerca de que la URSS poseía un “carácter objetivamente revolucionario”; para ellos la revolución se extendía con el avance del Ejército Rojo – una concepción que no se encuentra sólo en un artículo de La Verité de febrero de 1944, sino en toda la prensa mundial de la IV Internacional.[46]
La pregunta con que hemos querido plantear aquí no es una cuestión académica. ¿Las organizaciones trotskistas, sus miembros y sus dirigentes, fueron víctimas, durante la segunda guerra, de una situación objetiva que, de todas maneras, los superaba y no podían hacer más de lo que hicieron, esto es saber sobrevivir incorporando más militantes, y salvar el honor de los internacionalistas manteniendo contra viento y marea el trabajo militante de “confraternización” con los trabajadores alemanes en uniforme? Si esto fue así, sería necesario decir ahora que Trotsky, con su análisis sobre la necesaria militarización y su perspectiva de construcción a corto plazo del partido revolucionario y del inicio de la lucha por el poder, estaba totalmente errado, en 1940, no sólo respecto de la realidad política del mundo, sino de la de su propia organización. Estaba alimentando ilusiones percibiendo posibilidades de avances cuando la IV Internacional estaba de hecho, destinada durante mucho tiempo, a la impotencia, forzada a nadar “a contracorriente”, frente a “la influencia stalinista sobre las masas”. Pero, por el contrario, ¿se puede suponer que las organizaciones trotskistas, sus militantes y dirigentes, tomaron parte, y fueron en parte responsables de sus propios fracasos? En ese caso, se podría pensar, a partir de las premisas del análisis de Trotsky en 1940, que la segunda guerra presenció, en efecto, el desarrollo del movimiento de masas sobre la base de una resistencia nacional y social que los stalinistas se esforzaron en desviar y en aplastar – como el ejemplo griego –, una resistencia que los trotskistas no pudieron apoyar ni utilizar, por no haber sabido insertarse en ella, y quizás incluso, simplemente, no comprender el carácter concreto del momento histórico en que vivían. Nos parece que esta pregunta merecía plantearse.
[1] Estos documentos se encuentran en L. Trotsky, Sur la Deuxième Guerre Mondiale, primero publicado en Bélgica por La Taupe, fue reeditado por Seuil (Paris) en 1974. Los artículos y entrevistas de Trotsky a veces han sido amputados de pasajes que no trataban directamente sobre la segunda guerra, y trataban en general sobre la guerra civil española y la IV Internacional. Los restablecimos en Oeuvres.
[2] Utilizamos aquí la edición de Seuil de 1974, con el prefacio, p. 7-17 y el postfacio p. 212-7. Destaquemos que en 1945, cuando se publicaron extractos de algunos de estos textos en el Bulletin intérieur nº 5 del Secretariado Europeo, las reacciones de los militantes contra Trotsky fueron vivas. Uno de ellos, Am, francés o belga, dirigió al secretariado un artículo titulado: “Con respecto a la política militar del proletariado: ¿El Viejo ha matado al trotskismo?”, que calificaba a la posición de Trotsky de “chauvinismo puro y simple”, hablaba de “la importancia de sus debilidades”, atribuyéndole “la voluntad de defender a la patria sin derrocar previamente a la burguesía, al mismo tiempo que planteaba el peligro de su imperialismo rival”. Llegaba al extremo de preguntarse: “Hay que plantear abierta y francamente la cuestión de saber si podemos continuar llamándonos trotskistas cuando el líder de la IV la ha revolcado en el barro del social-chauvinismo”. (Archivos del Secretariado Internacional, Instituto León Trotsky).
[3] “Bonapartismo, fascismo, y guerra”, Escritos de León Trotsky 1939-40, Tomo XI, volumen 2, Editorial Pluma, p. 548.
[4] Ibidem.
[5] Ibidem.
[6] Ibidem.
[7] Ibidem.
[8] Ibidem.
[9] D. Guérin, op. cit., p. 14.
* El 17 de septiembre de 1939, como parte de lo acordado entre Hitler y Stalin previamente, el Ejército Rojo invadió Polonia por el este, expropiando a los terratenientes polacos y repartiendo la tierra entre los campesinos. El 3 de noviembre, el gobierno soviético llama a un plebiscito en la zona polaca bajo su control, anuncia que los resultados le son favorables y la incorpora a la URSS.
