Fuente: "Cartas de Hugo Blanco y Arguedas", en Documentos, 6 de enero de 1970; suplemento a la edición N° 95, de
Punto Final (Santiago, Chile); página 4.
Publicado en marxists.org: Septiembre de 2024.
El Frontón, 11 de noviembre de 1969
TAYTAY José María:
Casi me has hecho llorar, este día, al saber lo que me conto tu esposa. Me dijo: “esto te envía; escribió mucho en quechua y después “puede tener vergüenza de mí" diciendo, se arrepintió y no puso sino estas escuetas palabras".[1]
Cuando me dijo eso, yo me dolió mucho; casi lloré. ¡Cómo es posible, taytay, que entre nosotros podamos avergonzarnos de cuanto nos podemos decir en nuestra lengua tan dulce? Cuando nos pedimos ayuda, nunca lo hacemos con palabras escuetas, en nuestra lengua. ¿Acaso alguna vez escuchamos decir: “mañana has de ayudarme a sembrar, porque yo te ayude ayer"? ¡Ahj! ¡Qué asco! ¡Qué podrá ser eso! Únicamente los gamonales suelen hablarnos en esa forma. ¿Acaso entre nosotros. entre nuestra gente, nos hablamos de este modo? Muy tiernamente nos decimos: “Señor mío, vengo a pedirte que me valgas; no seas de otro modo: mañana hemos de sembrar en la quebrada de abajo: ¡ayudame pues, caballerito, paloma mía, corazón!". Con estas palabras solemos empezar a pedir que nos ayuden.
Y también cuando nos encontramos en los caminos de las punas, aun sin conocernos. nos saludamos el uno al otro; nos invitamos un trago. nos alcanzamos algún poco de coca; nos preguntamos hacia d6nde vamos: y solemos charlar unos instantes.
Y siendo así. ¿crees que pude haberme dolido de cualquier cosa que hubieras escrito en nuestra dulce lengua, para mí? ¿Acaso mi corazón no se enternece al leer como has traducido al castellano nuestra lengua, para que todos la conozcan y alcancen a saber aunque no sea sino una parte de lo tanto que esa lengua puede expresar? ¿Acaso cuando yo también traduzco algo de lo que hablamos en nuestra lengua, no me acuerdo de ti? “Escribe como él", diciendo “van a hablar de mí los mistis", repito únicamente para mí mismo, sí, cuando intento traducir del quechua. “Eso lo han de repetir bien. Han de decir la verdad. Yo no puedo hablar de otro modo; digo exactamente lo que brota de mi corazón y de mi boca"; diciendo esto, yo pienso.
Yo no puedo decir qué es lo que penetra en mi cuando te leo; por eso, lo que tú escribes no lo leo como las cosas comunes, ni tampoco tan constantemente: mi corazón podría romperse.
Mis punas empiezan a llegar hacia mí con todo su silencio, con su dolor que no llora, apretándome el pecho, apretándolo. O bien cuando me recuerdas las pequeñas quebradas, empiezo a ver los picaflores. escucho como si los pequeños manantiales cantaran. ¡Cuantas veces he pensado en ti cuando me he sentido con estos recuerdos!
Cuanta alegría habrías tenido al vernos bajar de todas las punas y entrar al Cuzco, sin agacharnos, sin humillarnos, y gritando calle por calle: “¡Que mueran todos los gamonales! ¡Que vivan los hombres que trabajan!". Al oír nuestro grito, los "blanquitos", como si hubieran visto fantasmas, se metían en sus huecos, igual que pericotes. Desde la puerta misma de la Catedral, con un altoparlante, les hicimos oír todo cuanto hay, la verdad misma, lo que jamás oyeron en Castellano; se lo dijimos en quechua. Se lo hicieron oír los propios maqtas, esos que no saben leer, que no saben escribir, pero que sí saben luchar y saben trabajar. Y casi hicieron estallar la Plaza de Armas esos maqtas emponchados.
Pero ha de volver el día, taytay, y no solamente como aquel de que te cuento, sino más grande. Días más grandes llegarán; tú has de verlos. Muy claramente están anunciados.
Aquí no más concluyo, taytay, porque si no, no he de terminar de escribir nunca. He de resentirme si no envías eso que escribiste para mí. Hasta que nos encontremos, taytay. No te olvides, pues, de mí.
HUGO
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[1] Se refiere a la inscripción en un ejemplar de la novela de Arguedas, Todas las sangres, que este envió como obsequio a Hugo Blanco en la isla penal de El Frontón.