** Poco después de la invasión de Polonia, la Unión Soviética invadió Finlandia el 30 de noviembre de 1939. Al inicio la campaña fue un desastre militar, pero luego la ofensiva de las tropas rusas logró quebrar las líneas finlandesas. El 12 de marzo de 1940 Stalin firmó un acuerdo (sobre los términos dictados por el Kremlin) con los representantes finlandeses en Moscú poniendo fin a la guerra.
[10] “Entrevista con los dirigentes del SWP” (12-15 de junio de 1940), publicada íntegramente en el volumen 24 de Œuvres.
[11] “Cómo defender realmente la democracia”, Cuarta Internacional, octubre de 1940.
[12] “Entrevista con los dirigentes del SWP”, op. cit.
[13] “No cambiamos nuestro rumbo” (30 de junio de 1940), op cit, p 399.
[14] Ibidem.
[15] Ibidem.
[16] Ibidem.
[17] The Case of Leon Trotsky, New York 1969, p. 289-90 (Resumen de las sesiones de la comisión en Coyoacán), p. 290.
* James P. Cannon: principal dirigente del SWP norteamericano. En 1941 fue juzgado y condenado junto a otros 17 dirigentes del SWP y del sindicato camionero de Mineápolis por oponerse a la guerra imperialista.
[18] D. Guérin. Op.cit. p. 16.
[19] Trotsky, “Manifiesto de la Cuarta Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial”
[20] A. Kedros, La Resistance Grèque: 1940-1944, p. 174.
[21] Ibidem, p. 122.
[22] E. Myers, The Great Entanglement, p. 189.
[23] A. Kedros, op. cit. p. 199, señala en su libro un informe de la policía alemana acerca de la llegada al poder de Ioannis Rallis: “Pasa por ser el hombre de confianza de Pangalos, quien es hombre de los ingleses”. El mismo historiador, también se refiere a la jerarquía militar semifascista, al general Papagos y a Rallis, precisando que: “Todos estos hombres y todas estas formaciones serán reunidos bajo el mando de un consejero secreto del rey que es, al mismo tiempo, un prelado: el obispo de Atenas, Chrisanthios” (Kedros, op. cit. p. 179).
[24] Citado por Kedros, op. cit. p. 409, según lo recoge del dirigente comunista y partisano de Yugoslavia Svetozar Vuklamanovich–Tempo, “Über die Volksrevoluton in Griechenland”. 1950. p. 38.
[25] D. Eudes, Los Kapetanios, p. 111.
[26] Citado por W. Churchill, Memorias de la Segunda Guerra Mundial, t. V, vol. 2, p. 223.
[27] Las fuentes oficiales del gobierno en el exilio reconocen la cifra de 10.000.
[28] Se encuentra el informe de este “reparto” en los trozos de papel de Churchill, op. cit. T. V, vol. 1, p. 234-235.
[29] Churchill justificó el 19 de diciembre de 1944 en estos términos, hablando ante la Cámara de los Comunes, el empleo de la palabra “trotskismo”: “Creo que ‘trotskismo’ es una definición mejor del comunismo griego y de algunas otras sectas que el término habitual. Tiene la ventaja de ser igualmente odiado en Rusia”. Esto fue seguido de risas prolongadas. En el debate del 13 de diciembre, Churchill había invitado al diputado comunista Gallacher a no entusiasmarse demasiado con respecto a la situación en Grecia, si no quería correr el riesgo de ser acusado de “trotskista”. Es interesante notar que Churchill señalaba que el arzobispo Damaskinos, que fue impuesto más o menos como regente por las autoridades británicas, “temía mucho que los comunistas, o los trotskistas como decía él, se inmiscuyeran en los asuntos griegos”. (W Churchill, The Second World War, volumen 6, Londres, 1954, p. 272). Churchill notó que las masacres británicas en Atenas fueron amplia y fuertemente criticadas por la prensa norteamericana, por el Departamento de Estado estadounidense, y también por The Times y por The Manchester Guardian, pero añadía: “Stalin, no obstante, se ciñó estricta y lealmente a nuestro acuerdo de octubre, y durante todas las largas semanas de combate contra los comunistas en las calles de Atenas, ni una sola palabra de reproche fue publicada en Pravda o en Izvestia” (ibidem, p. 255)
[30] Citado por R. Dazy, Fusillez les Chiens enragés ( Fusilen a esos perros rabiosos), p. 266.
* Michel Raptis (Pablo): dirigente trotskista de origen griego. Se inició en la militancia trotskista con el Grupo Arqueomarxista de Puliopulos, estuvo encarcelado entre 1936 y 1937, año en que emigró de Grecia a Francia. A partir de 1942 formó parte del Secretariado Europeo, y luego de la guerra se transformó en uno de los principales dirigentes de la Cuarta Internacional.
[31] M. Spiro, “La revolución griega”, Quatrième Internationale, nº 14-15, enero/febrero de 1945, p. 24. Existe sobre el mismo tema, un Boletín Interno Internacional especial fechado en enero de 1945 que no menciona incluso la existencia de organizaciones trotskistas en Grecia. En febrero de 1945, Fourth International publicó un artículo documentado titulado “Civil War in Greece”, p. 36-49. El párrafo titulado “El trotskismo en Grecia” no contiene más que generalidades:
“El ELAS no es trotskista más que en un sentido – en los instintos revolucionarios de sus indomables combatientes, en su capacidad de combatir y de sacrificarse. Pero su programa y su dirección no tienen nada de “trotskista”, etc.”.
Más adelante sostiene que: “Los trotskistas aprenderán a ligarse a las masas y a sus luchas”. Agrega que, bajo el terror desencadenado por los stalinistas sobre los trotskistas, esto llevará un poco más de tiempo. En Quatrième Internationale, nº 22/23/24, de septiembre/octubre/noviembre de 1945, p. 41, una nota titulada “Grecia” indica que “ya es tiempo” de informar a los obreros de todo el mundo sobre los asesinatos de militantes revolucionarios cometidos por los stalinistas en Grecia. Sigue una primera lista de nombres de las víctimas. Fourth International, órgano del SWP, en su número de octubre de 1945, p. 319, informaba en su columna “Dentro de la IV Internacional”, que: “Los periódicos del PCI (IV Internacional), único partido revolucionario en Grecia, son ilegales. Los miembros de ese partido son perseguidos y hostigados, y muy a menudo asesinados, tanto por el gobierno como por los stalinistas”.
De hecho, hay graves divergencias entre el Secretariado Internacional y los trotskistas griegos, ya que el 25 de noviembre de 1946, Michel Raptis (Pablo), bajo la firma de Pilar, escribía a la sección griega:
“No se trata de seguir al pie de la letra cada resolución política de la IV Internacional, pero tampoco se trata de pasar diametralmente por encima de su línea en cuestiones tan importantes como las de vuestra actitud hacia el EAM o el ELAS y los sucesos de diciembre de 1944”.
Quatrième Internationale de octubre/noviembre de 1946 da cuenta de un congreso de unificación a fines de julio de 1946, que dio nacimiento al PCI griego y publica su “Manifiesto” (p. 40-43):
“A pesar de sí mismo y sus sermones nacionalistas, a pesar de su política de conciliación y colaboración de clases, el PC griego agrupó en torno a él a las fuerzas que la historia había puesto en movimiento y que en última instancia eran las fuerzas de la revolución proletaria”.
Sobre la actitud de los trotskistas griegos, Rodolphe Prager escribe que tuvieron “una actitud de desprecio en general hacia el movimiento nacional”, y que se distanciaron de este movimiento y mantuvieron una posición neutral “de hostilidad por igual hacia los dos bandos en lucha” durante la guerra civil, lo que ha provocado “la inquietud del Secretariado Europeo”. Comenta: “El error principal es el de no haber sabido discernir, más allá de las direcciones burguesas y stalinistas, el carácter antiimperialista y anticapitalista que germinaba poderosamente en ese movimiento de masas y su dinámica revolucionaria”. El ignorar esa realidad impidió a los trotskistas griegos comprender, en diciembre de 1944, que el conflicto no se podía reducir a “un enfrentamiento entre el imperialismo británico, por un lado, y la burocracia stalinista y sus seguidores, por el otro”. (R. Prager, Les Congres de la Quatrième Internationale, t. 2 p. 348-9).
La cuestión no es fácil: hemos encontrado en los archivos del Secretariado Internacional una carta de G. Vitsoris en la que protesta contra el hecho de que el manifiesto del congreso de unificación de Grecia no lance la consigna de “retirada de las tropas británicas”, pero asegura también que juzga “inadmisible” que el mencionado manifiesto no diga una palabra sobre los asesinatos de los trotskistas a manos de los stalinistas.
[32] A. Kedros, op. cit., p. 512.
[33] R. Prager, Les congrès de la Quatrième Internationale, t. 2.
[34] Extracto de “Bonapartismo, fascismo, y guerra”
[35] Ibidem.
[36] Prager, op. cit., p. 13-14.
* POI: Parti Ouvrier Internationaliste (Partido Obrero Internacionalista), sección oficial francesa de la Cuarta Internacional. En 1944 se fusionó con el CCI y con el Grupo Octubre para fundar el PCI, Partido Comunista Internacionalista de Francia.
** PCI: Parti Communiste Internationaliste (Partido Comunista Internacionalista), grupo dirigido por Raymond Molinier y Pierre Frank que surgió como una ruptura del POI en 1936. La futura sección francesa iba a tomar este nombre en 1944.
*** CCI: Comité Communiste Internationaliste (Comité Comunista Internacionalista), este grupo, de corta vida, fue fundado en febrero de 1943 a partir de un sector disidente del PCI.
[37] Ibidem.
[38] Ibidem.
[39] “An Answer” por James Cannon, en Socialism on Trial, New York 1970, p.167.
[40] El lector interesado encontrará en los “Documentos”, una traducción del artículo de Marc Loris (Jean Van Heijenoort) aparecido en los números de septiembre/noviembre de 1942 en Fourth International (el primero, fechado en junio de 1941, se encuentra en la reimpresión de La Verité, en octubre). En 1941, en el artículo titulado “¿Adónde va Europa?”, Loris afirma la hegemonía de la clase obrera en la lucha contra el ocupante hitleriano, luego destaca el lazo dialéctico entre “liberación nacional” y “social”, “revolución proletaria” de hecho, criticando las ilusiones que pueden nacer del “movimiento de liberación nacional”. Escribe:
“La tarea de los marxistas no es la de imponer a las masas tal o cual forma de lucha que ellos “preferirían”, sino en realidad, la de profundizar, extender y sistematizar todas las manifestaciones de resistencia, aportando allí el espíritu de organización y abriéndoles una amplia perspectiva”.
Este artículo parecía criticar a los europeos “revisionistas” sobre “la cuestión nacional”. El de 1942 parece más bien una polémica con la posición del SWP. Uno de los textos de Loris, en 1944, destaca una “enseñanza del bolchevismo”: “su desprecio por la simple propaganda que busca esclarecer acerca de las virtudes del socialismo”, “su capacidad de sentir las aspiraciones de las masas y de explotar su lado progresista” y de saber llevar “una acción susceptible de despegar a las masas de sus partidos y de sus jefes conservadores”. Para el lector que se remita a los textos originales de la discusión, verá que la mayor parte de los documentos se refiere a las “Tres Tesis” del IKD, y a su posición sobre la cuestión nacional. No hemos abordado esta cuestión aquí que, en el fondo, es la del “revisionismo” abierto, que ha escondido las demás divergencias: eran estas últimas las que nos interesaban. Pero se encontrará lo esencial en el volumen 2 de Prager.
[41] Cf. La Revolution Française nº 1, 1940, y los comentarios sobre los diferentes comentarios de J. Rabaut en Todo es posible, p. 343-344 y J.P. Joubert, Revolutionaires dans la SFIO, p. 224-226.
[42] Prager, op. cit. p. 92-101, y M. Dreyfus, ”Les Trotskystes pendant la Deuxième Guerre Mondiale”, Le Mouvement Sociale, p. 20-22.
[43] P. Broué, “Chen Duxiu et la IVe Internationale de 1937 à 1942”, Cahiers Léon Trotsky nº 15, p. 35.
[44] El texto de esta resolución del CC del SWP norteamericano de noviembre de 1943 fue publicado en Quatrième Internationale nº 11-12-13 de septiembre/noviembre de 1944, con el título de “Perspectivas y tareas de la revolución europea”, con una presentación que destacaba “la coincidencia notable de la línea general de este texto con la de las resoluciones de la Conferencia Europea de febrero de 1944”.
[45] Serge Lambert, Tradition Revolutionaire et ”Parti Nouveau” Communiste en Italie, 1942-1945 (Tradición revolucionaria y “nuevo Partido” Comunista en Italia 1942-45), tesis de ciencias políticas, Grenoble II, 1985.
[46] El ejemplar clandestino de La Verité del 10 de febrero de 1944 tenía en la primera página el título “Las banderas del Ejército Rojo se unirán a nuestras banderas rojas”. En un artículo del Internal Bulletin del SWP, vol. VIII Nº 8, Félix Morrow, citando ese artículo, p. 34, menciona también posiciones análogas en el Partido Bolchevique Leninista de la India, de La Voix de Lenine belga, de El Militante chileno, etc. La homogeneidad de las reacciones no es necesariamente un signo de solidez principista; puede traducir también reflejos conservadores, o incluso, las poderosas presiones a las que estaban sometidos.